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D0SS1ER INFORMATIVO: El epicureísmo 1. Epicuro y su mundo: El Helenismo Epicuro nace en el año 341 antes de Jesucristo, en Atenas según unos, en Samos según otros. Han pasado seis años desde la muerte de Platón, y Aristóteles es el preceptor de Alejandro, hijo de Filipo, rey de Macedonia. Sin embargo, el mundo en el que va a vivir y que va a intentar explicar Epicuro es muy distinto del de los grandes filósofos anteriores. Platón y Aristóteles vivieron en un mundo que se reducía al marco de la Polis. El hombre griego, el ateniense, era consciente de pertenecer a una cultura determinada, de tener un espacio físico delimitado por unas murallas, de hablar un mismo idioma, en fin, era consciente de ser un ciudadano y como tal se sentía obligado a participar en ese microcosmos que era la Polis. Quizá por esta inserción tan perfecta, por esta armonía entre lo social y lo individual, la filosofía de Platón fue ante todo una filosofía política; la Academia tenía como misión formar esos filósofos gobernantes que nos describe en la República, únicos capaces de salvar la situación de crisis del siglo IV. Aristóteles fue el último gran defensor de la democracia ateniense y su preocupación por la estructura social de su mundo aparece reflejada en la Etica a Nicómaco y en la Política. Este mundo cultural, que conoció el siglo de oro de Pericles, que vivió con optimismo y con esperanza la crisis del siglo iv, se va a derrumbar definitivamente cuando Filipo de Macedonia conquista Atenas, cuando Atenas pierde su hegemonía y su independencia. El hombre griego deja de ser ciudadano de una Polis para convertirse en otra cosa, en un hombre solo, individual, desarraigado, que ya no tiene la posibilidad de participar en la construcción de su mundo político, social y cultural. De la Polis al Estado Este período histórico e ideológico que comienza con la derrota del Imperio persa por Alejandro recibe el nombre de Helenismo. El final del Helenismo puede fecharse en el siglo II antes de Jesucristo, cuando los estados helénicos pasan a formar parte del Imperio Romano, pero el Helenismo como movimiento cultural y como forma de ver el mundo continuó impregnando la vida y la cultura romana hasta el siglo II después de Jesucristo. (Interesante la lectura de Juliano el Apóstata.) Desde el punto de vista político, el Helenismo trató de superar la división entre bárbaros y griegos. Alejandro intentó crear un gran imperio unido por una misma cultura y una misma lengua: la griega. Esta extensión de territorio hizo que se inaugurara, ante la mirada perpleja del viejo ciudadano, una realidad nueva: la Ecumene. La idea cosmopolita, la patria universal, el territorio no limitado, sustituye la vieja organización de la Polis. Esto implica, como veremos más tarde, algo fundamental: la política ya no se desarrolla en el marco de la Polis, ya no sirven las viejas estructuras sociales que habían dado vida a Atenas y brillo a sus hombres. La política es un asunto de Estado, del poder central que gobierna, que 1 estructura una inmensa extensión de tierra habitada. El hombre, como señala Nestle, ya no se siente ciudadano de una Polis, sino ciudadano del mundo, cosmopolita. El proceso había sido preparado por el hundimiento de la Polis en el siglo IV: en lugar de la ciudad-estado apareció el Estado-mundial, y en el del ciudadano nacional, el ciudadano del mundo, el «cosmopolita». (Nestle, W.: Historia del Epicureismo Griego, pág. 242, Ed. Ariel, Sacristán, Barcelona, 1982.) Como consecuencia de esta pérdida de sentido de lo social, de lo político, aparece una nueva concepción del individuo; el hombre autárquico, el hombre solo, auto-suficiente, que considera inútil cualquier preocupación por algo social porque ya no existe la Polis, y por tanto no puede intervenir en los designios de su territorio. Esto hace que aparezca un individualismo incomprensible bajo la estructura social anterior, el hombre no se siente arraigado a ninguna tierra concreta, su patria es cualquier lugar de la Ecumene. Pero a pesar de este individualismo y de la búsqueda de la autosuficiencia, surge un sentimiento de «filia» (que los romanos más tarde llamaron Humanitas: el sentimiento de fraternidad universal). Esto hace que los lazos que antes unían a los hombres griegos, la necesidad y voluntad de una empresa común, la necesidad de la Polis, ahora se sustituye por otro concepto más desterritorializado: el de amistad y filantropía. Todas estas modificaciones en la estructura social y política, y también ideológica, dieron un nuevo giro a la reflexión filosófica. Del nosotros al «yo». Las escuelas filosófica» Desde el punto de vista filosófico seguían existiendo en Atenas las grandes escuelas que habían llegado a su esplendor en el siglo IV, pero surgieron otras nuevas que captaron y explicaron con más fuerza los problemas de este mundo. Los discípulos de Sócrates intentaban explicar la doctrina del maestro falseándola en la mayor parte de los casos: la filosofía de Sócrates surge frente a la petulancia de los sofistas. El sofista es el sabio que pretende formar a la gente rica y, por tanto, capaces de pagar grandes cantidades de dinero por sus lecciones. La ironía socrática muestra que lo que ellos creían un saber, era la más absoluta de las ignorancias, y frente a ellos Sócrates toma como divisa: «conócete a ti mismo». El sentido de esta fórmula no es una invitación a una introspección personal, sino un intento de profundizar en la condición humana. Los pequeños Sócrates contemporáneos a Epicuro falsearon este mensaje: 1. Los megáricos llevaron la duda socrática hasta sus últimas consecuencias. Ya no se trataba de un arma polémica para demostrar la ignorancia de los sofistas, sino un principio fundamental en la filosofía que convertía a ésta en un conjunto de tautologías. 2. Los cirenaicos, con Aristipo, hacen una utilización bien distinta del «conócete a ti mismo». Lo entienden como una invitación para hacer del 2 individuo el único juez de lo que le place o le desplace. 3. Por último, los cínicos, con Antistenes y Diógenes a la cabeza, llevaron la ironía socrática hasta las puertas del sarcasmo y la burla. La ironía se convirtió en un arma de burla, provocación y de escándalo. Y Diógenes iba con una lámpara buscando ese hombre que debía de conocerse a sí mismo y que en ese momento no existía más que en forma de caricatura. La Academia Platónica y el Liceo de Aristóteles siguen siendo centros filosóficos en el mundo ateniense, pero muertos sus creadores caen bajo la dirección de sus discípulos, más interesados en discutir las enseñanzas de sus fundadores que en explicar con la genialidad de los primeros los grandes cambios en el mundo helénico. Por otra parte, la desaparición de la Polis y del ciudadano hace un tanto absurda la reflexión política que había marcado buena parte del trabajo de ambas escuelas. Las nuevas escuelas que surgen en este período helenístico van a abandonar la reflexión social, el nosotros cuenta menos que el «yo», que el individuo. A la vez que hay un abandono de las grandes filosofías teóricas: en una situación de crisis, sin esperanzas, se intenta un saber práctico que permita al individuo ser lo más feliz posible, en cualquier circunstancia: «Tanto en el trono como en las cadenas». Por todo ello aparecen las grandes escuelas Éticas, preocupadas por ese hombre «medida de todas las cosas», que ha sido arrancado de la Polis, de su mundo, y que debe dar un nuevo sentido a su existencia cotidiana, y sobre todo que debe buscar la felicidad, su felicidad, para así escapar del relativismo y de la desesperación. Ante esta situación, dos escuelas contemporáneas y rivales van a intentar dar una respuesta: el Epicureismo y el Estoicismo. Ambas se van a centrar en una preocupación de carácter ético, ambas también consideran que el hombre está en el centro del universo y que es necesario reinsertarlo en su mundo, en la Naturaleza. Para ambas escuelas «vivir de acuerdo con la naturaleza» es un