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TEMA 2. ÉTICA, MORAL Y POLÍTICA
1. Ética y moral como conceptos confusos
La ética y la moral se refieren a las cuestiones que se pueden considerar buenas o malas.
Pero, ¿hay alguna diferencia entre la ética y la moral? Algunos pretenden que “ética” y “moral”
son dos nombres distintos para designar la misma idea (algo así como cuando hablamos
de oftalmólogo y de oculista). Para otros, la “moral” son los actos que realizamos o las
costumbres que seguimos, y la “ética” el conocimiento teórico sobre el bien y el mal. Y aún hay
quienes consideran que la “moral” procede de las normas sociales y la “ética” de la conciencia
de cada cual. Para poner un poco de orden en esta maraña, hay que volverse a la etimología
de ambas palabras.
Etimología de ética y moral
La palabra ética (de ethos) procede del griego, y moral (de mos, mores) del latín. Cuando
en la Grecia clásica hablaban de “ethos”, señalaban con ello el “carácter” de una persona, su
modo de ser característico y, bajo otra acepción, sus costumbres y hábitos. Este carácter podía
ser considerado como conveniente o inconveniente para la vida en sociedad, como bueno o
malo. Así que la palabra “ética” acabó reservándose para referirse específicamente a las
acciones buenas o malas de la forma característica de obrar de las personas.
Cuando Cicerón necesitó expresar esta misma idea, traducirla del griego al latín, utilizó el
término “mores”, que significa “costumbres”. El buen y mal “carácter” de las personas se
convertía en las buenas y malas “costumbres”. Por tanto, en la intención de los romanos, ética
(“ethos”) y moral (“mores”) eran palabras sinónimas, significaban lo mismo, pero en las
“mores” el factor social pasaba a predominar.
En el desarrollo histórico posterior, estos términos tenían que referirse a más de un ámbito
de problemas: por una parte a los personales; por otra a los sociales y, además, con ellos
interferían los políticos.
Diferencia consistente entre ética y moral
Para retomar bien la distinción entre ética y moral desde el sentido etimológico y desde sus
usos históricos prácticos, hay que partir del hecho de que el hombre es un ser social. Es
imposible separar a las personas de la sociedad, hacerlas o considerarlas absolutamente
individuales y, menos, asociales, porque en este caso dejarían de ser personas. Los niños
ferinos (de fieras), criados en estado salvaje entre animales, no los consideramos personas
hasta que son socializados, a pesar de pertenecer a la especie Homo sapiens. Por otra parte,
tampoco podemos reducir a las personas a ser una mera parte de la sociedad, perdiendo su
realidad individual, porque también dejarían de ser personas. La persona tiene un ser
individual, pero que es inseparable de su ser social.
Si a la sociedad la consideramos como un todo y a los individuos como sus partes, podemos
describir esta relación desde la lógica de clases. Las clases o conjuntos pueden contener a sus
elementos de forma distributiva o atributiva. Un todo distributivo es aquel cuyas partes, entre
las que median relaciones de equivalencia o igualdad, participan del todo con independencia
las unas de las otras. Cuadrado, respecto de cada una de las figuras cuadradas, es una
totalidad distributiva. La Humanidad, respecto de cada uno de los seres humanos, es una
totalidad distributiva. Un todo atributivo es un conjunto de partes no equivalentes que están
entre sí vinculadas por contigüidad, causalidad o interacción y mantienen relaciones
asimétricas. Una sociedad, por ejemplo, es una totalidad atributiva.
Llamaremos éticas a las relaciones que establecen las personas en un plano de igualdad, en
el horizonte de la Humanidad. En las relaciones éticas se persigue el bien de las personas.
Llamaremos morales a las relaciones de las personas en cuanto intervienen, no ya a título
personal, sino como miembros del grupo, donde los sujetos son asimétricos y no se hallan en
plano de igualdad. En las relaciones morales se busca la justicia entre los miembros del grupo.
