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Historia de Roma (tercera parte)
Universidad de Buenos Aires
Facultad de Filosofía y Letras
Departamento de Lenguas y Literaturas Clásicas
LENGUA Y CULTURA LATINAS I
Cátedra Prof. Alicia Schniebs
1r. cuatrimestre 2003
HISTORIA DE ROMA
de la fundación al asesinato de César
Tercera parte:
De la caída de la oligarquía al asesinato de César
Síntesis elaborada por la Prof. Marcela Nasta
sobre la base de:
Fraschini, A. Historia de Roma. Bs. As., Ediciones Jano, s/f.
Siglo I a.C. (Continuación)
Sucesos posteriores a la muerte de Sila y caída de la oligarquía: 78 – 70 a.C.
Las medidas de Sila no podrían mantenerse mucho tiempo tras la muerte del dictador,
toda vez que las mismas favorecían claramente al régimen aristocrático combatido desde hacía
50 años por los revolucionarios, y se apoyaban en los militares, siempre dispuestos a venderse
a quienes mejor quisieran utilizar su poder.
Por otro lado, los capitalistas, privados de una gran parte de sus ingresos; el orden
ecuestre, humillado por la Leges Corneliae; los libertos, a quienes se les quitó el derecho de
ciudadanía; la plebe romana, que se había visto privada del aprovisionamiento gratuito de trigo;
los proscriptos empobrecidos; los itálicos, expropiados por la entrega de tierra a los veteranos,
todos ellos formaban grupos descontentos listos para desbaratar la constitución aristocrática.
Frente a esto, la oligarquía gobernante sólo contaba con dos personalidades a la altura
de las circunstancias: el ya mencionado Pompeyo el Grande, yerno de Sila y destacado general
de la dictadura, y Marco Licinio Craso, el capitalista más rico de la época, quien consideró que
era hora de utilizar su poder.
En este contexto, se destacan dos acontecimientos en los cuales se destacaron
Pompeyo y Craso: la guerra de España y la sublevación de los esclavos.
La guerra de España: 78 – 71 a.C.
Sertorio, antiguo gobernador de España, jefe del partido democrático y después de Sila,
se encontraba en la lucha contra Cecilio Metelo Pio, gobernador instituido por aquél. Apoyado
por los lusitanos y rodeado de una tropa de demócratas perseguidos, con quienes formó una
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Historia de Roma (tercera parte)
especie de Senado, Sertorio se presentó como legítima autoridad de la República y construyó
un poder considerable.
La guerra entre Sertorio y Metelo era un problema principal para el gobierno de Roma.
Metelo no logró nada decisivo, y entonces el mando de la guerra fue transferido a Pompeyo,
que contaba con la simpatía del Senado. Durante largo tiempo, la habilidad estratégica de
Sertorio impidió el encuentro de Metelo y Pompeyo, pero finalmente Sertorio fue derrotado por
Pompeyo, en el 71 a.C.
La sublevación de los esclavos: 73 – 71 a.C.
Esta sublevación se inició en una escuela de gladiadores de Capua, cuando de ella
escaparon los esclavos que allí eran entrenados. Estos esclavos, al mando de un tracio llamado
Espartaco, ocuparon las faldas del Vesubio con posiciones tan fortificadas que los ejércitos
romanos tuvieron que retirarse con grandes pérdidas. La sublevación se extendió por toda la
península y la lucha fue tan encarnizada que Italia quedó completamente devastada. Marco
Licinio Craso fue encargado del mando de la guerra, pero a pesar de su pericia militar no logró
un inmediato éxito sobre Espartaco. El fracaso de la sublevación se debió, más bien, a
discrepancias surgidas entre los esclavos, toda vez que las mismas provocaron una división
que facilitó el triunfo del disciplinado y monolítico ejército romano. Espartaco fue muerto en
Apulia, otros grupos de esclavos fueron aniquilados y una última tropa, que intentó salvar los
pasos de los Alpes, cayó en manos de Pompeyo, que regresaba de la guerra de España. El
aniquilamiento de esta última tropa sirvió a Pompeyo para jactarse de haber puesto fin a la
sublevación de Espartaco.
