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INSTITUCION EDUCATIVA SAN JOSEMARIA ESCRIVA DE BALAGUER
AREA DE CIENCIAS SOCIALES-GRADO OCTAVO
DOCENTE: OLGA PATRICIA JIMENEZ BARRAGAN
FECHA: FEBRERO 27 –MARZO 3-2017
CLASE No.10-11-12
OBJETIVO: ENTENDER EL PROCESO DE LA FORMACION DE LAS NACIONES EUROPEAS Y SU
INCIDENCIA EN LA CONQUISTA Y COLONIZACION DE AMERICA
TEMA: FORMACION DE LAS NACIONES EUROPEAS
ACTIVIDAD: REALIZAR LA LECTURA, SUBRAYAR LAS PALABRAS DESCONOCIDAS, BUSCAR SU
SIGNIFICADOY ELABORACION DEL CUADRO SINOPTICO
EL MUNDO EN 1492
The middle age was over. At least that was the general conviction of Europe in the late
fifteenth century. Of course, they were unaware that the aftermath of this "half-time"
between the golden age of Greco-Latin and the new age of humanism would last a few
centuries. But the truth was that between 1475 and 1492 took place processes that were
developed from the decade of 1320. Europe recovered of a serious general crisis: the
catastrophes of the wars, especially of the Hundred Years; The continuing plagues that
killed a third of the European population and its inevitable economic consequences; The
resurgence of the Turks and the tearing of the Church with the Great Schism. Geography,
political organization and mentality changed radically in comparison with the first years of
the fourteenth century.
La edad media había terminado. Al menos ese fue el convencimiento general de Europa a finales
del XV. Por supuesto, ignoraban que las secuelas de este "tiempo medio" entre la edad de oro
grecolatina y la nueva era del humanismo se prolongaría unos cuantos siglos más. Pero lo cierto
fue que entre 1475 y 1492 se concretaron procesos que se desarrollaban desde la década de 1320.
Europa se recuperaba de una grave crisis general: las catástrofes de las guerras, especialmente la
de los Cien Años; las continuas pestes que dieron muerte a una tercera parte de la población
europea y sus inevitables consecuencias económicas; el resurgimiento de los turcos y el
desgarramiento de la Iglesia con el Gran Cisma. El ámbito geográfico, la organización política y la
mentalidad cambiaron radicalmente en comparación con los primeros años del siglo XIV.
La expansión también fue empujada por la intensificación del comercio entre las ciudades
italianas y Flandes. El punto obligado de escala fueron los puertos portugueses, que crecieron en
importancia. Con el apoyo de los regentes de la casa de Avis, sus navegantes exploraron
minuciosamente el Atlántico bordeando África, otro mundo totalmente nuevo: el Atlántico se
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convirtió en importante centro de actividad comercial. En 1471, los portugueses lograron la
"hazaña" de traspasar el Ecuador, y en 1487 Bartolomé Días, dobló el Cabo de las Tormentas, en
el extremo sur de África. El comercio con Oriente, que buscaba tapices, sedas, perfumes, metales,
piedras preciosas y especias fundamentales para la conservación de los alimentos, quedó abierto
mediante la circunnavegación del continente africano.
Mientras el expansionismo inundaba la conciencia de algunas naciones, en otras se rompía con la
tradición monárquica medieval: aparecieron y se consolidaron los primeros estados nacionales.
Hasta entonces el poder del rey estaba supeditado a la nobleza y limitado por el alto clero, cuando
no se encontraban los reinos atomizados en numerosos feudos independientes. Ahora las
monarquías entraban en una etapa de centralización del poder. Uno de los primeros casos lo
protagonizó Castilla, el reino más grande y poderoso de la península ibérica. Desde la formación
de una conciencia nacional, buscó la unión con Aragón y Cataluña, lo que se concretó con el
matrimonio de Fernando e Isabel en 1469. En adelante, su política fue la confiscación de tierras,
la creación de un ejército y la limitación de los derechos de las ciudades. Así se consolidó el poder
real en la Península, se controló el poder de los señores feudales y se ejerció presión sobre los
reinos más pequeños y débiles. La fase final sobrevino a partir de 1480, cuando se adelantó la
guerra contra Granada, último reducto del Islam en España.