saber y una práctica. Sin embargo, hay profundas diferencias: para los estoicos vivir de acuerdo con la naturaleza significa vivir de acuerdo con el curso del tiempo, expresión de la providencia divina. El sabio estoico permanece impasible ante todo aquello que no depende de él, la salud, la riqueza, la muerte. Exalta la figura del sabio aristócrata en soledad, que se yergue libre e imperturbable ante los golpes de la fortuna. Sin embargo, Epicuro sueña con una vida de acuerdo con la naturaleza, en la que la sensación es tanto el criterio de verdad como el criterio de bondad. El estoicismo fue, utilizando una terminología actual, la ideología dominante que se extendió rápidamente por el mundo romano. Quizá porque los estoicos dieron una gran importancia a la ciencia y a la investigación sobre la física, Cicerón les concede gran importancia cuando afirma: Los estoicos exaltan tanto la física como la lógica, por la importantísima razón de que el hombre, que debe vivir en armonía con la naturaleza, debe partir del conocimiento de todo el universo y de su ordenamiento. Nadie puede llegar al recto juicio sobre el bien y el mal si no comprende toda la ciencia de la naturaleza y el modo de vivir de los dioses, y si no sabe si la naturaleza humana corresponde o no a la del universo. Además, sin un conocimiento de la física, nadie puede 3 apreciar la grandísima importancia de los antiguos preceptos del sabio, que nos aconsejan someternos al tiempo, a Dios, conocernos a nosotros mismos, no hacer nada sin medida. Pero esta ciencia natural estaba más cerca de la superstición que de un conocimiento científico, de ahí que los estoicos representan más un avance en el terreno social que en el de la ciencia. Epicuro, sin embargo, reunido con sus amigos en el Jardín quedó colocado al margen de las grandes ideologías de si; época y también al margen de los grandes pensadores de la Historia. Las razones son muchas, entre ellas, la que sobresale con más fuerza: el Poder intenta callar siempre las voces que desde los márgenes de la institución pretenden liberar al hombre de los miedos y de los prejuicios que le tenían sometido, la libertad pensada de los estoicos no es peligrosa, pero la libertad feliz de Epicuro, la libertad ejercida en la tranquilidad, puede ser revolucionaria. 2 Epicuro en el Jardín Biografía Epicuro nació en el año 341 antes de Jesucristo. En cuanto a su lugar de nacimiento no está claro; unos aseguran que nació en Atenas, otros en Samos, donde sus padres habían emigrado como otros colonos griegos. En cualquier caso, pasó su juventud en la isla de Samos, cerca de Efeso y de Mileto, centros de importante tradición filosófica. La formación filosófica de Epicuro fue muy variada, pues tuvo como maestros a un platónico, a un aristotélico y a un atomista. También parece que siguió cursos de matemáticas (que consideraba totalmente inútiles) y que conoció el Pirronismo. En el año 323 se va a Atenas, allí tuvo contactos con Jenócrates, que dirige la Academia, y con Teofastro, que hablaba en el Liceo. A raíz de la muerte de Alejandro, Pérdicas, su sucesor, expulsa a los colonos atenienses y la familia de Epicuro se refugia en Colofón (Asia Menor). Allí Epicuro se convierte en discípulo de Nausifames, discípulo de Demócrito; después de un periodo de reflexión Epicuro funda una escuela en Lesbos, y en el año 306 se vuelve a Atenas definitivamente. Allí compra un jardín, más bien un pequeño huerto, y se retira con sus amigos y discípulos, viviendo escondido, tranquilo, sin nada que perturbe su vida, insertado en la naturaleza. Muere en el año 270 antes de Jesucristo, a la edad de setenta y un años, después de una enfermedad dolorosa que no consiguió nunca sumirle en la tristeza, como muestra la carta de Idomeceo: «Te escribo esta carta en el bienaventurado último día de mi vida. Mi vientre y mis riñones me producen dolores indecibles. Pero se compensan, por la alegría que siento al acordarme de nuestras discusiones». Diógenes, en su Vida de filósofos ilustres, describe el carácter y la vida de Epicuro y de sus discípulos en el Jardín, recoge el testamento de Epicuro, y muestra la extensión y las críticas de que fue objeto el Epicureismo, sobre todo por parte de Cicerón. Es célebre su descripción del Jardín en términos orgiásticos: «Un Jardín de placer, donde los discípulos languidecen en medio de goces refinados». Sin embargo, Teofastro (botánico y director del Liceo después de Aristóteles), 4 asegura que era un lugar donde crecían puerros, berzas, nabos, remolacha, pepinos, lechugas, hinojos, berros, apio, cebollas, albahaca y perejil. Nada más lejos de ese lugar paradisíaco y orgiástico descrito por Cicerón, este pequeño huerto que proveía de alimento a unos hombres que buscaban una vida sencilla. No obstante, la importancia del Epicureismo fue grande hasta el siglo II después de Jesucristo, debido al maravilloso poema de Lucrecio De rerum natura, dedicado a ensalzar el Epicureismo y a explicar su filosofía. Poco a poco el Epicureismo se disgrega. Será alrededor del siglo XVII cuando comienza una cierta resurrección del Epicureismo, llevada a cabo por los empiristas con motivo de las discusiones con los racionalistas; se vuelve de esta manera al sensualismo y al materialismo de Epicuro en contra del idealismo cartesiano. Hombres como Gassendi, F. Bermier, Hume, Locke y Berkeley serán los primeros en reivindicar la importancia de este filósofo. Más tarde, los utilitaristas como Bentham y Stuart Mili recuerdan el hedonismo moral de Epicuro. Marx, ya en nuestra época, dedicó su tesis doctoral a comparar el materialismo de Demócrito y Epicuro. En cualquier caso, hay que preguntarse por qué un hombre que se contentaba con un vaso de agua y un poco de pan, que vivía de una forma asceta, pudo ser objeto de burdas críticas. J Brume asegura que: «El Epicureismo constituyo el primer intento del mundo occidental para fundar el humanismo universal, ... en el que los hombres son los dueños de su destino y de su saber». (Brume, J.: L’Epicureisme, Pub. Paris, págs. 27-28, 1959.) Sentido de la filosofía de Eplcuro Como hemos mostrado en la «Cronología» y en el «Dossier» 1, las condiciones políticas, económicas, sociales e ideológicas del mundo en que vivió Epicuro, poco tenían que ver con las del siglo V y IV; y el sentido de la reflexión filosófica varió a la vez que la sociedad. «En los años 300 ya nadie pensaba en la justicia, en el deber, en la virtud, en el progreso; éstos no son los valores de un mundo desesperado. Se quería únicamente salvarse, y lo que hay de importante en Epicuro es no proponer, como hacía el cristianismo, una salvación que es una evasión hacia el cielo, sino una empresa terrestre». (Nizan, P.: Les Materilistes de L’Antiquité, París, pág. 14, 1971.) En este mundo de crisis la filosofía no debe ser un «divertimento», un lujo intelectual, una forma de pasar el tiempo o incluso una forma de purificarse. Es una práctica de vida, es un asunto de hoy, urgente y cotidiano, algo importante y fundamental: el hombre total y su felicidad están en juego. Por ello afirma Epicuro que «es vana la palabra del filósofo que no proporciona la felicidad». Las grandes teorías sobre el ser, los discursos socráticos sobre la verdad, la belleza, etc., no tienen ningún valor. Se trata de conseguir ser felices, porque la felicidad es lo que todos añoramos. La filosofía ha de ser un saber para la vida, un saber práctico, que nos ayude a alcanzar la felicidad, la tranquilidad del alma y del cuerpo. Por tanto, si la filosofía es un saber para la vida, se convierte fundamentalmente en una Ética. De ahí, que la reflexión filosófica se convierta en una investigación sobre la 5 conducta del hombre en esta vida. Pero Epicuro da un paso más: se trata de una ética individual. No se trata ya de buscar la felicidad de una sociedad, del conjunto de ciudadanos, no se trata de reglamentar la convivencia de los hombres de la Polis. La Polis ha dejado de ser una realidad viva, y el bien de la sociedad —la justicia— ya no tiene