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Agustín de Hipona (354-430)
I. Contexto histórico: Decadencia del Imperio romano en Occidente y triunfo del cristianismo.
La decadencia política, social y económica del imperio estuvo acompañada por el relajamiento moral y la
desintegración religiosa. Algunos romanos volvieron a adorar con renovado fervor a sus antiguos dioses: Júpiter,
Marte, Minerva. Otros buscaron consuelo en la filosofía griega, ante todo, en el estoicismo que enseñaba que el
hombre debía conformarse con su destino. Muchos se entregaron a los cultos orientales: el culto de la diosa egipcia
Isis y la adoración del dios persa Mitras cuyo símbolo era el toro. Estos cultos prometían la resurrección y una vida de
eterna felicidad. En todo el imperio se impuso como culto oficial la adoración del emperador divinizado. Todos estos
sistemas y ritos coincidían en dar una respuesta a la angustiosa pregunta por el sentido de la existencia y el fin
último de la vida humana en un momento de crisis del sistema social.
Desde las comarcas del Cercano Oriente, el cristianismo, que comenzó siendo una modesta secta judía, se
fue extendiendo, poco a poco, hacia Italia. Los primeros conversos cristianos fueron, pues, de origen judío. Muy
pronto, el cristianismo empezó a difundirse entre los gentiles, es decir, entre los que no eran judíos. El principal
predicador del cristianismo, fue Pablo de Tarso. Su acción predicadora se ejerció, preferentemente, en las comarcas
de Siria, Asia Menor, Grecia y Macedonia, es decir, entre las poblaciones del imperio de habla y civilización griega.
Por eso, el lenguaje griego fue el que sirvió de vehículo de transmisión al cristianismo en los primeros momentos de
su desarrollo, y por eso, la mayor parte de las palabras que se refieren a los dogmas y a las instituciones cristianas
son de origen griego. Fue en idioma griego que Pablo redactó las obras destinados a difundir las enseñanzas
cristianas. Estos libros, llamados las Cartas o Epístolas, son los más antiguos documentos escritos que se poseen
sobre Jesús y los orígenes del cristianismo.
Ya en el siglo I de nuestra era, el mensaje cristiano, que ofrecía a todos los hombres la salvación en virtud de
la fe en Jesús como Cristo resucitado, fue ganando progresivamente adeptos en todas las regiones y estratos sociales
del Imperio. En el siglo II se redactaron las primeras defensas de la nueva religión por parte de apologetas cristianos,
griegos y latinos, con la intención de obtener de los emperadores romanos, reconocimiento jurídico y salir de la
ilegalidad. Simultáneamente proliferaron las sectas gnósticas que proponía la salvación a través del conocimiento
(gnosis) para una minoría de hombres espiritualmente superiores a la multitud.
La incorporación al cristianismo, en el siglo III, de intelectuales paganos como Clemente de Alejandría y
Orígenes, supuso una aportación importante de elementos de la filosofía platónica que ayudó a construir y marcar
los límites del dogma cristiano que se hallaba enzarzado en múltiples discusiones internas y en pugna con otras
corrientes religiosas como la gnsóstica, al tiempo que se defendían de las persecuciones de que eran objeto.
En general, los romanos fueron tolerantes con los pueblos que conquistaron, a los que permitieron
mantener y practicar sus creencias religiosas. Pero al cristianismo no le fue aplicada esa misma tolerancia sino que
fue perseguido. La razón principal de esta hostilidad era que a los cristianos se les consideraba como malos
ciudadanos, rebeldes y enemigos del imperio. De hecho, los conversos de esta nueva religión afirmaban su creencia
en un solo dios. Despreciaban a los dioses oficiales de Roma, y rehusaban a adorar al espíritu guardián del
emperador y quemar incienso en los altares de la diosa Roma que se levantaba en todas las ciudades. Todo ello
contribuyó a que los cristianos fueran considerados como una amenaza, cuya fuerza de resistencia los convertía en
un estado dentro del estado. A comienzos de tiempos de Nerón (s.I d.C), se iniciaron una serie de persecuciones que
duraron más de doscientos años. El edicto de Milán promulgado por Constantino en el 313 puso fin a las
persecuciones y concedía a la religión cristiana el mismo derecho que a todas las demás, al tiempo que establecía
una amplía tolerancia religiosa. El edicto de Milán señaló el comienzo de una política de constante protección hacia
el cristianismo, en virtud de la rentabilidad política que se podía obtener de la sólida implantación social de la nueva
religión. Constantino le otorgó todas las ventajas de las que hasta entonces habían disfrutado los cultos oficiales del
imperio. Eximió de impuestos a los sacerdotes cristianos, y ayudó a la construcción de numerosas iglesias. Otro de
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los actos de Constantino, fue el reconocimiento oficial del domingo, el día del Señor, como día de descanso
obligatorio, generalizando, así, para todo el imperio, la práctica de honrar a Dios con un día de descanso, costumbre
que antes había sido exclusivamente cristiana.
