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LA SEMILLITA QUE APRENDIO A VOLAR
(Una historia de cómo el teatro por un momento entro a los barrios más
pobres y a través de sus enseñanzas les cambio la vida a más de cien
niños)
Inicio de una semillita
Yo era un semillita, naci alrededor de árboles secos, de cuando en cuando
se caían las hojas y sin despedirnos sabíamos que ese otoño se había llevado un
compañero que no veríamos nunca más. Vivía en una tierra difícil, donde tal vez la
única esperanza era poder regresar
con el corazón latiendo al árbol madre.
Ese era yo.
Un día sin saber cómo ni porque el teatro vino a buscarme, a pintar desde
adentro un mundo que solo poseía ramas secas, el teatro llegó con música,
mascaras, y palabras…tantas palabras que era posible soñar aunque la noche
siguiera siendo peligrosa. El teatro me dio una ventana, como semillita podía
entender que el juego traía un mundo infinito, un mundo seguro, un mundo donde
la realidad podía ser transformada una y otra vez.
Entre danzas descubrí un sueño que tal vez no sabía que podía soñar. El teatro
había aparecido para poder decirle a una semillita que se puede ensayar una y
otra vez, que el error siempre será avance, y que el trabajo duro siempre recibe
un caluroso aplauso. A veces me costaba entender como un Cervantes podía ser
el padre de una lengua, o como Shakespeare decía que estábamos hechos de la
misma materia de los sueños, o como Dionisos había hecho del vino la fiesta de
los griegos.
Conocí el teatro como semillita, encontré el camino de lo quería ser entre telones
viejos y butacas vacías. Cuando regresaba a casa caminando sobre la inestable
noche, tratando de ir despacio y viendo a todos lados para poder permanecer en
el árbol, podía ver todo de forma distinta. El teatro me había dado la posibilidad
de investigar lo que pasaba, de inventar sobre las bases de un mundo que me
rodeaba y que por la rapidez del mismo no acostumbraba a observar, a sentir,
simplemente lo padecía.
Cómo semillita que a veces cantaba, bailaba y actuaba, pensaba una y mil veces
que la ficción era uno de los lugares más seguros del mundo, podía revivir el
abrazo de mi madre, el descubrimiento de América y la llegada del hombre a la
luna, todo en un espacio breve…porque la vida en ese entablado se produce en
ese instante que los maestro llamaban “efímero”, así aprendí el valor de un
minuto.
Entonces llegaba a mi árbol con las ganas de que el tiempo pasara rápido y volver
rápido al teatro, para aprender que las letras cuentan muchas cosas, a saber
que para el hombre todo es posible...”hasta volar”, solo debe imaginarlo porque
estábamos hechos de la misma materia de los sueños. El teatro me hizo entender
que había que salvar al planeta, que había que cuidar los libros, que había que
construir un circo en el corazón si queríamos reír…porque hacíamos teatro para
aprender algo, para hacernos una pregunta que todavía no habíamos inventado.
Yo sé que el teatro apareció para mantenerme vivo, para no dejarme desaparecer
y caer del árbol como una hoja seca de esas que nunca más vuelven aparecer.
Desde semillita supe que no estaría solo, el contacto con el escenario me hizo
entender que la vida fabricada en equipo daba siempre resultados hermosos, que
respetar el lugar y el oficio del otro nos hacia avanzar más rápido, el teatro desde
sus formas colectivas era una hermosa forma de entender que en el mundo todos
éramos únicos y necesarios. Desde mi sueño de semillita pensaba que tal vez si
hiciéramos más teatros, más ficciones, el mundo sería tal vez más seguro, pero
era un sueño de semillita tal vez demasiado grande para ese breve espacio que
suele ser eso que llamábamos teatro
Experiencia como docente
Esa semillita era yo, conocí el teatro de una manera única e inolvidable, ocho
años, vivía en un barrio de la ciudad de caracas y un programa de formación
llamado NAVE (Niños actores de Venezuela) dedicado a presentarles el teatro a
los niños de barriadas populares y con ellos canalizarles un mejor futuro me
reclutó.
Un día ya no era niño, y me tocaba seguir llevando esa bandera. Así que de
alguna forma continué el recorrido para que otras semillitas conocieran el teatro.
La lucha era para que los niños descubrieran un mundo nuevo y suplantaran la
violencia por un juego diferente.
Desde la primera clase dónde era difícil enseñarles el valor de un abrazo hasta la
última donde subimos el telón de una obra llamada “el circo ausente” fue toda una
travesía, pero lo íbamos logrando. Armamos una familia entre los que hacíamos
un grupo de teatro con niños que muchas veces cruzaban una escena de
violencia de calle para poder llegar a la sala donde iban conociendo el teatro.
De a poco me toco ver crecer a un grupo de semillita, no todos fueron actores,
pero todos aprendieron a ser mejores personas, aprendieron que no importa la
edad que siempre hay espacio para jugar, aprendieron sin darse cuenta hasta ser
mejores padres, cosa sorpresiva para un joven docente que apenas acababa de
dejar de ser una semillita.
Algunos deciden mantenerse, seguir el juego hasta sus últimas consecuencias,
porque en el panorama de opciones un telón les dijo que siempre es posible
inventar historias…todas las posibles…y que no existirá nadie para censurarlas
porque el teatro para un niño y también para el adulto es también un arma contra
toda clase de censura.
Recuerdo un adolecente que le di clase cuando era niño y se acerco a uno de mis
talleres de teatro diciéndome:
Profe puedo inscribirme es que todos mis bellos recuerdos de la infancia pasaron
en este lugar
Fue una clave estas palabras para entender que el teatro es un refugio para todos
los sueños, y aunque sea efímero tiene un sector escondido donde los recuerdos
se hacen imborrables aunque estén hechos de la misma materia de los sueños.
El teatro es una herramienta para descubrir mundos, para sanar el alma, para
dejarla crecer como un espacio que no tiene límites, descubrir eso desde la
escuela es saber que construimos ciudadanos indestructibles, ciudadanos con la
posibilidad de amar algo tan simple y grande como la creación de una fantasía .