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Capítulo 1 El hecho de la moralidad Desde muy pequeños hablamos un lenguaje moral: aprendemos a mentir echándole la culpa al hermano más pequeño, nos dolemos ante las injusticias de un profesor, aplaudimos al héroe de una caricatura y no despreciamos al malo de la película. Un niño de 3 o 4 años ya "sabe" que hay cosas buenas y que hay cosas malas; ya sabe que es responsable y por ello pide premios y evita castigos. Todos tenemos continuamente la experiencia de nuestra libertad, y por tanto, la experiencia de que, de alguna manera, respondemos por nuestros actos. Hemos experimentado también la duda sobre si uno de nuestros actos es bueno o malo. Sabemos lo que es un dilema: ¿debo hacer esto, o más bien aquello? Un animal nunca se pregunta si debe hacer tal ó cual cosa, simplemente la ejecuta. En cambio, nosotros dudamos, analizamos, imaginamos consecuencias. ¿Debo invitar a salir a esa amiga? ¿Puedo contar al salón lo que le paso a mi compañero? Toda la vida social descansa en el hecho de que una parte importante de nuestras acciones depende de la propia libertad. Por eso, hay jueces que encarcelan a los delincuentes, medallas para condecorar a las personas de altos méritos, aumentos de sueldo para los responsables, felicitaciones para los laboriosos, castigos para los reprobados. 1.1. El hecho de la libertad Dejemos por ahora de lado el origen de la moralidad. Lo que salta a la vista es que preguntamos por lo bueno y lo malo —y experimentar lo bueno y lo malo— es un hecho cotidiano, incontrovertible. Las series de televisión, las novelas, los periódicos, giran en tomo a acciones que son calificadas, tarde o temprano, como buenas o malas. Esta experiencia de la libertad comienza desde muy temprano. Los niños se portan bien para recibir regalos en Navidad, para tener contentos a sus padres, o sencillamente para no ser castigados. Saben que comer el plato de verduras, prestar sus juguetes a su hermano, o jalarle las trenzas a sus compañeras, son actos que dependen de ellos. Esta experiencia de la libertad se acentúa en la adolescencia. Un joven de 15 ó 16 años tiene ante sí todo un abanico de posibilidades éticas. Debe tomar grandes decisiones: él decidirá si se embriaga o no, si termina una carrera, o si tiene relaciones sexuales, si se comporta lealmente con sus padres y amigos o si es un "desgraciado". Pero lo importante no es decidir por decidir, lo verdaderamente importante es tomar las decisiones correctas, es saber decidir racionalmente, y no arrastrado por los sentimientos o el egoísmo. Tienes en tus manos tu propia existencia: experimentas la libertad hasta el punto de que libertad, autenticidad, realización, grandes ideales, son palabras que una y otra vez se escuchan y se discuten entre los amigos, acompañados quizá por unos cigarros y unas cervezas. La historia de la humanidad está llena de actos éticos. Los campos de concentración organizados por nazis, los millones de negros esclavizados por los portugueses, la discriminación racial contra los chicanos, la marginación de la mujer en la vida pública, los asesinatos multitudinarios de Stalin, el encarecimiento artificial de los alimentos básicos en Latinoamérica, la corrupción de los gobernantes, son fenómenos en los que en algún momento hubo una persona que decidió. Por eso, porque son actos que dependen de la libertad de los seres humanos, podemos rebelarnos ante ellos y exclamar: ¡no puede ser! Frente a un terremoto, un huracán, la erupción de un volcán, no buscamos culpables; intentamos, eso sí, conocer mejor esos fenómenos físicos para preverlos y dominarlos. Si acaso, juzgamos la negligencia del gobernante o del científico, que pudiendo prever una catástrofe, no lo hizo. No somos como aquel rey persa, Jerjes, quien al ver que su flota de barcos se hundió en una tormenta, mandó que le dieran al mar 300 azotes y le pusieran un par de grilletes. A ninguna persona en su sano juicio se le ocurre dar de latigazos al mar. En cambio, sí se castiga o premia a los humanos porque ejercen su libertad. Todos hemos experimentado el "sentimiento de culpa". Cuántas veces cometemos acciones que son imprudentes: ir al cine en vísperas de un examen importante, gastar más dinero del que tenemos, mentir para justificar un retraso, manejar demasiado rápido. De igual manera, todos hemos sentido la satisfacción de hacer el bien: ayudar a un amigo a salir de un problema, hacer compañía a un enfermo, platicar un momento con una de esas personas solitarias. 