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Arte Egipcio.
Asignatura: Estilos Arquitectónicos y del Mueble II.
Profesora: Lidia Ferré de Peña.
Alumnas: Carolina Chiesa,
Nadia Cisterna.
Año: 2002.
En el arte egipcio, se reúnen la vivacidad de la vida cotidiana y el sentido de la
eternidad; originalidad y armonía hacen de ésta una civilización extraordinaria.
Los períodos de desarrollo de la civilización y del arte del antiguo Egipto, abarcaron
casi cuarenta siglos. A través de múltiples formas en que se presentó el arte, en épocas y
regiones diversas, tanto en tiempos de gloria y riqueza como en los de crisis política y
económica, son siempre reconocibles una fantasía y un estilo de carácter constante y
perfectamente coherente. De manera que puede hablarse de una unidad fundamental de
espíritu y de imaginación que une las obras más antiguas con las de la era cristiana.
Desde éste período predinástico (desde antes de que el rey Menes unificase Egipto en un
reino) la civilización egipcia florece con un sello inconfundible, caracterizándose por el
culto a los difuntos. A su alrededor gira la mayor parte de las manifestaciones artísticas
y sociales del antiguo Egipto.
Los egipcios conocieron a fondo todas las técnicas y lograron obras maestras en cada
género artístico: de la arquitectura a la escultura, de la pintura a la cerámica y a la
orfebrería. Las obras de arte egipcias se hallan siempre estrechamente ligadas a la vida
de la sociedad, sean monumentos u objetos en función de las actividades religiosa o
civil, sean representaciones fieles de los acontecimientos y ritos del pueblo. Muchas
veces se ha dicho que el arte egipcio expresa el poder del faraón divinizado, las
costumbres de la vida pública y privada, y el paisaje y los ambientes, la flora y la fauna
de la región. De estos elementos resulta singular su mundo poético y sus creaciones
artísticas: el gusto y el respeto por la representación de lo real se unen a la observación
de reglas artísticas que imponen complicados símbolos relacionaos con la religión o con
las dinastías.
La curiosidad y el interés por todas las formas de la vida diaria parecen exaltados en la
representación artística por el pensamiento de la muerte y de la eternidad, que les da una
fuerza excepcional y un carácter casi mágico. Cada gesto, la fisonomía, se toma en su
aspecto más personal y momentáneo, pero al mismo tiempo bloqueados y fijados para
siempre. Desde los objetos de uso común, hallados en las tumbas y en las excavaciones,
hasta las colosales estatuas de los faraones-dioses y los monumentales conjuntos
arquitectónicos, a través de milenios, el arte egipcio ha tenido siempre este carácter de
realidad instantánea y de fantasía fuera del tiempo, unión de lo mutable y lo absoluto.
Desde la prehistoria el pueblo egipcio emprende el camino hacia la realización del
imperio faraónico, hallándonos en los milenios V y IV a. C.
En cuanto al paisaje, un cielo casi azul, una vasta tierra asoleada, un gran río portador
de vida y también de destrucción, una arena caliente capaz de conservar durante un
tiempo increíblemente largo el cuerpo de los difuntos, son los elementos naturales que
rodean al pueblo egipcio desde la época más antigua y que nos ayudan a explicar la
particular formación espiritual de estos hombres, formación de la que derivan también
sus expresiones artísticas. En presencia de dicho paisaje era natural que se sintieran
profundamente interesados y atraídos por la naturaleza y que, contemporáneamente,
frente a tanta grandeza, el sentido misterioso de la divinidad y de la inmortalidad se
hiciera luz en sus mente primitivas. La adoración de la diosa del cielo, del dios Sol, del
dios Nilo, etc, es una prueba de ello. Puede decirse lo mismo del culto a los muertos, al
que dedicaban un cuidado especial y que era debido a la creencia en una misteriosa
continuidad de la vida después de la muerte. Podemos decir, entonces, que es
comprensible cómo, ya durante el neolítico, los egipcios se distinguieran como tipo de
civilización, de los contemporáneos y pueblos vecinos de las otras regiones de África.
Las tumbas eran objeto de extraordinario cuidado desde el neolítico medio, época en
que el cadáver, envuelto en estrechos cueros, era rodeado de dones y ofrendas votivas.
La sepultura se hacía fuera de la aldea y, hacia el V milenio, se comenzó a colocar en
las tumbas, además de vasos decorados, estatuillas de arcilla, de piedra y de marfil que
representaban, sobre todo, imágenes femeninas. Estas, junto con las primitivas sílices
astilladas y algunos utensilios de uso doméstico, son la primeras muestra que han
quedado del arte egipcio. En ellas, además de la perfección rítmica de la línea, resalta la
gran fuerza creadora que las vuelve independientes del sujeto que ha servido de modelo.
Mientras el interés por la naturaleza llevaba a loa egipcios a estudiarla y a repetir sus
aspectos y motivos, el sentido de lo sobrenatural, presente en ellos, los inducía a llevar a
cabo obras que no fueran copia de otra cosa sino que constituyeran una realidad, que
tuvieran vida propia, durable en el tiempo; no querían”representar” sino “crear “, y esto
sucedía tato en la realización de obras grandes como en la fabricación de objetos de
poca importancia.
EGIPTO
Edad Neolítica
5000-3000 a. C. Aproximadamente
Imperio Tinita
3000-2778 a. C. Aproximadamente
Capital :Tinis
Antiguo Imperio
2778-2263 a. C.
Capital: Menfis
I edad media
2263-2040 a. C.
Imperio Medio
2040-1680 a. C
Capital: Tebas
II edad media
1680-1580 a. C.
Nuevo Imperio
1580-1085 a. C.
Capital: Tebas
Baja Época
1085-332 a. C.
(reyes libios, reyes etíopes, renacimiento saíta y dominio persa)
Época Griega
332-30 a. C.
Capital: Alejandría.
predinástico
I-II dinastía
III-VI dinastía
VII-X dinastía
XI-XIV dinastía
XV-XVII dinastía
XVIII-XX dinastía
XXI-XXX dinastía
Tolomeos
El valor de la línea, el equilibrio de la composición y la armonía de los volúmenes,
entendidos en sentido geométrico más que espacial, son los elementos empleados para
alcanzar este resultado de “creación”, lo cual se encuentra demostrado por numerosas
tablillas para cosméticos pertenecientes al período que precedió al imperio, y de las que
hay aún ejemplares en los principales museos de Europa. Al principio eran simples
tablillas de pizarra o piedra calcárea, con una concavidad central donde se preparaba y
molía el cosmético para los ojos. Pero luego se comenzó a decorar la superficie de
alrededor de la concavidad, con gran variedad de temas que constituyen una prueba de
la fantasía y el espíritu de observación de los antiguos egipcios: palmeras, animales del
desierto, monstruos fantásticos alternados con motivos decorativos hallan sitio en la
tablilla según un orden de ritmo y sabiduría artística. Junto a éstas encontramos otras
tablas, las llamadas “de victoria”, porque el tema es comúnmente la exaltación de un rey
y sus hazañas bélicas. En ellas figuraban el botín conquistado, los nombres de las
ciudades vencidas y la imagen del rey que las había dominado.