sentido. Ahora aparece el hombre como un ser indefenso, solo ante una situación de crisis y de pérdida de los valores que habían dado sentido a su vida. Así pues, se trata de ser feliz, de buscar la felicidad individualmente; de que cada hombre trate de vivir deliciosamente. Pero sólo alcanzaremos la felicidad si conseguimos desprendernos de los prejuicios, de los tabúes, de las supersticiones, del miedo. Para ello, lo primero que es necesario es rechazar toda cultura, toda educación que nos aleje de la naturaleza, que nos impregna de reglas y moldes. Es necesario desenmascarar la Paideia, la educación de la Grecia clásica, porque la Paideia propaga unos valores que no conducen a la felicidad y que siembran el miedo. Frente a la Paideia, repertorio de ideales y normas de conducta de la sociedad tradicional, está la filosofía entendida como saber práctico que nos conduce a la felicidad, por eso dice Epicuro: «Te considero feliz, porque desprovisto de toda educación, Paideia, te entregastes a la filosofía». Quizá lo más'peligroso de la Paideia es que comunica a los hombres el miedo y les hace vivir en el terror; terror al destino, a los dioses, al más allá, etc. Por eso, Epicuro, cree que es necesario desmitificar esos elementos de la cultura griega, profundamente arraigados en el pueblo —en el caso de los filósofos el problema es otro, como veremos en Platón—. Ahora bien, sólo es posible desterrar el miedo a través de un conocimiento científico de la realidad. Sólo el conocimiento de la naturaleza permite la armonía del hombre con ella y la tranquilidad del alma, pues comprenderemos que la muerte no es más que una ausencia de sensación, que los dioses no se preocupan de los hombres, que los brujos sólo son unos buenos psicólogos. Por todo esto es fundamental para Epicuro la física; esta ciencia adquiere un valor instrumental en la medida en que constituye la base teórica de la Ética. Para ser felices es necesario saber cómo son realmente las cosas, conocer científicamente la naturaleza, así como desprenderemos de miedos propios de los ignorantes. Miedo que, por otra parte, era fomentado por los dirigentes para someter al pueblo. Por ello, Delormé, en su texto Sur les pas de Epicure (Ed. Grand. Siécle, París, 1972) pone de relieve el coraje y el valor de Epicuro a la hora de enfrentarse con la tarea de desmontar y desenmascarar la idolatría que presidía la vida cotidiana de la gente vulgar, que era utilizada como factor de dominación por los sacerdotes y los dirigentes políticos de la época. Con esta actitud crítica sobre el saber y la cultura dominantes, Epicuro enlaza con la más fructífera tradición jónica, con esos primeros filósofos que intentaron descubrir los secretos de la naturaleza sin recurrir a juegos ocultos ni a explicaciones míticas. Por todo ello la filosofía y la ciencia siguen siendo necesarias, pues son las únicas vías que conducen a la felicidad. Y por todo ello también, cualquier edad y cualquier época es buena para filosofar, porque el hombre —joven o viejo— desea ser feliz. Esta invitación a la filosofía con la que comienza la carta de Meneceo fue un género literario bastante frecuente entre los filósofos griegos. En El Propedeútico, obra de juventud de Aristóteles, hay una defensa teórica de la necesidad de filosofar: para afirmar que es inútil filosofar es necesario filosofar, por tanto es útil y necesario. En el Gorgias de Platón hay un momento en el que el sofista Calicles se ríe de Sócrates porque 6 es un hombre viejo y sigue filosofando. Calicles arguye que la filosofía está bien cuando se es joven, pero que cuando se llega a la edad adulta, es necesario ocuparse de asuntos más «serios». La defensa de Sócrates consiste en aplicar la ironía; reconocer la sabiduría de Calicles y su propia ignorancia para, después de un juego de preguntas y respuestas, mostrar a Calicles que el ignorante es él, y que nada más necesario para conocer lo que es el bien y la justicia que la filosofía. Epicuro considera que es necesario filosofar, a cualquier edad, porque sólo la filosofía produce la tranquilidad del espíritu, la salud del alma y, por tanto —y aquí reside la gran diferencia con sus predecesores—, no debe quedarse en una simple teoría, sino que debe ejercerse. En cualquier caso y a pesar de las críticas a la cultura dominante de su época, Epicuro no crea un pensamiento surgido de la nada, sino que recoge aquello que hay de positivo en la tradición anterior. Así pues, vuelve al atomismo de Demócrito y Leucipo, asumirá el hedonismo de Aristipo de Cirene, utilizará el sensualismo aristotélico, comparte con los cínicos y estoicos su rechazo de la política y de alguna manera la «autarquía» como estado ideal es una idea compartida con los escépticos. A pesar de que su filosofía no contenga elementos específicamente originales, como afirma Giraud, es evidente que armoniza todos estos ideales en un sistema nuevo y coherente y del que resultan aportaciones específicas como son: una teoría de los deseos, una cierta génesis del lenguaje y de la moral; una crítica al poder de dominación de los mitos y de la religión, y un sentido tremendamente moderno —casi ecologista— de entender el progreso humano. Obras de Epicuro Diógenes Laercio asegura que Epicuro fue un autor muy prolífero, pero desgraciadamente se han conservado escasas obras suyas. En general, a través de los fragmentos que se conservan, hay que decir que lo primero que choca es el estilo literario. Estamos muy lejos de la Mayeútica socrática, de los largos monólogos, de los diálogos platónicos y del lenguaje preciso y difícil de Aristóteles. No es de extrañar que Epicuro no escribiera diálogos, ni tratados densos y difíciles, sino cartas, máximas. En las cartas «A Herodoto, Meneceo y Pythocles», Epicuro utiliza un tono coloquial, fácil y tierno. Habla a su amigo o a un discípulo y le aconseja sobre la vida o le explica cosas sobre la naturaleza y el hombre. Las máximas son sentencias, como aforismos, fáciles de recordar, son consejos destinados a satisfacer las necesidades de unos interlocutores desconocidos. Como señala Lledó: «Las máximas tienen un peculiar carácter privado. Hablan a un individuo solitario, separado del ámbito colectivo, o al menos del ámbito político ... La máxima introduce en el reducto de una individualidad el núcleo de una solidaridad teórica, no fundada en supuestos ideales "pedagógicos", para construir una Polis perfecta», (Lledó, E.: El Epicureismo, Ed. Montesinos, pág. 55, Barcelona, 1984.) A continuación ofrecemos un esquema del contenido de las tres cartas que se han conservado de Epicuro: la dirigida a.Heredoto, la dirigida a Pythocles y la dirigida a Meneceo. 7 CARTA A HEREDOTO — Introducción: síntesis global. — Principios generales de la física: Nada nace de la nada. El todo es eterno e inmutable. Los cuerpos están formados por átomos. Formas de los átomos. Principios gnoseológicos: Teoría de la percepción; los simulacros y los sentidos; actividad de la mente. Doctrina atómica. Teoría del alma. CARTA A MENECEO Y MÁXIMAS CAPITALES Cualidades y accidentes de los cuerpos. Origen, formas y caracteres de los mundos. Sobre los fenómenos celestes. Conclusión. CARTA A PYTHOCLES — Sentido: puede considerarse como una continuación de la carta a Herodoto. — Expone: su opinión sobre: Astrología. Metereología. Fenómenos celestes. — Situación de la Astronomía Helénica: Reducidos medios. En la Academia y en el Liceo estaba unida a la religión. — Combate: • Las manipulaciones de la Astrología. • El carácter mítico de esta ciencia. — No apuesta por, ninguna teoría determinada pero admite todas las «probables». — Subordina este conocimiento a la Ataraxia. CARTA A MENECEO — Sentido de la filosofía: • Necesidad de la Filosofía. • La filosofía es ética. • Filosofía=Busqueda de la felicidad. — Con respecto a los dioses: • Los dioses existen. • Crítica al antropomorfismo de los dioses. • No hay providencia. — Sobre la muerte: • Definición de la muerte: ausencia de sensaciones. • Lo vano de creer en la inmortalidad. • Contra el suicidio. • Crítica a los escépticos. 