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Ser brasero de amor allí donde estás (RISL 2013)
En su hermoso libro titulado “¿Dónde corres? ¿No sabes que el cielo está en ti?”, Christiane
Singer escribe:
En nuestro universo contemporáneo, condenado totalmente al mercantilismo y a la
insignificancia, lo que se trata a toda costa (de verdad a toda costa) de evitar, es la
profundidad y la intensidad. Todo está colocado, construido, inventado, arreglado,
producido, distribuido para apartar del amor y servir de muralla a su expansión
incendiaria.
No es, claro, el amor quien se encuentra amenazado por ello. Lo que es amenazado, es
nuestra facultad de amar. (…) Nuestra sociedad no llegará a extirpar el amor de la
Creación como no legará a apagar la Vía láctea, pero conseguirá, aunque parezca
imposible, extirparse a sí misma. Lo que está amenazado, es nuestra participación en el
concierto, no el concierto. (…)Al reducir el campo vibratorio del amor en nuestras vidas,
somos nosotros que nos expulsamos fuera del campo de los Vivos (P. 49-50)
I. A LAS RAÍCES DEL AMOR
Nosotros, humanos del siglo 21, estamos siempre tentados de empezar por la acción,
porque muchas veces, sólo estimamos la acción. Para nosotros, amar, es ante todo, y a
veces exclusivamente actuar. Olvidamos entonces que la acción es como un fruto que
parece al árbol que lo lleva. “No podemos coger buenos frutos en un árbol malo’, dice
Jesús. Tenemos que ir a las raíces incluso del actuar que harán que este actuar sea fruto
del amor o fruto de la indiferencia o del egoísmo.
Los ojos, el corazón, las manos y los pies
Persiguiendo la comparación del árbol, podríamos decir que las raíces profundas del
amor son los ojos o la mirada, que sus ramas y su sabia son la emoción – lo que
conmueve, o pone en movimiento – y por último el fruto que produce es la acción.
Es exactamente este movimiento que podemos ver en el Evangelio. Así, en san Lucas,
viendo la viuda que va a enterrar a su hijo único, Jesús lo ve, luego se conmueve, y actúa
(Lc 7, 11-13)
“Aconteció que poco después Él fue a la ciudad que se llama Naím. Sus discípulos y una
gran multitud le acompañaban. Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí
que llevaban a enterrar un muerto, el único hijo de su madre, la cual era viuda.
Bastante gente de la ciudad la acompañaba. Y cuando el Señor la vio, se compadeció
de ella y le dijo: --No llores. Luego se acercó y tocó el féretro, y los que lo llevaban
se detuvieron. Entonces le dijo: --Joven, a ti te lo digo: ¡Levántate! Entonces el que
había muerto se sentó y comenzó a hablar. Y Jesús lo entregó a su madre.” (Lc 7,
11-15)
. También, Marcos cuenta:
“Y se fueron en la barca ellos solos a un lugar despoblado. Pero los vieron marchar y
muchos los reconocieron. Y corrieron allá a pie de todas las ciudades y llegaron incluso
antes que ellos. Al desembarcar vio Jesús, una gran multitud y tuvo compasión de
ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor. Entonces comenzó a
enseñarles muchas cosas. Como la hora era ya muy avanzada, sus discípulos se
acercaron a Él y le dijeron: --El lugar es desierto, y la hora avanzada. Despídelos para
que vayan a los campos y aldeas de alrededor y compren para sí algo que comer. El les
respondió y dijo: --Dadles vosotros de comer. Le dijeron: ¿Que vayamos y compremos
pan por doscientos denarios, y les demos de comer?” (Mc 6, 32-37)
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Veamos pues estos tres movimientos del amor: ver, estar conmovido, actuar, o para
referirnos a nuestro cuerpo por el cual se expresa el amor: los ojos, el corazón, luego las
manos y los pies.