Con éste tipo de tablas se llega a los umbrales del período protodinástico, es decir, a las
primeras dinastías de soberanos que fundaron el imperio egipcio. La tabla del rey
Narmer, rica en símbolos religiosos relacionados con el culto al soberano, lleva los
signos de la unificación de los dos reinos en que se dividía entonces la región: el del
Alto Egipto (hacia el interior del continente) y el del Bajo Egipto (en el delta del Nilo).
El rey Narmer aparece en diferentes actitudes y sobre su cabeza se encuentran siempre
las coronas de ambos reinos.
Los soberanos de las dinastías tinitas unifican los dos reinos del Alto y Bajo Egipto,
desarrollándose así el arte egipcio.
En la segunda mitad del IV milenio a. C. El nivel social de la población egipcia aparece
ya bastante maduro, como lo demuestran sus primeras expresiones artísticas; y es
natural que se encamine hacia una organización más evolucionada, hacia la realización
de nuevos ideales. Los soberanos del Alto Egipto eran tinitas (de la ciudad de Tinis,
cerca de Abidos). Surgidos de una situación que se presentaba llena de incertidumbres y
posibilidades, estos reyes tinitas se mostraron hábiles y audaces. Lograron imponerse no
sólo con las armas, sino también apoyándose en el sentimiento religioso. Durante un
período que comenzó antes del año 3000 y finalizó alrededor de 2778 a. C. Agregaron a
su reino el del Bajo Egipto, organizaron el culto mediante reglas fijas, establecieron el
modo de escribir y contar y crearon la estructura administrativa. Los egipcios fijaban el
comienzo de su historia en dos dinastías tinitas, y en el soberano Menes, considerado
fundador de la ciudad de Menfis, quisieron ver al fundador de la I dinastía del Imperio
Egipcio.
Además de reunir los cultos bajo el signo de Horus, representado por el halcón, la
monarquía tinita había hecho aparecer a la persona del monarca como sede del espíritu
divino (y el poder absoluto de que el rey disponía parecía una confirmación de su
divinidad). Esto equivalía a dar un sentido ideal a la vida.
Los elementos artísticos se hacen más claros y ordenados, las obras reflejan ese aire solemne,
augusto e inmóvil, que rodearía en la realidad a la persona del emperador para hacerla aparecer en
una luz casi sobrehumana. Pertenece a este período la famosa “lápida del rey Serpiente” (o rey Djet,
nombre que significa serpiente) de dos metros de altura, que hoy se encuentra en el museo del
Louvre. Los relieves que presenta revelan una gran madurez artística, tanto en los detalles como en
el conjunto de la composición. Arriba figura el halcón, símbolo del dios Horus, que indica al rey;
abajo una serpiente, considerada enseña sagrada, con la que siempre se acompañaba la imagen real.
Sobre el fondo se ve el Farao, o sea el palacio real.
Tenemos entonces, en el relieve de la lápida, una primera imagen del palacio del
soberano, considerado sagrado como su persona. Se trata de una construcción de
ladrillos, cuya fachada está rayada por estrías verticales, interrumpidas por aberturas
donde hay columnas que sostienen torres como en una fortaleza. También, las tumbas
de los primeros faraones, cerca de Abidos, tienen el mismo tipo de arquitectura. Las
tumbas para personajes menos importantes son de tipo más simple: en el interior, un
espacio rodeado de algunas celdas, en el exterior, superficies lisas, inclinadas hacia
adentro y arriba, y un techo plano. Esta forma de mesa es conocida por mastaba.
También surgieron edificios tinitas en el Bajo Egipto, cerca de Menis, ciudad ubicada
en el nacimiento del delta.
Con Djoser, fundador de lka III dinastía, la capital de Egipto de traslada a Menfis en
2778 a. C. Desde ese momento comienza el período llamado Antiguo Imperio. Las
tendencias del arte no sufren cambios respecto de la época tinita; sólo se refinan y
perfeccionan. En los objetos, en los relieves y en los grabados descubrimos una armonía
secreta dada por el equilibrio sabio y la simetría de los distintos elementos. El conjunto
resulta de una misteriosa fascinación, que es precisamente el objetivo de los artistas.
Estos, como el pueblo de Egipto, habían hallado en el régimen de los faraones un ideal
en el que creían sinceramente, y ello puede verse en el entusiasmo apasionado con que
lo exaltaban en todas sus obras.
Para construir la tumba de Djoser, en Sakkara, se recurrió a Imhotep, el más grande
arquitecto que la historia de Egipto recuerda; tan célebre para su pueblo que, después de
muerto, fue directamente divinizado. Imhotep se dedicó a la erección del monumento
fúnebre a través de diferentes etapas de trabajo. Sobre la mastaba original, cuadrado,
superpuesto a un pozo de 28 metros, colocó otros mastabas de dimensiones
decrecientes, formándose así una especie de pirámide de cuatro gradas cuya base fue
luego alargada en dos direcciones, lo que le permitía elevarse hasta seis gradas.
El edificio, como las demás construcciones del recinto funerario que lo rodeaban,
demuestra una maravillosa inventiva y se utilizó, por primera vez, la piedra. Esta tumba
ofrecerá el primer asidero para la realización, durante la IV dinastía, de la clásica
pirámide egipcia.
El sentido de la eternidad domina en todas las manifestaciones del arte de la IV y V
dinastías y termina en las pirámides de Gizeh. Con el primer faraón de la IV dinastía,
Snefru, aparece el monumento que representa más que cualquiera otro a Egipto: la
pirámide. Desde entonces, y durante todo el Antiguo Imperio, esta original forma
arquitectónica constituye el tipo ideal de los sepulcros reales. Surgieron en gran
cantidad sobre una faja próxima al desierto occidental, a lo largo de 150 kilómetros, de
sur a norte de Menfis. Las más grande, conocidas precisamente como “Las Grandes
Pirámides”, fueron erigidas por los faraones Keops, Kefrén y Micernio, cerca de la
aldea de Gizeh, próxima a El Cairo.
