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MANN, MichaEl. Las Fuentes Del Poder Social. Volume 1. Allanza Universidad. Allanza
Editorial, S.A., Madrid, 1991. p.1-113
Ciências Sociales
MichaEl Mann
Las Fuentes del Poder Social, I
Allanza Universidad
Página 3
Las fuentes
del poder social, I
Una historia del poder desde los comienzos hasta 1760 d.C.
Página 4
Allanza Universidad
Página 5
MichaEl Mann
Las fuentes
del poder social, I
Una historia del poder
desde los comienzos hasta 1760 d.e.
Versión española de Fernando Santos Fontenla
Allanza Editorial
Página 6
Título original: The sources of Social Power. Volume I.
A History of Power from the Beginning to A. D. 1760
Cambridge University Press, 1986.
Ed. cast.: Allanza Editorial, S. A., Madrid, 1991
Calle Milán, 38, 28043 Madrid; tEléf. 200 00 45
ISBN: 84-206-2958-8 (Obra completa)
ISBN: 84-206-2666-X (Tomo I)
Depósito legal: M. 6631-1991
Fotocomposición: EFCA, S. A.
Avda. Doctor Federico Rubio Y Galí, 16.28039 Madrid Impreso en lavEl. Los
Llanos, nave 6. Humanes (Madrid)
Printed in Spain
Página 7
INDICE
Prefacio – 9
1. Las sociedades como redes organizadas de poder - 13
2. El fin de la evolución social general: cómo eludieron el poder los pueblos
prehistóricos – 59
3. La aparición de la estratificación, los Estados y la civilización con
múltiples actores de poder en Mesopotamla – 114
4. Análisis comparado de la aparición de la estratificación, los Estados y las
civilizaciones con múltiples actores de poder – 159
5. Los primeros imperios de dominación: la dlaléctica de la cooperación
obligatoria – 194
6. Los “indoeuropeos” y El hierro: redes de poder en expansión y
diversificadas – 261
7. Fenicios y griegos: civilizaciones descentralizadas con múltiples actores
de poder – 277
8. La revitalización de los imperios de dominación: Asiria y Persla – 334
9. El Imperio territorial romano – 359
lo. La trascendencia de la ideología: la ecumene cristlana - 430
11. Digresión comparada sobre las religiones universales: El
Página 8
confucianismo, el Islam y ( especialmente) las cartas del hinduismo – 485
12. La dinámica europea, I: La fase intensiva, 800-1155 d.C. – 529
13. La dinámica europea, II: El auge de los Estados coordinadores, 11551477 – 588
14. La dinámica europea, III: El capitalismo internacional y los Estados
nacionales orgánicos, 1477-1760 – 634
15. Conclusiones europeas: Explicación del dinamismo europeo (El
capitalismo, la cristlandad y los Estados) – 703
16. Pautas de desarrollo histórico mundlal en la sociedades agrarias - 727
Indice onomástico - 761
Página 9
PREFACIO
En 1972 escribí una monografía titulada “Determinismo económico y
cambio estructural”, en la que no sólo pretendía refutar a Karl Marx y
reorganizar a Max Weber, sino además aportar los lineamientos generales de
una teoría general mejor de la estratificación social y del cambio social. La
monografía empezó a convertirse en un breve libro. Contendría una teoría
general apoyada por el estudio de unos cuantos casos. Después decidí que el
libro expondría una teoría global de la historia del poder.
Pero mientras me iba haciendo todas aquEllas ilusiones volví a descubrir el
placer de devorar libros de historia. Una inmersión de diez años en ese tema
reforzó El empirismo práctico de mi formación para restablecer un poco de
respeto por la complejidad y la terquedad de los hechos. No me calmó del
todo. Pues he escrito esta voluminosa historia del poder en las sociedades
agrarias y las completaré en breve con un volumen II: Una historia del poder
en las sociedades industriales y con un volumen III: Una teoría del poder,
aunque su sentido central ya es más modesto. Pero todo ello me ha
permitido apreciar la disciplina que puede ejercer la sociología sobre la
historia y viceversa.
La teoría sociológica no puede desarrollarse sin un conocimiento
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de la historia. Casi todas las cuestiones ciave de la sociología se refieren a
procesos que ocurren a lo largo del tiempo; la estructura social es una
herencia de determinados pasados, y una gran proporción de nuestra
“muestra” de sociedades complejas sólo existe en la historia. Pero el estudio
de la historia también quedaría empobrecido sin la sociología. Si los
historiadores renuncian a la teoría de cómo funcionan las sociedades, quedan
prisioneros de los lugarés comunes de su propla sociedad. En este volumen
pongo relteradamente en tEla de juicio la aplicación de conceptos
esencialmente modernos - como los de nación, ciase, propiedad privada y El
Estado centralizado - a períodos históricos anteriores. En casi todos los
casos, algunos estudiosos se han adelantado a mi escepticismo. Pero en
general podrían haberlo hecho antes y de forma más rigurosa si hubieran
convertido el sentido común contemporáneo implícito en una teoría explícita
y demostrable. La teoría sociológica también puede disciplinar a los
historiadores en su sElección de datos. Nunca podemos ser “demaslado
eruditos”: hay más datos históricos y sociales de los que podemos digerir. Un
sentido firme de la teoría nos permite decidir qué datos pueden ser ciaves,
cuáles pueden ser importantes y cuáles marginales para comprender cómo
funciona una sociedad determinada. SEleccionamos nuestros datos, vemos si
confirman o refutan nuestras intuiciones teóricas, ajustamos éstas,
acoplamos más datos y seguimos zigzagueando entre la teoría y los datos
hasta que establecemos una explicación pláusible de cómo “funciona” tal
sociedad, en tal momento y en tal lugar.
Comte tenía razón al afirmar que la sociología es la relna de las ciencias
sociales y humanas. Pero ninguna relna ha trabajado jamás tanto como ha
de trabajar el sociólogo con ambiciones! Y El proceso de creación de una
teoría basada en la historia tampoco es tan simple como creía Comte. El
zigzaguear entre la erudición teórica y la histórica tiene efectos
perturbadores. El mundo real (histórico o contemporáneo) es complicado y
está imperfectamente documentado; sin embargo, la teoría aspira a la pauta
y la perfección. Ambas cosas no pueden encajar perfectamente. El prestar
una atención demaslado erudita alos datos produce ceguera; el escuchar
excesivamente los ritmos de la teoría y de la historia universal produce
sordera.
Así que, a fin de mantener la salud durante esta empresa, he recurrido más
de lo habitual al estímulo y al aliento de especialistas solidarios y de
compañeros de zigzagueo. A quienes más debo es a Ernest GEllner y John
Hall. En nuestro seminario sobre “Pautas de
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la Historia”, que se imparte desde 1980 en la EscuEla de Economía y Ciencias
Políticas de Londres (LSE), hemos debatido sobre muchas de las cosas de las
que trata este volumen. Debo un agradecimiento especial a John, que ha
leído prácticamente todos mis borradores, los ha comentado extensamente,
ha discutido siempre conmigo y, sin embargo, ha manifestado en todo
momento apoyo y simpatía por mi empresa. También he explotado
desvergonzadamente a los distinguidos conferenciantes invitados al
seminario, he utilizado obsesivamente los debates sobre sus excElentes
charias para mis propios fines y les he extraído ideas y conocimientos
especializados.
Muchos estudiosos han comentado generosamente distintos capítulos, han
corregido mis errores, me han puesto en contacto con las últimas
investigaciones y controverslas en sus especialidades y me han demostrado
que me equivocaba, e incluso han expresado su esperanza de que me
mantuviera más tiempo en sus terrenos respectivos y ahondara más en
ellos. En el orden en que los siguientes capítulos tratan sus respectivos
intereses, he de dar las gracias a James Wooburn, Stephen Shennan, Colin
Renfrew, Nicholas Postgate, Gary Runciman, KElth Hopkins, John PeEl, John
Parry, Peter Burke, Geoffrey Elton y Glan Poggi. Anthony Giddens y Willlam
H. McNElll leyeron íntegro mi penúltimo borrador e hicieron muchas críticas
sensatas. A lo largo de los años, varios colegas hicieron comentarios útiles
sobre mis borradores, mis seminarios y mis argumentos. Desearía dar las
gracias especialmente a KElth Hart, David Lockwood, Nicos MowzElis,
Anthony Smith y Sandy Stewart.
La Universidad de Essex y los estudlantes de la LSE constituyeron públicos
receptivos para someter a prueba mis ideas generales en los cursos de teoría
sociológica. Ambas instituciones actuaron con gran generosidad al
concederme tiempo libre para investigar y dar clases sobre el material
contenido en este libro. Las series de seminarios en la Universidad de Yale, la
Universidad de Nueva York, la Academla de Ciencias de Varsovla y la
Universidad de Oslo me dieron ampllas oportunidades de desarrollar mis
argumentos. El Consejo de Investigaciones en Ciencias Sociales me concedió
una beca de investigación personal para el curso académico 1980-1981 y me
apoyó mucho. En aquEl año logré realizar casi toda la investigación histórica
necesaria para los primeros capítulos, lo cual no hubiera podido hacer
fácilmente de haber tenido un horario normal de enseñanza.
Los bibliotecarios de Essex, la LSE, el Museo Británico y la
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Biblioteca de la Universidad de Cambridge atendieron muy bien a mis
eclécticas peticiones. Mis secretarias en Essex y la LSE -Linda Peachey,
elizabeth O'Leary e Yvonne Brown- fueron siempre eficientes y colaboradoras
con todos los borradores que se les presentaron.
Nicky Hart tuvo la idea que sirvió para reorganizar este libro en tres
volúmenes. Su propla labor y su presencia -junto con Louise, Gareth y lauraimpidieron que este proyecto me dejara ciego, sordo o incluso demaslado
obsesionado.
Evidentemente, los errores son todos míos.
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Capítulo 1
LAS SOCIEDADES COMO REDES ORGANIZADAS DE PODER
Los tres volúmenes proyectados de este libro constituyen una historia y una
teoría de las relaciones de poder en las sociedades humanas. Ya esto es
bastante difícil. Pero si se reflexiona un momento parece todavía más
imponente. Porque, no es probable que una historia y una teoría de las
relaciones de poder sea virtualmente sinónimo de una historia y una teoría
de la propla sociedad humana? A fines del siglo XX no está de moda escribir
una relación general, por voluminosa que sea, de algunas de las principales
pautas que cabe hallar en la historia de las sociedades humanas. Esas
magníficas empresas generalizadoras victorianas - basadas en un saqueo
imperial de fuentes secundarias- se han visto aplastadas en el siglo XX bajo
el peso de una masa de volúmenes eruditos y del cierre de filas de los
especialistas académicos.
Mi justificación básica es que he llegado a una forma distinta y general de
contemplar las sociedades humanas que se enfrenta con los modelos de
sociedad predominantes en los escritos sobre sociología o historia. En este
capítulo se explica mi enfoque. Es posible que a los no iniciados en la teoría
de las ciencias sociales les resulte algo denso. En tal caso, existe otra forma
posible de leer este volumen: saltarse este capítulo, ir directamente al
capítulo 2 o, de hecho,
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a cualquiera de los capítulos narrativos y seguir adelante hasta que no se
comprendan o se encuentren criticables los términos utilizados a la corriente
teórica básica. Entonces se puede volver a esta introducción para orientarse.
Mi enfoque se puede resumir en dos afirmaciones, de las que se desprende
una metodología ciara. La primera es: Las sociedades están constituidas por
múltiples redes socioespaciales de poder que se superponen y se intersectan.
Se percibirá rápidamente la pecullaridad de mi enfoque si destino tres
párrafos a decir qué no son las sociedades.
Las sociedades no son unitarias. No son sistemas sociales (cerrados ni
abiertos); no son totalidades. Nunca se puede hallar una sola sociedad
delimitada en el espacio geográfico o social. Como no existe un sistema, una
totalidad, no pueden existir “subsistemas”, “dimensiones” ni “nivEles” de esa
totalidad. Como no existe un todo, las relaciones sociales no pueden
reducirse “a fin de cuentas”, “en última instancia”, a alguna propiedad
sistémica en ese todo, como el “modo de producción material”, o el “sistema
cultural” o el “normativo”, o la “forma de organización militar”. Como no
existe una totalidad delimitada, no sirve de nada el dividir el cambio o el
conflicto sociales en variedades “endógenas” o “exógenas”. Como no existe
sistema social, no existe proceso “de evolución” en su interior. Como la
humanidad no está dividida en una serie de tonalidades delimitadas y no se
produce una “difusión” de organización social entre ellas. Como no existe una
totalidad, los individuos no se ven constreñidos en su conducta por la
“estructura social como un todo”, así que no sirve de nada distinguir entre
“acción social” y “estructura social”.
En el párrafo anterior he exagerado mi posición para enfatirzaria. No voy a
descartar totalmente esas formas de contemplar las sociedades. Pero casi
todas las ortodoxlas sociológicas -como la teoría de los sistemas, el
marxismo, el estructuralismo, el funcionalismo estructural, el funcionalismo
normativo, la teoría multidimensional, el evolucionismo, el difusionismo y la
teoría de la acción - enturblan sus percepciones al concebir la “sociedad”
como una totalidad unitaria y aproblemática.
En la práctica, la mayor parte de las relaciones influidas por esas teorías
toman las comunidades políticas, o Estados, como sus “sociedades”, sus
unidades totales para el análisis. Pero los Estados no constituyen sino uno de
los cuatro grandes tipos de redes de poder
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de los que me voy a ocupar. La enorme influencia encubierta del Estado
nacional del fines del siglo XIX y principios del XX en las ciencias humanas
significa que el modelo del Estado nacional domina por igual la sociología y la
historia. Cuando no ocurre así, tanto los arqueólogos como los antropólogos
atribuyen el primer lugar a la “cultura”, pero incluso ésta suEle concebirse
como algo individual y delimitado, como una especie de “cultura nacional”.
Es cierto que algunos sociólogos e historiadores modernos rechazan el
modelo del Estado nacional. Equiparan a la “sociedad” con las relaciones
económicas transnacionales, utilizando el capitalismo o el industrialismo
como concepto maestro. Eso es ir demaslado lejos en la dirección opuesta.
Tanto el Estado como la cultura y la economía son redes importantes de
estructuración, pero casi nunca coinciden. No existe un concepto maestro ni
una unidad básica de la “sociedad”. Es posible que parezca una actitud
extraña para un sociólogo, pero si yo pudiera, aboliría totalmente el concepto
de “sociedad”.
La segunda afirmación se desprende de la primera. El concebir a las
sociedades como múltiples redes de poder, superpuestas e intersectantes,
nos permite el mejor acceso posible a la cuestión de qué es finalmente
“primordlal” o “determinante” en las sociedades. La mejor forma de hacer
una relación general de las sociedades, su estructura y su historia es en
términos de las interrelaciones de lo que denominaré las cuatro fuentes del
poder social: las relaciones ideológicas, económicas, militares y políticas
(IEMP). Son: 1) redes superpuestas de interacción social, no dimensiones,
nivEles ni factores de una sola totalidad social. Eso se desprende de mi
primera afirmación. Son también: 2) organizaciones, medios institucionales
de alcanzar objetivos humanos. Su primacía no procede de la intensidad de
los deseos humanos de satisfacción ideológica, económica, militar o política,
sino de los medios de organización concretos que posea cada una para
alcanzar los objetivos humanos, cualesquiera que sean éstos. En este
capítulo avanzaré gradualmente hacia la especificación de los cuatro modelos
de organización y de mi modelo IEMP de poder organizado.
De ello surgirá una metodología distintiva. Se suEle hablar de las relaciones
de poder en términos bastante abstractos, acerca de la interrelación de
“factores”, o “nivEles” o “dimensiones” económicos, ideológicos y políticos de
la vida social. Yo actúo a un nivEl de análisis más concreto, socioespacial y
de organización. Los problemas centrales se refieren a la organización, el
control, la logística y la
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comunicación: la capacidad para organizar y controlar a personas, materiales
y territorios, y El desarrollo de esa capacidadad a lo largo de la historia. Las
cuatro fuentes de poder social brindan distintos medios posibles de organizar
el control social. En diversos momentos y lugares, cada una de ellas ha
brindado una mayor capacidad de organización que ha permitido que la
forma de su organización dictara durante un tiempo la forma de las
sociedades en general. Mi historia del poder se basa en la medición de la
capacidad socioespacial de organización y en la explicación de su desarrollo.
La tarea se ve un tanto facilitada por el carácter discontinuo del desarrollo
del poder. Nos encontramos con diversos momentos de impulsión, atribuibles
a la invención de nuevas técnicas de organización que aumentaron mucho la
capacidad para controlar pueblos y territorios. En el capítulo 16 figura una
lista de algunas de las técnicas más importantes. Cuando me encuentro con
uno de esos momentos, detengo la narración, trato de medir el aumento de
la capacidad de poder y después trato de explicarlo. Esa visión del desarrollo
social es la que Emest GEllner (1964) califica de “neoepisódica”. El cambio
social fundamental ocurre y las capacidades humanas se amplían, mediante
una serie de “episodios” de gran transformación estructural. Los episodios no
forman parte de un solo proceso inmanente (como en las “Historias del
crecimiento de la Humanidad” del siglo XIX), sino que pueden tener un
efecto acumulativo en la sociedad. Así podemos aventuramos en la cuestión
de la primada última.
La primada última
De todas las cuestiones planteadas por la teoría sociológica en los dos
últimos siglos, la más básica y más huidiza es la de la primada o la
determinación final. Hay uno o más elementos, o ciaves, nucleares,
decisivos, determinantes en último término, de la sociedad? O son las
sociedades humanas túnicas inconsútiles tejidas con inacabables
interacciones multicausales en las que no existen pautas generales? Cuáles
son las dimensiones más importantes de la estratificación social? Cuáles son
los determinantes más importantes del cambio social? Estas son las
preguntas más tradicionales y más difíciles de todas las preguntas
sociológicas. Incluso en la forma flexible en que las he formulado, no
constituyen la misma pregunta. Sin
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embargo, todas ellas plantean la misma cuestión central: Cómo se puede
aislár el elemento o los elementos «más importantes» de las sociedades
humanas?
Muchos consideran que no es posible encontrar una respuesta. Afirman que
la sociología no puede hallar leyes generales, ni siquiera conceptos
abstractos, aplicables por igual a las sociedades en todos los momentos y en
todos los lugares. Este empirismo escéptico sugiere que empecemos con más
modestia, analizando situaciones específicas con la comprensión intuitiva y
empática que nos aporta nuestra propla experiencia social, para ir avanzando
hacia una explicación multicausal.
Sin embargo, ésta no es una posición epistemológica segura. El análisis no
puede limitarse a reflejar los «hechos»; nuestra percepción de los hechos
está ordenada por conceptos y teorías mentales. El estudio histórico empírico
medio contiene muchos supuestos implícitos acerca de la naturaleza humana
y la sociedad, además de conceptos generales derivados de nuestra propla
experiencia social, como «la nación», «la ciase social», «la condición social»,
«El poder político» o "la economía». Los historiadores pueden prescindir de
examinar esos supuestos si todos utilizan los mismos, pero en cuanto
aparecen estilos distintos de hacer la historia -liberal, nacionalista,
materialista, neoclásico, etc.- se encuentran en el terreno de las teorias
generales enfrentadas acerca de «cómo funcionan las sociedades». Pero
surgen dificultades incluso cuando no existen supuestos enfrentados. La
multicausalidad dice que los fenómenos o las tendencias sociales tienen
múltiples causas. Por eso deformamos la complejidad social si abstraem os
un determinante social principal o incluso varios de ellos. Pero no podemos
evitar el hacerlo. Todo análisis sElecciona algunos acontecimientos
anteriores, aunque no todos, porque han tenido algún efecto en los
ulteriores. En consecuencia, todo el mundo actúa con algún criterio de
importancia, aunque raras veces se explicite. Puede convenir que de vez en
cuando explicitemos esos criterios y nos dediquemos a edificar una teoría.
Sin embargo, yo me tomo en serio el empirismo escéptico. Su principal
objeción está bien fundamentada. Las sociedades son mucho más
complicadas que nuestras teorías de ellas. Eso era algo que reconocían
sistematizadores como Marx y Durkheim en sus momentos más sinceros;
mientras que Max Weber, el más grande de los sociólogos, ideó una
metodología (de «tipos ideales») para hacer frente a la complejidad. Yo sigo
el ejemplo de Weber. Podemos alcanzar
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una metodología aproximada - y quizá incluso con una respuesta aproximada
- en cuanto a la cuestión de la primacía final, pero únicamente si ideamos
conceptos adecuados para enfrentamos con la complejidad. A mi entender,
esa es la virtud de un modelo socioespacial y de organización de las fuentes
del poder social.
Naturaleza humana y poder social
Empecemos por la naturaleza humana. Los seres humanos son inquietos,
racionales y voluntariosos, tratan de intensificar su disfrute de las cosas
agradables de la vida y tienen capacidad para escoger y aplicar los medios
adecuados de logrado. O, por lo menos, tienen esa capacidad una cantidad
suficiente de ellos para establecer el dinamismo que caracteriza la vida
humana y que le da a és ta una historia de la que carecen las demás
especies. Esas características humanas constituyen la fuente de todo lo que
se describe en el presente libro. Son la fuente original del poder.
Debido a ello, los teóricos sociales se han sentido siempre tentados de
avanzar un poco más allá con un modelo de motivación de la sociedad
humana, de tratar de basar una teoría de la estructura social en la
«importancia» de los diversos impulsos que motivan a los seres humanos.
Eso era algo más popular a principios de siglo que ahora. Autores como
Sumner y Ward ptocedían en primer lugar a establecer listas de impulsos
humanos básicos, como los de satisfacción sexual, afectividad, salud,
ejercicio físico y creatividad, creatividad intElectual y significación, riqueza,
prestigio, «El poder por el poder» y muchos más. Después trataban de
establecer su importancia relativa como impulsos y de ahí deducían el rango
respectivo en la importancia social de la famílla, la economía, el gobierno,
etc. Y si bien es posible que esa práctica concreta esté anticuada, un modelo
general de la sociedad basado en la motivación subyace en varias de las
teorías modernas, comprendidas distintas versiones de teorías materialistas
e idealistas. Por ejemplo, muchos marxistas afirman derivar la importancia
de los modos de la producción económica en la sociedad del presunto vigor
del esfuerzo humano por asegurarse la subsistencia material.
En el volumen III se comentarán más a fondo las teorías basadas en la
motivación. Mi conclusión será que si bien las cuestiones de motivación son
importantes e interesantes, no son estrictamente pertinentes
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para la cuestión de la primada última. Permítaseme resumir brevemente mi
argumento.
La persecución de casi todos nuestros impulsos de motivación, de nuestras
necesidades y nuestros objetivos, implica a los seres humanos en relaciones
exteriores con la naturaleza y con otros seres humanos. Los objetivos
humanos exigen tanto una intervención en la naturaleza - una vida material
en el sentido más amplio - como la cooperación social. Resulta difícil
imaginar que ninguna de nuestras aspiraciones o nuestras satisfacciones
ocurra sin ambas cosas. Así, las características de la naturaleza y las de las
relaciones sociales son pertinentes para las motivaciones y de hecho es
posible que las estructuren. Tienen propiedades emergentes pecullares a
ellas.
Es algo que resulta evidente en la naturaleza. Por ejemplo, la mayor parte
de las primeras civilizaciones surgieron donde existía una agricultura aluvial.
Podemos dar por establecido el impulso de motivación de los seres humanos
de tratar de aumentar sus medios de subsistencia. Esa es una constante. Lo
que explica, más bien, el origen de la civilización es la oportunidad que
brindaron a algunos seres humanos las inundaciones, que les aportaron
suElos aluvlales ya fertilizados (véanse los capítulos 3 y 4). Nadie ha aducido
seriamente que los habitantes de los valles del Eufrates y del Nilo tuvieran
impulsos económicos más fuertes que, por ejemplo, los habitantes
prehistóricos del continente europeo, que no inventaron la civilización. Lo
que ocurrió fue que los impulsos que todos compartían recibieron más ayuda
ambiental de los valles fluviales (y de sus contextos regionales), lo cual
provocó una respuesta social concreta por su parte. La motivación humana
no es pertinente salvo en el sentido de que aportó El impulso hacia adelante
que poseen suficientes seres humanos como para darles un cierto dinamismo
dondequiera que residan.
La aparición de relaciones sociales de poder es algo que siémpre se ha
reconocido en la teoría social. Desde AristótEles hasta Marx lo que se ha
venido diciendo es que "El hombre» (por desgracia, raras veces también la
mujer) es un animal social que no puede alcanzar objetivos, comprendido el
dominio de la naturaleza, más que mediante la cooperación. Como hay
muchos objetivos humanos, también son muchas las formas de las
relaciones sociales y de redes grandes y pequenas de personas que
interactúan, que van desde el amor hasta las que implican a la famílla, la
economía y El Estado. Los teóricos de la "interacción simbólica», como
Shibutani
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(1955), han sElíalado que todos vivimos en una variedad asombrosa de
«mundos sociales» que participan de muchas culturas: laboral, de ciase,
de vecindad, de género, de generación, de aficiones y muchas más. La
teoría sociológica simplifica heroicamente ai sEleccionar unas relaciones
que son más «poderosas» que otras, que influyen en la forma y El carácter
de las estructuras sociales en general. Ello no se debe a que las
necesidades específicas que satisfacen sean más «poderosas» que otras
desde el punto de vista de la motivación, sino a que son más eficaces
como medio de alcanzar unos objetivos. Lo que nos permite un acceso a la
cuestión de la primacía no son los fines, sino los medios. En toda sociedad
caracterizada por la división del trabajo surgen relaciones sociales
especializadas que satisfacen diferentes bloques de necesidades humanas.
y esas relaciones difieren en sus capacidades de organización.
Así nos salimos totalmente de la esfera de los objetivos y las
necesidades. Porque es posible que una forma de poder no sea en absoluto
un objetivo humano inicial. Si es un medio muy útil para alcanzar otros
objetivos, se tratará de obtenerlo por sí mismo. Es una necesidad
emergente. Emerge en el transcurso de la satisfacción de necesidades. Es
posible que el ejemplo más obvio sea la fuerza militar. Probablemente no
se trate de un impulso ni de una necesidad humana inicial (trataré de esto
en el volumen 111), pero es un medio eficaz de organización para
satisfacer otros impulsos. Por utilizar la expresión de Talcott Parsons, el
poder es un «medio generalizado» de alcanzar los objetivos que uno desea
lograr (1968: I, 263). Por consiguiente, yo no me ocupo de las
motivaciones y los objetivos iniciales, sino que me centro en las fuentes de
poder de organización emergentes. Si a veces hablo de «seres humanos
que persiguen sus objetivos», no debe interpretarse como una afirmación
voluntarista ni psicológica, sino como un dato, una constante en la que no
voy a profundizar porque no tiene mayor fuerza social. También dejo de
lado el gran número de obras conceptuales sobre «El poder en sí» y
prácticamente no menciono las «dos (o tres) caras del poder», «poder
contra autoridad» (salvo en el capítulo 2), «decisiones contra indecisiones»
y controversias parecidas (que se comentan detalladamente en los
primeros capítulos de Wrong, 1979). Se trata de cuestiones importantes,
pero aquí yo sigo un rumbo diferente. Al igual que Giddens (1979: 91), no
trato del «poder en sí como un recurso. Los recursos son medios por
conducto de los cuales se ejerce el poder». Tengo dos misiones
conceptuales limitadas:
Página 21
1) identificar los principales «medios», «medios generalizados» posibles o,
como prefiero decir yo, fuentes de poder, y 2) idear una metodología para
estudiar el poder de organización.
Poder de organización
Poder colectivo y poder distributivo
En su sentido más general, el poder es la capacidad para perseguir y
alcanzar objetivos mediante el dominio del medio en el que habita uno. El
poder social comporta dos sentidos más específicos. El primero limita su
significado al dominio que se ejerce sobre otras personas. Véase un ejemplo:
El poder es la probabilidad de que un actor en una relación social se halle en
condiciones de realizar sus deseos, aunque tropiece con resistencia (Weber,
1968: I, 53). Pero, como senalaba Parsons, esas definiciones limitan el poder
a su aspecto distributivo, al poder de A sobre B. Para que B obtenga un
poder, A tiene que perder algo del suyo: su relación es un «juego de suma
cero» en el cual una cantidad fija de poder puede distribuirse entre los
participantes. Parsons senalaba con razón un segundo aspecto colectivo del
poder, mediante el cual varias personas en cooperación pueden aumentar su
poder conjunto sobre terceros o sobre la naturaleza (Parsons, 1960: 199 a
225). En casi todas las relaciones sociales, ambos aspectos del poder, el
distributivo y El colectivo, el explotador y El funcional, actúan
simultáneamente y están entrelazados.
