Download Artículo aparecido en la página 57 del la revista Selecciones del

Document related concepts
no text concepts found
Transcript
Artículo aparecido en la página 57 del la revista Selecciones del mes de
noviembre de 1947.
CURACIONES POR HIPNOTISMO
(Condensado de “Collier’s”)
Por Daniel P. Mannix
En la primavera de 1943, un destructor de los Estados Unidos echó a pique
un submarino alemán cerca de la costa de Delaware, y por milagro logró salvar al
capitán. Los jefes de la armada norteamericana necesitaban urgentísimamente
información que sólo el capitán de un submarino alemán podía darles, y creyeron
que quizá fuera posible hacer hablar a éste hipnotizándolo.
Llamaron a Howard Klein, que es uno de los hipnotizadores profesionales
más notables de los Estados Unidos y que a la sazón pertenecía al cuerpo médico
del ejército. Había prestado servicios muy eficaces a tocólogos, dentistas y
oculistas, y colaborado con psicólogos en el tratamiento de desórdenes nerviosos.
Agentes del servicio secreto llevaron a Klein a la base naval de Norfolk, en
Virginia, donde lo aguardaban algunos jefes superiores de la armada, que
dudaban mucho de que al capitán alemán pudiera hipnotizársele contra su
voluntad. Condujeron a Klein a un cuarto donde el capitán se restablecía
lentamente de los efectos del narcótico que se le había dado, y se hallaba aún en
estado semiconsciente. Klein se sentó al lado de él y principió a hablarle queda y
suavemente.
“Yo no quería –dijo después- que el hombre se diese cuenta de que se
trataba de hipnotizarlo, y con mucha naturalidad le dije: -Usted debe estar muy
fatigado. Haga por dormirse. Respire a pulmón lleno, que eso lo calmará y le
ayudará a conciliar el sueño”.
Menos de tres minutos después el capitán estaba en un estado de hipnosis
profunda. Entonces empezó el interrogatorio. Cuando el capitán principió a hablar,
los jefes ordenaron a Klein que se retirase enseguida; pero pronto tuvieron que
volver a llamarlo, porque el capitán comenzaba a despertarse de la hipnosis.
Terminado el interrogatorio, uno de los jefes dijo: “Con este nuevo sistema de
hipnotismo ya no hay secretos”.
Durante los últimos años se ha reavivado mucho el interés por el
hipnotismo. Verdad es que la mayor parte de los facultativos de buen criterio
desconocen el valor medicinal de la hipnosis. Pero quizá en el cercano porvenir el
dentista pueda impedir por sugestión hipnótica que el paciente a quien le empasta
una muela sienta dolor alguno. De igual modo lo sugestión hipnótica puede ayudar
a los que deseen abandonar el vicio del licor o del tabaco. A la mujer que desee
adelgazar, el hipnotizador puede hacerle perder el gusto por comidas feculentas.
La hipnosis ha curado a niños que sufrían de defectos varios, como tartamudez y
ojos bizcos. Muchos tocólogos creen que puede utilizarse para impedir los dolores
del parto. Gran número de personas que sufren de insomnio y no hallan alivio en
los narcóticos, lo hallan en la hipnosis.
Pero todos los psiquiatras con quienes hablé del asunto han empezado por
decirme: “No crea usted ni diga que el hipnotismo es una panacea. En los
tratamientos psiquiátricos rara vez se usa por sí solo. En uno que otro caso es
sumamente útil, pero por lo común no lo es”.
Klein, bajo la dirección de un oculista, hipnotizó a quince niños bizcos. Tres
de ellos se mejoraron muy notablemente; en los otros no hubo ni la mínima
mejoría.
El hipnotismo se ha mirado siempre como fuerza misteriosa y siniestra. Los
hipnotizadores de teatro convierten con frecuencia en hazmerreír a la persona a
quien hipnotizan. Naturalmente, el público sospecha de ellos. Pero los hombres
del calibre de Klein son hipnotizadores profesionales de un tipo nuevo. Han
estudiado concienzudamente el hipnotismo como ciencia, y sinceramente creen
que los psicólogos, cuando aprendan a manejarlo, hallarán en él un nuevo auxiliar
de sumo valor.