Las pirámides representan la lógica evolución en el plano técnico y el
perfeccionamiento de la construcción con gradas de Djosert, pero tienen un significado
simbólico y espiritual profundamente diferente. El arte de la III dinastía tenía el
sentimiento de belleza común a todos los hombres: se inspiraba en la maravillosa
diversidad de la naturaleza y variaba las formas para tornar más ligeras las masa, sobre
todo en arquitectura. Las pirámides, por el contrario, por sus inmensas paredes lisas,
suscitan un sentimiento de grandeza impotencia que sobrecoge: las masa son el
elemento principal. Se abandona así cualquier sentimiento que pudiera pasar o cambiar.
El hombre que la hace construir, considerándola de duración ilimitada, podía juzgar
que, de ese modo, conquistaba un poco de eternidad.
En el lado oriental de cada pirámide había apoyado un templo. De éste se descendía por
un corredor cubierto (dromos) hasta el templo inferior que constituía el ingreso.
La zona de Gizeh es toda una necrópolis y también en ella se encuentra un villorrio de
mastabas para los dignatarios, con sus calles bien trazadas que se cruzan en ángulo
recto. La esfinge y las pirámides dominan este paisaje, la mas famosa esfinge es
también la más grande: 20 metros de ancho y 73 de largo; este león acostado con cabeza
de emperador, agrega un sentido misterioso a la grandiosidad de las pirámides vecinas.
El pecho del coloso está cubierto de jeroglíficos.
El régimen del faraón llegaba a sus extremas consecuencias con la VI dinastía. Para
aparecer sobrehumano, divino, único, el faraón instauró un régimen de gobierno donde
la personalidad del individuo no tenía valor alguno; cada súbito debía olvidarse de sí
mismo para sentirse parte de un toso a cuya cabeza se hallaba el faraón. El mismo arte,
como consecuencia, no podía expresarse individualmente; debí limitarse a celebrar la
grandeza del reino y del faraón que lo personificaba y no los sentimientos personales del
artista.
Los egipcios habían tenido desde sus orígenes, como el resto de las poblaciones
africanas, la creencia de que la muerte era sólo un pasaje a otra vida; estaban
convencidos que la inmortalidad era una vida serena y plácida, muy similar a la que se
llevaba en la tierra. De ahí sus inquietudes y precauciones para la sepultura, y la
voluntad de llevar consigo tesoros, imágenes de siervos, cuando no ocurría que se los
sacrificaba en masa para que así acompañasen y pudieran permanecer al servicio de sus
amos. A estas precauciones estaban ligadas las que se denominan “cabezas de
sustitución” halladas en las tumbas y cuya función no se ha logrado establecer, hasta
ahora, de un modo suficientemente satisfactorio. Tal vez sirvieron para guiar el ka,
nombre egipcio que indicaba el espíritu vital del difunto, al reencuentro del propio
cuerpo. Estas cabezas fuera de todo ornamento convencional, muestran claramente la
madurez artística que alcanzó la escultura de este período.
Una de las reglas para representar la persona humana era la “frontalidad”, o sea la
igualdad de las dos partes de la cabeza y del cuerpo respecto de una línea central que va
de la frente a la ingle. Otra regla consistía en repetir una determinada medida en la
cabeza y en el cuerpo. Ejemplos de estas reglas son las estatuas del príncipe Rahotep y
de su mujer Nofret.
Toda la escultura de la IV dinastía muestra que los artistas respetaban con mística
convicción la dirección impuesta por el régimen faraónico, pero sin traicionar las
exigencias del arte, tanto más profundas y complejas. Ejemplo de ello es la estatua de
Kefrén.
Quizás la pintura usada para colorear estatuas y relieves haya sido apenas considerada
un arte en sí, además es un género que no resiste el paso del tiempo. De este lejano
período (la dinastía duró de 2723 a 2563 a. C.) nos han llegado pocos ejemplos de
pinturas. Una famosa reliquia son “las ocas de Medum”, friso que pertenecía a la tumba
de Itet, en Medum, y al que se lo designó de tal manera, en razón del lugar de su
procedencia. Los egipcios se destacaron siempre por su acierto en retratar animales,
dada su innata capacidad realista. A pesar de la estilización y de los colores sin reflejos
ni sombras que llenan espacios precisos, la misma línea vivaz del perfil resalta por el
encuentro de dos superficies, una coloreada y cien definida en el tema, y otra uniforme e
indefinida en el espacio.
Con la V dinastía (2563-2423) la escultura llega a notables resultados. El célebre
“escriba” del Louvre es la obra maestra de la tendencia geométrica: las famosas son las
logradas con volúmenes rigurosamente exactos y geométricos; sin embargo, de este
mismo equilibrio surgen milagrosamente una vitalidad y una naturalidad maravillosas.
En el relieve, arte menos relacionado con lo sagrado y lo celebrativo, los artistas dan
libertad a su fantasía. Inventan nuevas variaciones sobre temas y motivos tradicionales y
se abandonan a la observación de la vida cotidiana, obteniendo obras plenas de gracia.
Así como se multiplican las estatuas de los grandes personajes, se multiplican sus
construcciones. Entre los santuarios, los más notables son los del dios Ra, cuyo culto se
había convertido en religión de estado.
Los faraones proseguían la construcción de las pirámides porque eran éstas las formas
tradicionales de los sepulcros, pero habían perdido el sentido de su verdadero
significado: el sentido de la eternidad. Para confirmar la pérdida, las pirámides de este
período han desaparecido.
Después de un período de crisis el Imperio egipcio resurge en toda su grandeza con la
capital ahora instalada en Tebas. El arte de esta época, que fue llamada Imperio Medio,
se enriquece con una más profunda y compleja humanidad.
Mientras crecían en importancia los dignatarios y los sacerdotes, disminuía la fe en la
divinidad del faraón. La crisis comenzada en la VI dinastía desembocó en una rebelión
popular, en la violencia, en el caos económico y la disolución , de la que surgió un
nuevo Estado. En el largo lapso de 2263-2040 a. C. se sucedieron las dinastías VII,
VIII, IX y X, que reinaron sólo de nombre. El arte tuvo un período de decadencia.
El país fue unificado de nuevo, tras el largo lapso de decadencia del Antiguo Imperio,
por los príncipes de Tebas, del Alto Egipto, que fundaron la XI dinastía (2133-1992 a.
