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Alfonso Torres Carrillo
INVESTIGAR DESDE LOS MARGENES
DE LAS CIENCIAS SOCIALES
A Arturo Alape y Orlando Fals Borda, in memorian
La reestructuración de los estudios sociales
Es un hecho aceptado que, desde hace unas décadas, las ciencias sociales atraviesan por un
proceso de crisis y reestructuración. Esta redefinición se evidencia en la creciente sospecha frente
a los presupuestos epistemológicos, organizacionales y políticos que las configuraron en el siglo
XIX, así como el reconocimiento de que el conocimiento social no es exclusivo de las ciencias
sociales.
En primer lugar, se ha cuestionado los supuestos positivistas de universalidad, objetividad,
determinismo, reduccionismo y monismo metodológico. En efecto, hoy se tiende a reconocer que
las ciencias sociales siempre están “localizadas”, y que tras el principio del universalismo se
ocultaba el eurocentrismo; que el sujeto y la subjetividad están presentes en todos sus procesos, y
es una falacia separarlos; que la indeterminación coexiste con el orden y que por ello, requiere
sustituir modelos simplificadores por abordajes complejos; finalmente, es evidente que en las
prácticas investigativas realmente existentes, no existe una única manera de entender el “método
científico”.
Más que una forma de conocimiento “verdadero”, desde la historia y la sociología del
conocimiento, las ciencias son vistas como sistemas culturales, sostenidas por comunidades
interpretativas que comparten y legitimadas por paradigmas, instituciones y prácticas compartidas.
Como lo plantea Gayatri Spivak, “todo saber científico se encuentra, ya de antemano, codificado al
interior de un tejido de signos que regulan la producción del sentido, así como la creación de
objetos y sujetos de conocimiento. Es, entonces, desde cierta política de la interpretación
(materializada en editoriales, universidades, centros de investigación, instancias gubernamentales,
etc.) que se producen los efectos de verdad de una teoría” (Castro, 1998: 172).
En segundo lugar, se cuestionó la arbitrariedad de las fronteras disciplinares dentro de las ciencias
sociales y entre éstas y las Humanidades (Wallerstein, 1996, 1998 y 2001)). La fragmentación
disciplinar, que se afianzó durante la primera mitad del siglo XX, empezó a ser cuestionada desde
la posguerra, a partir de 4 dinámicas, no necesariamente confluyentes. La primera, dentro los
países metropolitanos, las demandas provenientes de la política internacional, los retos del
desarrollo económico y la planificación, así como la emergencia de problemas como la
urbanización y el crecimiento demográfico, presionaron la creación de programas académicos y
centros de investigación en torno a regiones geográficas y temáticas estratégicas. Así fueron
surgiendo los estudios latinoamericanos, de Europa del Este, los estudios urbanos y del
desarrollo. Ello posibilitó la confluencia de especialistas de diferentes disciplinas en torno a
proyectos comunes (interdisciplinaridad).
2
La segunda dinámica fue que la superespecialización al interior de las disciplinas dio lugar a
campos híbridos entre diferentes disciplinas; “cada fragmento de disciplina entra en contacto con
otros fragmentos de otras disciplinas, perdiendo así el contacto con otras regiones de su disciplina
de origen” (Dogan y Pahre 1993: 81). Ello permitió lecturas más potentes de campos temáticos
como la ciudad o las identidades sociales, inabordable en su complejidad desde cada una de las
ciencias sociales.
La tercera dinámica fue el cuestionamiento de la idea acerca de la diferenciación radical entre las
lógicas de las ciencias de la naturaleza y la sociedad. Hasta 1945 las ciencias sociales estaban
tensionadas por dos modelos: el de las ciencias naturales (nomotéticas) y el de las humanidades
(idiográficas), a tal punto que a cada disciplina se le pedía asumirse dentro de uno u otro ideal
(Wallerstein, 1996: 74). En la medida en que las propias ciencias naturales han incorporado los
principios de indeterminación, incertidumbre, relativismo y complementariedad metodológica, y
que la literatura y las artes incorporan teoría y criterios metodológicos sistemáticos, a la vez que
se les reconoce su potencia para describir la vida social en su riqueza, las fronteras entre ciencias
naturales, sociales y humanidades, se erosionan.
Los llamados Estudios Culturales, contribuyeron a cuestionar los límites entre ciencias sociales y
humanidades; algunas prácticas de producción de conocimiento como los estudios de género, los
estudios subalternos y poscoloniales se reclaman adisciplinares. La cuarta dinámica es la
evidencia de que los campos más dinámicos de la investigación social, tienden a liberarse de las
ataduras disciplinares (Dogan y Parhe, 1993). La investigación social de punta se organiza en
torno a problemas, cuyo abordaje exige articular y recrear conceptos, metodologías y técnicas de
diversa procedencia (transdisciplinaridad); los investigadores sociales más imaginativos
incorporan en sus estudios, saberes no disciplinares (literatura, cine y sabidurías ancestrales) y las
voces de la gente corriente.
El tercer cuestionamiento se refiere a la imparcialidad y neutralidad de la actividad científica; por
un lado, la tradición teórica crítica alemana (Adorno Habermas) develaron los estrechos vínculos
de las ciencias sociales con los poderes dominantes y su ineludible subordinación a intereses
extracognitivos. Por otro lado, se les exige a las ciencias sociales un compromiso ético con la
resolución de las problemáticas sociales actuales (Gibbons y otros, 1997): construcción de
democracia, justicia social, reordenamiento territorial, multiculturalismo e interculturalidad, entre
otros.
