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1 LA INVESTIGACIÓN ANTROPOLÓGICA problemas y perspectivas. Eunice Durham CON POBLACIONES URBANAS: Seguramente, en el Brasil estamos atravesando actualmente un período particularmente fértil y productivo de la investigación antropológica, que se traduce de forma inmediata en la cantidad y cualidad de los trabajos publicados. Y no se trata únicamente de una producción consumida por el público especializado - la preservación de un estilo descriptivo poco cargado de términos técnicos, que la antropología actual heredó de la tradición etnográfica, favorece una amplia receptividad del público generado por la expansión de la enseñanza superior. Esa popularidad reciente de la antropología se debe también al hecho de que las investigaciones se concentran, en gran medida, en temas de interés general e inmediato, - no sólo las costumbres exóticas de las tribus indígenas (aunque éstas constituyan también una lectura fascinante) sino mucho de lo que es cotidiano y familiar en nuestra sociedad urbana o que constituye una reminiscencia de un paado reciente: los hábitos y valores de los moradores de Copacabana tanto como el modo de vida de los barrios de la periferia, de las favelas (villas miseria) y de la población caipira (ojo consultar), la umbanda y el pentecostalismo al lado del catolicismo tradicional y las comunidades de base de la Iglesia renovada; la familia de los obreros tanto como la de las capas medias; los movimientos sociales urbanos y las formas populares del ocio/ placer ojo consultar; el feminismo y la sexualidad. Estamos, en suma, produciendo una nueva e intrigante etnografía de nosotros mismos. Este éxito de la antropología, un poco sorprendente para quienes estaban acostumbrados a cultivar una ciencia considerada en general como menor o marginal, se refleja igualmente en el decidido aumento de su prestigio en el conjunto de las ciencias sociales. Como consecuencia, la antropología, que antiguamente acostumbraba a ser vista con cierta condescendencia por otros científicos sociales parece ser tratada hoy con mucho más respecto, y a veces, hasta con admiración. Mientras, sería un poco ingenuo considerar que ese nuevo prestigio se deba exclusivamente a la calidad de nuestra producción intelectual, y conviene considerar más de cerca los fundamentos de esta popularidad. El carácter tradicionalmente “marginal” de la antropología en el Brasil (como en el resto del mundo) se debió ciertamente, al hecho de que tanto las poblaciones que estudiaba como los temas que trataba quedaban al margen de las grandes corrientes políticas y de las fuerzas sociales más dinámicas que estaban modelando la sociedad en transformación. La antropología siempre demostró especial interés por las minorías desposeídas y dominadas de todo tipo (indios, negros, campesinos, vvilleros, desviantes y “pobres” en general) en detrimento del estudio de los grupos o clases políticamente dominantes y actuantes. En cuanto a los temas, siempre reveló una afinidad particular por aquellos que eran claramente periféricos a la gran arena de las luchas políticas: se dedicó mucho más al estudio de la familia, de la religión, del folklore, de la medicina popular, de las fiestas que al análisis del 2 Estado, de los partidos políticos, de los movimientos sindicales, de las relaciones de clase, del desarrollo económico. El éxito reciente de la antropología está evidentemente vinculado con el hecho de que hoy esas minorías desprivilegiadas emergen como nuevos actores políticos, organizan movimientos y exigen una participación en la vida nacional de la que estuvieron excluidos secularmente. Además, temas como el de la religión o la sexualidad, el papel de la mujer en la familia y la medicina popular, parecen haberse politizado de un momento para otro, pasando a poseer una nueva importancia en la comprensión de la dinámica de la transformación de la sociedad brasilera. De esta forma, el conocimiento acumulado por la antropología en el tratamiento de estos temas, así como su competencia específica en el trabajo de campo con estas poblaciones, se tornaron súbitamente relevantes políticamente. Por otra parte, en virtud de lo que parece ser una nueva dinámica de la sociedad brasilera, los esquemas globalizadores con los que la sociología y la ciencia política produjeron, en el pasado, una interpretación coherente de la sociedad nacional, se revelaron como singularmente inadecuados. Hoy se nota claramente en estas disciplinas en una crisis explicativa que está provocando una revisión crítica muy profunda tanto en sus presupuestos teóricos y metodológicos cuanto de la propia concepción de la sociedad brasileña que construyeran en el pasado. En este sentido, el trabajo altamente descriptivo de la antropología, su capacidad de detectar perspectivas divergentes e interpretaciones alternativas, presenta un material provocativo y estimulante para repensar la realidad social. Pero, si verdaderamente estamos tratando de forma creativa y original temas que nos parecen, como a los demás, importantes y fascinantes, por otra parte puede notarse una cierta inconsistencia en los resultados, una multiplicación de las investigaciones y de los abordajes que no se suman ni se integran, una cierta perplejidad sobre qué hacer con las conclusiones parciales y divergentes que estamos acumulando. Y en la misma medida en que las poblaciones y los temas tradicionalmente estudiados por la antropología se politizan, la reflexión antropológica parece singularmente inerme para entender esa nueva posición de su objeto en la sociedad en transformación. Al igual que la sociología y la ciencia política, también se encuentra en la situación de rever sus esquemas explicativos de la realidad brasileña; no podemos buscar en ellas una línea interpretativa coherente que brinde el cuadro general dentro del cual localizar las investigaciones concretas y limitadas que continuamos produciendo. Por tanto, parece oportuno, en este momento, realizar una reflexión crítica sobre el conjunto de la producción antropológica reciente en el Brasil. Y si esas consideraciones parecen pertinentes para la antropología en su totalidad, son aún más relevantes para las investigaciones que se están realizando con poblaciones urbanas. Este es el campo que pretendo abordar en este trabajo, en detrimento de la vasta producción sobre las poblaciones indígenas y la sociedad rural, que están exigiendo el examen de antropólogos más familiarizados que yo con esas orientaciones específicas de la antropología. 