1. Los ojos. Primero tenemos que cambiar nuestra mirada sobre el otro. Tenemos que
convertir nuestra mirada si queremos que nuestros gestos también se conviertan. Convertir
su mirada, es entrar en la mirada que Cristo llevaba sobre los demás. Cristo veía en los
demás no unos ricos o unos pobres, unos pecadores o unos ricos, unos viejos o unos
jóvenes. Veía en los demás unos hijos de Dios, pero unos hijos muchas veces engañados o
heridos. La mujer adúltera no es una pecadora que hay que eliminar, sino una pobre oveja
que ha buscado la vida y la felicidad en donde no pude estar. Zaqueo no es un rico malo a
despreciar, sino un hombre herido que busca su curación acumulando los bienes y
probando su poder. Entonces, la primera pregunta a plantearme si quiero amar no es “que
voy hacer”, sino “cómo veo al otro y a los demás.”
2. El corazón. En los dos relatos que hemos visto más arriba, los evangelistas subrayan
que Cristo esta conmovido, sorprendido. El verbo empleado “splanknosômaï” viene de la
palabra griega splankna: entrañas. Es una emoción muy intensa que compromete todo el
ser. Lucas empleará el mismo verbo para describir lo que se pasa en dos personajes de la
parábola: el buen samaritano está conmovido, al ver el estado del hombre medio muerto
en el, camino de Jericó. El padre del hijo joven está conmovido al ver volver a casa a su
hijo.
Estar emocionado, turbado, es dejarse alcanzar por el otro en lo más íntimo de sí mismo.
Así, Cristo se deja alcanzar y emocionar por la viuda de Naín, y luego, toca el ataúd de su
hijo.
3. Las manos y los pies. Una vez que la mirada de Jesús se ha colocado en el otro por mi
propia mirada, una vez que he dejado al otro alcanzarme, que la emoción ha puesto mi ser
en movimiento, que lo ha movilizado, entonces, la acción germina muy naturalmente.
Sentiré en mí una necesidad de actuar. La mirada y la emoción producirán fruto en la
acción. ¿Qué actuación? Tomamos como ejemplo la parábola del buen samaritano.
Contrariamente al sacerdote y al levita, el samaritano sabe ver como Dios. Sabe estar
conmovido a la manera de Dios. Y al final, diría, actúa… como humano, es decir con lo que
tiene: ¡aceite y vino! Tenemos siempre que actuar con lo que somos y lo que tenemos. Si
espero ser doctor en sociología o psicología, o haber amontonado una fortuna que permite
establecer una ONG, nunca actuaré. Actúo con lo que soy (Ejemplo del Padre Guindon
sobre el puente…)
Voy citando aquí otra vez Christiane Singer:
Cada gesto que haces puede abrirte o cerrarte una puerta. Cada palabra que farfulla un
desconocido puede ser un mensaje que te está dirigido. A cada instante, la puerta
puede abrirse sobre tu destino y por los ojos de cualquier mendigo, puede hacer que el
cielo te mire. El instante cuando te has desviado, como por cansado, hubiera podido ser
lo de tu salvación. No sabes nunca. Cada gesto puede desplazar una estrella.
Esta certeza que todo, tan mínimo en apariencia y en cada instante, pueda estar unido
a la cara escondida del mundo, transforma radicalmente la vida. La niebla de la
insignificancia se ha quitado. (P. 45)
II. UNA CALIDAD FUNDAMENTAL DEL AMOR: EL REALISMO
Tentación constante de amar al otro, pero una imagen que nos hemos hecho, un ideal…
Pero la primera calidad del amor, es ser realista, es decir amar a aquel o aquella que está
allí ante mí, y no una imagen que me hago del otro. Ejemplo de Raquel que lee un
romance vivido por Arlequin contando el amor apasionado de un conde Enrique de Neuville
y de la pequeña Lison. ¡Casa a un hombre, llamado Enrique, pero espera de él lo que el
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conde daba a Lison! ¡Cuando se pide a alguien lo que no puede dar, eso impide
recibir lo que se puede ofrecer! Si un hombre pide a su esposa de darle lo que su
madre le ha dado, estará posiblemente decepcionado.