El cuarto cuestionamiento tiene que ver con los límites de las ciencias sociales para dar cuenta de
los múltiples sentidos de lo social. Estas, al igual que lo habían hecho las ciencias naturales desde
el siglo XVII, los científicos sociales se abrogaron el monopolio de la producción de conocimiento
verdadero sobre lo social. Las demás prácticas culturales que venían dando cuenta de aspectos y
dimensiones sociales como la propia filosofía, el ensayo, la sabiduría popular y la literatura, fueron
descalificadas por especulativas, mágicas o ficticias. De este modo se erigió una distinción radical
entre conocimiento científico (que equivaldría a la verdad) y saber “común” o “vulgar” (que se
asumiría como falso, superficial, alienado, ideologizado, etc.).
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En la actualidad, se reconoce que el conocimiento de lo social no es patrimonio exclusivo de las
disciplinas sociales. Por un lado, como lo señala Wallestein, “después de todo, ser histórico no es
propiedad de los historiadores, es una obligación de todos los científicos sociales. Ser sociológico
no es propiedad exclusiva de ciertas personas llamados sociólogos, sino una obligación de todos
los científicos sociales.... En suma, no creemos que existan monopolios de la sabiduría ni zonas
de conocimiento reservadas a las personas con determinados títulos profesionales”1.
Por otro, el saber sobre la realidad sociohistórica no es patrimonio exclusivo de las disciplinas
sociales; forma parte de otras prácticas culturales como la literatura, el cine, el teatro, las artes
plásticas, los medios masivos de comunicación y las culturas populares. Las ciencias sociales, por
el hecho de tener el mundo social por objeto y de pretender una representación veraz del mismo,
debe competir con otros campos de producción simbólica y en general con todos los agentes
sociales que buscan imponer su visión del pasado y la memoria social.
En América Latina, este proceso de reestructuración de las ciencias sociales ha asumido rasgos
particulares, dados su origen relativamente reciente, su subordinación a los países centrales su
singularidad histórica y los intentos de producir ciencia y pensamiento “propios” desde el
reconocimiento de su singularidad histórica. En efecto, su incorporación desde la segunda mitad
del siglo XX estuvo directamente asociada al proyecto de modernización desarrollista. Desde la
década de los sesenta, investigadores como Camilo Torres Restrepo y Orlando Fals Borda en
Colombia, y Rodolfo Stavenhaven y Pablo González en México, criticaron su colonialismo
intelectual, a la vez que sentaron las bases para investigar y pensar América Latina desde
opciones de transformación social y desde su propia especificidad, sin perder el diálogo con otros
procesos mundiales.
Las grandes contribuciones latinoamericanas al pensamiento contemporáneo y a la investigación
social (teoría de la dependencia, educación popular, filosofía y teología de la liberación,
investigación participativa, el pensamiento epistémico, los estudios sobre culturas populares y
comunicación) no se generaron desde las prácticas académicas más fieles y exegéticas de las
corrientes teóricas y metodológicas canónicas provenientes de los países centrales. Han surgido
desde la necesidad sentida de comprender problemáticas propias del continente, por parte de
intelectuales e investigadores comprometidos con prácticas y opciones políticas progresistas, que
han reivindicado la tradición de pensamiento latinoamericano, a la vez que la apropiación crítica e
imaginativa del legado intelectual occidental.
En la actualidad, la confluencia entre esta tradición de pensamiento social crítico latinoamericano y
otras tendencias alternativas provenientes de otros contextos, como es el caso de los estudios
subalternos y postcoloniales gestados en la India y el Medio Oriente, están dando lugar a lo que
algunos (Walsh) denominan el campo de los Estudios Culturales Latinoamericanos; desde esta
perspectiva, en construcción y debate, se cuestionan la geopolíticas de conocimiento
hegemónicas (por occidentalistas, modernizantes y colonialistas) y se valora la posibilidad de
1
WALLESTEIN 1996
4
producir saber sobre lo social desde oras prácticas intelectuales como los movimientos sociales y
las luchas culturales y étnicas.
Investigar al margen de las ciencias sociales
Por otra parte, en América Latina no ha sido desde las ciencias sociales como institución, sino
desde otros espacios y otras prácticas sociales, desde donde se han hecho los aportes más
originales en la generación de conocimiento y en la innovación metodológica de la investigación
social. En efecto, desde la década de lo setenta del siglo pasado, buena parte de las
investigaciones más significativas sobre problemáticas sociales, políticas y culturales de la región,
no se generaron en los consolidados medios académicos, sino desde organizaciones civiles
(ONG) de apoyo y acompañamiento a movimientos sociales y organizaciones de base, así como
desde prácticas culturales alternativas como la educación popular, la teología de la liberación y la
comunicación alternativa. Desde el interés por recuperar la memoria colectiva, comprender
prácticas, contextos y actores sociales o develar ideologías y prácticas dominantes, han surgido
propuestas como la Investigación Temática, la IAP y la Sistematización de Experiencias.
El caso del colombiano Orlando Fals Borda es paradigmático: formado en Estados Unidos como
sociólogo y fundador de la primera Facultad de Sociología en América Latina, no fue desde la
universidad sino desde una organización civil vinculada con las luchas y organizaciones
campesinas, que generó la metodología de la Investigación Acción Participativa. En palabras del
propio Fals (2007):
Sentíamos que las experiencias universitarias ya no nos satisfacían; las
considerábamos repetitivas, frustrantes y “copietas” de modelos europeizantes.