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La ética nunca pierde de vista a la persona como protagonista directo. La moral, sin
embargo, tiene que desarrollarse en un plano más social, aunque deba seguir contando
siempre con las personas. La ética quedaría ligada al término griego “ethos” y la moral al
latino “mores”. No es exactamente que la ética se refiera a cuestiones que afectan al individuo
y la moral a la sociedad, porque supondría equivocadamente que el individuo es separable de
la sociedad. Se trata de que la ley que gobierna las relaciones éticas se extrae de lo que
identifica a los seres humanos (todos tienen derecho a vivir, etc.) y la ley que regula las
relaciones morales parte de las asimetrías que se añaden al formar parte de un grupo, siendo
la justicia el elemento regulador de los grupos dentro de la sociedad.
2.- Ética
La ética tiene que ver con la protección de aquello que nos hace a todos iguales y que, en
definitiva, es que todos tenemos un cuerpo. Todos somos sujetos corpóreos vivientes. Los
derechos éticos protegen la vida de las personas y, en general, todo lo que puede resumirse en
el anhelo de las personas de ser felices (la salud, la libertad de movimientos, la posibilidad de
expresar las ideas propias, etc.). Los deberes éticos obligan a los sujetos a esforzarse por
conservar su vida y su felicidad (también las de los demás). La fortaleza es la virtud ética
suprema. Consiste en la capacidad real del sujeto de conservar la vida y acrecentar la felicidad.
La fortaleza del que posee energía vital se manifiesta como firmeza cuando la mantiene para
sí, esforzándose por conservarse a sí mismo (la firmeza impide considerar como ética cualquier
acción destinada a hacer de mi cuerpo lo que yo quiera, limitando la posibilidad ética del
suicidio), y como generosidad cuando la transmite a los demás, esforzándose por ayudarlos en
el crecimiento de su fortaleza. La firmeza y la generosidad no deben confundirse con el
egoísmo o la prodigalidad, porque la firmeza solo es firmeza en cuanto es fortaleza, como solo
en cuanto fortaleza es virtud la generosidad. Por lo que se refiere a ésta última, es importante
señalar que ha de entenderse como una virtud solo cuando es eficaz. La generosidad no es, sin
más, una “buena voluntad”. Si se tuviese la seguridad de que nuestras acciones generosas son
inútiles carecería de valor ético realizarlas.
No hay verdadera fortaleza en ausencia de firmeza o de generosidad. Sin embargo, hay
situaciones en las no pueden darse ambas al mismo tiempo, porque entran en conflicto.
Supongamos, por ejemplo, el caso de un aborto por violación. La virtud de la generosidad
obligaría a tener el niño, pero ello podría socavar la firmeza de la madre. En virtud de su
fortaleza real, la madre deberá elegir si tener el niño o no.
Esta caracterización del ámbito de la ética supone que las virtudes éticas son ejercitadas
frecuentemente por los sujetos humanos en la vida ordinaria, en el cuidado de los niños y de
los mayores, en las atenciones prestadas a las personas cercanas, en la educación y, desde
luego, en la práctica médica y en la atención sanitaria. Por tanto, se parte de una praxis
humana en donde están ejercitadas las virtudes éticas y en donde aparecen también
conductas antiéticas: conductas dirigidas a socavar la fortaleza de los otros produciendo daños
a su imagen pública, a su hacienda o, directamente, a su integridad corporal (malos tratos,
lesiones, homicidios, etc.). La praxis humana puede ser intencionalmente ética o antiética,
aunque también puede ser éticamente neutra. Solo cuando se parte de esos comportamientos
y de su análisis comparativo y sistemático puede aparecer la disciplina filosófica que llamamos
“Ética”, es decir, la Ética como un conjunto de libros o de teorías.