De hecho, la relación entre ambos es dlaléctica. En la persecución de sus
objetivos, los seres humanos establecen relaciones cooperativas y colectivas
entre sí. Pero en la persecución de objetivos colectivos se establece una
organización social y una división del trabajo. La organización y la división de
funciones comportan una tendencia inherente en el poder distributivo,
derivado de la supervisión y la coordinación. Porque la división del trabajo es
enganosa: aunque extrana la especialización de funciones a todos los
nivEles, el nivEl más alto supervisa y dirige el todo. Quienes ocupan puestos
de supervisión y coordinación tienen una superioridad de organización
inmensa sobre los demás. Las redes de interacción y de comunicación se
centran, de hecho, en las funciones de esas personas, como cabe apreciar
con bastante facilidad en el dlagrama de organización
Página 22
de cualquier empresa moderna. El diagrama permite a los supervisores
controlar toda la organización e impide a quienes están abajo del todo
participar en ese control. Permite a quienes están en la cima poner en
marcha el mecanismo para perseguir objetivos colectivos. Aunque cualquiera
puede negarse a obedecer, probablemente faltan oportunidades de
establecer otro mecanismo para perseguir sus objetivos. Como señalaba
Mosca, «El poder de cada minoría es irresistible frente a cada individuo
aislado de la mayoría, que se encuentra solo frente a la totalidad de la
minoría organizada» (1939: 53). La minoría que se halla en la cumbre puede
mantener obedientes a las masas que están abajo, siempre que su poder
esté institucionalizado en las leyes y las normas del grupo social en el que
actúan ambas. La institucionalización es necesaria para alcanzar objetivos
colectivos rutinarios, y así El poder distributivo, es decir, la estratificación
social, se convierte también en una característica institucionalizada de la vida
social.
Así, existe una respuesta sencilla a la pregunta de por qué no se rebElan las
masas - problema perenne para la estratificación social -, y esa respuesta no
se refiere ai consenso de valores, a la fuerza ni ai intercambio en el sentido
habitual de esas explicaciones sociológicas convencionales. Las masas
obedecen porque carecen de organización colectiva para hacer lo contrario,
porque están incrustadas en organizaciones de poder colectivo y distributivo
controladas por otros. Están rebasadas desde el punto de vista de la
organización, aspecto que desarrollo más adelante en relación con diversas
sociedades históricas y contemporáneas (capítulos 5, 7, 9, 13, 14 y 16). Eso
significa que la distinción conceptual entre poder y autoridad (es decir, el
poder que consideran legítimo todos los afectados por él) no ocupará mucho
lugar en este libro. Es raro encontrar un poder que sea básicamente legítimo
o básicamente ilegítimo, porque su ejercicio normalmente tiene dos caras.
Poder extensivo e intensivo y autoritario y difuso
El poder extensivo significa la capacidad para organizar a grandes cantidades
de personas en territorios muy distantes a fin de actuar en cooperación con
un mínimo de estabilidad. El poder intensivo significa la capacidad para
organizar bien y obtener un alto grado de cooperación o de compromiso de
los participantes, tanto si la
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superficie o la cantidad de personas son grandes como si son pequenas. Las
estructuras primarias de la sociedad cambian el poder extensivo con el
intensivo y así ayudan a los seres humanos en cooperación extensiva e
intensiva a alcanzar sus objetivos, cualesquiera sean éstos.
Pero al hablar del poder como organización puede dar una impresión
errónea, como si las sociedades fueran meras colecciones de grandes
organizaciones autoritarias de poder. Muchos de los que usan el poder están
bastante menos «organizados»; por ejemplo, el intercambio en el mercado
incorpora el poder colectivo, porque mediante el intercambio hay gente que
alcanza sus diversos objetivos. Asimismo, incorpora el poder distributivo, en
virtud del cual sólo algunas personas poseen derechos de propiedad sobre
bienes y servicios. Pero puede poseer muy poca organización autoritaria que
ayude a ese poder y lo imponga. Por utilizar la famosa frase de Adam Smith,
el principal instrumento de poder en un mercado es una «Mano Invisible»
que obliga a todos, pero no está controlada por ninguna agencia humana
individual. Es una forma de poder humano, pero no está organizada de
forma autoritaria.
Por tanto, yo distingo dos clases más de poder, el autoritario y El difuso. El
poder autoritario es al que aspiran efectivamente grupos e instituciones.
Comprende unas órdenes definidas y una obediencia consciente. Sin
embargo, el poder difuso se extiende de forma más espontánea,
inconsciente, descentralizada, por toda una población, lo cual tiene por
resultado unas prácticas sociales similares que incorporan relaciones de
poder, pero no órdenes explícitas. Lo más frecuente es que no comporte
órdenes y obediencia, sino el entendimiento de que esas prácticas son
naturales y morales, o son resultado de un interés común evidente. El poder
político como un todo incorpora una proporción mayor de poder colectivo que
de poder distribuido, pero no de forma invariable. También puede
desembocar en un «rebasamiento» tal de las clases subordinadas que éstas
consideren absurda toda resistencia. Así es, por ejemplo, cómo el poder
difuso del mercado capitalista mundlal contemporáneo desborda a los
movimientos organizados y autorizados de la ciase obrera en los Estados
nacionales de hoy, aspecto que desarrollaré en el volumen 11. Otros
ejemplos de poder difuso son los que aporta la extensión de solidaridades
como las de ciase o nación, que constituyen una parte importante del
desarrollo del poder social.
Si se aúnan esas dos distinciones se obtienen cuatro formas ideales
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típicas del ámbito de organización, especificadas con ejemplos relativamente
extremos en la figura 1.1. El poder militar brinda ejemplos de organización
autoritaria. El poder del alto mando sobre sus tropas es coercitivo, está
concentrado y muy movilizado. Es intensivo, más bien que extensivo, al
contrario de lo que ocurre con un imperio militarista, que puede abarcar un
gran territorio con sus órdenes, pero que tropieza con dificultades para
movilizar un compromiso positivo de su población o para penetrar en sus
vidas cotidianas. Una huElga general es un ejemplo de poder relativamente
difuso, pero extensivo. Los obreros sacrifican el bienestar individual por una
causa, hasta cietrto punto «espontáneamente». Por último, como ya se ha
mencionado, el intercambio en el mercado puede implicar transacciones
voluntarias, instrumentales y estrictamente limitadas en una superficie
enorme y por éso es difuso y extensivo. La organización más eficaz posible
abarcaría las cuatro formas de ámbito.
Autoritario:
Intensivo: Estructura militar de mando.
Extensivo: Imperio militarista.
Difuso
Intensivo: HuElga general
Extensivo: Intercambio en el mercado.
FIGURA 1.1. Formas de ámbito de organización.
Tanto los sociólogos como lo politólogos han estudlado mucho la
intensividad, y yo no tengo nada que ailadir. El poder es intensivo si gran
parte de la vida del sujeto está controlada o si le puede presionar mucho
(hasta la muerte) sin que disminuya su obediencia. Se trata de algo que se
comprende ciaramente, aunque no es fácilmente cuantificable en las
sociedades de las que trata este volumen. La extensividad no ha ocupado
mucho lugar en teorías anteriores. Es una pena, porque es más fácil de
medir. Casi todos los teóricos prefieren ideas abstractas de estructura social,
así que hacen caso omiso de los aspectos geográficos y socioespaciales de
las sociedades. Si tenemos presente que las «sociedades» son redes, con
unos contornos espaciales definidos, nos será posible remedlar ese
problema.
Podemos empezar con Owen lattimore. Tras toda una vida de estudiar las
relaciones entre China y las tribus mongoles, distinguió
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tres radios de integración social extensiva que, según él, se mantuvieron
relativamente invariables en la historia mundial hasta el siglo XV europeo.
La acción más extensiva geográficamente es la acción militar. Esta se puede
dividir en dos, interior y exterior. La interior se extiende sobre territorios
que, tras la conquista, podrían añadirse al Estado; la exterior se extiende
más allá de esas fronteras en incursiones punitivas o en busca de tributos.
En consecuencia, el segundo radio, la administración civil (es decir, el
Estado) es menos extensivo, pues como máximo es el radio interior de la
acción militar y suEle ser mucho menos extensivo que ésta. A su vez, este
radio es más extensivo que la integración económica, que comprende como
máximo la región y como mínimo la célula del mercado local de la aldea,
dado el débil desarrollo de la interacción entre las unidades de producción.
El comercio no era totalmente inexistente y la inluencia de los comerciantes
chinos se hacía sentir más allá del alcance efectivo de los ejércitos del
imperio. Pero la tecnología de las comunicaciones significaba que las
mercaderías con una alta relación valor/peso -artículos verdaderamente
suntuarios y animales y esciavos humanos «autopropulsados»- eran las
únicas que se intercamblaban a grandes distancias. Eso tenía unos efectos
integradores inapreciables. Así, a lo largo de un período considerable de la
historia de la humanidad, la integración extensiva dependió de factores
militares, y no económicos (Lattimore, 1962: 480 a 491, 542 a 551).
Lattimore tiende a equiparar la integración únicamente con el ámbito
extensivo y también separa de manera demaslado tajante los diversos
«factores» - militar, económico, político - necesarios para la vida social. Sin
embargo, su argumento nos lleva a analizar la «infraestructura» del poder:
cómo pueden las organizaciones de poder conquistar y controlar
efectivamente espacios geográficos y sociales.
Yo mido el ámbito del poder autoritario mediante un préstamo tomado de
la logística, la ciencia militar de desplazar hombres y material durante una
campaña. Cómo se transmiten físicamente y se ejecutan efectivamente las
órdenes? Qué control, por qué grupo de poder, de qué tipo es errática o
sistemáticamente posible dadas las infaestructuras logísticas existentes?
Varios capítulos lo cuantifican mediante la formulación de preguntas como
cuántos días se tarda en transportar mensajes, materiales y personal por
determinados espacios terrestres, marítimos y fluviales y cuánto control se
puede ejercer así. Tomo prestado mucho de la esfera más avanzada de esa
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investigación, la logística militar proplamente dicha. La logística militar
aporta directrices relativamente ciaras a los ámbitos externos de las redes de
poder, que desembocan en importantes conclusiones acerca del carácter
esencialmente federal de las sociedades preindustriales extensivas. La
sociedad imperial unitaria y muy centralizada de autores como WittfogEl o
Eisenstadt es mítica, como lo es la afirmación del propio lattimore de que la
integración militar fue algo históricamente decisivo. Cuando el control militar
rutinario a lo largo de una ruta de marcha superior a unos 90 kilómetros es
logísticamente imposible (como lo ha sido durante la mayor parte de la
historia), el control sobre una superficie mayor no se puede centralizar en la
práctica y tampoco puede penetrar intensivamente en la vida cotidlana de la
población.
El poder difuso tiende a variar junto con el poder autoritario y se ve
afectado por su logística. Pero también se extiende con relativa lentitud,
espontánea y «universalmente» por todas las poblaciones, sin pasar por
organizaciones autoritarias concretas. Ese universalismo también tiene un
desarrollo tecnológico mensurable. Depende de servicios capacitadores,
como mercados, alfabetización, acuõación de moneda o el desarrollo de una
cultura de ciase y nacional (en lugar de local o de linaje). Los mercados y las
conciencias nacional y de ciase fueron surgiendo lentamente a lo largo de la
historia, conforme a sus propias infraestructuras difusas.
La sociología histórica general puede centrarse, pues, en el desariollo del
poder colectivo y distributivo, medido por el desarrollo de la infraestructura.
El poder autoritario exige una infraestructura logística; el poder difuso exige
una infraestructura universal. Ambos nos permiten centrarnos en un análisis
de la organización del poder y de la sociedad y examinar sus lineamientos
socioespaciales.
Teoria actual de la estratificación
Cuáles son, pues, las principales organizaciones de poder? Los dos
enfoques principales en la teoría actual de la estratificación son el marxista y
El neoweberiano. Yo acepto muy satisfecho su premisa inicial común: la
estratificación social consiste en la creación y la distribución globales del
poder en la sociedad. Es la estructura central de las sociedades porque en su
doble aspecto colectivo y distributivo es el medio por conducto del cual los
seres humanos alcanzan sus
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objetivos en la sociead. De hecho, el acuerdo entre los dos enfoques llega
más lejos, pues tienden a considerar predominantes los mismos tres tipos
de organización del poder. Entre los marxistas (por ejemplo, Wesolowski,
1967; Anderson, 1974a y b; Althusser y Balibar, 1970; Poulantzas, 1972;
Hindess y Hirst, 1975), entre los weberianos (por ejemplo, Bendix y Lipset,
1966; Barber, 1968; HEller, 1970; Runciman, 1968, 1982, 1983a, b y c),
son ciase, condición y partido. Los dos conjuntos de términos tienen una
cobertura aproximadamente equivalente, así que en la sociología
contemporánea los tres tipos se han convertido en la ortodoxia descriptiva
dominante.
En general, los dos primeros: economía/ciase e ideología/condición social
me parecen satisfactorios. Mi primera desvlación de la ortodoxia consiste
en sugerir que no hay tres, sino cuatro tipos fundamentales de poder. El
tipo «política/partido» contiene de hecho dos formas separadas de poder:
poder político y poder militar; por una parte, la comunidad política central,
que comprende el aparato estatal y (cuando existen) los partidos políticos;
por otra parte, la fuerza física o militar. Marx, Weber y sus seguidores no
distinguen entre los dos, porque en general consideran al Estado como el
depositario de la fuerza física en la sociedad.
El equiparar la fuerza física con el Estado suEle tener sentido en el caso
de los Estados modernos que monopolizan la fuerza militar. Sin embargo,
conceptualmente, las dos cosas deben considerarse distintas, al objeto de
estar preparados para cuatro posibilidades:
1. En la historia, la mayor parte de los Estados no han poseído un
monopolio de la fuerza militar y muchos ni si qui era lo han reivindicado.
En algunos países europeos, durante la Edad Medla el Estado feudal
dependía de las levas militares o las mesnadas controladas por señores
descentralizados. Por lo general, los Estados islámicos carecían de poderes
monopólicos: por ejemplo, no se consideraban dotados de poderes para
intervenir en los enfrentamientos tribuales. Podemos distinguir los poderes
políticos de los militares, tanto de los Estados como de otros grupos. Los
poderes políticos son los de regulación centralizada, institucionalizada,
territorial; los poderes militares son los de la fuerza física organizada
dondequiera que estén organizados.
2. La conquista la realizan grupos que pueden ser independientes de sus
Estados de origen. En muchos casos feudales, cualquier guerrero nacido
libre o noble podía reunir una banda armada para realizar incursiones y
conquistar territorios. Si el grupo militar efectuaba
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la conquista, eso aumentaba su poderío contra su propio Estado. En los
casos de los bárbaros que atacaban a civilizaciones, esa organización militar
solía llevar a la primera aparición de un Estado entre los bárbaros.
3. En el plano interno, la organización militar suEle estar
institucionalmente separada de otros órganos del Estado, incluso cuando se
halla controlada por éste. Como es frecuente que los militares derroquen a
la élite política del Estado en un golpe de Estado, necesitamos distinguir
entre las dos cosas.
4. Si las relaciones internacionales entre los Estados son pacíficas, pero
están estratificadas, preferiremos hablar de una «estructuración del poder
político» de la sociedad internacional más amplla que no está determinada
por el poder militar. Así ocurre hoy día, por ejemplo, por lo que respecta a
los Estados poderosos, pero en gran medida desmilitarizados, del Japón y
Alemanla Occidental.
Por eso trataremos por separado de cuatro fuentes de poder: la economía,
la ideología, la militar y la política [Nota: 1].
«NivEles, dimensiones» de la «sociedad»
Las cuatro fuentes de poder se enumerarán más adelante en este mismo
capítulo. Pero, en primer lugar, qué son exactamente? La teoria ortodoxa de
la estratificación es cian. En la teoría marxista se las califica generalmente de
«nivEles de una formación social»; en la teoría neoweberiana son
«dimensiones» de la sociedad. Ambas presuponen una visión abstracta, casi
geométrica, de la sociedad. Los nivees o las dimensiones son elementos de
un todo mayor, que de hecho está formado por ellos. Muchos autores
representan esto en forma de dlagramas. La sociedad se convierte en un
gran recuadro o círculo de un espacio n-dimensional, que se subdivide en
cuadrados, sectores, nivEles, vectores o dimensiones más pequenos.
Donde más ciaramente se ve esto es en el término dimensiones. Se deriva
de las matemáticas y tiene dos significados especiales: 1) Las dimensiones
son análogas e independientes, al guardar la misma forma de relación con
alguna propiedad estructural básica. 2) Las
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dimensiones habitan el mismo espacio global, en este caso una «sociedad».
EL esquema marxista difiere en algunos detalles. Sus «nivEles» no son
independientes los unos de los otros, pues el de la economía tiene la primada
última sobre los demás. De hecho, es más complicado y ambiguo, porque la
economía marxista tiene un doble papEl, como «nivEl» autónomo de la
«formación social» (la sociedad) y como totalidad última determinante en sí
misma, a la que se denomina «modo de producción». Los modos de
producción imprimen su carácter general a las formaciones sociales y, en
consecuencia, a los distintos nivEles. Así, las dos teorías difieren: los
weberianos elaboran una teoría de factores múltiples en la cual la totalidad
social está determinada por la interrelación compleja de las dimensiones; los
marxistas perciben la totalidad como determinada «finalmente» por la
producción económica. Sin embargo, comparten una visión simétrica de la
sociedad como un solo todo unitario.
La impresión de simetria queda reforzada si estudiamos el interior de cada
dimensióninivEl. Cada una/uno combina tres características simétricamente.
Se trata, en primer lugar, de instituciones, como «igleslas», «modos de
producción», «mercados», «ejércitos», «Estados», etc. Pero también son
funciones. A veces, éstas son, en segundo lugar, fines funciona/es que
persiguen los seres humanos. Por ejemplo, los marxistas justifican la
primada de la economía aduciendo que los seres humanos deben perseguir
ante todo la subsistencia económica. Los weberianos justifican la importancia
del poder de la ideología en términos de la necesidad humana de encontrarle
un significado al mundo. Más frecuente es que se los considere, en tercer
lugar, como medios funciona/es. Los marxistas consideran los nivEles político
e ideológico como medios para extraer trabajo excedente de los productores
directos; los weberianos argumentan que todos son medi os de poder. Pero
organizaciones, funciones como fines y funciones como medi os son términos
homólogos. Son análogos y habitan el mismo espacio. Cada nivEl o
dimensión tiene el mismo contenido interno. Es el de organización, función
como fin y función como medio, todo ello envuElto en el mismo paquete.
Si continuamos hasta el análisis empírico, la simetría persiste. Cada
dimensión/nivEl puede desenvolverse en varios «factores». Los argumentos
ponderan la importancia de, digamos, varios «factores económicos» frente a
varios «factores ideológicos». Aquí El debate dominante se ha desarrollado
entre un enfoque de «factores múltipies», que extrae sus factores más
importantes de diferentes dimensiones/nivEles,
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y un enfoque de «factor único», que extrae su factor más importante de uno
solo. En el bando de los factores múltiples debe de haber literalmente
centenares de libros y artículos que contienen la afirmación de que las ideas,
o los factores culturales, o ideológicos, o simbólicos, son autónomos, tienen
una vida propia, no pueden reducirse a factores materiales o económicos
(por ejempio, Sahlins, 1976; Bendix, 1978: 271 y 272, 630; Geertz, 1980:
13, 135 Y 136). En el bando del factor único existe una polémica marxista
tradicional contra esa posición. En 1908 Labriola publicó sus Ensayos sobre la
Concepción Materialista de la Historia. En ellos aducía que el enfoque de
factores múltiples dejaba de lado la totalidad de la sociedad, caracterizada
por la praxis del hombre, su actividad como productor material. Es algo que
desde entonces han repetido mucho los marxistas (por ejemplo, Petrovic,
1967: 67 a 114).
Pese a la polémica, son dos caras de la misma hipótesis: los «factores» son
partes de dimensiones o nivEles funcionales de organización que son
subsistemas análogos e independientes de un todo social general. Los
weberianos hacen hincapié en los aspectos inferiores, más empíricos de éste;
los marxistas lo hacen en el aspecto superior de la totalidad. Pero se trata de
la misma visión básica, simétrica y unitaria.
Estas teorías rivales tienen virtualmente el mismo concepto maestro: La
«sociedad» (o la «formación social» en una parte de la teoría marxista). EL
uso más frecuente del término «sociedad» es flexible y vago, e indica
cualquier grupo humano estable, sin añadir nada a términos como grupo
social o agregado social o asociación. Así es como utilizaré yo el término.
Pero en un uso más riguroso o ambicioso, «sociedad» añade el concepto de
un sistema social unitario. En este sentido empleaba el término el propio com
te (que acuñó La palabra «sociología»). Y también Spencer, Marx, DurkhElm,
los antropólogos clásicos y casi todos sus discípulos y críticos. De los grandes
teóricos, sólo Weber mostró cautEla ante ese enfoque y sólo Parsons se ha
opuesto a él explícitamente. La definición del último es el siguiente: «Una
sociedad es un tipo de sistema social, en cualquier universo de sistemas
sociales que alcance el máximo nivEl de autosuficiencia como sistema en
relación con su entorno» (1966: 9). Si renunciamos ai uso excesivo de la
palabra «sistema», pero conservamos el sentido esencial de Parsons,
podemos llegar a una definición mejor: Una sociedad es una red de
interacción social en cuyos límites existe un cierto grado de discontinuidad en
la interacción entre
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Ella y su entorno. Una sociedad es una unidad con fronteras y contiene una
interacción que es relativamente densa y estable; es decir, presenta unas
pautas internas cuando se compara con la interacción que cruza sus límites.
Pocos historiadores, sociólogos o antropólogos tendrían algo que objetar a
esta definición (véase, por ejemplo, Giddens, 1981: 45 y 46).
La definición de Parsons es admirable. Pero sólo se refiere al grado de
unidad y de ajuste a las pautas. Esto se suEle olvidar con excesiva frecuencia
y se supone que la presencia invariable de la unidad y las pautas. Eso es lo
que yo califico de concepción sistémica o unitaria de la sociedad. Sociedad y
sistema aparecían como intercamblables en Comte y sus sucesores, que los
consideraban requisitos para una ciencia de la sociedad: la formulación de
afirmaciones sociológicas en general exige que aislemos una sociedad y
observemos regularidades en las relaciones entre sus partes. Las sociedades
en el sentido de sistemas, delimitadas y con pautas internas, aparecen en
prácticamente todas las obras de sociología y antropología y en casi todas las
obras teóricamente informadas de ciencia política, economía, arqueología,
geografía e historia. También existen implícitamente en obras menos teóricas
de esas disciplinas.
Examinemos la etimología de la palabra «sociedad». Se deriva del latín
societas. De ahí se elaboró socius, en el sentido de un allado no romano, un
grupo dispuesto a seguir a Roma en las guerras. Se trata de un término
común en los idiomas indoeuropeos, derivado de raíz sekw, que significa
«seguir». Denota una allanza asimétrica, una sociedad como confederación
flexible de allados estratificados. Ya veremos que esta concepción, y no la
unitaria, es la correcta. Utilicemos el término «sociedad» en su sentido
latino, no romance.
Pero continúo con dos argumentos más generales contra la concepción
unitaria de la sociedad.
Críticas
Los seres humanos son sociales, no societales
En la base de la concepción unitaria se halla una hipótesis teórica: como las
personas son animales sociales, tienen la necesidad de crear una sociedad,
una totalidad social delimitada y con pautas. Pero eso es falso. Los seres
humanos necesitan entablar en relaciones
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sociales de poder, pero no necesitan totalidades sociales. Son animales
sociales, pero no societales.
Veamos una vez más algunas de sus necesidadeso Como desean
satisfacción sexual, buscan relaciones sociales, habitualmente con sólo unos
cuantos miembros del sexo opuesto; como desean reproducirse, esas
relaciones sexuales suElen combinarse con relaciones entre adultos y ninos.
Para eso (y otros fines) surge una familla, que disfruta de una interacción
pautada con otras unidades famillares en las cuales se pueden encontrar
companeros sexuales. Como los seres humanos necesitan subsistencia
material, establecen relaciones económicas y cooperan con otros en la
producción y El intercambio. No hay ninguna necesidad de que esas redes
económicas sean idénticas a las redes famillares o sexuales, y en la mayor
parte de los casos no lo sono Como los seres humanos exploran el significado
final del universo, debaten sobre ideas y quizá participan con otros de
parecidas inclinaciones en los ritos y El culto en las iglesias. Como los seres
humanos defienden lo que han conseguido, y como despojan a otros, forman
bandas armadas, probablemente integradas por los hombres más jóvenes, y
necesitan tener relaciones con no combati entes que los alimenten y los
equipen. Como los seres humanos solucionan disputas sin recurrir
constantemente a la fuerza, establecen organizaciones judiciales con esferas
específicas de competencia. Dónde está la necesidad de que todos esos
requisitos sociales generen redes idénticas de interacción socioespacial y
formen una sociedad unitaria?
Las tendencias a la formación de una sola red obedecen a la aparición de la
necesidad de institucionalizar las relaciones sociales. Las cuestiones de
producción económica, de significado, de defensa armada y de solución
judicial no son del todo independientes las unas de las otras. Es probable que
el carácter de cada una de ellas esté influido por el carácter de todas, y
todas son necesarias para cada una. Un conjunto dado de relaciones de
producción exigirá unos supuestos ideológicos y normativos comunes, así
como la defensa y una regulación judicial. Cuanto más institucionalizadas se
hallen esas relaciones, más irán convergiendo las diversas redes de poder
hacia una sociedad unitaria.
Pero debemos recordar la dinámica inicial. La fuerza impulsora de la
sociedad humana no es la institucionalización. La historia obedece a impulsos
inconstantes que generan las diversas redes de relaciones extensivas e
intensivas de poder o esas redes guardan una relación
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más directa que la institucionalización con el logro de objetivos. En la
persecución de sus objetivos, los seres humanos siguen desarrollando esas
redes y superando el nivEl existente de institucionalización. Esto puede
ocurrir como desafío directo a las instituciones existentes o sin intención e
«intersticialmente» - entre sus intersticios y en torno a sus márgenes - y
crear nuevas relaciones e instituciones que tienen consecuencias imprevistas
para las antiguas.
Esto se ve reforzado por el aspecto más permanente de la
institucionalización, la división del trabajo. Los que tienen actividades
relacionadas con la subsistencia económica, la ideología, la defensa y la
agresión militares y la regulación política poseen un cierto control autónomo
sobre sus medios de poder, que siguen desarrollándose con relativa
autonomía. Marx observó que las fuerzas de producción económica se
adelantan siempre a las relaciones de ciase institucionalizadas y hacen salir a
la superficie nuevas clases sociales. El modelo lo ampllaron autores como
Pareto y Mosca: El poder de las «élites» podía también basarse en recursos
no económicos de poder. Mosca resumió El resultado:
Si en una sociedad surge una nueva fuente de riqueza, si aumenta la
importancia práctica del conocimiento, si entra en decadencia una religión
antigua o nace una nueva, si se difunde una nueva corriente de ideas,
entonces, simultáneamente, se producen grandes dislocaciones en la ciase
dominante. Cabría decir, de hecho, que toda la historia de la humanidad
civilizada se resume en el conflicto entre la tendencia de los elementos
dominantes a monopolizar el poder político y transmitir la posesión de éste
por herencia; y la tendencia hacia la dislocación de las viejas fuerzas y la
insurgencia de otras nuevas; y ese conflicto produce un fermento
interminable de endósmosis y exósmosis entre las clases altas y
determinados sectores de las bajas. [1939: 65.]
El modelo de Mosca, al igual que el de Marx, comparte ostensiblemente la
visión unitaria de la sociedad: las élites surgen y caen en el interior del
mismo espacio social. Pero cuando Marx describió efectivamente el auge de
la burguesía (su caso paradigmático de una revolución en las fuerzas de
producción), no era así. La burguesía surgió «intersticialmente», surgió entre
los «poros» de la sociedad feudal, decía él. La burguesía, centrada en las
ciudades, estableció vínculos con terratenientes, agricultores arrendatarios y
campesinos ricos, tratando sus recursos económicos como mercaderías a fin
de crear nuevas redes de interacción económica, redes capitalistas. De
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hecho, como veremos en los capítulos 14 y 15, ayudó a crear dos redes
superpuestas diferentes: una delimitada por el territorio del Estado de
tamano intermedio y otra mucho más extensiva, calificada por Wallerstein
(1974) de «sistema mundial». La revolución burguesa no cambió El carácter
de una sociedad existente; creó sociedades nuevas.
Yo califico esos procesos de surgimientos intersticiales. Son resultado del
traslado de objetivos humanos a medios de organización. Las sociedades
nunca han estado lo bastante organizadas como para impedir la emergencia
intersticial. Los seres humanos no crean sociedades unitarias, sino una
diversidad de redes de interacción social que se intersectan entre sí. Las más
importantes de esas redes se forman de manera relativamente estable en
torno a la cuatro fuentes de poder en cualquier espacio social dado. Pero, por
debajo, los seres humanos siguen excavando para alcanzar sus objetivos,
formando nuevas redes, ampllando las anciguas y emergiendo con toda
ciaridad ante nosotros con las configuraciones rivales de una o más de las
principales redes de poder.
En qué sociedad vive usted?
Cabe ver una prueba empírica en la respuesta a una pregunta sencilla: En
qué sociedad vive usted?
