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TEMA 1. EL LUGAR DE LA FILOSOFÍA EN EL CONJUNTO DEL SABER
1. Introducción
La filosofía se define etimológicamente como “amor al saber” o “deseo de saber” (philos: amor; sophía:
saber, sabiduría). Sin embargo, hay que ir más allá del mero significado etimológico. No solo el filósofo es
amante del saber, sino que también lo son el biólogo, el físico o el humanista (cada uno “ama” su parcela
de saber). Además, la filosofía no es solo un anhelo de saber, sino un saber que se alcanza en cierto grado.
¿Qué entendemos por saber? Por lo pronto, podemos decir que saber y conocimiento se oponen a
ignorancia. Quien sale de la ignorancia alcanza algún grado de conocimiento y algún tipo de saber. Sin
embargo, no todo conocimiento o saber es por sí mismo siempre verdadero. Hay saberes verdaderos y
saberes falsos. Además, los saberes, independientemente de su valor de verdad, se constituyen para
cumplir alguna función social, como la cohesión del grupo, el establecimiento de ritos de paso o la
determinación de los roles sociales. Debido a esta complejidad, será muy clarificador abordar qué son los
saberes y qué es la filosofía como saber, identificando primero el momento histórico en el que surgen,
clasificando los principales tipos de saber, definiendo cada uno de ellos y estableciendo sus relaciones
mutuas.
Conocimientos naturales y culturales
La primera diferencia que cabe establecer es entre aquellos conocimientos que se poseen de modo
“natural” y los que vienen dados a través de la “cultura”. Los conocimientos naturales son conocimientos
instintivos o innatos, como las invariantes conductuales y los universales lingüísticos. Estos conocimientos
se han desarrollado en función de nuestra evolución como especie.
Por su parte, los conocimientos culturales son adquiridos por aprendizaje social en el seno de un grupo
determinado y, en esa medida, son artificiales (artificial, aquí, significa que no derivan de la evolución de la
especie, sino de las tradiciones de un grupo social determinado).
Culturas bárbaras y culturas civilizadas
Los conocimientos culturales pueden graduarse desde los más primitivos y simples hasta los más
evolucionados y complejos. Los orígenes de la escritura marcan un punto de inflexión en la historia del
desarrollo de los conocimientos: 1) La escritura permite el almacenamiento de gran cantidad de
información; 2) esta información puede ser transportada físicamente de un lugar a otro; 3) al mismo
tiempo, la escritura posibilita la conservación puntual y precisa de conocimientos de nuestros antepasados
y el registro de los acontecimientos pretéritos; 4) por último, hace posible la “objetivación” del
conocimiento.
Siguiendo el materialismo filosófico de Gustavo Bueno, llamaremos “culturas bárbaras” a las culturas sin
escritura (ágrafas). Las culturas con escritura (y, por tanto, con historia) las denominaremos “culturas
civilizadas”. Las culturas civilizadas, habiendo desarrollado un procedimiento de registro de la información
hablada (la escritura), han acumulado una ingente cantidad de conocimientos propios y extraños. Las
sociedades bárbaras, por el contrario, disponen de mucha menos información, como consecuencia de los
límites impuestos por la transmisión oral. Las sociedades ágrafas son, además, sociedades aisladas,
autárquicas, cerradas. Por el contrario, las sociedades civilizadas son abiertas y cosmopolitas, sus
economías están basadas en el comercio y en el intercambio generalizado y, a partir de ellas, ha surgido la
sociedad universal en la que actualmente vivimos. Las culturas bárbaras se identifican con las sociedades
tribales prehistóricas y las de nuestros contemporáneos primitivos, tradicionalmente estudiadas por la
antropología cultural. Se trata de sociedades preestatales que no tienen historia. Las culturas civilizadas,
por su parte, florecen en sociedades estatales, donde una ciudad está en relación con otras muchas,
distantes geográficamente, a través del comercio. La historia, como disciplina distinta del mito, surge en
estas sociedades con escritura.
Las culturas bárbaras poseen unos conocimientos propios que se transmiten oralmente: los mitos, la
magia y la religión. Las culturas bárbaras también poseen conocimientos técnicos: fabricación de hachas,
canoas y utensilios, cerámica, metalúrgica, navegación de cabotaje, técnicas curativas mezcladas con
rituales mágicos, etc.
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Con el paso de las culturas bárbaras a las civilizadas, en el contexto helénico, surge un nuevo tipo de
saber esencialmente diferente a todos los anteriores: la ciencia. En contra de lo que a veces se dice, las
ciencias no surgen de un saber reflexivo abstracto desligado de los problemas prácticos. No son hijas de la
filosofía. Por el contrario, las ciencias se han constituido siempre a partir de saberes técnicos anteriores. Las
ciencias surgen de las técnicas. De la agrimensura, la geometría; del comercio y del intercambio, la
aritmética; de la navegación, la astronomía; de la selección de plantas curativas, la medicina, etc.
En el contexto de estos primeros saberes racionales críticos, las ciencias, se producirá el despliegue de
otro saber racional crítico, la filosofía, distinto de las ciencias. La filosofía se desarrolla al entrar en contacto
con las ciencias y las técnicas, pero su reflexión no se centra únicamente en los resultados de éstas, porque
también se hace cargo críticamente de los saberes bárbaros coetáneos: los saberes mitológicos, mágicos y
religiosos que, como supervivencias del periodo bárbaro, siguen existiendo incrustados en la civilización. La
filosofía supone el constante esfuerzo de dibujar el mapa de los conocimientos humanos, en cada
momento histórico, y el continuo intento de ubicarse racionalmente en ese mapa.
2. Saberes bárbaros: mitos, magia, religión y técnica
En las culturas civilizadas, el mito, la magia y la religión conseguirán sobrevivir en territorios marginales o
aislados del poder de la racionalidad crítica representada por la ciencia y la filosofía. No obstante, como
consecuencia del influjo de dicha racionalidad, estos saberes se verán obligados, en gran medida, a
remodelarse o transformarse en otros distintos. En el lugar que los mitos ocupaban, vendrán a
desarrollarse las ideologías; en el de la magia, las pseudociencias; y en el de la religión, o añadida a ella, la
teología. Por su parte, cuando el desarrollo de la ciencia adquiere la capacidad de intervenir sobre las
técnicas y remodelarlas a escala del saber científico, se desplegarán lo que conocemos como tecnologías.
