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Arzobispado de Buenos Aires y toda Argentina
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Boletín dominical correspondiente al domingo 18 de enero de 2015
Vigésimo noveno domingo de Pentecostés
Los incontables leprosos
“¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?”
Homilía de Monseñor Siluan, Arzobispo de Buenos Aires y toda Argentina
La conducta de los nueve leprosos con el Señor después de su curación es parecida a la de numerosos cristianos quienes
se olvidan de la manifestación de la misericordia del Señor en su vida, y por lo tanto, se quejan o muestran indiferencia o
ingratitud hacia Él.
Rendir gloria a Dios, "Gloria a Ti, Señor" como cantamos en la divina liturgia, es una fórmula genérica y muy substancial
para todo cristiano. Pero aquí, la pregunta del Señor - “¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?” quiere decir más: el pronunciarlo está calificado por una referencia especial a Dios y entra, así, en una relación viva con Él.
El Señor, en aquel momento, mostró a los diez leprosos su complacencia. Es una complacencia presente ya desde ahora,
brindada para ser cumplida, sin duda o posibilidad de volver atrás: “Id y mostraos a los sacerdotes”. El evangelio afirma que
los diez quedaron limpios en el camino. Sin embargo, la conciencia de esta complacencia se reflejó solamente en el regreso
del décimo leproso, su postración ante el Señor y la manifestación de su agradecimiento. Era el único testigo, y por lo tanto
conciente, de la complacencia divina, mientras que los nueve lo podrían haber sido también. Su glorificación a Dios se hizo
en el marco de una celebración simple que describe el evangelio: “Volvió glorificando a Dios a grandes voces; y cayendo a sus
pies, rostro a tierra, le daba las gracias”.
Glorificar a Dios es la doxología (δοξολογία) en griego. Varios Padres de la Iglesia atribuyeron, de manera natural, este
conocimiento doxológico a los ángeles. El ángel es un “animal doxológico o himnológico”. Es la única forma de conocimiento
que conviene en cuanto es próxima a la divinidad, porque está contemplada y conocida como gloria y como gracia. Se trata
de un conocimiento que tiene la forma de una celebración. Doxología significa celebración. En griego, “doxa” (δόξα)
significa al mismo tiempo gloria y gracia. La “Ortodoxia” designa el reconocimiento de la verdadera gloria y de la verdadera
gracia. Rendir gloria y gracia a Dios señala, pues, el estado del conocimiento doxológico: quien agradece tiene el
conocimiento seguro y verdadero de la presencia de Dios.
Tener el conocimiento de la Verdad es degustar desde ahora a la vida eterna; y tomar conciencia de la presencia
vivificadora de la Gracia en nuestra vida se convierte en un agradecimiento: esto es el conocimiento doxológico. El
agradecimiento se refleja en nuestra vida por la alegría que se dibuja sobre nuestro rostro, un reflejo de la celebración que
vivimos en nuestro corazón. Por ello, reconocemos al Señor toda su gracia y le rendimos gloria en lo que la Iglesia llama la
“eucaristía”, la divina liturgia. Es el espacio por excelencia donde vivimos esta celebración de agradecimiento, y además,
compartimos la gracia de Dios y vemos su gloria, como lo expresamos al final de la misma: “Hemos visto la verdadera luz,
hemos recibido al Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe, adoremos a la Trinidad indivisible, pues Ella nos ha salvado”.
Quizás una mayoría pida agradecimiento por méritos, servicios, trabajos que hicieron a los demás. Pero Dios no nos lo
pide. Dios es amor, y el amor no pide recompensa. Lamentablemente, nosotros no cultivamos una atención y una
disposición propicia a lo que ocurre en nuestra vida. La falta de atención espiritual, la imperceptibilidad o la mala
interpretación de lo sucedido, la atribución del bien ocurrido a ciertas personas pero no a Dios, la actitud de consumo con
respecto a Dios y la subyacente inmadurez de nuestra relación con Él, todos estos factores concurren a que no nos demos
cuenta de todo el bien que acontece cada día en nuestra vida, no bendecimos como corresponde a Dios por su benevolencia,
tampoco sabemos vivir la divina liturgia como la celebración y la expresión, por excelencia, de nuestro agradecimiento.
Sí, el Señor quiere que prestemos mucha atención a la actitud del décimo leproso, no en el sentido de lograr Su propia
satisfacción, sino para que crezca en nuestra vida la felicidad, y que reflejemos ante la humanidad lo que la fe, la gloria y la
gracia desempeña en nuestra vida: la alegría en todo lugar y todo tiempo.
Ojala seamos testigos verdaderos de Dios ante los hombres de Su presencia entre nosotros. Amén.
Tropario de la Resurrección (Tono 7)
Destruiste la muerte con tu Cruz y abriste al ladrón el Paraíso; a las Miróforas los lamentos trocaste, y a tus Apóstoles
ordenaste predicar que resucitaste, oh Cristo Dios, otorgando al mundo la gran misericordia.