Pompeyo, el favorito de Sila, y Craso, el hombre que debía su enorme fortuna a las
proscripciones del dictador, se unieron para dar fin a la Constitución por él establecida. En
efecto, de regreso de sus campañas, Pompeyo y Craso se unieron al partido democrático y,
elegidos cónsules en el 70 a.C., restauraron la Constitución de los Gracos. El tribunado fue
restituido a su antigua extensión, se recreó la censura, y los jurados de los tribunales se
eligieron nuevamente entre el orden ecuestre. Además, este orden se vio favorecido por el
reemplazo de la administración tributaria de las provincias por el antiguo sistema arrendatario.
Los acontecimientos en Oriente y la figura de Pompeyo: 74 – 64 a.C.
En la parte oriental del Mediterráneo, tres adversarios amenazaban a Roma:
1) Mitrídates, rey del Ponto, ya vencido por Sila, pero que no había renunciado a su ambición
ni a su actividad.
Después de la marcha de Sila hubo graves luchas a causa de litigios de fronteras, y sus
resultados fueron tan adversos para Roma que en el 83 a.C. el Senado puso fin a la
segunda guerra contra Mitrídates con la firma de una paz muy poco ventajosa para Roma.
2) Tigranes, rey de Armenia y yerno de Mitrídates.
Tigranes, que deseaba compartir con Mitrídates el dominio de Asia, había extendido sus
conquistas sobre buena parte de la Mesopotamia (ocupada por los partos o persas) y más
allá de Siria, llegando hasta los límites de Egipto. Roma vio con desagrado la creación de
este imperio, ya que los dominios de Tigranes eran limítrofes con los territorios romanos.
3) Los piratas.
Abandonando sus refugios de Creta y Cilicia, los piratas no sólo saqueaban las costas de
Asia y Grecia, sino que llegaban hasta Sicilia y las costas de Italia, amenazando con la
paralización del comercio en todo el Mediterráneo.
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Historia de Roma (tercera parte)
Los enfrentamientos de Roma con estos enemigos se dan de manera más o menos
simultánea, y en todos ellos se destaca la figura de Pompeyo.
Cuando los romanos ocuparon Bitinia, convirtiéndose así en vecinos de su reino,
Mitrídates consideró oportuno reanudar las hostilidades. La tercera guerra contra Mitrídates
comenzó en el 74 a.C. y en el 72 a.C. este rey fue vencido por Lucio Licinio Lúculo, quien
transformó el reino Póntico en provincia romana.
Mitrídates, entonces, buscó refugio en la corte de su yerno Tigranes. Éste, aunque
molesto por la llegada de su suegro, no permitió que fuese entregado a los romanos. Por esta
razón, en el 69 a.C. Lúculo le declaró la guerra, pero esta vez el desarrollo de los
acontecimientos no favoreció a los romanos. Pasados casi dos años de luchas, los soldados de
Lúculo, dominados por las maquinaciones de la aristocracia, rival de su general, le negaron
obediencia. En el 67 a.C. se difundió la noticia de la destitución de Lúculo, lo cual debilitó aún
más las fuerzas romanos. El resultado fue que Mitrídates recuperó su reino y Tigranes recobró
todos sus dominios sin estorbo alguno.
En ese mismo año 67 a.C., los piratas obstaculizaban a tal punto la circulación y el
comercio en el Mediterráneo que las importaciones de trigo se paralizaron y Roma sufrió una
gran falta de víveres y una hambruna terrible. El Senado, entonces, aprobó la petición del
tribuno Gabirio y estableció una dictadura sin precedentes. Un general nombrado por tres años
debía estar autorizado para disponer de todas las cajas públicas y para nombrar él mismo hasta
25 lugartenientes que organizaran las tropas. Esta ley significaba la transformación (aunque
hecha legalmente) de la República en una suerte de monarquía militar. Pompeyo, que ocupó
este nuevo cargo, resolvió el problema con habilidad. En tres meses derrotó a los piratas y
destruyó sus escondites e instaló a los vencidos en colonias, a efectos de incorporarlos en el
entramado social.
Después de estos resultados Pompeyo, por medio de la Lex Manilia ardientemente
defendida por Cicerón, fue nombrado para terminar con la guerra contra Mitrídates.
Pompeyo ingresa en esta guerra en el 66 a.C. y rápidamente derrota a Mitrídates y
Tigranes, tras lo cual se dedica a restablecer el orden en la provincia de Asia. Mitrídates cayó
víctima de querellas familiares y terminó suicidándose. En el 64 a.C. Pompeyo intervino en
Siria, convirtiéndola en provincia romana, a la que incorporó el territorio de Judea. En el 62 a.C.,
al término de su campaña en Oriente, Pompeyo había ensanchado la provincia de Cilicia y
creado cuatro nuevas provincias administrativas (Asia, Bitinia, Siria y Creta) así como varios
principados (entre ellos Armenia, Galatia y Capadocia) que fueron colocados bajo protección de
Roma.