Como ya hemos explicado, la perspectiva de la ética es universal y distributiva. Es
universal, pues el individuo corpóreo de la especie humana es su referencia y no puede haber
excepciones por motivos de sexo, edad, raza, o cualesquiera otros. Desde un punto de vista
ético, todos los hombres somos iguales. Es distributiva, porque las normas éticas (por ejemplo,
la norma de no provocar mutilaciones a otro) se predican de cada uno de los sujetos de la
especie, se distribuyen íntegramente en cada elemento del todo. Por eso, la validez de las
normas éticas (contra el homicidio, contra las mutilaciones, contra las vejaciones, etc.), como
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la validez de los teoremas científicos, no puede depender de los contenidos de una
determinada cultura, marcando así los límites del relativismo cultural.
Las normas éticas (referidas a todos los individuos, en el horizonte de la Humanidad) tienen
un campo virtual de radio, en principio, mucho más amplio que las normas morales (referidas
a un grupo). No obstante, las normas éticas sólo pueden abrirse camino en el seno de las
normas morales, pues el individuo siempre forma parte de un grupo (familia, clan, nación,
partido político, clase social, religión, etc.). De hecho, las normas éticas solo se ejercen
normalmente en círculos muy reducidos de individuos, en grupos cuasi-familiares. Se ha
observado, por ejemplo, que en las sociedades preestatales la flecha envenenada se reserva
para los enemigos de la tribu, es decir, no se utiliza contra los individuos de la misma tribu,
que, sin embargo, pueden reñir o disputar entre sí. Dice el Antiguo Testamento: “A un extraño
puedes prestarle con usura, pero no a tu hermano”. Es decir: es más frecuente la conducta
ética con el prójimo (en el sentido del próximo) que la conducta ética con el extraño. Sin
embargo, las normas éticas tienen la capacidad de traspasar, al menos de forma virtual,
cualesquiera fronteras sociales, definiéndose en el horizonte de la Humanidad, puesto que el
individuo humano corpóreo es su referencia. En todo caso, la ética se detiene en el círculo de
nuestra especie y considera que el trato con animales de otras especies, aunque pueda estar
regulado por normas, no está regulado por normas propiamente éticas. Diríamos que no se
reconoce, en este punto, “la igualdad más allá de la humanidad”.
Las normas morales, por su parte, tienen una universalidad distinta a la de las normas
éticas, pues las esferas sociales en las que ellas actúan son limitadas y múltiples, y muchas
veces contrapuestas entre sí. Como veremos en seguida, las normas éticas y las morales
pueden entrar en conflicto. Baste por ahora con señalar que los llamados “Derechos
Humanos” pueden verse principalmente (salvo el punto 3 del artículo 16, que se refiere a la
familia) como un reconocimiento y una garantía de las normas éticas en la medida en que ellas
estén amenazadas precisamente por normas morales (ligadas a los “derechos de los pueblos”).
3. Moral
A diferencia de las normas éticas, las normas morales son normas particulares de una
cultura o un grupo, dentro del cual el individuo es una parte atributiva. Las normas morales,
como las éticas, afectan a los individuos, pero solo en tanto que forman parte de un
determinado grupo social. Por eso, mientras que las normas éticas tienen por objeto la
preservación del sujeto humano en cuanto tal, las normas morales buscan, en cambio, la
preservación y mantenimiento de ciertos grupos de sujetos humanos (familias, clanes,
hermandades, sectas, confesiones religiosas, empresas, asociaciones comerciales, bandas
criminales, sociedades secretas, gremios, clases sociales, sindicatos, partidos políticos, etc.) en
cuanto tales grupos.
Todo el mundo, en virtud de su origen familiar, su sexo, su lengua, su profesión, su edad, su
educación, sus creencias religiosas, etc., pertenece, de forma inevitable, a ciertos grupos (“el
hombre es un animal social”). Cada grupo tiene sus propios intereses, sus propias costumbres
(“moral” viene del latín mores, que significa costumbres) y sus propias normas de
funcionamiento interno, que hacen posible su preservación y su progreso. El principio
fundamental de la moral es la justicia, entendida como la aplicación escrupulosa de las normas
que regulan las relaciones de los individuos dentro del grupo. Cada grupo, en virtud de sus
normas morales, tiene sus propios principios de justicia. Los principios de justicia de los
distintos grupos pueden entrar en conflicto. Dicho conflicto se resuelve en el ámbito del
Derecho, en el seno del Estado.