Ante esta nueva situación, los cristianos, desde su firme convicción de ser la única religión verdadera frente
al error y a la superstición del paganismo, promovieron una actitud de intolerancia, reclamando la prohibición y
persecución del resto de las religiones, proscribiendo, a su vez en sus escuelas, la enseñanza de filósofos paganos.
Juliano (denominado el Apóstata por los cristianos) intentó revitalizar durante su breve mandato (361-363), la
religión pagana y conferirle una organización estatal, al mismo tiempo que reprimía la intolerancia cristiana con la
proclamación de la tolerancia universal, pero su intento no sobrevivió a su persona. El emperador Teodosio alcanzó
el trono en medio de una terrible crisis, provocada por la invasión de las tribus visigodas que, después de penetrar
pacíficamente en los Balcanes, se sublevaron, comprometiendo gravemente la estabilidad del imperio.
El gobierno de Teodosio (391) señaló el definitivo triunfo del cristianismo al proclamarlo religión oficial del
imperio romano. Desde Constantino hasta Teodosio, cristianismo y paganismo coexistieron oficialmente. Pero, con
Teodosio, el paganismo fue definitivamente excluido y perseguido, convirtiéndose en la religión oficial, única y
exclusiva del imperio romano. Al comienzo, los paganos fueron objeto de sistemáticos ataques, sus templos fueron
derribados, las estatuas de sus dioses destruidas, sus ceremonias rituales prohibidas, condenándose con la
confiscación de bienes y con la pena de muerte a todos los que no acataban las resoluciones imperiales contra el
paganismo. Luego, en el año 394, los cultos paganos fueron oficialmente abolidos, consagrándose, así, el triunfo
definitivo del cristianismo. En el año 395 al morir Teodosio se divide el imperio entre sus dos hijos: Occidente
(Arcadio) y Oriente (Honorio). El primero no pudo contener la invasión bárbara. En el año 476 Rómulo Augústulo fue
depuesto por Odoacro como último emperador, lo que marca el fin del Imperio romano en Occidente. En todo caso,
el cristianismo había vencido y comenzaba una época nueva para el pensamiento.
Biografía
Aurelio Agustín nació el año 354 d.c.en Tagaste, ciudad situada en la antigua
provincia romana de Numidia (conocida en la actualidad como Souk Ahras, en Argelia).
Hijo de Patricio, un pequeño propietario rural, y de Mónica, nació en el seno de la
familia con una posición económica desahogada, lo que le permitió acceder a una buena
educación. A partir del año 370 estudiará en Cartago, dedicándose principalmente a la
retórica y a la filosofía. Pese a los esfuerzos de su madre, Mónica, que le había educado
en el cristianismo desde su más tierna infancia, Agustín llevará en Cartago una vida
disipada, muy alejada de las pretensiones de aquella, orientada hacia el disfrute de
todos los placeres sensibles.