1.2 El hecho de la ruptura Asimismo, es evidente que padecemos una ruptura, una discontinuidad entre el placer y el deber: sabemos que debemos preparar un examen, pero nos cuesta trabajo. Es más placentero jugar Playstation 2 que aplicarse a la tarea de matemáticas. Es más cómodo quedarse todo el domingo en pijama, que vestirse para ir a votar. Es más fácil quedarse platicando en la cafetería que entrar a cálculo o anatomía. Parece que el camino del placer y el de la ética se bifurcan; parece, al menos, que no siempre coinciden. Aquí se resuelve gran parte del drama de nuestra vida. Lo queramos o no, continuamente nos enfrentaremos con estas opciones. La utilidad y el deber tampoco van siempre de la mano. Con frecuencia lo que debemos hacer no es siempre lo más útil. Para una madre, cuidar a su hijo pequeño con fiebre es mucho menos útil que ir a trabajar. Para un médico es mucho más útil operar el apéndice de un enfermo adinerado, que atender el infarto de un paciente pobre. Para la sociedad es mucho más útil destinar todos sus recursos a actividades productivas, que a mantener asilos de ancianos. 1.3 La búsqueda de la felicidad En todo caso, la vida humana es una continua búsqueda de la felicidad, a través de los actos libres. La vida sexual, intelectual, profesional, tienen como trasfondo, siempre, la búsqueda de la felicidad. Nada nos ocupa más que esto, nada parece más importante, y nada depende tanto de nosotros como su consecución. El ser humano intenta forjar, libremente, su felicidad. Como escribió lean Paul Sartre — aunque en tono pesimista—, el ser humano está condenado a ser libre. Parafraseando al filósofo francés, estamos condenados a buscar la felicidad. (Cuando una persona piensa en suicidarse lo hace para terminar con sus penas, intentado evadir la infelicidad. Pero esto es un caso límite; la mayoría de los suicidas padecen algún tipo de enfermedad). Estos actos que nos comprometen, que involucran nuestra libertad, son denominados generalmente actos humanos, por contraposición a los actos del hombre que no son libres. Un ejemplo de acto humano es casarse. Decidirse por el matrimonio es un acto libre, que me compromete. Son actos del hombre, en cambio, los movimientos del intestino o la respiración. A nuestros compañeros de clase "les suena la panza" sin que ellos puedan evitarlo; no deciden producir sonidos, está por encima de su capacidad de decisión. La ética estudia los actos humanos, estudia a la persona como ser libre, como constructor de su propio destino. Capítulo 2 Ética, psiquiatría, literatura, religión El hecho moral ha sido entendido desde diversos puntos de vista. Como todo acontecimiento humano, el hecho moral puede ser enfocado desde diversos ángulos. Ninguno es necesariamente opuesto al otro, aunque cada una de las maneras de acercarse a lo moral tiene sus limitaciones. Los enfoques más importantes de lo moral son: el religioso, el literario, el filosófico y el psiquiátrico. Todos participamos de ellos en mayor o menor medida. 2. 