C.). El período de crisis culminó en la victoria definitiva del rey Mentuhotep, en el año
2040 a. C. y comenzó el Imperio Medio o Primer Imperio Tebano. Este rey construyó,
en Deir-el-Bahri, cerca de Tebas, un santuario, con un conjunto de terrazas, patio y
pórticos, adosado a las paredes rocosas y con una pirámide que lo remata. De este
templo proviene la singular estatua del soberano que puede parecer tosca a primera
vista, pero en realidad hace concordar la maciza monumentalidad de las esculturas de
las primeras dinastías, con la vivacidad y el interés por las características personales,
revelados en el período subsiguiente.
El interés del artista se fue apartando de la idea abstracta del faraón divinizado para
fijarse en el hombre común y en sus problemas concretos. El arte del Imperio Medio se
acerca más a la realidad cotidiana y se hace más sensible a los sentimientos humanos;
frecuentemente los personajes retratados en las estatuas revelan una nota de grave y
pensativa humanidad, como el célebre Sesostris III de El Cairo. Algunas imágenes
femeninas tienen vestiduras y expresiones de extraordinaria gracia, como la elegante
portadora de ofrendas. La arquitectura del Imperio Medio es admirable por la sobriedad
de sus estructuras y buen gusto decorativo, como en el templete de Sesostris, en Karnak.
Por segunda vez la solidez del imperio faraónico es minada por una grave crisis política,
pero de ella resultarán, dos siglos más tarde, las nuevas fuerzas pertenecientes a la
XVIII dinastía.
Como sucedió con el Antiguo, también el Imperio Medio tuvo un brusco final.
Mientras en el orden interno, con la XIII dinastía, el gobierno se debilitaba
manifiestamente, en el externo, poblaciones nómadas invadían, saqueaban y destruían el
territorio. Luego del orden se pasó al caos, de la seguridad del futuro a la obscuridad, a
la incertidumbre. Caía el mito faraónico; la población, formada durante siglos en una fe
ciega en el propio soberano, en emplear todas sus energías por el triunfo del faraón y de
Egipto como imperio, como unidad ideal y eterna, se encontraba repentinamente librada
a su propia suerte, sin alguien o algo en quien creer. Este período de crisis parecía
destinado, en principio, a afianzar ese sentimiento de libertad individual, tan preciosos
para el ser humano, que había sido completamente sofocado bajo el régimen faraónico.
En cambio, para enfrentar a los invasores extranjeros, llamados “Hicsos”, se desarrolló
un vigoroso sentimiento nacionalista que permitió al pueblo egipcio expulsarlos,
conducido por los valerosos príncipes de Tebas, que fueron los fundadores de la XVIII
dinastía.
El imperio egipcio renace por segunda vez de sus propias cenizas, y nunca ha aparecido
más espléndido que en la época siguiente a la crisis. Nos encontramos alrededor del año
1580 a. C. Tebas es la capital del Nuevo Imperio, que toma este nombre a partir de la
XVIII dinastía. Se alternan en el trono soberanos que unen a la ambición, el coraje, el
ingenio y el amor a la cultura y al arte. La región que rodea a Tebas se enriquece con
templos inmensos y suntuosos, con tumbas reales de paredes pomposamente decoradas.
La escultura, la pintura y las artes menores alcanzan un virtuosismo y una perfección
estilística que no habían tenido semejante en las épocas precedentes.
De 1511 a 1480 a. C. empuñó firmemente las riendas del imperio egipcio la reina
Hatshepsut, mujer inteligente y de amplia visión, que se preocupó especialmente por
fortificar y embellecer el interior para dar seguridad y comodidad a todo el país. El
nombre de Hatshepsut está ligado al templo que la reina hizo construir en Deir-el-Bahri,
junto a una colina. Es una construcción imponente y armoniosa, embellecida por hileras
de columnas de un gusto que parece casi anticipar las mas hermosas construcciones
griegas. Cada elemento del edificio es atentamente estudiado con el propósito de fundir
la arquitectura con el ambiente natural.
El maravillosos florecimiento arquitectónico continúa con los soberanos siguientes.
Thotmés III, el rey guerrero que con sus armas impuso el dominio egipcio sobre muchas
regiones, eternizó el recuerdo de sus hazañas en el templo de Karnak, dedicado al dios
Amón. Además de decoraciones y relieves que representan escenas de guerra, hay en el
templo inscripciones sobre las paredes que narran las victorias del rey durante las 16
campañas que condujo. A la construcción, iniciada en el Imperio Medio y
sucesivamente desarrollada por los soberanos de la XVIII dinastía, Thotmés agregó
nuevos edificios que conservan las mas bellas cualidades del templo de Deir-el-Bahri:
equilibrio de conjunto, elegancia, sobriedad que modera el lujo, etc. A Amenofis III,
que reinó entre 1408 y 1372 a. C., se debe el templo, de un esplendor sin igual,
dedicado a las tres divinidades: Amón, Mut y Jonsu. Construido en la localidad de
Luxor, no lejos de Karnak, es todo un triunfo de marmóreas columnas desmochadas en
el aire, con una composición y subdivisión de espacios de elegancia inigualable. Del
templo funerario del mismo rey han quedado, aislados, los llamados “Colosos de
Memnón”, dos estatuas gigantescas que dominan la llanura de Tebas con un efecto
singular. Los antiguos los consideraban una maravilla digna de ser vista aunque fuera
menester un viaje largo para ello.
Si existiese una característica común a todos los escultores que trabajaron bajo la
dependencia de los soberanos de la XVIII dinastía ella es el virtuosismo técnico que
demostró en cada una de sus obras. Las esculturas de esta época se valen de todas las
conquistas del arte precedente y revelan la misma dignidad y austeridad que poseían las
figuras de las dinastías IV y V. Pero a estas características tradicionales se agrega la
limpieza y una exactitud en la composición, típicas de toda civilización que ha llegado a
su cima y, como consecuencia, no está lejos de su declinación. A veces, en cambio, el
virtuosismo es sutil de por sí, y la pureza de la forma no responde a exigencia interior
alguna, por lo que la obra es ría; una demostración más de habilidad y nada más. De
muchos soberanos de esta dinastía nos llegan imágenes en el acto de ofrendar o de
rendir un devoto homenaje a la divinidad, entre ellos fueron representados en esa
actitud, Amenofis II, Thotmés III y otros faraones.