La predicación de una cruzada contra "herejes" musulmanes y judíos, a finales del siglo XV, afianzó
la conciencia nacional. Los reyes contaron con el apoyo del papado, que para combatir más
eficazmente a los enemigos comunes instaló la Inquisición en España, en 1478. Su importancia fue
grande: dio un sentido religioso a la reunificación, que finalizó en 1492 con la expulsión de moros
y judíos. Con este acto, España abrió dos caminos a las pretensiones expansionistas de la nueva
monarquía: África, tras la derrota de los musulmanes, y el interior de Europa. Meses más tarde se
sumaría un tercer camino inesperado: las Indias Occidentales. En principio, se prefirió la
expansión sobre Europa, centrando intereses sobre Italia, donde Aragón poseía Sicilia, Cerdeña y
el reino de Napóles. El obstáculo fue Carlos VIII de Francia, que tenía la misma ambición.
Francia estaba en posición de disputar la hegemonía con España, porque también a finales del
siglo XV se consolidó como potencia. Terminada la guerra de los Cien Años contra Inglaterra en
1453, Francia había quedado devastada, arruinada en su comercio y con varios ducados en manos
de señores feudales, que no querían someterse a la autoridad del rey. Luis XI inició la unificación
al conquistar el feudo rebelde más importante: el de Carlos el Temerario, duque de Borgoña. La
victoria le permitió anexarse también el Artois, la Picardía y el condado Franco. Después,
mediante herencias, logró el Maine, Anjou y Provenza. Paralelamente desarrolló un comercio
interior y exterior que beneficiaba la Corona y también a la burguesía, que le había prestado
apoyo. Más tarde se incorporó la ciudad de Marsella, el trampolín para iniciar la conquista de
Italia y del Mediterráneo.
Un tercer caso de consolidación nacional fue Inglaterra. Finalizada la guerra de los Cien Años,
estalló el conflicto de las Dos Rosas en 1455. Esta vez los actores fueron dos ciudades que luchaban
por el poder: York y Lancaster. La dinastía de Lancaster tenía el respaldo de los señores feudales,
mientras que la casa de York actuaba con ayuda de una nobleza aventurada en el tráfico comercial
con productos agrícolas y ganado ovino. Después de treinta años, el agotamiento militar, social y
económico abrió campo a nueva dinastía: los Tudor. Coronado en 1485, Enrique VII abrió el
período de la reorganización del reino. Su proyecto era impedir que otras familias ocuparan el
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puesto de las que habían salido derrotadas de la guerra de las Dos Rosas: limitó las funciones y el
poder del Parlamento, cuyas actitudes continuaban siendo feudales. La monarquía reemplazó el
ordenamiento social y económico feudal.
El mapa europeo en 1492 mostraba tres estados unificados: Francia, Inglaterra y España. Otras
naciones formadas en el medioevo aspiraban a pequeños intentos de consolidación, pero, en
realidad, estaban desintegrados en su interior. Fue el caso del Imperio Romano-Germánico, cuyo
trono ocuparon los Habsburgo en 1438. La decadencia se consumó por la oposición entre los
Príncipes Electores y el carácter hereditario del poder. La política tendía a contener la
descomposición del Imperio, pero éste aún estaba lejos de la unificación. Por su parte, Italia se
encontraba desperdigada entre pequeñas repúblicas, ducados, reinos y ciudades independientes,
algunas incluso dentro de los mismos Estados Pontificios.
En Europa oriental, los intentos de unidad estuvieron encabezados por Polonia, que desde el siglo
XIV venía buscando la unión con el gran ducado de Lituania. A pesar de los tropiezos con el
principal obstáculo, la Orden Teutónica, en 1477 Casimiro, duque de Lituania, reunió las dos
coronas. Pero el escaso control sobre las fronteras, las dietas provinciales y la presión de los
nobles no favorecieron la creación de un poder realmente sólido. Otros estados orientales como
Hungría, Moldavia, Besarabia y Serbia sucumbieron ante el empuje de los turcos, que tras la toma
de Constantinopla se apropiaron de buena parte de los Balcanes.
Por su parte, el gran principado de Moscú inició con Iván III el desalojo definitivo de los mongoles,
lo que facilitó la centralización del poder y el establecimiento de relaciones con la Europa
occidental. También a finales de este siglo se inició la identificación con Rusia. Moscú, Estado
ortodoxo independiente, se convirtió en la Tercera Roma, reemplazando a Constantinopla. Lo
cierto fue que ninguno de estos estados de Europa central y oriental lograron una unificación
territorial o de poder sobre una base nacional: el orden feudal aún se imponía.