En esa época convivirá con una mujer con la que mantendrá una relación
apasionada y con la que tendrá un hijo, Adeodato, el año 372. La lectura del Hortensio
de Cicerón le causara una honda impresión que le acercará a la filosofía, adhiriéndose a
las teorías de los maniqueos, en Cartago abrirá una escuela en la que continuará sus enseñanzas hasta el año 383 en
que decepcionado abandonará el maniqueísmo. Ese mismo año se trasladará a Roma, y luego a Milán, donde enseña
retórica. De nuevo la lectura de Cicerón, le acercará al escepticismo, hasta que escucha los sermones del obispo de
Milán, Ambrosio, que le impresionarán hondamente y le acercarán al cristianismo. En este período descubre
también la filosofía neoplatónica y lee también las epístolas de San Pablo. En el año 386 se convierte el cristianismo.
Ese mismo año se establecerá cerca de Milán, con su madre, su hijo y algunos amigos, y comienza a escribir sus
primeras Epístolas. El año siguiente se bautiza en Milán y opta por una vida ascética y casta. Tras la muerte de su
madre se trasladará a Hipona, (actualmente Annaba, también en Argelia), ciudad cercana a Tagaste, en la costa,
donde será consagrado sacerdote. Allí fundará otro monasterio, desarrollando una fecunda actividad filosófica y
religiosa, destacando el carácter polémico contra las diversas herejías. Es nombrado obispo de Hipona. En los años
418 y 422, en plena descomposición del imperio tras el saqueo de Roma por Alarico, participa en el concilio de
Cartago y continúa su activa producción filosófica y religiosa que abarcará más de 100 volúmenes, sin contar las
Epístolas y Sermones. El año 430, estando sitiada Hipona por las huestes de los vándalos de Genserico, morirá, poco
antes de que la ciudad fuera completamente arrasada.
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Textos: San Agustín:Sermón 43, 3-4
El hombre fue creado la imagen de Dios
Pasaje 3. A Dios debemos serle el que somos. Y puesto que somos algo, de quien lo tenemos sino de Dios? ¿Pero
están también los palos, están las piedras, de quien lo tienen sino de Dios? ¿Luego que tenemos nosotros además?
No tienen vida los palos y las piedras, pero nosotros vivimos. Pero aun lo mismo hecho de vivir es algo que nosotros
tenemos en común con los árboles y los arbustos. Y así se dice también que las vides viven. Pues si no vivieran, habría
sido escrito "mató sus vides con el granizo". Viven, cuando están verdes; secan, cuando mueren. Pero esa vida no
tiene la facultad de sentir ¿Qué tenemos nosotros además? Tenemos la facultad de sentir. Conocidos son los cinco
sentidos del cuerpo. Vemos, oímos, olemos, gustamos, y con el tacto por todo nuestro cuerpo distinguimos el blando
y el duro, el áspero y el suave, el caliente y el frío. Tenemos por lo tanto cinco sentidos. Pero esto tienen también las
bestias. Luego nosotros tenemos algo más.
Mas si consideramos, hermanos míos, todo eso que hay en nosotros, como acabamos de enumerar, ¡cuánto
agradecimiento por esto, cuantas alabanzas le debemos al Creador! ¿No obstante, qué tenemos además?