Con el Nuevo Imperio también la pintura, que durante as primeras dinastías había sido
descuidada, alcanza un extraordinario desarrollo. Todas las paredes y las bóvedas de las
tumbas están adornadas, y esto responde, sobre todo, a que la piedra blanda, en que eran
excavadas las tumbas en los alrededores de Tebas, no se prestaba a la incisión o al
relieve. Por este motivo la decoración era hecha necesariamente mediante la técnica
pictórica. Las escenas de la vida, que aún hoy encantan al visitante que se interna en la
necrópolis tebana, figuran entre las obras maestras del arte egipcio. Dibujadas con línea
ágil, magistralmente llevada por los artistas, toman vida -en las paredes rocosasimágenes de graciosas y sonrientes muchachas, vivaces figuras de animales, sugestivas
representaciones de dioses y diosas y complicados arabescos hechos con plantas y
flores. Lo que más agrada y sorprende en estas pinturas es el frescor de los episodios
inspirados en los ritos y costumbres de la sociedad egipcia. Escenas de caza, de pesca,
de fiestas con entretenimientos musicales, escenas de sepultura o funciones sagradas,
todo el complicado mundo de la época de los grandes faraones halla su expresión más
verídica y espontánea en esta serie de pinturas sepulcrales que acompaña al difunto en
su paso al más allá, y mantiene en derredor del muerto la atmósfera familiar y los
aspectos más dulces y agradables de la vida.
Con Amenofis IV, la XVIII dinastía atraviesa por una nueva fase que, por el nombre de
su capital, el-Amarna, es llamada amarniana. Esta dejará sus huellas en las siguientes
civilización artística.
En la plenitud de este períodos tan próspero, el hijo de Amenofis III, ya asociado por su
padre al trono y convertido en rey con el nombre de Amenofis IV, advirtió la
inminencia de un peligro de naturaleza esencialmente política. : la creciente influencia
de los sacerdotes de Amón. El templo dedicado a este dios, a su esposa Mut y a su hijo,
la divinidad lunar Jonsu, erigido por Amenofis III, era el centro de la vida nacional.
Amenofis IV previó en este hecho un elemento disgregante que disminuía la fe del
pueblo en los faraones. En consecuencia intentó una reforma religiosa: en primer lugar
procedió a quitar importancia a los templos, considerados sitios de adoración del dios
Amón.
Este rey advirtió además el progresivo materialismo que invadía la vida egipcia y la
paulatina desapareció de los ideales que habían sostenido el Imperio. Comprendió que
el pueblo egipcio, en todas sus clases sociales, se dedicaría a la simple búsqueda del
bienestar y se limitaría a practicar superficialmente la religión perdiendo así cohesión y
vigor.
Hizo construir una nueva capital, a mitad del camino entre el Alto y el Bajo Egipto, y la
llamó Aquetatón (del nombre Atón, el dios sol que debía sustituir a Amón en el culto
oficial. De los edificios que adornaban esta ciudad nada ha quedado, porque habían sido
construidos con materiales que se prestaban a un trabajo rápido pero poco durable. En
cambio, las obras de arte halladas entre las dispersas ruinas de la ciudad, representan un
momento singular y completamente nuevo en la historia del arte egipcio.
Con Amenofis IV, que en honor de Atón quiso llamarse Aquenatón, maduraron las
tendencias latentes en el arte egipcio desde el Imperio Medio. La célebre cabeza de
Nefertiti es un ejemplo de nueva belleza artística. El artista es un observador profundo y
logra no sólo reproducir los rasgos exteriores –o los sentimientos que aparecen en la
expresión del rostro- sino la estructura interna, la armonía de los músculos y de la
osamenta. De la vibración interior, nacida del conjunto de estos elementos armónicos
entre sí, deriva la indudable fascinación de Nefertiti, la sensibilidad de ese retrato movil
y vivo como debía ser el modelo. Otras esculturas, singularmente expresivas en los
rasgos, revelan la madurez alcanzada por el arte de Tell-el-Amarna. Y la armoniosa
dulzura de algunas figuras de princesas y doncellas, la delicada femineidad lograda en el
modelado, la naturalidad y la gracia sin par de las actitudes son toques de elevadísima
calidad entre las más bellas realizaciones del Nuevo Imperio.
Yerno de Aquenatón y Nefertiti, Tutankamón subió al trono a los nueve años y reinó
hasta los dieciocho, cuando una muerte prematura truncó su existencia. Con él, Tebas
vuelve a ser la capital, el culto de Amón resume la supremacía y, al menos en
apariencia, el imperio vuelve a las condiciones anteriores a la edad de Tell-el-Amarna.
La herencia artística de aquella época, breve pero florida y rica en innovaciones, no
podían agotarse en tan breve tiempo. Los testimonios que siguieron constituyen una
prueba. Sensibilidad e inteligencia en la interpretación, delicadeza y habilidad en la
ejecución, caracterizan el arte de las postrimerías de la dinastía XVIII. La elegancia y el
refinamiento se revelan especialmente en las artes menores que, en este período, dejan
auténticas obras maestras de artífices insignes.
Los ejemplos más espléndidos de este arte decorativo, obra de maestros que tal vez no
tienen igual en la historia de todos los tiempos, provienen del tesoro de Tutankamón:
una profusión de oro, marfiles y piedras preciosas. Del sarcófago de Tutankamón,
descubierto por Howard Carter en 1922, surgieron tres féretros: uno exterior de madera,
otro intermedio de madera y láminas de oro y una interior de oro macizo que en la
actualidad se conserva en el museo de El Cairo. En este se hallaba el cadáver
momificado del difunto, con el rostro cubierto por la máscara áurea llena de gemas, que
reproducía sus rasgos. En la pequeña cámara contigua a la del sepulcro estaba el tesoro:
estatuas del rey en distintas actitudes, en gran parte de oro, estatuillas de divinidades,
cofrecillos preciosos, el asiento del soberano y una cantidad de brazaletes y otras joyas.
Es el único tesoro faraónico que ha sido hallado intacto, y esto explica por qué
Tutankamón se ha vuelto el más célebre de todos los faraones. Su nombre se halla
ligado a una edad de esplendor en la que Egipto se adhirió por completo al gusto de la
suntuosidad y pompa típicamente orientales. Y los soberanos que le sucedieron, Ay y
Haremhab, continuaron estas tradiciones. Así, en una atmósfera de fausto y de gloria,
concluyó esta época de la historia y de la civilización egipcia que fue la XVIII dinastía.
Los Ramsés y los Seti de las dinastías XIX y XX son los últimos grandes faraones del
antiguo Egipto. Con ellos la esplendorosa parábola del imperio egipcio comienza ya su
lenta declinación.