Entre la técnica de construcción de medios de transporte de tracción animal o de fuerza natural (molinos
de viento, de agua, etc.) y la máquina de vapor o el vehículo de motor de explosión, puede medirse la
distancia que hay entre la técnica y la tecnología; ésta es técnica a la que se le ha aplicado un conocimiento
científico (termodinámica, química, etc.).
Veamos ahora en qué consiste cada uno de los saberes bárbaros.
Mitos
Los mitos se presentan en la forma de relatos poéticos o legendarios, transmitidos fundamentalmente
por vía oral, cuya aceptación descansa en la tradición. Explican el origen, organización y destino de la
comunidad cuya identidad intentan preservar (su surgimiento, su lengua, sus técnicas más importantes,
etc.), así como la totalidad de los fenómenos naturales relevantes en la existencia cotidiana de la misma (el
ciclo de las estaciones, la relación con los animales, las cosechas, las amenazas del medio, la enfermedad, la
muerte, etc.). Dan sentido, en definitiva, a la vida de los miembros de la comunidad.
Ejemplo: Mito de Perséfone.
Perséfone es hija de Zeus y Deméter (hija de Cronos y Rea, hermana de Zeus, y diosa de la
fertilidad y el trigo). Su tío Hades (hermano de Zeus y dios de los Infiernos), se enamoró de ella
y un día la raptó.
La joven se encontraba recogiendo flores en compañía de sus amigas las ninfas y hermanas de
padre, Atenea y Artemisa, y en el momento en que va a tomar un lirio, (según otras versiones
un narciso), la tierra se abre y por la grieta Hades la toma y se la lleva.
De esta manera, Perséfone se convirtió en la diosa de los Infiernos. Aparentemente, el rapto se
realizó con la cómplice ayuda de Zeus, pero en la ausencia de Deméter, por lo que ésta inició
unos largos y tristes viajes en busca de su adorada hija, durante los cuales la tierra se volvió
estéril.
Al tiempo, Zeus se arrepintió y ordenó a Hades que devolviera a Perséfone, pero esto ya no era
posible pues la muchacha había comido un grano de granada, mientras estuvo en el Infierno,
no se sabe si por voluntad propia o tentada por Hades. El problema era que un bocado de
cualquier producto del Tártaro implicaba quedar encadenado a él para siempre.
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Para suavizar la situación, Zeus dispuso que Perséfone pasara parte del año en los confines de
la Tierra, junto a Hades, y la otra parte sobre la tierra con su madre, mientras Deméter
prometiera cumplir su función germinadora y volviera al Olimpo.
Perséfone es conocida como Proserpina por los latinos.
La leyenda cuenta que el origen de la Primavera radica precisamente en este rapto, pues
cuando Perséfone es llevada a los Infiernos, las flores se entristecieron y murieron, pero cuando
regresa, las flores renacen por la alegría que les causa el retorno de la joven. Como la presencia
de Perséfone en la tierra se vuelve cíclica, así el nacimiento de las flores también lo hace.
Por otra parte, durante el tiempo en que Perséfone se mantiene alejada de su madre, Deméter
y confinada al Tártaro, o mundo subterráneo, como la esposa de Hades, la tierra se vuelve
estéril y sobreviene la triste estación del Invierno.
En el relato mítico entran en juego hazañas de héroes, designios de dioses (en un contexto politeísta) y
fuerzas naturales dotadas de caracteres antropomórficos y animistas. Estos “personajes” no pertenecen al
mundo cotidiano (al tiempo ni al espacio profanos), sino al mundo de lo sagrado y, generalmente, se
asocian a ritos de rememoración de los acontecimientos míticos situados en el “tiempo originario”, de
importancia fundamental para las sociedades arcaicas. Mientras el hombre actual se concibe a sí mismo
como el fruto o resultado de la historia, el hombre de las sociedades arcaicas se concibe a sí mismo como el
resultado de los acontecimientos míticos ocurridos en los tiempos primordiales y, por ello, se ve obligado a
reactualizar ritualmente estos hechos míticos o, por lo menos, a rememorarlos mediante sus prácticas
rituales.
Sin embargo, la finalidad principal del mito no estriba en la rememoración de un pasado originario y
fundacional, sino en la capacidad que tiene el relato de influir en el presente, ordenándolo, como una causa
importantísima de cohesión social. Las narraciones míticas tienen carácter simbólico: establecen, a través
de los acontecimientos puntuales que narran, pautas de comportamiento que deben seguirse como
normas y mandatos. Por eso, en las culturas bárbaras, los mitos, una vez aparecidos, no son prescindibles,
sino necesarios (hasta que son sustituidos por un saber más complejo en una cultura civilizada), para
garantizar la estabilidad y continuidad de la comunidad, señalando lo que está prohibido (tabúes
alimenticios o sexuales, etc.) y prescribiendo lo que ha de hacerse (ritos de paso, ceremonias religiosas,
jerarquía social a respetar, etc.).
Cuando analicemos el proceso de surgimiento de la filosofía, hablaremos del “paso del mito al logos”,
siguiendo la célebre fórmula de W. Nestlé. Dicha expresión tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Entre
las primeras, que permite captar la esencia del proceso que dio lugar al surgimiento de la filosofía en torno
al siglo VI a. C. en Grecia. Entre las segundas, que puede dar a entender que el mito es una forma de saber
que permanece completamente al margen del logos. Para evitar esta interpretación, es necesario aclarar,
desde el principio, que el mito no es enteramente irracional o pre-lógico. El mito tiene una racionalidad o
lógica interna, solo que distinta de la científico-filosófica, pero capaz de ordenar el sistema de la vida social
de la comunidad primitiva. En este sentido, el helenista G. S. Kirk ha llamado la atención sobre la posibilidad
de que la “racionalidad mitológica” hubiera transmitido a la razón científico-filosófica algunos de sus
modelos de pensamiento y, en especial, la importancia de la búsqueda del principio en las relaciones causaefecto. En este sentido, los mitos habrían descubierto el modelo de explicación genealógico. Dicho modelo
sería abandonado por la ciencia y la filosofía, pero la búsqueda del principio permanecería, sobre todo en la
primera fase del despliegue de la racionalidad filosófica representada por los presocráticos.