Los acontecimientos en Italia hasta el triunvirato: 70 – 60 a.C.
Los partidos políticos en Roma. Cayo Julio César
Cuando se produce el tránsito de un régimen de gobierno a otro, suele ocurrir que los
partidos políticos existentes van perdiendo su influencia, se transforman y finalmente
desaparecen, para ser reemplazados por nuevas agrupaciones políticas. En Roma persistía aún
la antigua aristocracia, que había sido favorecida por la reacción de Sila. El partido aristocrático,
que vivía de antiguas reminiscencias y anclaba en una ideología perimida, no podía resistir los
embates de un período revolucionario. Pompeyo, supuesto heredero de la reacción de Sila,
obtuvo su gran poder gracias al partido democrático, con el cual transigió. Tanto él como su
amigo Marco Licinio Craso llegaron a ser considerados los jefes del partido popular. Sin
embargo, las corrientes de la vida política desbordaban los partidos antagónicos. Se formaron
entonces sociedades con el fin de organizar la compra de votos en las elecciones.
En este contexto surge la figura de Cayo Julio César, sobrino de la esposa de Mario y
yerno de Cinna. Obligado a ocultarse durante el período de Sila, se consagró a toda clase de
estudios, en particular la retórica, aunque pronto comenzó a destacarse por su elocuencia –de
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Historia de Roma (tercera parte)
la cual se servía para favorecer a la oposición democrática, que recogía la herencia de Mario –.
Su ambición política lo llevó a buscar la amistad de Craso, quien en ausencia de Pompeyo era
el jefe del partido popular.
La conjuración de Catilina. Marco Tulio Cicerón
Entre las asociaciones que tendían a obtener las funciones más elevadas de la
República, se distinguía por su gran actividad la que lideraban Lucio Sergio Catilina y Cneo
Calpurnio Pisón, adversarios de la aristocracia. En el año 64 a.C., ante el inminente regreso de
Pompeyo, este grupo –cuyos candidatos habían sido derrotados en varias elecciones para el
consulado– hizo lo imposible por lograr la elección de Catilina y de Cayo Antonio, individuo
insignificante pero dúctil. Se inicia así la llamada “conjuración de Catilina”, que no fue sino el
intento de este grupo político de obtener influencia y poder en la República.
Los partidarios de Catilina no consiguieron sugerir la elección de ambos candidatos al
pueblo romano, y en el año 63 a.C. sólo resultó triunfador Antonio. Junto con él fue elegido
cónsul Marco Tulio Cicerón quien, aunque pertenecía al orden ecuestre, era por entonces
depositario de las esperanzas de la aristocracia. Como es sabido, Cicerón fue el orador más
brillante de todos los tiempos y uno de los prosistas de estilo más depurado de la literatura
latina. Sin embargo, su capacidad política no estaba a la altura de su elocuencia y sus
orientaciones políticas no eran firmes. Baste notar, por ejemplo, que anteriormente había
defendido las leyes democráticas de Sabino Manilio para elevar a Pompeyo al poder supremo
del Estado, pero luego aceptó el consulado de manos de la aristocracia erigiéndose en su
salvador.
Una de las primeras medidas fue vigilar el club catilinario, cuyas conspiraciones se
habían extendido por Roma y apuntaban incluso a formar un poder militar fuera de la capital. No
obstante, un traidor puso en conocimiento de Cicerón todos los acuerdos tomados por los
partidarios de Catilina en sus reuniones. Así, Cicerón tuvo la satisfacción de que ni estallara la
revolución planeada para el día de la elección al consulado (63 a.C.), ni de que se atentase
contra su vida, ya que Catilina, antes de su partida a Etruria, lo habría suprimido con gusto.
