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Parshat Mas’ei: Buscando refugio
Rabbi Shulamit Thiede
Refugio: lo anhelamos, lo añoramos. Todos necesitamos un santuario para nuestras
tareas sin fin, de viejas tristezas y heridas, de un mundo que nos bombardea cada día
con información que nos abruma tanto que no podemos asimilarla. Cuatro millones de
sirios han sido forzados a salir hacia otros países, además de 7.6 millones que han sido
desplazados dentro de su propia tierra. En Sudán, el Congo, Etiopía y Burma
programas genocidas son desplegados ante nosotros.
¿Dónde podemos hallar respiro, santo, sagrado espacio, refugio en un mundo que no
puede garantizar la seguridad de los niños?
Hemos llegado al final del Libro de Números, B’midbar, y nuestro andar errantes por el
desierto. Leemos esta semana los últimos capítulos de ese libro, un libro en el cual el
conflicto y la queja amarga devienen en rebelión. La plaga, apostasía, y una guerra de
aniquilación contra los Medianitas ulcera nuestro último año en el desierto. Estamos en
el proceso de hacer aliyah, ascenso a la Tierra Prometida, al mismo tiempo que nuestro
pueblo desciende a las profundidades de la destrucción y la desesperación.
También estamos en el más bajo, más penoso tiempo del año litúrgico, las semanas
antes de Tisha B’Av, cuando nuestros templos fueron destruidos y nuestro pueblo a
menudo tratado brutalmente, expulsado de Inglaterra y España, liquidado en el Ghetto
de Varsovia. Ahora, cuando viajamos a través del recuerdo de lo perdido, nuestro año
también está finalizando. El mes de reflexión, Elul, y las Altas Festividades, esperan.
¿Podemos liberarnos nosotros mismos de nuestro polvo y suciedad acumuladas por
tantas transgresiones y ascender? ¿Alcanzar nuestras tierras prometidas?
En la Parsha Mas’ei, al final de B’midbar, Moisés nos dice que deben existir cuarenta y
dos ciudades para los Levitas y seis adicionales, ciudades especiales que garanticen
refugio a aquellos que sin intención han traído la muerte a un alma inocente. Aquellos
que no pensaron en hacer daño pero lo hicieron, aquellos que cometieron la peor de
las transgresiones, tomar una vida, aún ellos tienen la promesa de la redención, de la
seguridad.
Cada uno de nosotros, cada año, toma de la tierra, toma del otro, toma de la vida.
Pequeñas acciones impensadas – la impaciencia ante un niño, una esposa o un amigo,
la necesidad de seguir nuestro camino, el consumo descuidado de cosas materiales
que ni nos enriquecen ni nos bendicen – anhelamos vivir en la luz de D’os y nos
hallamos en las sombras de la oscuridad, de la eliminación, de pérdida de lo divino.
Añoramos refugio y paz por nuestros propios errores.
refugio, si debemos sanar, recuperar nuestro propósito?
¿Cómo podemos hallar tal
Un cuento: Hubo un hombre que se había dado por vencido. Estaba muy agobiado por
sus muchos errores acumulados, tantas transgresiones, que no hallaba alegría en
ninguna cosa – ni en su trabajo, su familia o su comunidad. No podía hallar refugio. Y
entonces él rezó a D’os para que le permitiera dejar este mundo. “¡Muéstrame el
camino al Paraíso!” suplicó.
“Estás seguro de que eso es lo que quieres?” preguntó el Santo Uno.
“Estoy seguro,” contestó el hombre, “con todo mi corazón. Ya no puedo más vivir
conmigo mismo ni los demás.”
“Muy bien,” dijo Adonai.
El Paraíso resultó estar justo a dos días de distancia de su propia aldea. Así que el
hombre se levantó temprano en la mañana y caminó sin parar hasta la caída de la
noche. Cuando la oscuridad cayó suavemente sobre la tierra, él se acostó a dormir.
Pero antes, puso sus zapatos al lado del camino con las puntas apuntando hacia el
Paraíso – de manera que él solamente tenía que pararse sobre los zapatos y continuar
al día siguiente.
