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Transcript
Universidad Don Bosco
Introducción a la Teología
P. Rafael Sánchez
Tema 2- Unidad II
San Agustín: su teología. El tema del pecado y la antropología.
San Agustín: el tema del pecado y la antropología1.
1. Vida
San Agustín de Hipona (354-430), es el más grande de los Padres de la Iglesia y uno de los
más eminentes doctores de la Iglesia occidental, nació en el año 354 en Tagaste (Argelia
actual). Su padre, Patricio, un pagano de cierta estación social acomodada, que luego de
una larga y virulenta resistencia a la fe, hacia el final de su vida se convierte al
cristianismo. Mónica, su madre, natural de África, era una devota cristiana, nacida de
padres cristianos. Al enviudar, se consagró totalmente a la conversión de su hijo Agustín.
Lo primero que enseñó a su hijo Agustín fue a orar, pero luego de verle gozar de esas
santas lecciones sufrió al ver cómo iba apartándose de la Verdad hasta que su espíritu se
infectó con los errores maniqueos y, su corazón, con las costumbres de la disoluta Roma.
«Noche y día oraba y gemía con más lágrimas que las que otras madres derramarían junto
al féretro de sus hijos», escribiría después Agustín en sus admirables Confesiones. Pero
Dios no podía consentir se perdiese para siempre un hijo de tantas lágrimas. Mónica
murió en Ostia, puerto de Roma, el año de 387, asistida por su hijo.
Juventud y estudios:
Agustín se educó como retórico en las ciudades norteafricanas de Tagaste, Madaura y
Cartago. Entre los 15 y los 30 años vivió con una mujer cartaginesa cuyo nombre se
desconoce, con quien tuvo un hijo en el año 372, llamado Adeodatus, que en latín significa
regalo de Dios.
Contienda intelectual:
Inspirado por el tratado Hortensius de Cicerón, Agustín se convirtió en un ardiente
buscador de la verdad, que le llevó a estudiar varias corrientes filosóficas. Durante nueve
años, del 373 al 382, se adhirió al maniqueísmo, filosofía dualista persa, muy extendida en
Cfr. R. TREVIJANO, Patrología, Madrid: BAC, 1998, pp. 292-309; Cfr. B. MONDIN, Dizionario dei teologi, Bologna:
Edizioni Studio Domenicano, 1992, pp. 11-38.
1
aquella época por el imperio romano. Su principio fundamental es el conflicto entre el
bien y el mal, y a Agustín el maniqueísmo le pareció una doctrina que parecía explicar la
experiencia y daba respuestas adecuadas sobre las cuales construir un sistema filosófico y
ético. Además, su código moral no era muy estricto; Agustín recordaría posteriormente en
sus Confesiones: «Concédeme castidad y continencia, pero no ahora mismo».
Desilusionado por la imposibilidad de reconciliar ciertos principios maniqueistas
contradictorios, Agustín, abandona la doctrina y decide por el escepticismo. En el año 383
se traslada de Cartago a Roma, y un año más tarde se va a Milán como profesor de
retórica. Allí se mueve en círculos neoplatónicos. Allí también conoce al obispo de la
ciudad, al gran Ambrosio, la figura eclesial de mayor renombre por santidad y
conocimiento de aquel momento en Italia. Ambrosio le recibió con bondad y le ilustró en
las ciencias divinas. Y así, poco a poco, renace en Agustín un nuevo interés por el
cristianismo. Su mente, tan prodigiosa, inquita y curiosa, va descubriendo la Verdad que
hasta ahora le había eludido, sin embargo, vacilaba en su compromiso por debilidades de
la carne, temía comprometerse porque sabía que tendría que reformar su vida disoluta, y
dejar atrás muchos gustos y placeres que tanto le atraían. Rezaba a menudo, «Señor,
dame castidad, pero no ahora». Pero un día, según su propio relato, escuchó una voz,
como la de un niño, que le decía: Tolle et legge (toma y lee). Pero, al darse cuenta que
estaba completamente solo, le pareció inspiración del cielo y una exhortación divina a leer
las Santas Escrituras. Abrió y leyó el primer pasaje que apareció al azar: «…no deis
vuestros miembros, como armas de iniquidad al pecado, sino ofreceos más bien a Dios
como quienes, muertos, han vuelto a la vida, y dad vuestros miembros a Dios como
instrumentos de justicia. Porque el pecado no tendrá ya dominio sobre vosotros, pues que
no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia» (Rom 13, 13-14). Es entonces cuando Agustín se
decide, y sin reserva, se entrega en alma y cuerpo a Dios, siguiendo su ley y explicándola a
otros. A los 33 años de edad recibe el santo bautismo en la Pascua del año 387. Su madre
que se había trasladado a Italia para estar cerca de él, se llenó de gran gozo.