Es probable que las respuestas empiecen a dos nivEles. Uno de ellos se
refiere a los Estados nacionales: Mi sociedad es «El Reino Unido», los
«Estados Unidos», «Francia», etc. El otro es más amplio: Soy ciudadano de
la «sociedad industrial» o de la «sociedad capitalista», o quizá del
«Occidente» o de «la Allanza occidental». Nos encontramos con un dilema
básico: una sociedad de Estado nacional o una «sociedad económica» más
amplla. Para algunos fines importantes, el Estado nacional representa una
red real de interacción con una cierta discontinuidad en sus fronteras. Para
otros fines importantes, el capitalismo une a los tres países mencionados
antes en una red más amplla de interacción, con división en sus márgenes.
Ambas son «sociedades». Cuanto más indagamos, mayores son las
complejidades. Tanto las allanzas militares como las iglesias, un idioma
común, etc., anaden poderosas redes de interacción que son
socioespacialmente diferentes. No podríamos responder hasta después de
elaborar una minuciosa descripción de las complejas interacciones
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y facultades de estas diversas redes transversales de interacción. Sin duda,
la respuesta implicaría una sociedad confederal y no unitaria.
El mundo contemporáneo no es excepcional. Las redes de interacción
superpuestas son la norma histórica. En la prehistoria, la interacción
comercial y cultural tenía una extensión mucho mayor de lo que pudiera
controlar cualquier «Estado» u otra red autoritaria (véase el capítulo 2). La
aparición de la civilización es explicable en términos de la inserción de la
agricultura aluvial en varias redes regionales superpuestas (capítulos 3 y 4).
En casi todos los imperios antiguos, la masa del pueblo participaba
abrumadoramente en pequeñas redes locales de interacción, pero también
intervenía en otras dos redes, establecidas por los poderes desiguales de un
Estado remoto y por el poder bastante más coherente, pero todavía superficial, de notables locales semlautónomos (capítulos 5, 8 y 9). Cada vez fueron
surgiendo, dentro, fuera y por encima de las fronteras de esos imperios,
otras redes comerciales y culturales más ampllas y cosmopolitas, que
generaron diversas «religiones universales» (capítulos 6, 7, 10 y 11).
Eberhard (1965: 16) ha calificado a esos imperios de «multinivEles», por
contener muchos nivEles superpuestos y muchas pequeñas «sociedades»
que existen unas al lado de otras. Concluye que no se trata de sistemas
sociales. Raras veces se han fundido las relaciones sociales en sociedades
unitarias, aunque en ocasiones los Estados han tenido pretensiones unitarias.
La pregunta de «en qué sociedad vive usted?» hubiera sido igual de difícil de
contestar para el campesino del norte de Africa o de la Inglaterra del siglo
XII (esos dos casos se examinan en los capítulos lo y 12), Además, ha
habido muchas civilizaciones «culturalmente federales», como la antigua
Mesopotamia (capítulo 3), la Grecia clásica (capítulo 7) o la Europa feudal y
de principios de la Edad Moderna (capítulos 12 y 13), donde pequeños
Estados coexistían en una red más amplla, flexiblemente «cultural». Las
formas de superposición e interacción han variado considerablemente, pero
siempre han estado ahí.
La promiscuidad de organizaciones y funciones
La concepción de las sociedades como redes confederadas, superpuestas e
intersectantes y no como simples totalidades, complica la teoría. Pero
todavía hemos de introducir más complejidades. Las
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verdaderas redes institucionalizadas de interacción no tiene una relación
sencilla igualitaria con las fuentes ideales-típicas del poder social que fueron
mi punto de partida. Esto nos llevará a desglosar la ecuación de funciones y
organizaciones y a reconocer su «promiscuidad».
Veamos, por ejemplo, la relación entre el modo capitalista de producción y
El Estado. Los weberianos aducen que Marx y sus seguidores pasan por alto
el poder estructural del Estado y se concentran exclusivamente en el poder
del capitalismo. También aducen que esta crítica equivale a decir que los
marxistas pasan por alto el poder autónomo de los factores políticos en una
sociedad, en comparación con los económicos. Los marxistas replican con un
bloque parecido de respuestas, rechazando ambas acusaciones o, si no,
justificando su olvido tanto de los Estados como de la política, con el criterio
de que a fin de cuentas lo primordial es el capitalismo y El poder económico.
Pero es preciso estudlar más atentamente las respuestas de ambos bandos.
Los Estados capitalistas avanzados no son fenómenos políticos en lugar de
económicos. Son ambas cosas simultáneamente. Cómo podrían ser otra cosa
cuando redistribuyen aproximadamente la mitad del producto nacional bruto
(PNB) detenido en sus territorios y cuando sus monedas, arancEles, sistemas
educativo y sanitario, etc., son importantes recursos de poder económico?
No es que los marxistas olviden los factores políticos. Es que olvidan el
hecho de que los Estados son actores económicos, además de políticos. Son
«funcionalmente promiscuos». Así, el modo capitalista avanzado de
producción contiene por lo menos dos actores organizados: las clases y los
Estados nacionales. Uno de los temas principales del volumen II será la
distinción entre ambos.
Pero no todos los Estados han sido tan promiscuos. Por ejemplo, los
Estados medievales europeos redistribuían muy
poco
del PNB
contemporáneo. Sus funciones eran abrumadora y estrictamente políticas.
La separación entre funciones/organizaciones económicas y políticas era
ciara y simétrica: los Estados eran políticos, las clases eran económicas.
Pero la asimetría entre la situación medieval y la moderna agrava nuestro
problema teórico. Las organizaciones y las funciones se entrecruzan en el
proceso histórico, unas veces separándose ciaramente, otras uniéndose de
diversas formas. Los Estados, los ejércitos y las igleslas, así como las
organizaciones especializadas que solemos calificar de «económicas» pueden
desempeñar papEles económicos (y normalmente lo hacen). Las clases
económicas,
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los Estados y las élites militares esgrimen ideologías, igual que las igleslas,
etc. No existen relaciones igualitarias entre funciones y organizaciones.
Sigue siendo cierto que existe una división general y ubicua de funciones
entre las organizaciones ideológicas, económicas, militares y políticas,
división que reaparece una y otra vez por los intersticios de organizaciones
de poder más fusionadas. Lo mantendremos en mente, pues será un
instrumento simplificador de nuestro análisis en términos de las
interrelaciones de una serie de funciones/organizaciones dimensionales
autónomas o de la primada final de una de ellas. En este sentido, tanto la
ortodoxia marxista como la neoweberiana son falsas. La vida social no
consiste en una serie de territorios - compuesto cada uno de un bloque de
organizaciones y funciones, de medios y de fines - cuyas relaciones entre sí
son las de objetos externos.
Organizaciones de poder
Si el problema es tan difícil, cuál es la solución? En esta sección doy dos
ejemplos empíricos del predominio relativo de una fuente concreta de poder.
Estos ejemplos indican una solución en términos de organización de poder. El
primero es el del poder militar. Muchas veces es fácil ver la aparición de un
nuevo poder militar porque la suerte de la guerra puede tener una salida así
de rápida y tajante. Uno de esos casos fue el auge de la falange de piqueros
europea.
Ejemplo 1: El auge de la falange de piqueros europea
Inmediatamente después del año 1300 d.e. los acontecimientos militares
precipitaron importantes cambios sociales en Europa. En una serie de
batallas la vieja mesnada feudal, cuyo núcleo estaba integrado por grupos
semiindependientes de caballeros con armadura rodeados de sus vasallos, se
vio derrotada por ejércitos (sobre todo suizos y flamencos) que se apoyaban
más en compactas masas de piqueros de infantería (véase Verbruggen,
1977). El repentino cambio de la suerte de la guerra llevó a importantes
cambios del poder social. AcEleró la decadencia de las potencias que no se
ajustaron a lo que enseflaba la guerra, por ejemplo, el gran Ducado de
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Borgoña. Pero a la larga reforzó El poder de los Estados centralizados. A
éstos les resultaba más fácil aportar los recursos necesarios para mantener
los ejércitos combinados de infantería-caballería-artillería que constituían la
respuesta a la falange de piqueros. Eso acEleró la desaparición del
feudalismo clásico en general, porque reforzó El Estado central y debilitó al
sElior feudal autónomo.
Empecemos por estudiar este caso a la luz de los «factores». Si se
considera estrictamente, parece tratarse de una pauta causal simple: los
cambios en la tecnología de las relaciones del poder político y económico. En
este modelo tenemos un caso aparente de determinismo militar. Pero de esa
manera ignoramos la existencia de muchos otros factores que contribuyen a
la victoria militar. Probablemente, el más crucial fue la ciase de moral que
poseían los vencedores: la confianza en el piquero de la derecha, el de la
izquierda y El de atrás. Esto, a su vez, probablemente obedecía a la vida
relativamente igualitaria y comunitaria de los burgueses flamencos y suizos y
de los agricultores libres. Podríamos seguir buscando hasta hallar una
explicación de múltiples factores, o quizá pudiéramos aducir que el aspecto
decisivo era el modo de producción económica de los dos grupos. El
escenario está montado para el tipo de discusión entre los factores
económicos, militares, ideológicos y de otro tipo que se cierne sobre
prácticamente todas las esferas de la investigación histórica y sociológica. Es
un ritual sin esperanza y sin final. Porque el poder militar, al igual que todas
las fuentes de poder, es en sí promiscuo. Exige un superávit moral y
económico - es decir, apoyos ideológicos y económicos -, además de recurrir
a las tradiciones y avances más estrictamente militares. Todos ellos son
factores necesarios para el ejercicio del poder militar, así que cómo podemos
ciasificarlos por orden de importancia?
Pero tratemos de observar las innovaciones militares bajo un prisma
diferente, el de la organización. Naturalmente, esas innovaciones tuvieron
condiciones prevlas económicas, ideológicas y de otro tipo. Pero también
tuvieron un poder de reorganización intrínsecamente militar, emergente,
intersticial: una capacidad mediante la superioridad concreta en el campo de
batalla, para reestructurar redes sociales generales distintas de las que
brindaban las instituciones dominantes existentes. Califiquemos a éstas de
«feudalismo», lo que comprende un modo de producción (extracción de un
excedente a un campesinado dependiente, interrelación de las parcElas de
los campesinos con las posesiones de los sEliores, entrega de excedentes en
forma
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de mercadería a las ciudades, etc.), instituciones políticas (la jerarquía de
los tribunales de vasallo a señor, a monarca), instituciones militares (la
mesnada feudal) y una ideología común a toda Europa: El cristianismo. EL
término «feudalismo» es una forma amplla de describir la forma dominante
en que estaban organizadas e institucionalizadas en toda la Europa
occidental medieval las miríadas de factores de la vida social y, en el núcleo,
las cuatro fuentes de poder social. Pero otras esferas de la vida social eran
menos centrales para el feudalismo y estaban menos controladas por éste.
La vida social siempre es más compleja que sus instituciones dominantes
porque, como ya he subrayado, la dinámica de la sociedad procede de la
miríada de redes sociales que establecen los seres humanos para perseguir
sus objetivos. Entre las redes sociales que no se hallaban en el núcleo del
feudalismo figuraban las ciudades y las comunidades de campesinos libres.
Su desarrollo era relativamente intersticial al feudalismo. Y, en un aspecto
crucial, dos de ellas, Flandes y Suiza, advirtieron que su organización social
aportaba una forma especialmente eficaz de «coerción concentrada» (que
es, como más adelante definiré, la organizacion militar) al campo de batalla.
Era algo que no sospechaba nadie, ni siquiera ellos mismos. A veces se
aduce que la primera victoria fue accidental. En la batalla de Courtrai los
caballeros franceses habían cercado a los burgueses flamencos contra el río.
No podían aplicar su táctica habitual contra las cargas de caballería: a
correr! Como no estaban dispuestos a someterse a una matanza, ciavaron
las picas en tierra, decidieron resistir y descabalgaron a la primera oleada de
caballeros. Se trata de un buen ejemplo de sorpresa intersticial, y lo fue
para todos los interesados.
Pero és te no es un ejemplo de factores «militares» contra factores
«económicos». Por el contrario, se trata de un ejemplo de la competencia
entre dos formas de vida, una dominante y feudal, la otra, hasta entonces
menos importante, de ciudadanos o de campesinos libres, que dio un giro
decisivo en el campo de batalla. Una forma de vida generó la mesnada
feudal, la otra la falange de piqueros. Ambas formas exigían la miríada de
«factores» y las funciones de las cuatro fuentes de poder necesarias para la
existencia social. Hasta entonces, una configuración de organización
dominante, la feudal, había predominado e incorporado parcialmente a la
otra en sus redes. Ahora, no obstante, el desarrollo intersticial de aspectos
de la vida flamenca y de la suiza encontró una organización militar rival
capaz de descabalgar ese predominio. EL poder militar reorganizó la
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vida social existente, mediante la eficacia de una forma concreta de
«coerción concentrada» en el campo de batalla.
De hecho, la reorganización continuó. La falange de piqueros se vendió
(literalmente) a Estados ricos cuyo poder sobre las redes feudales y las
ciudades y los campesinos independientes se vio incrementado (al igual que
sobre la religión). Una esfera de la vida social - sin duda parte del feudalismo
europeo, pero que no estaba en su núcleo, o sea, que estaba escasamente
institucionalizada - desarrolló inesperada e intersticialmente una
organizacion militar muy concentrada y coercitiva que primero amenazó al
núcleo, pero después indujo una reestructuración de éste. La aparición de
una organización militar autónoma fue efímera en este caso. Tanto sus
orígenes como su destino eran promiscuos, y no por accidente, sino por su
propia índole. El poder militar permitió una racha de reorganizaciones, una
reagrupación tanto de la miríada de redes de la sociedad como de sus
configuraciones dominantes de poder.
Ejemplo 2: La aparición de culturas y religiones de civilización
En muchos momentos y lugares, las ideologías se han difundido por un
espacio social mucho más extenso que el cubierto por los Estados, los
ejércitos o los modos de producción económica. Por ejemplo, las seis
civilizaciones prístinas mejor conocidas: Mesopotamia, Egipto, el Valle del
Indo, la China del río Amarillo, Mesoamérica y la América andina (con la
posible excepción de Egipto) surgieron como una serie de pequenos Estados
situados en el interior de una unidad cultural de civilización, con estilos
monumentales y artísticos, formas de representación simbólica y panteones
religiosos com unes. En la historia ulterior, en muchos casos también se
hallan federaciones de Estados en el interior de una unidad cultural más
amplla (por ejemplo, la Grecia clásica o la Europa medieval). Las religiones
salvacionistas universales se difundieron por regiones del globo mucho más
extensas que ninguna otra organización de poder. Desde entonces, también
ha habido ideologías seculares como el liberalismo y El socialismo que se han
difundido extensivamente por encima de las fronteras de otras redes de
poder.
O sea, que las religiones y otras ideologías son fenómenos históricos
importantísimos. Cuando los estudiosos senalan esto a nuestra atención
argumentan en términos factoriales: según ellos, demuestra
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la autonomía de los factores «ideales» con respecto a los «materiales» (por
ejemplo, Coe, 1982, y Keatinge, 1982, en relación con antiguas civilizaciones
americanas, y Bendix, 1978, en relación con la difusión del liberalismo a
principios del mundo moderno). Una vez más llega la contraandanada
materialista: esas ideologías no están «meramente flotando en el aire», sino
que son producto de circunstancias sociales reales. Es cierto que la ideología
no «flota sobre» la vida social. Salvo que la ideología se derive de la
intervención divina en la vida social, debe explicar y reflejar la experiencia de
la vida real. Pero - y en esto reside su autonomía - explica y refleja aspectos
de la vida social que las instituciones dominantes de poder ya existentes
(modos de producción económica, Estados, fuerzas armadas, otras
ideologías) no explican ni organizan eficazmente. Una ideología surge como
movimiento vigoroso y autónomo cuando puede ensamblar en una
explicación y una organización única varios aspectos de la existencia que
hasta entonces han sido marginales, intersticiales, respecto de las
instituciones dominantes del poder. Se trata siempre de una evolución
potencial de las sociedades, porque existen muchos aspectos intersticiales de
la experiencia y muchas fuentes de contacto entre los seres humanos
distintas de las que forman las redes nucleares de las instituciones
dominantes.
Permítaseme citar el ejemplo de la unidad cultural de las civilizaciones
prístinas (que se trata con detenimiento en los capítulos 3 y 4). Observamos
un panteón de dioses, fiestas, calendarios, estilos de escritura, decoración y
edificación de monumentos. Advertimos las funciones «materiales» más
generales que desempeñaron las instituciones religiosas: fundamentalmente
la función económica de almacenar y redistribuir los productos agrícolas y
regular el comercio y la función político/militar de idear las normas de la
guerra y la diplomacia. Y examinamos el contenido de la ideología: la
preocupación por la genealogía y los orígenes de la sociedad, por las
transiciones del ciclo vital, por la influencia sobre la fertilidad de la
naturaleza y El control de la reproducción humana, por la justificación y la
regulación de la violencia, por el establecimiento de fuentes de autoridad
legítima más aliá del grupo de parentesco, la aldea o el Estado a los que
pertenece cada uno. Así, una cultura centrada en la religión aportaba a la
gente que vivía en condiciones parecidas en una región extensa una
identidad colectiva normativa y una capacidad para cooperar que no era
intensa en su capacidad de movilización, pero que era más extensiva y
difusa de lo que aportaban al
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Estado, el ejército o el modo de producción. Una cultura centrada en la
religión brindaba una forma particular de organizar las relaciones sociales.
Fusionaba en una forma coherente de organización varias necesidades
sociales, hasta entonces intersticiales respecto a la instituciones dominantes
de las pequenas sociedades famillares/aldeanas/estatales de la región.
Después, la organización de poder de templos, sacerdotes, escribas, etc.,
reaccionó y reorganizó esas instituciones, en particular mediante el
establecimiento de formas de regulación económica y política de largo
alcance.
Fue esto resultado de su contenido ideológico? No, si con eso nos referimos
a sus respuestas ideológicas. Después de todo, las respuestas que dan las
ideologías a la preguntas sobre el «significado de la vida» no son tan
diversas. Tampoco son especialmente impresionantes, tanto en el sentido de
que su veracidad nunca se puede compro bar, como en el sentido de que las
contradicciones que deberían resolver (por ejemplo, la cuestión de la
teodicea: por qué coexisten un orden y un significado aparentes con el caos
y El mal?) persiste después de haber recibido respuesta. Por qué, entonces,
algunos movimientos ideológicos conquistan su región, e incluso gran parte
del mundo, mientras que la mayor parte no lo logra? Es posible que la
explicación de la diferencia se halle menos en las respuestas que aportan las
ideologías que en la forma en que organizan esas respuestas. Los
movimientos ideológicos aducen que los problemas humanos se pueden
resolver con lá ayuda de una autoridad sagrada y transcendental, una
autoridad que penetre horizontal y verticalmente en el ámbito «secular» de
las autoridades de los poderes económico, militar y político. EL poder
ideológico se convierte en una forma distinta de organización social, que
persigue una diversidad de objetivos, «seculares» y «materiales» (por
ejemplo, la legitimación de determinadas formas de autoridad), además de
los considerados convencionalmente religiosos e ideales (por ejemplo, la
búsqueda de significado). Si los movimientos ideológicos están ciaramente
delimitados en cuanto organizaciones, podemos analizar las si tu aciones en
que su forma parece responder a las necesidades humanas. Deberían existir
determinadas condiciones de la capacidad de la autoridad social
transcendental, que vayan más allá del ámbito de las autoridades
establecidas de poder para resolver problemas humanos. Una de las
conclusiones de mi estudio histórico es aducir que, efectivamente, así ocurre.
En consecuencia, las fuentes del poder no están integradas internamente
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por una serie de «factores» estables que muestren todos la misma
coloración. Cuando surge una fuente independiente de poder, es promiscua
en relación con los «factores», que acopla de todos los rincones de la vida
social y a los que no da sino una configuración distinta de organización.
Ahora podemos pasar a las cuatro fuentes y los medios de organización que
implican.
Las cuatro fuentes y organizaciones del poder
El poder ideológico se deriva de tres argumentos interrelacionados en la
tradición sociológica. En primer lugar, no podemos comprender el mundo
meramente mediante la percepción directa de los sentidos (ni, en
consecuencia, actuar conforme a esa comprensión). Necesitamos que se
impongan conceptos y categorías de significados a esas percepciones de los
sentidos. La organización social del conocimiento y del significado últimos es
algo necesario para la vida social, como aducía Weber. Así, quienes
monopolizan una reivindicación del significado pueden ejercer el poder
colectivo y distributivo. En segundo lugar, hacen falta normas, supuestos
comunes de cómo deben actuar las personas moralmente en sus relaciones
mutuas, para que exista una cooperación social sostenida. Durkheim
demostró que hacen falta unos supuestos normativos com unes para que
exista una cooperación social estable y eficaz y que a menudo sus
portadores son movimientos ideológicos, como las religiones. Un
movimiento ideológico que aumente la conflanza mutua y la moral colectiva
de un grupo puede incrementar las facultades colectivas de éste y verse
recompensado por el mayor cElo de sus seguidores. Así, el monopolio de las
normas constituye una vía hacia el poder. La tercera fuente de poder
ideológico es la que corrstituyen. Las prácticas estéticas/rituales. Estas no
se pueden reducir a una ciencia racional. Como lo ha expresado Bloch
(1974), al tratar del poder del mito religioso: «No se puede discutir con una
canción.» Hay un poder distintivo que se comunica a través de la canción, la
danza, las formas artísticas visuales y los ritos. Como reconoce todo el
mundo, salvo los materialistas más fervientes, cuando el significado, las
normas y las prácticas estéticas y rituales son monopolio de un grupo
distintivo, éste puede poseer un considerable poder intensivo y extensivo.
Puede explotar su funcionalidad y ailadir un poder distributivo ai poder
colectivo. En capítulos ulteriores analizaré las circunstancias
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en las que un movimiento ideológico puede obtener tal poder, así como su
ámbito global. Los movimientos religiosos aportan los ejemplos más obvios
de poder ideológico, pero en este volumen se citan los ejemplos más
seculares de las culturas de la primera Mesopotamia y de la Grecia clásica.
Las ideologías predominantemente seculares son características de nuestra
propia época: por ejemplo, el marxismo.
En algunas formulaciones, los términos «ideología» y «poder ideológico»
contienen dos elementos adicionales: que el conocimiento impartido es falso
y/o que es una mera máscara para la dominación material. Yo no implico
ninguna de esas dos cosas. El conocimiento impartido por un movimiento de
poder ideológico forzosamente «supera la experiencia» (como dice
Parsons). No se puede someter totalmente a prueba mediante la
experiencia y en ello reside su capacidad distintiva para persuadir y
dominar. Pero no tiene por qué ser falso; si lo es, tiene menos
probabilidades de difundirse. El pueblo no es una masa de idiotas
manipulables. Y
aunque
efectivamente
las ideologías contienen
legitimaciones de intereses privados y de dominación material, es poco
probable que lleguen a influir en las personas si no son más que eso. Las
ideologías vigorosas son, como mínimo, muy plausibles en las circunstancias
de cada momento y crean una adhesión auténtica.
Esas son las funciones del poder ideológico, pero, qué lineamientos
característicos de organización crean?
La organización ideológica se presenta en dos tipos principales. En la
primera forma, más autónoma, es socioespacialmente transcendente.
Transciende las instituciones existentes de poder ideológico, económico,
militar y político y genera una forma «sagrada» de autoridad (en el sentido
de Durkheim), separada y por encima de estructuras de autoridad más
seculares. Desarrolla una función autónoma muy poderosa cuando las
propiedades emergentes de la vida social crean la posibilidad de una
cooperación o una explotación mayor que transcienden el ámbito de
organización de las autoridades seculares. Técnicamente, pues, las
organizaciones ideológicas pueden depender más de lo habitual de las que
yo he denominado técnicas difusas de poder y, en consecuencia, son
propagadas por la extensión de «infraestructuras universales» como la
alfabetización, la acuóación de moneda y los mercados.
Como aducía Durkheim, la religión surge por la utilidad de la integración
normativa (y del significado y de la estética y del ritual),
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y es «sagrada», está separada de las relaciones laicas de poder. Pero no se
limita a integrar y reflejar una «sociedad» ya establecida; de hecho, puede
crear efectivamente una red del tipo de una sociedad, una comunidad
religiosa o cultural, a partir de necesidades y relaciones sociales
intersticiales y emergentes. Eso es el modelo que aplico en los capítulos 3
y 4 a las primeras civilizaciones extensivas y en los capítulos lo y 11 a las
religiones salvacionistas universales. El poder ideológico brinda un método
socioespacial distintivo de hacer frente a problemas sociales emergentes.
La segunda configuración es la ideología como moral inmanente, que
intensifica la cohesión, la conflanza y, en consecuencia, el poder de un
grupo social ya establecido. La ideología inmanente tiene un impacto
menos visiblemente autónomo, pues en gran medida refuerza algo que ya
existe. Sin embargo, las ideologías de ciase o de nación (que son los
principales ejemplos), con sus infraestructuras distintivas, por lo general
extensivas y difusas, han contribuido mucho aI ejercicio del poder, desde
los tiempos de los antiguos imperios asirio y persa en adelante.
El poder económico se deriva de la satisfacción de las necesidades de
subsistencia mediante la organización social de la extracción, la
transformación, la distribución y El consumo de los objetos de la
naturaleza. A una agrupación formada en torno a esas tareas se la
denomina clase, y, en consecuencia, en esta obra es un concepto
puramente económico. Normalmente, las relaciones económicas de
producción, distribución, intercambio y consumo combinan un alto grado
de poder intensivo y extensivo y han constituido una gran parte del
desarrollo social. Así, las clases forman una gran parte de las relaciones
generales de estratificación social. Quienes pueden monopolizar el control
de la producción, la distribución, el intercambio y El consumo, es decir, la
clase dominante, pueden obtener el poder general colectivo y distributivo
en las sociedades. También analizaré las circunstancias en las que surge
ese poder.
No me referiré aquí a los múltiples debates sobre el papEl de las clases en
la historia. Prefiero el contexto de los problemas históricos reales,
empezando en el capítulo 7 por la lucha de clases en la antigua Grecia (la
primera época histórica sobre la que disponemos de datos adecuados). En
ese caso, distingo cuatro fases en la evolución de las relaciones de ciase y
de la lucha de clases: estructuras de clase latentes, extensivas, simétricas
y políticas. Las utilizo en los capítulos sucesivos. Mis conclusiones se
indican en el último capítulo. Veremos
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que, si bien las clases son importantes, no son «El motor de la historia»,
como creía, por ejemplo, Marx.
Hay una cuestión importante en torno a la cual difieren las dos principales
tradiciones teóricas. Los marxistas destacan el control sobre la fuerza de
trabajo como fuente del poder económico y por eso se concentran en los
«modos de producción». Los neoweberianos (y otros, como la escuEla
sustantivista de Karl Polanyi) destacan la organización del intercambio
económico. No podemos elevar lo uno por encima de lo otro sobre bases
teóricas apriorísticas. Debemos dejar que los datos históricos decidan la
cuestión. El afirmar, como hacen muchos marxistas, que las relaciones de
producción deben ser decisivas porque «la producción es lo primero» (es
decir, precede a la distribución, el intercambio y El consumo) es olvidar el
aspecto de «emergencia». Una vez que emerge una forma de intercambio,
es un hecho social, potencialmente vigoroso. Los comerciantes pueden
reaccionar a la oportunidad de su extremo de la cadena económica y
después actuar sobre la organización de producción de la que surgieron
inicialmente. Un imperio mercantil como el fenicio es un ejemplo de un grupo
comercial cuyos actos modificaron decisivamente las vidas de los grupos
productores cuyas necesidades crearon inicialmente el poder de ese grupo
(por ejemplo, el desarrollo del alfabeto; véase el capítulo 7). Las relaciones
entre la producción y El intercambio son complejas y a menudo atenuadas:
mientras que la producción tiene mucho poder intensivo; pues moviliza una
cooperación social local intensa para explotar la naturaleza, el intercambio
puede realizarse de forma muy extensiva. En sus márgenes, el intercambio
puede tropezar con influencias y oportunidades muy distantes de las
relaciones de producción que generaron inicialmente las actividades de
venta. El poder económico suEle ser difuso, no controlable desde un centro.
Eso significa que la estructura de clases puede no ser unitaria, una sola
jerarquía de poder económico. Si se atenúan las relaciones de producción y
de intercambio, pueden fragmentar la estructura de clases.
Así, las clases son grupos con un poder social diferencial sobre la
organizadción social de la extracción, la transformación, la distribución y El
consumo de los objetos de la naturaleza. Repito que utilizo el término clase
para denotar una agrupación de poder puramente económico y El término
estratificación social para denotar cualquier tipo de distribución del poder. El
término clase gobernante denotará una ciase económica que ha logrado
monopolizar otras
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fuentes de poder a fin de dominar en general a una sociedad centrada en un
Estado. Dejo para el análisis histórico las cuestiones relativas a las
interrelaciones de las clases con otras agrupaciones de estratificación.