8 — Teoría de los deseos: • Clasificación. • Salud del cuerpo. • Ataraxia del alma. — Sobre la felicidad: • El placer es el principio y fin de la vida feliz. • Es el criterio de verdad. • Economía del placer y del dolor. • Definición del placer: * autosuficiencia, * moderación. — Sabiduría y Filosofía: • Sabiduría teórica=Filosofía anterior. • Sabiduría práctica—prudencia. Filosofía. — Definición del Sabio. — Sobre el destino: el mito frente al logos. — Conclusión: «vivirás entre los hombres como un Dios». Además se conservan varios conjuntos de fragmentos: Peri Physeos: Acerca de la naturaleza (37 libros); sólo se conservan unos fragmentos de la biblioteca de Filodemo en Herculano. Máximas capitales: Sentencias relativas a varios temas. Sentencias vaticanas. 3 Epicuro frente a Platón Toda filosofía, toda religión, es el resultado del mundo en que ha surgido. Una cierta «realidad», ya sea social, política, económica o cultural, determina una forma de pensar. El pensamiento —y la filosofía es una forma de pensar lo real— no es algo que surge independientemente de la realidad, el pensador — el filósofo— no es un ser encerrado en una torre de cristal, separado del mundo y ajeno a los problemas de la sociedad en la que vive. La filosofía o es un intento de explicación de la realidad o no es nada. Otra cosa muy distinta es que esa explicación de la realidad se exprese de una forma más o menos abstracta, pero ha de surgir siempre de la vida misma. Por todo esto, creemos que sólo descifrando el mundo en el que vivió y pensó Epicuro podemos entender el porqué de su filosofía, por qué se aparta de unas soluciones ya dadas, por qué recupera otras, en fin, por qué organiza un sistema nuevo (sistema=conjunto de problemas e intento de solución ordenados en un discurso pretendidamente lógico). Desde este punto de vista hemos mostrado cómo la crisis y la desesperanza del siglo ni antes de Jesucristo determinan una preocupación por el hombre concreto y aislado que ha de enfrentarse solo a la vida sin el respaldo de la Polis. Hemos visto también cómo el cambio económico y político determina la búsqueda individual de la felicidad y la necesidad de un saber práctico que nos permita sobrevivir en época de crisis lo más felizmente posible. Ahora bien, si toda filosofía es fruto de su época es necesario añadir también que en cada época el pensamiento de un filósofo pretende ser una crítica, un arma polémica contra algo o alguien, y que este intento de «contestar» el pensamiento del otro, marca profundamente el sentido de su reflexión. Dicho de otro modo, no entenderemos nada de la filosofía de Epicuro si no tenemos 9 presente qué es un arma arrojadiza dirigida contra Platón. Platón supuso una ruptura con el pensamiento jónico y en esta medida se le puede considerar un heterodoxo. Epicuro restaura, frente a Platón, lo mejor de la tradición jónica: los sentidos frente a la razón, la física frente a las matemáticas y la crítica frente al mito y la religión. Lo que está en juego entre Epicuro y Platón no es sólo divergencias y discusiones particulares y concretas, sino dos conceptos distintos del mundo que se legitiman a través de dos Epistemologías diferentes. De la República al Jardín La diferencia de origen social entre ambos filósofos es evidente: Platón descendía de una familia aristocrática que había intervenido directamente en la vida política de Atenas. Epicuro descendía de una familia que tuvo que abandonar Atenas e instalarse como colonos en la isla de Samos. Como ya hemos dicho, su padre fue maestro, profesión poco considerada en Grecia. Pero esta diferencia de origen de clase no es suficiente para explicar las divergencias tan radicales que existen entre ambos filósofos, en lo que concierne a la organización de la sociedad. Platón en la República y en las Leyes expone su modelo de sociedad: tres clases fuertemente estamentadas —guerreros, productores y gobernantes— cada una de ellas con una educación específica para la tarea que deben cumplir en la sociedad. Si cada grupo social cumple con su misión en la sociedad, se realizarán tres virtudes —la fortaleza, la templanza y la prudencia— y el resultado de las tres será una sociedad «justa». Platón se extiende a la hora de describir quiénes deben gobernar la ciudad y cuál debe ser su educación. Ya en la Carta VII Platón afirma que no se acabarán los males del Estado mientras que los filósofos no llegasen al poder, o los gobernantes no se hicieran filósofos. La razón es una consecuencia lógica que se desprende del intelectualismo moral platónico: el conocimiento, la ciencia ha de versar sobre las ideas, el sabio es el que conoce qué es la Belleza, la Justicia, el Bien... y sólo conociendo qué es el Bien se puede ser bueno, sólo conociendo qué es la Justicia se puede ser justo. Por tanto, los filósofos, que son los sabios, los que conocen y contemplan las ideas, son los únicos que pueden gobernar la ciudad de acuerdo a la Justicia. Este elitismo intelectual es característico del pensamiento político de Platón y le lleva a considerar al legislador —filósofo— casi como a un tirano: el legislador es la única autoridad política y espiritual, y la heterodoxia en ambos terrenos debe ser castigada. Epicuro se encuentra muy lejos de esta visión aristocrática de Platón, y la muestra más evidente es el origen social de sus discípulos. Si en la Academia platónica se educaba a los jóvenes atenienses de familias acomodadas para que llegasen a ocupar cargos importantes en el gobierno de la ciudad, en el Jardín se admitía a gente de toda condición, incluso mujeres y esclavos —dos grupos sociales totalmente excluidos de la vida política y cultural de Atenas—. Si para entrar en la Academia era necesario «saber geometría», para entrar en el Jardín sólo se exigía el deseo de llevar una vida tranquila y feliz. Por otra parte, la justicia deja de ser para Epicuro un ideal posible. La sociedad no debe regirse por ese concepto tan abstracto y tan manipulado. Lo que debe 10 unir a los hombres que viven en una comunidad —y el Jardín era una de ellas—, es la amistad. La amistad era un elemento importante de la religión de la sociedad primitiva y es algo innato con la naturaleza humana. Como afirma Farrington, la amistad es la forma de relación de una sociedad pre-política y la Justicia la forma de relación de una sociedad política. En este tema Epicuro se acerca a Aristóteles que en los últimos años de enseñanza en el Liceo y en su texto La Etica a Nicómaco, hace un gran elogio de la amistad como forma de relación entre los hombres. Otro de los puntos de profunda oposición entre Platón y Epicuro es sobre el tema de la religión. Platón en las leyes habla de cuál es la función de la religión en una sociedad ideal. Platón es consciente de que los hombres sabios inventaron la religión para atemorizar y dominar a los demás; él mantenía que era una mentira medicinal. La religión es un bálsamo que hace que los hombres soporten mejor las desgracias y una forma de infundirle esperanzas. Por ello, Platón recomienda que se debe mantener el culto a los dioses del Olimpo, aunque él no crea en esa religión. Epicuro conoce el poder de dominación que lleva implícita la religión y la creencia en los dioses y por ello tratará por todos los medios de liberar a los hombres de toda superstición e histeria religiosa. AI considerar a los hombres como individuos que deben vivir insertados en la naturaleza sin temores, con el alma tranquila y unidos por el sentimiento de la amistad, no sólo no necesita ningún elemento ideológíco-religioso que justifique el dominio de unos sobre otros, sino que le repugna cualquier tipo de discriminación-dominación sobre los hombres. Si tuviésemos que etiquetar el pensamiento filosófico de Epicuro, desde una perspectiva contemporánea, lo definiríamos como un ecologista pacífico y bonachón. Pero es necesario añadir que Epicuro es consciente de que su crítica al pensamiento platónico y a su educación elitista, debe