3 Un poco de historia de este tipo de investigación, de la forma en que la misma se desarrolló en el Brasil, puede ser útil para entender más claramente los problemas actuales. En efecto, este tipo de investigaciones tiene una larga tradición en la antropología brasileña. Y desde el comienzo, se trata menos de una antropología de la ciudad que de una antropología en la ciudad. Es decir que en Brasil no se desarrolló una antropología urbana propiamente en los moldes en que fue iniciada por la escuela de Chicago, una tentativa de comprender el fenómeno urbano en sí mismo. Al contrario, se trata de investigaciones que operan con temas, conceptos y métodos de la antropología, más volcados al estudio de poblaciones que viven en las ciudades. La ciudad es, por tanto, más bien el lugar de la investigación que su objeto. La tradición se inicia ya con Nina Rodríguez y su interés por el negro y el mestizo, por la marginalidad y la criminalidad que inciden sobre una población urbana pobre y descalificada. El concepto clave de raza es el elemento clave de esta interpretación, que da una explicación global del conjunto de la sociedad brasileña1. Al lado de esta antropología médica, se desenvuelven los estudios sobre el folklore, y tanto en un caso como en el otro, las distinciones entre lo rural y lo urbano son irrelevantes. Las poblaciones urbanas son tomadas como objeto legítimo de estudio pero no en cuanto tales, sino como ejemplos o manifestaciones de fenómenos relevantes para una interpretación, o simplemente descripciones de la sociedad brasileña. Con Arthur Ramos, los mismos problemas encabezan las preocupaciones, pero con una gradual sustitución de las interpretaciones raciales por las culturales. Los trabajos de Gilberto Freyre operan en ese mismo campo (rural-urbano de límites poco relevantes). Casa Grande & Senzala se yuxtapone a Sobrados e Mocambos, dentro de una tentativa análoga, pero en otra dirección, de ofrecer una interpretación coherente de la sociedad brasileña dentro de una perspectiva culturalista. Ahora, los componentes raciales están mucho mas firmemente subordinados a la elaboración cultural, y bajo el doble filtro de una óptica regional y de clase, se trata de caracterizar la cultura brasileña en su conjunto. Sin embargo (Em que pese a) pese a la popularidad y el prestigio de Gilberto Freyre, la antropología brasileña, en gran parte, siguió otro camino2. Bajo la hegemonía del funcionalismo, que combinó en grados y formas diferentes el culturalismo americano y el sociologismo británico, se introdujo en Brasil una nueva tradición de trabajo de campo, que revolucionó profundamente a la antropología brasileña. Los viejos temas fueron retomados con una nueva perspectiva. El estudio tradicional del negro se transformó en la investigación sobre relaciones raciales. Las investigaciones sobre las religiones africanas ganaron nuevo impulso y nueva dignidad. La gran oposición casa grande e senzala, como revelación de la cultura brasileña en general, dio lugar a investigaciones detalladas sobre el sistema de plantación. Se introdujeron nuevos problemas, como el de la inmigración extranjera en el sur del país. Pero el centro de todo este movimiento estuvo constituido, sin duda, por los estudios de comunidad, que integraban lo rural y lo urbano en una totalidad 1 En esos comienzos, es muy importante el trabajo de Marisa Correa (1982). Esa tradición globalizante, sin embargo, no se perdió. Tanto Darcy Ribeiro como Roberto da Matta hicieron y hacen tentativas en el sentido de ofrecer una interpretación que abarque a la cultura brasileña. 2 4 que podía ser concebida como una proyección de la sociedad en su conjunto. Los estudios de comunidades permitieron un desarrollo particularmente fértil de la antropología, que encontró una correspondencia muy cercana con la investigación de las sociedades primitivas. Investigando esos “fragmentos de sociedad”, las comunidades, como si fuesen aldeas indígenas, era posible utilizar los métodos de observación participante, documentación censal, historias de vida, entrevistas dirigidas, etc.; formulando un retrato multidimensional de la vida social e integrando el estudio de las manifestaciones culturales al análisis de su sustrato social y económico. El éxito de este método fascinó tanto a los sociólogos como a los antropólogos, en una época en que el mismo abordaje funcionalista facilitaba la aproximación entre ambas disciplinas, utilizando las afinidades entre la sociología durkheimiana y la antropología social británica. En ese momento, teoría, métodos y técnicas de investigación social están completamente integrados y son internamente coherentes. Conviene, dada la importancia de ese momento en el desarrollo posterior de la antropología, examinar un poco mejor los fundamentos de esa coherencia. Tomemos como referencia el funcionalismo, tal como se desarrolló en el estudio de las sociedades tribales. El análisis antropológico consiste en construir sistemas