Inteligencia, razón, discernimiento, el que no tienen las bestias, ni lo tienen los pájaros, ni lo tienen los pescados. En
esto fuimos creados a la imagen de Dios. Y así, allí donde narran las Escrituras como fuimos creados, se añade que
no sólo se nos anteponga a los animales, sino también que se nos otorgue preeminencia sobre ellos, esto es, que
estos sean sometidos a nosotros: hagamos, dice, el hombre a la imagen y semejanza nuestra, y tenga poder sobre los
peces del mar y las aves del cielo y sobre todos los animales y serpientes que andan por la tierra. ¿De dónde le viene
este poder? Por ser la imagen de Dios. Y de ahí que se le diga a algunos como reproche: No seáis como el caballo y el
mulo, que no tienen entendimiento. Pero una cosa es el entendimiento, otra la razón. Pues tenemos razón ya antes
de que entendamos, pero no podemos entender si no tenemos razón. Es por lo tanto [el hombre] un animal dotado
de razón, o para que lo diga mejor y más rápidamente, un animal racional, que posee la razón por naturaleza, que ya
tiene razón antes de que entienda. Y por eso quiere entender, porque es superior debido a la razón
La fe busca el entendimiento
Pasaje 4. Por lo tanto esta ventaja que tenemos sobre las bestias debemos cultivarla en nosotros al máximo, y volver
a esculpirla en cierto modo, y reformarla. ¿Pero quién podría hacerlo, sino el artífice que la formó? Pudimos deformar
en nosotros la imagen de Dios, reformarla no podemos. Tenemos pues, resumiéndolo todo brevemente, la misma
existencia que los palos y las piedras, vida como los árboles, facultad de sentir como las bestias y facultad de
entender como los ángeles. Y así distinguimos con los ojos los colores, con los oídos los sones, con la nariz los olores,
con el gusto los sabores, con el tacto los calores, con el intelecto las maneras de obrar. Todo hombre quiere
entender; nadie hay que no lo quiera; pero no todos quieren creer. Me dice un hombre: "Entienda yo para que pueda
creer". Le respondo: "Cree para que puedas entender". Y ya que nació entre nosotros una controversia tal, por así
decirlo, cuando me dijo uno "Entienda yo para que pueda creer", y yo le respondí: "Mejor cree para que puedas
entender", vayamos con esta controversia junto al juez y ninguno de los dos presuma que la moraleja caerá de su
parte. ¿A qué juez iremos? Si examinamos a todos los hombres, no sé a qué otro juez podemos encontrar mejor que
al hombre por el cual Dios habla. No vayamos, pues, en este asunto y controversia, a los autores profanos, no sea
nuestro juez uno poeta, sino un profeta.
Comentario de las ideas del texto del Pasaje 3.
Comenzaremos comentado las ideas principales del texto del Sermón 43 de San Agustín, el que fue el Gran
Maestro de Occidente hasta el siglo XIII, en sus párrafos, 3 y 4: El hombre fue creado a” imagen de Dios” (imago Dei)
y la fe que busca el entender, es decir “ cree para que puedas entender” .
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Afirma que a Dios le debemos el ser y lo que somos y que a diferencia del resto de las criaturas que son vestigia
Dei, huellas ignorantes de la participación divina, nosotros somos su imago, seres dotados de razón que buscamos el
comprender, para lo cual es necesario creer. La condición de imago Dei hace del hombre una criatura desajustada:
hecho para lo infinito ninguna cosa contingente puede satisfacerlo, por lo que se le exige un progresivo trascenderse
para encontrar el Bien Supremo. Peregrinar (homo viator), dijo Benedicto XVI en Compostela en el Año Santo de
2010, siguiendo a san Agustín, es salir de uno mismo al encuentro de Dios. El origen de la filosofía no es por tanto,
como en Aristóteles, la admiración sino el ansia de felicidad que no es un acto de contemplación sino de fruición y a
cuyo fin colabora tanto el entendimiento como la voluntad, ayudadas por la gracia sin la que no se puede iniciar el
movimiento hacia Él. Aprovechando todo lo que de bueno haya en la filosofía la fe, igual que la gracia, ha de dirigir el
camino: “ cree para que puedas entender “ (Crede ut intelligas..)., nos dice en las últimas líneas del segundo párrafo
del texto.
Agustín al cristianizar la filosofía platónica sitúa en la mente de Dios las ideas. Dios creó el mundo libremente con
el tiempo, no en el tiempo. Lo creó todo a la vez pero la creación no ha terminado. Mediante la Providencia sigue
conservando y gobernando las cosas. Primeramente creó, ex nihilo, la materia informe y caótica en la que depositó
gérmenes de los que irán saliendo las cosas y seres según el plan por él establecido. Se entrelazan aquí tesis
platónicas y estoicas. Según señala en el primer párrafo el universo es concebido como una jerarquía de distintos
niveles y citando al Génesis, el hombre ha sido creado a imagen del propio Dios con poder sobre el resto de la
creación.” Y así, allí donde narran las Escrituras como fuimos creados, se añade que no sólo si nos anteponga a los
animales, sino también que si nos otorgue preeminencia sobre ellos, esto es, que estos sean sometidos a nosotros”.
