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Homilía Promesas ADMA
Gratitud Nacional, 24 de julio 2012
P. Alberto Ricardo Lorenzelli Rossi
Queridos hermanos y Hermanas:
Celebramos la memoria de Virgen de Don Bosco en este Templo de María Auxiliadora, con
sentimientos de gratitud a nuestra Madre.
Quisiera, que esta Eucaristía expresara nuestra acción de gracias a Dios por la presencia de
María madre y maestra, bajo cuya guía y cercanía fue creciendo nuestra vida cristiana.
En esta advocación tan venerada y querida, María es la Auxiliadora de los cristianos, en quien
el Señor hizo grandes cosas para ser testigo fiel del amor de su Hijo. Desde el comienzo de
nuestra fe, Ella ha sido constantemente nuestro auxilio en el camino de la salvación: ya San
Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla, en el año 345 la llama “auxilio potentísimo”; y
San Sabas de Cesarea en el año 535 la invoca como “auxiliadora de los que sufren”.
Como leímos en el Evangelio de hoy, María salió a nuestro encuentro y por su intercesión
Jesús realizó en Caná el primer milagro en nuestro favor, haciendo que el agua se transforme
en vino.
Un verdadero signo de salvación, en el que anticipa su hora, que es el signo de la cruz y de su
pasión; pero también de su resurrección y de su gloria.
Su hora, dice Benedicto XVI, procede de Dios, está fijada en el contexto de la historia, y es el
comienzo de una nueva vida, para adorar a Dios en espíritu y verdad. (cfr. Jesús de Nazaret,
pg.297).
En la fiesta de Caná, junto a Jesús está María, y sus palabras decididas “hagan lo que Él les
diga”, tienen un valor para todos los cristianos, y también para nosotros. Nos mueven a una
profunda confianza en Jesucristo y a seguir sus pasos.
De este modo, como Madre nos auxilia para ser discípulos de Jesús, unida a su obra
redentora. De un modo particular nos enseña que el Señor exaltó a los humildes de corazón, y
por eso está muy cerca de ellos. Ella es la mujer elegida, cuya fe ejemplar sostiene a quien
perdió el rumbo de la vida, porque nos muestra que Dios hace cosas grandes, y su
misericordia se extiende sobre nosotros.
En la debilidad de la fe, Ella es nuestro modelo incondicional de adhesión a Jesucristo, y un
apoyo inquebrantable para hacer el bien y evitar el mal y el pecado.
Por esto, también está muy cerca de los que son más vulnerables en la prueba de la vida. Hoy
quienes más necesitan auxilio son los niños, los jóvenes, y los ancianos.
Todos ellos tienen su vida en juego, a los niños, se los ve en muchas periferias y poblaciones,
privados de lo necesario y corriendo el riesgo de un crecimiento infeliz, sin el calor de un
hogar. Los adolescentes y los jóvenes necesitan mayor orientación, y encuentran
tempranamente en sus vidas la encrucijada de los caminos, que los alejan del bien.
Finalmente los que ya son ancianos, muchas veces se los trata sin consideración y
frecuentemente están solos, por no decir abandonados.
Nosotros experimentamos en este día la invitación a ser como María, “auxiliadores” y
“auxiliadoras” de quien busca amparo y ayuda, y a poner bajo su protección a quienes más lo
necesitan. Queremos ser con María defensa de los más débiles.
La invitación es a confiar en María, con las palabras del salmo: “como un niño en brazos de su
madre”, y a ser generosos para que nuestros brazos se extiendan para defender la vida. Así su
auxilio poderoso, será también el nuestro.
Jesús es el Señor, quien nos hace encontrar el sentido más profundo de la vida y la plenitud
de su amor. Junto a Él está María, la Madre del autor de la vida, y nos invita a asociarnos
activamente en este llamado de auxilio. De este modo nuestra piedad filial será más creíble, y
nuestra propia fe de misioneros invitará a acrecentar la fe de los demás.