a partir de una realidad que aparece, inicialmente, como fragmentada. La apariencia fragmentada y carente de significación decorre da exterioridad del observador y la construcción de sistemas coherentes por la antropología debe corresponder a una integración real, realizada constantemente por los miembros portadores de cultura de la sociedad, a través de procesos que son la mayor parte de las veces, inconscientes. Ese tipo de investigación presupone una noción de totalidad integrada cuya reconstrucción es el objetivo último del investigador. Parte fundamental de este procedimiento es la construcción, por parte del antropólogo, de una “teoría nativa” de la sociedad en cuestión, por medio del descubrimiento y el análisis de las categorías culturales fundamentales a través de las cuales los nativos operan y reproducen su sociedad. En la antropología social inglesa (a pesar de la posición diferente de Malinowski) el soporte básico de la construcción de estos sistemas reside en el concepto de estructura social. La importancia relativa de las diferentes categorías, así como su articulación interna, son establecidas a través de la indagación de su relevancia (su función) para el mantenimiento (reproducción) de una forma societaria, un sistema de relaciones sociales. En este abordaje, los fundamentos estructurantes no se buscan en las manifestaciones propiamente culturales, sino en el sistema de relaciones sociales que la cultura realiza (o produce, o manifiesta). La sociedad y la cultura aparecen como conceptos gemelos y corresponden a la forma y al contenido de una misma realidad. La investigación es multidimensional e integradora. El privilegio de la dimensión social permite, por demás, un nuevo desarrollo del abordaje comparativo. En efecto, los principios estructurantes detectados en los sistemas de relaciones sociales son recurrentes en sociedades diversas, distantes geográficamente y portadores de tradiciones históricas diferentes. De este modo, el abordaje implica un movimiento constante entre lo particular y lo específico, por un lado, 5 y lo general y lo universal, por otro, por medio de una comparación entre sociedades diferentes que prescinde de cualquier fundamentación histórica. El culturalismo americano siguió otro camino. El concepto de sociedad no es utilizado como armazón estructurante, dado que está subsumido en el concepto de cultura. Pero también Aquí, como en el funcionalismo británico, el concepto de cultura tampoco posee una referencia estructural intrínseca. Los fenómenos culturales se presentan todos dispersos en el mismo plano, sin criterios de relevancia diferencial. El modo de integrar esa realidad dispersa constituye un problema crucial. La fuerte influencia alemana en la antropología provocó soluciones diversas. Por una parte, se buscó desarrollar la jerarquía de los rasgos, complejos y áreas culturales, inspiada en los estudios de difusión cultural, lo que condujo a un pantano de clasificaciones empíricas, sin valor generalizante. Por otro, el historicismo sugirió una tentativa de integración al nivel de los significados, buscando patrones o temas generales que subsumiesen a los que podían ser detectados a nivel de la conducta. Tanto en el primero como en el segundo caso, la integración buscada internamente termina poniendo énfasis en la especificidad y la unicidad de cada cultura. Paralelamente, la omisión del concepto de sociedad fue compensada por un interés creciente por el individuo como soporte y demostración de la integración cultural, provocando una aproximación con la psicología y reforzando de esta forma el particularismo del abordaje culturalista. En sus diferentes versiones, el funcionalismo, presuponiendo una integración de las partes en el todo, presupone también, inversamente, la presencia de la totalidad en las partes. De este modo, su aplicación a los estudios de comunidad implica ver la unidad estudiada como fragmento de la totalidad (la sociedad o cultura), cuyos elementos estructurantes o integrativos son cualitativamente idénticos a los del todo. La comunidad mantiene con la sociedad una relación metonímica y por eso, inmediatamente relevante para la comprensión de la sociedad o de la cultura, aunque el conocimiento producido de este modo sea, obviamente, considerado incompleto. En el Brasil, la crítica a los estudios de comunidad y al funcionalismo positivista fue elaborada primordialmente por los sociólogos e incorporada más tarde por los antropólogos. Los argumentos más directamente políticos de la crítica (y muchas veces, los más simplificados) fueron los que encontraron una receptividad más amplia. De este modo, se criticó ampliamente el supuesto de la integración (cultural o social) y su efecto inhibidor en el tratamiento del conflicto social, su incapacidad de percibir el cambio, y consecuentemente, la formulación de una visión estática y por lo mismo, conservadora de la realidad social. Pero las cuestiones metodológicas más fundamentales no fueron objeto de una reflexión generalizada. Estas se refieren a la relación sujeto-objeto y a la naturaleza del conocimiento. Básicamente, esa crítica pone en cuestión un conocimiento que está apoyado en regularidades directamente observables, la relación directa entre observación y generalización, y que no implica ninguna ruptura analítica en el sentido de revelar estructuras o procesos inmanentes que no se reduzcan a las manifestaciones visibles de los fenómenos sociales. Aliada a los métodos de investigación etnográfica, ese tipo de investigación tiende a confundir el modo por el cual una sociedad se representa con la explicación sobre el modo en que la misma se constituye y reproduce. Por demás, la 6 relación sujeto - objeto o bien observador- objeto no es cuestionada