Agustín, ya convertido, se dispuso volver con su madre a su tierra en África, y
juntos se fueron al puerto de Ostia a esperar el barco. Pero Mónica ya había obtenido de
Dios lo que más anhelaba en esta vida y podía morir tranquila. Sucedió que estando ahí en
una casa junto al mar, por la noche, mientras ambos platicaban debajo de un cielo
estrellado de las alegrías que esperaban en el cielo, Mónica exclamó entusiasmada : «¿Y a
mí que más me puede amarrar a la tierra ? Ya he obtenido mi gran deseo, el verte
cristiano católico. Todo lo que deseaba lo he conseguido de Dios». Pocos días después le
invadió una fiebre y murió. Murió pidiendo a su hijo «que se acordara de ella en el altar
del Señor». Murió en el año 387, a los 55 años de edad.
Obispo y teólogo:
Agustín regresó al norte de África y fue ordenado sacerdote el año 391, y consagrado
obispo de Hipona (ahora Annaba, Argelia) en el 395, a los 41 años, cargo que ocuparía
hasta su muerte. Fue un periodo de gran agitación política y teológica; los bárbaros
amenazaban el imperio romano llegando incluso a saquear a Roma en el 410, y el cisma y
la herejía amenazaban internamente la unidad de la Iglesia. Agustín emprendió con
entusiasmo la batalla teológica y refutó brillantemente los argumentos paganos que
culpaban al cristianismo por los males que afectaban a Roma. Combatió la herejía
maniqueista y participó en dos grandes conflictos religiosos, el uno contra los donatistas,
secta que sostenía que eran inválidos los sacramentos administrados por eclesiásticos en
pecado. El otro, contra los pelagianos, seguidores de un monje británico de la época que
negaba la doctrina del pecado original. Durante este conflicto, que duró por mucho
tiempo, Agustín desarrolla sus doctrinas sobre el pecado original y la gracia divina,
soberanía divina y predestinación. Sus argumentos sobre la gracia divina, le ganaron el
título por el cual también se le conoce, Doctor de la Gracia. La doctrina agustiniana se
situaba entre los extremos del pelagianismo y el maniqueísmo. Contra la doctrina de
Pelagio mantenía que la desobediencia espiritual del hombre se había producido en un
estado de pecado que la naturaleza humana era incapaz de cambiar. En su teología, los
hombres y las mujeres son salvos por el Don de la Gracia Divina. Contra el maniqueísmo
defendió con energía el papel del libre albedrío en unión con la gracia.
Agustín murió en Hipona el 28 de agosto del año 430.
Algunas de sus frases:
«Si queréis recibir la vida del Espíritu Santo,
conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad
para llegar a la eternidad».
«Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva...¡Tarde te amé!
Tú estabas dentro de mí y yo fuera..., y por fuera te buscaba...».
«Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón
estará insatisfecho hasta que descanse en Tí...».
«La medida del amor es el amor sin medida...».
2. Obras:
La importancia de San Agustín entre los Padres y Doctores de la Iglesia es
comparable a la de San Pablo entre los Apóstoles. Como prolífico escritor, apologista y
brillante estilista.
Su obra más conocida es su autobiografía Confesiones (400), donde narra sus
primeros años y su conversión.
En su gran obra apologética La Ciudad de Dios (413-426), formula una filosofía
teológica de la historia, y compara en ella la ciudad de Dios con la ciudad del hombre. De
los veintidós libros de esta obra diez están dedicados a polemizar sobre el panteísmo. Los
doce libros restantes se ocupan del origen, destino y progreso de la Iglesia, a la que
considera como oportuna sucesora del paganismo.