Por esa razón no regresé a ella en dieciocho años y decidí estar con los
campesinos; allí mi experiencia fue la de racionalizar como hacer más eficaces las
luchas campesinas para recuperar sus tierras…
Así mismo, dicha propuesta, tampoco fue inicialmente acogida por el mundo académico (que más
bien la cuestionó desde sus presupuestos positivistas y su institucional), sino por actores
comprometidos con proyectos y acciones sociales. La afirmación anterior no debe entenderse
como una negación categórica a que puedan realizarse proyectos y acciones investigativas
alternativos en ámbitos universitarios. Existen en algunos centros de educación superior, notables
(aunque escasas) experiencias e iniciativas que buscan articular producción de conocimiento y
proyección social con poblaciones populares y movimientos sociales. Es el caso de la Universidad
de Pernambuco, quien desarrolla investigaciones conjuntas con organizaciones y movimientos
sociales, como el Movimiento de los Sin Tierra, MST.
En la mayoría de los casos, estas iniciativas universitarias sensibles a las problemáticas y
movimientos sociales no han sido desarrolladas por los departamentos disciplinares (economía,
sociología, historia o antropología), sino por programas “plebeyos” como Trabajo Social,
Educación, Comunicación Social y psicología comunitaria, o desde instancias “no académicas”
5
como las áreas de bienestar universitario, extensión y proyección social, cuya labor es casi
siempre descalificada por parte de la academia más institucionalizada.
Este dato no es anecdótico: confirma que no es en la centralidad de las ciencias sociales
institucionalizadas sino en sus fronteras, donde se existe mayor potencial de generación de
conocimiento social transformador. En efecto, desde estos “lugares periiféricos” se hacen
evidentes las limitaciones de los marcos epistémicos institucionales, lo que posibilita reconocer
otras realidades, generalmente también en los bordes de lo social y nuevas perspectivas de
pensamiento sobre lo social.
Dicho potencial alternativo presente en la investigación social que se lleva a cabo en los
intersticios e intersecciones de las disciplinas sociales, en las fronteras entre la ciencia social y
otros campos de producción de saber sobre lo social como las artes visuales y la literatura, las
organizaciones sociales y la acción colectiva, amerita ser analizado a profundidad. En
consecuencia, en lo que resta de este artículo intentaré hacer una primera caracterización de
dichas prácticas investigativas, para luego hacer un balance de su potencialidad de construcción
de realidad social y pensamiento crítico.
Una caracterización de la investigación desde el margen
Esta investigación social no canónica generada en los bordes de las ciencias sociales la he
denominado “investigación desde el margen” o liminal (Torres, 2004), pero también puede
vincularse con otras denominaciones afines que quieren dar cuenta de su emergencia y potencia,
tales como “epistemología fronteriza” (Mignolo), “pensamiento de umbral” (Zemelman) y
“nomadismo intelectual”, (Maffesoli). Investigar desde el margen, lo hemos entendido como un
posicionamiento y una práctica de producción de conocimiento social, llevada a cabo por sujetos
(individuales, colectivos) que proviniendo de las ciencias sociales o no, transgrede la racionalidad
disciplinar dominante.
En este sentido, lo marginal no es estar por fuera, sino en el umbral, en las fronteras: entre el
adentro y el afuera, entre lo instituido y lo instituente, entre lo conocido y lo inédito, entre lo
determinado y lo indeterminado. Así, lo marginal abre nuevas posibilidades para pensar, para
imaginar, para construir nueva realidad. Por otro lado, lo marginal, lo liminal, asumido no tanto
como postura epistémica sino como posicionamiento ético y político, permite ver, decir y hacer lo
que no es visible, nombrable o factible desde el centro de las instituciones de conocimiento y
poder. Así como los “marginales”, ponen en evidencia los límites y las arbitrariedades del orden
social, la investigación liminal hace visible el agotamiento de las disciplinas sociales y de los
epístemes institucionales para abordar y encauzar ciertas realidades constituyentes (Torres, 2004:
66).
Antes de cualquier conceptualización sobre la “investigación desde el margen” o liminal, esbozaré
los rasgos característicos de las prácticas investigativas que consideramos bajo tal categoría. Para
ello, iré abordando preguntas tales como: ¿por qué surge este tipo de investigaciones? ¿Quienes
son sus impulsores? ¿Para qué se realizan? ¿De qué temáticas se ocupan? y ¿Cuáles prácticas
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metodológicas llevan a cabo? Es decir, y tomando como referencia la experiencia colombiana,
iremos abordando las condiciones y motivaciones de su emergencia, sus actores, contenidos,
metodologías y usos de sus resultados.
Con la precaución de no plantear generalidades explicativas de la emergencia de estas prácticas
investigativas en América Latina, planteo que han sido múltiples los factores y condiciones que
permiten comprenderla. En primer lugar la propia singularidad histórica de la región, con respecto
a los países centrales que sirvieron como referente empírico de las ciencias sociales clásicas. En
efecto, las teorías y metodologías predominantes en las disciplinas sociales, tenían como fuente
imaginarios culturales anclados a la cultura moderna “occidental” (orden, progreso, naturaleza
humana) y se habían construido a partir de las modernas sociedades industrializadas. Cuando
fueron confrontadas con la plural y diversa realidad latinoamericana desde opciones políticas de
transformación, se pusieron en evidencia sus limitaciones para dar cuenta de su especificidad y su
carácter ideológico y colonial.
