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La sangrecita, un remedio ancestral
andino contra la anemia
Un programa de Acción Contra el Hambre recupera la deshidratación
de sangre y vísceras de animales para compensar la falta de hierro en
la dieta infantil
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fotogaleríaNiño de Yanapampa, una de las 19 comunidades de la región
andina de Ayacucho, en el sur de Perú, donde la ONG internacional
Acción Contra el Hambre llevó a cabo un programa de reducción de la
anemia infantil. P. P.
PABLO PÉREZ ÁLVAREZ
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Lima 23
SEP 2016 - 19:56 CEST
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Por no poder comer
Posgrado en desnutrición
La desnutrición casi nunca viene sola
Un arma mortal para la vida de los niños
Cuando había matanza de un carnero en su casa, en la humilde comunidad
indígena de Yanapampa, en los Andes peruanos, Maruja Orejón recogía la sangre
y el pulmón y los cocinaba inmediatamente para elaborar algunos platos. Incluso
invitaba a los vecinos para acabar rápidamente con el exquisito pero perecedero
manjar. No sabía que esos alimentos eran, por su altísimo contenido en hierro, un
potente antídoto contra la anemia que afecta a la mayoría de los niños de la
región.
Y aunque lo hubiera sabido, no habría sido capaz de conservarlos para hacerlos
parte de su dieta cotidiana, ya que ni siquiera tiene un frigorífico en su casa de
adobe y rápidamente se hubiera echado a perder. Ignoraba que sus ancestros, ya
en tiempos prehispánicos, tenían un método bien simple para que durase.
Hasta que la ONG internacional Acción Contra el Hambre implementó un
programa contra la anemia en la zona y descubrió que algunas familias todavía lo
practicaban, pero que era desconocido para la mayoría: salar las vísceras y
deshidratarlas.
El charqui (que es como se denomina en quechua a la cecina) de carne es algo
muy extendido en la mayoría de las regiones andinas de Perú, debido a la
ausencia en las comunidades rurales de electrodomésticos para mantener fríos los
alimentos. Lo que se había perdido, sin embargo, es el charqui de vísceras como
el hígado, el bazo, el bofe (el pulmón de la vaca), el corazón o incluso la sangre,
que deshidratada recibe el nombre de sangrecita.
Mediante la promoción de estos alimentos ricos en hierro, el programa Anemia
no de Acción Contra el Hambre, que recientemente fue reconocido con el premio
a la mejor iniciativa en promoción por la salud de la Fundación Mapfre, ha
contribuido a que se reduzcan notablemente los niveles de esta condición de los
niños de las 19 comunidades del departamento de Ayacucho (en el sur andino de
Perú) en las que intervino.
Perú tiene una tasa de anemia en niños de entre seis y 36
meses de edad del 43,5% y el índice supera el 50% en las
zonas rurales y de mayor pobreza
Perú tiene una tasa de anemia en niños de entre seis y 36 meses de edad del
43,5% y el índice es todavía en zonas rurales (51,1%) y de mayor pobreza
(50,4%), según datos oficiales. En zonas andinas, como Huamanguilla —donde
se encuentra Yanapampa— y los otros tres distritos de la región de Ayacucho
donde se llevó a cabo el proyecto es aún mayor debido a una dieta poco variada y
baja en alimentos de origen animal (la mayor fuente de hierro), a base
principalmente de patata, legumbres, trigo, maíz y verduras, y una serie de malos
hábitos alimenticios e higiénicos.
Esto repercute en el desarrollo de los niños, pues los bajos niveles de
hemoglobina en la sangre (la causa directa de la anemia) hace que sean
propensos a enfermarse, poco activos, menos inteligentes y con dificultades para
concentrarse y retener conocimientos en la escuela.
La promoción del charqui de sangrecita y de vísceras en coordinación con otros
programas que fomentan hábitos como el lavado de manos, la estimulación
temprana o cocinas más saludables (sin animales de corral, con extractores de
humo…) han logrado reducir en Huamanguilla de un 74,3% a un 62,1% el índice
e anemia. “Pero tenemos información más precisa de que hay familias que han
desarrollado esta práctica, han recibido información de este tipo, y en ellas es un
poco más notoria la disminución”, asegura Henry Torres, coordinador del
proyecto.