Sus otros escritos incluyen las Epístolas, de las que 270 se encuentran en la edición
benedictina, fechadas entre el año 386 y el 429.
Sus tratados:
- De libero arbitrio (389-395),
- De doctrina Christiana (397-428),
- De Baptismo, Contra Donatistas (400-401),
- De Trinitate (400-416),
- De natura et gratia (415),
- Retracciones (428)
y homilías sobre diversos libros de la Biblia.
3. Pensamiento
3.1 Pensamiento Teológico:
San Agustín es el máximo exponente de la teología en la época patrística y uno de
los máximos representantes de todos los tiempos. Sobre todo nos ha dejado su herencia
en dos grandes temas: la gracia y la Trinidad; en estos temas su aporte ha sido sustancial y
decisivo.
Para san Agustín la tarea de la teología es realizar un intellectus fidei (una
inteligencia de la fe) en la razón (ratio) y por obra de la razón misma. Esta tarea es legítima
y conveniente y necesaria. Legítima porque la revelación no tendría ninguna utilidad si no
fuera escuchada y comprendida; es conveniente porque Dios no desprecia en nosotros lo
que él mismo nos ha dado: la razón para apreciar lo que nos conceda por la fe.
La teología también es necesaria para defender la fe de los ataques de los paganos
y de las aberraciones de los herejes. Por tanto, la teología no es sólo una tarea personal
sino más bien eclesial.
La teología se distingue de la filosofía y de las otras ciencias humanas y naturales
sobre todo por su objeto, que son las verdades misteriosas reveladas por Dios por boca de
los Patriarcas, de los Profetas y conclusivamente por boca de Cristo y de sus apóstoles. Se
distingue todavía más por su criterio de verdad: que no es la racionalidad y la evidencia de
un acierto, sino la autoridad de quien lo dice.
Para san Agustín la autoridad da a la fe (y a la teología) una certeza absoluta, que
ningún procedimiento racional puede dar. Hay que reconocer que la conversión de
Agustín del maniqueísmo a la Iglesia católica fue esencialmente una conversión del
racionalismo a la fe.
San Agustín tiene plena confianza en la autoridad de las Sagradas Escrituras y de la
Iglesia.
La Escritura tiene autoridad divina y, por tanto, infalible, verdadera, suma y
segura. Y de igual autoridad goza la Tradición y la Iglesia. San Agustín cree en la Tradición
apostólica e insiste sobre todo, como la había hecho Ireneo, en su antigüedad y en su
universalidad.
Fundamento último de la teología (y principio supremo) es la fe, por tanto la
autoridad. Pero la fe por sí sola no constituye todavía la teología, aunque basada en una
sólida autoridad. Sólo el intellectus fides, la inteligencia, la comprensión de eso que se ha
escuchado por autoridad, realiza la ciencia teológica. Ciertamente para salvarse basta con
la fe simple. Sin embargo, la prioridad absoluta de la fe no excluye el trabajo del
intellectus, es más lo reclama sobre todo en las personas cultas.
También se necesita de otro principio: la ratio, con todos sus recursos
intelectuales. Los instrumentos son ante todo hermenéuticos, es decir, conocer la lengua,
el estudio de la historia sagrada y profana, conocer las reglas de la hermenéutica: sobre
todo el sentido literal y alegórico. Además recomienda la dialéctica y la filosofía.
El método practicado por san Agustín para realizar el intellectus fidei es
necesariamente un método «de lo alto», como la exige la ciencia teológica, la cual no
establece sus propios principios, sino que los recibe de una ciencia superior, la ciencia
divina, que se ha complacido de revelarse a la humanidad en el curso de la historia de la
salvación. Su procedimiento no es de tipo argumentativo, sino más bien introspectivo,
interiorista.
En el trabajo teológico san Agustín distingue tres momentos: bíblico (exposición y
reconstrucción de las enseñanzas de la Escritura), dogmático (exposición de las
enseñanzas de la Iglesia en los Concilios y en las tradiciones), explicativo (explicación
racional y defensa argumentada de la doctrina católica ante los ataques de los herejes).