1 El enfoque religioso En nuestro país es frecuente que cuando un pequeño no se porta bien, se le diga: "Si no recoges tu cuarto, no te va a traer nada el Niño Dios". Para los musulmanes, tener varias esposas (poligamia) es correcto porque el Corán lo permite. Para algunos cristianos, hacer honores a la bandera o practicar transfusiones de sangre es malo porque así lo dicen sus pastores. Entre los aztecas, el sacrificio humano era bueno porque así lo quería Huitzilopochtli. Moralidad y religión suelen ir de la mano, pues toda religión implica un modo de vida. Religión viene del latín religare, volver a unir; la persona religiosa adora a Dios y acomoda su propio comportamiento a la voluntad divina. Por tanto, se pregunta si lo que hace está de acuerdo a los deseos de Dios. De ahí que la religión haya sido históricamente la principal pauta de comportamiento. Ahora bien, hay dos tipos de religión. La natural y la revelada. La religión natural es la relación que el ser humano establece con Dios por sus solas fuerzas y capacidades naturales. La religión revelada es la relación que Dios establece con el ser humano. En esta relación Dios toma la iniciativa y comunica verdades eternas, y preceptos morales y rituales. La religión revelada es sobrenatural. Esto significa que no basta la pura inteligencia sino que hace falta la fe sobrenatural —la gracia de Dios— para tener acceso a ella. Por eso, nunca se debes imponer la religión revelada a una persona contra su voluntad. Evidentemente, ni la religión revelada ni la natural se oponen a la razón. La religión natural se alcanza y sustenta exclusivamente a través de las fuerzas de la razón humana. La religión sobrenatural requiere de la gracias de Dios y eleva la razón humana hasta verdades que por sí sola no podría alcanzar. La religión sobrenatural no anula la inteligencia, la presupone. Normalmente las religiones no son sólo una serie de ritos (quemar incienso, ofrecer flores, inclinarse y orar mirando hacia La Meca). Son también un conjunto de preceptos morales y una visión del mundo. Los judíos no deben comer cerdo, los testigos de Jehová no deben transfundirse sangre, los musulmanes deben ayunar varias veces al año, los hindúes no comen carne de res. Además, la mayoría de las religiones se pronuncian sobre los grandes problemas de la existencia humana, en especial sobre la felicidad. Las religiones pretenden ser caminos hacia la felicidad y, por tanto, sus preceptos morales son medios para alcanzarla. Tales preceptos no son meras normas costumbristas o rituales mecánicos. Lamentablemente, la ignorancia lleva a algunas personas a concebir la religión como una especie de magia. Ni el Corán ni la Biblia son los libros de conjuros de Harry Potter. Los preceptos morales de una religión son aceptados por los fieles por diversos actos de fe. Son creencias que no están "científicamente" demostradas. La fe está más basada en la confianza que en la experimentación. Esto no quiere decir que los preceptos morales religiosos sean aceptados irracionalmente, como consecuencia de una demostración científica o filosófica. Creer no es de suyo un acto irracional. El acto de creer religiosamente es específicamente distinto del acto de filosofar, aunque no son opuestos. Como ya se dijo, el filósofo sustenta sus tesis exclusivamente en demostraciones y evidencias racionales, no en la fe. Precisamente porque la fe y la razón no son opuestas, tarde o temprano, todo fiel de una religión termina por preguntarse acerca del fundamento racional, lógico, argumentativo, de las normas morales que le dictan sus creencias. La finalidad primordial del artista es crear belleza, y para ello recurre lo mismo a un paisaje natural que a la vida humana. La literatura se interesa en los acontecimientos morales como en un tema, porque contemplar la vida humana produce emociones, y el artista busca transmitir emociones, sentimientos, estados de ánimo. Flaubert muestra el paulatino derrumbe de la señora Bovary, y casi nos hace experimentarlo: habla al sentimiento, a la emoción, pero no argumenta racionalmente sobre la moralidad de su comportamiento. Un libro de literatura no es un tratado de ética. El artista no pretende sostener racionalmente su punto de vista sobre la moral. Pretende expresarlo bellamente. Por eso, la literatura es más una colección de retratos morales que un conjunto de preceptos. Debemos advertir, sin embargo, que la literatura