El panorama de transformaciones estuvo acompañado por el llamado Renacimiento. Aunque su
epicentro fue la Italia de la segunda mitad del siglo XV, pronto invadió la mayor parte de Europa.
Sus alcances populares no fueron grandes, se circunscribió a la creciente burguesía con el apoyo
de sectores nobles. El humanismo del siglo anterior creó las circunstancias favorables para la
recuperación de la antigüedad clásica. Su búsqueda, estudio y traducción, animó la necesidad de
profundizar en el conocimiento erudito, que en esta época era casi una actividad exclusiva de la
Iglesia. El conocimiento se volvió laico y se constituyó en una nueva espiritualidad que
estructuraba una sociedad profana.
Bajo la influencia de la burguesía, el interés se centró en la reivindicación de los valores
individuales del hombre, lo que se expresó en todos los campos del conocimiento. Este
antropocentrismo, que reemplazaba el teocentrismo, se caracterizó por su tendencia a crear una
universalidad, es decir, el rechazo de lo particular en pos de un ensanchamiento de la óptica
cultural y de la igualdad del hombre. Desde esta misma posición, intentó expresar los valores
propios de una sociedad en proceso de transformación, lo que representaba una clara ruptura con
los valores feudales.
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En esta larga y contradictoria lucha entre la afirmación de las monarquías, la persistencia de los
feudos y la aparición de nuevas ideas, el pontificado se robusteció al convertirse en un centro
unificador. La situación fue sorpresiva, porque a lo largo del siglo las circunstancias lo habían
debilitado: las secuelas del papado en Avignon, junto con el Gran Cisma que duró hasta 1417,
mermaron la autoridad pontificia. La recuperación fue lenta, pero a finales del siglo XV la relación
medieval entre poder temporal y espiritual se estabilizó con un reparto efectivo de poderes entre
el Papa y los reyes que habían consolidado sus monarquías. El pontificado entró en un proceso de
"modernización" de su estructura y para ello apeló a su fortalecimiento militar y económico por
medio de la recaudación del impuesto para hacer efectiva la decadente cruzada contra los turcos.
Esto lo convirtió en blanco de las apetencias de las diversas familias dominantes, que
sucesivamente se alternaron en el pontificado. El fortalecimiento papal en los asuntos temporales
no implicó necesariamente la recuperación de la Iglesia. Ni los largos concilios ni las intrigas
lograron superar la crisis interna que preparó el camino de la Reforma, pues se hizo evidente el
descuido de las tareas propias de su función religiosa.
Estos signos de decadencia de la Iglesia repercutieron profundamente en las creencias populares,
que desviaron su centro de atención del dogma cristiano para buscar nuevas fuentes espirituales.
Para finales de siglo, la piedad hacía énfasis en el culto mariano y en las indulgencias, pero no
dejaba de ser supersticiosa. En el centro y occidente de Europa apareció lo que la Iglesia llamó
brujería, con un ingrediente nuevo: el culto al demonio. En España se concentró la persecución
sobre criptojudíos, criptoislamitas y gitanos, que prácticamente acababan de entrar a Europa.
También en centro y oriente de Europa, los últimos estertores de las herejías medievales daban
qué hacer: en Alemania y Bohemia aún sobrevivían laboristas. utraquistas, miembros de la Unión
de Hermanos y valdenses, contra quienes hubo cruzada en 1487; o aparecieron otros como el
movimiento de Nikiashausen y la Reforma de Segismundo. Una característica los unía: el
milenarismo o la creencia de la inminente segunda venida del Cristo con su Juicio Final, lo que
complementaron con propuestas "heréticas": negación del trabajo, espiritualización de la vida
cotidiana, igualdad entre los hombres, regreso a la iglesia primitiva y pobreza.
El milenarismo se constituyó en una de las características más importantes de estos finales de
siglo. El mismo Colón se creía elegido por Dios para ser el portador del cristianismo a los
"bárbaros" de Oriente, antes de la hecatombe final. El desembarco en el Nuevo Mundo confirmó
su creencia, pues Mateo (24,14) lo había profetizado: "Se proclamará este Evangelio del Reino en
el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin...".
Título: Europa: expansión y Estados Nacionales
Autor: Borja Gómez, Jaime Humberto, 1962TOMADO DE: http://www.banrepcultural.org/node/32892