La organización económica comprende circuitos de producción, distribución,
intercambio y consumo. Su principal pecullaridad socioespacial es que, si
bien esos circuitos son extensivos, también entrailan el trabajo cotidiano,
intensivo y práctico - lo que Marx llamaba la praxis - de la masa de la
población. De este modo, la organización económica presenta una mezcia
socioespacial distintivamente estable de poder extensivo e intensivo y de
poder difuso y autoritario. Por eso denominaré circuitos de praxis a la
organización económica. El objetivo de ese término, más bien pomposo, es
avanzar a partir de dos de las percepciones de Marx. En primer lugar, a un
«extremo» de un modo de producción razonablemente desarrollado se halla
una masa de obreros que trabajan y se expresan mediante la conquista de la
naturaleza. En segundo lugar, aI otro «extremo» del modo existen circuitos
complejos y extensivos de intercambio en los que millones de personas
pueden hallarse encerradas por fuerzas impersonales, aparentemente
«naturales». El contraste es particularmente agudo en el caso del
capitalismo, pero está presente en todos los tipos de organización del poder
económico. Los grupos definidos en relación con los circuitos de praxis son
clases. La medida en la que éstas sean «extensivas», «simétricas» y
«políticas» en todo el circuito de la praxis de un modo de producción [Nota:
2] determinará la capacidad de organización de las clases y la lucha de
clases. Y Ello a su vez girará en torno a la estrechez del vínculo entre la
producción local intensiva y los circuitos extensivos de intercambio.
El poder militar ya se ha definido en parte. Se deriva de la necesidad de
una defensa física organizada y de su utilidad para la agresión. Tiene
aspectos tanto intensivos como extensivos, pues afecta a cuestiones de vida
y muerte, así como a la organización de la defensa y del ataque en grandes
espacios geográficos y sociales. Quienes lo monopolizan, como las élites
militares, pueden obtener poder colectivo y distributivo. Ese poder se ha
olvidado últimamente en
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la teoría social, y en mi caso regreso a autores del siglo XIX y principios del
XX como Spencer, Gumplowicz y Oppenheimer (aunque en general éstos
exageraron su capacidad).
La organización militar es esencialmente concentrada-coercitiva. Moviliza
la violencia, el instrumento más concentrado, si no el más contundente, del
poder humano. Es algo evidente en tiempo de guerra. La concentración de
la fuerza constituye la ciave de casi todos los comentarios clásicos sobre la
táctica militar. Pero como veremos en varios capítulos históricos
(especialmente del 5 al 9), puede continuar más allá del campo de batalla y
de la campaña. Las formas militaristas de control social que se aplican en
tiempo de paz también están muy concentradas. Por ejemplo, es frecuente
que sea una mano de obra directamente coercionada, esciava o forzosa, la
que construye las fortificaciones, los monumentos o las grandes carreteras
o canales de comunicación. La mano de obra coercionada también aparece
en las minas, las plantaciones y otras grandes explotaciones agrícolas y en
la casas de los poderosos. Pero es menos adecuada para la agricultura
dispersa normal, para la industria, donde se necesita tener criterio y
conocimientos técnicos, y para las actividades dispersas del comercio. Los
costes de imponer eficazmente la coerción directa en esas esferas han
excedido los recursos de todos los regímenes conocidos históricamente. Así,
el militarismo ha resultado útil en los casos en que el poder concentrado,
intensivo y autoritario ha dado resultados desproporcionados.
En segundo lugar, el poder militar tãmbién tiene un ámbito más extensivo,
de aspecto negativo, terrorista. Como ha senalado lattimore, a lo largo de la
mayor parte de la historia el alcance del ataque militar ha sido mayor que el
ámbito de control estatal o de las relaciones económicas y de distribución.
Pero se trata de un control mínimo. La logística es abrumadora. En el
capítulo 5 calculo que a lo largo de la historia antigua la distancia de
marcha máxima si apoyo que podía recorrer un ejército era de unos 90
kilómetros, o sea una base insuficiente para un control intensivo sobre
grandes superficies. Al enfrentarse con una fuerza militar poderosa a 300
kilómetros de distancia, por ejemplo, la población local podría obedecer
externamente sus dictados: pagar un tributo anual, reconocer la soberanía
de su líder, envlar a sus jóvenes a «educarse» en su corte, etc., pero el
comportamiento cotidlano podría ser más libre en otros apectos.
Así, el poder militar es dual socioespacialmente: un núcleo concentrado
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en el cual se pueden ejercer controles coercitivos positivos, rodeado por
una penumbra extensiva en la cual unas poblaciones aterrorizadas no irán
normalmente más aliá de unos mínimos de obediencia, pero cuyo
comportamiento no se puede controlar totalmente.
El poder político (también definido en parte anteriormente) se deriva de la
utilidad de una regulación centralizada, institucionalizada y territorializada
de muchos aspectos de las relaciones sociales. No lo defino en términos
puramente «funcionales», en términos de regulación judicial respaldada por
la coerción. Esas funciones las puede poseer cualquier organización de
poder: tanto ideológica como económica y militar, además de los Estados.
Yo lo limito a las regulaciones y la coerción centralizadas dentro de unos
límites territoriales, es decir, el poder del Estado. Al concentramos en el
Estado, podemos analizar su contribución distintiva a la vida social. Tal
como se define en esta obra, el poder político refuerza las fronteras,
mientras que las otras fuentes del poder pueden transcenderias. En
segundo lugar, el poder militar, económico o ideológico puede participar en
cualesquiera relaciones sociales, dondequiera que se hallen. Cualquier A o
grupo de Aes puede ejercer esas formas de poder contra cualquier B o
grupo de Bes. En cambio, las relaciones políticas se refieren a una esfera
concreta, el «centro». El poder político se halla situado en ese centro y se
ejerce hacia fuera. El poder político es necesariamente centralizado y
territorial y en esos respectos difiere de las demás fuentes del poder
(véanse más comentarios en Mann, 1984; en el próximo capítulo también
se da una definición formal del Estado). Quienes controlan el Estado, la
élite del Estado, pueden obtener tanto el poder colectivo como el
distributivo y atrapar a otros en su «dlagrama de organización» distintivo.
La organización política también es dual socioespacialmente, aunque en
un sentido diferente. En este caso hemos de distinguir la organización
interna de la «internacional». En su interior, el Estado está territorialmente
centralizado y territorialmente delimitado. Así, los Estados pueden alcanzar
mayor poder autónomo cuando la vida social genera posibilidades
emergentes de mayor cooperación y explotación en forma centralizada
sobre una zona restringida (explicado en Mann, 1984). Se apoya sobre todo
en técnicas de poder autoritario, por estar centralizado, aunque no tanto
como la organización militar. Cuando tratemos de los poderes reales de las
élites estatales, consideremos útil distinguir entre los poderes «despóticos»
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formales y los poderes «infraestructurales» reales. Eso se explica en el
capítulo 5, en la sección titulada «Estudio Comparado de los Imperios
Antiguos».
Pero los límites territoriales de los Estados - en un mundo que todavía no
ha estado dominado nunca por un solo Estado - dan también origen a una
esfera de relaciones interestatales reguladas. La diplomacia geopolítica es
una segunda forma importante de organización del poder político. En este
volumen desempenarán un papEl considerable dos tipos geopolíticos: El
imperio hegemónico que domina los clientes de las marcas y vecinos y
diversas formas de civilización multiestatal. Evidentemente, la organización
geopolítica tiene una forma muy diferente de las otras organizaciones del
poder mencionadas hasta ahora. De hecho, se trata de algo que la teoría
sociológica pasa generalmente por alto. Pero forma parte esencial de la vida
social y no es reducible a las configuraciones «internas» de poder de sus
Estados componentes. Por ejemplo, las pretensiones hegemónicas y
despóticas sucesivas del Emperador Enrique IV de Alemanla, FElipe II de
Espana y Bonaparte de Francia no se vieron humilladas sino superficialmente
por la fuerza de los Estados y de otros que se opusieron a ellos; en realidad,
se vieron humilladas por la arraigada civilización diplomática multiestatal de
Europa. O sea, que la organización geopolítica del poder es una parte
esencial de la estratificación social general.
En resumen, cuando los seres humanos. persiguen muchos objetivos,
establecen muchas redes de interacción social. Los límites y las capacidades
de esas redes no coinciden. Algunas redes tienen más capacidad que otras
para organizar la cooperación social intensiva y extensiva, autoritaria y
difusa. Las redes mayores son las de poder ideológico, económico, militar y
político: las cuatro fuentes de poder social. Cada una de ellas implica, pues,
formas distintivas de organización socioespacial mediante las cuales los seres
humanos alcanzan una gama muy amplla, pero no exhaustiva, de su miríada
de objetivos. La importancia de esas cuatro redes reside en su combinación
de poder intensivo y extensivo. Pero ello se refleja en la realidad histórica a
través de los diversos medios de organización que imponen su forma general
a una gran parte de la vida social general. Las principales formas que he
identificado son las transcendentes o inmanentes (del poder ideológico), los
circuitos de praxis (económico), las concentradas-coercitivas (militar) y las
centralizadas territoriales y la organización geopolítica-diplomática (político).
Esas
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configuraciones se convierten en lo que yo califico de «promiscuas», pues
extraen y estructuran elementos de muchas esferas de la vida social. En el
ejemplo 2, ya citado, la organización transcendente de la cultura de las
primeras civilizaciones absorbía aspectos de redistribución económica, de
normas de la guerra y de regulación política y geopolítica. Así pues, no
estamos tratando de las relaciones externas entre diferentes fuentes,
dimensiones o nivEles de poder social, sino más bien de: 1) las fuentes como
tipos ideales que 2) alcanzan una existencia intermitente como
organizaciones concretas en la división del trabajo y que 3) pueden ejercer
una configuración más general y promiscua de la vida social. En 3) uno o
más de esos medios de organización surgirá intersticialmente como la fuerza
reorganizadora primordial a corto plazo, como en el ejemplo militar, o a largo
plazo, como en el ejemplo ideológico. Es el modelo IEMP de poder
organizado.
Max Weber utilizó una vez una metáfora basada en los ferrocarrites de su
época cuando estaba tratando de explicar la importancia de la ideología:
hablaba del poder de las religiones salvacionistas. Escribió que esas ideas
eran como los «guardaagujas» que determinaban por qué vías avanzaría el
desarrollo social. Quizá cupiera modificar la metáfora. Las fuentes de poder
social son «vehículos tendedores de vías» - porque no existen vías hasta que
se escoge la dirección - que van tendiendo vías de diferente ancho por el
terreno social e histórico. Los «momentos» de tendido de vías y de paso a un
nuevo ancho son lo más cerca que podemos llegar a la cuestión de la
primacía. En esos momentos, encontramos una autonomía de concentración,
organización y dirección sociales que no existe en momentos más
institucionalizados.
Esa es la ciave de la importancia de las fuentes del poder. Aportan
organización colectiva y unidad a la infinita variedad de la existencia social.
Aportan el encuadramiento significativo que existe en una estructura social
en gran escala (que puede ser muy grande o no) porque pueden generar la
acción colectiva. Son los «medios generalizados» por conducto de los cuales
los seres humanos hacen su propla historia.
El modelo IEMP general, su ámbito y sus omisiones
EL modelo general se expone de forma gráfica resumida en la figura 1.2. EL
predominio de líneas discontinuas en el diagrama indica
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lo complicadas que son las sociedades humanas. Nuestras teorías no pueden
abarcar sino algunos de sus lineamientos más generales.
Empezamos con unos seres humanos que persiguen sus objetivos. Con esto
no quiero decir que sus objetivos sean epresociales», sino más bien que lo
que son los objetivos y cómo se crean éstos, no tiene pertinencia para lo que
sigue después. Las personas orientadas hacia el logro de unos objetivos
forman una multiplicidad de relaciones sociales demaslado compleja para
ninguna teoría general. Sin embargo, las relaciones en tomo a los medios de
organización más fuertes se fusionan y forman extensas redes institucionales
de forma determinada y estable, que combinan tanto el poder intensivo y El
extensivo como el poder autoritario y El difuso. A mi entender, existen cuatro
de esas fuentes principales de poder social, cada una de las cuales se centra
en un medio diferente de organización. Las presiones en pro de la
institucionalización tienden a fusionarias parcialmente, a su vez, en una o
más redes de poder dominante. Esas redes aportan el grado más elevado de
delimitación que encontramos en la vida social, aunque sea delimitación dista
de ser total. Muchas redes siguen siendo intersticiales, tanto respecto de las
cuatro fuentes del poder como respecto a las configuraciones dominantes;
análogamente,. hay aspectos importantes de las cuatro fuentes del poder
que también permanecen poco institucionalizados con respecto a las
configuraciones dominantes. Esas dos fuentes de interacción intersticial
acaban por producir una red emergente más fuerte, centrada en una o más
de las cuatro fuentes del poder, e inducen una reorganización de la vida
social y una nueva configuración dominante. Y así continúa el proceso
histórico.
Todo esto constituye un enfoque de la cuestión de la primada final, pero no
una respuesta. Ni si qui era he hecho ningún comentario sobre el principal
punto de desacuerdo entre la teoría marxista y la weberiana: El de si
podemos aislar el poder económico como el aspecto totalmente decisivo que
determina la forma de las sociedades. Se trata de una cuestión empírica, de
forma que primero paso revista a los datos, antes de intentar una respuesta
provisional en el capítulo 16 y una respuesta más completa en el volumen
III.
Hay tres motivos por los que la prueba empírica ha de ser histórica. En
primer lugar, el modelo se ocupa esencialmente de los procesos de cambio
social. En segundo lugar, mi rechazo de la concepción unitaria de la sociedad
hace que resulte más difícil otro modo
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Figura 1.2. Modelo causal IEMP del poder organizado.
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posible de investigación, el de la «sociología comparada». Las sociedades no
son unidades independientes que se puedan comparar simpiem ente de un
tiempo y un espacio a otro. Existen en contextos determinados de
interacción regional que son únicos incluso en algunas de sus características
centrales. Las posibilidades de la sociología comparada son muy limitadas al
existir tan pocos casos comparables. En tercer lugar, mi metodología
consiste en «cuantificar» El poder, establecer cuáles son exactamente sus
infraestructuras y en seguida es evidente que las cantidades de poder se
han desarrollado enormemente a lo largo de la historia. Las capacidades de
poder de las sociedades prehistóricas (sobre la naturaleza y sobre los seres
humanos) eran considerablemente inferiores, por ejemplo, a las de la
antigua Mesopotamia, que eran inferiores a las de la Roma republicana, que
a su vez eran mucho menores que las de la Espana del siglo XVI, después
que las de la Inglaterra del siglo XIX, y así sucesivamente. Es más
importante aprehender esa historia que hacer comparaciones de un lado a
otro del mundo. Este es un estudio del «tiempo mundlal», por utilizar la
expresión de Eberhard (1965: 16), en el cual cada proceso de desarrollo del
poder afecta ai mundo que lo rodea.
La historia más adecuada es la de la sociedad humana más poderosa: la de
la civilización occidental moderna (comprendida la Unión Soviética), cuya
historia ha sido prácticamente continua desde los orígenes de la civilización
del Cercano Oriente en torno al año 3000 a. C. hasta la época actual. Se
trata de una historia de desarrollo, aunque no evolucionista ni teológica. No
tiene nada de «necesario»; sencillamente ocurrió así (y casi concluyó en
varias ocasiones). No es la historia de un espacio social o geográfico
concreto. Como suEle ocurrir con estas empresas, la mía comienza con las
circunstancias generales de las sociedades neolíticas, después se centra en
el Cercano Oriente, luego va desplazándose gradualmente hacia el Oeste y
El Norte por Anatolla, el Asla Menor y El Levante hacia el Mediterráneo
oriental. Después pasa a Europa y termina en el siglo XVIII en el Estado más
occidental de Europa, Gran Bretana. Cada capítulo trata de la «punta de
lanza» del poder, donde la capacidad para integrar pueblos y espacios en
configuraciones dominantes está más desarrollada infraestructuralmente.
Ese método es, en cierto sentido, antihistórico, pero los saltos que
representa también contienen una ventaja. Las capacidades de poder se han
desarrollado desigualmente, a saltos. Por eso, al estudiar esos saltos y
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tratar de explicarlos nos brinda el mejor acceso empírico a la cuestión de la
primada.
Qué es lo que he eliminado de esa historia? Naturalmente, una cantidad
enorme de detalles y complejidades, pero, apane de eso, todo modelo coloca
algunos fenómenos en el centro del escenario y deja a otros entre
bambalinas. Si estos últimos logran pasar al centro del escenario, el modelo
no se ocupa efectivamente de ellos. En este volumen existe una ausencia
conspicua: Las relaciones entre los sexos. En el volumen II trato de justificar
ese trato desigual en términos de su desigualdad efectiva en la historia.
Aduciré que las relaciones entre los sexos fueron en gran medida constantes,
en la forma general del patriarcado, a lo largo de gran pane de la historia,
hasta los siglos XVIII y XIX en Europa, cuando empezaron a producirse
rápidos cambios. Pero esos comentarios han de esperar al volumen II. En el
presente volumen, las relaciones de poder de las que se trata son
normalmente las de la «esfera pública», entre cabezas de familla del sexo
masculino.
Al historiador especializado le ruego generosidad y amplitud de espíritu. Al
abarcar un gran sector de la historia registrada, sin duda he cometido
errores de hecho, algunos probablemente considerables. Me pregunto si el
corregirlos anularia los argumentos globales. También me pregunto más
agresivamente si el estudio de la historia, especialmente en la tradición
angloestadounidense, no saldria beneficiado si contara con una reflexión más
explícita sobre el carácter de las sociedades. También al sociólogo me dirijo
en tonos acerbos. Gran parte de la sociología contemporánea es ahistórica,
pero incluso gran pane de la sociología histórica se ocupa exclusivamente del
desarrollo de las sociedades «modernas» y de la aparición del capitalismo
industrial. Eso es algo tan decisivo en la tradición sociológica que, como ha
demostrado Nisbet (1967), produjo las dicotomías centrales de la teoría
moderna. De la condición social al contrato, de Gemeinschaft a GesEllschaft,
de la solidaridad mecánica a la orgánica, de lo sacro a lo secular: estas
dicotomías y otras sitúan la línea divisoria de la historia ai final del siglo
XVIII. Los teóricos del siglo XVIII como Vico, Montesquieu o Ferguson no
consideraban la historia así. Al contrario que los sociólogos modernos, que
sólo conocen la historia reciente de su propio Estado nacional, más algo de
antropología, sabían que desde hacía por lo menos dos mil anos habían
existido sociedades complejas, diferenciadas y estratificadas: seculares,
contractuales, orgánicas, GesEllschaft, pero no industriales.
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A lo largo del siglo XIX y de comienzos del XX, ese conocimiento fue
decayendo entre los sociólogos. Paradójicamente, la decadencia ha
continuado durante la misma época en que los historiadores, los arqueólogos
y los antropólogos han estado utilizando técnicas nu evas, muchas de ellas
tomadas de la sociología, para hacer descubrimientos asombrosos acerca de
la estructura social de esas sociedades complejas. Pero su análisis se ve
debilitado por su relativa ignorancia de la teoría sociológica.
Weber es un notable ejemplo de esta limitación. Mi deuda para con él es
inmensa, no tanto en el sentido de haber adoptado sus teorías concretas,
sino más bien en el de adherirme a su visión general de la relación entre
sociedad, historia y acción social.
Mi exigencia de una teoría sociológica basada en las dimensiones de la
historia no se debe solamente a la conveniencia intrínseca de comprender la
rica diversidad de la experiencia humana, aunque ya eso sería bastante
valioso. Además, sostengo que algunas de las características más
importantes de nuestro mundo actual se pueden apreciar con más ciaridad
mediante la comparación histórica. No es que la historia se repita.
Precisamente lo contario, la historia universal se desarrolla. Mediante la
comparación histórica podemos advertir que los problemas más
considerables de nuestra propia época son nuevos. Por eso resulta difícil
resolverlos: son intersticiales a las instituciones que se ocupan de hecho de
los problemas más tradicionales para los que fueron creadas. Pero, como
sugeriré más adelante, todas las sociedades se han enfrentado con crisis
repentinas e intersticiales y en algunos casos la humanidad ha salido
mejorada. Al final de una larga desvlación histórica, espero demostrar la
pertinencia de este modelo para lá actualidad en el volumen II.
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Capítulo 2
EL FIN DE LA EVOLUCION SOCIAL GENERAL: COMO ELUDIERON EL PODER
LOS PUEBLOS PREHISTORICOS
Introducción: El relato evolucionista convencional
Una historia del poder debe empezar por el principio. Pero, (dónde
debemos situar ese principio? Como especie, los seres humanos aparecieron
hace millones de anos. Durante la mayor parte de esos millones de anos,
vivieron sobre todo como recolectores nómadas de frutos silvestres, bayas,
frutos secos y hierbas, y como carroóeros de las presas de animales mayores
que ellos. Después fueron elaborando su propio sistema de caza. Pero por lo
que podemos suponer de esos recolectores-carroñeros y recolectorescazadores, su estructura social era sumamente flexible, adaptable y variable.
No institucionalizaron de forma estable unas relaciones de poder; no
conocían clases, Estados, ni siquiera élites; es posible que incluso sus distinciones entre sexos y grupos de edades (dentro de la edad adulta) no
indicaran diferencias permanentes de poder (tema de grandes debates en la
actualidad). Y, naturalmente, no tenían escritura y no tenían una <historia>
en el sentido actual del término. O sea que en los verdaderos comienzos no
había ni poder ni historia. Los conceptos elaborados en el capítulo I no tienen
prácticamente pertinencia para el 99 por 100 de la vida de la humanidad
hasta la fecha. Así que no voy a empezar por el principio!
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Después -aparentemente, en todo el mundo- se produjo una serie de
transiciones: a la agricultura, a la domesticación de animales y al
sedentarismo, que acercaron mucho más a la humanidad a las relaciones de
poder. Surgieron sociedades estables, delimitadas, presuntamente
«complejas», que incorporaban la división del trabajo, la desigualdad social y
el centralismo político. Ahora quizá podamos empezar a hablar de poder,
aunque nuestro comentario tendria que incluir muchas matizaciones. Pero
esta segunda fase, que representaria aproximadamente al 0,6 por 100 de la
experiencia humana hasta abora, tampoco tenía escritura. Su <historia> es
prácticamente desconocida y nuestro relato ha de ser sumamente cauteloso.
Por fin, hacia el 3000 a.C. se inició una serie de transformaciones conexas
que llevaron a una parte de la humanidad al 0,4 por 100 restante de su vida
hasta abora: La era de la civilización, de relaciones permanentes de poder
encarnadas en Estados, sistemas de estratificación y patriarcado y de
historia escrita. Esa era se generalizó en el mundo, pero se inició en un
reducido número de lugares. Esa diminuta tercera fase es el tema de este
libro. Pero, al contar esa historia, cuánto nos tenemos que remontar al
decidir cuáles fueron sus origenes?
Se plantean dos preguntas obvias: dada esa ciara discontinuidad, (es el
conjunto de la experiencia humana una sola historia? Y, dada nuestra
ignorancia casi total del 99 o el 99,6 por 100 de esa experiencia, (cómo se
puede saber si lo es o no? Sin embargo, la historia como un todo tiene un
firme anclaje. A partir del Pleistoceno (hace aproximadamente un millón de
anos) no har muestras de ninguna <especiación> o diferenciación biológica
entre las poblaciones humanas. De hecho, sólo existe un caos anterior
conocido de especiación a lo largo de los diez millones de anos de vida de los
homínidos: La coexistencia de dos tipos de homínidos a principios del
Pleistoceno en Africa (uno de los cuales se extinguió). Es algo que puede
parecer curioso, pues otros mamíferos que aparecieron al mismo tiempo que
la humanidad, como los elefantes o el ganado vacuno, han dado muestras de
considerable especiación después. Piénsese, por ejemplo, en la diferencia
entre los elefantes indios y los africanos y compárese con las minúsculas
diferencias fenotípicas de pigmentación, etc., entre los seres humanos. Por
tanto, en toda la gama de la humanidad ha existido una cierta unidad de
experiencia (argumento aducido vigorosamente por Sherratt, 1980: 405).
Qué tipo de historia unificada podemos narrar?
Página 61
Casi todas las narraciones son evolucionistas. Primero explican cómo los
seres humanos fueron desarrollando sus capacidades innatas de cooperación
social; después, cómo fueron surgiendo inmanentemente cada forma
sucesiva de cooperación social a partir del potencial de su predecesora para
una organización social «superior» o, por lo menos, más compleja y
poderosa. Esas teorías fueron las predominantes en el siglo XIX. Ahora,
desprovistas de los conceptos de progreso desde formas inferiores hacia
formas superiores, pero conservando todavía el concepto de evolución de la
capacidad y la complejidad del poder, siguen siendo las dominantes.
Sin embargo, existe una pecullaridad en esta narración que sus partidarios
reconocen. La evolución humana ha diferido de la evolución de otras
especies por el hecho mismo de que ha mantenido su unidad. No se ha
producido una especiación. Cuando una población humana ha ido
desarrollando una forma particular de actividad, muy a menudo ésta se ha
difundido prácticamente entre toda la humanidad, por todo el mundo. El
fuego, el vestuario y el refugio, junto con una colección más variable de
estructuras sociales se han difundido, a veces a partir de un solo epicentro, a
veces a partir de varios, desde el Ecuador hasta los polos. Los estilos de
cabezas de hacha y de cerámica, los Estados y la producción de mercaderías
se han difundido muy ampllamente a lo largo de la historia y de la prehistoria
que conocemos. De modo que este relato se refiere a la evolución cultural.
Presupone un contacto cultural continuo entre grupos, basado en una
conciencia de que, pese a las diferencias locales, todos los seres humanos
forman una sola especie, se enfrentan con determinados problemas comunes
y pueden aprender soluciones los unos de los otros. Un grupo local crea una
nueva forma, quizá estimulada por sus proplas necesidades ambientales,
pero resulta que esa forma tiene una utilidad general para grupos de medios
completamente diferentes, y éstos la adoptan, quizá con modificaciones.
Dentro del relato general, cabe destacar algunos temas diferentes.
Podemos subrayar el número de casos de invención independiente, porque si
todos los seres humanos son culturalmente similares, pueden ser
similarmente capaces de dar el siguiente paso en la evolución. Esta es la
escuela que cree en la «evolución local». O podemos subrayar el proceso de
difusión y propugnar unos pocos epicentros de la evolución. Esta es la
escuela «difusionista». Es frecuente contrastar la una con la otra, que a
veces se enfrentan en una acerba
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polémica. Pero fundamentalmente son análogas y narran el mismo relato
general de una evolución cultural continua.
De modo que casi todos los relatos actuales responden a mi pregunta
inicial: «Forma toda la experiencia humana una sola historia?» con un sí
tajante. Así se revela en los relatos de casi todos los historiadores,
reforzados por su actual predilección (especialmente en las tradiciones
históricas angloamericanas) por el estilo de narración continua atento al
«qué ocurrió después». Este método deja de lado las discontinuidades. Por
ejemplo, Robens, en su Pelican History of the World (1980: 45 a 55) califica
a las discontinuidades entre las tres fases de meras «aceleraciones del ritmo
del cambio» y de un cambio de foco geográfico en un desarrollo
esencialmente «acumulativo» de las capacidades humanas y sociales,
«arraigado en eras dominadas por ellento ritmo de la evolución genética». En
las tradiciones más teóricas y orientada hacia las ciencias de la arqueología y
la antropología estadounidenses, el relato evolucionista se ha narrado en el
idioma de la cibernética, con diagramas de corrientes de la aparición de la
civilización a lo largo de diversas fases a partir de los cazadores-recolectores,
junto con retroalimentaciones positivas y negativas, modelos alternativos
«en escalera» y «en rampa» de desarrollo incremental, etc. (por ejemplo,
Redman, 1978: 8 a 11; cf. Sahlins y Service, 1960). El evolucionismo
predomina, a veces de forma expücita y otras de forma encubierta, como
explicación de los origenes de la civilización, la estratificación y el Estado.
Todas las teorías rivales de la aparición de la estratificación y del Estado
presuponen un proceso esencialmente natural de desarrollo social general.
Se los considera resultado del desarrollo dlaléctico de las estructuras
nucleares de las sociedades prehistóricas. Esta narración concreta tiene su
origen en la teoria política normativa: hemos de aceptar el Estado y la
estratificacion (Hobbes, Locke), o hemos de derrocarlo (Rousseau, Marx),
debido a acontecimientos prehistóricos reconstruidos o hipotéticos. Los
antropólogos y los arqueólogos contemporáneos, allados, narran un relato de
la continuidad de todas las formas conocidas de la sociedad humana (y, en
consecuencia, también de la percinencia de sus proplas disciplinas
académicas para el mundo de hoy). Su ortodoxla central sigue siendo un
relato de fases: desde unas sociedades relativamente igualitarias y sin
Estado hacia sociedades por rangos con autoridad poütica y, más tarde, a
sociedades
civilizadas
y
estratificadas
con
Estados
(ortodoxla
admirablemente resumida por Fried, 1967; véanse en Redman, 1978:
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201 a 205, otras posibles secuencias de fases y véanse asimismo en
Steward, 1963, la secuencia más moderna influyente de fases
arqueológicas/antropológicas ).