Las virtudes éticas no pueden ser aplicadas a la moral ni tampoco a la política (de ésta
última nos ocuparemos en el siguiente apartado). No tiene sentido hablar de la firmeza, en
sentido moral o político, de un grupo o de un Estado (a lo sumo, podrá hablarse de la firmeza
de sus miembros). El equivalente de esa firmeza hay que ponerlo, en el terreno moral (o
político), en el grado de cohesión de ese grupo y su capacidad para mantenerse como tal. En
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este sentido, la lealtad y solidaridad entre los miembros del grupo, así como el estricto
cumplimiento de sus normas y el ajuste de sus partes (cada una dando y recibiendo conforme
a justicia) son las virtudes morales cardinales (lo mismo puede decirse de las virtudes
políticas). Es fundamental desligar estas virtudes morales de cualquier connotación ética. Una
banda de ladrones es, por su misma naturaleza, una “aberración ética” pero, en cambio, puede
ser virtuosa, en sentido moral, si es capaz de perseverar en el ser, gracias a la lealtad y
solidaridad entre sus miembros (“hay honor entre los ladrones”). En cuanto a la generosidad,
menos sentido tiene aún tratar de referirla a la moral (o a la política), dado que los
destinatarios de esa supuesta “generosidad” son, en principio, competidores o enemigos del
grupo de referencia, por lo que la generosidad con ellos podría menoscabar la capacidad de
supervivencia del propio grupo. La generosidad ética carece de todo análogo en la vida moral
(o política), porque los actos que suelen interpretarse como tales (ayudas a países vecinos,
etc.) no son actos de generosidad desinteresada, sino de cálculo político orientado al
fortalecimiento de la propia cohesión. Son, en general, actos de “solidaridad” contra terceros.
Conflicto ética / moral
En muchos casos, las normas éticas y las morales no entran en conflicto, sino que, al
contrario, coexisten de forma pacífica y se complementan. En otros casos, sin embargo, el
conflicto resulta inevitable, puesto que las normas morales están diseñadas para salvaguardar
el grupo, aun cuando esto suponga sacrificar las vidas o intereses de algunos de sus miembros
(ni qué decir tiene las de los de fuera).
Los principios éticos universales chocan, muy a menudo, con normas morales vigentes en
muchos grupos y culturas tribales o preestatales: mutilación genital femenina, infanticidio
femenino, sacrificios humanos rituales, canibalismo, deformaciones corporales dañinas,
esclavitud culturalmente institucionalizada, etc. Este conflicto es negado, no obstante, por
quienes afirman que no existe una ética universal, sino muchas éticas (tantas como pueblos o
culturas), todas igualmente válidas dentro de sus propias coordenadas, y que esa pretendida
ética universal no es otra que la ética occidental, autoerigida en modelo ético supremo. Pero
esta postura, a la que podríamos calificar de “relativismo ético”, no tiene en cuenta el hecho
de que los derechos éticos elementales de la persona humana son universales por su
estructura, a pesar de que hayan sido construidos originariamente en la cultura occidental. No
hay, por tanto, más de una ética. Hay solo una, y es universal. Lo que sucede con algunas de
esas culturas tribales no es, pues, que tengan una ética propia, sino que la ética (la única que
hay) esta “secuestrada” por su moral o, de otro modo, que su moral es, en algunas de sus
manifestaciones, incompatible con la ética. El relativista cultural soluciona estos conflictos en
favor de la moral particular de esas culturas, en favor del punto de vista propio de cada uno de
esos pueblos. Nosotros suponemos, en cambio, que los principios éticos fundamentales son
inviolables, y que solo pueden saltarse en ocasiones muy excepcionales (por ejemplo, cuando
la supervivencia del grupo exija arriesgar la vida de algunos de sus miembros).