Tropario a los Santos Padres Atanasio y Cirilo (Tono 3)
Habiendo brillado por las obras de la recta fe; y extinguido toda opinión herética; se convirtieron, pues, en revestidos
del Triunfo. Y habiendo enriquecido a todos con la buena alabanza y embellecido la Iglesia con gran atavío; merecedores
encontraron a Cristo Dios, concediendo a todos, por sus oraciones, la gran misericordia.
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Kondakio (Tono 1)
¡Oh Cristo Dios!, Tú que por Tu Nacimiento santificaste el vientre virginal y bendijiste, como es digno, las manos de
Simeón; y ahora nos alcanzaste y nos salvaste. Conserva en la paz a Tu rebaño durante las guerras y afirma a los que Tú has
amado, porque eres el Único que amas a la humanidad.
Carta a los Hebreos (13:7-16)
Hermanos, acuérdense de quienes los dirigían, porque ellos les anunciaron la Palabra de Dios: consideren cómo
terminó su vida e imiten su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre. No se dejen extraviar por cualquier
clase de doctrinas extrañas. Lo mejor es fortalecer el corazón con la gracia, no con alimentos que de nada aprovechan a
quienes los comen. Nosotros tenemos un altar del que no tienen derecho a comer los ministros de la Antigua Alianza. Los
animales sacrificados, cuya sangre es llevada al Santuario por el Sumo Sacerdote para la expiación del pecado, son
quemados fuera del campamento. Por eso Jesús, para santificar al pueblo con su sangre, padeció fuera de las puertas de la
ciudad. Salgamos nosotros también del campamento, para ir hacia él, cargando su deshonra. Porque no tenemos aquí abajo
una ciudad permanente, sino que buscamos la futura. Y por medio de él, ofrezcamos sin cesar a Dios un sacrificio de
alabanza, es decir, el fruto de los labios que confiesan su Nombre. Hagan siempre el bien y compartan lo que poseen,
porque esos son sacrificios agradables a Dios.
Santo Evangelio según San Lucas (17:12-19)
En aquel tiempo, al entrar Jesús en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia
y, levantando la voz, dijeron: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” Al verlos, les dijo: “Vayan y muéstrense a los
sacerdotes.” Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios
en alta voz, y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, Le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra
Jesús y dijo: “¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a
Dios sino éste extranjero?” Y le dijo: “Levántate y anda; tu fe te ha salvado.”
¿A quién conmemoramos hoy?
A San Atanasios y San Cirilo de Alejandría
San Atanasios y San Cirilo fueron Arzobispos de Alejandría. Como sabios maestros de la verdad y defensores de la
Iglesia de Cristo comparten esta fiesta como reconocimiento a sus escritos dogmáticos que afirman la verdad de la fe
ortodoxa.
San Atanasios tuvo su labor durante el primer Concilio Ecuménico cuando era todavía diácono. Defendió la enseñanza
de que Jesucristo es consubstancial (homoousios) con el Padre y no una criatura como enseñaba en aquel entonces la herejía
arriana.
La mayor parte de su vida la pasó fuera de su Sede Episcopal debido a las maquinaciones de sus enemigos. Regresó
finalmente a su rebaño cuando ya se aproximaba el final de su vida. Sin lugar a dudas San Atanasios fue una estrella de la
fe ortodoxa y sus enseñanzas todavía hoy están vigentes. Durmió en el Señor en el 373. Recordamos su memoria también el
2 de mayo fecha en la que sus reliquias fueron trasladadas.
La edificación del templo de Dios en nosotros y en nuestros hermanos (2/7)
Por el Archimandrita Zacarías
Monasterio de San Juan Bautista en Essex, Inglaterra
Todas las palabras que proceden de Su boca son palabras de humildad, y cualquier palabra Suya aplicada en nuestra
vida produce en nosotros el espíritu de humildad y prepara nuestro corazón para recibir Su misericordia. Como Él dijo:
“Misericordia quiero, y no sacrificio” (Mt 9:13; 12:7), es decir, no quiero actos religiosos externos de piedad, quiero que tu
corazón sea capaz de abrirse para recibir Mi misericordia.
Cristo vino para los que están débiles y enfermos, y no para los que se contentan y están satisfechos con ellos mismos.
En otras palabras, con el fin de recorrer el camino del Señor, tenemos que tener celo espiritual. Este celo espiritual es un
fenómeno extraño, al igual que todas las obras de nuestro Dios. Su Evangelio es un Evangelio extraño en el sentido de que
no se parece a nada humano; es de otro mundo. San Pablo dice que este Evangelio no le fue dado por un hombre y que
tampoco fue hecho a medida del hombre, sino que es una revelación que vino a través de Jesucristo (Cf. Gal 1:11-12).
Por lo tanto, todas las palabras que hemos recibido del Señor nos han puesto en Su camino. Es importante situarnos en
este camino, sin importar cuán lejos estemos de Él, porque Él es el camino; Él se convertirá en nuestro compañero. En la
parábola de los talentos vemos que el siervo que ganó cinco talentos recibió cinco más, y el que ganó dos, recibió dos más.