Friedman y Rowlands (1978) han ampliado la lógica de este enfoque al
senalar un defecto en las narraciones de la evolución. Aunque se identifique
una secuencia de fases, las transiciones entre eUas se ven precipitadas por
las fuerzas un tanto aleatorias de la presión demográfica y el cambio
tecnológico. Friedman y Rowlands colman esa laguna al elaborar un modelo
detallado y complejo, «epigenético», de un «proceso de transformación» de
la organización social. Concluyen diciendo: «Así, cabe esperar que podamos
predecir las formas dominantes de reproducción social en la fase siguiente en
términos de las propiedades de la fase actual. Ello es posible gracias a que el
propio proceso reproductivo es direccional y transformativo» (1978: 267 y
268).
El método de estos modelos es idéntico. En primer lugar, soe comentan las
características de las sociedades de cazadores-recolectores en general.
Después se expone una teoría de una transición general hacia el
sedentarismo agrícola y el pastoralismo. Después, las características
generales de esas sociedades llevan a la aparición de unas cuantas
sociedades concretas: Mesopotamla, Egipto y China septentrional, a veces
con la adición del Valle del Indo, Mesoamérica, el Peru y la Creta minoica.
Examinemos las fases habituales y definamos sus términos cruciales:
1. Una sociedad igualitaria es algo que se explica por sí solo. Las diferencias
jerárquicas entre persona y entre el desempeno de papEles en función de las
edades y (quizá) del sexo no están institucionalizadas. Quienes ocupan las
posiciones más altas no pueden hacerse con los instrumentos colectivos de
poder.
2. Las sociedades por rangos no son igualitarias. Quienes se hallan en los
rangos superiores pueden utilizar los instrumentos generales colectivos de
poder. Ello se puede institUcionalizar e incluso transmitir por vía hereditaria
en un linaje aristocrático. Pero el rango depende casi totalmente del poder
colectivo o de la autoridad, es decir, del poder legítimo utilizado únicamente
para fines colectivos, libremente conferido y libremente retirado por los
panicipantes. Así, quienes ocupan los rangos más altos tiene una condición
social, formulan decisiones y utilizan recursos materiales en nombre de todo
el grupo, pero no disponen de un poder coercitivo sobre los miembros
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recalcitrantes del grupo y no pueden desvlar los recursos materiales del
grupo para su propio uso privado y convertirlos así en su «propiedad
privada».
Pero hay dos subgrupos de sociedades de rangos que también se pueden
colocar en una escala evolucionista:
2a. En las sociedades de rangos relativos cabe calificar a las personas y los
grupos de linaje en posiciones mutuamente relativas, pero no existe un
punto que sea el más alto de la escala de manera absoluta. Sin embargo, en
casi todos los grupos existen una incertidumbre y una polémica insuficientes
para que, finalmente, las relatividades sean incoherentes entre sí. El rango
será cuestionado.
2b. En las sociedades de rangos absolutos, surge un punto superior
absoluto. Al jefe o jefe supremo se le acredita el rango más alto sin polémica
y los linajes de todos los demás rangos se miden en términos de su distancia
respecto de ese jefe. Ello suele expresarse ideológicamente en términos de
su descendencia de los primeros antepasados, quizá incluso de los dioses,
del grupo. Así aparece una institución característica: un centro ceremonlal,
consagrado a la religión, controlado por ellinaje del jefe. De esta institución
centralizada al Estado no dista más que un paso.
3. Las definiciones del Estado se comentarán con más detalle en el volumen
III de esta obra. Mi definición provisional se deriva de Weber: El Estado es
un conjunto diferenciado de instituciones y de personal que incorporan la
centraliddd, en el sentido de que las relaciones políticas irradian bacia afuera
para abarcar una zona territorialmente demarca da, sobre la cual reivindica
el monopolio de la formulación vinculante y permanente de normas,
respaldado por la violencia física. En la prehistoria, la introducción del Estado
convierte a la autoridad política provisional y a un centro ceremonial
permanente en un poder político permanente, institucionalizado en su
capacidad para utilizar la coacción sobre los miembros sociales recalcitrantes
cuando sea necesario, de forma sistemática.
4. La estratificacion comporta el poder permanente e institucionalizado de
algunos sobre las oportunidades vitales materiales de otros. Su poder puede
consistir en la fuerza física o en la capacidad para privar a otros de los
elementos necesarios para la vida. En la bibliografía sobre los orígenes, suele
ser un sinónimo de las diferenciales de propiedad privada y de las clases
económicas, y por eso yo lo trato como un forma centralizada de poder,
separada del Estado centralizado.
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5. En términos de civilización es el más problemático, debido a la carga
axiológica que comporta. No existe una sola definición que baste para todos
los fines. Trato con más detalle de la cuestión al comienzo del capítulo
siguiente. Una vez más, basta con una definición provisional. Según Renfrew
(1972: 13), la civilización combina tres instituciones sociales: El centro
ceremonlal, la escritura y la ciudad. Cuando las tres se combinan, inauguran
un salto en el poder humano colectivo sobre la naturaleza y sobre otros
seres humanos que, cualesquiera sean la variabilidad y la disparidad del
registro prehistórico e histórico, constituyen el comienzo de algo nuevo.
Renfrew califica a esto de un salto en el «aislamiento», la contención de
seres humanos tras unas fronteras sociales y territoriales, ciaras, fijas y
delimitadas. Yo utilizo la metáfora de una jaula social.
Con estos términos, podemos advertir la existencia de estrechos vínculos
entre las partes de la narración evolucionista. El rango, el Estado, la
estratificación y la civilización guardaban estrechas relaciones entre sí porque
su aparición puso fin, lenta pero inexorablemente, a un tipo primitivo de
libertad y señaló el comienzo de las presiones y de las oportunidades
representadas por un poder colectivo, distributivo, delimitado, permanente e
institucionalizado.
Yo deseo disentir de esa narración, aunque fundamentalmente lo que hago
es sumar las dudas de otros. Uno de los puntos de desacuerdo se debe a que
se observa algo extraño: mientras que la Revolución Neolítica y la aparición
de sociedades de rangos ocurrieron independientemente en muchos lugares
(en todos los continentes, por lo general en varios lugares aparentemente no
relacionados entre sí), la transición hacia la civilización, la estratificación y el
Estado fue relativamente rara. El prehistoriador europeo Piggott ha
declarado: «Todo mi estudio del pasado me convence de que la aparición de
lo que denominamos civilización es un acontecimiento de lo más anormal e
impredecible, cuyas manifestaciones en el Viejo Mundo quizá se deban a fin
de cuentas a una sola serie de circunstancias en una zona limitada de Asla
occidental, hace cinco mil años» (1965: 20). En este capítulo y en el
siguiente sostendré que Piggott no hace sino exagerar levemente lo ocurrido:
es posible que en Eurasia hubiera hasta cuatro conjuntos pecullares de
circunstancias que generasen la civilización. En otras partes del mundo
deberíamos aóadir por lo menos dos más. Aunque nunca podemos ser
precisos en cuanto al total absoluto, probablemente sea inferior a diez.
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Otros puntos de desacuerdo se centran en la secuencia de fases y toman
nota de la aparición de un movimiento involutivo o cíclico, en lugar de una
secuencia puramente evolutiva. AIgunos antropólogos se basan en los
puntos de desacuerdo en el seno de la biología, que es la ciudadela del
evolucionismo y sugieren que el desarrollo social es raro, repentino e
impredecible, como resultado de «bifurcaciones» y «catástrofes» y no de un
crecimiento acumulativo y evolutivo. Friedman y Rowlands (1982) lIevan
tiempo manifestando dudas acerca de su propio evolucionismo anterior. Yo
utilizo sus dudas, aunque me desvío de su modelo. Efectivamente, la
civilización, en los pocos casos de su evolución independiente, fue un largo
proceso gradual y acumulativo y no una respuesta repentina a una
catástrofe. Sin embargo, en el mundo como un todo, el cambio conforme una
pauta fue cíclico -como dicen ellos-, y no acumulativo y evolucionista.
En el presente capítulo, me baso en esos desacuerdos en dos formas
principales, las cuales se irán desarrollando a lo largo de los siguientes
capítulos. En primer lugar, es posible aplicar la teoría evolucionista general a
la Revolución Neolítica, pero después su importancia disminuye. Es cierto
que, más tarde, podemos discernir una evolución general ulterior hasta
lIegar a las «sociedades de rangos» y después, en algunos casos, hasta
estructuras provisionales del Estado y de la estratificación. Pero después, la
evolución social general cesó. Hasta ahí ha llegado también Webb (1975).
Pero yo voy más aliá y sugiero que los procesos generales ulteriores fueron
de «devolución» -una vuelta atrás hacia sociedades de rangos e igualitariasy de un proceso dclico de desplazamiento en torno a esas estructuras, que
no llegaron a constitUir estructuras permanentes de estratificación y
estatales. De hecho, los seres humanos consagraron una parte considerable
de sus capacidades culturales y de organización a asegurar que la evolución
no continuara. Parece que no querían aumentar sus poderes colectivos,
debido a los poderes distributivos que intervenían. Como la estratificación y
El Estado eran componentes esenciales de la civilización, la evolución social
general cesóantes de que apareciese la civilización. En el próximo capítulo
veremos lo que efectivamente causó la civilización; en capítulos ulteriores
veremos que las relaciones entre las civilizaciones y sus vecinos no
civilizados diferían según el momento del ciclo ai que hubieran llegado estos
últimos cuando tropezaron con la influencia de las pnmeras.
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Este argumento se ve reforzado por otros más. Este nos hace regresar ai
concepto, ya comentado en el capítulo 1, de «sociedad» en sí. En esa idea se
hace hincapié en la delimitación, la estrechez y la presión: los miembros de
una sociedad interactúan entre sí, pero no, en ninguna medida comparable,
con los extraiíos a ella. Las sociedades son limitadas y exclusivas en su
cobertura social y territorial. Sin embargo, haIlamos una discontinuidad
entre las agrupaciones sociales civilizadas y no civilizadas. Prácticamente
ninguna de las agrupaciones no civilizadas comentadas en el presente
capítulo ha tenido o tiene esa exclusividad. Pocas famillas pertenecían
durante más de unas cuantas generaciones a la misma «sociedad», o si
seguían perteneciendo a ella, ésta estaba incluida en unas fronteras tan
flexibles que era muy distinta de las sociedades históricas. Casi todas
disponían de opciones de lealtad. La flexibilidad de los vínculos sociales y la
capacidad para estar libres de cualquier red concreta de poder, era el
mecanismo mediante el cual se desencadenaba la devolución mencionada
más arriba. En las sociedades no civilizadas era posible escaparse de la jaula
social. La autoridad se confería libremente, pero era recuperable; el poder,
permanente y coercitivo, era inalcanzable.
Ello tuvo una consecuencia especial cuando aparecieron las jaulas
civilizadas. Estas eran pequeõas -lo típico era la ciudad-Estado-, pero
existían en medio de las redes más imprecisas, más ampllas, pero sin
embargo identificables, a las que se suele calificar de «culturas». No
comprenderemos esas culturas: «Sumeria», «Egipto», «China», etc., más
que si recordamos que combinaban unas relaciones anteriores y más
flexibles con la nuevas sociedades enjauladas. T ambién esa tarea
corresponde a capítulos ulteriores.
Por eso, en el presente capítulo establezco el escenario para una ulterior
historia del poder. Siempre será una historia de lugares concretos, pues ése
ha sido el carácter de la evolución del poder. Las capacidades generales de
los seres humanos enfrentados con su medio terrenal dieron origen a las
primeras sociedades -a la agricultura, la aldea, el cian, ellinaje y la jefatura-,
pero no a la civilización, la estratificación ni el Estado. Ello, para bien o para
mal, se debe a circunstancias históricas más concretas. Como esas circunstancias constituyen el tema principal de este volumen, trataré
superficialmente de los procesos de evolución social general que precedieron
a la historia. De hecho, se trata de una narración diferente. Yo me limito a
relatar el esquema general de las últimas fases de la
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evolución y después a demostrar con más detalle que efectivamente ese
esquema tuvo un final. Adopto una metodología distintiva. Por ánimo de
generosidad hacia el evolucionismo, asumo en primer lugar que es correcto,
que la narración evolucionista puede continuarse. Después veremos con total
ciaridad el punto exacto de la narración en el que empieza a tambalearse.
La evolución de las primeras sociedades sedentarias
Durante el Neolítico y a principios de la Edad del Bronce, fueron surgiendo
gradualmente, a partir de la base inicial de recolectores-cazadores, formas
más extensivas, sedentarias y complejas de la sociedad. Se trató de un
proceso larguísimo que duró en términos de la historia universal desde
aproximadamente el 10000 a.C., o antes, hasta justo antes del 3000 a.C.,
cuando podemos discernir sociedades civilizadas. Nuestros conocimientos
están sometidos a los tanteos aleatorios de la pala del arqueólogo y a los
márgenes variables de erro y de la datación por carbono y otras técnicas
científicas modernas. Los acontecimientos abarcan como mínimo siete mil
afios, más tiempo que la historia registrada. Por eso, la narración que se
hace en los tres párrafos siguientes es, por fuerza, apresurada.
En fechas totalmente desconocidas, surgieron por todo el mundo unos
cuantos asentamientos limitados y semipermanentes. Existen suficientes
casos independientes probables para que podamos interpretarlos como una
tendencia general de la evolución. Es posible que muchos de los primeros
asentamientos fueran de comunidades de pescadores y de mineros de sílex,
para los cuales el sedentarismo no fuera, después de todo, una investigación
extraordinaria. Después, podrían haberlos coplado otros que lo consideraran
ventajoso.
La fase siguiente ocurrió en tomo al 10000 a.C., quizá en primer lugar en el
Turkestán o en Asla sudoriental, probablemente de forma independiente. Se
invirtió fuerza de trabajo en el cultivo y la cosecha de plantas a partir de
semillas y esquejes plantados. En el Oriente Medio, la agricultura se
desarrolló a partir de la recolección de cebada y trigo silvestres. Los autores
modernos han reconstruido las fases de este «descubrimiento» de la
agricultura (Farb, 1978: 108 a 122; Moore, 1982). Que efectivamente
ocurriera así es otra cosa. Pero esta etapa parece ser el producto de una
lenta suma de inteligencia, mayores compensaciones, oportunidades y el
impulso de lograr
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tanteos y retrocesos: los componentes normales de la evolución. En casi
todos los sitios en donde surgió La agricultura, se utilizaban azadas de mano
hechas de madera para trabajar huertos pequenos de cultivo intensivo,
agrupados en aldeas. En su mayor parte no eran permanentes. Cuando la
tierra se agotaba, la aldea se desplazaba a otra parte. Quizá ai mismo
tiempo fue apareciendo la ganadería. En Iraq y en Jordanla se domesticó a
las ovejas y las cabras en tomo al 9000 a.C., y después a otros animales. Por
toda Eurasia se desarrollaron grupos especializados y mixtos de agricultores
y ganaderos, que intercamblaban sus productos en rutas comerciales de gran
extensión. Cuando coincidían varias rutas comerciales, la proximidad a
fuentes de sílex y de obsidlana y tierras fértiIes, podía producirse un
asentamiento sedentario. Antes del 8000 a.C., en Jericó, una aldea agrícola
anterior se había convertido en un asentamiento de 2,5 hectáreas de casas
de adobe rodeadas de fortificaciones. Para el 6000 a.C., esas fortificaciones
eran de piedra. También existían grandes depósitos de agua, que sugieren el
riego artificial, otro paso en la vía de la evoIución. EL riego pudo originarse a
partir de la observación y del mejoramiento gradual de los ejemplos de la
naturaleza: se puede mejorar artificialmente los depósitos naturales después
de las lluvlas y las inundaciones antes de que se desarrollen los depósitos de
agua y las presas y las ventajas del lodo (como suelo fertilizado) producido
por las inundaciones pueden apartarse mucho antes de llegar a los grandes
logros realizados en ese material por las civilizaciones de los valles fluviales.
Las ruinas de Jericó y de Catal Hayuk, en Anatolla, sugieren una organización
social bastante extensiva y permanente, con indicios de centros ceremonlales
y de grandes redes comerciales. Pero todavía no había escritura y la densidad demográfica (que podría indicar si eran lo que los arqueólogos califican
de «ciudad») sigue siendo insegura. No tenemos noticia alguna de ningún
«Estado», pero los restos de enterramientos sugieren pocas desigualdades
entre los habitantes.
Apareció el arado de madera, quizá poco después del 5000 a.C., seguido de
la carretilla y de la rueda de alfarero. Con el arado de tracción animal
aumentaron la extensión y la permanencia de los campos cultivados. Podían
removerse nutrientes de la tierra a mayor profundidad. Podían dejarse en
barbecho campos para removerlos quizá dos veces ai ano. Ya en el quinto
milenio se explotaban como artículos suntuarios el cobre, el oro y la plata.
Los hallamos en cámaras mortuorias muy complicadas y de ahí deducimos
que existía
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la diferenciación social y el comercio a gran distancia. Los asombrosos restos
«megalíticos» de Gran Bretaña, Bretaña, España y Malta indican una
organización social compleja, una administración a gran escala de la mano
de obra, el conocimiento de la astronomía y probablemente la existencia de
rituales religiosos durante el período del 3000 al 2000 a.C., que
probablemente se desarrollaron con independencia de las tendencias del
Cercano Oriente. Pero durante ese período se produjeron adelantos cruciales
en el Cercano Oriente. Probablemente como resultado de las técnicas de
regadío, aparecieron en Mesopotamia asentamientos permanentes más
densos, que surgieron en la historia en tomo ai 3000 a.C. junto con la
escritura, las ciudades-Estado, los templos y los sistemas de estratificación,
o sea la civilización.
Ese es el terreno general que paso a examinar ahora con más detalle. La
teoría evolucionista es plausible a comienzos de la historia porque los
adelantos eran diseminados, en apariencia independientes y en suficientes
casos, acumulativos. Cuando apareció la agricultura, siguió siendo la pionera
de nuevas técnicas y formas de organización. Es posible que algunas zonas
regresaran a la recolección-caza, pero fueron suficientes las que no lo
hicieron como para dar la impresión de un desarrollo irreversible. A lo largo
de toda esa época existió una tendencia hacia una mayor estabilidad del
sedentarismo y la organización, que es el meollo de la hitoria evolucionista.
El asentamiento fijo atrapa a las gentes para que vivan las unas con las
otras, cooperen e ideen formas más complejas de organización social. La
metáfora de la jaula resulta idónea.
Pasemos, pues, a estudiar el menos enjaulado de los animales humanos, el
recolector-cazador. Su libertad tenía dos aspectos principales. En primer
lugar, por extraño que parezca a las mentes modernas, los antropólogos han
aducido que los cazadores-recolectores contemporáneos llevan una vida muy
cómoda. Sahlins (1974) ha definido a la fase de cazadores-recolectores como
«la primera sociedad de la abundancia». Los cazadores-recolectores
satisfacen sus necesidades económicas y calorificas mediante el trabajo
intermitente, por término medio de tres a cinco horas ai día. Frente a
nuestra imagen del «hombre como cazador», su dieta puede derivarse en
sólo un 35 por lo0 de la caza, mientras que el 65 por lo0 procede de la
recolección, si bien es probable que el primer porcentaje fuera más alto en
los climas más frios. Sigue tratándose de un tema polémico, especialmente
desde que en el decenio de 1970 las feministas se lanzaron
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encantadas sobre esas conclusiones para formular una etiqueta prehistórica
alternativa, la de la mujer recolectora. Yo me satisfago con el término de
«cazador-recolector». Pero es posible que la combinación de caza y
recolección produzca una dieta más equilibrada y nutritiva que la de los
agricultores o los pastores especializados. Así, es posible que la transición a
la agricultura y al pastoreo no haya producido una mayor prosperidad. Y
algunos arqueólogos (por ejemplo, Flannery, 1974; Ciarke, 1979) apoyan en
general la visión de la abundancia que sugieren los antropólogos.
En segundo lugar, su estructura social era y sigue siendo flexible, de forma
que permite una mayor libertad de elección en los vínculos sociales. No
dependen de otras gentes concretas para su subsistencia. Cooperan en
pequenas bandas y en unidades mayores, pero, en general, pueden elegir en
cuáles. Y pueden separarse cuando lo deseen. Es posible que los linajes, los
cianes y otros grupos de parentesco den una sensación de identidad, pero no
confieren grandes deberes ni derechos. Tampoco existen fuertes precisiones
territoriales. Pese a ciertos relatos antropológicos anteriores basados en
algunos aborígenes australianos, la mayor parte de los cazadoresrecolectores no poseen territorios fijos. Dada su flexibilidad social, resultaria
difícil en todo caso que se desarrollaran derechos colectivos de propiedad de
ese tipo (Woodburn, 1980).
Dentro de esa flexibilidad general, podemos distinguir tres o quizá cuatro
unidades sociales. La primera es la familla nuclear de los padres con los hijos
a su cargo. A lo largo de una vida de duración normal, las personas son
miembros de dos famillas, una vez como hijos y otra vez como padres. Se
trata de un vínculo estrecho, pero transitorio. La segunda unidad es la
banda, a veces calificada de «banda mínima», un grupo que se desplaza en
estrecha unión y satisface sus necesidades de subsistencia mediante la
recolección y la caza cooperativas. Se trata de una unidad más o menos
permanente en la que intervienen personas de todas las edades, aunque su
cohesión varía según las estaciones. Su dimensión normal oscila entre las 20
y las 70 personas [Nota: 1]. Pero la banda no es autónoma. Sobre todo, sus
necesidades de reproducción no se ven satisfechas por un fondo común
potencial demasiado pequeno como para encontrar jóvenes adultos fértiles
como parejas. Necesita formas reguladas de matrimonio
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con otros grupos adyacentes. La banda no constituye un grupo cerrado, sino
una agrupación flexible de famillas nucleares, que a veces logran una vida
colectiva general. Sus dimensiones fluctúan. A menudo llegan forasteros que
ingresan en un grupo con capacidad excedente. También se puede producir
un intercambio de productos como regalos (o como mera forma de
regulación social), si en una zona determinada existe diversidad ecológica.
La población dentro de la cual se producen esos contactos es la tercera
unidad, diversamente denominada «tribu», «tribu dlaléctica» (jen el sentido
lingüístico, no hegEllano!), o «banda máxima». Se trata de una
confederación flexible, de 175 a 475 personas, que comprende varias
bandas. Según Wobst (1974), esa confederación fluctúa básicamente entre
las 7 y las 19 bandas. Un medio favorable puede impulsar a la población por
encima de esos nivEles, pero entonces la «tribu» se divide en dos unidades,
cada una de las cuales sigue su propio camino. La comunicación directa, cara
a cara, entre seres humanos puede tener unos límites máximos prácticos.
Cuando se pasa de unas 500 personas, perdemos nuestra capacidad para
comunicamos! Los cazadores-recolectores no tienen escritura y dependen de
la comunicación cara a cara. No pueden utilizar las funciones que
desempeõan como comunicación abrevlada, pues no tienen prácticamente
medios de especialización aparte del sexo y la edad. Se relacionan como
seres humanos completos diferenciados únicamente por la edad, el sexo, sus
rasgos físicos y su pertenencia a una banda. Sus poderes extensivos
seguirían siendo inapreciables hasta que se abandonara esa situación.
Existió una cuarta unidad «cultural» más amplla y por encima de ésa, tal
como existió después, tras la sedentarización agrícola? Lo sospechamos
porque estamos hablando de un proceso humano. El intercambio de
mercancías, personas e ideas no ocurrió intensiva, sino extensivamente, y
vinculó de forma tenue a los cazadores-recolectores en grandes superficies
terrestres. La estructura social inicial es abierta y flexible. Wobst (1978)
afirma que los moderados de cazadores-recolectores siguen siendo
territorialmente reducidos. Pese a las pruebas de que los cazadoresrecolectores estaban vinculados en matrices culturales a nivEl continental, se
han estudiado muy poco los procesos regionales e interregionales. El
«territorio» del etnógrafo es un artefacto de la especialización académica y
de la influencia antropológica, dice Wobst, pero en los informes sobre
investigaciones realizadas se convierte en una «sociedad» efectiva, en una
unidad
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social delimitada con su propia «cultura». Los tipos de «sociedades» que
existían en la prehistoria no se parecían en nada a lo que pueda haber visto
cualquier antropólogo actual. Todavía no habían llenado continentes; no se
veían presionadas por sociedades más avanzadas. Esas pecullaridades
aseguraban que los grupos prehistóricos en gran medida no estuvieran
enjaulados. La «humanidad» no ha «vagabundeado en grupos por todas
partes», pese a la famosa afirmación de Ferguson. La etimología de la
palabra «etnografía» revEla la trampa. Se trata del estudio de ethne, de
pueblos. Sin embargo, inicialmente no existían pueblos, grupos relacionados
y delimitados de parentesco, sino que los creó La historia.
La cuestión de cómo se produjeron las transiciones a la agricultura y a la
ganadería es demaslado polémica para debatiria aquí. Ningunos autores
destacan los factores de atracción del aumento de los rendimientos
agrícolas; otros, los factores de impulsión de la presión demográfica (por
ejemplo, Boserup, 1965; Binford, 1968). No trataré de juzgar. Me limito a
senalar que los argumentos opuestos no son sino variantes de un solo relato
evolucionista. Las capacidades generales de los seres humanos, ocupados en
formas mínimas de cooperación social y enfrentados con entornos
generalmente parecidos, llevaron en todo el mundo a las transformaciones
agrícola y pastoral que denominamos Revolución Neolítica. Se inició un
aumento del sedentarismo de poblaciones mayores, social y territorialmente
atrapadas. Creció El tamano y la densidad de las agrupaciones. Desapareció
la pequena banda. La «tribu», mayor y más flexible, se vio afectada de dos
formas. O bien la unidad más bien débil, con un máximo de 500 miembros,
se condenaba ahora en una aldea de asentamiento permanente y absorbía a
la unidad más pequena de 20 a 70 miembros, o el proceso de intercambio
establecía una especialización de papEles extensiva pero más flexible,
basada en la red del parentesco ampllado: cianes, grupos de linaje y tribus.
La localidad o el parentesco -o una combinación de ambas cosas- podía
ofrecer marcos de organización para redes sociales más densas y especializadas por funciones.
En la Europa prehistórica, los asentamientos de aldeas igualitarias y en
gran parte no especializadas comprendían de 50 a 500 personas, que por lo
general vivían en chozas de famillas nucleares que labraban como máximo
unas 200 hectáreas (Piggott, 1965: 43 a 47). En el Cercano Oriente es
posible que los límites máximos fueran los más frecuentes. También existen
abundantes datos acerca de
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unidades tribuales grandes y más flexibles en la prehistoria. Entre los
pueblos neolíticos de la Nueva Guinea actual, según Forge (1972), una vez
que se alcanza el límite de 400 a 500 personas o se dividen los
asentamientos o se produce una especialización de funciones y de condición
social. Ello coincide con la teoría evolucionista de Steward acerca de cómo
unos grupos en crecimiento hallaron la «integración socioculturah> a un
nivEl más alto y más mezdado mediante el desarrollo de las aldeas de
múltiples linajes y de danes flexibles (1963: 151 a 172). Las divisiones
horizontales y verucales permitieron que los grupos sociales ampllaran sus
efectivos.
La explotación intensiva de la naturaleza permitió la sedentarización
permanente y la interacción primaria densa de 500 personas, en lugar de 50;
la especialización de funciones y la aparición de la autoridad permitió una
interacción secundaria entre números de personas que en principio eran
ilimitados. Entonces iniciaron su prehistoria humana las sociedades
extensivas, la división del trabajo y la autoridad social.
La aparición de relaciones estabilizadas de poder económico colectivo
Hasta qué punto se destacaban esas primeras sociedades en el panorama
general? Eso depende de lo fijas que fueran, de lo atrapadas que estuvieran
las personas que contenían. Woodburn (1980-1981) ha aducido que la
permanencia en las sociedades primitivas está garantizada si se trata de
«sistemas de inversión de fuerza de trabajo» de «rendimiento aplazado», y
no de «rendimiento inmediato». Cuando un grupo invierte fuerza de trabajo
en la creación de herramientas, almacenes, campos cultivables, presas, etc.,
cuyos rendimientos económicos son aplazados, es necesaria una
organización a largo plazo y, en algunos aspectos, centralizada para
administrar la fuerza de trabajo, proteger la inversión y distribuir sus
rendimientos. Veamos las consecuencias de tres tipos diferentes de inversión
de fuerza de trabajo con rendimiento aplazado.