Ejemplo: Teogonia de Hesiodo.
Antes que nada nació Caos (el vientre, la matriz de la que surge todo), después Gea (la Tierra)
de ancho seno, asiento firme de todas las cosas para siempre, Tártaro (el Infierno) nebuloso en
un rincón de la tierra de anchos caminos y Eros (Amor y Deseo), que es el más hermoso entre
los dioses inmortales, relajador de los miembros y que domeña, dentro de su pecho, la mente y
el prudente consejo de todos los dioses y todos los hombre. De Caos nacieron Erebo (la
Oscuridad) y la negra Noche; de la Noche, a su vez, nacieron
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Éter (la Luz) y Día, a los que concibió y dio a luz, tras unirse en amor con Erebo. Gea (Tierra)
primeramente engendró, igual a sí misma, a Urano (el Cielo) brillante para que la cubriera en
derredor por todas partes y fuera un asiento seguro para los dioses felices por siempre.
Alumbró a las grandes Montañas, moradas graciosas de las divinas ninfas, que habitan en los
sinuosos montes. Ella también, sin el deseado amor, dio a luz al mar estéril, al Ponto (fértiles
tierras del nordeste de Asia Menor), hirviente con su oleaje; y después, tras haber yacido con
Urano, alumbró a Océano de profundo vórtice, a Ceo, Crío, Hiperión y Japeto...
Teogonía 116 (en Kirk, G.S. y Raven, J.E., Los filósofos presocráticos, Gredos, Madrid 1969, p.
43-44)
Actividades:
1.- Busca información sobre el mito de la Creación contenido en el libro del Génesis de la Biblia. ¿Qué crees
que intenta explicar dicho relato? ¿Qué aspectos evidencian su carácter mítico?
2.- Busca información sobre el mito de Adán y Eva contenido en el libro del Génesis de la Biblia. ¿Qué crees
que intenta explicar dicho relato? ¿Qué aspectos evidencian su carácter mítico?
3.- Explica qué es un tabú.
4.- Busca ejemplos de tabúes alimenticios asociados a relatos míticos. ¿Cuál es su función social?
5.- Busca ejemplos de otros tabúes no alimenticios asociados a relatos míticos. ¿Cuál es su función social?
6.- ¿Qué son los ritos de paso?
7.- Busca ejemplos de ritos de paso asociados a relatos míticos. ¿Cuál es su función social? ¿Siguen
existiendo ritos de paso en las sociedades avanzadas? Pon algún ejemplo.
8.- Busca ejemplos de mitos y ritos que sigan ordenando la vida de la gente en las sociedades avanzadas.
Magia
Mientras que los mitos están dirigidos a la totalidad de la población, los conocimientos mágicos son
propios de una casta especializada que oculta celosamente sus secretos y no permite que los resultados
insatisfactorios invaliden la supuesta eficacia de sus ceremonias: los brujos o chamanes. Estos “sabios”,
llenos de prestigio y de poder, pretenden poseer un dominio sobre los fenómenos naturales. De esta
forma, aunque su saber sea esencialmente falso, arrastran en su actividad conocimientos que resultan
útiles para la tribu o el clan: plantas curativas, preocupación por los fenómenos meteorológicos y la
agricultura, manipulación de objetos para conseguir resultados físicos o psíquicos, etc. Por eso, destacan
como figuras revestidas de una autoridad especial cuya opinión es siempre respetada.
El prestigio y el poder de los magos los convierte en un factor fundamental de cohesión social. Con sus
“encantamientos” y sus “maldiciones”, velan porque se cumplan las normas de comportamiento
contenidas en el acervo mitológico compartido por la comunidad, con sus prescripciones y prohibiciones, y
castigan a quienes las incumplen. De este modo, los magos se presentan, no solo como los antecedentes de
los médicos, y quizá incluso de los científicos, sino también con funciones parecidas a las que hoy
desempeñan policías, jueces y fiscales.
El antropólogo James Frazer atribuye dos principios fundamentales a lo que él denominó “magia
simpática”:
1) Ley de semejanza: “lo semejante produce lo semejante”.
2) Ley de contacto o contagio: “las cosas que una vez estuvieron en contacto siguen influyéndose a
distancia”.
Así, el mago, con técnicas de imitación adecuadas, llegaría a poder producir lo que busca (por semejanza
o por magia homeopática); y, operando sobre un objeto seleccionado, podría producir un mal o un bien a
la persona con que hubiera estado en contacto aquel objeto (por contagio o magia contaminante).
Actividades:
1.- Busca información sobre el vudú. ¿A qué tipo de magia pertenece? Razona tu respuesta.
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2.- Busca otros ejemplos de magia e intenta decir a qué tipo pertenecen.
3.- Busca información sobre los experimentos con palomas del psicólogo conductista B. F. Skinner y su
explicación de la conducta supersticiosa. ¿Puede decirse que la conducta del mago es supersticiosa? Razona
tu respuesta.
4.- Pon otros ejemplos de conducta supersticiosa.
5.- Se ha dicho muchas veces que la magia es el precedente histórico de la ciencia. ¿Estás de acuerdo con
esta idea? Razona tu respuesta.
Religión
La religión es una institución que ha estado presente, bajo una forma u otra, en todas las culturas
humanas por lo menos desde el Paleolítico Superior. Con independencia de que uno sea creyente,
agnóstico o ateo, hay que reconocer la enorme importancia histórica de la religión y hay que intentar
explicar qué es, cómo se origina y cómo evoluciona. Existe una enorme variedad de teorías que se lo
proponen. No todas tienen el mismo valor.