A Ustedes queridos Hermanos y Hermanas de ADMA que hoy hacen promesa de pertenecer
a la Familia Salesiana y a todos ustedes que renovarán las promesas les dejo tres indicaciones:
1. Admirar a María:
Entregarse a María como hijos es, ante todo, reflejarse en ella como en
un espejo, identificarse con ella, para dejar resonar los trazos del Hijo en vista del cual hemos
sido creados y destinados. Entregarse a María es admirarla en su persona y en sus virtudes y
desear ser como ella. Es contemplarla como a la criatura más bella, más buena, más
verdadera, más misericordiosa, más gloriosa y desear hacer nuestras sus facciones. Es
reconocer cuanto sea inimitable, y cabalmente por esto digna de nuestra imitación. Lo que
pasa con la madre en la vida natural, debe verificarse con María en la vida sobrenatural.
2. Imitar a María Ya lo hemos indicado: no basta admirar, hay que imitar. La admiración
debe llevar a la imitación. Admirar es importante, pero su verificación está en vivir. Una vida
sin la fascinación de la belleza es gris y aburrida, pero la fascinación sin el compromiso de la
vida es estéril y no lleva a nada. No se puede oír sin obedecer, escuchar la Palabra sin ponerla
en práctica: sería como construir una "casa sobre la arena" (Mt 7,26), sería "engañarse a sí
mismos"(St 1,22). María nos lleva al corazón de la fe: quien se entrega a María es educado a observar la
primacía de la Palabra y la práctica del Amor, a no perder la única cosa necesaria, sin
descuidar lo demás. María es la doctrina de Jesús hecha carne: a ella pueden ser aplicadas
todas las enseñanzas y las exhortaciones de Jesús: Evidentemente, contemplar e imitar a
María nos lleva a contemplar e imitar al Señor.
3. Entregarse a María Aquí es necesario comprender que la vida de gracia no es desarrollo
de cualidades innatas, sino libre y costoso desarrollo de un don. La vida cristiana es
adueñarse de la obra de la Redención, y María, Aurora de la Redención y Madre del
Redentor, es la primera y la mejor cooperadora en la empresa de nuestra vida nueva. Por
estas razones, considerar irrelevante a María es hacer abstracta la fe, es quitarle su terreno
familiar, es decir, eclesial. La apertura del corazón es la decisión de entregarse a María pese a los pecados, esclavitudes,
pasiones, debilidades que todavía dominan el alma. El alma se siente indigna, pero se abre a
María, es liberada de la opresión del corazón y ayudada a levantarse nuevamente. La mirada
puesta en María es para el pecador el inicio de la salvación.
La purificación del corazón es la obra que María, Virgen y Madre purísima, realiza en el alma
que a ella se entrega: la sostiene en el desapego del mal y en el combate contra las malas
inclinaciones que todavía la dominan y la obstruyen. El don del corazón es el verdadero y
auténtico ingreso en la entrega, y le permite a María revestir y adornar el alma con su
santidad, llegando a ser toda de María, el alma llega a ser toda de Jesús.
Entrados en el
corazón de María, he aquí los trazos concretos de la entrega, dirigidos todos ellos a la actitud
y decisión de una entrega total de la propia persona.
Consejos de San Juan Bosco a sus devotos
Cuando os vengan a visitar, o cuando escribáis a vuestros familiares decidles: Don Bosco os
asegura que si necesitáis alguna gracia digáis muchas veces María Auxiliadora, rogad por
nosotros y seréis escuchados.
Y que si alguno dice muchas veces con fe esta oración y la Virgen Poderosa no lo ayuda, me
comuniquen a mi esta noticia, y yo inmediatamente escribiré a San Bernardo en el cielo,
reclamándole que él cometió un grandísimo error cuando nos enseñó aquella oración que
dice: “Acuérdate oh Madre Santa -que jamás se oyó decir- que alguno te haya invocado sin tu
auxilio recibir”...Sí, le escribiré una carta muy fuerte a ese Santo pidiéndole explicaciones.
Pero estad seguros de que no necesitaré escribir esa carta; grabad en vuestra memoria esta
bella oración: María Auxiliadora, rogad por nosotros, para repetirla en todas las tentaciones,
en todos los peligros, en toda necesidad y siempre.
Mirad hace cuarenta años que vengo repitiendo a la gente que invoque a la madre de Dios y
que ella los ayudará. Y les digo que si alguno reza a la virgen y ella no lo ayuda venga y me
avise. Pero hasta ahora ni uno solo ha venido a decirme que perdió su tiempo rezándole a
Nuestra Señora. El mismo demonio ha tenido que retirarse, y ha fracasado, cuando las
personas empiezan a ser devotas de la Madre Celestial y ha llegado a no poder hacerles
cometer pecado mortal”.