y la construcción del investigador se toma como correspondiendo integralmente a lass representaciones y al comportamiento de las colectividades estudiadas. En la sociología, el abandono del funcionalismo fue resultado de una adhesión cada vez mayor al marxismo. En la antropología, mientras, la incorporación de la crítica al funcionalismo no tuvo como resultado una delimitación de un nuevo campo metodológico común. En efecto, el marxismo tuvo una penetración lenta y difícil en la antropología. Desprovisto de una teoría del simbolismo y volcado a los problemas macroestructurales de las sociedades campitalistas que sólo se captan adecuadamente en la dimensión histórica, el marxismo no puede trasponerse de modo inmediato a los resultados de una investigación empírica limitada, cualitativa, multidimensional, como la que caracteriza al trabajo de campo antropológico. Así, para los antropólogos que optaron por el enfoque marxista, el problema que se planteaba antes y también ahora es el de integrar un método de investigación de campo desarrollado por el funcionalismo con una teoría que parte de otras premisas y camina en otra dirección. De modo general, se siguió haciendo investigación como la realizaban los funcionalistas, pero intentando encontrar “ganchos”que permitiesen interpretar los resultados con conceptos como “modo de producción”, “relaciones de trabajo” y “lucha de clases”. Dado que estos conceptos son anteriores y exteriores a las investigaciones en sí, esto termina produciendo un efecto híbrido desconcertante: trabajos estructamente funcionalistas en la descripción empírica, precedidos y prologados por introducciones y conclusiones formuladas en lenguaje marxista. Buena parte de las veces se acaba mostrando la funcionalidad de ciertas instituciones (como la familia) para la acumulación capitalista. O se investigan las representaciones de los obreros, para luego discutir el grado de alienación que puedan contener, usando como patrón de medida formulaciones teóricas que no son puestas en cuestión ni testeadas por la investigación empírica. Reconozcamos que también los sociólogos incurren frecuentemente en este extraño hibridismo. Los historiadores, que tienen un problema semejante para integrar investigaciones detalladas y particularistas a los grandes esquemas explicativos del marxismo, lo resuelven más fácilmente que los antropólogos, dado que remiten constantemente a las investigaciones parciales de series históricas que brindan los parámetros explicativos. Los antropólogos no poseen parámetros equivalentes y se ven forzados a utilizar aquellos que brindan otras disciplinas (que dominan mal y no son completamente adecuadas a las perspectivas de su trabajo de campo). Producen así un conocimiento fragmentado, que otras ciencias sociales pueden eventualmente incorporar, validando (o negando) su relevancia. Dadas estas dificultades, sólo algunas investigaciones que se apoyan en temas y problemas claramente delineados en la teoría marxista (como las relaciones de trabajo, el movimiento sindical o las luchas campesinas) lograron una integración más satisfactoria entre teoría e investigación. 7 La otra perspectiva que se abrió para los antropólogos fue la del estructuralismo, que contribuyó inmensamente a reubicar la importancia de la dimensión simbólica de la vida social. Se trata a hora, por primera vez, de un concepto de estructura que se coloca en el propio cerne de los fenómenos culturales, y por tanto implica el reconocimiento de una lógica propia a la producción simbólica. Pero también el estructuralismo se orienta en una dirección distinta de la que organiza al trabajo de campo tradicional. El rigor formal exigido por el estructuralismo sacrifica el particularismo, la multidimensionalidad revelados por la investigación empírica vuelta hacia grupos atuantes. Tanto en un caso como en el otro, las indecisiones y trabas de las investigaciones actuales parecen derivar de esas dificultades en preservar la riqueza de la investigación empírica antropológica tradicional, elaborada por el funcionalismo (y a la que no pensamos renunciar) integrándola en nuevos esquemas interpretativos no positivistas. Como la tarea es extraordinariamente difícil, los antropólogos han intentado escapar a, antes que enfrentar los problemas metodológicos más espinosos por medio de un procedimiento que denominaré “desliz semántico”. Examinando la producción antroológica reciente de los investigadores que trabajan en ciudades, la reflexión anterior parece muy pertinente. En esos trabajos, aparecen dos tendencias con mucha nitidez. Por un lado, la valoración de los métodos cualitativos tradicionales de investigación empírica, con énfasis en la observación participante. Y por otro, una preocupación por el análisis de la dimensión simbólica, dentro de un abordaje básicamente culturalista: el concepto de cultura (después del ostracismo a que lo relegó la antropología social) volvió a ser ampliamente utilizado y hay inclusive, una recuperación de ciertos aspectos del culturalismo americano. Inclusive, las tentativas de aproximación al marxismo se han realizado preferentemente por medio del concepto de ideología que remite directamente a la dimensión simbólica del comportamiento social. Tomemos la primera tendencia. Se nota, en primer lugar, el predominio de estudios detallados de grupos, categorías o situaciones sociales delimitadas, que incluyen un número restringido de personas y que son vistas “desde dentro” con amplia utilización de la observación participante. En efecto, una de las características más visibles y positivas de esa producción reciente es justamente, la valorización de la observación participante y la preocupación por la naturaleza de la relación del investigador con la