En Yanapampa, en concreto, que es un pequeño grupo de casas, “cuando
llegamos había cinco o seis niños con anemia y al final del proyecto, lo hemos
dejado con dos, que son anemias leves”, especifica Lourdes Callañaupa, una
enfermera que fue responsable de comunicación del programa.
Aunque la primera vez que los padres de las zonas andinas oyen hablar de
anemia no entienden de qué se trata, pues no tiene unos síntomas claramente
identificables, Maruja ha percibido en sus seis hijos la diferencia que ha supuesto
la mejora en la dieta y en las prácticas de higiene para los más pequeños,
beneficiados por programas como el de Acción Contra el Hambre.
“En la escuela mi hija mayor y el otro varón no captaban bien. Los chiquitos son
más hábiles. Ahora han mejorado todos”, dice con orgullo. “Este”, afirma
señalando a Roy, el más pequeño, “había nacido con menos de 2,5 kilos y era
anémico cuando aparecieron las Chispitas (unas dosis diarias de micronutrientes
repartidas en zonas pobres por los servicios de salud peruano) y la sangrecita”.
El pequeño, de cinco años, se ve saludable, vivaz y lleno de energía, no para de
jugar con sus hermanos.
La técnica de charqui de vísceras de sangre, que se
practicaba en tiempos prehispánicos, se había perdido y
las familias sólo consumían algunas de ellas frescas
“El otro día estuve viendo un desfile escolar y me dejó muy feliz porque vi que
los niños son más hábiles y cada vez están terminando la educación primaria más
chiquitos”, comenta Victoria Cárdenas. Antes, en Yanapampa, “los niños
terminaban primaria con 15 o 16 años y ya no estudiaban secundaria porque
tenían vergüenza, mientras que ahora con 12 años ya acaban”, añade.
“Nosotras, a pesar de ser adultas, como no hemos sido bien alimentadas de niñas,
somos propensas y nos ponemos constantemente enfermos”, dice la mujer, de 45
años, mientras prepara charqui con la sangrecita de una gallina que acaba de
sacrificar. La hierve en agua hasta que se forman grumos y se solidifican. Luego
los pone en un plato, les echa sal, los tapa con una tela para protegerla de los
mosquitos y deja el plato al sol sobre el techo metálico de un pequeño cobertizo
que tiene entre la casa y el huerto para que se seque.
Los cinco hijos de Victoria son ya mayores (la menor tiene 13), pero ella se
apuntó al proyecto de Anemia no para mejorar la alimentación de sus nietos. “Yo
veo bastante cambio en mi nieta. Desde que le doy sangrecita, que tiene bastante
hierro, ella está mejor. No conoce la anemia”. La niña, de dos años, come con
avidez el charqui de hígado de cordero que le ha preparado su abuela, mientras
ésta la mira con una sonrisa de oreja a oreja. “Es bien inteligente. Con dos años
ya distingue los colores, sabe contar hasta cinco…”. Le muestra un vaso rojo y le
pregunta: “¿Este qué color es, mamá?”. “Dojo”, le responde. Los niños de antes,
recuerda, con dos años no podían casi ni ponerse de pie, ni hablar bien.
“Alimentándolos así estoy segura de que más adelante todos van a alcanzar una
profesión, van a estar más sanos y más alegres”, sostiene. Los que todavía no
están bien alimentados, lamenta, “cuando van a la escuela, están tristes,
somnolientos, la profesora está hablando y no están atendiendo”.
En vez de llegar a Huamanguilla y los otros distritos ayacuchanos a imponer
soluciones ideadas desde fuera, incluso aunque puedan haber tenido un buen
resultado en otros lugares pero que son difíciles de sostener en el tiempo una vez
terminada la intervención, Acción Contra el Hambre se propuso buscar remedios
junto con la población local. Al sentirlos esta como propios, es más fácil que los
interioricen y que los mantengan una vez que se termina el proyecto de
cooperación.
“Incorporamos un componente cultural a este proyecto de manera más fuerte”,
explica Torres. “Desarrollamos un trabajo con las familias en lo cultural para ver
qué elementos podían mejorar los niveles de hemoglobina y, por ende, de
anemia. Hubo personas viviendo con las familias y descubrieron que había un
grupo de mujeres que tenía esta forma de deshidratar, no sólo la carne, sino las
vísceras y la sangrecita”.