Esto correspondería a la actual división: teología bíblica, dogmática y apologética.
Además, san Agustín afirma que las virtudes indispensables para hacer teología
son: fe, esperanza y caridad.
3.2 Algunos temas especiales de su teología:
a) El misterio del pecado, de la gracia y la justificación
En el campo de la antropología teológica, Agustín pone su atención sobre todo en tres
cosas: el pecado original, la gracia y la justificación. A él se debe una sustancial
clarificación de estos tres temas principales de la doctrina cristiana. Agustín se siente
obligado a aclarar estos temas por la polémica contra Pelagio2, quien prácticamente los
negaba.

La doctrina del pecado original: es una doctrina que tiene un puesto especial en la
Iglesia desde tiempos de Ireneo, Tertuliano y Orígenes. Pero hasta que Pelagio la
puso en duda, diciendo que el pecado de Adán le causó daño sólo a él y no a todo
el género humano. Agustín responde con tres argumentos principales:
- La enseñanza de la Sagrada Escritura (Génesis y San Pablo);
- La práctica litúrgica del bautismo de los niños, basado sobre la convicción de que
vienen al mundo en estado de pecado;
- La experiencia universal del mal y del dolor, una experiencia que supone
claramente una culpa común de la cual todo hombre es responsable.
Para Agustín esta doctrina del pecado original es sumamente difícil de
comprender, y no se atreve a dar todos los detalles de la naturaleza de este
pecado (sólo dice: concupiscentia cum reatu, donde consupiscencia es la
inclinación del ánimo a posponer los bienes eternos a los bienes temporales; y
reato es la privación de la vida divina, privación culpable a causa del vínculo
ontológico que une a todos los hombres con el que está a la cabeza de la
humanidad, Adán). Contra Pelagio, que pretendía reducir el pecado original a la
imitación del mal ejemplo de Adán, Agustín subraya la participación efectiva, real y
profunda de la misma culpa de Adán, de todos sus descendientes, y no sólo como
imitación como pensaba Pelagio.
Agustín está tan convencido de la íntima, profunda, directa y sustancial
participación de toda la humanidad en el pecado de los progenitores y que
«depués del pecado del primer hombre, han nacido y nacen los hombres en la
carne infectada del pecado» (Epist. 143,5), que está incluso dispuesto a aceptar la
doctrina del traducionismo, según la cual el alma de los hijos deriva del alma de los
Pelagio era un monge del siglo V que negaba el pecado original y la gracia de Cristo. Junto con el
abogado Celestio, sostenían las siguientes tesis: a) Aún si Adán no hubiera pecado, habría muerto; b) el
pecado de Adán lo perjudicó sólo a él, no a la humanidad entera; c) los niños recién nacidos se
encuentran en el mismo estado que Adán antes de la caída; d) la humanidad entera ni murió a través
del pecado o de la muerte de Adán, ni resucitó a través de la resurrección de Cristo; e) la ley mosaica es
tan buena guía para el cielo como el evangelio; f) Antes de la venida de Cristo hubo hombres que se
mantuvieron sin pecado.
Fue condenado en el Concilio de Cartago y Mileve, en 416, confirmado el año siguiente por el Papa
Inocente I. Pelagio engañó al próximo papa, Zósimo, quien al principio lo exoneró, pero pronto (418) el
papa se retractó.
2
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progenitores por propagación; esto lo dice por explicar la transmisión del pecado
original a los descendientes de Adán (Epist. 143,8; 166,4).
La elaboración agustiniana de la doctrina sobre el pecado original es uno de los
puntos principales de la teología católica. A la cual Santo Tomás sólo dará algunos
retoques, poniendo el acento en sobre la ausencia de la gracia santificante,
prevista y querida por Dios para todos los hombres (S. Theol. I/II, qq. 81-83).