El ejemplo de lo primeros sociólogos colombianos que se formaron disciplinarmente en Estados
Unidos y Europa es diciente. Tanto Orlando Fals Borda como Camilo Torres habían sido educados
dentro de la perspectiva funcionalista y en el uso de técnicas estadísticas de análisis social. Al
llegar a la convulsionada Colombia no van a encontrar una sociedad ordenada e torno a unos
valores compartidos y unas instituciones funcionales, sino un país convulsionado por la violencia,
con unas culturas políticas y prácticas sociales difícilmente de encajar dentro de las categorías
aprendidas. Por otro lado, contrariando el dictamen canónico de separación del científico y el
político, estos investigadores pronto asumieron responsabilidades con programas y propuestas de
acción social y política2. A diferencia del grueso de sociólogos posteriores que optaron por no
incomodarse frente a las demandas sociales y políticas, subordinando las realidades sociales a las
teorías y al métodos, estos pioneros intentaron acuñar nuevas categorías y generar nuevas
estrategias de acercamiento a la vida social y de producción de datos, involucrando activamente a
las poblaciones afectadas por los problemas que se investigaban.
Así mismo, otras condiciones históricas, estructurales y emergentes peculiares del continente, han
representado un desafío a la investigación social crítica: condiciones como ser el patio trasero del
imperio estadounidense, haber padecido unos procesos acelerados de urbanización, padecer
prácticas y culturas políticas como el caudillismo y el clientelismo, sufrir dictaduras militares
durante largos periodos, estar sometida al modelo neoliberal y poseer una composición étnica
singular con fuerte presencia indígena y afro; también problemáticas como la migración, la
violencia y el desplazamiento forzado, las juventudes y las culturas urbanas han demandado
nuevas perspectivas de investigación social.
Un segundo factor, evidenciado en el ejemplo anterior, es que un rasgo de la realidad
latinoamericana, desde la década de los sesenta del siglo XX hacia el presente, es la activación
de luchas y movimientos sociales que buscan enfrenar las situaciones y condiciones de injusticia,
Orlando Fals y Camilo Torres coincidieron en las Juntas Directivas del Instituto de Reforma Agraria y el
Departamento de Acción Comunal; a su vez, cada uno, por iniciativa personal, habían impulsado experiencias
asociativas y movimientos de promoción social.
2
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dominación, discriminación y exclusión estructurales en el continente. En efecto, desde las luchas
de sindicalistas, campesinos, pobladores, mujeres, grupos étnicos, etc., pronto demandaron de los
intelectuales de las organizaciones políticas y civiles que las apoyaban, su compromiso sobre lo
que se esperaba, podían aportar: teorías “científicas” y conocimientos especializados sobre la
realidad sobre la que se pretende actuar; en muchos casos, este apoyo intelectual se limitó a
“aplicar” ortodoxa y dogmáticamente categorías marxistas muchas veces sin un riguroso trabajo
de fuentes o de campo.
Del mismo modo, así como muchos de los intelectuales “comprometidos” aplicaron acríticamente
ideologías, teorías y metodologías de las ciencias sociales clásicas reproduciendo la lógica
moderna colonial, en otros casos, investigadores individuales o colectivos generaron otras
practicas que cuestionaban y generaban alternativas al modo tradicional de producción de
conocimiento. Es el caso de personajes como Paulo Freire, Pablo Fals Borda, Mario Kaplun,
quienes de una manera u otra optaron por caminos propios y desarrollaron investigaciones
novedosas que permitieron comprender de otras maneras e involucrar otras miradas sobre los
problemas de los que se ocuparon.
En tercer lugar, es innegable la recepción imaginativa de perspectivas críticas provenientes de
otras latitudes, no siempre del norte, así como la voluntad de algunos intelectuales
latinoamericanos de generar pensamiento propio. En efecto, con la institucionalización de las
ciencias sociales, también llegaron autores disidentes y teorías críticas. Las diferentes vertientes
y debates dentro del marxismo jugaron este papel en algunos ámbitos, aunque muchas veces se
asumió dogmática y ortodoxamente. En décadas recientes, la recepción de perspectivas como el
feminismo, la perspectiva de género, los estudios culturales, los estudios subaltenos y
postcoloniales, posibilitó abordajes originales de luchas y dinámicas culturales emergentes.
Por otro lado, en el continente existe una rica tradición de intelectuales, generalmente
comprometidos con opciones políticas progresistas que han planteado y asumido la necesidad de
un pensamiento propio, que a la vez que procura enraizarse en la peculiaridad de la condición
histórica de la región, dialoga críticamente con otras propuestas, adopta perspectivas foráneas y
crean claves interpretativas propias. Es el caso de Antonio García, Orlando Fals Borda, Florestan
Fernández, Agustín Cueva, Hugo Zémelman, Anibal Quijano, Enrique Dussel, Leonardo Boff y
Paulo Freire.
Sus trabajos se ubican en lo que algunos autores han llamado “perspectivas de borde” y otros
“razonamientos de umbral” para referirse a formas de conocimiento social que resultan de
búsquedas en espacios diferentes y con modalidades distintas, posibilitando el ascenso a otras
racionalidades culturales; se trata de perspectivas que, además de dar cuenta de la interrelación
de diferentes campos de conocimiento, constituyen en sí mismas nuevas lecturas sobre la realidad
(Chanquía, 1995).