El conflicto entre las normas éticas y las morales está presente también en el seno de las
democracias parlamentarias modernas. La prohibición de los Testigos de Jehová de recibir
transfusiones sanguíneas puede conducir a la muerte de alguno de sus miembros, en contra
del mandato ético fundamental de preservar la existencia de los sujetos humanos. La lealtad
política puede llevar a los miembros de un partido a quebrantar el deber ético de evitar el
perjurio y la difamación. Los miembros de una asociación profesional (médicos, políticos,
jueces) pueden, en contra de la ética, protegerse unos a otros (en defensa de la moral de su
grupo), ante ataques externos.
Conflicto entre normas morales
Las normas morales de un grupo pueden chocar con las de algún otro grupo, ya que los
distintos grupos no tienen por qué compartir las mismas normas morales. En ocasiones, el
conflicto puede afectar a una misma persona que pertenece a dos grupos diferentes, como
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cuando la solidaridad del juez, del policía o del profesor con su grupo familiar choca con sus
deberes profesionales. En otros casos, el conflicto se debe a la confrontación entre dos grupos
con intereses y “morales” incompatibles: cristianos y talibanes, militares y pacifistas, etc.
4. Política
A la hora de caracterizar la esfera de lo político, es aconsejable distinguir dos acepciones
diferentes del término “política”. Por un lado, cabe considerar la política en un sentido
amplio. En ese sentido, serían relaciones políticas las relaciones relativas de poder y
dominación que se dan en los grupos de animales no humanos (la “política de los chimpancés”
de la que habla Frans de Waal en su libro del mismo título) y también en ciertos grupos
humanos preestatales o tribales. En su sentido estricto o restringido, la política hace
referencia a todo lo que contribuye a la buena marcha de un Estado realmente existente.
Los Estados son instituciones específicamente antropológicas e históricas cuya estructura es
parecida a una biocenosis en la que diferentes comunidades conviven y se enfrentan entre sí.
En la sociedad política en sentido estricto, diversos grupos, entre las que puede haber
divergencias objetivas (grupos económicos, sociales, de edad, gremios, organizaciones, etc.),
quedan englobados en un único Estado que ejerce un poder, por lo general legalmente
encauzado, destinado a mantener la buena marcha del conjunto (eutaxia). Esa sociedad
política es una estructura cuya dinámica solo puede evaluarse considerando periodos largos,
periodos que, muchas veces, están por encima del horizonte biográfico de los sujetos que los
protagonizan. Los proyectos políticos (la colonización de América, la Revolución de Octubre, la
carrera espacial, etc.), solo pueden concebirse y evaluarse en esa perspectiva de la larga
duración. Es la perspectiva en la que están pensadas las leyes, por ejemplo, las constituciones,
que están “hechas para durar”. Es también la perspectiva en la que están dadas las
instituciones: el ejército, los centros de enseñanza, los tribunales, los parlamentos, etc., todas
ellas “hechas para durar”.
Relaciones entre ética, moral y política
El conflicto entre las normas éticas y morales, y entre las normas morales de los diferentes
grupos, se resuelve, dentro del Estado, a través del Derecho, que fija dichas normas, dándoles
forma legal, y coordina sus relaciones. De este modo, la fuerza de obligar de las normas éticas
y morales queda respaldada, en cuanto normas legales, por el poder ejecutivo del Estado, y sus
conflictos son encauzados a través del “arbitraje jurídico”. Ahora bien, las leyes de un Estado
(aun cuando se trate de un Estado democrático) no tienen por qué ser compatibles, siempre y
en todos sus puntos, con las normas éticas y morales que ellas coordinan: algunas de las leyes
del Estado pueden (y deben) ser inmorales (contra los intereses de determinados grupos) o
antiéticas (contra la “Humanidad” misma) y ello, aun cuando las normas jurídicas hayan sido
“democráticamente establecidas”. Además, las normas políticas de un Estado pueden entrar
en conflicto con las de algún otro Estado. De todo ello nos ocupamos en los siguientes
apartados.