Y esta diferencia cualitativa en la jerarquía de los seres creados se justifica por la condición racional de nuestra
naturaleza. “Es por lo tanto [el hombre] un animal dotado de razón, o para que lo diga mejor y más rápidamente, un
animal racional, que posee la razón por naturaleza, que ya tiene razón antes de que entienda. Y por eso quiere
entender, porque es superior debido a la razón”.
El ser humano es un compuesto de cuerpo (materia) y alma (forma). Por supuesto que la realidad más
importante es el alma, dentro de la más estricta tradición platónica, concibiendo el cuerpo como un mero
instrumento del alma. El alma es una sustancia espiritual y, tal como nos la presenta Platón en el Fedón, simple e
indivisible. Asume todas las funciones cognoscitivas de las que la más importante será la realizada por la razón
superior, ya que tiene como objeto la sabiduría (y es en ella en donde se da la iluminación). Además de las funciones
propias de la inteligencia le corresponden también las de la memoria y la voluntad, adquiriendo ésta última un
especial protagonismo en su pensamiento, al ser considerada una función superior al entendimiento, ya que
mientras el intelecto es responsable de regir el apetito concupiscible e irascible (mito del auriga en el carro alado),
incorpórea en sus funciones e iluminada por Dios, su acto peculiar es entender, creyendo en las cosas evidentes de
los sentidos de los que se sirve por medio del cuerpo. La voluntad, por su parte, está ordenada a amar, siendo una
potencia dotada de libre albedrío.
El problema del conocimiento no se separa en san Agustín del de Dios. En cuanto que imagen de Dios el alma lo
es de la misma Trinidad: Memoria, Entendimiento y Voluntad, siendo el Yo memoria. Mediante la memoria el alma
está presenta a sí misma. Por ella el hombre toma conciencia de estar en el tiempo o en la existencia y se esfuerza
por alcanzar esa presencia íntima en cuyo interior habita la verdad.
Por su parte con la voluntad se relaciona el tema de la libertad (Libertas) y el libre arbitrio (Liberum arbitrium),
que san Agustín elabora en polémica con el maniqueísmo y pelagianismo. Parte san Agustín del hecho de que el
hombre nace contaminado por la caída de Adán aunque redimido por Cristo. Dios al crear al hombre le impuso el
deber de amarle. Fue creado en libertad con capacidad de amar a su Creador, pero por el pecado original perdió esa
libertad, aunque conservó el libre arbitrio o voluntad de recuperar la libertad perdida aunque con el auxilio
necesario de la gracia divina. La gracia no anula el libre albedrío sino que lo libera y transforma en verdadera libertad
Así como la primera inmortalidad, que Adán perdió pecando, consistía en poder no morir y la última consistirá en no
poder morir, así el primer libre albedrío consistió en poder no pecar y el último consistirá en no poder pecar, del que
gozan los bienaventurados. De un modo análogo al papel que la gracia tiene con respecto a la naturaleza, como
vamos a ver a continuación, tiene la fe respecto a la razón, a la que dirige y orienta en la búsqueda de la Verdad.
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Comentario de las ideas del texto del Pasaje 4. (Relacionado con la pregunta temática: El problema de la Razón y fe
en Agustín y Tomás de Aquino)
Toda su trayectoria intelectual de san Agustín fue un peregrinaje en busca de la Verdad (maniqueísmo,
escepticismo, neoplatonismo y finalmente el cristianismo). La filosofía como amor a la sabiduría merece ser buscada
porque en ella se encuentra la felicidad: búsqueda de la verdad para obtener la felicidad. La condición de imago Dei
del ser humano, según señalamos, hace de él una criatura desajustada: hecha para lo infinito, eterno e inmutable,
que ninguna cosa finita puede satisfacerle. Por ello es preciso un continuo trascenderse para encontrar el Bien
Supremo. Ahora bien, el hombre no puede llegar a Dios sin el auxilio de la gracia. El verdadero filósofo es el que ama
a Dios, fuente de la Verdad y Felicidad. Por ello no hay ninguna diferencia esencial entre filosofía y teología: Todo
ello nos pone en relación con la cuestión de la Fe y la Razón, objeto de estudio del segundo párrafo del texto
Entienda yo para que pueda creer", y yo le respondí: "mejor cree para que puedas entender" .