Para Emma León (1995: 56) estas formas de razonamiento conducen a dos aspectos
considerados cruciales: “Por un lado, encontrar nuevas facetas a los contenidos producidos y
acumulados en esferas particulares del conocimiento, lo que implica ubicar tales contenidos más
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allá de los márgenes decantados por las teorías establecidas; por otro lado, y en relación estrecha
con lo anterior, el operar fuera de estos márgenes les permite enfrentarse con la necesidad de
abordar nuevas realidades, y construir conocimientos que respondan a ámbitos de sentido
diferentes a los ya definidos”.
Finalmente, la emergencia de estas modalidades investigativas también tiene que ver con la
existencia de sujetos individuales y colectivos que las agencien ¿Quiénes son? Por un lado,
intelectuales provenientes de la institucionalidad de las ciencias sociales (universidades y centros
de investigación), quienes por sus opciones políticas o temáticas mantienen vínculos orgánicos
con realidades extraacadémicas. García Canclini plantea al respecto que “parece que la mayor
versatilidad de los estudios Culturales latinoamericanos para atravesar fronteras se deben, tanto al
carácter precario de nuestros sistemas universitarios, como al hecho de que los investigadores
combinan su pertenencia universitaria con el periodismo, con la militancia social o política, o la
participación en organismos públicos, todo lo cual posibilita relaciones más móviles entre los
campos del saber y el actuar” (Citado por Richard, 1998: 260).
Asumir opciones políticas, éticas y epistémicos disidentes, alternativas o de transformación social,
plantea al trabajo intelectual la necesidad no sólo de enfrentarse a exterioridades prácticas más
allá de la academia, sino a cuestionar las propias reglas de juego de la institucionalidad científica.
Es lo que plantea Michel Maffesoli (1993: 29) con su metáfora de nomadismo intelectual:
“De manera que la empresa que se inicia es libertaria. Hacer escuela es fácil y aburrido; es
mucho más fecundo esforzarse por echar una mirada libre, a la vez insolente, ingenua,
incluso trivial, en todo caso desagradable, pero que abre brechas y permite fuertes
intercambios que los mercaderes y burócratas ni siquiera imaginan. Así pues, insolencia de
pensamiento… Al trastornar el orden establecido de las cosas y las personas, el
nomadismo se vuelve expresión de un sueño inmemorial que el embrutecimiento de lo
instituido, el cinismo económico, la reificación social o el conformismo intelectual no llegan
jamás a ocultar totalmente”.
Además de estos intelectuales nómadas, la real garantía de la pervivencia de la prácticas
investigativas de borde es la existencia de sujetos colectivos para quienes sea necesaria la
producción de conocimiento y pensamiento desde y sobre otras realidades emergentes. Me refiero
particularmente a organizaciones y movimientos sociales que, desde las exigencias de sus propias
luchas y desafíos políticos y sociales requieren caracterizar los contextos y estructuras sociales a
las que se enfrentan, la especificidad de los actores y acciones emprendidas, así como de las
subjetividades y racionalidades que producen.
Estos actores sociales, asumen el rol de intelectual orgánico colectivo, el cual busca producir
conocimiento, no para profundizar en las teorías o lógicas disciplinares sino para transformar
realidades. Es decir, las finalidades que orientan este tipo de investigaciones son políticas y éticas,
más que intelectuales. Asumir una perspectiva de construcción de realidades (Zémelman), coloca
a los investigadores de borde en una posición diferente a la del investigador atrapado en la
racionalidad disciplinar y en las lógicas institucionales de la academia predominante: comprender
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realidades desafiantes para transformarlas, a la vez que se transforman los propios sujetos de la
investigación.
El punto de partida de una investigación temática, una Investigación Participativa, de una
recuperación de memoria colectiva o de una sistematización de experiencias es el tener claridad
acerca de las preguntas políticas sobre el porqué, para qué y para quienes va a tener sentido la
investigación a realizar; esta pregunta por la pertinencia social está muchas veces ausente en los
proyectos convencionales. Así mismo, es desde estas preocupaciones compartidas frente al
contexto las que llevan a definir – también dialógicamente - las preguntas y problemáticas de
investigación, las categorías orientadoras y la perspectiva interpretativa y las opciones y
estrategias metodológicas, y no los parámetros de una disciplina o teoría predeterminadas.
Este ensanchamiento de los sujetos y modos de investigar, nos lleva a hablar de “prácticas
investigativas”, retomando la categoría de “prácticas intelectuales” propuesta por Daniel Mato
(2005) para poner en sospecha la imagen del intelectual como el académico. Hay prácticas
intelectuales no sólo en el mundo académico, sino también en los movimientos sociales y en las
organizaciones sociales y civiles (ONG). Las prácticas literarias y filosóficas en América Latina
fueron y aún lo son, lugares donde se gestó pensamiento “al margen de las disciplinas” (Mignolo,
1998: 53).
Otro rasgo de la investigación de borde son sus problemáticas de investigación. Al respecto, es
interesante constatar que se ha venido dando un tránsito en el orden de las preocupaciones que
va de asuntos marcadamente “estructurales” y macro sociales, hacia temáticas emergentes de
dimensiones, realidades constituyentes de escalas sociales muchas veces moleculares, más no
menos importantes. Así, del énfasis en la dependencia, la dominación imperialista, la dominación
ideológica y la particularidad de la estructura de clases que marcó el pensamiento crítico de
izquierdas entre los sesenta y comienzos de los ochenta del siglo pasado, se fue pasando a la
pregunta por los nuevos actores y movimientos sociales, las subjetividades, los nuevos vínculos y
las sociabilidades, así como la memoria, lo cotidiano y la experiencia presente.