Conflicto ética / política: Al igual que ocurre con las normas morales, hay muchas normas
políticas que conviven pacíficamente con las normas éticas, y que incluso las fortalecen pero,
en ciertas ocasiones, las normas políticas y éticas chocan. Lo que ocurre es que, con
frecuencia, la buena marcha del Estado (la razón de Estado) exige suspender ciertas normas
éticas o, al menos, restringir el radio de su aplicación.
Las normas de la ética pedirían socorrer a todos los menesterosos del mundo y acogerlos
para mejorar sus condiciones de vida. Sin embargo, si el gobierno de un Estado tomara esa
exigencia ética como norma política prioritaria pondría en peligro la viabilidad del propio
Estado y el bienestar de sus nacionales. Las fronteras, los guardacostas, la vigilancia policial, los
confinamientos y las repatriaciones son medidas dolorosas pero imprescindibles para la buena
marcha del Estado. Si una nación como España abriera de par en par sus fronteras para acoger
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a los millones de desposeídos de África se pondrían en grave riesgo su propia viabilidad política
y su sistema de bienestar (educación, seguridad social, pensiones, centros culturales,
salubridad pública, etc.). Por eso, un Estado nacional como España tiene que suspender la
universalidad de los derechos éticos y contentarse con el objetivo más modesto de hacerlos
posibles dentro de sus fronteras.
Hay situaciones en las que el gobierno de una nación tiene que promover el mal ético para
lograr el bien político. Una nación que se ve involuntariamente involucrada en una guerra
defensiva, tendrá que movilizar a su población y llevar a algunos de sus nacionales a la muerte
en los campos de batalla, si de ese modo se salva la soberanía y la independencia de la nación.
En línea con lo anterior está también el problema de la objeción de conciencia al servicio de
armas. Un ciudadano que reclamara su derecho a rechazar el servicio militar podría fundar su
objeción de conciencia en argumentos éticos sobre la maldad intrínseca de matar a otra gente.
Pero, a pesar de la validez formal de sus razones, un rechazo tal podría llegar a constituir, bajo
ciertas circunstancias, una traición a su país. En tiempos de guerra, la objeción de conciencia es
un mal político muy grave, pues un Estado sin un ejército adecuado es un Estado a merced de
sus enemigos. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio. Por tanto, las normas y decisiones
políticas tienen que estar, en ocasiones, “más allá del bien y del mal éticos”, y no solo en las
tiranías degeneradas y propensas a la violencia, sino también en las democracias
parlamentarias modernas. En todos los casos, ese es el coste de la buena marcha del Estado.
Es muy importante no perder de vista que la política, aunque en ocasiones es “un lobo para
la ética”, por lo general la garantiza. Por eso su defensa es tan importante. En efecto, la fuerza
de obligar de las declaraciones de derechos éticos (como la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de 1948) está asegurada por los Estados, por sus sistemas judiciales y por
las fuerzas de seguridad que ejecutan esas resoluciones judiciales. Esto es tanto como
reconocer que si un ciudadano español tiene los derechos humanos reconocidos y amparados
no es, de hecho, en cuanto miembro del “género humano” sino en cuento que es “ciudadano
español”, pues ese mismo hombre, si hubiera nacido en otro Estado, podría no tener esos
derechos (como no los tienen efectivamente los ciudadanos de muchos otros países).
Conflicto moral / política: Igualmente conflictiva es la relación entre las normas políticas y las
normas morales. Un Estado sano debe luchar de forma incansable contra el crimen
organizado. La necesidad de un ejército para defender el Estado desaconseja el crecimiento de
los grupos pacifistas por encima de un cierto nivel. Los ejemplos se pueden multiplicar.
Conflicto entre normas políticas: Las normas políticas de diferentes Estados también pueden
ser incompatibles. Fue el ideal político nazi de una Europa unificada bajo el dominio de la “raza
aria” lo que condujo a la Segunda Guerra Mundial. Los ejemplos se pueden multiplicar.
Nota: Tomado de Gustavo Bueno (El sentido de la vida) y David Alvargonzález (La clonación, la
anticoncepción y el aborto en la sociedad biotecnológica; y “Alzheimer’s Disease and the
Conflict between Ethics, Morality and Politics”).
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