En el Evangelio: el del jueves santo, Jesús dice: “Uno de vosotros me traicionará.” Pedro,
enseguida: “¡Yo Señor, nunca jamás!” Jesús dice: “Pedro, te conozco: eres frágil. Antes
que el gallo pueda cantar una vez, tendrás el tiempo de traicionarme tres veces. Pero
luego, nos encontraremos de nuevo, y seguiremos caminando juntos.” Amor realista de
Jesús: no se hace ninguna ilusión sobre Pedro, pero le ama en su debilidad. Amor realista
de Cristo para mí…
“El amor sin verdad es ilusión, la verdad sin amor es condenación.”
III. LOS RIESGOS DEL AMOR
Amar, es peligroso, corremos riesgos cuando amamos: riesgo de ser explotado, de
sufrir, de ser incomprendido, de estar decepcionado. Pero el mayor riesgo, es no amar,
porque entonces pasamos al lado de la vida. El ser humano está hecho para amar y lleva
en sí la marca de Dios, que es Amor. Sí, no amar, es no ver la vida.
Ejemplo de la tía-abuela Rebecca. Ella y su vecina La señora Hurtubise gana el primer
premio por haber hecho una manta a punto de bebé. Rebecca da la suya a su nieta que
hace de ella su “doudou” (cariño), duerme con ella todos los días, la gasta hasta la cuerda.
¡La Sra. Hurtubise, guarda la suya envidiosamente, en el fondo de su cajón, pero descubre
un día que está apolillada! No tenemos elección: nuestra vida se desgasta, roída por la
vejez y la enfermedad. Tenemos una elección, una única: ¡para mí solo, o para dar calor,
ternura! “En efecto, quien quiere salvar su vida, la perderá; pero quien pierde su vida por
mí, la salvará.” (Lc 9, 24)
Dios mismo se ha arriesgado a amar… y lo ha sufrido. Cf. Oseas: corría detrás de sus
amantes, y a mí me olvidaba” (Oseas 2, 15) Cristo en cruz, víctima de su amor para la
humanidad.
IV. ¿Qué hay en un corazón que ama?
¿Qué hay en un corazón que ama? ¿Qué tenemos que llevar en nuestro corazón para
acertar en nuestros amores? Lo descubrimos mediante cinco objetos simbólicos.
1. El cheque en blanco, símbolo de la confianza. Sin la confianza, el amor es imposible.
La confianza, tan preciosa, y tan fácilmente rota.
2. Los papeles-pañuelos o la bufanda de seda, símbolo de suavidad; Se necesita mucha
suavidad en una relación. Bajar de tono, no dramatizar una situación tener humor.
3. La llave, símbolo del compartir. Lo más difícil a compartir, es el tiempo. ¡Si comparto
mi casa, mi chalé, el otro no se queda con ello! Pero el tiempo que doy al otro es un
don total: no volverá nunca.
4. El teléfono: la comunicación, es el alimento de base del amor.
5. El borrador, símbolo del perdón. Somos seres humanos y por consiguiente débiles.
¡Perdonar al otro de ser humano! Inevitablemente, nos hacemos daño, decepcionamos al otro. Sin perdón, ningún amor puede sobrevivir.
6. La cruz. San Juan ha escrito: “Quien no ama no ha descubierto a Dios, porque Dios
es amor.” “Dios es amor: El que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios
permanece en Él.” (1 Jn 4, 8.16) El que ama a Dios está en él. Y el que está con
Dios está vinculado a la fuente misma de todo amor. De Dios, aprendemos el arte de
amar y recibimos la fuerza de amar.
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Dejemos Montfort guiarnos para contemplar la fuente de todo amor: Cristo en su pasión:
28. ¡Ay! Lo prenden y lo atan y encadenan,
y lo muelen a golpes despiadados,
lo clavan en la cruz, lo crucifican,
y su Corazón tan manso como siempre.
34. El Padre celestial oye su ruego,
y mira que atraviesan su costado,
de donde brota en anchuroso río
agua, sangre y amor no contenidos.
35. Por fin se abrió este Corazón de fuego,
este incendio de amor, por fin, se abrió,
para tender un puente generoso
al corazón del hombre pecador.
36. Lo alivian al herirlo de ese modo,
que el fuego le consume el Corazón,
la lanza tiende un puente por do pase
hasta el pecho del pobre pecador.
(Cántico 41, versículos 1, 19, 28, 34-36)
Georges Madore, smm
10 de agosto 2013
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