La doctrina de la justificación: Agustín es el principal artífice de esta doctrina; es
paralela a la doctrina del pecado original. Pelagio, negando el pecado original,
había llegado a afirmar la autojustificación con el buen uso del libre albedrío y el
cumplimiento de buenas obras. Agustín, afirmando las consecuencias del pecado
original, también afirma que la causa de nuestra justificación es Dios, no la buena
voluntad, las obras buenas o la práctica de las virtudes. La causa efectiva de la
justificación es Cristo Jesús. La obra de Cristo en nuestro favor, contiene dos
aspectos:
- Uno negativo: la liberación del pecado;
- Otro positivo: la gracia, la divinización del hombre mediante la participación a la
vida divina.
Hablando de la justicia de Dios que se ha manifestado, Agustín aclara que no se
trata de la justicia con la cual es justo Dios mismo, sino de la justicia con la cual
Dios nos hace justos a nosotros.
La gracia: el fruto de la justificación es la gracia; Agustín es por antonomasia el
«doctor de la gracia». Esta reflexión la realizón contra los donatistas3 primero y
luego contra los pelagianos.Dios es el autor único de la gracia. La gracia es una
ayuda de Dios para obrar el bien agregado a la natura y la cultura (adiutorium bene
agendi adiunctum naturae atque doctrinae); se trata de una ayuda interior,
admirable, inefable. Consiste en una inspiración del amor. Dos son los obstáculos
principales que impiden la caritas o sea la gracia:
- la ignorancia de la mente
- y la debilidad de la voluntad.
Y la ayuda de la gracia consiste precisamente en remover estos dos obstáculos. De
todos los frutos que la gracia produce en quien la recibe el más importante es la
divinización del hombre por obra de Jesucristo, el hombre-Dios.
El misterio de la predestinación: Dios, ¿a quién concede su gracia? Este es uno de
los puntos más delicados y oscuros de la doctrina de San Agustín. Movido por la
polémica antipelagiana fue orientado a asumir una postura de rigorismo extremo.
Antes de la polémica antipelagiana, Agustín asignaba a la predestinación un
horizonte universal: todos los hombres son ordenados a la salvación; durante la
polémica con Pelagio, Agustín niega la voluntad salvífica universal de Dios…
Donatistas: apareció como un cisma en la Iglesia africana en el siglo IV, pero luego se convirtió en
herejía; duró un siglo. Su doctrina era simple: sostenían que la Iglesia visible esta compuesta solamente
de justos y santos y que los sacramentos son inválidos si se administran por un ministro indigno.
3
b) El misterio de la Trinidad:
La definición correcta del misterio de la Trinidad fue el resultado de algunos siglos
encendidos debates, de disputas, discusiones y de profundas reflexiones, de las cuales han
participados varios padres de la Iglesia (Orígenes, Atanasio, Basilio, Tertuliano, Hilario y
Agustín).
Tertuliano fue el primero en introducir algunos términos claves para la definición del
misterio trinitario, dando la terminología básica. Para definir las relaciones existentes
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo el usa la fórmula «una sustancia y tres personas».
Parece que él fue el primero en usar el término trinitas.
Las intervenciones de san Agustín en la clarificación del misterio trinitario ha sido
decisivo. Su grandeza de teólogo revela todo su esplendor en el estudio de este sublime
misterio, que por mérito de Agustín recibe su formulación definitiva.
Agustín tiene también el mérito de haber precisado el significado de algunos términos
claves como: persona, sustancia, hipóstasis. Mientras las Personas divinas son
perfectamente idénticas a nivel de esencia y de perfecciones absolutas, se distinguen a
nivel de relaciones.
Es célebre aquel intento de Agustín de explicar el misterio de la Trinidad usando la
imagen del alma (que es ya naturalmente imago Dei): la imagen más próxima se da en las
facultades: memoria, inteligencia y voluntad, que siendo perfectamente distintas, sin
embargo constituyen una única sustancia.
c) El misterio de Cristo:
La cristología es uno de los puntos en los cuales más se nota el desarrollo del
pensamiento de Agustín.
En un primer momento, interpreta la figura y la obra de Cristo en sentido
ejemplarístico, es decir, ver a Cristo como un maestro de verdades y como modelo para
seguir: Cristo es la luz que vence las tinieblas (Conf. 7,7,1).