es provocativa, que tiene un gran influjo en la educación y en la aceptación de valores morales. Si a nosotros nos educaran leyendo y viendo películas nazis, seguramente despreciaríamos a los noarios. Los jóvenes griegos, por su parte, fueron educados en los valores promovidos o presentados por la Iliada y la Odisea: honor, fortaleza, valentía, lealtad. Esto no quiere decir que la literatura y el arte sean completamente determinantes en nuestra concepción de la moral, pero sí influyen en gran medida. Al fin y al cabo, la literatura y el arte son ricos en imágenes, entran por los sentidos y hablan un lenguaje menos abstracto que la filosofia. 2.3 El enfoque filosófico: La Ética. Mientras que en la infancia aceptamos pasivamente las normas y las concepciones morales de nuestros padres, llega un momento en que, por edad o educación, un planteamiento puramente religioso o literario son insuficientes. El ser humano también es racional y nuestra inteligencia nos exige penetrar en el hecho moral. Ahora, no es que la madurez intelectual implique hacer a un lado la fe y la literatura, lo que queremos decir es que la madurez intelectual exige que todos nuestros conocimientos —religiosos, estéticos, sociales— estén mejor sistematizados y argumentados. No es lo mismo la fe de un niño que la de un adulto. Buscamos entonces lo fundamentos de la moralidad y exigimos razones sobre lo bueno y lo malo. ¿Por qué "hacer lo que me nace" no es siempre lo mejor? ¿Por qué no hay excepciones en las leyes morales? ¿Por qué hay valores morales que se aceptan en una cultura y se rechazan en otra? ¿Por qué los sacrificios humanos fueron aceptados por los pueblos mesoamericanos y rechazados por los griegos clásicos? ¿Por qué el derecho romano permitía la tortura de los reos y el derecho contemporáneo la prohíbe? ¿Por qué los espartanos mataban a los bebés débiles y ahora los protegemos y cuidamos especialmente? La filosofía es el instrumento racional por excelencia para responder a estas preguntas. Filosofar no es adivinar el futuro ni comunicarse con los muertos. La filosofía no es la ciencia "con la cual o sin la cual todo sigue igual". Filosofar tampoco es escribir "cosas bonitas", ni cosas sinónimo de distraído y despistado. elevadas e incomprensibles. Filósofo no es La filosofía es una disciplina con tres características: racionalidad, globalidad y radicalidad. a) La filosofía es racional porque argumenta, prueba y demuestra. Mientras que la religión se basa en la fe, es decir en la autoridad de Dios, origen de la verdad, y mientras que la literatura es transmisión de emoción y belleza, la filosofía pretende explicar exclusivamente con la razón. El filósofo no se contenta con describir el adulterio, como el literato, ni con hacer estadísticas sobre la infidelidad matrimonial, como el sociólogo, ni con comparar la diferente idea que del matrimonio tienen los árabes y los australianos, como el antropólogo social. Tampoco legitima la poligamia acudiendo al Corán, ni defiende el derecho a la vida aduciendo el decálogo bíblico (los diez mandamientos). El filósofo explora la condición humana con las fuerzas de la razón y únicamente a partir de ella fundamenta la ética. b) El filósofo es un especialista en conexiones. Mientras los demás saberes particulares (física, química, psicología...) estudian un aspecto aislado de la realidad, el filósofo se dedica a tender puentes entre estas disciplinas; el filósofo, en cierto sentido, estudia toda la realidad. Tarea especial del filósofo es hacer ver que "todo tiene que ver con todo". En ética, el filósofo muestra que el tema del homicidio tiene que ver con la libertad, y por tanto con el cuerpo humano (¿nuestros genes nos determinan a ser homicidas?), con Dios (¿si no existe Dios, está permitido matar?), con la sociedad (¿se debe castigar al homicida con la muerte?). El filósofo se dedica a poner escenografías: cada acto moral es puesto en un contexto más amplio, en definitiva, el filósofo se propone hacer