estar fundamentada en una ciencia sistemática que, de alguna manera, dé peso a su crítica ideológica. Por esto, Epicuro dedica buena parte de su reflexión a exponer su epistemología y su concepción del mundo físico. Sensualismo y racionalismo: la Canónica Una de las partes en que se había dividido la filosofía era la lógica. Algunos autores pretenden ver en la Canónica un tratado lógico que complementaría la física y la Etica. Los más recientes comentaristas de Epicuro están de acuerdo en afirmar que la «Canónica» no puede ser entendida como un aparato lógico. Nada tiene que ver con la dialéctica platónica llena de ejercicios intelectuales, de discursos meticulosos y sutiles como las que mantenía Sócrates; nada está más alejado de los intereses de Epicuro que ese constante esfuerzo platónico por arrancarnos del mundo sensible para acercarnos al mundo eidético. Tampoco es un «Organum» al estilo Aristotélico, que trataba lo «general» y cuyos mecanismos silogísticos pretendían ayudar a descubrir las relaciones entre lo particular y lo general, descubriendo los métodos para pasar de uno a otro. Epicuro no tiene ningún interés por los conceptos; lo único que es motivo de su atención son las cosas. Los Epicúreos desprecian la dialéctica y la lógica porque para ellos la Naturaleza es la única realidad. En cualquier caso, Epicuro necesita una teoría del criterio de verdad que ponga las bases del proceso cognoscitivo. La 11 gnoseología de Epicuro parte de una concepción del proceso cognoscitivo sensualista: la sensación es el fundamento de todo proceso de conocimiento, desde los más simples hasta los más abstractos e intelectuales. La sensación hay que entenderla como un contacto con el mundo que nos rodea, con la naturaleza: la sensación es la respuesta de nuestra naturaleza, de nuestro cuerpo, al entrar en contacto con el mundo exterior. La sensación como primer principio del proceso no necesita criterio de verdad, pues todo lo que percibimos es verdad y, por tanto, real, porque es lo mismo afirmar que una cosa es verdad que decir que esa cosa existe. Desde este presupuesto, la sensación es el camino más seguro para conocer la realidad, es el dato por excelencia; los datos recogidos por los sentidos son siempre verdaderos (el error proviene del juicio posterior), pues consiste en que los sentidos recogen las imágenes formados por sutiles átomos que se desprenden de los objetos. Así pues, la sensación no necesita ningún apoyo racional, pues está fundada en la evidencia. Ahora bien, si la sensación es el primer principio del proceso cognoscitivo, no es el único. Epicuro habla de tres más: afecciones, anticipaciones y proyecciones imaginativas. Las afecciones o sentimientos son las impresiones que los sentidos nos causan, son las respuestas del sujeto ante los datos sensibles. Fundamentalmente son dos: el placer y el dolor. La primera se conforma a la naturaleza, la segunda le es extraña. La anticipación o prolepsis (Cicerón habla de Anticipatio y praenotio). Diógenes Laercio define la anticipación de la siguiente forma: «como una aprehensión o como una opinión recta, o como un pensamiento o como una idea general que se encuentra en nosotros». G. Gual la define como «una imagen mental o un concepto general producido por el recuerdo de impresiones repetidas de un mismo objeto». Sin embargo, otros comentaristas de Epicuro prefieren huir del término «concepto» por resultar equívoco en este caso, pues la anticipación nada tiene que ver con el concepto entendido como resultado de un proceso de abstracción; sería la huella que deja en nosotros una sensación repetida. Esta huella es clara y evidente, y permite el conocimiento científico y la comunicación mediante el lenguaje, pues «no podríamos nombrar nada de no haber aprendido antes su imagen a través de la anticipación. Así, las anticipaciones son claras y de evidencia inmediata» (Diogenes, op. cit., X-33). El cuarto concepto de la gnoseología Epicúrea son las proyecciones imaginativas o representaciones estructuradas del pensamiento. Este es uno de los puntos más oscuros de la gnoseología de Epicuro: habla de ellas cinco veces en la carta a Heredoto y en una máxima (XXIV). Sin embargo, las discusiones sobre su significado son muy abundantes. G. Gual la define como «el último momento del proceso cognoscitivo mediante el cual podría la inteligencia inferior proyectar la existencia de algo no atestiguado por los sentidos». En cualquier caso, parece que estas proyecciones intuitivas son las conclusiones a las que llegamos a través de la comprobación de los principios anteriores. Es un proceso de razonamiento a través de los datos de experiencia; por ejemplo, la existencia de los átomos, del vacío o de las cosas no la podemos captar mediante los sentidos, pero tenemos la «idea» de que existen, el vacío debe existir porque vemos que existe el movimiento y la sensación de 12 que las cosas se mueven implica que ha de existir algo que permite el movimiento. Como resumen diremos que esta teoría sensualista del conocimiento se precisa con el materialismo que profesó Epicuro. Sólo después de haber expuesto los conceptos básicos de la física desaparecerá el problema de cómo conjugar el sensualismo con el hecho de admitir la existencia de cosas (átomos, dioses) de los que no tenemos experiencia. Esta teoría del criterio cognoscitivo es una réplica a la gnoseología platónica. Para Platón, heredero de la tradición de Parménides, sólo la razón es fuente de conocimiento cierto, los sentidos no sólo no captan la verdad de la realidad, sino que nos engañan y nos desvían del verdadero saber. Los sentidos sólo pueden captar el mundo sensible, un mundo sujeto al cambio y a la multiplicidad; el resultado es la doxa u opinión que está lejos de construir una episteme, un saber científico y verdadero. Como hemos visto, para Epicuro las cosas son distintas, el hombre es un organismo y los sentidos son los instrumentos por medio de los que el hombre accede al mundo que le rodea. Las facultades actúan sobre los datos de los sentidos, pero no pueden prescindir de ellos. Estas dos concepciones del conocimiento distintas, se apoyan en dos concepciones del cosmos bien distintas. Para Platón el universo es una estructura matemática, para Epicuro el cosmos es un conjunto de átomos (físicos). Frente a la función explicativa que da a las matemáticas Platón, Epicuro propone una teoría física basada en el materialismo atomista. Materialismo e idealismo: la Física El problema que se va a plantear Epicuro en la física es doble: en primer lugar construir una ciencia sobre la naturaleza que fundamente su concepto de «la naturaleza» humana y de la ética, y en segundo lugar «a qué condiciones debe obedecer una ciencia del universo si se quiere que ella elimine toda intervención providencial de los dioses, y cualquier representación angustiosa de la muerte. (Nizan, P.: op. cit., pág. 21.) Actualmente entendemos por física diferentes sistemas de relaciones constantes, cuantificables y necesarias, que constituyen las leyes de la naturaleza. Pero para los griegos, la naturaleza es fundamentalmente un organismo vivo cuya estructura implica la existencia de los dioses. Para los griegos la existencia del cosmos y del hombre supone la existencia de otros seres que estén más allá de la vivienda de éstos. Esta idea pertenece a la tradición griega, e incluso los estoicos, contemporáneos de Epicuro, afirman de una forma todavía más clara que Dios y la Naturaleza son una misma cosa. Epicuro inaugura una perspectiva distinta a la hora de abordar el tema de la Physis, de la Naturaleza: la Naturaleza es una realidad material para cuya explicación no se necesita recurrir a realidades no materiales, a los dioses, Al afirmar el carácter material de la Physis, Epicuro entronca con la mejor tradición de la filosofía jónica y en concreto con el atomismo de Leucipo y Demócrito. El primer principio de esta física es que «nada nace de la nada». Epicuro, como los jónicos, considera un contrasentido ese concepto, que