Algunas teorías se mueven dentro de la propia creencia religiosa. Por ejemplo, desde el punto de vista
del cristianismo, la religión existe, en primer lugar, porque Dios existe; en segundo lugar, porque Dios se ha
revelado a los hombres; y, en tercer lugar, porque los hombres han respondido a la revelación con el culto
a ese Dios revelado. Los pueblos primitivos han “olvidado” a Dios por obra del diablo y, por eso, adoran a
otras deidades o entidades espirituales distintas. Esta explicación del origen de la religión tiene el problema
de que presupone la existencia de entidades como Dios y el diablo cuya realidad, a día de hoy, no ha sido
probada.
Otras teorías, desde fuera de la propia creencia religiosa, apelan a mecanismos psicológicos o sociales
para explicar la religión. Afirman que la religión tiene que ver con el miedo a la muerte, la angustia, que es
producto de la imaginación, la fantasía o el delirio, o que es un invento de los gobernantes para dominar a
los gobernados (“la religión es el opio del pueblo”; “un cura me ahorra cien gendarmes”; “el pueblo, cuando
no tiene miedo, es temible”). Estas teorías tienen el problema de que no reconocen ningún fundamento de
realidad a las religiones, no admiten un fondo de verdad que permita explicar por qué han estado
presentes en todas las culturas a lo largo de toda la historia, y tampoco pueden dar cuenta de las fases por
las que la religión ha atravesado en su evolución a lo largo del tiempo.
Para entender la teoría que aquí vamos a adoptar, la del materialismo filosófico de Gustavo Bueno,
tenemos que aclarar primero su idea de espacio antropológico. El Hombre no está solo en el Universo. Los
hombres no solo se relacionan entre sí, sino que también se relacionan con otras entidades que no son
humanas. El espacio antropológico es el espacio en el que se desenvuelve la existencia de los hombres y
que contiene todas esas relaciones humanas: las de los hombres entre sí y las de los hombres con las cosas
no humanas. El espacio antropológico tiene tres ejes:
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El eje circular contiene las relaciones entre los hombres.
El eje radial contiene las relaciones de los hombres con las cosas naturales inertes, impersonales.
El eje angular contiene las relaciones de los hombres con entidades personales, con voluntad e
inteligencia, no humanas. Los animales son esas entidades que forman parte del eje angular. Pero
también los númenes (aun cuando no fueran reales, los hombres han creído en ellos durante toda su
historia). Los númenes son seres personales dotados de voluntad e inteligencia capaces de interactuar
con los hombres de forma envolvente, desde una posición de poder y dominio, ya sea amenazándolos
o ayudándolos. Constituyen los contenidos de la experiencia religiosa. Por eso puede afirmarse que la
religión es el culto a los númenes.
En el origen de la religión, en el Paleolítico Superior, los númenes tenían un correlato real. Eran los
propios animales con los que los hombres interactuaban. Es cierto que los animales se convirtieron en
númenes, a ojos de aquello hombres primitivos, cuando sus capacidades intelectuales y su poder fueron
sobreestimados. Por eso, desde su origen, la religión ha tenido contenidos de falsa conciencia. Sin
embargo, el correlato real de esos númenes sí estaba ahí; eran, como decimos, los animales. Hablamos de
religión primaria para referirnos a esta fase de la evolución de la religión.
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La religión secundaria, por su parte, eleva lo numinoso a la región celeste de los dioses, antropomorfos
o zoomorfos: es el politeísmo.
Por último, la religión terciaria (la del monoteísmo), es la religión que madura al compás de la aparición
de la ciencia y la filosofía, y que ha de dotarse ya de un armazón racional para dar credibilidad a sus
creencias: la teología. La religión terciaria funciona con una idea de dios tan abstracta y alejada del plano
de los hombres que se hace imposible cualquier relación efectiva con dicha entidad. Por eso, esta religión
es, aunque parezca paradójico, la antesala del ateísmo.
Actividades:
1.- Busca información sobre los cultos cargo. ¿Qué enseña este ejemplo acerca de la relación entre las
condiciones sociales y económicas en las que surgen y se desenvuelven los cultos religiosos y el contenido
de los mismos?
2.- Busca otros ejemplos de cultos religiosos en los que pueda verse la influencia de las condiciones sociales
y económicas en las que surgieron y se desenvolvieron.
Técnica
El desarrollo de la técnica corre en paralelo con la evolución de nuestra especie. El homo sapiens es
un homo faber. Su inteligencia pasa no sólo por su cerebro, sino también por sus manos: es un hombre
hábil (Homo habilis), pero esta destreza no es sólo corpórea y manual, sino instrumental, porque reside
sobre todo en su capacidad de construir útiles, instrumentos, herramientas y máquinas. Desde las hachas
de piedra hasta los satélites artificiales, toda la historia humana es la historia de sus técnicas. Las técnicas
fueron cobrando más y más importancia con la progresiva división del trabajo y la diversificación de éste en
especialidades y oficios: agricultores, ganaderos, herreros, carpinteros, guerreros, navegantes, etc.; e
hicieron posible modos de poblamiento más y más estructurados: desde las cuevas, aldeas y poblados, a la
aparición de la ciudad, verdadero potenciador del desarrollo técnico progresivamente acelerado.
La técnica, como la magia, pretende un dominio sobre la naturaleza, pero en su caso este domino llega a
ser efectivo e irreversible: cómo prescindir de la rueda, del carro, de la agricultura... Es por ello un saber
verdadero y constituye siempre el precedente de cualquier ciencia (de las técnicas de navegación, que
incluían el conocimiento de los astros de la bóveda celeste, surgirá la astronomía, por ejemplo). En el lugar
de los chamanes encontramos a los artesanos y a los técnicos. La técnica, por influjo de la ciencia, acabará
convirtiéndose en tecnología: alimentos transgénicos, vitaminas sintéticas, plásticos, teléfonos móviles, etc.
3. El paso de las culturas bárbaras a las culturas civilizadas
El paso de los saberes bárbaros a los saberes civilizados se hizo posible, en el ámbito concreto de la
cultura helénica, por el desarrollo, a partir de los saberes técnicos, de los incipientes saberes científicos,
empezando por la geometría (Tales, Pitágoras, Euclides, etc.) y continuando con la aritmética y la
astronomía. Por supuesto, este proceso fue posible dadas unas condiciones materiales de despegue: la
aparición de la escritura, el refinamiento y proliferación de las técnicas y el desarrollo de las ciudades y del
Estado.