Mientras vivió Haremhab, el último soberano de la XVIII dinastía, los más altos cargos
del estado estaban reunidos en las manos de Paramessu, general descendiente de una
familia de oficiales. Este, a la muerte de Haremhab, se convirtió sin oposición alguna en
faraón, con el nombre de Ramsés I. Así se originó la XIX dinastía. Tanto Ramsés I
como sus sucesores inmediatos se mostraron soberanos iluminados, no sólo hábiles sino
geniales políticos, amantes de la cultura y de las artes. En su época, que se llamó “de los
Ramésidas”, se produjo un gran renacimiento arquitectónico al que se debe una serie de
espléndidas construcciones, cuyas estructuras repiten los modelos de las edades
precedentes, pero grandiosamente desarrollados.
Este florecimiento de nuevos edificios corresponde sobre todo al Alto Egipto, es decir, a
la zona sur del país; mientras para dominar mejor las poblaciones limítrofes, la capital
política del reino se había trasladado a Tanis, en el Bajo Egipto, Tebas se mantenía
como el centro cultural y artístico de la nación, y tanto los templos como las
construcciones funerarias se erigían preferentemente en los alrededores de la ciudad.
El interés por las construcciones sagradas en esta época responde a que, a partir de la
XVIII dinastía y como monumento conmemorativo del faraón difunto, el templo es
separado de la tumba propiamente dicha. Aquel constituye un edificio en sí y es
concebido tanto más solemne y fastuoso cuanto que está destinado a honrar no sólo la
memoria del faraón sino a algunos de los principales dioses de la religión egipcia.
Imponente en su estructura y riquísimo en sus decoraciones es el templo de Seti I, en
Abidos. Con Ramsés II son agrandados y completados: el templo nacional dedicado a
Amón, en Karnak, y el de Amón, Mut y Jonsu, en Luxor. En Tebas es erigido el templo
funerario del soberano, conocido con el nombre de Ramesseum. En Abu Simbel, Nubia,
surge el originalísimo edificio sagrado dedicado a varias divinidades, entre las que se
halla el mismo Ramsés II.
El número y la grandeza de los edificios construidos en esta época inducen a considerar
la arquitectura de este período como la más típica y representativa de todo el imperio
egipcio. En realidad no es así, porque las dinastías XIX y XX no tuvieron un espíritu
nuevo que animase las expresiones artísticas, sino que retomaron inteligentemente y
llevaron al más deslumbrante desarrollo todas las fórmulas y modelos de épocas
anteriores, a partir del Imperio Medio. En el Ramesseum y en Abu Simbel encontramos
la profusión de decoraciones, las estructuras elaboradas, los sorprendentes efectos
logrados y las finezas estilísticas típicas de todo período concluyente de una gran
civilización artística. Es el momento que se puede definir como “barroco” y que
indudablemente todavía produce obras de elevada calidad, pero que ya anuncia la
aproximación de una crisis.
A partir de la dinastía XVIII las tumbas reales eran excavadas en la roca, cerca de
Tebas, en el sugestivo Valle de los Reyes. Entre las más grandes y significativas está la
tumba de Seti I, adornada con relieves de diseños finísimos y colores estupendos. Las
tumbas de las dinastías XIX y XX nada tienen que envidiar a las de XVIII. Los artistas
que las pintaron poseían no sólo fantasía libre y vivaz, espíritu de observación y buen
gusto, sino una consumada técnica, una insuperable maestría, fruto de una excelente
educación artística madurada durante siglos. En estos artistas se encuentre tan estilizada
pureza de línea, tanta pulcritud en los dibujos y en la aproximación de los colores, que,
aunque parezca paradójico, resultan fríos a causa de su misma perfección.
No se puede permanecer indiferente ante la genialidad con que ha sido realizada, por
ejemplo, la composición de las escenas en la tumba de Ramsés VI (XX dinastía. El
largo cuerpo de Nut, la diosa del cielo, encuadra la escena de la navegación nocturna del
sol; el vivo contraste de las tintas aumenta sabiamente el sentido mágico de la escena.
La habilidad decorativa de esta escuela pictórica se observa también en muchas obras
menores, como estelas y cofrecillos de madera pintados, sarcófagos con escenas
funerarias representadas en su superficie y objetos varios vivamente coloreados.
En el campo de la escultura notamos una reacción frente a la escuela amarniana, que se
desarrolló en la última fase de la XVIII dinastía. Los escultores vuelven a celebrar a sus
soberanos con las mismas formas de austera grandeza, con la misma perfección de
rasgos que habían caracterizado las imágenes de los faraones del Antiguo Imperio. La
estatua de Ramsés II, en el Museo Egipcio de Turín, revela el equilibrio y la divina
serenidad, atributos inmutables del faraón, pero, en la mirada y en los rasgos, se refleja
una nueva sensibilidad, índice del cambio de los tiempos.
La declinación del imperio egipcio, y del mundo artístico al que dio vida, es como un
espléndido crepúsculo de luz que tarda en desaparecer y donde a veces surgen
deslumbrantes resplandores.
En el siglo XI a. C., con los últimos ramesidas, la unidad del imperio egipcio vacila. La
XXI dinastía, constituida por sacerdotes de Amón, reina en Tebas mientras en el Bajo
Egipto, en Tanis, suben al trono jefes militares de estirpe líbica. Poco después el
imperio vuelve a unirse con Bubastis por capital; pero la solidez es sólo aparente. En el
siglo VIII a. C. los asirios amenazaban la independencia egipcia y sólo a costa de
encarnizadas guerras, una dinastía etíope, la XXV, sube al trono faraónico y logra
imponer su autoridad sobre todo el territorio del Nilo. A ésta sucede la dinastía sática
(de la ciudad de Sais, sobre el delta del Nilo, que se ha convertido en capital); pero los
persas, guiados por Cambises, se hallan a ñas puertas, y en 525 Egipto es conquistado.
El período de dominio persa tendrá fin sólo con las victoriosas campañas de Alejandro
Magno, a cuya muerte se instalará en el trono egipcio la estirpe de los Ptolomeos.
Príncipes de gran visión, sabios y circunspectos, los Ptolomeos supieron devolver a la
atormentada tierra egipcia prosperidad y esplendor, y también los emperadores romanos
que conquistaron Egipto en 30 a. C. supieron gobernar el país con perspicacia y buen
sentido. La mezcla de razas y pueblos diferentes, las múltiples y profundas influencias
de distintas civilizaciones, habían dejado una señal de indeleble en el ánimo y en el arte
egipcios. Desde ese momento se podía hablar de civilización de Egipto, pero no más de
civilización ni de arte faraónicos.