Ambos recibieron el mismo elogio, la misma recompensa, porque lo importante es que se encuentren creciendo en el
camino, y así entran en el “crecimiento” eterno en Dios del que habla San Pablo en la Epístola a los Colosenses: “Pero no se
mantiene unida a la Cabeza que vivifica a todo el Cuerpo y le da cohesión por medio de las articulaciones y de los ligamentos, a fin de que
su crecimiento se realice en Dios” (Col 2:19).
Tenemos que ejercitarnos en este camino, y el Señor mismo es quien nos guía diciendo: “Tomen Mi yugo sobre ustedes y
aprendan de Mí, que Yo soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas” (Mt 11:29). Él no dijo: “Venid a mí, que
soy fuerte, poderoso y omnisciente”, sino que “soy manso y humilde”. Estas son las dos condiciones necesarias para que
caminemos acorde a Su caminar, de ser humildes y mansos con el fin de sacrificar nuestro ego, nuestro hombre viejo que se
levanta en contra de Dios desde el principio. Vemos, pues, que debemos aprender de Él la humildad y la mansedumbre.
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Por otra parte, las leyes que definen este camino del Señor son las Bienaventuranzas (Mt 5:3-12). Son un resumen de
todo el Evangelio y de la legislación que gobierna el camino. Incluso, cuando estudiamos matemáticas avanzadas, no
debemos olvidar la ley aritmética simple, que uno más uno son dos. De la misma manera, la base de esta legislación es la
pobreza evangélica espiritual: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de Dios”. Ante todo, debemos
ser siempre conscientes de nuestro vacío, de nuestra pobreza, de nuestra inutilidad, porque sólo entonces podríamos desear
superarlos. Esta primera bienaventuranza hace que la humildad y la abnegación se conviertan en el fundamento de nuestra
vida, es decir, reconocemos nuestra nada, nuestro pecado, nuestra inutilidad, que son reales y tratamos de superarlo.
Estos son los cimientos del templo de Dios en nosotros. Obviamente, cuando tenemos este tipo de bases sólidas
empezamos a construir sobre ellas. Luego sigue la segunda bienaventuranza, la segunda ley del caminar de Dios que dice:
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Lc 6:21). Aquellos que han asentado las bases y se encuentran de
pie ante Dios condenándose a sí mismos como indignos por su desgracia, seguramente derramarán lágrimas y lamentarán
la falta de vida que llevan dentro de sí mismos, que es el corazón que ha perdido la sensación de Dios. Llevamos dentro de
nosotros un cadáver; a menos que nuestro corazón se vivifique con la sensación de Dios. Creemos que estamos vivos sólo
por el hecho de tener una bomba dentro de nosotros que bombea sangre, sin embargo, llevamos dentro nuestro un cadáver.
Nuestro corazón está vivo sólo cuando tenemos la “paz que sobrepasa todo entendimiento” (Fil 4:7), como dice San Pablo, y
también la dulzura de la consolación divina.
Continúa la semana próxima
El Templo de la Iglesia
Por el Arcipreste Tomás Hopko
La mesa del Altar
El templo de la iglesia gira alrededor de la mesa del altar. La mesa del altar no se limita a simbolizar la mesa de la
última cena. Se trata de la presencia simbólica y mística del trono celestial y la mesa del Reino de Dios, la mesa de Cristo el
Verbo, el Cordero y el Rey de la vida eterna que es glorificado en toda la creación.
El Libro de los Evangelios está perpetuamente entronizado en la mesa del altar. Es allí donde le ofrecemos el “sacrificio
incruento” de Cristo al Padre, y desde allí recibimos el Pan de la Vida, el Cuerpo y la Sangre de la Cena de la Pascua del
Señor. Esta mesa es la “mesa del Reino de Dios” (Lc 13:29).
En la tradición ortodoxa la mesa del altar es a menudo de madera o de piedra tallada. Por lo general se la reviste con
coloridos paños para mostrar su carácter divino y celestial. Siempre debe ser una mesa simple de dimensiones
proporcionales, a menudo formando un cubo perfecto, y siempre independiente de modo que pueda haber gente alrededor.
En la mesa del altar se encuentra siempre el antimension. Esta es la tela que representa a Cristo en el sepulcro y contiene
la firma del obispo y es el permiso oficial a la comunidad local para reunir a la Iglesia. “Antimension” significa literalmente
“en lugar de la mesa”. Debido a que el obispo es el pastor propio de la Iglesia, el antimension se utiliza en lugar de la mesa
propia del obispo, que se encuentra, obviamente, en su propio templo, la Catedral, el lugar donde el obispo tiene su silla (la
Cátedra).
El antimension por lo general contiene una reliquia (normalmente una parte del cuerpo) de un santo que muestra que la
Iglesia está edificada sobre la sangre de los mártires y la vida de los santos de Dios. Esta costumbre proviene de la práctica
de la Iglesia de reunir y celebrar la eucaristía en las tumbas de aquellos que han vivido y muerto por la fe cristiana. Por lo
general, también una reliquia de un santo está incrustada en la misma mesa del altar.
También sobre la mesa del altar hay un tabernáculo, a menudo en forma de templo, que es el lugar destinado a contener
los dones de la eucaristía que se reservan para los enfermos y los moribundos.
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