Una vez que los primeros núcleos del saber científico quedaron estabilizados, la visión del mundo que
ofrecían los mitos, la magia y la religión comenzó a reconstruirse de otro modo: en esto consistió la
aparición de la filosofía, en que las cuestiones resueltas mitológicamente se argumentarán, a partir de
entonces, siguiendo de cerca la metodología científica. La racionalidad crítica que había cristalizado en los
primeros saberes científicos, pugnará por extenderse al resto de áreas de conocimiento para sustituir a las
viejas cosmovisiones: este fue el desencadenante de la aparición de lo que hoy conocemos como filosofía.
Sin embargo, para comprender el surgimiento de la filosofía, no basta con tener en cuenta el influjo
ejercido por las ciencias incipientes. También es necesario atender a las condiciones del contexto sociopolítico de las colonias griegas del siglo VI a.C.
Con el surgimiento de la polis, los griegos habían alcanzado una organización política de nivel estatal
que, compuesta de múltiples “tribus” y con una economía basada en el comercio, había supuesto el fin de
la autarquía y el aislamiento propios de la “etapa bárbara”. Las necesidades de la actividad comercial
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llevarían a los griegos a adoptar dos invenciones fundamentales: la moneda, de los lidios, y la escritura
alfabética, de los fenicios.
El desarrollo del comercio supuso, en un primer momento, riqueza y florecimiento cultural, pero acabó
dando lugar a un crecimiento demográfico descontrolado. Este último factor desencadenó un aumento de
los conflictos sociales. La válvula de escape fue el proceso conocido como la “gran colonización”: las polis
de la Grecia continental fundaron colonias a lo largo de las costas de Asia Menor (la parte más occidental
de la actual Turquía) y la Magna Grecia (en la actualidad, sur de Italia y Sicilia).
En las nuevas colonias, cuyas constituciones eran más democráticas que las de las metrópolis, los
colonos se vieron rodeados de “bárbaros” (fundamentalmente persas, en Asia Menor, y cartaginenses, en
la Magna Grecia). Los testimonios escritos sobre la existencia de esas otras culturas, con mitos, ritos, y
religiones muy distintas, hicieron necesario organizar de un modo sistemático y selectivo una información
superabundante. La situación de “choque de cosmovisiones” y la necesidad de organizar creencias
enfrentadas de culturas diferentes obligó a adoptar una actitud crítica en el intento de construir ideas
generales según criterios de racionalidad: el resultado fue un tipo de conocimiento completamente nuevo
precisamente por su carácter crítico: la filosofía. Los primeros pasos, inseguros, fueron dados por los
pensadores presocráticos, que se encontraban entre los colonos. Los presocráticos se dieron cuenta de que
los mitos de cada comunidad eran válidos solo para esa comunidad, y que no había forma de establecer
acuerdos generales mientras no se abandonaran las narraciones mitológicas. Llegaron, pues, a la conclusión
de que, frente al mito, era necesario instaurar un logos universal, basado en pruebas y razones, y no
meramente en el valor de la tradición y la autoridad en que descansa el mito. Para llevar a cabo esta
transformación, a la que más arriba hemos aludido con la expresión “paso del mito al logos”, tomaron
como modelo las construcciones científicas, en cuyo surgimiento ellos mismos estaban involucrados,
puesto que vieron en ellas el ejemplo más claro de un logos racional y universalizable (válido para todo
sujeto, independientemente de su origen familiar o cultural). Así pues, los presocráticos, en sus
explicaciones, buscaron el principio del universo (el arjé de la physis) y ofrecieron cosmovisiones
totalizadoras, algo que también hacían los mitos, pero alcanzaron, por influjo de la ciencia, un nivel tal de
racionalidad que ha permitido considerarlos como “los primeros que filosofaron”, en expresión de
Aristóteles.
La conexión entre las técnicas y la ciencia, y entre ésta y la filosofía, no se dio con toda la intensidad y
precisión que el proceso requería sino en el interior de la cultura helénica. En el resto de culturas paralelas
(Egipto, Persia, China, India, Japón) se dieron procesos similares, pero incompletos. En síntesis, en lo que se
conoce como “paso del mito al logos”, surgirán dos modelos de filosofía: el occidental (ligado a la ciencia y
crítico con la religión; se instaura como una reflexión de segundo grado o saber critico sobre el resto de
saberes) y el oriental (ligado a la religión y a la moral, pero no a la ciencia; su capacidad crítica ha quedado
solo apuntada y sin desarrollar).
Hablar de filosofía en sentido estricto es referirse, por tanto, a la filosofía occidental nacida con los
presocráticos griegos, cristalizada con Platón y continuada por Aristóteles y las escuelas helenísticas; todo
ello trasferido al resto de culturas a través de la helenización de Alejandro Magno, la romanización, la
cristianización y las derivas culturales posteriores ligadas a la expansión de los distintos imperios. Una de
las características esenciales de esta tradición filosófica, que de manera ininterrumpida llega hasta
nosotros, ha sido el mantenerse estrechamente ligada al desarrollo científico.
4. Saberes civilizados acríticos: ideología, pseudociencias, teología y tecnología
Ideología
En sentido muy general, puede entenderse por ideología aquel conjunto de ideas practicadas por un
determinado grupo social, que entran en confrontación con otros grupos sociales dentro de la misma
sociedad y que representan disyuntivas entre unos modelos de vida y otros (capitalismo/socialismo), entre
unos programas de acción y otros (economía sostenible/libre mercado/intervencionismo de Estado) y que
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establecen jerarquías de valores distintos (orden/libertad/igualdad, etc.). Las ideologías, como las
costumbres, suelen absorberse del medio cultural en el que se vive y, en ese sentido, la mayor parte de sus
componentes suelen ser acríticos, porque no quedan sometidos a revisión racional.