Cuando Agustín reflexiona sobre la relación de la razón y la fe, parte ya de una previa adaptación de la filosofía al
cristianismo realizada por los pensadores cristianos de siglo III, fundamentalmente. En su obra analizará los distintos
sistemas filosóficos griegos como Platón (pese a que, al parecer, sólo conocía el Fedón y Timeo), recibiendo una
fuerte influencia del neoplatonismo así como del estoicismo, del que aceptó numerosas tesis. Por el contrario el
epicureísmo, el escepticismo y el aristotelismo serán objeto de rechazo.
Para explicar las coincidencias entre la razón pagana y la fe cristiana Agustín acude a una doble hipótesis: o bien
los antiguos filósofos conocieron las Sagradas Escrituras, o tuvieron una iluminación especial de Dios. El cristianismo
debe aprovecharse de cuantas verdades hayan expresado los filósofos antiguos. Entusiasta del platonismo (más
bien neoplatonismo) es quien lo conduce al cristianismo. Es uno de los principales responsables de cristianizar este
modelo de pensamiento. Tras someter a examen crítico toda esta tradición de pensamiento concluye que la verdad
es una, eterna, pura e indivisible, piensa que al filósofo griego le faltó la fe y, por lo mismo, la cura que ésta
proporciona. El filósofo cristiano, por el contrario, trabaja iluminado por la razón y la fe.
Así, el primer paso para llegar a la verdad está en la fe. ¿Quieres entender? Cree. La fe precede a la razón. No
busques entender para creer, sino cree para entender. La fe es el camino para entender; la intelección el premio de
la fe. Pero con anterioridad al acto mismo de la fe tiene que darse un cierto ejercicio de la razón. Su itinerario
intelectual es prueba de ello. Nadie puede creer si antes no sabe lo que debe creer. Pues: “si la razón pide que para
llegar a la inteligencia de ciertas verdades, la fe precede a esta facultad, debemos también concluir que por pequeña
que sea la razón que nos lo persuade, ésta debe a su vez preceder a la fe”. El filósofo cristiano no puede contentarse
con creer sencillamente; debe esforzarse por entender las verdades de la fe e ilustrarla con la luz de la razón. Todas
las verdades de fe pueden presentársenos de dos modos: o inteligibles de suyo, o enteramente incomprensibles. A
las primeras hemos de esforzarnos por entenderlas; las segundas explicarlas y aclararlas cuando podamos. La fe
sencilla es para las masas, multitud indocta que no puede hacer otra cosa. Pero el hombre sabio debe ir más allá,
aportar algo de su parte; para que su asentimiento, siendo en parte consciente, sea más firme.
En segundo lugar, La razón debe, finalmente seguir a la fe. La fe es un medio, no un fin; medio necesario, que
como tal desaparecerá algún día para dejar sitio a la inteligencia. La fe no se merece; es el acto meritorio propuesto
por Dios para conseguirlo. La fe busca, la inteligencia halla. Mientras vivimos poseemos la fe, creemos lo que no
vemos para merecer lo que creemos. Camina por la fe y llegarás a la realidad. Los que se obstinan en no creer,
permanecerán indoctos. Si quieres entender cree, porque la fe es el único medio para llegar a la comprensión
adecuada de la verdad.
En definitiva razón y fe son dos términos que se compenetran mutuamente. La primera sin la segunda está
expuesta a extraviarse. La segunda sin la primera se basta pero no satisface nuestra pasión por comprender. Ambas
juntas constituyen el criterio ideal de la ciencia o filosofía cristiana, aunque la fe constituye una forma de verdad
superior a la que se debe someter la razón.