población observada. Ha crecido sustancialmente el número de artículos escritos sobre esta cuestión y las monografías son, cada vez más, precedidas por largas introducciones en las cuales los autores relatan su experiencia de campo. Aquí se nota claramente uno de esos “deslizamientos” de la conceptualización y de la práctica a los que me referí anteriormente. Tal como fue formulada inicialmente, la técnica implicaba un énfasis en la observación, que se intentaba fuera lo más objetiva posible, y la participación se presentaba como una condición necesaria de dicha observación. En la alteración reciente en el uso de esa técnica se nota una valorización creciente de la subjetividad del observador; la experiencia, los sentimientos, los conflictos íntimos del investigador son ampliamente descriptos y analizados. Concomitantemente, con 8 un esfuerzo consciente de identificación del antropólogo con la población que estudia, privilegiándose la participación. En la situación de trabajo de campo tradicional, en la que el trabajo se desarrolla con sociedades “primitivas”, la participación es más objetiva que subjetiva; el investigador convive constantemente con la población estudiada, permaneciendo en tanto como un extranjero (estando de acuerdo con ello). Con la imposición de aprender la lengua nativa surge la necesidad de superar una exterioridad excesiva. Como el dominio de la lengua es adquirido gradualmente y raramente llega a ser completo, la comunicación verbal queda frecuentemente subordinada a la observación del comportamiento manifiesto. En la investigación que se realiza en las ciudades, dentro de un universo cultural común al investigador y al objeto de la investigación, la participación es más subjetiva que objetiva. El investigador raramente reside con la población que estudia (y, si lo hace, es por breves períodos), y no comparte sus condiciones de existencia, de su pobreza, de sus carencias, de sus dificultades concretas para garantizar la supervivencia cotidiana. Pero, en la interacción simbólica busca la identificación con los valores y las aspiraciones de la población que estudia. La lengua no constituye una barrera y la comunicación puramente verbal predomina, ocultando la observación del comportamiento manifiesto. La investigación se concentra en el análisis de los testimonios, siendo la entrevista el material empírico privilegiado. Privilegiándose de esa manera los aspectos más normativos de la cultura, así, la técnica del análisis del discurso asume una importancia creciente. Una variante de este tipo de trabajo consiste en el análisis de los movimientos o situaciones en los cuales el investigador está integrado como sujeto, como ocurre por ejemplo con el movimiento feminista, negro u homosexual. En estos casos, las dificultades en realizar simultáneamente una acción transformadora de la sociedad y un análisis de esa práctica son particularmente intensas. La cuestión de la identificación subjetiva merece comentarios adicionales porque posee otras raíces que se sumergen en el terreno político. En efecto, asistimos hoy a una politización creciente de nuestro universo social que incide doblemente en la situación de investigación. Por un lado, el mismo clima intelectual se ha desarrollado en el sentido de criticar el aislamiento académico, proclamando la necesidad de un compromiso político de los cientistas enfatizando su responsabilidad social. Por otra parte, son los propios “objetos de investigación” los que recuperan de los investigadores este tipo de actuación y de identificación política. Surge entonces, de una manera muy importante, la cuestión del retorno de los resultados: los antropólogos se empeñan en descubrir una aplicación inmediata y directa de los resultados de su investigación y, cuando no lo consiguen, tienden a substituirla por una acción junto a la población para beneficiarla. En una formulación sintética y un poco caricaturesca, se puede decir que estamos pasando de la observación participante a la participación observante acercándose a la militancia. Si esta transformación del trabajo de campo presenta aspectos muy positivos, no deja de ser verdad que la reflexión teórica y metodológica se encuentra un poco omitida en cuando a los problemas epistemológicos involucrados. 9 Los deslizamientos que se procesan en el campo conceptual son de otro tipo y establecen, con los “desvíos” de la práctica de investigación una relación algo contradictoria. Cuando se examina la producción antropológica reciente, en la que pese a la influencia del marxismo, se nota una ausencia muy reveladora, la del concepto de clase. No es que la estructura de clases sea ignorada o que el concepto de lucha de clases no sea mencionado. Pero el concepto no es utilizado ni como instrumento para la delimitación de los objetos empíricos de la investigación ni como recurso interior para el análisis del material. Los recortes empíricos que los antropólogos tienden a privilegiar aislan grupos o categorías sociales cuya posición de clase no es ni clara ni nítida y, a veces ni siquiera relevante: habitantes de Copacabana o de los suburbios cariocas, favelados (“villeros” N. de los T.), habitantes de la periferia paulista, Comunidades Eclesiales de Base, asistentes a los terreiros (lugar de culto N. de los T.) de umbanda, participantes de movimientos populares, ‘escolas’ de samba, o público de circo/teatro, mujeres, negros, homosexuales; etc. Apenas en algunos pocos casos, como en el de las investigaciones que se ocupan exclusivamente de obreros, es donde parece haber una compatibilidad entre el recorte empírico y la problemática de las clases (a veces más aparente que real). En los demás casos, la relevancia de los resultados para la problemática de las clases no es directa, pero