Durante el predominio de los generales libios, los artistas continuaron expresándose
según la mejor tradición del Nuevo Imperio. Las obras de esta época, aunque con
idénticas finalidades, son a menudo de calidad bastante diferente, ya que mientras
muchos se limitaban a meditar sobre las conquistas artísticas precedentes imitando
pasivamente se espíritu y creando, por lo tanto, obras de nivel sólo artesanal, otros, aún
interpretando el pasado, lo animaban con una inspiración sincera. Es el caso del artista a
quien se debe la exquisita escultura que representa a la reina Karomama, de una
perfección estilística tan sensible al claroscuro de la luz y a la esfumación de los tintes,
tan viva y delicada a la vez, que la convierten en una verdadera obra maestra. Con esta
estatua asistimos a los últimos resplandores de este género artístico caracterizado por el
extremo refinamiento de las formas y por la atención al más mínimo detalle de efecto
que durante este período ya se iba extinguiendo.
Como era de esperar, no tarda en producirse una brusca reacción contra el virtuosismo
caligráfico del final del Nuevo Imperio. Bajo los reyes etíopes, que habían soñado llevar
a Egipto a las condiciones de su período áureo, el sentido de la grandeza y de la
simplicidad del arte antiguo reconquistó a los egipcios y originó un nuevo movimiento
artístico. Son testimonio de ello algunas esculturas entre las que figuran las cabeza del
funcionario Mentemhet..
Cuando Psamético, rey de Sais, logró expulsar del territorio egipcio a los etíopes y
mantener a distancia al mismo tiempo a los asirios y a los babilonios, el imperio
reconstituido creó la ilusión de una reconquistada unidad y seguridad que durarían en el
futuro. Después de siglos habían retornado al trono príncipes locales que comprendían
el espíritu y las exigencias de la población. La vida económica del país era floreciente, y
los pueblos enemigos estaban transitoriamente vencidos. El arte podía expresarse
libremente y halló un impulso y una enseñanza en el pasado. Los artistas supieron
captar, con la mayor fidelidad, las fórmulas y modelos del Antiguo y del Medio
Imperio. Pero, mientras el equilibrio geométrico y la abstracta severidad de las formas
habían sido primero el fruto de una exigencia espiritual, ahora representaban una regla,
un canon riguroso. En este carácter está la diferencia sustancial entre el arte saítico y el
del Antiguo Egipto. En el período saíta son muchas también las construcciones
arquitectónicas que embellecen sobre todo la zona septentrional del Nilo; pero
desgraciadamete casi todas se han ido perdiendo con el paso del tiempo, nos queda
como ejemplo un fragmento que representa la fabricación del ungüento de lirios.
La conquista de Egipto por parte de Alejandro el Macedonio tuvo una profunda
repercusión también en el campo del arte. , significó la introducción de una gran
civilización artística, la griega, en el suelo egipcio. El reencuentro dio origen a diversos
géneros de expresiones artísticas: las inspiradas en el arte griego, las de estilo mixto y
las ligadas a la tradición egipcia. Los Ptolomeos, últimos faraones egipcios,
favorecieron en toda forma el desarrollo artístico durante su reinado. Por todas partes
surgieron templos y monumentos, con el agregado de una decoración riquísima y
exuberante sobre las estructuras tradicionales de la arquitectura egipcia. Entre las
construcciones más hermosa encontramos: el templo de Horus y el de Kom-Ombo. Las
influencias griegas y de otras civilizaciones del Mediterráneo con las que se había
relacionado, no afectaron la esencia de la tradición egipcia; más bien la enriquecieron
con nuevos matices. La producción estatuaria absorbió la sensación de luminosidad y
delicadeza propias de la escultura griega, y de esa manera las severas estatuas de los
últimos faraones parecen ennoblecerse. Luego también cambió el espíritu egipcio, en
virtud del prolongado contacto con diferentes civilizaciones. Convertido en provincia
romana, este país tan cargado de años y de pesadas glorias olvidará la época de
esplendor de sus faraones, para encaminarse lentamente hacia otro destino.
A modo de resumen veremos las características principales de la época, en cuanto a las
expresiones artísticas:
MOBILIARIO: se acostumbraba colocar el mobiliario en la tumba, junto al sarcófago
del difunto, los objetos que utilizaba en su vida cotidiana. Estos muebles egipcios que se
han logrado conservar y que nos llegan hasta nuestros tiempos, se han colocado en los
museos más importantes de Europa (M. de Turín, British Museum de Londres, M
Egipcio de Berlín, etc.; pero sobre todo en el museo de El Cairo.
En cuanto a las características de estos muebles, eran cómodos y elegantes, la
ostentación estaba moderada por un innato sentido estético, el equilibrio entre
refinamiento y suntuosidad fue posible porque el artesanado egipcio se valía de artífices
de primer orden. A los egipcios les preocupaban los ensamblajes complejos con
refuerzos a base de enclavijados con pequeños cilindros de madera dura, con uniones de
caja y espiga y con el sistema de cola de milano. Este mobiliario eran muy variados y
rico, no se sentaban en el suelo (según el uso oriental), no se conformaban con esteras,
alfombras y cojines; preferían los escabeles, de los que han llegado muchos ejemplares.
Tenían formas simples, cúbicas con patas verticales, carentes de respalde o con un
pequeño apoyo no más alto de 20 cm. A veces con patas cruzadas en forma de tijera
(necesidad de asiento plegable), las estructuras eran simples, las maderas valiosas que
compensan aquellas estructuras, y el trabajo era esmerado. A veces las patas terminan
en forma de cabeza de anade.
En cuanto a las sillas, el respaldo era algo inclinado hacia atrás, casi siempre se
encuentra muy decorado con pinturas, incrustaciones, calados, etc.; las patas verticales
tienen garras de león y las posteriores se prolongan verticalmente hasta alcanzar la parte
superior del respaldo inclinado, con el fin de proporcionar la máxima solidez a la silla;
el asiento era de dos tipos: plano con tiras de cuero entrelazadas, o cóncavo de madera
(la concavidad era doble para albergar un almohadón que al insertarse no podía resbalar.