EL primer tipo es en la naturaleza, es decir, en tierras y ganado: cultivos,
acequlas, animales domesticados, etc.; todo eso implica una fijación
territorial. Los terrenos donde pastan los animales pueden variar y los
cultivos, mientras sean todavía semillas, son móviles, pero con esas
excepciones, cuanto más se alargue el plazo del rendimiento
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de la naturaleza, mayor será la fijación territorial de la producción. La
horticultura de plantas fijas estabiliza a un grupo o por lo menos a sus
miembros nucleares. El sistema de «roza» estabiliza a un grupo a lo largo de
varios aõos si se dedica a fertilizar el suelo mediante la quem a periódica de
tochos de árboles y se alimenta al ganado con rastrojos. Después disminuye
la fecundidad del suelo. Algunos se desplazan a otra parte, sea para repetir
el proceso mediante la deforestación o para encontrar tierras con suelos más
livianos. Es raro que todo un grupo se desplace como unidad, pues su
organización está en sintonía con la ecología antigua, no con el
desplazamiento ni con la nueva ecología. Los grupos más pequeõos de
famillas o de vecinos, en los cuales es probable que estén sobrerepresentados los jóvenes, tienden a separarse. Ello no produce una
organización social permanente, como veremos en este mismo capítulo, más
adelante.
Los ganaderos trashumantes, especialmente en terrenos esteparios, son
más móviles. Sin embargo, los pastores adquieren mercaderías, equipo y
diversos animales que no son fácilmente transportables y establecen
relaciones con los agricultores para obtener piensos y derechos de pastos en
las rastrojeras, intercamblar productos agropecuarios, etc. Como ya seõaló
Lattimore, el único nómada en estado puro es el nómada pobre. Sin
embargo, la sujeción al territorio no es tan grande como en el caso de los
agricultores.
Tanto los agricultores como los pastores pueden estar delimitados
territorialmente por otros motivos. La proximidad a materias primas como el
agua, la madera o los animales de otros grupos, o la ubicación estratégica en
redes de intercambio entre diferentes nichos ecológicos, también vinculan a
la gente. Lo que más vincula es la tierra naturalmente fertilizada y que
puede sustentar la agricultura o el pastoreo permanentes: en valles fluvlales,
costas de lagos y deltas sometidos a inundaciones y entarquinamientos. Allí,
las poblaciones están extraordinariamente sujetas al territorio. En otras partes, las pautas varían más, pero con algunas tendencias hacia una mayor
fijación que entre los cazadores-recolectores.
En el segundo tipo, la inversión puede hacerse en las relaciones sociales de
producción y de intercambio, en forma de cuadrillas de trabajo, división del
trabajo, mercados, etc. Todos ellos tienden a tener una fijación más bien
social que territorial. Las relaciones laborales regulares (sin fuerza militar)
exigen un impulso normativo, que se halla entre las personas que forman
parte del mismo grupo:
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familla, vecindario, cian, linaje, aldea, ciase, nación, Estado, o lo que sea.
EUo es más aplicable a las relaciones de producción que a las de
intercambio, porque su cooperación es más intensa. La solidaridad normativa
es necesaria para la cooperación y tiende a fijar las redes de interacción y a
fomentar una identidad ideológica común. La inversión durante un período
prolongado significa una cultura compartida más estrechamente entre las
generaciones, incluso entre los vivos y los todavía no nacidos. Estrecha los
vínculos de las aldeas y de los grupos de parentesco, como los cianes, en
sociedades con una continuidad temporal.
Pero, hasta qué punto? En comparación con los cazadores-recolectores, los
agricultores y los pastores son más sedentarios. Pero también en este caso
existe una variabilidad entre ecologías y épocas. Las variaciones según las
estaciones, a lo largo del ciclo de la roza (más cooperación en la fase de tala
que después) y de otros ciclos agrícolas, apoyan una cooperación bastante
flexible. Una vez más, el extremo de enjaulamiento es la llanura aluvlal de
los valles fluvlales, siempre que sea posible el regadío. Ello exige un esfuerzo
laboral cooperativo muy superior a la norma agrícola, aspecto del que
volveré a ocuparme en el siguiente capítulo.
La tercera inversión es en los instrumentos de trabajo, herramientas o
maquinaria que no forman parte de la naturaleza y que en principio son
transportables. A lo largo de varios milenios, las herramientas tendieron a
ser pequenas y portátiles. No fijaron a la gente social ni territorialmente en
grandes sociedades, sino en el hogar o grupo de hogares que rotaban las
herramientas. En la Edad del Hierro, de la cual se trata en el capítulo 6, una
revolución en la fabricación de herramientas tendió a reducir las dimensiones
de las sociedades existentes.
Así, los efectos de la inversión social fueron variados, pero la tendencia
general iba en el sentido de un mayor sedentarismo social y territorial,
debido a la explotación cada vez mayor de la tierra. El éxito agrícola era
inseparable de la delimitación.
Pero si anadimos otras dos tendencias importantes, la presión demográfica
y una cierta especialización ecológica, la imagen resulta más compleja. Son
pocos los agricultores o los pastores que han elaborado la panoplla completa
de medidas drásticas de control permanente de la natalidad que se advierten
entre los cazadores-recolectores. Sus superávit de subsistencia se han visto
periódicamente amenazados por los «ciclos malthuslanos» de excedente
demográfico
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y erosión de los suelos/enfermedad. Las respuestas consistieron en fisiones
dentro de los grupos, emigraciones de pueblos enteros y quizá en una
violencia más organizada. Todo ello tiene efectos contradictorios para la
cohesión social: lo primero la debilita, lo segundo y lo tercero pueden
reforzaria.
Los efectos de la especialización ecológica en una agricultura en desarrollo
son todavía más complejos. Algunos creen que la especialización fomentó
una mayor división del trabajo en el seno de una sociedad (ejemplificada por
la teoría de la «jefatura redistributiva» que veremos más adelante). Si los
productos se intercamblan en una estructura aldeana o de parentesco,
aumenta la vinculación a una organización fija de mercados, almacenes, etc.
Proliferan las funciones especializadas y las condiciones sociales jerárquicas y
se intensifican la división del trabajo y la jerarquización por rangos. Pero a
medida que iban aumentando el tamaño, la especialización, la difusión y el
intercambio, el mundo contactable era siempre mayor de lo que se podía
organizar factiblemente en un solo grupo. A medida que se estabilizaba el
grupo, también se estabilizaban las relaciones intergrupales. La dificultad de
integrar la tierra arada con la utilizada para el pastoreo fomentó la aparición
de grupos relativamente especializados agrícolas y pastoriles. De ahí el
crecimiento de dos redes de interacción social, el «grupo» o la «sociedad» y
la red más amplla de intercambio y de difusión.
La aparición del poder colectivo ideológico, militar y político
La misma dualidad surge en la aparición del poder ideológico: de religiones
más estabilizadas y extensivas y de lo que los arqueólogos y algunos
antropólogos denominan cultura. La arqueología nos ensella muy poco
acerca de la religión y la antropología algo más, aunque de una pertinencia
histórica incierta.
Bellah (1970: 2 a 52) ejemplifica el enfoque del enjaulamiento
evolucionista. Este esboza las principales fases de la evolución religiosa. Las
dos primeras tienen pertinencia para nuestro caso. En controlar la vida y el
medio ambiente, para hacer algo más que sufrir pasivamente, depende del
desarrollo del pensamiento simbólico. Este separa sujeto y objeto y lleva a la
capacidad para manipular en entorno. La religión primitiva lo hacía de forma
rudimentaria. El mundo
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simbólico mítico no estaba separado ciaramente del mundo natural ni de los
seres humanos. Algunas religiones fusionaban un cian humano, fenómenos
naturales como las piedras y los pájaros y personas míticas ancestrales en
una ciasificación totémica, distinguiéndola de configuraciones parecidas. De
ahí que la acción religiosa fuera la participación en este mundo, no la
intervención sobre él. Sin embargo, a medida que iba surgiendo el grupo
social delimitado, apareció una segunda fase. Se concibieron las
regularidades emergentes de cooperación económica, militar y política como
nomos, como sentimiento del orden y el significado último del cosmos. Ahora
los dioses estaban ubicados dentro, en una relación privileglada con el cian,
el linaje, la aldea o la tribu. La sociedad domesticó a la divinidad. Ahora
podría aplicarse la teoría de la religión de Durkheim, que se examinará en
capítulos ulteriores: la religión era meramente la sociedad «alargada
idealmente hasta las estrellas». A medida que la sociedad se iba enjaulando,
lo mismo hacía la religión.
Pero este argumento adolece de dos defectos. En primer lugar, el registro
antropológico indica que efectivamente lo divino se puede hacer más social.
Pero no más unitario. Los dioses del grupo A no están ciaramente separados
de los del grupo B vecino. Existe una superposición y muchas veces un
panteón flexible y camblante en el cuallos espíritus, los dioses y los
antepasados de aldeas y grupos de parentesco adyacentes coexisten en una
jerarquía competitiva de categorías. Por ejemplo, en Africa occidental; si un
grupo determinado de aldeas o de parentesco incrementa su autoridad sobre
sus vecinos, sus antepasados pueden ser adoptados rápidamente como
personajes importantes en el panteón de esos vecinos. Esto sugiere una
mayor flexibilidad ideológica y una dlaléctica entre el grupo pequeno y la
«cultura» mayor. En segundo lugar, el registro arqueológico revEla que, por
lo general, los estilos artísticos comunes eran mucho más extensos que
cualquier grupo de aldeas o de parentesco. El que las decoraciones
conservadas de cerámica, piedra o metal se pareciesen en grandes regiones
no significa gran cosa. Pero el mismo estilo de representar figuras divinas o
figuras que simbolizan a la humanidad, la vida o la muerte, indica una
cultura común en una superficie muy superior a las de las organizaciones
sociales autoritarias. La difusión del estilo del «vaso campaniforme» por casi
toda Europa o del estilo «Dong-son» en el Asla sudoriental o del «Hopewell»
en Norteamérica indican extensos vínculos de... qué? Probablemente
comerciales; quizá de intercambio de población en migraciones cruzadas y la
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existencia de artes anos especializados nómadas; quizá de analogías
religiosas e ideológicas; pero no puede haber entraiíado ninguna organización autoritaria considerable, formal, limitadora. Fue una de las
primeras expresiones del poder difuso. En el próximo capítulo veremos que
las primeras civilizaciones comprendían dos niveles: una pequeña autoridad
política, normalmente una ciudad-Estado y la unidad «cultural» mayor, por
ejemplo, de Sumeria o de Egipto. La misma dlaléctica aparece entre dos
redes de interacción social, una pequeõa y autoritaria y la otra grande y
difusa. Ambas eran partes importantes de lo que deseariamos denominar «la
sociedad.. de la época.
Así, las pautas de poder ideológico eran menos unitarias, estaban menos
enjauladas, de lo que implica la teoría evolucionista. Sin embargo, el
enjaulamiento se vio incrementado por nuestra tercera fuente de poder, el
poder militar, que también fue apareciendo en este período. Cuanto mayor
era el excedente generado, más deseable aparecía a los forasteros rapaces.
Y cuanto más fijas eran las inversiones, mayor era la tendencia a
defenderias, en lugar de huir de los ataques. Gilman (1981) aduce que en la
Europa de la Edad del Bronce, las técnicas de subsistencia con densidad de
capital (El arado, el policultivo mediterráneo de olivos y cereales, los
regadíos y la pesca de bajura) precedieron y causaron la aparición de una
«ciase de élite hereditaria... Sus activos necesitaban una defensa y un
liderazgo permanentes.
No es éste el momento para tratar de explicar la guerra. Me limito a señalar
dos aspectos. En primer lugar, la guerra es omnipresente en la vida social
organizada, aunque no sea universal. Podemos haIlar grupos sociales
aparentemente pacíficos -y en consecuencia no puede apoyar una teoria que
considere la guerra como parte de la naturaleza humana invariable--, pero,
por lo general, están aislados y obsesionados con una batalla contra la
naturaleza en sus aspectos más duros (como los esquimales), o son
refuglados de la guerra en otras partes. En un estudio cuantitativo, sólo
cuatro de cincuenta pueblos primitivos no hacían habitualmente la guerra. En
segundo lugar, la antropología comparada demuestra que la frecuencia de
las guerras, su organización y la intensidad de la mortandad aumenten
considerablemente con la sedentarización y vuelven a aumentar con la
civilización. Los estudios cuantitativos revelan que la mitad de las guerras de
los pueblos primitivos son relativamente esporádicas, desorganizadas,
rituales e incruentas (Brock y
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Galtung, 1966; Otterbein, 1970: 20 y 21; Divale y Harris, 1976: 532;
Moore, 1972: 14 a 19; Harris, 1978: 33). Pero todas las civilizaciones de la
historia registrada han hecho constantemente guerras muy organizadas y
cruentas.
La hostilidad armada entre grupos refuerza su sensación de «grupo del
interior» y de «grupo del exterior». También intensifica las distinciones
objetivas: los grupos especializados económicamente elaboran formas
especializadas de guerra. El armamento y la organización de los primeros
combati entes se derivaron de sus técnicas económicas: los cazadores
lanzaban proyectiles y disparaban flechas; los agricultores blandían azadas
aguzadas y modificadas; los pastores pasaron a cabalgar en caballos y
camellos. Todos ellos utilizaron técnicas adecuadas a sus formas de
organización económica. A su vez, estas diferencias militares intensificaron
su sensación de distintividad cultural general.
Las diferentes formas de inversión en actividades militares tuvieron
consecuencias en general parecidas para la economía. La inversión militar
en la naturaleza, por ejemplo en fonificaciones, aumentóLa territorialidad.
Una diferencia fue que la inversión militar en ganado (caballería) aumentó
en general la movilidad en lugar de la fijación. La inversión militar en
relaciones sociales, es decir, en la organización de los suministros y la
coordinación de los desplazamientos y de la táctica, aumentó mucho la
solidaridad social. También exigió una moral normativa. La inversión militar
en los instrumentos de la guerra, las armas, tendió al principio a fomentar
el combate individual y a descentralizar la autoridad militar.
En general, el aumento del poder militar reforzó el enjaulamiento de la
vida social. Así, la historia evolucionista tiende a centrarse en determinadas
relaciones de poder económico y en el poder militar en general. Esas
relaciones culminan con la aparición del Estado, la cuana parte del poder
social. Tal como lo he definido yo -centralizado, territorializado, permanente
y coercitivo- El Estado no existía en los orígenes. No se halla entre los
cazadores-recolectores. Los elementos componentes del Estado se ven
favorecidos por la inversión fija social y territorial, económica y militar. Ello
completaría la historia evolucionista, aI vincular la prehistoria y la historia
en una sola secuencia de evolución. A partir de la caza-recolección hasta
llegar al Estado permanente, civilizado, una serie continua de fases
incorpora una sedentarización social y territorial mayor como «precio» de un
aumento del poder humano sobre la naturaleza. Examinemos
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las teorías evolucionistas enfrentadas en los orígenes de la estratificación y
del Estado.
Teorías evolucionistas de los origenes de la estratificación y del Estado
La estratificación no fue una forma social original, ni tampoco lo fue el
Estado. Los cazadores-recolectores eran igualitarios y no tenían Estado. Los
evolucionistas aducen que la transición a la agricultura y la ganadería
sedentarias anunció El crecimiento lento, prolongado y vinculado de la
estratificación y del Estado. Aquí se estudlan cuatro tipos de teoría
evolucionista: La liberal, la funcionalista, la marxista y la militarista.
Consideran, con razón, que las dos cuestiones más importantes y
enigmáticas están relacionadas: 1) Cómo fue que algunos adquirieron algún
tipo de poder permanente sobre las oportunidades materiales de vida de
otros, lo cual les dio la capacidad para adquirir propiedades que
potencialmente negaban la subsistencia a otros? 2) Cómo fue la que la
autoridad social pasó a residir permanentemente en unos poderes
centralizados, monopolíticos, coercitivos, en Estados definidos territorialmente?
La clave de estas cuestiones es la distinción entre autoridad y poder. Las
teorías evolucionistas brindan teorías plausibles del crecimiento de la
autoridad. Pero no pueden explicar satisfactoriamente cómo se convirtió La
autoridad en un poder que se podía utilizar tanto coercitivamente contra el
pueblo que concedió la autoridad en primer lugar como para privar al pueblo
de los derechos de subsistencia material. De hecho, veremos que esas
conversiones no sucedieron en la prehistoria. No existe ningún origen
general del Estado y de la estratificación. Se trata de una cuestión falsa.
Las teorías liberales y las funcionales aducen que la estratificación y los
Estados incorporan una cooperación social racional y que, en consecuencia,
se instituyeron inicialmente en una especie de «contrato social». La teoría
liberal interpreta que esos grupos de intereses eran individuos con medi os
de vida y derechos de propiedad privada. Así, la propiedad privada precedió
a la formación del Estado y la determinó. La teorías funcionales son más
variadas. Yo examino sólo el funcionalismo de los antropólogos económicos,
que hacen hincapié en la «jefatura redistributiva». Los marxistas aducen que
los
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Estados refuerzan la explotación de clases y, en consecuencia, fueron las
primeras clases propietarias quienes los instituyeron. Al igual que la teoría
liberal, la marxista aduce que el poder de la propiedad privada precedió a la
formación del Estado y la determinó, pero el marxismo ortodoxo retrocede
más todavía y afirma que, a su vez, la propiedad privada surgió a partir de
una propiedad inicialmente comunista. Por último, la teoría militarista aduce
que los Estados y la estratificación social pronunciada se originaron en la
conquista y en las necesidades del ataque y de la defensa militares. Las
cuatro escuelas exponen sus argumentos con vigor, por no decir dogmáticamente.
La confianza de esas escuelas contiene tres aspectos que nos confunden.
En primer lugar, por qué los teóricos que desean afirmar algo acerca del
Estado actual deben apoyarlo con una incursión relámpago en los
accidentados terrenos de la prehistoria? Por qué han de importarle al
marxismo los orígenes de los Estados para justificar una actitud determinada
respecto del capitalismo y del socialismo? Para una teoría de los Estados
ulteriores no es necesario demostrar que los primeros Estados se originaron
de tal o cual forma. En segundo lugar, las teorias son reduccionistas, pues
limitan en el Estado a aspectos preexistentes de la sociedad civil. Al
mantener una continuidad entre los orígenes y El desarrollo, niegan que el
Estado posea propiedades emergentes pecullares a él. Y sin embargo, los
grupos de interés de la <sociedad civil>, como las clases sociales y los
ejércitos, figuran en las páginas de la historia junto con los Estados: jefes,
monarcas, oligarcas, demagogos y sus empleados y burocracia. Podemos
negarles a éstos su autonomía? En tercer lugar, cualquiera que examine los
datos empíricos rel ativos a los primeros Estados advierte que las
explicaciones basadas en un solo facto y pertenecen a la fase de jardín de
infancia de la teoría del Estado, porque los orígenes son sumamente
diversos.
Claro que las teorías se expusieron inicialmente cuando los autores tenían
muy pocos datos empíricos. Actualmente disponemos de gran abundancia de
estudios arqueológicos y antropológicos sobre los Estados iniciales y
primitivos, antiguos y modernos, de todo el mundo. Esos datos nos obligan a
ocupamos de forma muy crítica de las confladas afirmaciones de las teorías,
especialmente de las del liberalismo y el marxismo. Así ocurre, en especial,
por lo que respecta a su conflanza en la supuesta importancia de la
propiedad individual de las primeras sociedades.
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Yo comienzo por la parte más débil de la teoria liberal: su tendencia a
situar la desigualdad social en las diferencias entre individuos. Cualesquiera
sean los orígenes exactos de la estratificación, se trata de procesos sociales.
La estratificación inicial tenía poco que ver con la dotación genética de los
individuos. Y lo mismo ocurrió con todas las estratificaciones sociales
siguientes. La gama de diferencias en los atributos genéricos de los
individuos no es muy grande y no se hereda acumulativamente. Si las
sociedades estuvieran regidas por las facultades humanas de razonamiento,
tendrian una estructura cuasi igualitaria.
Desigualdades mucho mayores se encuentran en la naturaleza, por
ejemplo, entre tierras fértiles y estériles. La posesión de esos recursos
diferenciales Ilevará a mayores diferencias de poder. Si combinamos la
ocupación aleatoria de tierras de diversas calidades con diferentes
capacidades para el trabajo duro y especializado, Ilegamos a la teoría liberal
tradicional de los orígenes de la estratificación, que se haIla especialmente
en la obra de Locke. En el próximo capítulo vemos que en Mesopotamla es
posible que la ocupación fortuita de tierras relativamente fértiles tuviera
mucha importancia. Además, también es posible que a partir de los datos
sobre cazadores-recolectores pudiera inferirse algo de apoyo para la
importancia que atribuye Locke a la diferencias de diligencia, industriosidad y
capacidad de ahorro. Después de todo, si algunos de ellos trabajasen ocho
horas en lugar de cuatro, habrían sido ricos en excedentes (jo habrian
duplicado su población!). Pero las cosas no son tan sencillas. Como
demuestran los estudios sobre los cazadores-recolectores, todos los
miembros del grupo tienen derecho a participar en los excedentes
imprevistos, independientemente de cómo se hayan producido. El ahorro no
tiene su recompensa burguesa! Es uno de los motivos por los que suelen
fracasar generalmente los proyectos empresariales de desarrollo entre los
cazadores-recolectores actuales: no existen incentivos al esfuerzo individual.
Para mantener un excedente, aunque sea producido de forma individual,
hace falta una organización social. Hacen falta normas sobre la posesión.
Como éstas se cumplen de forma imperfecta, también hace falta una defensa
armada. Además, normalmente la producción no es individual, sino social.
Así, la posesión, el uso y la defensa de los recursos naturales se ven muy
afectados incluso por las prácticas más sencillas de organización social. Tres
hombres (o tres mujeres) que combaten o trabajen en equipo pueden
normalmente
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matar o producir mucho más que tres hombres que actúen individualmente,
por muy fuerte que sea cada uno de ellos. Cualquiera que sea el poder de
que se trate -económico, militar, político o ideológico-, lo confiere
abrumadoramente la organización social. Lo que importa es la desigualdad
social, no la natural, como ya observó Rousseau.
Pero Rousseau seguía concluyendo que la estratificación era resultado de la
propiedad privada. Eso es lo que dice su famosa frase: «El primer hombre
que cercó una tierra y dijo "esto es mío" y encontró a gente lo bastante
simple como para creerlo, fue el auténtico fundador de la sociedad civil.» Ello
no elimina las objeciones que acabo de presentar. Pero por raro que parezca,
es algo aceptado por la presunta oposición principal al liberalismo, que es el
socialismo. Marx y Engels consagraron una antítesis entre la propiedad
privada y la comunitaria. La estratificación apareció a medida que fueron
surgiendo relaciones de propiedad privada a partir de un comunismo
primitivo inicial. Hoy día, casi todos los antropólogos los niegan (por ejemplo,
Malinowski, 1926: 18 a 21, 28 a 32; Herskovits, 1960). Los estudios sobre la
propiedad, como los de Firth sobre los tikopla (1965), revelan una miríada de
diferentes derechos de propiedad: individual, famillar, de grupos de edad,
aldeas y cianes. (En qué circunstancias se desarroIla más la propiedad
privada?
Los grupos varían en cuanto a sus derechos de propiedad según sus formas
de inversión de trabajo con rendimiento aplazado. La aparición de la
propiedad privada desigual se acelera si la inversión es portátil. El individuo
puede poseeria físicamente sin tener que excluir a otros por la fuerza. Si la
inversión con rendimiento aplazado se hace en aperos portátiles (quizá
utilizados para cultivar intensivamente pequenas parcelas), pueden surgir
formas de pequena propiedad basadas en la propiedad individual, o quizá de
los hogares. Al otro extremo se halla la cooperación laboral extensiva. En
este caso, a los individuos o los hogares del grupo cooperante les resulta
inherentemente difícil lograr derechos exclusivos contra otros miembros del
grupo. La tierra tiene consecuencias variables. Si se trabaja en pequenas
parcelas, quizá con una gran inversión en aperos, puede llevar a la propiedad
individual o de los hogares, aunque no resulta fácil ver cómo van surgiendo
desigualdades enormes, en lugar de un grupo de pequenos propietarios
aproximadamente iguales. Si se trabaja extensivamente mediante la
cooperación social, no es probable que aparezca la propiedad excluyente.
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Pero la especialización ecológica puede acercar a los pastores a la
propiedad privada. Su inversión en la naturaleza se hace fundamentalmente
en animales transportables, cercados en un terreno determinado, rodeados
por límites, normalmente no fijados de forma territorial, pero sí protegidos.
Los derechos excluyentes son la norma entre los pastores nómadas. Esos
derechos se ven reforzados por las pautas de la presión demográfica. Si los
agricultores se ven amenazados por la presión, entonces basta con controles
malthuslanos sencillos. Algunos se mueren de hambre y la tasa de
mortalidad aumenta hasta que se establece un nuevo equilibrio entre los
recursos y la población. Ello no causa un daño permanente a las formas
principales de inversión en ti erras, edificios, herramientas y cooperación
social. Pero como ha demostrado Barth, los pastores deben ser sensibles a
los desequilibrios ecológicos entre ganado y pastos. Su inversión productiva
se realiza en animales que no deben destinarse totalmente a la alimentación
en tiempos difíciles. Si se comen tOdos los animales, más adelante perecerá
prácticamente todo el grupo. Hay que aplicar controles demográficos
efectivos antes de que pueda ocurrir el ciclo malthuslano. Barth aduce que la
propiedad privada del ganado es el mejor mecanismo de supervivencia: las
presiones ecológicas se aplican de forma diferencial y Eliminan a algunas
famillas, sin afectar a las otras. Eso sería imposible si imperase la igualdad
colectiva y si la autoridad estuviera centralizada (1961: 124).
Así, entre los pastores, al contrario que lo que ocurre en otros grupos,
existe una antítesis entre la propiedad privada y el control comunitario. Las
presiones demográficas diferenciales pueden fomentar las desigualdades y la
exproplación de fuerza de trabajo. Una familla que sobreviva con prosperidad
en medio de las dificultades de otras puede absorber trabajadores libres o
siervos de las famillas más afectadas. Incluso esta propiedad no suEle ser
individual, sino famillar y organizada en una estructura de varios niveles, «el
clan genealógico». El clan y la familla poseen propiedad: los poderes de cada
individuo dependen de su poder en el seno de esas colectividades.
En consecuencia, en ninguna parte hallamos propiedad individual ni
propiedad totalmente comunitaria. El poder en los grupos sociales no es un
simple producto de la suma de los individuos multiplicada por sus diferentes
poderes. Las sociedades son, de hecho, federaciones de organizaciones. En
los grupos sin Estado, invariablemente los individuos poderosos representan
alguna colectividad cuasi autónoma
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en un campo mayor de acción: un hogar, una familla extendida, un linaje, un
elan genealógico, una aldea, una tribu. Sus poderes se derivan de su
capacidad para movilizar los recursos de esa colectividad. Lo dice muy bien
Firth:
Existe en Tikopla una institución de propiedad apoyada por convenciones
sociales ciaras. Se expresa en gran medida en términos de la propiedad de
bienes por grupos de parentesco, pero deja margen para la posesión individual de artículos menores, así como para los derechos de los jefes sobre
determinados tipos de bienes, como tierras y canoas, y también derechos
sobre esos bienes por otros miembros de la comunidad como un todo. En la
práctica, las decisiones acerca del uso de esos bienes para otros usos las
adoptan los jefes de los grupos de parentesco -jefes, ancianos, cabezas de
familla, miembros importantes de una <casa>- en combinación con otros
miembros del grupo, de forma que en el caso de los bienes más importantes,
como la tierra y las canoas, la «propiedad individual" sólo se puede expresar
en grados de responsabilidad por la propiedad del grupo y por el disfrute de
esa propiedad. [1965: 277 y 278.]
La fuente de toda jerarquía se halla en una autoridad representativa que no
es unitaria.
Pero todavía nos hace falta recorrer algo de camino hasta llegar ai final de
la vía evolucionista por la que se nos suele gular. Porque este tipo de
autoridad es sumamente débil. Los jefes -pues suele haber varios de ellos
bajo la autoridad nominal de uno solo- solían gozar de poderes
insignificantes. El término de sociedad de rangos abarca toda la fase de la
evolución social general (jde hecho, la última!) en la cual el poder estaba
casi totalmente limitado ai uso de la «autoridad» en nombre de la
colectividad. Lo único que conferia era posición social, prestigio. Los
ancianos, «los hombres grandes» o los jefes no podían privar a otros de unos
recursos escasos y valiosos, sino con grandes dificultades, y nunca podían
privar a otros arbitrariamente de los medi os de subsistencia. Tampoco
poseían gran riqueza. Podían distribuir riqueza en el grupo, pero no podían
quedársela. Como comenta Fried, «esas personas eran ricas por lo que
repartían, no por lo que acumulaban» (1967: 118). Ciastres, al estudiar a los
amerindios, niega ai jefe poderes autoritarios de adopción de decisiones.
Sólo posee prestigio y Elocuencia para resolver conflictos: «La palabra del
jefe no tiene fuerza de ley.» EL jefe está «preso» en ese papel limitado
(1977: 175). Ejerce un poder colectivo,
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no distributivo. El jefe es su portavoz. Se trata de un argumento
funcionalista.