a partir del siglo i de nuestra era va a formar parte de nuestra cultura: el concepto de «creación», hacer surgir algo de la nada. Lucrecio ya utiliza este concepto, aunque considera también, siguiendo a 13 Epicuro, que es absurdo. En su poema de Rerum Natura, afirma que «nada ha sido creado de la nada, o con la intervención de un poder divino». Hay un segundo principio consecuencia del anterior: «El universo está formado de cuerpos y de vacío». La existencia de los cuerpos es un dato que nos dan los sentidos y, por tanto, es evidente, el vacío (espacio o naturaleza intangible) es algo no captado a través de los sentidos pero que debe existir puesto que «vemos» que los cuerpos se mueven, y si se mueven deben hacerlo en un espacio vacío; si todo fuera «lleno» no tendrían sitio para moverse. Los cuerpos que componen el mundo son infinitos y el espacio ilimitado. El mundo, el cosmos (compuesto de lleno y vacío) existe desde siempre, desde la eternidad, y no tiene principio ni fin. El cosmos está formado por una infinitud de átomos. De la combinación de estos átomos nacen los cuerpos. «Entre los cuerpos, unos son compuestos, los otros aquellos a partir de los cuales se hacen los cuerpos» (Diógenes, op. cit., X, 37). El átomo es un corpúsculo indivisible, es el resultado de dividir la materia hasta su parte más pequeña. El átomo es además de indivisible, compacto, sin vacíos ni intervalos, es inmutable (sólo los cuerpos compuestos son susceptibles de cambios producidos por una modificación en alguna de sus partes). Epicuro señala tres propiedades de los átomos: el tamaño, la forma y el peso. El tamaño de un átomo varía entre un máximo y un mínimo, pero en cualquier caso es indivisible. En cuanto a la forma, Epicuro afirma que los átomos son específicos de cada sustancia, la cantidad de formas es incontable, pero es finita. Por último, el peso: esta característica del átomo no aparece en Demócrito y parece una idea propia de Epicuro. El peso del átomo explica los movimientos de caída, pero el peso del átomo varía según su tamaño y su forma, aunque estas variaciones no producen alteraciones en la velocidad de los cuerpos. Los átomos tienen tres tipos de movimiento: el vertical, producto del peso; el choque, que produce un cambio en la dirección del átomo sin variar la velocidad y la declinación. Este último tipo de movimiento es original de Epicuro o, al menos, de uno de sus discípulos. Parece que con él pretendieron romper el determinismo meca-nicista de los atomistas anteriores. Demócrito y Leucipo consideraban que los átomos se unían y se separaban en función de fuerzas ciegas y mecánicas y que, por tanto, no había posibilidad de un resquicio de libertad. El determinismo era absoluto. Epicuro no está dispuesto a renunciar a la libertad, siquiera en el mundo físico, por tanto, introduce este tercer tipo de movimiento. Se llama declinación a un movimiento espontáneo de los átomos que les desvía de la línea de caída, descrita por su peso. Es una especie de libertad mecánica, y como asegura Brun, «una explicación cósmica de la posibilidad de la libertad del hombre; el acto voluntario no es otra cosa más que un efecto de la declinación de los átomos que forman el espíritu». (Brun: L'epicureisme, Puf., pág. 60.) El sentido de estos principios generales que fundan la física de Epicuro es procurar que los hombres dejen de atemorizarse ante los fenómenos naturales, la física de Epicuro no pretende dar una satisfacción intelectual al hombre, sino que pretende explicar cómo conociendo y estudiando la naturaleza desaparecerán esas concepciones míticas y religiosas que tanto atormentan al hombre vulgar. El sentido de la física de Epicuro es, pues, fundar «un mundo sin finalidad, sin providencia, en el que no jueguen más que causas mecánicas 14 y el destino, donde el alma y los dioses son descritos como edificios compuestos por átomos materiales». (P. Nizan, pág. 31.) Un mundo en el que el hombre solitario y libre en medio de seres materiales como él, no tenga nada que temer, un mundo en el que puede dedicarse a buscar la felicidad: la autarquía y la ataraxia. 4 La Etica La Canónica nos ha mostrado las vías de acceso a la realidad, la Física a través de una visión «científica» y materialista de la Naturaleza ha apartado los miedos y el terror a la muerte y a los dioses. Estas dos partes de la filosofía de Epicuro no tienen para el filósofo un interés en sí mismas. Epicuro no es un epistemólogo ni un científico —a pesar de la importancia que tienen ambos saberes— el objetivo de su filosofía es posibilitar la felicidad al hombre. Para fundamentar la Etica le ha sido imprescindible establecer una visión del mundo que destruyera los falsos mitos, pero el objetivo de su filosofía es mostrar la vía real de la sabiduría, el camino que conduce a la felicidad. Al abordar la Etica de Epicuro, saltan a la vista las grandes diferencias existentes con la Etica de Sócrates y de Platón. En general se puede decir que la Etica epicúrea no será una Etica social en la medida en que ya no se cree en la posible solución de los problemas de la Polis. Sócrates nunca se había retirado, ni recomendaba a sus discípulos una vida apartada del contacto de la sociedad. Por el contrario, él enseñaba en la plaza (Agora) y se paseaba por las calles de Atenas dialogando con los jóvenes, los comerciantes, los artesanos, etc. Era en el seno de una sociedad viva en el que el ciudadano debía intentar resolver sus asuntos, asuntos que eran los de la Polis. Platón, siguiendo las huellas de su maestro, intentó dar una solución a los problemas que sufría la Polis de Atenas en el siglo iv. Lejos estaba ya el siglo de Pericles, el gran esplendor de la ciudad, su hegemonía sobre las demás Polis y el florecimiento de las instituciones democráticas: Atenas había perdido la guerra contra Esparta, la democracia ateniense había sufrido un duro golpe con los treinta tiranos y a la caída de éstos la sociedad ateniense no había vuelto a funcionar como en el siglo anterior. Nada se podría esperar de las instituciones y de la organización política y social de una Polis que condena a muerte a Sócrates, «el más justo de todos los hombres»; las circunstancias políticas y la muerte del maestro-amigo hacen que Platón se interese de forma muy especial por los aspectos éticos de la vida social y política. Pero en este punto hay una diferencia fundamental entre Platón y Epicuro. El fundador de la Academia tenía todavía esperanza; cree que una nueva organización de la sociedad, una nueva clase dirigente (el filósofo-gobernante), puede llegar a salvar a la Polis. A Epicuro ya no le quedan esperanzas, la Polis ateniense ha perdido irremediablemente su libertad y su independencia, y ya no tiene sentido preocuparse por los asuntos públicos. Si Platón seguía confiando en armonizar la felicidad individual y la social (un hombre sólo puede ser feliz si vive en una sociedad justa), Epicuro renuncia al ideal de justicia social, pues como dice en las Máximas Capitales, la Justicia es algo puramente convencional que cambia de un tiempo a otro y de un país a otro. Por ello, el Jardín de Epicuro está más cerca de una comuna de amigos unidos 15 por la amistad, que de una escuela —como la Academia o el Liceo— donde se prepara a los jóvenes para que se integren y se desenvuelvan con soltura en el mundo político y social de la Polis. Esto hace que frente a la Ética social y política de Sócrates, Epicuro tiende hacia una teórica sensualista y materialista del hombre y del mundo, a la vez que propone, como vía de acceso a la felicidad, la necesidad de una cultura razonable a los placeres. Teoría del placer «Decimos que el placer es el principio y el fin de una vida feliz». (Carta a Meneceo.) De la misma forma que la sensación es el camino que nos abre las puertas del mundo real, así también es la que guía nuestro comportamiento en la vida. Por naturaleza intentamos ser felices y lo hacemos evitando las sensaciones dolorosas y buscando las placenteras. Como muchos siglos después