depende de una reflexión teórica que se procesa en otro nivel y a partir de otros datos. En estas circunstancias, lo que es más específicamente relevante que la estratificación de los segmentos sociales es la percepción de esa estratificación por parte de la población. Por eso mismo, los términos clásicos de la conceptualización marxista, como burguesía y proletariado son sustituidos por términos descriptivos como “clases populares”, “clases trabajadoras” o “clases medias”. Se preserva de este modo, una referencia a la problemática de las clases, sin enfrentar el problema de la relevancia específica de los resultados de la investigación para esa problemática 3. A esta ausencia se suman otras presencias igualmente significativas. En efecto, en el conjunto de la producción antropológica resulta fácil constatar el predominio de algunos conceptos que parecen constituirse como instrumentos privilegiados: ideología, identidad, persona, individuo, individualismo, jerarquía, holismo y, más raramente, ethos. Se nota claramente en esta lista la tendencia culturalista, con la valorización de la dimensión simbólica. Sólo el concepto de jerarquía parece contradecir esta tendencia, pues, tradicionalmente ligado al concepto de status, remite directamente a la problemática sociológica de la estratificación social. La excepción, mientras tanto, es superficial, pues lo que acostumbra a ser focalizado a través del concepto no es la organización jerárquica de la sociedad sino la presencia de la jerarquía como valor en las representaciones colectivas, en un claro deslizamiento de la conceptualización sociológica hacia una connotación culturalista. Además, ese espinoso problema no es exclusivo de la antropología. Las dificultades de aplicación del concepto marxista de clase para analizar la intensa y confusa movilidad de los diferentes segmentos de la sociedad brasileña son muy claros también en la sociología. Para un abordaje más productivo de este problema consultar Oliveira 1984. 3 10 Deslizamientos semejantes, o por lo menos análogos, parecen ocurrir en otros casos. Tomemos el concepto de ideología, que posee una clara inspiración marxista, en cuya tradición aparece como concepto particularmente tenso y cargado. Se toma por un lado la clásica oposición infraestructura/superestructura y la cuestión de la determinación de lo económico en última instancia. Por otro lado, remite directamente a la problemática política, la cuestión de la hegemonía y de la eficacia de las ideas y representaciones en la lucha de clases, a los efectos y procesos de ocultamiento de los mecanismos de dominación que la ideología promueve. En la antropología, el concepto se despolitiza. Es frecuentemente usado como simple sinónimo de sistemas de ideas y valores, a veces la visión del mundo, perdiendo su complejidad y desvinculándose de la problemática teórica que le era propia. Raramente es empleado en su contexto original, la mayoría de las veces por antropólogos de formación sociológica. Pero su utilización en el sentido simplificado y despolitizado contiene una constante alusión a la problemática política y a la teoría marxista, incluso cuando no es utilizada en la interpretación de los datos. La utilización del concepto de persona se ubica dentro de un campo particularmente resbaladizo, si bien en un contexto diferente. En Brasil, el concepto de persona ha sido definido de un modo bastante claro, en la tradición que va de Mauss a Geertz, como el modo mediante el cual las sociedades conciben, definen y construyen su versión específica del ser humano en su representación individualizada. Toda la antropología brasileña tiende a adoptar esta definición más culturalista de Geertz en oposición a la perspectiva sociológica de Radcliffe-Brown, para quien el concepto de persona tiende a identificarse con el de status. La persona aparece así como una categoría universal y le cabe al antropólogo investigar el modo mediante el cual es construida en forma diferente en cada sociedad 4. Pero, concebido de este modo, el concepto puede ser leído a la inversa: no como el modelo por el cual la sociedad construye su versión del ser humano sino como las concepciones sobre el ser humano que son reveladoras de la naturaleza de la cultura de dicha sociedad. En este caso, la persona pasa a ser vista como metáfora de la sociedad y en este caso necesita considerarse con extremo cuidado para evitar otro deslizamiento en este sentido (en este caso, peligroso), que involucra un reduccionismo psicologizante, desde el cual se supone que observando a la persona se ve a toda la sociedad. Pero la noción de persona involucra otras conexiones. La visión culturalista apunta claramente hacia el hecho de que la concepción de individuo que permea el pensamiento occidental moderno no es una categoría universal, sino una forma específica de construcción de la persona. A partir de ahí es posible realizar una crítica metodológica general de abordaje antropológico, preguntándose en qué medida nuestra visión del individuo (esa forma específica de concebir al ser humano), no introdujo distorsiones importantes al estudio de otras sociedades, viendo individuos (en nuestro sentido), donde éstos no existían. Esa sería una distorsión equivalente, si bien invertida, de las posiciones En la antropología brasileña, el concepto de persona comenzó a ser empleado de un modo más sistemático en el estudio de las sociedades indígenas, donde tuvo un aprovechamiento bastante fructífero. Ver en este sentido, Seeger y otros 1979. 