De esta forma se supera un posible obstáculo a la ulterior aparición de
desigualdades pronunciadas: El de la permanencia de la autOridad. Si es
meramente un poder colectivo, no hay problema en cuanto a quién lo ejerce.
El papel de la autoridad se limitará a reflejar las características de la
estructura social que se halla por debajo de ella. Si se valoran la edad y la
experiencia en la adopción de decisiones, puede ser un anciano el que asuma
el papel; si se trata de la adquisición material por la familla nuclear, lo hará
un «hombre grande» definido por sus capacidades adquisitivas; si
predominan los linajes, será un jefe hereditario.
El poder colectivo fue anterior al distributivo. Las sociedades de rangos
precedieron a las estratificadas y duraron un período larguísimo de tiempo.
Sin embargo, esto sólo es una forma de proyectar en el tiempo nuestra
dificultad para explicar cómo se convirtieron en desiguales las sociedades
igualitarias en la distribución de recursos escasos y apreciados,
especialmente recursos materiales. En las sociedades de rangos ulteriores,
según las teorías, cómo se convirtió el consentimiento en la igualdad en un
consentimiento en la desigualdad o, dicho de otros términos, cómo se
eliminó ese consentimiento?
Como selíala Ciastres (1977: 172) existe una respuesta que parece sencilla
y plausible: La desigualdad se impone desde fuera mediante la violencia
física. Este es el argumento militarista. El grupo A somete al grupo B y le
arrebata sus propiedades. A cambio ofrece al grupo B una retribución por su
trabajo, quizá derechos de arriendo o de servidumbre, quizá nada más que la
esciavitud. A fines del XIX y principios del XX esta teoría de los orígenes de
la estratificación era muy popular. Gumplowicz y Oppenheimer figuraron
entre qui enes aducían que la conquista de un grupo étnico por otro era la
única forma de mejora económica que entraiíaba una cooperación laboral
complicada. Los métodos intensivos de producción entraiíaban la
exproplación de los derechos de propiedad de la fuerza de trabajo, que sólo
se podía imponer a forasteros, y no a los «prójimos» (término que para
Gumplowicz tenía una base de parentesco -1899: 116 a 124-; véase
asimismo Oppenheimer, 1975).
Actualmente modificaríamos esa teoría racista del siglo XIX y
entenderíamos que la etnicidad es tanto resultado como causa de esos
procesos: la conquista y la esciavización por medio de la fuerza
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produjeron sentimientos étnicos. La etnicidad sólo ofrece una explicación del
dominio de todo un "pueblo» o toda una "sociedad»sobre otro pueblo u otra
sociedad enteros. Este es sólo un tipo de estratificación, no la totalidad de
ésta; es relativamente raro entre los grupos primitivos y quizá no se diera en
la prehistoria, cuando no existían los «pueblos». Por lo general, las formas
más extremas de dominación -la exproplación total de los derechos a la
tierra, el ganado y los cultivos y la pérdida del control sobre la propla fuerza
de trabajo (es decir, la esciavitud)- han seguido a la conquista. Los
incrementos considerables en la adquisición de excedente han solido darse
en las sociedades históricas a partir del aumentO de la intensidad del
trabajo, que por lo general exige un aumento de la fuerza física. Pero no se
trata de algo universal. Por ejemplo, los avances en los riegos que se
comentan en el capítulo siguiente no parecen haberse basado en un aumento
de la coacción mediante la conquista, sino en medios más «voluntarios».
Necesitamos una explicación de cómo podría el poderío militar tener efectos
«voluntarios».
La teoría militarista lo demuestra de dos formas. Ambas explican los
orígenes del Estado: la primera su facultad para organizar a los
conquistados; la segunda, a los conquistadores. Las teorías militaristas
parten de una proposición muy osada: El Estado se originó invariablemente
en la guerra. Así dice Oppenheimer:
El Estado, completamente en su génesis, y casi completamente durante las
primeras fases de su existencia, es una institución social impuesta por un
grupo victorioso de hombres a otro grupo derrotado, con el único objetivo de
regular la dominación del grupo victorioso sobre el vencido, y de defenderse
de las revueltas interiores y de los ataques exteriores. [1975: 8.]
Una asociación flexible de merodeadores se transformó en un «Estado»
permanente y centralizado con el monopolio de la coacción física, "La
primera vez que el conquistador dejó viva a su vÍctima con objeto de
explotaria permanentemente en un trabajo productivo» (1975: 27).
Oppenheimer creía que las primeras etapas estuvieron dominadas por un
tipo de conquista, la de los agricultOres sedentarios por los nómadas
pastoriles. Cabe distinguir varias etapas en la historia del Estado: desde los
robos y las incursiones hasta la conquista y la fundacÍón del Estado, y de ahí
a un medio permanente de apoderarse del excedente de los conquistados, a
la fusión gradual de conquistadores y conquistados en un solo «pueblo» bajo
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un conjunto de leyes estatales. Ese pueblo y ese Estado se amplían o se
reducen constantemente por la victoria o la derrota en la guerra a lo largo de
la historia. Ese proceso no cesará hasta que un pueblo y un Estado controlen
el mundo. Pero entonces se di solverá en una «ciudadanía de hombres
libres» anarquista. Sin guerra no hace falta el Estado.
Algunas de estas ideas revelan las preocupaciones distintivas de fines del
siglo XIX. Otras reflejan el anarquismo del propio Oppenheimer. Pero la
teoría general ha ido resucitando periódicamente. Por ejemplo, el sociólogo
Nisbet afirma convencido que «no existe ningún caso histórico conocido de
un Estado político no fundado en circunstancias de guerra, no arraigado en
las disciplinas distintivas de la guerra. De hecho, el Estado es poco más que
la institucionalización del aparato bélico» (1976: 101). Nisbet, ai igual que
Oppenheimer, considera que el Estado diversifica después sus actividades,
adquiriendo funciones pacíficas anteriormente establecidas en otras
instituciones, como la familla o la organización religiosa. Pero en su origen el
Estado consiste en la violencia contra los de fuera. El historiador alemán
Ritter sostiene opiniones análogas:
Cuando qui era que el Estado aparece en la historia, es en primer lugar en
forma de una concentración de la capacidad de combate. La política nacional
gira en torno a la lucha por el poder: La virtud política suprema es una
disposición incesante a hacer la guerra con todas sus consecuencias de
enfrentamiento irreconcillable, que culminan en la destrucción del enemigo,
en caso necesario. Desde este punto de vista, la virtud política y la militar
son sinónimas.
Pero la capacidad de combate no es todo el Estado... Es esencial para la
idea del Estado que sea el custodio de la paz, la ley y el orden público. De
hecho, éste es el objetivo más elevado y correcto de la política: armonizar
pacíficamente los intereses conflictivos, concillar las diferencias nacionales y
sociales. [1969: 7 y 8.]
Todos estos autores expresan variantes de la misma opinión: El Estado se
originó en la guerra, pero la evolución humana lo hizo avanzar hacia otras
funciones pacíficas.
En este modelo perfeccionado, la conquista militar se asienta en un Estado
centralizado. La fuerza militar se disfraza en forma de leyes y normas
monopolistas administradas por un Estado. Aunque los orígenes del Estado
se haIlan meramente en la fuerza militar, ulteriormente va desarroIlando sus
propios poderes.
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El segundo perfeccionamiento se refiere ai poder entre los conquistadores.
Hasta ahora el aspecto más débil se refiere a la organización de la fuerza
conquistadora: No presupone ésta ya una desigualdad de poder y un Estado?
Spencer se ocupó directamente de esta cuestión, al aducir que tanto la
desigualdad material como el Estado centralizado se originaron en la
necesidad de una organización militar. Es muy ciaro acerca de los orígenes
del Estado:
El control centralizado es el rasgo primordlal que adquiere cada cuerpo de
combatientes... Y este control centralizado, imprescindible durante la guerra,
caracteriza al gobiemo durante la paz. Entre los no civilizados existe una
ciara tendencia a que el jefe militar se convierta también en el jefe político
(su único competidor es el shamán) y, en una raza conquistadora de
salvajes, su jefatUra política pasa a ser fija. En las sociedades
semicivilizadas, el comandante conquistador y el rey déspota son una sola
persona, y siguen siéndolo en las sociedades civilizadas hasta tiempos
recientes...; hay pocos casos, si es que hay alguno, en los que las
sociedades... se hayan convertido en sociedades más ampllas sin pasar por
el tipo militante. [1969: 117, 125.]
La centralización es una necesidad funcional de la guerra, entre todos los
combatiemtes: conquistadores, conquistados y los que intervienen en
combates sin un vencedor claro. Eso es una exageración. No todos los tipos
de enfrentamiento militar exigen un mando centralizado: por ejemplo, la
guerra de guerrillas no lo exige. Pero si el objetivo es la conquista
sistemática o la defensa de territorios enteros, la centralización resulta útil.
La estructura de mando de esos ejércitos es más centralizada y autoritaria
de lo que se suEle hallar generalmente en otras formas de organización. Y
eso ayuda a lograr la victoria. Cuando la victoria o la derrota pueden
producirse en cuestión de horas, es indispensable la adopción de decisiones
rápidas y sin obstáculos, así como la transmisiónÍndiscutida de las órdenes
hacia abajo (Andreski, 1971: 29, 92 a lo1).
Spencer, como auténtico evolucionista, infiere una tendencia empírica, no
una ley universal. En una lucha competitiva entre sociedades, las que
adopten el Estado «militante» tienen un valor de supervivencia más alto. En
ocasiones, Spencer lleva este argumento más allá y aduce que la
estratificación en sí tiene sus orígenes en la guerra. En todo caso, en esas
sociedades la estratificación y el modo de producción están subordinados a lo
militar: «La parte industrial de la sociedad sigue siendo en lo esencial una
intendencia permanente
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que sólo existe para satisfacer las necesidades de las estructuras
gubernamentales-militares y a la que no le queda para sí misma sino lo
suficiente para la mera subsistencia» (1969: 121). Esta sociedad militante se
rige por la «cooperación obligatoria». Gobernada central y despóticamente,
fue la que dominó a las sociedades complejas hasta que apareció la sociedad
industrial.
Las opiniones de Spencer son valiosas, aunque su etnografía parezca ser
ciaramente victoriana y sus argumentos excesivamente generalizados. Las
sociedades históricas no tenían una unidad «militante» global, aunque en los
capítulos 5 y 9 utilizo el concepto de la cooperación obligatoria ai analizar
determinadas sociedades antiguas.
Pero, como explicación de los orígenes del Estado, no se puede dejar pasar
sin más el argumento de Spencer. Un aspecto concreto es bastante
superficial: el de cómo se hace permanente el poderío militar. De aceptar su
argumento de que la coordinación en el campo de batalla y durante la
campaña exige un poder central, cómo logra el mando militar mantener su
poder después? Los antropólogos nos dicen que, de hecho, las sociedades
primitivas tienen plena conciencia de lo que puede ocurrir después y adoptar
medidas deliberadas para evitarIo. Son «tajantemente igualitarias», como
dice Woodburn (1982). Los poderes de los jefes de guerra tienen limitaciones
en el tiempo y en el espacio, precisamente con el objeto de que la autoridad
militar no se institucionalice. Clastres (1977: 177 a 180) describe las
tragedias de dos jefes de guerra, uno el famoso apache Jerónimo y el otro el
mazoniense Fousive. Ninguno de esos dos guerreros, pese a lo valerosos,
astutos y atrevidos que eran, pudo mantener su preeminencia de los tiempos
de guerra durante los tiempos de paz. Podrían haber ejercitado una
autoridad permanente si hubieran encabezado grupos belicosos perpetuos,
pero sus pueblos pronto se cansaron de la guerra y los abandonaron:
Fousive murió en combate, Jerónimo se dedicó a escribir sus memorias. EL
modelo de Spencer sólo puede funcionar respecto de un grupo militar que
obtenga extraordinarios éxitos.
Además, la conquista es para lo que está mejor adaptado, porque entonces
el mando militar puede aproplarse la tierra conquistada, sus habitantes y sus
excedentes y distribuirIos a las tropas como recompensa. En este caso, se ha
logrado la transferencia vital de la autonomía de la sociedad del
conquistador. El reparto del botín exige la cooperación entre la soldadesca,
pero se puede hacer caso omiso de
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la sociedad de origen. Los despojos de la guerra han sustituido ai
excedente de aquélla como infraestructura del poder militar. En este caso,
el poder militar se deriva de la ocupación del espacio de poder entre dos
sociedades, la conquistadora y la conquistada, incitando el enfrentamiento
entre la una y la otra. Esta es también la oportunidad que se presenta en
determinados tipos de defensa militar. Mientras persiste la amenaza
exterior y cuando la fijación social exige la defensa de todo un territorio,
puede hacer falta una soldadesca especializada. Su poder es permanente
y mantiene su autonomía a base de jugar con el miedo a los atacantes
que tiene la sociedad de origen.
Pero, por lo general, entre los pueblos primitivos no se encuentran la
conquista ni la defensa territorial especializada. Ambas cosas presuponen
una organización social considerable, tanto por parte de los
conquistadores como, en general, de los conquistados. La conquista
entraóa la explotación de una comunidad sedentaria y estable que utiliza
sus proplas estructuras de organización o las de los conquistadores. Así,
el modelo de Spencer aparece aproplado después de la aparición inicial
del Estado y de la estratificación social, con muchos más recursos de
organización de los que disponían jefes de guerra como Jerónimo o
Fousive.
Veamos las pruebas empíricas. Comienzo con un compendio de velntiún
estudios monográficos de Estado «primitivos», algunos basados en la
antropología y otros en la arqueología, compilados por Claessen y Skalnik
(1978). Ningún estudio cuantitativo de los orígenes de los Estados puede
ni debe. ser estadístico. No existe una población general conocida de
Estados originales o «prístinos» -los que surgieron autónomamente de
todos los demás Estados-. Así, no se puede hacer una muestra de esa
población. Sin embargo, tal población sería muy reducida, probablemente
inferior a diez personas, cifra difícilmente sometible a un análisis
estadístico. En consecuencia, cualquier muestra mayor de «Estados
primitivos», como la de Claessen y Skalnik, es una muestra de una
población heterogénea e interactiva: unos cuantos Estados «prístinos» y
una gran variedad de otros implicados en relaciones de poder con ellos y
entre sí. No hay casos independientes. Todo análisis estadísticamente
correcto debe comprender el carácter de sus interacciones como una
variable, cosa que no han hecho ni esos autores ni otros.
Habida cuenta de esas considerables limitaciones, pasemos a los datos.
De los vElntiún casos de Ciaessen y Skalnik, sólo dos (Escitla y Mongolla)
adoptaron la forma especificada por Oppenheimer, la
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conquista de los agricultores por los pastores. En otros tres, la formación del
Estado estuvo causada por una coordinación militar especializada contra el
ataque del exterior. En ocho más, un factor importante en la formación del
Estado fueron otros tipos de conquista. Y las asociaciones voluntarias con
fines bélicos reforzaron la formación del Estado en cinco de los casos de
«conquista» mencionados anteriormente. El sentido general de esos
resultados se ve confirmado por otro estudio cuantitativo (menos detaIlado
en aspectos vitales, aunque con métodos más estadísticos) realizado por
Otterbein (1970) sobre cincuenta casos antropológicos.
Así, al matizar la teoría militarista para abarcar los efectos sobre
conquistadores y/o defensores relativamente organizados, llegamos a una
explicación que en gran medida es de un solo factor en una minoría de casos
(en torno a una cuarta parte) y de un factor importante en una mayoría de
los casos. Pero esa ruta presupone un grado elevado de poderes colectivos
«cuasi estatales», a los que la conquista o la defensa a largo plazo no aiíade
sino un toque final. Cómo fue que Ilegaron hasta ahí?
Resulta difícil profundizar a partir meramente de los datos de una serie de
casos que se exponen como si fueran independientes, cuando sabemos que
entraiíaban procesos a largo plazo de interacción del poder. Más prometedor
resulta el estudio regional de instituciones gubernamentales del Africa
oriental realizado por Mair (1977). Cuando ésta examina unos grupos
relativamente centralizados y relativamente descentralizados que existían
cerca los unos de los otros, logra trazar mejor la transición. Naturalmente,
un solo estudio regional no constituye una muestra de todos los tipos de
transición. Ninguno de ellos era un Estado «prístino»; todos ellos estaban
influidos por los Estados islámicos del Mediterráneo, así como por los
europeos. En Africa oriental, también eran primordlales las características de
pueblos pastoriles relativamente prósperos. Además, en este caso, todas las
transiciones estudladas entraiíaban muchas guerras. De hecho, la única
mejoría que ofrecían los grupos centralizados respecto de los no
centralizados parece haber consistido en mejores perspectivas de defensa y
de ataque. Pero la forma de la guerra nos desvía de la sencilla dicotomía de
conquistadores contra conquistados (que implica el concepto de dos
sociedades unitarias) que ofrece la teoría militarista. Mair muestra cómo
surgieron dos autoridades relativamente centralizadas a partir de un
maremágnum de relaciones federales entre cruzadas de aldeas, linajes,
clanes
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y tribus, característico de los grupos humanos preestatales. A medida que
aumentaba el excedente de los pastores y que sus inversiones se iban
concentrando más en el ganado, también aumentaba su vulnerabilidad a las
federaciones flexibles de merodeadores. Así, se solía producir una sumisión
más o menos voluntaria a quienes podían ofrecer la mayor protección. No se
trataba de una sumisión a un conquistador extranjero ni a un grupo
especializado de guerreros de las sociedades proplas, sino a la figura
autoritaria de una colectividad con la cual el grupo sumiso ya tenía relaciones
de parentesco o territoriales. Se trataba de un gigantesco negocio gangsteril
de "protección», que incorpora la misma combinación pecullar de coacción y
comunidad que brindaban, por ejemplo, los seóores feudales de la Edad
Medla europea o la mafla neoyorquina. Por lo general, no llevaba a la
esciavitud ni a ninguna otra exproplación extrema, sino a la exacción de un
tributo que era justo el suficiente para aportar al protector militar, un rey
emergente, recursos con los que compensar a su séquito armado, establecer
una corte, mejorar las comunicaciones y (sólo en los casos más
desarrollados) iniciar proyectos rudimentarios de obras públicas. Quizá fuera
és ta la vía militarista inicial formal bacia el Estado. Probablemente, tanto la
conquista organizada como la defensa territorial sistemática fueron vías muy
ulteriores, que presuponían esa fase de consolidación. Seguimos necesitando
una explicación de la "fase intermedla» y de la aparición efectiva de los
Estados prístinos.
Pasemos a las relaciones de poder económico y regresemos a la teoría
liberal y la marxista. El liberalismo reduce el Estado a su función de
mantener el orden dentro de una sociedad civil cuya naturaleza es
fundamentalmente económica. Hobbes y Locke aportaron una teoría
hipotética del Estado en la cual unas asociaciones flexibles de personas
constituían voluntariamente un Estado para su protección mutua. Las
principales funciones de su Estado eran judiciales y represivas, el
mantenimiento del orden interno; pero ellos interpretaban esto en términos
más bien económicos. Los principales objetivos del Estado eran la protección
de la vida y la propiedad privada individual. EL principal pEligro para la vida y
la propiedad procedía del seno de la sociedad. En el caso de Hobbes, el
pEligro era la anarquía potencial, la guerra de todos contra todos, mientras .
que para Locke, existía una doble amenaza planteada por la posibilidad de
un despotismo y por el resentimiento de quienes carecían de propiedades.
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Como ha observado Wolin (1961: capo 9), la tendencia a reducir el Estado
a sus funciones ai servicio de una sociedad civil preexistente penetró incluso
hasta los críticos más severos delliberalismo: autores como Rousseau o
Marx. Así, tanto las teorías liberales como las marxistas de los orígenes del
Estado son unitarias e internacionalistas, y hacen caso omiso de los aspectos
federal e internacional de la formación del Estado. Ambas destacan los
factores económicos y la propiedad privada. La diferencia consiste en que la
una habla en el idioma de la funcionalidad y la otra en el de la explotación.
Engels, en el origen de la familla, la Propiedad privada y El Estado aduce
que la producción y la reproducción iniciales de la vida real contienen dos
tipos de relaciones: las económicas y las famillares. A medida que aumentan
la productividad de la fuerza de trabajo, también aumentan «La propiedad
privada y El intercambio, las diferencias de riqueza, la posibilidad de utilizar
la fuerza de trabajo de otros y, en conseeuencia, la base de los
antagonismos de ciase». Esto hace que «salte al aire» La antigua estructura
famillar y la sociedad antigua, cuyo «lugar... ocupa una nueva sociedad,
organizada en Estado y cuyas unidades inferiores no son ya gentilicias, sino
unidades territoriales». Concluye que la fuerza cohesiva de la sociedad
civilizada es el Estado, que «es, por regLa general, el Estado de la ciase más
poderosa, de la ciase económicamente dominante... que adquiere nuevos
medi os para la represión y la explotación de la ciase oprimida» (5. a.: 167 y
315).
Los criterios liberales y los marxianos exageran mucho el predominio de la
propiedad privada en las primeras sociedades. Pero ambas pueden
modificarse para tener eso en cuenta. La esencia del marxismo no se haIla
en la propiedad privada, sino en la propiedad descentralizada: el Estado
aparece a fin de institucionalizar formas de extraer la fuerza de trabajo
excedente ya presentes en la sociedad civil. Esta se puede trasladar
fácilmente a formas de aproplación basadas en el cian y Ellinaje, mediante
las cuales un cian o un linaje, o los ancianos o la aristocracia de ellos, se
aproplan del trabajo de otros. Fried (1967), Terray (1972) y Friedman y
Rowlands (1978) han argumentado en ese sentido. Ese modelo data las
diferencias importantes de poder económico (lo que denomina
«estratificación» o «clases») mucho antes de la aparición del Estado y
explica este último en términos de las necesidades del primero.
Ahora bien, es cierto que existe un lapso de tiempo entre la aparición de las
diferencias de autoridad y El Estado territoriaI y
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centralizado. Los Estados surgieron a partir de asociaciones de clases y
linajes, en las cuales era evidente una división de autoridad entre el clan, el
linaje, la élite de la aldea y el resto. Sin embargo, yo las he calificado de
sociedades de rangos, y no estratificadas, porque no implicaban derechos
ciaramente coercitivos ni la capacidad para exproplar. En particular, sus
rangos más altos eran productivos. Incluso los jefes producían o pastoreaban
y combinaban funciones económicas manuales y administrativas. Tropezaban
con dificultades especiales para persuadir o coaccionar a otros para que
trabajaran para ellos. En ese momento, la narración evolucionista marxiana
ha dado preeminencia a la esciavitud, fuese la esciavitud por deu das o por
conquista. Friedman y Rowlands parecen aceptar el argumento militarista de
Gumplowicz de que no se puede exproplar el trabajo de los parientes, y esos
autores se apoyan en los factores de conquista -con todos los defectos que
ya he comentado- para explicar la aparición de la explotación material.
El liberalismo da una explicación funcional en términos de los beneficios
económicos com unes que introduce el Estado. Si abandonamos el concepto
de la propiedad privada, pero mantenemos los principios funcional y
economicista, llegamos a la explicación dominante de la antropología
moderna, la jefatura redistributiva, teoría ciaramente funcional. Veamos lo
que dice Malinowski:
En todo el mundo vemos que las relaciones "entre la economía y la política
son del mismo tipo. EL jefe, en todas partes, actúa como banquero tribual
que reúne alimentos, los almacena y los protege y después los utiliza en
beneficio de toda la comunidad. Sus funciones son el prototipo del sistema
de hacienda pública y de la organización de los erarios estatales actuales. Si
se priva aI jefe de sus privilegios y sus beneficios financieros, (quién sufre
más, sino toda la tribu? [1926: 232 y 233.]
Quizá no debiéramos relacionar esto en absoluto con el liberalismo. Pues
quien principalmente desarrolló el concepto de Malinowski del Estado
redistributivo fue Polanyi, que polemizó durante largo tiempo en contra de la
dominación ejercida por la teoría liberal del mercado en nuestra comprensión
de las economías precapitalistas. La ideología liberal nos ha legado el
concepto de la universalidad del intercambio en el mercado. Sin embargo,
Polanyi aducía que los mercados (aI igual que la propiedad privada) son
recientes.
El
intercambio
en
las
sociedades
primitivas
adopta
fundamentalmente la forma
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de reciprocidad «de dar algo por algo igual», de la circulación «viceversa» de
bienes entre dos grupos de personas. Si ese intercambio simple fuera
evolucionando hacia el intercambio generalizado característico de los
mercados, tendría que aparecer una medida de «valor». Entonces se podría
comerciar con bienes por su «valor», que podría realizarse en forma de
cualquier otro tipo de bienes o en forma de crédito (véanse varios de los
ensayos publicados póstumamente en Polanyi, 1977, especialmente el
capítulo 3). Pero lo característico -aduce la «escuEla sustantivista» de
Polanyi- de las sociedades primitivas es que no se llega a este punto de
transición
mediante
el
desarrollo
de
mecanismos
comerciales
«espontáneos», sino por la autoridad del rango de parentesco. O bien el
poderoso jefe del grupo de parentesco establece normas que rigen el
intercambio o bien hace regalos que crean obligaciones recíprocas, atraen
seguidores y así se crea un gran almacén en su morada. Es en ese almacén
donde hallan la jefatura redistributiva y El Estado. Shalins observa que la
redistribución no es más que una forma muy organizada de reciprocidad
entre rangos de parentesco (1974: 209).
Como ha revelado este comentario, casi todas las versiones del Estado
redistributivo están penetradas por una hipótesis liberal: La dominación del
intercambio sobre la producción, a la cual se deja relativamente de lado. Sin
embargo, resulta fácil corregir esto, pues en las jefaturas redistributivas el
jefe participa tanto en la coordinación de la producción como en el
intercambio. Así, el jefe aparece como el organizador de la producción y del
intercambio cuando existe un alto nivel de inversión en el trabajo colectivo,
facto r cuya importancia he destacado relteradamente.
Añadamos la especialización ecológica. No sólo ayuda a los especialistas
adyacentes a intercamblar, sino también a coordinar sus volúmenes de
producción. Cuando existen por lo menos tres de esos grupos, la
coordinación se puede centrar en una asignación autoritaria de valor a sus
productos. Service (1975) lleva esto hasta una explicación de los Estados
primitivos. Aduce que coordinaban territorios que contenían diferentes
«nichos ecológicos». El jefe organizaba la redistribución de los diversos
alimentos producidos en cada uno de ellos. El Estado era un almacén,
aunque el centro redistributivo, a su vez, actuaba sobre la cadena de
distribución para influir en las relaciones de producción. La vía hacia el
intercambio genera'lizado y, en consecuencia, hacia la «propiedad» extensiva
pasaba por un Estado incipiente. A medida que la redistribución aumentaba
el
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excedente, también incrementaba el poder del Estado centralizado. Se trata
de una teoría economicista, internalista y funcional del Estado.
El cian, la aldea, la tribu y las élites de linaje impusieron gradualmente
medidas de valor a las transacciones económicas. La autoridad pasó a estar
necesariamente centralizada. Si bien afectaba a pueblos arraigados
ecológicamente, estaba territorialmente fijada. Para ser aceptada como
medida justa de valor, tenía que independizarse de los grupos particulares
de intereses, estar "por encima» de la sociedad.
Service brinda muchos materiales monográficos, pero asistemáticos, en
apoyo de su argumento. En la arqueología, Renfrew (1972, 1973) ha
propugnado la pertinencia de la jefatura redistributiva en la Europa
prehistórica en la Grecia micénica inicial y en la Malta megalítica. En Malta se
basa en el tamaiío y la distribución de los templos monumentales, junto con
las capacidades conocidas de las tierras cultivables, para defender la
existencia de muchas jefaturas redistributivas vecinas, cada una de las
cuales coordinaba las actividades de 500 a 2.000 personas. También
encuentra casos así en informes antropológicos sobre muchas islas de la
Polinesla. Por último, aduce que la civilización surgió mediante el aumento
de los poderes del jefe hacia el complejo redistributivo palacio-templo, como
en la Grecia micénica y en la Creta minoica.