Klein ha hecho varias demostraciones sorprendentes. El 4 de octubre de
1941 causó una sensación internacional probando que es posible hipnotizar a un
radioyente por conducto de la radio. Siempre había sostenido que los anuncios
comerciales corrientes de las radiodifusoras son puras niñerías, y que un buen
hipnotista podía hacer que los radioyentes enloquecieran de entusiasmo por una
nueva pastilla de jabón o una nueva píldora y salieran en volandas a comprarlas.
Pidió a Dave Elman, director de un programa de radio cuya difusión presenciaba
en el estudio un público numeroso, que le permitiese probar su método en un
grupo de espectadores tomados al acaso. Elman convino. Puso a varios de ellos
en una casilla de vidrio, con un radiorreceptor, y dejó que Klein les perifonease
desde otro cuarto. Elman se colocó cerca de la casilla, e iba describiendo al
público, por la red difusora, los movimientos y acciones de los hipnotizados a
medida que ocurrían.
“Ver a esos hombres y mujeres entrar en estado hipnótico al oír la voz de
Klein –decía después- es una de las cosas más sorprendentes que he visto en mi
vida. Klein podía hacerlos reír, llorar o ver objetos y sucesos que él les sugería.
Cuanto él decía lo creían a pie juntillas. Si le hubiéramos permitido que radiara al
público por la difusora, no hay duda de que habría hipnotizado a gran parte de la
población de los Estados Unidos. Después de eso, apareció en la red de la BBC
de televisión un hipnotizador inglés, el cual produjo resultados tan sorprendentes
que Inglaterra promulgó una ley prohibiendo a los hipnotizadores ejercer su
profesión por medio de la radio”.
Klein dice que hay dos clases de hipnosis: la informal y la formal. La
hipnosis informal es la que ocurre todos los días sin que la gente se dé cuenta de
ella. Los monótonos anuncios comerciales de radio en que de continuo se expresa
una idea en unas mismas palabras, o el arrullo que la madre canta repetidamente
hasta hacer dormir a su niño, son variedades de hipnosis informal determinada por
el poder de la sugestión.
La hipnosis formal depende para su acción del “estado o sueño hipnótico”,
que el hipnotizador produce mediante la sugestión y el esfuerzo ocular. Los
hipnotizadores de antaño producían el esfuerzo ocular ordenando al paciente que
clavara sus ojos en los de ellos. En realidad, los ojos no tienen ningún poder
hipnótico. Los hipnotizadores modernos hacen que quien va a ser hipnotizado fije
los ojos en una moneda reluciente o en un punto brillante colocado en el techo. A
fin de facilitar la relajación muscular y nerviosa, lo hacen respirar con regularidad a
pulmón lleno.
Algunos médicos creen que la hipnosis entorpece el ánimo consciente,
dando mayor libertad al inconsciente. Éste se halla tan acostumbrado a recibir
órdenes de aquél y cumplirlas, que mecánicamente obedece cualquier otra orden
que oye. Esta explicación parece tan racional como las otras que se han dado.
Una persona profundamente hipnotizada puede abrir los ojos, hablar, reír y
andar. El hipnotizador domina no sólo el ánimo sino también todo el sistema
nervioso del hipnotizado. En éste puede avivarse el sentido del oído hasta el punto
de que oiga la caída de un alfiler a más de treinta metros de distancia.
Si a un hipnotizado se le dice que le es imposible sentir dolor, se dejará
hacer una operación complicada y normalmente dolorosa. Una persona
hipnotizada puede contraer las venas y arterias y detener la hemorragia de una
herida. Klein exhibe a veces ejemplos de este sorprendente poder del hipnotismo.
Después de hipnotizar a una persona le hace una incisión en ambas manos, las
cuales, naturalmente, empiezan a sangrar. Luego le dice que detenga la
hemorragia en una de ellas. La hemorragia cesa al instante en esa incisión, pero
no en la otra. Enseguida le dice que deje otra vez sangrar la primera incisión y
detenga la hemorragia en la segunda. El hipnotizador obedece al punto.