La ideología viene a llenar el hueco dejado por los mitos en las sociedades civilizadas y contribuye, como
ellos, a dar cohesión social, pero, ahora, no a toda la tribu por igual, sino a determinados grupos sociales
que se hallan enfrentados con otros por intereses prácticos en el seno del Estado. Por eso, una sociedad
abierta, compuesta por grupos heterogéneos y dividida en múltiples clases sociales (fundamentalmente:
oligarcas, clases medias y clases bajas) no puede poseer una sola ideología, sino múltiples, aunque alguna
de ellas sea hegemónica.
Las ideologías no son armonizadoras, como los mitos, sino que han de criticar las alternativas opuestas y
definirse frente a ellas. En esto se parecen a la filosofía. Sin embargo, las ideologías se hallan, unas frente a
otras, en lucha por el control del poder dentro de la sociedad política (la ideología supone siempre un
determinado modo de situarse respecto al poder político). Por eso, su capacidad crítica es limitada, ya que
obedecen a los intereses prácticos del grupo cuya actividad canalizan, de manera que es difícil que se
sometan a un escrutinio tal que pudiera sembrar alguna duda sobre la validez misma de dichos intereses.
A pesar de que las ideologías presentan carencias crítico-racionales, no podemos renunciar a ellas. Es
preciso comprometerse, si quiere cambiarse lo que creemos que es injusto. El compromiso a través de
alguna ideología supone “mancharse las manos”, porque comporta, en mayor o menor grado, apostar por
un modelo, frente a otros, que necesariamente arrastrará en su conjunto alguna deficiencia. Pero, cuando
aparentemente se aleja uno de toda ideología, convirtiéndose en apolítico o en místico, por ejemplo, esta
pretensión no constituye, probablemente, más que una falsa huida, ya que, de ese modo, con lo que sin
duda se está cooperando es con el orden establecido en un momento dado.
En todo caso, la filosofía tiene como una de sus funciones la crítica de las ideologías, aunque debamos de
reconocer, como acabamos de hacer, su necesidad. Se trataría de dirigirse, a través de la crítica, hacia
ideologías con componentes bajos de falsa conciencia y de forzar a los ideólogos a que pongan al día los
hiatos que se dan entre los propósitos ideológicos y los hechos reales.
Actividades:
1.- Busca información sobre la idea de ideología de Karl Marx.
2.- Busca información sobre las principales ideologías de la sociedad actual.
Pseudociencia
Aquellos saberes que, en la actualidad, pretenden situarse en el lugar de las ciencias, porque utilizan
aparente o parcialmente alguno de sus métodos, pero que en realidad no cumplen las exigencias de un
saber científico, podemos denominarlos pseudociencias. En realidad vienen a llenar el espacio que ha ido
dejando la magia, en trance de desaparecer.
Las “ciencias ocultas” guardan un gran paralelismo con la magia de los saberes bárbaros. Se presentan,
en parte, como saberes esotéricos para iniciados; y, por otro lado, son saberes exotéricos, preparados para
un “vulgo” predispuesto a la superstición y a las creencias irracionales: exorcismo, horóscopo, magia negra,
etc. Pretenden moverse en el ámbito de los fenómenos maravillosos y sobrenaturales; o paranormales y
parapsicológicos. En todo caso, sus métodos no están sometidos a contrastación empírica. Ni siquiera la
parapsicología, que se ha introducido en las cátedras universitarias (en países como EEUU), ha conseguido
pasar la frontera hacia un saber verificable, contrastable, predictivo y universalizable.
Algunos ejemplos de saberes pseudocientíficos están hoy muy desacreditados: la acultomancia o
adivinación por medio de agujas para conocer el número de enemigos que se tienen; la “aleuromancia” o
adivinación por medio de la harina para conocer el futuro del consultante; el annagnalismo o pacto
establecido mediante ciertas ceremonias entre animales y el hombre; o la licantropía o poder de
convertirse en lobo. Otros se valen de ciertas claves esotéricas que mantienen por alguna razón algún
crédito entre ciertos adeptos: la bibliomancia o arte adivinatoria basándose en la Biblia.; la cartomancia o
adivinación por medio de las cartas; los conjuros y exorcismos, palabras y ceremonias mediante las cuales
se arrojan del cuerpo a los demonios; la quiromancia o lectura del porvenir por medio de la mano, &c.
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No se conocen siempre las explicaciones científicas o racionales de algunos fenómenos, lo que indica
que habrá que seguir estudiándolos, pero otra cosa distinta a la investigación son las supersticiones que
admiten como válidas explicaciones que rompen las leyes de la física, por ejemplo, o que proponen
cualidades misteriosas como si estuvieran bien definidas. Las pseudociencias parten de la afirmación de
fenómenos revestidos del aura de lo oculto, lo misterioso, lo excepcional y lo espiritual, dándoles crédito y
queriendo ponerlos en pie de igualdad con los fenómenos que tienen explicación científica.
Actividades:
1.- Busca información sobre la parapsicología.
2.- Busca información sobre la homeopatía.
3.- Busca información sobre otras cinco disciplinas pseudocientíficas distintas de las anteriores y de las que
se mencionan en el texto.
Teología
Algunas de las creencias afianzadas dentro de una religión pasan a establecerse como dogmas o
“verdades” indiscutibles (verdades reveladas). Cuando estos dogmas, predicados por una religión concreta
(judaísmo, cristianismo, islam), entran en contacto con las doctrinas filosóficas o con las teorías
científicas, se ven necesitados de fundamentación racional y, entonces, en el seno de esas creencias
asentadas sobre la fe o la costumbre, se desarrollan análisis racionales que imitan a la racionalidad
filosófica. Mientras que de los contenidos dogmáticos surge una teología revelada o dogmática (que
sistematiza los dogmas, derivando unos de otros, por ejemplo), del intento de reflexión racional surgirá la
teología racional o natural, que puede llegar a ser una parte de la filosofía.