El programa Anemia noha enseñado a las mujeres a moler
elcharqui de sangrecitapara hacer una harina con la que
pueden hacer varias recetas, incluso postres
“Era un conocimiento ancestral, pero la mayoría lo perdió”, relata. “Puede ser
por la introducción de nuevos patrones alimentarios, o porque no veían tanto la
utilidad”. La única diferencia respecto a la elaboración delcharqui de carne es el
tiempo de secado y la limpieza de las vísceras antes de darles un hervor.
Este enfoque cultural le ha permitido alcharqui de sangrecita superar algunos de
los problemas que tienen las Chispitasque reparte el gobierno en sobres con dosis
diarias. Estos micronutrientes en forma de polvo tiene un sabor fuerte que
provoca el rechazo de algunos niños y algunos efectos secundarios, como
diarreas, náuseas o estreñimiento. Además, algunas madres no tienen claro cómo
deben incorporarlos a la comida.
Callañaupa recuerda que al principio algunos niños rechazaban el charqui por su
textura y color. Pero en colaboración con las propias madres locales, Acción
Contra el Hambre encontró la forma de molerlo y convertirlo en una harina fina
que se puede añadir a cualquier alimento y elaboró una serie de variadas recetas
adaptadas a los gustos autóctonos. “Ahora se pueden hacer preparaciones tanto
en los segundos platos como en los postres y el niño no se da cuenta de que está
comiendo la sangrecita”, indica la enfermera.
“Es un polvo muy fino y se agrega a los purés, a las sopas o a las papillas”,
indica Torres, por lo que incluso se lo pueden dar a los bebés a partir de los seis
meses, antes de que les salgan los dientes.
Maruja Orejón le pone harina de sangrecita a sus niños todas las mañanas en el
desayuno. Si no lo añade a la avena, prepara con la licuadora un batido al que se
la agrega. Pero su receta especial es la mazamorra de calabaza, un postre
tradicional peruano a base de leche, canela y azúcar, con la sangrecita.
Marlene Yaranga, otra vecina de Yanapampa, utiliza por ejemplo el charqui de
bofe para hacer uno de los platos más típicos de la zona, la chanfainita. Con ajo,
pimiento, cebolla, pimentón, cacahuete molido, orégano, patata y zanahoria,
elabora un consistente plato que su sobrina Damaris, de seis años, devora con
fruición. Cuando acaba, su hermana Betsabé se lo da a su bebé de año y medio.
“Nosotros sólo comíamos fresco. Ahora ya constantemente les damos a nuestros
hijos y sabemos que tiene mucho hierro”, señala Betsabé, que le dacharqui tanto
de carne como de vísceras a sus niñas de tres a cuatro veces por semana.
“Normalmente a los niños les dábamos quinua, arveja, haba, trigo, papa… que
sembramos aquí. De vez en cuando comprábamos carnecita, pero poca. La
sangre se tiraba”, recuerda Betsabé.
Gracias al programa “ha mejorado bastante la alimentación”, celebra la mujer.
“Ahora ya constantemente les damos charqui de vísceras a nuestros hijos y
sabemos que tiene mucho hierro. A veces compro el mercado el charqui y poco a
poco lo cocino para mis hijos, tres o cuatro veces a la semana. Si están frescas
(las vísceras y la sangre) no se puede, porque empieza a oler feo, pero
el charquise conserva más tiempo”.
Mujeres como Maruja, Victoria, Marlene y Betsabé se han convertido en mamáslíder del programa. Y aunque la ONG ya no está presente en el lugar, ellas se
coordinan con el centro de salud de la zona para ir a enseñar a mujeres de otras
localidades, e incluso de otros distritos, a utilizar el charqui para alimentar mejor
a sus pequeños.
“Cuando he ido a hablar con otras madres, se sorprendían porque antes todas
tiraban la sangre”, explica Victoria. “Ahora casi ya no tenemos anemia aquí. Nos
organizamos y cuando está un niño con anemia vamos a visitarle y decirle a la
familia cómo puede hacer”, añade Betsabé.