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Transcript
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Conferencia Nacional
“Jubilaciones, Seguridad Social y solidaridad con Jubilados de Veracruz”
29-30 de Enero 2016
Belisario Domínguez 32, Centro Histórico, México, D.F.
Ponencia de Magdalena Galindo
Crisis económica y ofensiva contra los trabajadores y pensiones
Para ubicar la crisis económica que
padecemos, aunque en esta ocasión no me
detendré a comentar sus causas y
características, hay que señalar que se trata
de una crisis estructural del capitalismo sólo
comparable con la llamada Gran Crisis de los
años setenta del siglo XIX, que desembocaría
en la Primera Guerra Mundial y con la de los
treintas del siglo XX que dio lugar a la
Segunda Guerra Mundial. La que hoy vivimos,
desde mi punto de vista es la más profunda de
las tres, y exige, como las otras dos, una
transformación de la forma de acumulación de
capital y de la División Internacional del
Trabajo. Esta crisis estructural se inicia en los
ya lejanos años setenta en los países
altamente industrializados y para enfrentarla,
las burguesías y más precisamente, la fracción
financiera de la burguesía internacional
emprende dos grandes ofensivas, una contra
los trabajadores de sus propios países, y otra
contra los países subdesarrollados, con el fin
último de bajar sus costos y recuperar, y en
algunos casos superar, su tasa de ganancia.
En el terreno estricto de la producción,
la estrategia va a consistir en el proceso de
globalización, esto es, la internacionalización
del proceso productivo, de modo que los
departamentos de una misma fábrica se
separen para enviar los intensivos en fuerza de
trabajo a los países subdesarrollados, para
aprovechar la baratura de la mano de obra,
mientras los intensivos en capital y tecnología
se conservan en los países industrializados.
Para llevar adelante esa estrategia, la gran
burguesía financiera necesita la libre movilidad
del capital y para conseguirla va a aprovechar
el problema de la deuda de los países
subdesarrollados que estalla en 1982,
precisamente en México, cuando declara su
incapacidad para seguir cubriendo el servicio
de la deuda. Después de México los demás
países
de
América
Latina
y
otros
subdesarrollados
van
cayendo
en
la
insolvencia y aunque se plantea entonces la
posibilidad de conformar un club de deudores
para negociar en conjunto con la banca
internacional, esa posibilidad no se lleva a
término,
ya
que
algunos
gobiernos,
empezando por el mexicano, prefieren
negociar individualmente, suponiendo que en
correspondencia a la negativa de formar el
club de deudores, la Banca internacional les
dará un trato preferente.
Por supuesto, los banqueros no hacen
concesiones y entonces los países deudores
recurren al Fondo Monetario Internacional y el
Banco Mundial. Estos organismos, que en
realidad siempre han defendido los intereses
del gran capital internacional, van a aprovechar
la coyuntura para imponer a lo largo del mundo
las políticas neoliberales, esto es, el
abatimiento de las fronteras económicas, para
que el capital pueda entrar y salir de los países
sin trabas políticas o legales y de esta manera
llevar adelante el proceso de globalización.
Pero no sólo eso, junto a la apertura total al
capital transnacional, la implantación del
neoliberalismo también implica la exigencia a
los países subdesarrollados de aplicar lo que
llaman reformas estructurales, dirigidas,
fundamentalmente, a conseguir un descenso
de los salarios reales y una eliminación de los
derechos de las clases trabajadoras.
A pesar de que estas ofensivas contra
los países subdesarrollados y contra los
trabajadores
han
determinado
un
empobrecimiento de los trabajadores y una
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desigualdad de la riqueza no sólo en nuestros
países, aunque aquí es más dramática, sino en
el mundo en su conjunto, lo cierto es que la
crisis estructural que aqueja al capitalismo no
ha podido ser resuelta y lo que tenemos son
ciclos muy cortos de crecimiento a los que se
suceden etapas de recesión o estancamiento,
salpicadas de momentos de crisis financieras
agudas que recorren todo el mundo.