diría Freud, instintivamente la guía de nuestras acciones es el principio del placer. El tema del placer había sido objeto de reflexión de Sócrates y Platón; los diálogos platónicos están llenos de críticas a los que consideran el placer como una vía para alcanzar la virtud. También Aristóteles dedicó varias páginas de la Etica a Nicómaco a este problema. Pero fue Aristipo de Cirene quien elaboró la primera teoría hedonista del mundo griego y Epicuro tuvo que relanzar el hedonismo desde una nueva concepción del placer y de la vida para evitar las críticas anteriores e integrarles en una filosofía sistemática y rebelde. Los cirenaicos tenían una concepción del placer fundamentalmente negativa: placer es toda ausencia de dolor. Próxima a una concepción heraclitana de la fisis en la que todo está en constante movimiento, el placer sería ese movimiento suave y ondulante, mientras que el dolor es un movimiento violento y la felicidad la conciben como una suma de placeres del tipo activo, puramente corporales y puntuales. Epicuro, tanto en la Carta a Meneceo como en las Máximas Capitales, nos da también una concepción negativa del placer; la Hedoné es ausencia del dolor que comprende: — La ataraxia o ausencia de perturbaciones espirituales. — La aponía o ausencia de dolor en el cuerpo. Pero Epicuro no va a considerar el placer sólo en su aspecto negativo; no es la indiferencia de un cadáver lo que produce la felicidad. Es un estado definitivo, estable y permanente, al menos durante algún tiempo, del organismo vivo. Placer en reposo que nos sustrae de la locura, del vértigo, del cambio fruto de una civilización decadente. Este placer en reposo nos acerca a la Naturaleza. Subyace en esta idea un concepto fundamental del mundo y de la cultura griega: el caos está en constante movimiento y desorden mientras que el Cosmos es un todo ordenado y estable; el movimiento sugiere la idea de desequilibrio e imperfección, mientras la estabilidad está más cerca de la perfección. Además de estos placeres en reposo que son los que realmente conducen a la sabiduría y a la felicidad, hay también placeres en movimiento, éstos no proporcionan la felicidad, pero son necesarios para alcanzar los primeros. Precisamente Epicuro considera que la infelicidad es consecuencia de dar prioridad a los placeres en movimiento. El placer revela lo que es bueno para el hombre, pero no el placer por el placer, sino los placeres que conducen a la felicidad. Por esto Epicuro, tanto en la 16 Carta a Meneceo como en las Máximas Capitales, hace una división de los deseos: para alcanzar la felicidad es necesario satisfacer las necesidades naturales y necesarias, es evidente que el cuerpo necesita estar alimentado, no tener sed, etcétera. Pero hay otro tipo de placeres que no son «placeres del vientre», sino espirituales: el equilibrio, la calma de nuestra alma, etc. Así pues, «el sabio suprime los deseos inútiles y será el amo de los deseos naturales y necesarios que utilizará de una forma reflexiva... La moderación será la virtud fundamental y la prudencia, el coraje y la justicia serán también condiciones esenciales para la felicidad». (Delorme, J.: op. cit., pág. 87.) El más allá «Cuando la vida humana yacía a la vista de todos torpemente postrada en tierra, abrumada bajo el peso de la religión, cuya cabeza asomaba en las regiones celestes amenazando con una terrible mueca caer sobre los mortales, un griego osó el primero alzar contra ella sus perecederos ojos y rebelarse en contra. No le detuvieron ni los mitos ni los dioses, ni los rayos, ni el cielo con su amenazante bramido, sino que aún más excitaron el ardor de su ánimo y su ansia por ser el primero en forzar los apretados cerrojos que guarnecen las puertas de la naturaleza.» (Lucrecio de: Rerum natura, I 62-79, trad. E. Valenti.) Ese griego que «osó rebelarse» contra todo un mundo trascendente de supersticiones y de miedo fue Epicuro. Pero en cualquier caso, Epicuro no es un ateo como algunos autores han pretendido mostrar (sobre todo Plutarco y Cicerón). En la Carta a Meneceo afirma, «los dioses existen, pues tenemos de ellos un conocimiento evidente», la razón es clara: los hombres creen en los dioses, el lenguaje apoya esta afirmación, pues desde el momento que encontramos en el espíritu de todos los hombres esta creencia es que se trata de un dato natural que se impone como un hecho. Los dioses, como el resto de los seres, son materiales, están formados por átomos y tienen una forma humana. Nosotros no podemos verlos porque los átomos de que están formados son sutilísimos, viven en los espacios intermundo, comen y beben como los hombres y parece que se comunican entre ellos hablando en griego, pero poseen un atributo importante: estos dioses conocen la felicidad completa, no tienen preocupaciones y son indestructibles. En general, Epicuro representa a los dioses como una comunidad de sabios epicúreos que son felices sin ninguna sombra y que, por tanto, tienen todo lo que se puede desear. Si Epicuro es un teísta, ¿contra qué trascendentalis-mo se rebela? Podemos afirmar que hay dos objetivos en la crítica a la concepción religiosa, por un lado la crítica a una cierta teología basada en la superstición y en el terror, por otro la crítica a una cierta utilización de la religión como ideología represiva, tal como aparece en las Leyes de Platón. La superstición era un elemento cotidiano en el mundo griego, los hombres temían la cólera de los dioses, no osaban contradecir sus palabras (manifestadas a través de los oráculos), y creían que intervenían constantemente en su vida mandándoles favores o desgracias según el comportamiento del individuo fuera piadoso o no. En una palabra, la concepción providencialista de los dioses era una fuente de superstición y de terror para los hombres. Teofastro, director del Liceo en vida de Epicuro, 17 escribió un texto sobre «el carácter del hombre supersticioso» en el que explica hasta dónde había llegado la superstición en el mundo griego. Dice así; «La víctima lava sus manos en agua corriente, se santigua con agua del templo, pone una hoja de laurel en su boca —para asegurarse la protección de Apolo— y así marcha todo el día. Si un ratón mordisquea un zurrón, va corriendo al intérprete de la Ley divina y si le da el sensato consejo de remendar el agujero prefiere ofrecer un sacrificio. No querrá pisar o pasar sobre la losa de una tumba, o pasar cerca de un cadáver, o de una mujer contaminada por el parto. Si tiene una visión corre a los intérpretes de sueños, los adivinos, los augures, para averiguar a qué dios o diosa debe invocar. Si tropieza con un maniático o un epiléptico se horrorizará y escapará para apartar el demonio.» (Citado por Farrington, B.: op. cit., pág. 124.) Lo que va a intentar Epicuro con su concepción de los dioses es eliminar el temor que producían en la gente. Por ello opina que los dioses no se mezclan en la vida de los hombres, que viven felices en el Olimpo y que no hay que temerlos y mucho menos dejarse engañar por brujos y hechiceros. Lo que Epicuro va a criticar no son los dioses, sino las falsas ideas que los hombres se hacen de los dioses y que les sumen en el terror: lo criticable es la antropomorfización que el pueblo hace de los dioses; creen que tienen sus mismos problemas, que se enfadan como ellos y que se compran con regalos y sacrificios. La única forma de conseguir la felicidad es eliminando este miedo mítico ante los dioses, pues éstos, según Epicuro, han dejado de preocuparse de los hombres, ha desaparecido la noción de los dioses providentes que se ocupan constantemente de la vida de los hombres. Hay otro aspecto importante que está detrás de esta concepción desmitificadora de la divinidad, y es la crítica a la utilización de la religión como elemento opresor. Sabemos que en el siglo xix y xx la religión empezó a ser considerada como un arma ideológica que, utilizada por el poder para «normalizar» a la gente, para hacer parecer como queridos por Dios situaciones de injusticia y de opresión. Tanto