4 11 evolucionistas, que negaban al primitivo cualquier forma de percepción de sujetos individuales, toda vez que no hallaban en ellos el equivalente estricto del individualismo occidental. El peligro de la crítica reside en “leer” en sentido restringido (individualista), cualquier referencia al individuo, introduciendo distorsiones donde éstas tal vez no existían. Ello ocurre porque el término individuo contiene necesariamente dos connotaciones. Por un lado, se refiere a los seres humanos individualizados, organismos biológicos que son soportes empíricos de la sociedad y que son, obviamente, reconocidos como tales e incluso elaborados culturalmente de forma diversa en todas las sociedades. Por otra parte, se refiere a la noción individualista que permea nuestra concepción de persona. Amalgamando las dos connotaciones se establece un nuevo desliz conceptual. La oposición individuo-persona pasa a significar la oposición entre individualismo por un lado, y todas las otras formas de elaboración del ser humano, por otro, especialmente en sus concepciones jerárquicas. De esta manera, el problema del individualismo permea toda la problemática de la persona, haciendo que este concepto sea utilizado de formas no diferentes aunque antagónicas. Conviene, por lo tanto, examinar más detalladamente la cuestión del individualismo. La discusión sobre el individualismo se origina en la ciencia política, donde surge en el contexto del análisis de la formación del Estado moderno y en conexión con las revoluciones burguesas. Está íntimamente vinculada al análisis del liberalismo político y del liberalismo económico. En este contexto, el campo semántico del individualismo incluyó otros dos conceptos, el de igualdad y el de libertad política, y se ubica en el cuadro general del desarrollo de la ciudadanía en la sociedad de clases. La discusión sobre el individualismo se traba en el terreno de la historia y se refiere básicamente a una ideología política, en lo que afirma respecto al poder, al Estado, a la representación política, a los derechos civiles; etc. Ahora bien, la penetración del concepto de individualismo en la antropología brasileña se debió más a la influencia de Louis Dumont que a la ciencia política y antes por la lectura de Homo Hierarquicus que por la de Homo Aecqualis. En Homo Hierarquicus el individualismo es utilizado para caracterizar a la sociedad occidental moderna como recurso contrastante que tiene como objetivo iluminar la sociedad de castas en India. Sin embargo, en la introducción de este libro Dumont recupera parcialmente (especialmente a través de la lectura de Tocqueville) el campo semántico del concepto, aunque a los efectos de la comparación contrastante, ese campo sufre una reducción. De este modo, de todo el conjunto que comprende el individualismo, la libertad política y el igualitarismo, se privilegia el primer término, que por así decirlo, pasa a subsumir a los demás y se omite el contexto político y social que le da su propia significación, tradicionalmente abordado a través de conceptos como democracia y clases sociales. El análisis de la sociedad hindú, centrada en el sistema de castas, se expande en la consideración de holismo, de jerarquía, de las formas políticas y de la organización económica, pero el efecto contrastante es establecido sólo en el plano exclusivamente cultural, a través de la construcción de la oposición individualismo/jerarquía. 12 Este procedimiento implica otra operación: la comparación entre las dos sociedades, que al ser contrastiva, se proyecta fuera de la historia, en un análisis tipológico, pudiendo de este modo ser utilizada (indebidamente) como oposición universal, válida para la comparación de nuestra sociedad con cualquier otra (para los cuales otros parámetros pueden ser más relevantes), e inclusive con ella misma. Un procedimiento legítimo para esclarecer la naturaleza de la sociedad de castas en la India, trasladado para analizar a la sociedad brasileña, significa la opción por un procedimiento de investigación muy limitado. Ahora se utiliza para la investigación de una sociedad occidental moderna un concepto de individualismo ahistórico y despolitizado, desvinculado de la problemática de la formación de clases y de la naturaleza del Estado moderno que le dio origen. El concepto se “culturaliza” y corre el riesgo, al emplearse, de crear una visión homogénea de la sociedad brasileña, en la cual se confrontan, de un modo uniforme, valores culturales opuestos aunque equivalentes (individualismo-jerarquía). A través del extraño camino de recuperar el concepto de individualismo a través de la sociedad de castas y no de nuestra propia historia, conseguimos contornear el espinoso problema del proceso de producción de una heterogeneidad y desigualdad crecientes que son propias de la nueva sociedad de clases emergente, con sus nuevas formas de dominación política. Veamos ahora otro concepto, que goza de popularidad creciente: el de identidad. Su popularización en la antropología brasileña se dió, inicialmente, en el contexto de análisis de las relaciones interétnicas a través de la inspiración de F. Barth. El concepto de identidad étnica, como identidad grupal contrastiva, es construido en el contexto de las relaciones y conflictos intergrupales concretos. El surgimiento e grupos en contacto es fundamental para el análisis, así como todo proceso de enfrentamiento, oposición, dominación, sumisión, resistencia que ocurre simultáneamente en el plano simbólico y en el plano de las relaciones sociales. Al contrario de lo que ocurre con la oposición contrastiva individualismojerarquía, se trata ahora de un contraste que es el resultado de un proceso concreto de confrontación y diferenciación. En el contexto de las relaciones interétnicas, el concepto de identidad es muy preciso y delimita un campo de investigación bien estructurado. Pero su extensión a otros grupos o categorías sociales frecuentemente implica que ese campo se diluya, en su dimensión contrastiva