Sin embargo, Cicerón se demoró de un mes en detener a los conspiradores más
significativos, que todavía permanecían en Roma y que pudieron ser encarcelados sobre la
base de las declaraciones de los embajadores de los alóbroges. Todos fueron condenados a
muerte. La sentencia, solicitada por Cicerón y Marco Porcio Catón, y combatida por César, se
ejecutó inmediatamente, en contra de lo estipulado por la Lex de provocatione. La conducta de
los catilinarios sólo se conoce por las acusaciones de Cicerón, en las cuales él mismo se
presenta como salvador de la patria y segundo Rómulo. Comoquiera que sea, lo cierto es que
Cicerón logró la eliminación del grupo opositor. Catilina, cercado al intentar el paso de los
Apeninos hacia el norte de Italia, fue vencido cerca de Pistoria, en una batalla en la cual murió
la mayor parte de sus tropas.
El regreso de Pompeyo
Ya en el otoño del 65 a.C. Pompeyo había enviado desde Asia (cf. supra) a su
lugarteniente Metelo Nepote, para que se hiciera elegir tribuno y abriera así camino a sus
propósitos políticos. Nepote asumió el tribunado en el 63 a.C. y poco tiempo después solicitó la
Pompeyo fuera elegido cónsul para el 61 a.C. y que su ejército permaneciera con él para
terminar la guerra contra Catilina. Las dos peticiones fueron rechazadas por la aristocracia y en
particular por su caudillo, Catón.
En el 62 a.C. Pompeyo desembarca en Brundisio y, conforme a las leyes
constitucionales, despide a su ejército. Al llegar a Roma es recibido con frialdad por todos,
inclusive por César y Craso, líderes del partido democrático, quienes no parecieron tener interés
en defenderlo o en apoyar sus planes.
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Historia de Roma (tercera parte)
El triunvirato: 69 – 53 a.C.
En el año 61 a.C., Pompeyo intentó vanamente vencer mediante peticiones populares la
resistencia aristocrática. Por su parte César, pretor del año 62 a.C., fue nombrado al mismo
tiempo propretor de España. Allí, en una guerra contra los lusitanos, obtuvo importantes triunfos
y los recursos necesarios para la realización de sus planes políticos. Sin embargo, César no se
atrevió a usurpar solo el poder, y entonces concertó un acuerdo con Pompeyo y Craso a efectos
de asumir con ellos el gobierno de la República. Este acuerdo se conoce con el nombre de
primer1 triunvirato.
César, por ser el personaje más significativo de los tres, recibió el consulado en el 59
a.C. Elegido cónsul, hizo votar la mayoría de los decretos de Pompeyo y solicitó que la
República parcelase las tierras de Capua a favor de los veteranos sin recursos o padres de
familia numerosa. Esta petición, sin embargo, no concedía a los veteranos ningún derecho
ilimitado para recibir lotes gratuitos de tierras. La asamblea aprobó la petición, a pesar de la
oposición de la aristocracia cuyos jefes, Catón y Bíbulo, fueron deportados por César. Pompeyo
y Craso fueron elegidos presidentes de la comisión encargada de ejecutar la ley. Con esto,
Pompeyo y Craso se dieron por satisfechos. Al mismo tiempo, Pompeyo estrechó sus lazos con
César casándose con la hija de éste, Julia.
Para asegurarse el poder durante largo tiempo, César hizo que un tribuno adicto
presentara la petición de que se le asignasen durante cinco años las provincias de Galia
Cisalpina y de Iliria, y de que se lo autorizara a realizar levas militares y nombrar generales, con
todo lo cual se erigía como jefe supremo del ejército. Como la asamblea popular accedió a la
petición, el Senado, deseando mostrar su docilidad respecto de César, añadió la provincia de la
Galia Narbonense. Los aristócratas que antes habían hecho frente a Pompeyo quedaron
intimidados ante el triunvirato; también fue vencida la resistencia que encarnaban Catón y
Cicerón –convertido en partidario de la nobleza desde su elevación al consulado–. Catón fue
encargado de confiscar el reino de Chipre, mientras que Cicerón, acusado de la ejecución ilegal
de ciudadanos romanos (referencia al suplicio de los partidarios de Catilina), fue desterrado y
abandonó Roma antes de que se emitiera el dictamen condenatorio (58 a.C.). Después de esto,
César partió hacia las Galias.
César llegó a las Galias, pues, en el 58 a.C. Allí realizó una extraordinaria conquista que
le insumió ocho años de lucha. La adquisición de las Galias fue el dique que impidió la invasión
del territorio romano por los germanos, capaces de derribar de un golpe la cultura latina. Esta
conquista fue, por sus consecuencias, un hecho de enorme trascendencia en la historia de
Roma, toda vez que renovó el envejecido cuerpo de la República y fue la base del
extraordinario poder de César.