En este tránsito de los ámbitos de interés están presentes, las transformaciones de los contextos
globales, nacionales y locales), de las relaciones sociales y de los movimientos sociales, como
también las permanencias y cambios en los imaginarios y paradigmas que configuran la
racionalidad de las ciencias sociales latinoamericanas. Vale la pena destacar que una constante
ha sido la atención a poblaciones, vínculos y prácticas sociales a su vez “marginales”: pobladores
urbanos, mujeres, jóvenes y “habitantes de la calle”, así como a sus anónimos modos de hacer y
formas de estar juntos, habitualmente invisibles para la racionalidad académica.
De este modo, desde lo cotidiano, lo efervescente, lo subterráneo, lo “otro”, se pueden reconocer
los intersticios y las fisuras de las estructuras sociales, tal como lo vislumbró un sociólogo “memor”
de la Escuela de Chicago a comienzos del siglo XX, al referirse al estudió del mundo de las
pandillas:
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“Probablemente el concepto más importante del estudio es el término “intersticial”;
es decir, que pertenece a espacios situados entre una cosa y otra. En la
naturaleza, las materias extrañas tienden a reunirse y apelmazarse en todas las
grietas, hendiduras y resquebrajaduras: los intersticios. También hay fisuras y
fallas en la estructura de la organización social. La pandilla se puede considerar
como un elemento intersticial en el marco de la sociedad, y el territorio
pandilleresco como una región intersticial en el trazado de la ciudad” (Thrasher,
1963, citado por Ulf Hannerz, 1993: 49).
Estas problemáticas emergentes y actores marginales privilegiados por la investigación de borde
podemos situar el interés por situaciones liminales, emergentes. El propio Freire acuñó en La
pedagogía del oprimido la categoría de “situación límite” dentro de su propuesta de investigación
temática. Las “situaciones límite” son entendidas como problemas que evidencian los límites del
orden social y el potencial humano para superarlas; representan un desafío al pensamiento, al
permitir reconocer las determinaciones sociales de su actuar y la capacidad de los hombres para
generar otras circunstancias (el inédito viable) para superarlas (Freire, 1970).
También resulta importante destacar que este tipo de investigación marginal promovida por
investigadores transeúntes, desde perspectivas de umbral y referida a problemáticas, fenómenos
y poblaciones subalternas o emergentes, en la mayoría de los casos vistos como marginados
social o simbólicamente, también asume modos singulares de entender la propia práctica
investigativa; en particular, los usos críticos y creativos de la teoría, de las tradiciones
metodológicas, de las estrategias y de las técnicas de investigación.
Así como en lo social, los momentos y situaciones liminales evidencian los límites del sistema y
posibilitan lo nuevo, instituyendo nuevos vínculos sociales, las prácticas de conocimiento social
hechas desde el borde permite miradas y abordajes inéditos que desbordan los límites de la
ciencia social instituida. Como señalaba antes, el hecho de no estar de antemano subordinadas a
la racionalidad disciplinar, permite una mayor flexibilidad y creatividad en la manera de
relacionarse con el conocimiento acumulado sobre lo social (categorías, conceptos, lenguajes) e
incorporar otras miradas y voces a la hora de abordar e interpretar sus problemáticas.
De este modo, las prácticas investigativas marginales buscan relacionarse con lo teórico no desde
una lógica deductiva o demostrativa, sino como “caja de herramientas”. Se acuden a enfoques y
conceptos provenientes de diferentes disciplinas, los cuales no son asumidos “en bloque” sino que
son deconstruídos, desarticulándolos, rearticulados o resignificados en función de la especificidad
de los problemas de investigación. En algunos casos, se va más allá y se proponen categorías,
metáforas y lenguajes nuevos que amplían los sentidos de comprensión de las realidades
estudiadas; de nuevo Fals Borda nos sirve de ejemplo, pus acuño expresiones como “hombre
hicotea”, anfibios culturales y prácticas sentipensantes.
Pese a la escasa reflexión epistemológica sobre sus prácticas, la investigación de borde ha
demostrado una gran imaginación creadora en lo referente a las estrategias y operaciones
metodológicas. Han tenido como un rasgo central rescatar el lugar central del sujeto y la
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subjetividad en la investigación social; tanto de los sujetos de conocimiento, generalmente
minimizados o invisibilizados por la investigación social clásica, como también de la densidad de
los sujetos y subjetividades sociales presentes en las problemáticas de investigación social.
En cuanto al ensanchamiento de los sujetos de investigación, como ya se dijo, el rol de
investigador se extiende a otros actores “no especialistas” a la vez que transforma su carácter. Por
un lado, profesionales provenientes de diferentes campos se involucran como investigadores, al
igual que actores sociales provenientes de organizaciones y movimientos sociales. Por otro, sean
o no asumidas como “participativas”, hay una preocupación de relacionarse con la población
involucrada en las problemáticas de estudio, reconociendo y potenciando su calidad de sujeto.
Esta con-fusión entre investigadores e investigados desplaza el principio de objetividad, por el
postulado de reflexividad, que plantea que el objeto es definido en su relación con el sujeto
(Ibáñez, 1998: 13).
Involucrar no especialistas y población de base como investigadores plantea la necesidad de
problematizar la participación en la construcción colectiva de conocimiento. No se trata de “hablar
por los que no tienen voz” o representar a los subalternos desde nuestra voluntad transformadora
no desconocer las relaciones de poder que siempre están presentes en cualquier experiencia
colectiva. Exige estar atentos a reconocer y valorar cómo se está dando en cada uno de los
momentos y en cada una de las decisiones del proceso investigativo (Cendales y Torres, 2007).