ver que cada pequeña piedra de un mosaico forma parte de un todo integral. El tema de la muerte tiene que ver con la libertad, y la libertad con el cuerpo, y el cuerpo con el conocimiento, y el conocimiento con la voluntad. En una cultura de especialistas, como la nuestra, el filósofo tiene como misión recobrar la unidad: comunicar los diversos saberes entre sí. c) Radicalidad viene del latín radex, radicis, que quiere decir raíz. La filosofía es un saber radical porque va a la raíz: el filósofo penetra, explora la intimidad de la realidad, porque no se contenta con explicaciones superficiales. Es un eterno descontento y no le satisfacen las explicaciones típicas. Se parece al niño pequeño que siempre pregunta por qué. El filósofo se extraña de lo ordinario tanto como de lo extraordinario. Vemos salir el sol todos los días, pero el filósofo se extraña de que suceda diariamente: ¿es la naturaleza cíclica?, ¿está regida por leyes necesarias? La mayoría de las personas da por supuesta su libertad, al filósofo se le ocurre preguntarse: ¿realmente somos libres? ¿No son tantos nuestros condicionamientos biológicos, históricos, sociales, como para anular nuestra libertad? Esta es una pregunta de ética filosófica. Para apreciar un cuadro adecuadamente hay que alejarse un poco de él. Las ramas de los árboles no nos dejan ver el bosque. La visión de conjunto de un bosque la tiene quien toma distancia de él. El filósofo logra una visión global de la realidad siendo radical, es decir, acudiendo a los principios primeros, las causas últimas, los enfoques radicales de la realidad. El filósofo no es una enciclopedia ambulante que sepa todo de cualquier tema, pero sabe acomodar la enciclopedia por orden alfabético e intenta poner en diálogo al médico con el abogado, al físico con el teólogo. 2.4 El enfoque Psiquiátrico La psiquiatría estudia la vida mental del ser humano. Es una rama de la medicina, aunque su naturaleza es todavía muy discutida entre los mismos psiquiatras. La psiquiatría describe como un hecho fundamentalmente empírico (experimental) la vida mental: emociones, sentimientos, rasgos de la personalidad, reacciones del ser humano. El objetivo de la psiquiatría no es exclusivamente curar enfermedades de la mente (patologías como la esquizofrenia o la depresión): necesita conocer muy a fondo la mente humana, su relación con el cuerpo, con las otras personas, para mantener el equilibrio psicosomático (la salud de la mente y el cuerpo). La psiquiatría no es filosofía por una razón bien sencilla: el psiquiatra me puede devolver la salud pero no me va a decir qué hacer con ella. El psiquiatra sabe que para conservar la salud mental hace falta que la vida tenga un sentido, pero no le corresponde indagar cuál es el sentido de la vida —ese es un asunto filosófico. Actualmente, múltiples corrientes psiquiátricas se han acercado a la filosofía. La frontera entre algunos planteamientos psiquiátricos y otros filosóficos se difumina. Se explica así que algunos como Karl Jaspers (filósofo existencialista y médico psiquiatra), Víctor Frank (fundador de la logoterapia) y Erich Fromm (autor de El arte de amar) se estudien tanto en las escuelas de filosofía como en las de psiquiatría. Preguntas 1.- ¿Te parece que los humanos podemos vivir sin un mínimo de normas éticas? ¿Por qué? 2. - Una persona conduce un auto pequeño por una carretera de doble sentido. De pronto se encuentra con una vaca en su carril, pero justo cuando va a esquivarla pasándose al otro carril, se atraviesa un niño pequeño ¿Cómo reaccionaría la mayoría de los conductores? 3. ¿Atropellaría al niño? ¿Se estrellarían contra la vaca, sabiendo que puede matarse en el choque? La reacción del conductor, ¿es un acto humano libre o un acto reflejo del hombre? 4. ¿Qué papel juega la televisión como difusora de modelos de comportamiento moral? 5. ¿Están los jóvenes preocupados por resolver sus problemas morales a través de la reflexión y el estudio o prefieren las respuestas fáciles?