Ahora bien: estando César ausente de Roma, Pompeyo esperaba minar la situación de
superioridad que éste ocupaba en el triunvirato. Sin embargo, no tenía un partido adicto. En
efecto, por un lado la aristocracia, contrariada, se mantenía alejada de la política y, por el otro,
los republicanos lo odiaban ya que veían en él al tirano de la época. Quienes dirigían la política
a nivel popular eran partidarios de César. Entre ellos se destaca Clodio, tribuno del 58 a.C.,
gran enemigo de Pompeyo.
En este contexto, Pompeyo decidió levantar el destierro de Cicerón, a fin de obtener el
apoyo de la parte más influyente de los estamentos medios. Cicerón fue repatriado, pero fue en
vano que pusiera toda su elocuencia al servicio de la causa pompeyana. En efecto, la petición
de que se lo nombrara “supremo inspector de la organización de cereales” en todo el Imperio y
de que se le concediera el mando superior del ejército, la armada y todas las clases
provinciales, tropezó con una dura resistencia. Para evitar que Pompeyo adquiriera por segunda
vez el enorme poderío militar que le había concedido en su momento la Lex Gabinia, se creó el
Años más tarde, tras el asesinato de César, se formaría un segundo triunvirato integrado por Octavio, Antonio y
Lépido.
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cargo que deseaba, pero con restricciones. Así, Pompeyo no lograba fortalecer su poder en
Roma, aun estando César en la Galia. Este fracaso se debía por un lado, a que Craso, gracias
a su enorme riqueza, gozaba de grandes simpatías y, por el otro, a que César nunca había
perdido de vista la situación en Roma.
No obstante lo dicho, el acuerdo entre los tres triunviros se renovó en el año 60 a.C.,
porque César, ante la necesidad de prolongar su mando en las Galias, necesitaba también el
auxilio de sus colegas. Según dicho acuerdo, conocido como “acuerdo de Lucca” (nombre de la
localidad donde se realizó), Pompeyo y Craso asumirían el consulado del año 55 a.C. y
después gobernarían por cinco años las provincias de España y Siria respectivamente. César,
por su parte, continuaría durante otros cinco años en la gobernación de la Galia y el fisco
tendría que financiar a las legiones que se hallaban bajo su mando. Estas decisiones entraron
en vigor durante el consulado que ilegalmente se arrogaron Pompeyo y Craso.
En el 54 a.C. Craso llegó, pues, a Siria y encontró esta provincia envuelta en una guerra
que Pompeyo había promovido por una decisión adoptada en cuestiones de frontera entre los
partos y los armenios. Sin embargo, Craso permaneció inactivo el primer año de su mandato,
dedicado a enriquecerse saqueando la provincia. Recién en el 53 a.C. se enfrentaron partos y
romanos, quienes sufrieron una durísima derrota en la batalla de Carras. Unos 10.000 romanos
fueron hechos prisioneros y deportados al interior del reino parto. Las insignias romanas fueron
arrebatadas al ejército y terminaron adornando el palacio de los vencedores. Al regreso, Craso
fue asesinado a traición. A pesar de este fracaso, sin embargo, los romanos no perdieron la
provincia de Siria porque Pacoro, príncipe de los partos, agobiado por las luchas internas, se vio
obligado a hacer la paz y establecer una alianza con los romanos. No obstante ello, la
desaparición de Craso tendría enormes consecuencias en la política interna romana.
Distanciamiento de Pompeyo y César
La tirantez de las relaciones entre Pompeyo y César, disfrazada por el acuerdo de
Lucca, se hizo cada día más evidente después de la muerte de Julia –hija de César y esposa de
Pompeyo– en el 54 a.C. y sobre todo tras la muerte de Craso en el 53 a.C. Roma, minada por
demagogos a sueldo de ambos rivales, era escenario de disturbios anárquicos. En este
contexto, el tribuno Clodio –enemigo de Pompeyo y partidario de César– fue asesinado por
Milón (a quien Cicerón defendió fervientemente). Tras este hecho, y para terminar con los
disturbios, la aristocracia se alió con Pompeyo. En el 52 a.C. Pompeyo fue nombrado por el
Senado consul sine collega, alcanzando así un poder que ya no estaba dispuesto a compartir
con César y que utilizó para presentar varias leyes en contra de él, relativas principalmente al
gobierno de las provincias.