Los médicos están empezando a servirse de la hipnosis para hacer que sus
pacientes dominen los movimientos involuntarios del sistema muscular. Un
oculista distinguido de Filadelfia, que no quiere que su nombre se divulgue a
causa de las preocupaciones reinantes en contra del hipnotismo, ha empleado a
Klein para que lo ayude en el tratamiento de algunos niños. “Hace poco –dicelogramos mejorar a un muchacho de diecisiete años que bizcaba hasta el punto de
no poder leer sino las letras grandes de diez centímetros de la escala
oftalmométrica. Klein lo hipnotizó, y luego le dijo que iba a acercarle poco a poco
las letras de la escala. A medida que, según creía él, las letras se le acercaban, el
muchacho iba pasando de las más grandes a las más pequeñas, leyéndolas sin
dificultad, hasta llegar a la quinta línea. Lo más maravilloso de todo es que,
cuando salió de la hipnosis, siguió viendo tan bien como antes de salir de ella”.
El oculista opina que la hipnosis ayudó al chico a relajar los músculos de los
ojos, y que sus buenos efectos persistieron en virtud de la llamada “sugestión
post-hipnótica”.
En sus exhibiciones públicas, Klein suele usar, para fines de demostración,
una forma inofensiva de sugestión post-hipnótica. Dice, por ejemplo, al
hipnotizado: “Cuando usted despierte, sentirá un deseo irresistible de vender
periódicos. Agarrará un paquete de periódicos y tratará de hacerle comprar uno a
cada espectador. Este deseo le pasará cuando yo grite: ¡Cero!”.
El hipnotizado, al despertar, no tiene ni el más mínimo recuerdo de la
sugestión. Sin embargo, al cabo de unos pocos minutos se pone muy inquieto, y al
fin dice: “Los diarios traen hoy una gran noticia, que todo el mundo debe leer”.
Acto continuo coge un paquete de periódicos que Klein ha dejado en el escenario,
y corre entre el público gritando “¡Extra! ¡Extra!” Cuando Klein le da la orden, se
detiene, mira en torno azorado, y se sienta.
Todo el mundo es más o menos susceptible a la hipnosis; pero hay persona
que inconscientemente se resisten a “dormirse”. La susceptibilidad de una persona
puede variar de una hora a otra. Klein, por lo común logra hipnotizar casi al
setenta por ciento de las personas que se someten a su tratamiento. Las que
sufren de ansiedad e inquietud emocional son muy propensas a la hipnosis. Por
eso es que los oradores políticos impetuosos tienen comúnmente buen éxito en
tiempos de zozobra nacional.
Aunque hay excepciones, es regla general que a una persona no puede
hipnotizársela contra su voluntad. Un hipnotizado no hace nada contrario a sus
normas morales, ni nada que le sea peligroso. A una mujer no puede seducírsela
hipnotizándola. El hipnotizador no puede hacer que una persona hipnotizada se
arroje por una ventana. Yo he sido testigo de varios hechos de esta clase. Una
joven a quien en la hipnosis se le dijo que ejecutara un acto inmodesto, despertó
enseguida con un sentimiento vago de enojo. Un hombre de negocios hipnotizado
a quien se le dijo que firmara un cheque en blanco, resistió la sugestión por largo
rato, y al fin firmó con garabatos ilegibles.
No es cierto que haya casos en que el hipnotizador sea incapaz de
despertar al hipnotizado. Aun cuando el hipnotizador muriera de repente, el
hipnotizado volvería a su estado normal después de un sueño corto.
El doctor M. M. LeVine, dentista de Filadelfia, emplea a Klein para
hipnotizar a pacientes que tienen aversión al gas y a las inyecciones
hipodérmicas. “Además –dice- en algunas personas no se forma un coágulo
normal de sangre después de una extracción, de donde resulta que cicatrizan muy
lentamente. La hipnosis es el anestésico perfecto para las personas a quienes
pueda hipnotizarse fácilmente”.
Un psiquiatra de Baltimore me dijo que se servía de la hipnosis, pero
reservadamente. “Si todo el mundo lo supiera, de continuo irían pacientes a mi
oficina a pedirme una sugestión post-hipnótica para dormir, con la misma
naturalidad con que van a la botica y piden un par de aspirinas para el dolor de
cabeza. Por supuesto, yo podría darles la sugestión hipnótica; pero antes de
hacerlo querría saber por qué no dormían bien. De lo contrario sería como darle
cloroformo a un hombre que se ha roto una pierna, sin tratar de reducírsela”.
Artículo copiado textualmente por Carlos Marulanda Echeverri.