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DOMINGO XXVIII
COMENTARIO DEL EVANGELIO
P. PEDRO ALURRALDE
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (17,11-19)
«Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba través de Samaría y Galilea. Al entrar en
un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y
empezaron a gritarle: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. Al verlos, Jesús les
dijo: “Vayan, a presentarse a los sacerdotes”. Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y
se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un Samaritano.
Jesús le dijo entonces: “¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde
están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?. Y agregó: “Levántate y
vete, tu fe te ha salvado”»
COMENTARIO DE LOS PADRES DE LA IGLESIA
«El Apóstol nos propone la ciencia del agradecimiento. Recuerden lo que hemos oído en la
lectura evangélica: cómo el Señor Jesús alaba al agradecido, reprueba a los ingratos, limpios
en la piel, pero leprosos en el corazón. ¿Qué dice el Apóstol? Es palabra fiel y digna de todo
crédito. ¿De qué palabra se trata? Que Jesucristo vino al mundo. ¿Para qué? Para salvar a los
pecadores. ¿Qué dices de ti? El primero de los cuales soy yo1. Quien dice: “No soy pecador?”, o:
“No lo fui” es ingrato para con el Salvador. No hay hombre de esta masa de los mortales que
proceden de Adán, no hay absolutamente ninguno, que no esté enfermo; ninguno está sano
sin la gracia de Cristo...
No pierdan la esperanza. Si están enfermos, acérquense a él y reciban la curación; si están
ciegos, acérquense a él y sean iluminados. Los que están sanos, denle gracias, y los que están
enfermos corran a él para que los sane; digan todos: “Vengan, adorémosle, postrémonos ante
él y lloremos en presencia del Señor, que nos hizo” (Sal 94,6) no sólo hombres, sino también
hombres salvados. Pues si él nos hizo hombres y la salvación, en cambio, fue obra nuestra,
algo hicimos nosotros mejor que él. En efecto, mejor es un hombre salvado que un cualquiera.
Si, pues, Dios te hizo hombre y tú te hiciste bueno, tu obra es superior. No te pongas por
encima de Dios; sométete a él, adórale, póstrate ante él, confiesa a quien te hizo, pues nadie
re-crea sino quien crea, ni nadie re-hace sino quien hizo. Esto mismo se dice en otro salmo:
“Él nos hizo y no nosotros mismos” (Sal 99,3). Ciertamente, cuando él te hizo nada podías
hacer tú; pero ahora que ya existes, también tú puedes hacer algo: correr hacia el médico, que
está en todas partes, e implorarle. Y para que le implores, ha despertado tu corazón; don suyo
es el que puedas implorarle: “Dios es quien obra en nosotros el querer y el obrar según la
buena voluntad” (Flp 2,13), porque para que tuvieras buena voluntad, te precedió su
llamada. Clama: “Dios mío; su misericordia me prevendrá” (Sal 58,11). Su misericordia te
previene para que existas, sientas, escuches y consientas. Te previene en todo; prevén también
tú en algo su ira. “¿En qué, dices, en qué?”. Confiesa que todo el bien que tienes procede de
Dios y de ti todo el mal. No le desprecies alabándote a ti en tus bienes, ni le acuses en tus
males excusándote a ti: en esto consiste la auténtica confesión»2.
LA MEMORIA DEL CORAZÓN
Un conocido maestro de la medicina, de raigambre humanista y cristiana, honraba en su
clase inaugural de cada año, a sus antecesores en la cátedra, y repetía a los alumnos esta
frase: “El agradecimiento es la memoria del corazón”.
En el relato evangélico de los diez leprosos, Jesús se compadece y cura a estos enfermos,
que podríamos asociar con los que padecen hoy el terrible flagelo de Sida.
Sólo un samaritano, que pertenecía a una etnia religiosa despreciada por los judíos de su
tiempo, regresa a agradecerle. Era un pecador que no había perdido lo que los antiguos
llamaban: la “memoria de Dios”.
1 Todos los textos precedentes en cursiva son cita de 1 Tm 1,15.
2 San Agustín de Hipona, Sermón 176,2. 5; trad. en Obras completas de san Agustín, Madrid, Biblioteca de Autores
Cristianos, 1983, t. XXIII, pp. 718 y 722-723 (BAC 443). Agustín nació en Tagaste, África del norte, el año 354. Luego
de un largo y, por momentos, penoso itinerario de búsqueda de la verdad, en la Vigilia Pascual del año 387 recibió el
bautismo. En todo este proceso su madre, Mónica, tuvo un influencia determinante. El obispo y el pueblo de Hipona lo
eligieron para el ministerio sacerdotal en el 391. En 395, el obispo Valerio lo eligió para su coadjutor, y a su muerte
Agustín ocupó la sede episcopal. Murió el 28 de agosto de 430. El Sermón 176 fue pronunciado el año 414.
Nosotros los hombres, podemos en asuntos materiales y espirituales, ser
desmemoriados e ingratos con quienes nos dieron una mano. Pero, con asombro y algo
de vergüenza, comprobamos que después de años y distancias, siguen existiendo
personas que se acercan a darnos una lección de gratitud.
No olvidemos nunca que la Eucaristía es el gran memorial de acción de gracias del Hijo
al Padre en el Espíritu.