Este enfrentamiento entre César y Pompeyo habría de desembocar inevitablemente en
la guerra civil. Los principales hechos que condujeron a ella fueron los siguientes. Después de
terminada su actuación en las Galias, César necesitaba ser elegido cónsul para hacer aprobar
sus reformas y asegurar a sus veteranos las prometidas donaciones de tierras. Ahora bien, para
ser nombrado cónsul por segunda vez, la ley prescribía un intervalo de diez años. Conforme a
ello, César sólo podría ser electo en el año 48 a.C. pero para entonces los pompeyanos habrían
logrado excluirlo de las elecciones. César logra, pues, el permiso para presentarse como
candidato al consulado estando ausente de Roma, pero también quiere mantener su mando en
la Galia y conservar sus tropas consigo. Pompeyo, por su parte, se opone a que César sea
electo cónsul a menos que abandone su ejército y sus provincias.
Así las cosas, a fines del 50 a.C., una vez conquistada la Galia, César se dirigió a su
provincia del norte de Italia y, a principios del 49 a.C. solicitó que Pompeyo abdicara
definitivamente la gobernación de España (en la que no había estado desde hacía cinco años) y
disolviese su ejército. La respuesta no sólo fue la negativa a esta petición, sino que además se
exigió a César que licenciase inmediatamente sus tropas. César comprendió entonces que ya
no había margen para la negociación y con su ejército atravesó el Rubicón, río que marcaba el
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Historia de Roma (tercera parte)
límite entre las provincias de las Galias y de Italia. Con el cruce del Rubicón comenzó la guerra
civil (49 a.C.).
Triunfo de César, su autocracia y asesinato: 48 – 44 a.C.
Guerras de César contra Pompeyo y sus aliados: 48 – 46 a.C.
La guerra se desarrolló con su suerte variable para ambos contrincantes durante unos
meses, hasta que en junio del 48 a.C. César derrotó a Pompeyo en la célebre batalla de
Farsalia, en Tesalia. Pompeyo se refugió entonces en Egipto, cuyo rey le era deudor del trono,
pero Ptolomeo, confiando en el futuro agradecimiento de César, lo hizo asesinar al
desembarcar en Pelusio.
Poco tiempo después, cuando César llegó a Egipto, se vio envuelto en la contienda
entre Ptolomeo y Cleopatra, que eran a un tiempo esposos y hermanos. César había llegado a
Egipto con muy pocas tropas y su situación se complicó aún más por las desmedidas
contribuciones que exigía a los egipcios. César fue sitiado en el palacio real de Alejandría.
Entonces hizo quemar la flota y los almacenes egipcios, asegurándose por su parte la entrada
de víveres y refuerzos. Con éstos, venció al partido hostil a los romanos, encabezado por
Ptolomeo. Éste murió ahogado en el Nilo, y Cleopatra recibió la corona de Egipto de manos de
César. Acompañada de César, con quien vivió íntimamente, Cleopatra introdujo el sistema
romano en la gobernación del país.
Tras nueve meses de permanencia en Egipto, César marchó a la guerra contra
Farnaces, hijo de Mitrídates, quien había vencido a varios de sus generales. Tras una rápida
campaña (veni, vidi, vici), César derrotó a Farnaces y se adueñó de Asia Menor. Terminada
esta campaña, decidió volver a Roma.
En occidente, la situación le era desfavorable. Los partidarios de Pompeyo disponían de
recursos suficientes para continuar la lucha y disputar la supremacía de César en Dalmacia y
España durante largo tiempo. El núcleo de los pompeyanos, liderados por Cneo y Sexto (hijos
de Pompeyo) y por el republicano Marco Porcio Catón, estaba concentrado en África, donde
recibía el auxilio de Yuba, rey de los númidas.
En Roma, mientras tanto, la situación también era precaria. Marco Antonio, magister
equitum, no supo manejar los conflictos latentes debidos a la escasez de dinero resultante de la
guerra civil. La situación llegó a tal tirantez que las tropas estacionadas en Campania para la
guerra africana, estuvieron a punto de sublevarse porque no se hacían efectivos los pagos
extraordinarios que se les habían prometido.