El mueble está estrechamente unido con el estilo de sus monumentos, presenta la misma
sucesión de florecimiento y decadencia. Los lechos tenían soportes de pies de león, toro,
chacal; la cabecera estaba formada por la testa de dichos animales; los sillones, las
sillas, los taburetes, estaban ornamentados con garras o patas de animales revestidos de
colores brillantes. Los pies de algunas sillas plegables seguían las líneas de la cola y del
cuello de cisne, también había sillones de madera de cedro con incrustaciones de marfil
y de ébano, con asiento de junco sólidamente trenzado. Alfombrillas y tapices de
colores y a veces revestían los asientos de estos muebles o cubrían el pavimento de las
habitaciones. Mesas redondas, mesitas de juego, cajas de diferentes tamaños respondían
al esplendor del resto del mueblaje. Los objetos de tocador trabajados en bronce, hueso,
madera y su decoración en flores, figuras de animales o humanos, así como vasos
preciosos revestidos de esmalte, eran el complemento del lujo interior que desplegaban
los faraones y los dignatarios.
El estilo de los muebles demuestra la originalidad del arte egipcio, su apoyo en la
naturaleza y la constitución hierática que lo regía. Se observa además un buen
tratamiento del color.
Favorece a la buena conservación de los elementos la sequedad del clima.
Podemos encontrar también trípodes, bancos, tronos, taburetillos de tijera; y otros
materiales, además de los dichos, para tracear muebles son huesos, marfil de
hipopótamo, a veces se tejían los asientos, etc.
Algunos cofrecillos pequeños se hacían de madera de sicomoro y de acacia, los cuales
se supone servían de joyeros.
Las camas eran de líneas horizontales y la cabecera a veces era curvada.
Aunque el mobiliario fúnebre fue hecho de piedra, lo mismo que el moblaje ritual
(mesas para ofrendas hechas en alabastro, piedra calcárea, granito rojo, basalto y
serpentina), y los ataúdes y cajas de momia, no pueden ser considerados verdaderos
muebles pero debe destacarse que fueron obra de los carpinteros y ebanistas que
también fabricaron los muebles; éstos trabajos muestran la perfección a la que llegaron
en este arte.
MÚSICA: la música vocal e instrumental tuvo para los egipcios una excepcional
importancia, ya que asociaban un instrumento a la figura de cada uno de sus dioses.
Estaba presente en todos los momentos religiosos y tenía un carácter mágico,
relacionado con el sistema de estrellas y planetas. Los sacerdotes invocaban a la
divinidad con sus cantos, acompañándose de los instrumentos, símbolos de poder.
La música profana también tuvo gran desarrollo, había cantores, instrumentistas y
danzantes que habían recibido formación en escuelas apropiadas.
Hay numerosas representaciones en las que la música aparece asociada a
acontecimientos de carácter militar.
ARQUITECTURA: - religiosa: pintura mural con escenas de la vida religiosa;
glorificación de los dioses y del faraón.
- real: del faraón; monumental: templos funerarios (suntuosas
tumbas, relieves policromados), variedad de columnas y fustes decorados con figuras
en relieve ; pirámides.
ESCULTURA: - ligada a la arquitectura funeraria
- fuerza extensiva
- estatuaria monumental
- estatuas de personajes privados
- retratos
- estatuas reales
- naturalismo
- tipos: individuales, grupos familiares,
pseudogrupos.
triadas
reales,
PINTURA: cánones: - cuerpo femenino en amarillo claro o rosa
- cuerpo femenino en rojo oscuro
- fondos blancos y/o amarillos
- figura dibujada como si fuese contemplada desde diferentes
puntos de vista, esto trae como resultado: equilibrio y armonía
- rostro de perfil, ojo de frente, tronco frontal desde los
hombros hasta las caderas (que son en ¾) y piernas de perfil
- ritmo y movimiento
- simetría de la composición
- jerarquía en la representación
- naturalismo exagerado (Amenofis IV).
ARTES MENORES: se han conservado sobre todo cerámicas, joyas y muebles, un
notable número de objetos en piedra dura y en alabastro. En el Imperio Antiguo existe
una gran producción de vasos de todas las formas y dimensiones, sobre todo en
alabastro. Ya en tiempos predinásticos, los artesanos habían realizado vasos en piedras
de gran dureza. El alabastro sustituyó a las piedras duras y tuvo gran difusión porque se
podía trabajar con facilidad. La técnica del oro laminado aplicado a los muebles de
madera fue tratada con maestría.
Durante la XII dinastía se introducen en las artes decorativas nuevas técnicas a causa de
la influencia extranjera, en particular de Creta y de la costa del Próximo Oriente.
Espejos de bronce pulido, con mango en forma de flor de papiro, collares y pectorales
en oro granulado con incrustaciones en pastas de vidrio y piedras preciosas, se sitúan
entre los productos más indicativos de la madurez conseguida en el trabajo de los
metales.
Otro arte que tiene un particular desarrollo en el Imperio Medio es el de la cerámica,
con el característico esmalte azul turquesa. Las copas y las figuras de hipopótamo
decoradas con flores azules sobre esmalte turquesa son típicas de las XI y XII dinastías.
Durante el Imperio Nuevo se puede hacer una reseña de los objetos hallados en la tumba
de Tutankamón, con sus vasos canopes, los cofres pintados con las joyas y el
guardarropa del rey, la máscara de oro del faraón, los vasos de alabastro y piedra dura.
En cuanto al mobiliario, los tres lechos del rey son de madera labrada y dorada con
representaciones de las diosas protectoras. La cama es uno de los muebles más
importantes de la casa egipcia, de la que constituye en un cierto sentido su emblema,
representando el reposo y refugio por antonomasia. Desde las primeras dinastías se
encuentran lechos incrustados con marfil. El dosel era alto, con las patas a modo de pata
de animal, de león o de buey, y la parte superior decorada con cabezas de animales
recortadas y estilizadas. La silla, con o sin respaldo, copia el esquema de la cama sobre
todo en las patas, también en forma de animal. Desde la V dinastía se añade a menudo
al sillón un dorsal recto o curvo, no muy alto y siempre más bien rígido. En el Imperio
Medio, el respaldo se curva hacia atrás y se rebaja.
La cerámica tiene sobre todo su expresión en la fabricación de figuras funerarias en
miniatura, esmaltadas en azul y verde, destinadas a sustituir al difunto en los trabajos
más ingratos del más allá, y que a menudo llevan inscripciones.
BIBLIOGRAFÍA
Arte Rama I, Panorama Histórico del Arte, Enciclopedia de las Artes, Editorial Codees
S.A., Buenos Aires, 1989.
Historia del Arte, Editorial Norma S.A., Buenos Aires, 1998.
Enciclopedia Temática Océano, Editorial Océano (Emege Industrias Gráficas),
Barcelona, España.
Como reconocer el arte egipcio, G. Lise, Barcelona, España, 1980.