En consecuencia, el diálogo entre los participantes se convierte en una exigencia que no solo
garantiza la confluencia de diferentes saberes, sino la garantía de transformación de relaciones de
poder predominantes en la investigación convencional; la polifonía de voces se convierte también
en polifonía de voluntades y de posibilidades de acción.
Los enfoques y estrategias metodológicas más frecuentes son las llamadas cualitativas3,
dialógicas, interactivas y participativas. Los estudios de caso, la etnografía basada en la
observación participante, las historias de vida, el análisis colectivo de escenarios y
acontecimientos, los talleres pedagógicos, los grupos de discusión y las técnicas de activación de
la memoria colectiva, son estrategias y recursos metodológicos empleados. En muchos casos, las
investigaciones trazan sus propias rutas y recrean o inventan técnicas cuyo rasgo común es
posibilitar la expresión, a través de sus diferentes lenguajes, por parte de los actores. Esta
ampliación de lenguajes también trae consigo una apertura de posibilidades de interpretar y
comunicar los sentidos que constituyen la realidad histórica, en particular de los marginales, de los
subalternos.
Un rasgo común es que al reivindicar la dimensión sujetiva de la vida social y el pretender
reconocer los sentidos constituyentes y emergentes en la experiencia social, la investigación de
borde se abre a lenguajes narrativos, que se liberan de la rigidez y frialdad del lenguaje
académico. La literatura, el cine, el video, la multimedia, el teatro y la plástica son empleadas
Bajo esa denominación se cobijan diversas perspectivas, enfoques metodológicos, estrategias y técnicas que
tendrían en común valorar la dimensión subjetiva de la vida social y por tanto, buscan dar cuenta de los sentidos y
experiencias de los sujetos en sus contextos cotidianos retomando su propio punto de vista (Denzin y Lincoln, 1994).
Tomo distancia con la identificación de lo cualitativo con la ausencia de técnicas o informaciones cuantitativas.
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como estrategia en la construcción y comunicación de conocimiento. Lo narrativo es una
posibilidad de liberar la experiencia única e irrepetible; es la posibilidad de los sujetos de construir
su realidad y de configurar identidades.
Pistas para potenciar la investigación de borde
La riqueza y versatilidad descritas de las prácticas investigativas de borde, requiere no obstante,
una mayor conceptualización y elaboración epistemológica. En esta última parte del artículo,
pongo al debate algunos planteamientos provenientes de otros campos intelectuales e
investigativos que pueden contribuir a potenciarlas. En primer lugar, la perspectiva liminal, también
encuentra una potencial fuente de elaboración desde los aportes del antropólogo Victor Turner
(1988) quien al estudiar los ritos de paso identificó tres fases: una preliminar que corresponde al
estatus que el neófito va abandonar; una etapa intermedia, done se produce la metamorfosis del
iniciado, llamada liminal o de margen; y un último movimiento en el que el pasajero se acomoda a
u nuevo lugar en la organización social.
La fase y el personaje liminales, implican una situación extraña, indeterminada. Victor Turner llama
a esa situación como interestructural. El transeúnte ritual, no tiene nada, ni estatuto, ni propiedad,
ni signos, ni rango que lo distinga de quienes comparten su situación. Actualmente, esta
condición de transeúntes, de monstruos del umbral, lo desempeñan personajes como los
inmigrantes, los adolescentes, los enamorados los artistas y los outsider en general (Delgado,
1999: 111). La ambigüedad estructural del adolescente, del inmigrante, del enamorado, del artista
o del outsider, su anonadamiento, resultan idóneos para resumir todo lo que la sociedad pueda
percibir como ajeno, pero instalado en su propio interior; están, a la vez, adentro y afuera, no son
de aquí, ni son de allá.
Para Turner (1988), lo liminal pone en evidencia la existencia de dos modos de interacción
humana. Uno es el estructural, ordenado, diferenciado, jerarquizado, etc. El otro, representa un
punto neutro de lo social, es comunidad esencial, sin estructurar, naciente. Al primer modelo, lo
llama “estructura”, al segundo, “communitas”; ambos están presentes permanentemente. Lo
comunitas surge allí donde no hay estructura social; es decir, donde lo que hay es ausencia,
carencia o cuando menos grave debilidad de lo orgánico social.
La tensión comunitas – estructura de Turner se parece mucho, a lo sugerido por Guattari y
Deleuze (1982) con las categorías de arborescencia y rizoma, a la diada institución y estado
naciente, propuesta por Alberoni (Reguillo, 1996: 29) y a la dupla subjetividad instituida y
subjetividad emergente, planteada por Hugo Zémelman (1997, 1998). En todos los casos se
destaca el reconocimiento de lo subterráneo, del vínculo anónimo no controlado por el poder, la
fuerza transformadora de lo invisible y el acontecimiento en la creación de novedades sociales.
Como lo señalé en una ocasión anterior (Torres, 2005) estos lugares liminales, estas periferias
sociales constituyan una potencia transformadora del orden hacia modos de ser y relacionarse
inéditos y utópicos. Quizás sea en estos intersticios, en esas fronteras y bordes de las disciplinas y
la vida social, donde se estén generando los saberes, los pensamientos y las alternativas más
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significativas para transformar no sólo el sistema dominante de conocimiento social, sino las
relaciones y orientaciones mismas de la sociedad (Torres).