Pero después, llega a una nueva comprensión del misterio de Cristo a la luz de la
causalidad eficiente: así reconoce en Cristo no sólo el modelo de la sabiduría, sino sobre
todo el artífice de nuestra salvación, el Salvador, el Redentor.
Agustín define la plena realidad teándrica de Cristo, manteniendo la perfecta
distinción de las dos naturalezas, en la unidad de la persona: no dos seres subsistentes y
unidos accidentalmente, sino un único ser, una sola persona, el Hombre-Dios.
Su preocupación principal está en afirmar la humanidad de Cristo: tiene cuerpo, alma y
mente. Conviene recordar que para Agustín que esta afirmación tiene una base teorética
fuerte: la aplicación rigurosa del principio según el cual sólo lo que ha sido asumido por
parte de Cristo ha sido salvado.
Por su realidad teándrica, Cristo está en la condición ideal para ejercer su función de
mediador y por tanto de redentor.
Sólo Cristo puede ejercer la satisfacción y la representación.
d) El misterio de la Iglesia:
En el tema eclesiológico también Agustín nos ha dado un gran aporte, ya sea en
cuestiones prácticas como en cuestión de pensamiento.
Combatió con heroísmo herejías que ponían en peligro a la Iglesia, como la herejía del
donatismo y el pelagianismo.
Elabora modelos de Iglesia, en particular el modelo «político», que considera a la
Iglesia como pueblo de Dios; este modelo tendrá una gran influencia en la teología, en la
política y en la cultura en general en todo el Medioevo.
Según Agustín, la Iglesia es toda la humanidad salvado por Cristo y que forma con él un
único Cuerpo. A ella pertenecen «no sólo aquellos que se encuentran en un determinado
lugar, sino cuantos están dispersos por el mundo; no sólo aquellos que existen hoy, sino
aquellos que han existido y existirán, desde Abel hasta el fin del mundo» (Serm. 341).
Agustín distingue en la Iglesia varios modos de ser: celeste, terrestre; visible, invisible;
universal, particular, etc. Son modos de ser de una única realidad: la comunidad de
aquellos que gracias a la acción salvífica de Cristo se han convertido en hijos de Dios y
gozan o podrán gozar del premio de la vida eterna.
Importantísima sobre todo la distinción entre Iglesia visible e invisible…
Agustín también tiene muy claras las notas de la Iglesia: una, santa, católica,
apostólica. De entre ellas pone el acento en la unidad y la catolicidad.
Además confiesa abiertamente el primado de la Iglesia de Roma.
e) El misterio de la historia:
Del misterio de la historia ya se había hablado Orígenes en Los Prinicipios, sin embargo
su estudio era más una preocupación metafísica y no tanto histórica.
Agustín será el primer pensador cristiano que elabora una verdadera ciencia de la
historia y que trata de aclarar los principios que la regulan, el orden de los eventos
pasados y futuros, el sentido global que la anima y la guía. La obra en la que estudia este
tema difícil es De Civitate Dei. Tal escrito había surgido por una razón contingente: las
acusaciones que los paganos hacían con insistencia a los cristianos de ser la causa de la
caída del Imperio por haber traicionado la religión de sus padres.
Agustín responde a las acusaciones (primeros 10 libros);
Luego una tarea más amplia: el origen, desarrollo y sentido de la historia (libros XI—
XXII);
Origen: Dios, que crea los primeros hombres y luego los acompaña en su desarrollo. La
articulación se hace en dos ciudades, celestial y terrena, de Dios y de los hombres. El amor
de Dios y el amor de sí mismo están al origen de las dos ciudades.
Sentido: el sentido de la historia se da en la incesante y durísima dialéctica entre los
dos amores que han dado origen a las dos ciudades.
No se trata, sin embargo, de dos ciudades con vidas paralelas, como si se tratara de
realidades físicamente e históricamente divididas. «Las dos ciudades en este mundo están
mezclas una en la otra» (19,2).
Sentido: la dialéctica de las dos ciudades es orientada por Cristo hacia la plenitud de
los tiempos.
Los últimos libros son dedicados a los eventos escatológicos, a las realidades últimas.