En ese panorama en que ni siquiera la
fracción financiera que detenta la hegemonía
internacional
puede
salvarse
de
las
contradicciones del capitalismo, las burguesías
buscan incesantemente campos de inversión
que les permitan una acumulación ampliada de
capital. Por eso es que una de las políticas
más importantes del neoliberalismo es la
privatización de las empresas públicas y áreas
del Estado, como puertos, carreteras,
aeropuertos, ferrocarriles, y servicios sociales
como educación, salud, seguridad social,
vivienda, cultura y demás.
En la búsqueda de campos de inversión,
el capital ha descubierto lo que ha constituido
un verdadero filón de oro para la acumulación.
Me refiero a lo que llamo el mercado de los
pobres. Alrededor de la segunda mitad de los
noventas,
los
capitalistas
del
mundo
descubrieron otra vía de explotación de los
trabajadores, esta vez a través del mercado de
consumo. Bajaron entonces los requisitos para
obtener crédito, tanto en las tiendas
departamentales, como en las agencias de
automóviles, en los bancos y en particular en
las
hipotecas.
Además
de
ampliar
enormemente el mercado del crédito y de las
mercancías en general, pues los pobres son
muchos más que los ricos, esa nueva línea
tenía la enorme ventaja de cobrar una tasa de
interés mucho más alta, bajo el pretexto del
mayor riesgo.
Aparte de la baja en el umbral de los
créditos, el otro aspecto fundamental fue la
apropiación de los fondos de pensiones al
privatizar los sistemas de seguridad y colocar
los recursos en la Bolsa de Valores, de modo
que las pensiones de los trabajadores
sirvieran para financiar a los capitalistas. El
descubrimiento del mercado de los pobres
generó, durante los noventas y los primeros
años del nuevo siglo, un auge de las
economías; no obstante en 2008 se reveló
como una burbuja cuyo estallido llevaría a la
economía estadounidense primero y luego a
las europeas, a una de las peores crisis
cíclicas de la historia.
En México, por supuesto, nuestros
capitalistas siguieron la misma estrategia. Sólo
que aquí, como país subdesarrollado y porque
la ofensiva contra los trabajadores ha sido una
de las más drásticas del mundo, el mercado de
los pobres no ha dado para tanto, esto es no
ha conseguido crear un auge, pues durante los
sexenios panistas el crecimiento fue tan
mediocre que puede igualarse con el
estancamiento, y estos años hay tantos focos
rojos que ya puede avizorarse una nueva
agudización de la crisis En cuanto a la vía
de apropiarse de los fondos de pensiones, hay
que señalar que ésta ha sido exitosa para los
capitalistas, pues hoy esos recursos sumaron
al final de 2015, nada menos que 2 billones (
millones de millones) 550 mil 896 millones de
pesos o sea el 13 por ciento del producto
interno bruto, y alrededor del 30 por ciento de
ese cuantioso monto se ha colocado en las
Bolsas mexicana y extranjeras y por lo tanto ha
servido para financiar a las empresas que ahí
cotizan. En su informe de hace unos días la
Consar señaló que los fondos que administran
las afores se han invertido en un 21.1 por
ciento en Udibonos para financiar al gobierno,
en un 17.8 por ciento en otro tipo de bonos y el
16.2 por ciento en acciones de empresas en el
extranjero.
Por otro lado, las Afores y Siefores han
resultado muy beneficiosas, pues sin importar
cómo resulten las inversiones, estas empresas
cobran sus comisiones y por lo tanto obtienen
utilidades. No es igual para los trabajadores,
pues aparte de todas las pérdidas que implica
la reforma laboral aprobada al final del sexenio
de Calderón, sus pensiones sí corren con los
riesgos de la Bolsa y, aunque por supuesto no
se lleva (o por lo menos no se publica) una
cuenta total, con frecuencia nos enteramos de
cuantiosas pérdidas por los vaivenes de la
Bolsa. Basta mencionar que sólo el pasado
diciembre los fondos de pensiones perdieron
14 mil 398 millones de pesos.
Hay que destacar que
la ofensiva
contra los trabajadores no ha sido una acción
3
exclusiva de México, pues, como decía al
principio, las burguesías de los países
altamente industrializados también la han
dirigido contra los asalariados de sus países. Y
en esa ofensiva el asalto a las pensiones ha
sido el ataque más virulento, tanto por la
elevación de la edad, como de los años
trabajados, como por la apropiación de los
fondos para financiar a las empresas a través
de la privatización y la colocación en Bolsa.