La teología nace, entonces, en el mismo campo de la religión, cuando trata de reordenar sus creencias
de forma sistemática o bajo el rigor de la racionalidad. En la exploración teológica se da paso, primero, a
múltiples cismas teológicos acelerados y al rechazo de lo que se consideran herejías (en el seno de cada
religión) y, segundo, en la deriva racional teológica, se transita de los caracteres más imaginativos propios
de la religión (Dios está en el cielo, escucha nuestras súplicas, etc.), hacia un Dios revestido de atributos
más abstractos: eterno, infinito, inmutable, ubicuo, etc. (el llamado “Dios de los filósofos”). Esta
conceptualización se lleva a cabo, de hecho, haciendo uso de ideas propias de la filosofía y acaba por situar
a la religión terciaria, en el seno de la cual florece, en la antesala del ateísmo.
Actividades:
1.- Busca información sobre cinco dogmas fundamentales del cristianismo.
Tecnología
La palabra “tecnología” se utiliza a menudo como sinónimo de “técnica”. Puede matizarse algo más su
significado, cuando entendemos que se trata de una técnica que se ha hecho posible por mediación de
algún conocimiento científico. Las tecnologías operan sobre la naturaleza, como lo hacían las técnicas, pero,
esta vez, ya no sólo para obtener resultados exitosos en la manipulación de las cosas, sino además, en
tanto que ciencia aplicada, para controlar las mismas leyes naturales y pasar, así, a dominar a la misma
naturaleza en alguna de sus parcelas.
A partir del siglo XIX y desde la revolución industrial, bajo el potente influjo de las ciencias naturales que
se fueron desarrollando a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII (astronomía, mecánica, dinámica, química,
biología, electromagnetismo, termodinámica, física de partículas, bioquímica, &c.), se harán posibles
aplicaciones prácticas como los vehículos de motor de explosión, los aparatos eléctricos, el radar, el láser, la
radio, las telecomunicaciones, la biotecnología, &c.
5. Saberes civilizados críticos: filosofía y ciencia
La ciencia y la filosofía son las formas más elaboradas de conocimiento de que disponemos. En cuanto
saberes que surgen exclusivamente en las sociedades civilizadas, comparten características comunes:
ambos son organizados, sistemáticos, crítico-racionales, y se transmiten y desarrollan históricamente.
También son universales: las ciencias son construcciones válidas en cualquier cultura, son comunes a todos
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los pueblos. La filosofía, en la medida en que analiza mitos, magia, religiones, etc. muy diversos y de
diferentes culturas, conforme a criterios de racionalidad, también es universal, y su historia, única.
La ciencia y la filosofía son racionales porque sus teorías no pueden ser meras creencias (como en los
mitos), o supersticiones (como en la magia) o dogmas (como en la religión), sino sistemas de conocimiento
organizados de forma lógica y basados en pruebas y razones. Son críticas, porque sus teorías están siempre
abiertas al contraste empírico y a ser revisadas o sustituidas por otras más consistentes, más veraces o más
completas. Los mitos, la magia y la religión no someten a crítica radical sus creencias o sus dogmas.
Sin perjuicio de estas semejanzas, la filosofía pude diferenciarse del conocimiento científico. Analizando
a través de la historia el modo de ejercer los filósofos su disciplina, podríamos entresacar una serie de
características específicas del saber filosófico.
Podemos decir que la filosofía, entendida en sentido estricto, es un saber de segundo grado construido
sobre otros saberes previos, científicos y no científicos (mitos, religiones, magia, técnicas, ideologías, etc.),
a los que llamamos saberes de primer grado. Estos saberes, a lo largo de su desarrollo, van elaborando una
serie de conceptos prácticos y precisos que les permiten desenvolverse en los correspondientes campos o
parcelas del mundo sobre los que actúan (el concepto de célula, en biología; el concepto de aceleración, en
física; el concepto de falla, en geología; etc.). A partir de estos conceptos, y teniendo en cuenta, en
especial, los de las ciencias, la filosofía construye Ideas que intentan superar las contradicciones que se dan
cuando un mismo concepto presenta connotaciones diferentes según la “categoría” (científica o no
científica) desde la que se lo defina. Tomemos, por ejemplo, el concepto de fuerza. Vemos que es usado
con exactitud por saberes distintos: física (fuerza gravitatoria), geología (fuerza de las mareas), biología
(fuerza muscular), política (fuerza militar), economía (fuerza productiva), religión (fuerza de fe). Todos estos
tipos de fuerza, ¿qué relación tienen entre sí? ¿Son la misma fuerza? Al comparar los distintos conceptos
de fuerza, en busca de parecidos, diferencias, contradicciones, etc., aparece algo nuevo que ya no es un
concepto, pero que los relaciona a todos. Ese algo es a lo que denominamos “Idea” (en este caso, Idea de
Fuerza). Los saberes de primer grado solo saben de su propio concepto de fuerza y son incapaces de
abarcar los conceptos de fuerza de los otros saberes. Por eso los saberes de primer grado no pueden
establecer las relaciones entre conceptos que son necesarias para llegar hasta las correspondientes Ideas.
Establecer esas Ideas requiere de un tipo de saber que ya no es un saber de primer grado. Dicho saber es,
precisamente, la filosofía. Y como la filosofía se nutre de los saberes de primer grado, por eso decimos que
es un saber de segundo grado.
Las Ideas construidas por la filosofía no pueden quedar reducidas al campo de una sola ciencia sino que,
por el contrario, se constituyen a partir de los conocimientos de múltiples ciencias y de saberes no
científicos. La Idea de Hombre, por ejemplo, se construye con materiales provenientes de los campos de la
física, la química o la biología, pero también de la historia, la sociología, la antropología cultural y la
economía política, e, incluso, de la religión, el mito, la técnica y la tecnología. Esa Idea de Hombre, así
construida, no es científica, sino filosófica: pretende recoger, ordenar y sistematizar todos nuestros
conocimientos sobre el hombre. Lo mismo ocurre con las demás ideas filosóficas, como Evolución,
Progreso, Bien, Belleza, Tiempo, Espacio, Dios, Materia, Justicia, Libertad, Persona, Vida, Verdad, etc.