Parecería que esta documentación es impresionante, pero en realidad no lo
es. El principal problema es que el concepto de la redistribución está muy
influido por la experiencia de nuestra propla economía moderna. jResulta
irónico, dado que la misión principal de Polanyi era liberarnos de la
mentalidad moderna del mercado! Pero la economía moderna entraiíaba el
intercambio sistemático de bienes especializados de subsistencia, lo cual no
ocurría en la mayor parte de las economías primitivas. Si el Relno Unido o
los Estados Unidos actuales no importasen ni exportasen toda una gama de
alimentos, materias primas y bienes manufacturados, su economía y sus
nivEles de vida se derrumbarían inmedlatamente de manera catastrófica. En
Polinesla, o en la Europa prehistórica, los intercambios se producían entre
grupos que no estaban muy especializados. Por lo general, producían bienes
parecidos. El intercambio no era fundamental para su economía. A veces
intercamblaban bienes parecidos con fines rituales. Cuando intercamblaban
bienes diferentes y especializados, por lo general no eran indispensables
para la subsistencia,
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ni se redistribuían para el consumo individual entre los pueblos de los jefes
que hacían el intercambio. Lo más frecuente era que se utilizaran para el
adorno personal de los jefes o que se almacenaran y se consumieran
colectivamente en ocasiones festivas y ritUales. Se trataba de bienes más
bien de «prestigio» que de subsistencia: su exhibición daba prestigio ai
distribuidor. Los jefes, los ancianos y los hombres grandes rivalizaban en
cuanto a exhibición personal y fiestas públicas y «gastaban» sus recursos, en
lugar de invertidos para producir más recursos de poder y más concentración
de poder. Resulta difícil entender cómo se desarrollaría una concentración de
poder a largo plazo a partir de esto, en lugar de breves rachas cíclicas de
concentración, seguidas de la emulación y dispersión del poder entre rivales,
antes de que se iniciara otro ciclo. Después de todo, el pueblo disponía de
una rota de escape. Si un jefe se hacía demaslado dominante, podía
traspasar su lealtad a otros. Y así ocurre incluso en los pocos en que
hallamos nichos ecológicos auténticos y especializados e intercambios de
productos agrícolas de subsistencia. Si la forma de «sociedad» que precede
ai Estado no es unitaria; por qué iba el pueblo a establecer sólo un almacén,
en lugar de varios almacenes competitivos? Cómo pierde su control el
pueblo?
Esas dudas se ven reforzadas por los datos arqueológicos. También los
arqueólogos se encuentran con que los nichos ecológicos son la excepción y
no la regla (los ejemplos del Egeo que da Renfrew son algunas de las
principales excepciones). Por ejemplo, en la zona continental de la Europa
prehistórica encontramos pocas huellas de almacenes. Encontramos muchas
cámaras mortuorias que indican un rango de jefe, porque están llenas de
bienes costosos de prestigio: por ejemplo, ámbar, cobre y hachas de batalla
de medlados del cuarto milenio. En las mismas sociedades excavamos
indicios de grandes festivales, por ejemplo, los huesos de un gran número de
cerdos aparentemente sacrificados al mismo tiempo. Esos datos corren
paralelos a los antropológicos. La jefatura redistributiva era más débil de lo
que sugerían quienes primero la propusieron y era característica de
sociedades de rangos, no estratificadas.
Ninguna de las cuatro teorías evolucionistas llena la laguna que enuncié ai
principio de esta sección. Existe un vacío no explicado entre las sociedades
de rangos y las estratificadas y entre la autoridad política y El Estado
coercitivo. Lo mismo cabe decir de las teorías mixtas. Es probable que las de
Fried (1967), Friedman y Rowlands
Página 100
(1978) y Haas (1982) sean las mejores teorías evolucionistas eclécticaso
Reúnen todos los factores comentados hasta ahora para construir una
historia compleja y muy plausible. Introducen la distinción entre «rango
relativo» y «rango absoluto». El rango absoluto se puede medir en términos
de distancia (habitualmente distancia genealógica) respecto de puntos
absolutos y fijos, del jefe central y, por conducto de él, de los dioses. Cuando
aparecen centros ceremonlales, también aparece el rango absoluto, dicen.
Pero no presentan argumentos sólidos acerca de cómo pasan a ser
permanentes los centros ceremonlales, de cómo el rango relativo puede
convertirse permanentemente en rango absoluto y a partir de ahí
permanentemente, venciendo /as resistencias, en la estratificación y El
Estado. Ese vacío inexplicado persiste en la actualidad.
Pasemos a la arqueología, para ver que el vacío existía en la prehistoria.
Todas las teorías se equivocan, porque presuponen una evolución social
general que, de hecho, se había detenido. Ahora predominaba la historia
local. Veremos, no obstante, que tras una pausa que nos introduce en el
terreno de la historia, todas esas teorías empezaban a tener una
aplicabilidad local y específica. Las consideraremos útiles en capítulos
ulteriores, aunque no en su forma más ambiciosa.
De la evolución a la devolución: Eludir el Estado y la estratificación
Lo que nos ha intrigado es cómo se obligó al pueblo a someterse ai poder
estatal
coercitivo.
Confirió
libremente
una
autoridad
colectiva,
representativa, a los jefes, a los ancianos y los hombres grandes con fines
que iban desde la regulación judicial hasta la guerra, pasando por la
organización de festivales. Eso podía servir a los jefes para obtener un
considerable prestigio de rango. Pero no podían convertirlo en un poder
permanente y coercitivo. La arqueología nos permite ver que así ocurrió,
efectivamente. No se produjo una evolución rápida ni constante de la
autoridad de rangos ai poder estatal. Esa transición fue rara y se limitó a
unos cuantos casos extraordinarios. EL dato arqueológico crucial es el del
tiempo.
Considérese, por ejemplo, la prehistoria de Europa nordoccidental. Los
arqueólogos pueden trazar un vago esbozo de las estructuras sociales desde
poco después del 4000 a.C. hasta poco antes del
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500 a.C. (cuando la Edad del Hierro introdujo enormes cambios). Se trata de
un plazo larguísimo, más largo que toda la historia ulterior de Europa.
Durante este período, con una o dos excepciones, los pueblos de Europa
occidental vivieron en sociedades relativamente igualitarias o de rangos, no
en sociedades estratificadas. Sus «Estados» no han dejado huEllas de
poderes permanentes y coercitivos. En Europa podemos discernir la dinámica
de su desarrollo. Trataré de dos aspectos de esa dinámica, uno en la
Inglaterra meridional y otro en Dinamarca. He elegido casos occidentales
porque estaban relativamente ais lados de la influencia del Cercano Oriente.
Tengo plena conciencia de que de haber escogido, por ejemplo, los Balcanes,
describiría unas jefaturas y unas aristocracias más poderosas y casi
permanentes. Pero esos casos estaban muy influidos por las primeras
civilizaciones del Cercano Oriente (véase Ciarke, 1979b).
Wessex era uno de los centros principales de una tradición regionalmente
variada de construcción colectiva de tumbas que se extendió a partir del
4000 a.C. para abarcar gran parte de las islas británicas, la costa atlántica de
Europa y El Mediterráneo occidental. Sabemos de esta tradición porque
algunos de sus asombrosos logros tardíos sobreviven todavía. Aún nos
maravillamos ante Stonehenge. Entranó El arrastre por ti erra -pues no había
rueda- de enormes piedras de 50 tonEladas a lo largo de 30 kilómetros como
mínimo y de piedras de cinco tonEladas por tierra y por mar a lo largo de
240 kilómetros. Para elevar las piedras mayores debe de haber hecho falta la
fuerza de trabajo de 600 personas. El que el propósito del monumento fuera
igual de complejo -en términos religiosos o de calendario-- será un tema
eterno de debate. Pero la coordinación de la fuerza de trabajo y la
distribución de excedentes para alimentar a esa fuerza de trabajo tiene que
haber entranado una autoridad considerablemente centralizada, un «cuasi
Estado» de ciertas dimensiones y complejidad. Aunque Stonehenge fue
ellogro más monumen
tal de esa tradición, no está aislado, ni siquiera hoy. Avebury, Silbury Hill (El
mayor terraplenado de Europa) y una multitud de otros monumentos que
van desde Irianda hasta Malta son testimonios de poderes de organización
social.
Pero era una «vía muerta» de la evolución. Los monumentos no se
siguieron desarrollando, sino que cesaron. No tenemos datos de hazanas
comparables ulteriores de organización social centralizada en ninguna de las
zonas principales - Wessex, Bretana, Espana, Malta- hasta la llegada de los
romanos, tres milenios después. Es posible
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que esa vía muerta tuviera un paralElo en otras partes entre los pueblos
neolíticos de todo el mundo. Los monumentos de la Isla de Pascua son
parecidos a los de Malta. Norteamérica está punteada de grandes terraplenes
comparables a Silbury Hill. Renfrew especula que fueron resultado de
jefaturas supremas parecidas a las halladas entre los indios cherokees, que
comprendían 11.000 personas repartidas en 60 unidades aldeanas, cada una
de las cuales tenía un jefe y que podían movilizarse para la cooperación a
corto plazo (1973: 147 a 166, 214 a 247). Pero había algo dentro de esta
estructura que impedía que se estabilizara.
En el caso de Stonehenge, tenemos algunos conocimientos de la
prehistoria. Me baso agradecido en las obras recientes de Shennan (1982,
1983) Y de Thorpe y Richards (1983). Estas revelan un proceso cíclico.
Stonehenge estaba ocupado antes del 3000 a.C., pero su mayor período
monumental se inició hacia el 2400. Este período se estabilizó y volvió a
empezar hacia el 2000. Una vez más se estabilizó, para reanudarse, aunque
con menos vigor, antes del1800 a.C. Tras esa fecha, los monumentos fueron
quedando progresivamente abandonados y para el1S00 a.C. parece que no
desempElíaban ningún papEl social importante. Pero la organización basada
en los monumentos no era la única de la zona. La cultura «del vaso campaniforme» se difundió a partir del continente poco antes del 2000 a.C. (véanse
detalles en Ciarke, 1979c). Sus restos revElan una estructura social menos
centralizada y enterramientos «aristocráticos» que contienen «bienes de
prestigio», como cerámica de buena calidad, dagas de cobre y muiíequeras
de piedra. Esos enterramientos afectaron a la actividad monumental, pero
acabaron por socavaria y sobreviviria. Pocos sugieren hoy día que se tratara
de dos pueblos diferentes; más bien, dos principios de organización social
coexistieron en medio de la misma agrupación flexible. Los arqueólogos
interpretan la organización monumental como la dominación absoluta de
rangos por una élite de linaje centralizada que monopolizaba el ritual
religioso y la organización del vaso campaniforme como la dominación
relativa de rangos por élites imbricadas de linaje y de hombres grandes con
una autoridad menor basada en la distribución de bienes de prestigio.
Naturalmente, el hablar de linajes y de hombres grandes es una mera
suposición basada en razonamientos analógicos a partir de pueblos neolíticos
modernos. Es posible que la cultura monumental no estuviera centrada en
absoluto en el linaje. Igualmente plausible resulta consideraria como una
forma centralizada de democracia
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primitiva en la cual eran los ancianos de las aldeas qUlenes ostentaban la
autoridad ritual.
Pero esas discusiones no pueden oscurecer el aspecto central. En la
competencia entre una autoridad relativamente centralizada y otra
descentralizada, fue la última la que ganó, pese a los asombrosos poderes de
organización colectiva de la primera. La autoridad nunca se consolidó en un
Estado coercitivo. Por el contrario, se fragmentó en grupos de linajes y de
aldeas, cuyas élites poseían una autoridad precaria. Esto no se vio
acompaiíado de una decadencia social. La gente fue prosperando algo.
Shennan (1982) sugiere que la descentralización entre los pueblos europeos
como un todo fue una respu esta ai creciminto del comercio a gran distancia.
y a la circulación de bienes de prestigio. Su distribución aumentó La
desigualdad y la autoridad, pero no de un tipo permanente, coercitivo,
centralizado.
En otras regiones se pueden encontrar ciclos prehistóricos incluso en
ausencia de grandes monumentos. Pero, curiosamente, los comentarios que
más cosas aciaran aparecen en la obra de autores que están divididos en su
actitud hacia el evolucionismo. Por una parte, se proponen atacar los
conceptos unilineales de la evolución. Por la otra, están influi dos por los
relatos evolucionistas marxlanos centrados en «modos de producción». Y o
expongo su modelo antes de criticarlo. Friedman y Rowlands han esbozado
en varios artículos la evolución prehistórica en general, mientras que
Kristlansen (1982) La ha aplicado a una parte del registro arqueológico
europeo, la Zelandia nordoccidental (en la Dinamarca moderna).
Friedman comienza a partir de la ortodoxla actual: Las estructuras sociales
entre los pueblos sedentarios fueron inicialmente igualitarias y los ancianos y
los hombres grandes no ejercían sino una pequena autoridad consensuada. A
medida que se Íntensificaba la producción agrícola, fueron adquiriendo
derechos distributivos sobre más excedentes. Los institucionalizaron
mediante festejos, exhibiciones personales y contactos rituales con lo
sobrenatural, hasta convertirlos en una autoridad con el rango de jefatura.
Entonces organizaron el consumo de gran parte del. excedente. Las allanzas
por matrimonio ampllaron la autoridad de algunos jefes sobre un espacio
mayor. Ahí Friedman anade un elemento malthuslano: cuando la expansión
territorial se vio bloqueada por las fronteras naturales o por otros jefes, la
población creció a mayor velocidad que la producción. Ello aumentó la
densidad demográfica y las jerarquías sedentarias. Pero a la larga, el proceso
se vio socavado tanto por el éxito como por
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El fracaso económicos. El desarrollo del comercio interregional podía
romper el ciclo malthuslano. Pero el jefe no lo podía controlar. Los
asentamientos secundarios adquirieron más autonomía y sus aristocracias
pasaron a ser rivales del antiguo jefe supremo. Por ejemplo, el fracas o
económico debido a la erosión de los suElos también fragmentó La autoridad.
El fracaso llevó a ciclos, el éxito ai desarrollo. Los asentamientos
competitivos pasaron a ser más urbanizados y monetarizados: aparecieron
ciudades-Estado y civilizaciones y, con ellas, relaciones de propiedad privada.
En su artículo de 1978, Friedman y Rowlands destacaron el proceso de
desarrollo. Ulteriormente, han interpretado que és te era más raro que el
ciclo. Pero su solución es que «en último caso» (como dice EngEls) El
desarrollo penetra gracias a los procesos cíclicos, quizá de forma repentina e
inesperada, pero, sin embargo, como proceso epigenético (Friedman, 1975,
1979; Rowlands, 1982).
Los pantanos de Zelandia ofrecen un suelo muy fértil al arqueólogo.
Kristlansen analiza sus resultados en términos del modelo mencionado.
Aproximadamente desde el 4100-3800 a.C., los agricultores de roza talaron
los bosques, cultivaron cereales y cercaron el ganado. Realizaban poco
comercio y sus enterramientos no revElan sino diferencias limitadas de
rango. Pero el éxito llevó al crecimiento demográfico y a la tala de bosques
en gran escala. Entre el 3800 y el 3400 a.C. surgieron asentamientos más
permanentes y extensos, que dependían de los adelantos agrícolas y de una
organización social y territorial más compleja. Entonces aparecen los restos
ya conocidos de las sociedades de rangos: festejos rituales y enterramientos
de élite con bienes de prestigio. Esto se fue intensificando hasta el 3200 a.C.
Se edificaron megalitos y campamentos con calzadas, centrados en la
autoridad de los jefes. La productividad de los terrenos de bosques talados
era muy alta y las variedades de trigo relativamente puras. EL ámbar, el
pedemal, el cobre y las hachas de batalla (bienes de prestígio) circulaban
mucho más. En Europa septentrional aparecieron por primera vez jefaturas
estables. Parecía haberse iniciado el Estado.
Pero entre el 3200 y el 2300 a.C. se desintegraron las jefaturas
territoriales. Los megalitos, los rituales comunitarios, la cerámica fina y los
bienes de prestigio fueron decayendo y El intercambio interregional cesó. Las
tumbas son enterramientos de un solo hombre o una sola mujer en
montículos de linajes o famillas locales. Predominan las hachas de combate,
cuya amplla dispersión indica el
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final del control de los jefes sobre la violencia. Probablemente predominaba
una estructura de danes segmentados. Kristlansen explica esta decadencia
en términos materiales. Los sueóos que antes eran de bosques se fueron
agotando y mucha gente pasó de la agricultura sedentaria al pastoralismo, la
pesca y la caza. Establecieron una forma de vida más móvil y menos
controlable. El aumento de la competencia por la tierra fértil restante
destruyó Las jefaturas territoriales más extensas. Muchas famillas migraron
a tierras vírgenes más fértiles en las Ilanuras de la Jutlandia central y en
otras partes y establecieron formas de vida extensivas, pero de baja
densidad demográfica. Se introdujeron la rueda y la carreta, lo cual permitió
una comunicación básica y un cierto grado de comercio, pero los poderes de
las jefaturas eran insuficientes para controlar esas superficies. Hacia el 1900
a.C. se produjo una recuperación económica dentro de esa estructura
igualitaria. Una economía mixta de suElos livlanos y densos y de la
agricultura, pastoralismo y pesca, hizo que aumentara el excedente y
estimuló El comercio interregional. Pero nadie podía monopolizar ese
comercio y los bienes de prestigio circulaban mucho.
Hacia el 1900 a.C. empezó una segunda ascensión de las jefaturas, que se
vuElve a revElar en restos de festivales, tumbas de jefes y trabajo artesanal
en bienes de prestigio. Hacia el 1200 a.C. se ampllaron las jerarquías. Unos
asentamientos centrales de jefaturas de considerable extensión controlaban
la producción artesanal, el intercambio local y los rituales. Kristlansen lo
atribuye a la introducción de artefactos de metal: los jefes podían
monopolizar el bronce, relativamente raro y de alto valor. Era algo parecido
al monopoli o de los jefes sobre los bienes de prestigio en Polinesla, dice.
Pero hacia el lo00 a.C. se produjo un parón, debido quizá a la escasez de
metales. La producción agrícola siguió intensificándose, pero se redujo la
exhibición de riqueza en los enterramientos, al igual que la jerarquía de los
asentamientos.
Entonces, en la transición a la Edad del Hierro, la sociedad de rangos con
jefaturas se derrumbó, de modo más total que la primera vez. Los
asentamientos se extendieron hacia suElos más arcillosos y hasta entonces
vírgenes y la autoridad de los jefes no pudo seguirlos. Surgió una estructura
más igualitaria, organizada en asentamientos locales autónomos.
Predominaba la aldea y no la tribu. En esta zona (al contrario que, por
ejemplo, en Mesopotamia) La aldea se fue introduciendo en los procesos
cídicos y transformó todo el sistema
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en el sentido del desarrollo social sostenido de la Edad del Hierro.
Volveremos a encontrarnos con esos pueblos, en ese momento, en el
capítulo 6.
No cabe duda de que un resumen tan breve de generalizaciones históricas
atrevidas contiene errores y simplificaciones. jSe acaban de resumir dos
milenios y medio! Sin embargo, esta historia reconstruida no se refiere a la
evolución de la estratificación social ni aI Estado. El desarrollo no se produjo
desde las sociedades igualitarias hacia las estratificadas pasando por las de
rangos, ni desde la igualdad hacia el poder estatal coercitivo pasando por la
autoridad política. El paso «atrás» de la segunda «fase» a la primera fue tan
frecuente como de la primera a la segunda y, de hecho, la tercera fase, si es
que se llegaba a ella, no estuvo mucho tiempo estabilizada e
institucionalizada antes de derrumbarse. Una segunda conclusión más
provisional arroja dudas incluso sobre el evolucionismo económico residual
de Kristlansen. Evidentemente, sus propios cálculos acerca de la
productividad económica de cada período, en términos de hectáreas por
barril de cereal duro, deben de ser burdos y aproximados. Pero revElan un
aumento a lo largo de todo el período de aproximadamente un lo por lo0, lo
cual no es muy impresionante. Evidentemente, la Edad del Hierro sí condujo
a un desarrollo sostenido. Pero no fue fundamentalmente autóctono de
Europa. En el capítulo 6 aduzco que el hierro fue apareciendo sobre todo en
respuesta a la influencia de las civilizaciones del Cercano Oriente. Para Europa, supuso tanto un deus ex machina como una parte de una epigénesis.
Europa percibió más del ciclo que de su dlaléctica.
Y, para ser justos, ésa es la dirección general en la que han llevado sus
argumentos Friedman y otros. Friedman (1982) senaló que Oceanía no
puede haber pasado por las etapas tradicionales igualitaria-de rangosestratificación. Dentro de Oceanía, MElanesla es la región más antigua y
productiva, pero «retrocedió» de los jefes a los hombres grandes. Polinesla
oriental es económicamente la más pobre y la que más carece de comercio a
larga distancia, pero fue la que más se acercó a los Estados coercitivos.
Friedman formula modelos esencialmente cíclicos de las diversas regiones de
Oceanía, centrándose en las «bifurcaciones», umbrales que producen una
rápida transformación de todo el sistema al tropezar con las consecuencias
imprevistas de sus proplas tendencias de desarrollo. Ejemplos de ello serían
esos cambios de orientación ya descritos en la Europa prehistórica. Concluye
que la evolución es esencialmente ciega y «catastrófica»:
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es el resultado de bifurcaciones repentinas e imprevistas. Quizá fueron sólo
unas cuantas bifurcaciones accidentales donde aparecieron el Estado, la
estratificación y la civilización.
De hecho, hemos encontrado muchos datos en apoyo de esta teoría.
Durante la mayor parte de la prehistoria de la sociedad no se presenció
ningún avance sostenido hacia la estratificación ni hacia el Estado. El avance
hacia los rangos y hacia la autoridad política parece endémico, pero
reversible. Más allá de eso, no había ninguna continuidad.
Pero podemos seguir adelante en la identificación de la causa del bloqueo.
Si la mayor parte de las sociedades han sido jaulas, han quedado abiertas
puertas para dos factores principales. En primer lugar, el pueblo ha poseído
libertades. Raras veces ha cedido a las élites poderes que no pudiese
recuperar y, cuando lo ha hecho, ha tenido oportunidad o se ha visto
presionado para desplazarse físicamente de esa esfera del poder. En
segundo lugar, las élites raras veces han sido unitarias: los ancianos, los
jefes de linaje, los hombres grandes y los jefes han poseído autoridades
superpuestas y competitivas, se han contemplado suspicazmente los unos a
los otros y han ejercido esas mismas dos libertades.
O sea que ha habido dos ciclos. Los pueblos igualitarios pueden aumentar
la intensidad de la interacción y la densidad de la población para formar
grandes aldeas con una autoridad centralizada y permanente. Pero siguen
siendo generalmente democráticos. Si las figuras de autoridad llegan a ser
demaslado poderosas, se las depone. Si han adquirido tantos recursos que
no se las puede deponer, el puebIo les da la espalda, encuentra otras
autoridades o se descentraliza en asentamientos famillares más pequeños.
Después puede volver a iniciarse la centralización, con los mismos
resultados. La segunda pauta implica una cooperación más extensiva, pero
menos
intensiva,
en
estructuras
extendidas
de
linaje,
que
característicamente producen la jefatura y no la aldea. Pero también en este
caso la lealtad es voluntaria y, si el jefe abusa de ella, el pueblo y los jefes
rivales le oponen resistencia.
Ambas pautas presuponen una forma de vida social menos unitaria de lo
que han creído en generallos teóricos. Es importante que nos liberemos de
las ideas modernas acerca de la sociedad. Si bien es cierto que la prehistoria
efectivamente demostró una tendencia hacia unidades sociales más fijas
territorial y socialmente, el medio prehistórico no consistió en una serie de
sociedades inconexas y
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delimitadas. Las unidades sociales se superponían y en las zonas de
superposición, las figuras de autoridad y otros podían elegir la pertenencia a
distintas unidades sociales posibles. La jaula todavía no estaba cerrada.
Así, no aparecieron de forma generalizada Estados y sistemas de
estratificación estabilizados, permanentes y coercitivos. Permítaseme
explicar esto un poco más detalladamente, pues parecería estar en
contradicción, por ejemplo, con los regímenes de Africa oriental de Mair, que
ella califica de Estado. Es cierto que los cabezas de aldea y los jefes
desempEllan papEles descentralizados útiles. Si son eficientes, pueden
adquirir una autoridad considerable. Así ocurrió en toda Africa, como
demuestra Cohen en su contribución al volumen de Ciaessen y Skalnik
(1978). Cohen sEllala los poderes coercitivos mínimos que poseían y aduce
que eran meramente versiones más centralizadas de autoridades de linaje
preestatales. La obediencia era en gran medida voluntaria y se basaba en el
deseo de lograr una mayor eficiencia en la solución de las disputas, los
acuerdos de matrimonio, la organización colectiva del trabajo, la distribución
y la redistribución de los bienes y la defensa común. Las disputas y la
regulación de los matrimonios pueden ser actividades más importantes para
los jefes que las economías redistributivas o las funciones militares
coordinadas, que normalmente exigen un nivEl más alto de organización
social. Los jefes pueden explotar su funcionalidad. Los que tengan más éxito
pueden formular relvindicaciones despóticas. Pueden incluso adquirir
excedente para pagar un séquito armado. Así ocurrió en Africa oriental y
debe de haber ocurrido en incontables ocasiones en la prehistoria de la
sociedad en todos los continentes.
Pero lo que no es general es la capacidad del déspota para institucionalizar
el poder coercitivo, para hacerlo permanente, rutinario e independiente de su
personalidad. El eslabón más débil es el que existe entre, por una parte, el
rey con su séquito y sus parientes y, por la otra, el resto de la sociedad. El
vínculo depende de la fuerza personal del monarca. No existen instituciones
estabilizadas que lo transfieran rutinariamente a un sucesor. Esa sucesión se
produce raras veces y casi nunca dura más de un par de generaciones.
Disponemos de buena información sobre la realeza zulú (aunque és ta
estuvo influida por Estados europeos más avanzados). Un hombre notable de
la rama mtetwa del pueblo ngoni, Dingiswayo, quedóElegido jefe tras haber
aprendido técnicas militares europeas más
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avanzadas. Creó regimientos disciplinados y adquirió la jefatura suprema en
todo el nordeste de Natal. Su jefe militar era Shaka, del pueblo zulú. A la
muerte de Dingiswayo, Shaka se hizo elegir jefe supremo, infligió repetidas
derrotas a los pueblos circundantes y recibió la sumisión de los que se
quedaron. Después topó con el Imperio Británico, que lo aplastó. Pero su
imperio no podría haber durado. Siguió siendo una estructura federal en la
cual el centro carecía de recursos autónomos de poder sobre sus clientes.
En las zonas donde los imperios colonlales modernos encontraron grandes
jefes como Shaka, hallaron dos nivEles de autoridad. Por debajo de cada
Shaka había jefes menores. En Africa oriental, Fallers (1956) y Mair (1977:
141 a 160) han documentado ampllamente esos jefes "clientes». Cada jefe
cliente era una réplica de sus superiores. Cuando los británicos entraron en
Uganda, delegaron la autoridad adminitrativa primero en 783 y después en
1.000 jefes. Ahora bien, por una parte, esto equivale a un espacio de poder
para el enérgico aspirante a monarca: se pueden enfrentar a una localidad
contra otra, a un cliente contra otro, a un cian contra una aldea, a jefes,
ancianos, hombres grandes, etc., contra el pueblo. En estas luchas
multisectoriales y descentralizadas es donde el jefe puede explotar su
centralidado Pero, por otra parte, los jefes clientes pueden hacer el mismo
juego. EL monarca ha de llevados a la corte, ha de ejercer el control personal
sobre ellos. Pero entonces también ellos adquieren la ventaja de la
centralización. No es una forma de avanzar hacia las instituciones del Estado,
sino hacia un ciclo inacabable de intrigantes aspirantes a jefes, a la aparición
de un déspota formidable y al derrumbamiento de su «imperio» o el de su
hijo frente a una rebElión de jefes intrigantes. La elección entre redes de
autoridad socavó la aparición de la jaula social representada por la
civilización, la estratificación y el Estado.
Este ciclo constituye un ejemplo de la variante de parentesco extendido de
la sociedad de rangos. Un segundo ciclo sería característico de la variante de
la aldea: hacia una autoridad central mayor con la capacidad de administrar,
en su momento cumbre, estructuras del tipo de Stonehenge, después de una
sobreextensión y una fragmentación hacia unidades famillares más
descentralizadas. Quizá lo más frecuente fuera un tipo mixto, donde se
mezciaban la aldea y El parentesco y donde la dinámica de su mezcia se
sumara a la dinámica jerárquica. Un ejemplo de ello serían los sistemas
políticos de Birmanla, descritos por Leach (1954), en los cuales coexisten y
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oscilan sistemas políticos locales jerárquicos e igualitarios, cuya presencia e
influencia impide que un solo tipo de estratificación pase a quedar totalmente
institucionalizado.
Es posible que los Shaka y los Jerónimo fueran las personalidades
dominantes de la prehistoria. Pero no fundaron Estados ni sistemas de
estratificación. Carecían de recursos suficientes para enjaular. En el próximo
capítulo veremos que donde aparecieron esos recursos, fue resultado de
conjuntos de circunstancias locales. No se produjo ninguna evolución social
general más allá de /as sociedades de rangos de /as primeras sociedades
neo/íticas sedentarias. Ahora debemos pasar a la historia local.
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Glossário de Notas:
Página 28
Nota: 1 Giddens (1981) tarnbién distingue cuatro tipos de institución de
poder: órdenes/modos simbólicos de discurso, instituciones económicas,
derecho/modos de sanción/represión e instituciones políticas.
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Nota: 2 En adelante, utilizaré El término modo de producción como
abrevlatura de «modo de producción, distribución, intercambio y consumo».
Con ello no implico que la producción tenga primacía sobre otras esferas.
Página 71
Nota: 1 Véanse comentarios sobre esas cifras en Steward, 1963: 122 a
150; Fried, 1967: 154 a 174; Lee y De Vore, 1968, y Wobst, 1874.