Se levantó realmente muy temprano, antes del amanecer. Estaba ansioso por llegar al
Paraíso, así que empezó tan pronto como la luz iluminó el camino – y sus zapatos por
supuesto. Caminó rápidamente, anticipando todas las cosas que hallaría en el Paraíso;
alivio para excusas y dolores, una oportunidad para estar en paz con los demás, un
refugio para los peligros del mundo. Su corazón entero de nuevo.
El Paraíso estaba, al igual que su propia aldea, ubicado en un pequeño valle. Al
tiempo que caminaba hacia el pueblo notó los dulces, bulliciosos sonidos de los
habitantes cuando disfrutaban su comida vespertina. Se maravilló ante los rostros de
bienvenida – parecían familiares, tan familiares como aquellos de su propio hogar. Se
encontró caminando las calles como si hubiera vivido en el Paraíso toda su vida.
Entró a una casa que rememoraba la suya propia en cada detalle, y halló a una mujer
dentro que era la viva imagen de su esposa. Ella le saludó cariñosamente, y se
sentaron para disfrutar una deliciosa comida. Después de la cena ella cantó a los niños
para que se durmieran (Duerme, Duerme).
Se acostaron en su cama, abrazándose suavemente, y cayeron en un dulce y pacífico
sueño.
El hombre soñó una escena increíble. Él estaba en el Templo en Jerusalén.
Mágicamente fue vestido con ropas antiguas sacerdotales: la banda sobre su frente, él
supo, tenía inscritas las palabras kodesh l’Adonai (santo es D’os). Se paró frente al
altar de refugio. Alcanzó el altar, dobló su cuerpo hacía él, oprimió su latente corazón
contra la piedra.
Se levantó y al hacerlo, él entendió: Él realmente estaba en su propio hogar. Su
refugio, se dio cuenta, en el lugar más sagrado que podía ser: su propio perdonado y
ablandado corazón, ofrecido libremente al Santo Uno de Bendición. Este era el
Paraíso. Esto era refugio. Ambos en el mundo real.
Como este hombre, nosotros sabemos que también hemos tomado de la vida, del
mundo, involuntariamente, inconscientemente, que cargamos dolores y pena y
lamentos. Pero nosotros, también, debemos tornar hacia el altar, entendernos a
nosotros y nuestros deseos, hallar rutas para liberarnos para el trabajo que debemos
hacer en el mundo. El judaísmo no es una religión pueril; es un trabajo muy duro, un
trabajo del corazón. El Rabbi Isaac Luria nos dijo que nosotros debemos sanar el
mundo en dos niveles – el nivel de neshama (el alma, hálito) y el nivel de olam (el
mundo, espacio y tiempo). Como está escrito en Sefer ha’Chinuch (El Libro de la
Instrucción), “nuestros corazones siguen a nuestros deseos.”
La Parashá Mas’ei nos dice: Levanten cuarenta y dos ciudades para los Levitas para
que sean sus hogares y seis adicionales para el refugio. Shema Yisrael Adonai
Eloheynu Adonai Echad. Seis palabras. “V’ahavta et Adonai Elohecha…” – un pasaje
de cuarenta y dos palabras. En el Shema, escuchamos al Santo Unico, en V’ahavta,
en el amor de Ruach ha’Olam, nosotros ascendemos. Nos redimimos de nuestros
errores, de nuestros numerosos actos que han afectado otras vidas. Nos elevamos
con acciones de renovación y amor. Hallamos refugio en la ciudad del Shema cuando,
libremente, totalmente, ofrecemos nuestros corazones a la tarea de convertirnos en un
pueblo santo. Cuando todos usemos la cinta en la frente, cuando todos sepamos – y
actuemos – como es sagrado ante D’os, nos recrearemos nosotros mismos en la
expresión de lo sagrado, el espacio sacro, el refugio que anhelamos. Seremos
nosotros el refugio que añoramos, y lo ofreceremos al mundo entero.
Podamos nosotros ascender a esta Tierra Prometida, un mundo prometido, de hecho,
donde ningún niño corra el menor riesgo, donde todos los pueblos vivan en paz, donde
todos estemos seguros y en el amor de nuestros D’os.
Traducido por Gerardo Víquez