Así definida, la filosofía no es, ni puede ser, una ciencia. Tampoco es la madre de las ciencias, porque
éstas vienen de las técnicas, y la filosofía las necesita, como saberes previos y modelos de racionalidad,
para poder existir. Tampoco es una “superciencia” que las abarque a todas, porque cada ciencia tiene su
propia parcela del mundo (su campo), mientras que la filosofía no. Además, la filosofía no se funda
exclusivamente en el saber científico, como ya hemos dicho, sino que también surge como consecuencia de
la existencia del resto de saberes: los mitos, la magia, la religión, las técnicas, la ideología, etc., a los que
también somete a examen crítico.
Todos los “hombres civilizados” son filósofos y manejan Ideas; todos necesitan un “mapamundi” para
orientarse en la realidad. Hablamos, para referirnos a esta circunstancia, de filosofía mundana. La filosofía
académica, la de los filósofos “profesionales”, intenta formular esas Ideas de un modo abstracto,
sistemático, ordenado y crítico, y ensaya relaciones entre unas Ideas y otras. El ejercicio filosófico supone
que unas Ideas pueden conectarse, derivarse y componerse con otras de determinadas maneras. Sin
embargo, no todas las Ideas entran en relación con todas las demás de cualquier manera, ni debe tampoco
caerse en el escepticismo de creer que es imposible conectar cualquier Idea con cualquier otra. Llamamos
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“symploké” a una composición de Ideas con capacidad explicativa de la realidad. Esta tesis sobre la
symploké de las ideas quedó establecida ya por Platón en los mismos inicios de la filosofía, en El Sofista: “Ni
todo está unido con todo, ni todo está desconectado entre sí, sino que algunas cosas están relacionadas con
algunas otras”. Recorrer estas relaciones es la tarea de la filosofía.
Las relaciones de symploké entre ideas dan lugar a sistemas filosóficos que, por su carácter global,
suponen la presentación ordenada y crítica de los conocimientos humanos en un momento dado de la
historia. De este modo, ningún tipo de conocimiento puede quedar fuera de la reflexión filosófica. Hay un
carácter de totalización en el saber filosófico: Husserl afirmaba que el filósofo es el “funcionario de la
humanidad”, en cuanto que es su conciencia crítica y lúcida, sin ninguna limitación ni obediencia a criterios
partidistas. La razón filosófica es lo que comparte o puede compartir el género humano. Sin embargo, esa
totalización del saber se presenta siempre, más que como algo que se hubiera alcanzado o pudiera
alcanzarse de hecho, como una aspiración que debe orientar los esfuerzos del filósofo. De ahí que, en su
etimología, la filosofía se presente, más que como un saber, como un anhelo de saber.
Los sistemas filosóficos están implantados en el presente histórico que intentan comprender, aunque
puedan servirse de las herramientas proporcionadas por otros sistemas pretéritos para llevar a cabo dicha
misión. Sin embargo, la filosofía no es solo una forma de conocimiento, sino que puede ser también una
fuerza de cambio. La dualidad teoría / praxis es consustancial a la filosofía. A lo largo de la historia, los
distintos sistemas han ido escorando hacia uno u otro de esos dos polos. Entre los filósofos más
comprometidos con la transformación práctica (incluso revolucionaria) de la realidad, destacan Platón y
Marx.
En cada época histórica coexiste una variedad de sistemas filosóficos diferentes e incompatibles entre sí.
No hay acuerdo entre los filósofos. No existe “la filosofía”, sino muchas filosofías. En su confrontación,
habrá que decidir cuál es más potente. Por de pronto, cabe decir que una filosofía que se precie debe
marcar ciertos límites a la crítica. No se puede, por ejemplo, desconfiar por completo de los datos de los
sentidos (la experiencia) para concluir, como Descartes, que solo se puede estar seguro del propio pensar:
“Pienso, luego existo”. No se puede hacer filosofía a partir de una evidencia tan escuálida. Por eso, la
filosofía debe tomar partido por una serie de evidencias, históricamente ya asentadas, tales como las
verdades científicas o las normas éticas universales. Cualquier filosofía que viviera de espaldas a estas
evidencias o que las negara de forma activa debería ser desechada. Por otra parte, parece razonable exigir
a toda filosofía que reclame para sí el calificativo de crítica la no supeditación a cualquier forma de dogma
religioso o político.
Ciencia y filosofía se caracterizan por ser actividades que llegan a construir verdades. Tales verdades se
diferencian de los dogmas, las opiniones, o las creencias, en su pretensión de objetividad y su carácter
marcadamente crítico. Pero, sin perjuicio de sus semejanzas, la verdad científica y la verdad construida por
la filosofía no tienen exactamente el mismo estatuto. La filosofía desborda los marcos del conocimiento
científico, circunscrito a campos concretos. Precisamente por ello, no alcanza a desarrollar conocimientos
con el mismo grado de rigor, estabilidad y universalidad. Mientras que las teorías científicas son verificables
y demostrables, las filosóficas sólo lo son parcialmente y con un mayor grado de provisionalidad. Mientras
que las teorías científicas son experimentables y predecibles, las filosóficas no tienen poder predictivo, sino
reordenador del conjunto de saberes científicos y no científicos. El conocimiento científico alcanza el
máximo grado de verdad, hasta el punto de que, en las ciencias más formadas, se establecen verdades
necesarias y universales (ningún sujeto en su sano juicio mantiene ningún género de reserva respecto de la
validez y exactitud del teorema de Pitágoras, por ejemplo). La verdad de una filosofía descansa, por su
parte, en la verdad de las ciencias de las que se nutre pero, al ser la filosofía un saber de segundo grado
cuyo “campo” es infinito, no puede alcanzar el rigor de la verdad científica. Así las cosas, cada filosofía
construye un sistema de Ideas cuya verdad reside, en último término, en su capacidad para reexponer de
manera crítica otros sistemas alternativos. La verdad de una filosofía radica en la negación de la verdad de
otros sistemas que eventualmente puedan ser construidos. Por eso la filosofía es, por su propia naturaleza,
un saber polémico.
Fuentes: Silverio Sánchez Corredera, David Alvargonzález Rodríguez, Juan José Méndez Iglesias y Gustavo
Bueno Martínez.
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