Por eso hemos visto protestas multitudinarias y
en algunos casos huelgas generales, lo mismo
en Francia, que en Inglaterra, que en
Alemania. En esta semana, por ejemplo, se
registraron las protestas en Grecia y el
emplazamiento a huelga del periódico inglés
Finantial Times, precisamente en contra de las
reformas que pretenden disminuir las
pensiones.
Para terminar, sólo quiero mencionar
que este 2016 enfrentaremos en México una
agudización de la crisis económica Entre los
muchos datos que ya anuncian que arreciará
la tormenta, tres me parecen particularmente
notorios: La devaluación del peso, la caída del
precio del petróleo y el crecimiento desmedido
de la deuda pública y, en especial, de la deuda
externa.
La devaluación ha sido recibida (si
exceptuamos a los funcionarios de Hacienda),
con alarma por todo mundo, incluidos varios
medios extranjeros, porque, en efecto se trata
del nivel más bajo en la historia, pues llegó a
sobrepasar los 19 pesos por dólar y nadie
puede asegurar que la caída se haya detenido,
pues las acciones del Banco de México de
subastar dólares para intentar atajar el
desplome, no han conseguido su objetivo y
sólo han provocado la disminución de las
reservas de divisas del país, por más de 16 mil
millones de dólares. Por supuesto, el descenso
en el valor del peso afecta negativamente a la
economía en su conjunto, pues la dependencia
-que cada día se profundiza más, a partir de
las llamadas reformas estructurales- determina
que prácticamente toda la producción en
México necesite importar insumos, que,
precisamente por la devaluación, resultan más
caros. Como es de suponerse, los
empresarios, al ver aumentar sus costos,
simplemente lo repercuten en el precio, lo cual
significa que habrá un nuevo impulso a la
inflación. Y eso cuando los salarios han sido
tan castigados a lo largo de las últimas cuatro
décadas, que el mercado interno se ha
estrechado notablemente, de modo que está
incapacitado para impulsar el crecimiento, y ya
se sabe que si no hay crecimiento de la
economía o éste es tan exiguo como el que
hemos padecido en los últimos años, también
el empleo es insuficiente. Para el conjunto de
la población, pues, la caída del peso significa
que en este año sufrirá al mismo tiempo
inflación y desempleo.
Desde luego, la devaluación está
vinculada, entre otros factores, al descenso
drástico del precio del petróleo que en lo que
va de la administración de Peña Nieto ha
perdido nada menos que 80.46 dólares, al
bajar de 101.96 dólares que se cotizaba en
2012 a
21.50 el pasado 12 de enero.
Naturalmente, una caída de esa magnitud
afecta de manera inmediata las finanzas
públicas, ya que el petróleo había venido
financiando alrededor del 30 por ciento del
gasto público. La caída de los ingresos
petroleros es la causa fundamental de los
recortes del gasto público, que, como se sabe,
han recaído principalmente en los rubros de
servicios sociales como educación, salud,
vivienda o combate a la pobreza. También, en
el empleo de los trabajadores al servicio del
Estado y en los rubros de impulso a la
actividad
económica.
Los
recortes
presupuestales, entonces, son otro factor para
el desempleo y el estancamiento.
Finalmente, la devaluación afecta de
manera significativa al monto y al servicio de la
deuda externa del sector público. La Secretaría
de Hacienda declaró en estos días que durante
2015 esa deuda aumentó un 32 por ciento
como efecto de la devaluación. Y cito
textualmente a Hacienda: “El saldo de los
requerimientos financieros del sector público
(que es como llaman al conjunto del servicio
de la deuda y de las contrataciones de crédito)
ascendió a 8 billones 338 mil millones de
pesos y fue superior en 891 mil 900 millones al
de diciembre de 2014, de los cuales alrededor
de 282 mil millones se explican por
movimientos en el tipo de cambio”, es decir,
por la devaluación. El aumento extraordinario
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de la deuda pública en la actual
administración, no sólo derivada de la
devaluación sino de diversas formas de
adquirir créditos, amenaza con convertirse en
el mayor problema de la economía mexicana.
La conjunción de la devaluación, la caída del
petróleo y el aumento de la deuda auguran un
negro panorama para 2016.