La llegada de César bastó para distender la situación. César tomó medidas para sanear
la Hacienda, restableció la normalidad mediante elecciones y logró que las tropas rebeldes
volvieran a la obediencia. Acto seguido, y respaldado por estos logros, en el 47 a.C. se embarcó
rumbo a África, donde Catón se había erigido en general supremo de sus adversarios.
Catón y a su aliado Yuba fueron derrotados en la batalla de Tapso, en el 46 a.C. Varios
de los generales pompeyanos murieron en la batalla. El propio Catón, tras abrir a César las
puertas de la ciudad, se suicidó en Útica, afirmando que no quería sobrevivir al fin de la
república romana. César transformó el reino númida en provincia romana y regresó a Roma
donde celebró con toda magnificencia su cuádruple triunfo (Galias, Egipto, Asia Menor y África).
Ahora bien, una pequeña parte del ejército pompeyano, liderada por Cneo y Sexto,
había logrado escapar a España, donde consiguieron el apoyo de los españoles y la adhesión
de varias tropas cesarianas. César se embarcó hacia España a fines del 46 a.C. y en marzo del
45 a.C. venció a sus enemigos en la batalla de Munda. Cneo murió en la batalla, Sexto se
refugió entre los pueblos montañeses adictos a su padre y César, finalmente, quedó como jefe
supremo de todo el Imperio romano.
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Historia de Roma (tercera parte)
El gobierno de César: 46 – 44 a.C.
De regreso en Roma, César acumuló en su persona todo el poder. Se le concedió el
título de imperator como denominación constante, la cual era sinónimo del ejercicio del más alto
poder, el imperium. Además asumió el consulado por diez años y, vitaliciamente, la praefectura
morum, que reunía en sí los cargos de censor, tribuno y sumo sacerdote. Al mismo tiempo,
puso gran énfasis en las manifestaciones externas de su poder mediante el uso de insignias y
del manto purpúreo, la acuñación de monedas, las imágenes públicas, etc.
En cuanto a sus medidas de gobierno, cabe destacar:
1) el mantenimiento de todos los cargos existentes y del régimen electoral, salvo la excepción
de reservarse el derecho de proponer nombramientos;
2) la ampliación de las colonias en territorio italiano y en las provincias en favor de los
veteranos;
3) la implantación de un nuevo sistema de distribución gratuita de cereales que favorecía a los
menesterosos;
4) la sanción de leyes relativas a los arrendamientos, que tendían al mejoramiento de la
situación general tanto en Italia como en las provincias;
5) la concesión del derecho de ciudadanía a los habitantes de las regiones septentrionales del
Po;
6) la sanción de leyes contra la agitación, las asociaciones políticas, la corrupción, la usura, el
lujo y el adulterio;
7) la reforma del calendario, para lo cual consultó al astrónomo alejandrino Sosígenes; el
resultado de esta tarea fue el llamado “Calendario Juliano”, obra de importancia universal;
8) la construcción del Forum Iulii, la Basílica Julia y la Curia Julia;
Para defender las fronteras, César planeó la realización de una campaña contra los
partos, para vengar la derrota de Craso en el 53 a.C. y recuperar las insignias arrebatadas al
ejército romano. Pocos días antes de su partida rumbo a Asia, el destino apresuró el fin del gran
general.
Muerte de César: 15 de marzo del 44 a.C.
A pesar de las medidas de gobierno antes mencionadas, no le faltaron adversarios a
César. Tanto los republicanos seguidores de Catón como los pompeyanos intrigaban
permanentemente contra él, y a ellos se sumaban los cesarianos descontentos, muy propensos
a la conspiración. El Senado, por su parte, estaba irritado tanto por la entrada de numerosos
demócratas como por la restricción de su influencia política. Esto explica que haya sido allí
donde la oposición echó y profundizó sus raíces, y que de su seno haya surgido la conjura que
acabó con la vida de César.
Los jefes de la conjuración fueron D. Bruto Albino y C. Casio Longino, que antes habían
sido partidarios de César. Entre los 60 senadores que participaron del complot figuraba M. Junio
Bruto, sobrino y yerno de Catón de Útica y amigo de Cicerón.
En los idus de marzo (día 15 de ese mes) del 44 a.C. se llevó a cabo el plan del
asesinato antes de comenzar una sesión del Senado que debía realizarse en la Curia de
Pompeyo, en el campo de Marte. Por una curiosa disposición del destino, César expiró ante la
estatua de su gran enemigo. Este asesinato desencadenaría una nueva, larga y sangrienta
guerra civil.
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