concreta. El campo de análisis deja de ser la oposición entre grupos o categorías que se enfrentan en la sociedad y la identidad pasa a ser concebida como una propiedad del grupo, proyectada en la persona. De este modo, a través de un desliz semántico, el estudio de la identidad se sobrepone a los análisis efectuados con el concepto de persona, enfatizando las dimensiones psicológicas y culturales en detrimento de las políticas. Analizando esta breve historia de la utilización de conceptos como clases sociales, ideología, persona, individualismo e identidad en la antropología brasileña actual, llegamos a una conclusión algo desconcertante. Ocurre que, al mismo tiempo en que los antropólogos se politizan en su práctica de campo, a través de su creciente involucramiento en las luchas 13 libradas por las poblaciones que estudian, despolitizan los conceptos con los cuales operan, quitándolos de la matriz histórica en la cual fueron gestados y proyectándolos en el campo ahistórico de la cultura. Pero eligen justamente aquellos conceptos que originalmente poseían una dimensión política muy clara. En el fondo, lo que estamos haciendo es operar los conceptos de tal modo, que evitando el tratamiento directo de la problemática social y política que en ellos está contenida, preservamos la ilusión de esa problemática que, al final de cuentas es esencial para la comprensión de la realidad brasileña. Afirmo que existe, en el propio método de trabajo de campo, una “trampa positivista”, imbricada en el proceso de identificación subjetiva con las poblaciones estudiadas, que promueve los deslices semánticos. La identificación en efecto, es necesaria porque, sin ella, es imposible aprender “desde adentro” las categorías culturales con las cuales la población articula su experiencia de vida social y ordena su práctica colectiva, y esa investigación es el sostén de del abordaje antropológico. Pero esa identificación trae consigo el riesgo de comenzar a explicar la sociedad a través de las categorías “nativas”, en vez de explicar esas categorías a través del análisis antropológico. Ese peligro estuvo siempre presente en la investigación etnográfica, por lo menos en el caso de las categorías recuperadas por los antropólogos respecto a la totalidad de la sociedad, una vez que ésta era íntegramente accesible a la experiencia del grupo estudiado. Pero no es el caso de nuestra sociedad compleja, con la fragmentación que la caracteriza, el conjunto de la sociedad y el movimiento que le es propio no pueden ser recuperados a partir de los grupos estudiados, porque están fuera de su horizonte de información y de su experiencia directa. En este caso, la deformación introducida por la “trampa positivista” se agrava. La sociedad, oscura para nuestros interlocutores, se torna oscura para el propio antropólogo. En este caso, los conceptos alusivos parecen resolver el problema. Nos permite restringir el análisis al nivel de la experiencia de nuestros informantes, insinuando la existencia de fuerzas y procesos sociales que sabemos que están en juego, pero que no logramos captar a partir de la óptica de nuestros interlocutores. Salir de esa impasse significa disolver esa visión adherida a la realidad inmediata y a la experiencia vivida por las poblaciones con las cuales trabajamos, sin contentarnos con la descripción de la forma por la cual los fenómenos se presentan, pero investigando el modo mediante el cual son producidos. No se trata obviamente de exigir que cada investigación empírica construya el cuadro completo o la teoría acabada de la sociedad brasileña sino que es necesario que en algún lugar de la reflexión antropológica esos problemas comiencen a ser investigados. Una comparación con la historia puede resultar esclarecedora, pues mucho del trabajo del historiador, realizado con documentos y archivos muertos, se asemeja intrínsecamente a aquellos que el antropólogo realiza con sus sujetos vivos. Pero la teoría de la historia con la 14 cual los investigadores trabajan no se confunde jamás con la visión que los hombres de determinadas épocas y de ciertas clases sociales poseían de su lugar en ese proceso. Y los problemas que los historiadores investigan no son aquellos formulados por los hombres que, anónimamente hicieron la historia. Nosotros, por el contrario, presos de la observación participante, nos estamos contentando con reconstruir las sombras que esa historia proyecta en la conciencia de los hombres. Es un trabajo importante y no creo que debamos abdicar de hacerlo. Pero no es necesario que contentemos sólo con eso. Los “deslices semánticos” que fueron señalados como una característica de la producción antropológica reciente parecen estar indicando la búsqueda de nuevos caminos a partir de una alteración en el significado de los conceptos tradicionales. Entender este proceso es explicitar que esas alteraciones constituyen el inicio de la reflexión más sistemática sobre los nuevos rumbos que la antropología está buscando y el primer paso en el sentido de una construcción teórica más adecuada a los problemas que estamos estudiando. BIBLIOGRAFIA AZEVEDO, Thales de. As ciencias sociais na Bahia. Notas para sua história. Instituto de Ciencias Sociais, Univesidade da Bahia, Salvador, 1964. BARTH, Frederick. “Segmentary opposition and the theory of games: a study of Pathan Organization”.Journal of Royal Anthropological Institute, 89, part 1, 1959. BILAC, Elizabeth Dória. Familia e Trabalho Feminino. Tese de doutoramento apresentada na FFLCH da USP. Sao Paulo, 1983, mimeo. CALDEIRA, Teresa Pires do Rio. a) “Uma incursao pelo lado ‘nao respeitavel’ da pesquisa de campo”, en RODRIGUES, Leoncio Martins e outros. Trabalho e Cultura no Brasil. 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