Feuerbach como Marx consideraron la religión como el «opio del pueblo». Epicuro, muchos siglos antes, hará un análisis parecido salvando todas las distancias y teniendo como telón de fondo un enemigo distinto: la teoría religiosa que aparece en las Leyes de Platón. Platón nos habla en este diálogo de la función que tiene en la sociedad perfecta la religión: cree que los hombres sabios inventaron los dioses para atemorizar a los hombres. Pero que la religión es una mentira medicinal, ante la falta de esperanza y sin promesas de mundos y paraísos futuros, el hombre se desgarraría en situaciones de crisis. Para evitar esto, Platón recomienda mantener el culto a los dioses del Olimpo y cumplir con todos los ritos religiosos aun cuando él no crea en ellos. En definitiva, Platón propone que se conserve para el «pueblo» la religión en un sentido tradicional, con sus ritos y su carácter providencialista, a la vez que crea una religión astral para las clases dominantes de los sabios-filósofos. Epicuro considera que la religión no ha de ser ni un elemento represivo, ni una fuente de temores; ha de ser la tranquila evidencia de la existencia de unos seres felices que viven apartados de la complicada vida de los hombres; en definitiva, son unos seres a los que hay que imitar porque han alcanzado la felicidad total. –Como afirma G. Gual, la filosofía de Epicuro es un «evangelio» racional; el Jardín tiene algo sui-géneris al margen del mundo caótico de la 18 política ciudadana. Pero es un ámbito sin misterios ni revelaciones, sin promesas ni milagros y sin sombras fantasmales. (Gual, G.: op. cit., página 177.) Pero el único miedo que aterroriza a los hombres no es el producido por la superstición ni por la falsa opinión que tienen de los dioses. Repasando la mitología griega descubrimos que hay otra fuente de angustia que perturba el ánimo y que impide la felicidad: el temor ante la muerte. Epicuro, en la Carta a Meneceo, intentará convencernos de que «la muerte no es nada para nosotros» y de que no debe ser objeto de preocupación. Esta desmitificación de la muerte está fundada en la teoría de la sensación: por un lado, la muerte no es nada porque es «ausencia de sensaciones» y las sensaciones son el principio no sólo gnoseológico y ético, sino también vital: estamos vivos porque sentimos. Pero también se funda en una cierta concepción del alma, la psicología de Epicuro tiene valor en cuanto que funda la desdramatización de la muerte. La teoría sobre el alma de Epicuro se opone totalmente a la de Platón y Aristóteles, pues parte de la idea de que el alma es material y, por tanto, mortal. Para Platón el alma era algo inmaterial y eterno, existía en el mundo eidético antes de que fuera encerrada en un cuerpo y su destino era volver a ese mundo una vez que el cuerpo dejara de existir. Para volver al mundo del que partió debería ir purificándose durante su vida en la «cárcel del cuerpo», y a través de la sabiduría y de la virtud llegará a descansar desprovista ya de toda envoltura material. Para Aristóteles y los Estoicos, el alma es fundamentalmente un principio de vida y de pensamiento. El alma es la «forma» que da vida, organiza y estructura la «materia» del cuerpo humano, es el principio inteligible y racional del hombre. Para Epicuro el alma es un cuerpo material compuesto de partículas sutiles que están esparcidas por todo el conjunto de nuestro cuerpo. El alma no puede ser inmaterial, pues no sentiría ni padecería y el alma es también soporte de sensaciones, el alma juzga, siente, ama y odia. Es evidente que los átomos que forman el alma no poseen ninguna sensación, sino que la sensación y la conciencia de ella nacen de una combinación de átomos particulares, de la misma forma que los átomos son incoloros, pero de su combinación nacen cuerpos coloreados. El alma es, pues, causa principal de la sensibilidad y también produce las sensaciones. Al estar ubicada en el cuerpo es solidaria con él y conoce las vicisitudes del cuerpo, Lucrecio insiste en el Libro III de su obra Rerum Natura sobre esta unión del alma y el cuerpo: afirma que no es posible concebir el alma sin cuerpo, ni cuerpo sin alma, y al igual que el cuerpo es alma mortal, cuando el organismo se disuelve, el alma desaparece, Así pues, el alma es una sustancia corpórea y como todo lo corporal desaparece. A partir de esta teoría del alma, la muerte deja de ser algo ante lo que los mortales deben temblar; es un problema que no nos concierne, puesto que mientras que vivimos la muerte no existe y cuando llega nosotros ya no existimos. Tampoco hemos de temer al más allá, puesto que esa unidad total que forman el alma y el cuerpo desaparece después de la muerte. La muerte deja de ser un tema de especulación filosófica y escatológica, se convierte en un simple hecho fisiológico sin interés, puesto que no tenemos experiencia de la muerte. 19 El orfeísmo, el pitagorismo, el platonismo, habían hecho de la muerte un tema central de su pensamiento. En el Fedón, Sócrates asegura que «Filosofar es aprender a morir»; para Epicuro, filosofar es aprender a vivir. Y para vivir y ser felices es necesario desmitificar los «mitos escatológicos», llenos de supersticiones funestas sobre el más allá. El hombre debe estar tranquilo, pues «Cerbero y las Furias, la privación de la luz y Tártaro vomitando horrendas llamas por sus fauces, ni existen en sitio alguno, ni existir pueden en verdad». (Lucrecio: op. cit.t III, 104-3.) El sabio Epicuro La Canónica y la Física han servido de fundamento teórico a la Etica de Epicuro. Ahora estamos en condiciones de describir cuál es el camino de la felicidad y en qué consiste la vida de un sabio epicúreo. En primer lugar, la sabiduría o felicidad implica una ausencia total de miedos y de angustias: la ataraxia es el estado de aquel que no teme ni a los dioses ni a la muerte, es un estado de tranquilidad espiritual, de equilibrio, pues nada tiene que ver con la apatheia de los dos estoicos. Pero además de esta ausencia de perturbación es necesario saber escoger los placeres que producen la felicidad y cortar el dolor cuando sea posible. Una vez desterrado el miedo, el sabio epicúreo llevará una vida sencilla, tranquila, lejos de las preocupaciones y de la actividad pública, se contentará con lo que tiene en cada momento y disfrutará de la compañía de los amigos. Su vida será moderada (idea típica del pensamiento ético griego), casi ascética, pues sólo desde estos presupuestos el hombre puede llegar a ser libre de su propia vida, sin tener ni creer en el destino, yendo más allá de la idea de necesidad. Diógenes Laercio, en su Vida de filósofos ilustres, describe así al sabio epicúreo: «las desgracias de los hombres tenían como origen el odio, la envidia o el desprecio, por encima de ellos el sabio se eleva por su razón. El que ha llegado a la Sabiduría, no puede cambiar... El sabio es feliz incluso en la tortura... Se abstiene de tener relaciones con una mujer en los casos prohibidos por la ley... Evitará castigar a los esclavos, tendrá piedad de los que tengan cualidades y los perdonará. Según los epicúreos, el sabio no debe enamorarse ni preocuparse por su tumba. El amor no es un don de los dioses... la bella retórica no es necesaria. El comercio carnal no es, en absoluto, beneficioso y será feliz al que no le afecte. Epicuro dice en sus obras De las dudas y de la Naturaleza, que el sabio no se casará y no tendrá hijos... No se ocupará de la política... no se convertirá ni en tirano ni en cínico». (Diógenes: op. cit., X, 117, 110a.) El sabio vivirá tranquilo, apaciblemente, confiado en medio de las tempestades en las que perecen los demás, y por ello es agradable para él ver a qué males escapa por medio de su sabiduría. La felicidad que le produce esta vida tranquila y moderada le acerca infinitamente a los dioses. En definitiva, toda la filosofía de Epicuro, y también su vida, ha querido mostrar a los hombres que, puesto que eran los artesanos de su ruina, debían ser capaces de convertirse en los amos de su destino 20