Esta vinculación profunda entre la razón y la fe será una característica de la filosofía cristiana posterior hasta
la nueva interpretación de la relación entre ambas aportada por santo Tomás de Aquino, quien replanteará la
relación entre la fe y la razón, dotando a ésta de una mayor autonomía, aunque como deudor de la tradición
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filosófica cristiana (de carácter fundamentalmente agustiniano) acabará aceptando el predominio de lo teológico
sobre cualquier otra cuestión filosófica. Sin embargo, esa relación de dependencia de la razón con respecto a la fe
será modificada por él pues reconoce la independencia del campo de la fe y el campo de la razón, por lo que cada
una de ellas tendrá su objeto y método propio de conocimiento. La filosofía se ocupará del conocimiento de las
verdades naturales, que pueden ser alcanzadas por la luz natural de la razón; y la teología se ocupará del
conocimiento de las verdades reveladas, de las verdades que sólo puede ser conocidas mediante la luz de la
revelación divina.
No obstante, santo Tomás acepta la existencia de un terreno "común" a la filosofía y a la teología, que
vendría representado por los llamados "preámbulos" de la fe (la existencia y unidad de Dios, por ejemplo). En ese
terreno, la filosofía seguiría siendo un auxiliar útil a la teología. Pero, estrictamente hablando, la posición de santo
Tomás supondrá el fin de la sumisión de lo filosófico a lo teológico. Esta distinción e independencia entre ellas se irá
aceptando en los siglos posteriores, en el mismo seno de la Escolástica, constituyéndose en uno de los elementos
fundamentales para comprender el surgimiento de la filosofía moderna.
El legado agustiniano
En pocos filósofos, vida y filosofía llegan a coincidir como en san Agustín. En sus Confesiones inaugura un
nuevo género literario, en el que se advierte que toda su vida es una confesión, palabra viva que revela su constante
anhelo de verdad, de conocimiento y de fe. De ahí que su filosofía se presente siempre unida a su teología, su
psicología, y su moral, a sus polémicas con los herejes y comentarios a sus amigos, por ello para él, la filosofía
representa una actitud total del hombre en el que el pensamiento se haya comprometido totalmente con su
existencia.
La influencia posterior de su obra ha tenido un carácter universal. Su diálogo con el pensamiento antiguo le
llevó a una integración con el cristianismo. La influencia de San Agustín en la evolución de la filosofía occidental ha
sido tan grande que puede decirse que a partir de él, el platonismo quedó adherido durante siglos al cristianismo.
Hasta el siglo XIII, podemos decir que Agustín fue el Gran Maestro del Occidente. Los principales autores escolásticos
de la Edad media siguieron las huellas de San Agustín desde el principio de sus especulaciones, y la concepción
platónico-cristiana del mundo que perduró durante la Edad Media hasta el reconocimiento de la filosofía de Tomás
de Aquino, de influencia aristotélica, fue de inspiración agustiniana. La revolución doctrinal efectuada por Tomás de
Aquino a favor de Aristóteles en el siglo XIII, alarmó a la vieja escuela del agustinismo de los franciscanos. Esto
explicará la condena de Santo Tomás de Aquino tres años después de su muerte, decretada el 7 de marzo de 1277
por el Obispo de París. La escuela agustiniana representaba la tradición, el tomismo el progreso. La censura de 1277
fue la última victoria de un agustinismo. La fusión gradual de los dos métodos en las dos órdenes de franciscanos y
dominicos trajo consigo un acuerdo que favoreció el progreso en todas las escuelas. Sabemos que la canonización de
santo Tomás causó el retiro de las condenaciones de París (14 de febrero de 1325). Resulta indudable que, en el siglo
XIII, santo Tomás de Aquino marcó un giro fundamental en la filosofía europea de la Edad Media pero más tarde, en
el Renacimiento, en el siglo XV volvemos a encontrar de nuevo la influencia platónica, en los textos de Bessarion
(1472) y Marsilio Ficino (1499) que usaron el nombre de Agustín con el propósito de entronizar a Platón en la Iglesia
y excluir así a Aristóteles. Esta tendencia se podrá ver en el siglo en el pensador francés Descartes XVII, ya que es
imposible negar ciertas semejanzas entre el cartesianismo y la filosofía de San Agustín. Su influencia es tal que, a
pesar de todo el tiempo transcurrido desde su muerte, siguió siendo el filósofo por excelencia de la iglesia Católica,
la referencia indiscutible de todo el pensamiento cristiano hasta el Concilio Vaticano II (1962-64).
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