En segundo lugar, pese a este esfuerzo realizado desde las prácticas investigativas liminales por
relacionarse crítica y creativamente con los corpus conceptuales existentes, hace falta más
audacia en la construcción de alternativas interpretativas críticas y en la reflexión epistemológica
que de cuenta de las nuevas búsquedas. Este vacío puede irse llenando en la medida en que se
conozcan y discutan planteamientos que vienen haciéndose en esta dirección por pensadores
como Hugo Zémelman, Gloria Andaluza y las llamadas teorías decoloniales (Mignolo, Walsh,
Castro, Lander y Grosfoguel ).
Frente a la racionalidad parametral propia de la investigación disciplinar, Zémelman propone
asumir un pensamiento categorial (1987), que en lugar de aplicar teorías existentes a unos objetos
definidos dentro de los límites de aquellas, posibilite reconstruir racionalidad con que fueron
construidas y permita una apertura de pensamiento a la especificidad de las problemáticas que se
estudian, especialmente a las realidades y subjetividades constituyentes (Zémelman, 1998). Para
el autor, las teorías son realidad condensada, recortada en un momento dado; son “puntas de
iceberg” que permiten reconocer las cristalizaciones del magma social, ocultando su movimiento y
densidad (Zémelman, 2002).
“Andalzua muestra la necesidad de una epistemología fronteriza, postaccidental, que permita
pensar y construir pensamiento a partir de los intersticios y que pueda aceptar que los
inmigrantes, los refugiados, los homosexuales etcétera, son categorías fuera de la ley desde una
epistemología monotípica que normaliza ciertos espacios como espacios de contención y
marginación” (Mignolo, 1998: 55). Para esta autora, “el latinoamericanismo debe entenderse
como una estrategia reconstructiva de carácter fundamentalmente política: “una actividad
contradisciplinaria y antirrepresentacional que busca liberar las diferencias” (Castro, 1998: 185).
Finalmente, resultan sugerentes los planteamientos que vienen haciendo un grupo de intelectuales
latinoamericanos desde hace unos años a partir de la crítica de las herencias culturales coloniales
de larga duración enquistadas en la modernidad; en el ámbito investigativo, la colonialidad se
expresa como dependencia epistémica frente a los modelos de pensamiento generados por la
modernidad occidental. Dicha “colonialidad del saber” es desafiada por los conocimientos “otros”,
presentes en otras racionalidades y en las prácticas de resistencia de las luchas y movimientos
sociales y culturales (Ver Revista Nómadas, 2007).
Cierre - apertura
Con el panorama presentado, se ha evidenciado que junto a la investigación rutinaria y “de
frontera” está generándose una investigación “de borde”, la cual desde entre las fronteras de las
ciencias sociales y las instituciones académicas modernas y otras prácticas sociales constituye
una apertura crítica a las inercias y reduccionismos de los modos predominantes de producción de
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conocimiento. A lo largo del texto, hemos insistido en su potencialidad emancipadora, su
capacidad de trasgredir límites, de vislumbrar nuevos horizontes y perspectivas.
Sin embargo, el campo de la investigación social, como todo campo es arena de conflicto en el
que las posiciones están en permanente tensión y movimiento; así como las prácticas
investigativas de borde han sabido retomar algunos de los lenguajes y conceptos de las prácticas
académicas hegemónicas, también ésta puede, y de hecho lo hace, incorporar de aquellas
algunas de sus rasgos, despojándolos de cualquier potencial transformador.
En este sentido, ninguno de los rasgos descritos garantiza a perpetuidad su potencial crítico,
emancipador o alternativo. En efecto, algunas de las propuestas descritas son atraídas
permanentemente por la fuerza del imán de la institucionalidad académica. En efecto, así como
“los conocimientos expertos, que en manos de la elite sirvieron para consolidar los poderes
hegemónicos, funcionaron también como recursos reflexivos con efectos negativos para sus
intereses: crearon espacios de trasgresión que fueron aprovechados por los subalternos” (Castro
1998: 195), también la ciencia institucionalizada está presta a retomar técnicas, estrategias y
prácticas investigativas otras para subsumirlas a la lógica científica dominante.
Un ejemplo reciente es la rápida institucionalización y absorción desde el poder hegemónico de
perspectivas que en su momento funcional fueron “alternativas” es el caso de los estudios
culturales, que al continente no llegaron por la vía “roja” de los “padres fundadores” de la Escuela
de Birmingham, muy comprometidos políticamente con su presente, sino por la vía “blanca” de los
estudios literarios norteamericanos y acogidos por intelectuales y espacios académicos de elite,
con escasos o nulos vínculos con procesos de lucha política o social. Por ello, en algunos países,
se han asumido como moda intelectual, que pronto desembocó en el mercado de ofertas de
programas de postgrado y eventos académicos.
Por ello, no sobra insistir que lo que le da el carácter de potencialidad a las prácticas investigativas
de borde no son sus actores, lugar institucional, perspectivas conceptuales o estrategias
metodológicas, sino su intencionalidad y sentido político. Su posicionamiento crítico frente al orden
instituido de poder y saber y su capacidad de desplegar energías transformadoras. Estamos
pensando en lo que Castoriadis (1997) llama “imaginario radical” y Zemelman “subjetividad
constituyente” (1998 y 2002): exigencia de historicidad, voluntad de superación de lo dado y
apertura a lo inédito viable (Freire), a las utopías (De Sousa Santos).
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