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APORTES ESTUDIANTILES
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Culto andino a los muertos
en los cementerios de
Lima Metropolitana
Maribel Arce Saavedra
Tania Julca Gamboa
Leslie Limay Cuadros
Introducción
El presente ensayo, elaborado para el Curso de Arte Popular de la Escuela de
Antropología, tiene por finalidad conocer in situ, comprender y analizar las
variadas y contrastantes manifestaciones de lo popular en lo urbano, de qué
manera se mantienen ciertas costumbres y cómo se va recreando la identidad del
migrante al encontrar nuevos elementos, paradigmas y adaptaciones al nuevo
medio. Tratamos de responder a la pregunta: ¿Cuál es la función de la tradición en
estas celebraciones del «Día de los Muertos»? Para ello, vamos a contrastar el
culto a los muertos de la época prehispánica con las de la actualidad, con fuentes
bibliográficas y empíricas, mediante la observación participante y entrevistas
realizadas en el cementerios Merino, ubicado en el Km. 18 de la Av. Túpac Amaru
en Carabayllo, y Campo Fe de la Panamericana Norte, Km 24.
Culto a los muertos en las sociedades humanas
Desde épocas anteriores, el hombre se ha formulado preguntas como: ¿Quiénes
somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? La muerte es un acontecimiento
complejo que sucede en cualquier momento de la vida y se da de manera fugaz. El ser
humano ante este hecho ha creado una serie de ritos y costumbres que constituyen
normas de comportamiento y valores que reflejan la cosmovisión de cada cultura.
Los grupos humanos difieren notablemente en cuanto a lo que consideran
una «buena muerte», según sus parámetros culturales. En todas las sociedades
humanas la muerte es objeto de rituales; inclusive, los entierros son los primeros
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indicios de existencia cultural entre nuestros remotos antepasados. Los muertos
son honrados en todas las sociedades con ceremonias especiales, que a la vez
constituye un rito de separación del grupo social. Con el ritual se señala la incorporación de los que se han ido al grupo de los antepasados y se marca su expulsión con mayor o menor suavidad y cortesía del mundo de los vivos. En muchas
sociedades se cree que los muertos que vivieron mal o que guardan algún rencor
frente a los sobrevivientes pueden volver para vengarse, creando caos y peligro
para los demás.
El rito para Levi Strauss es un acto aceptado por todas las sociedades. Para
Cazeneve es un acto individual o colectivo vinculado con creencias de lo sobrenatural. Binford afirma que el enlace sistemático entre la diferenciación mortuoria
y el estatuto social se basa en el hecho de que existe una correspondencia directa
entre la posición social que ocupó el muerto en vida y el tratamiento que recibe al
morir. Tal tratamiento comprende el grado de participación corporal en el funeral,
la preparación y la naturaleza de la tumba, y las ofrendas dejadas con el difunto
que simbolizan ritualmente el estatus del individuo.
En China, por ejemplo, el deseo de tener un hijo es un deseo eminentemente
social de consumación, proyectado a través de una descendencia que conservará la memoria de los muertos y les rendirá el culto necesario. En México los
individuos que constituían un calpulli (barrio) se reconocían en un antepasado
mítico común a todos. Además, en la actualidad es tradicional que el primero y
dos de noviembre se tenga un convivio con los parientes muertos. Se les coloca
una ofrenda con su comida preferida y se les rinde culto. Este tipo de celebración
se parece mucho a la que se reproduce en nuestro país, quizá una de sus causas
sea que compartimos un pasado histórico común.
Entre los mexicas, en Mesoamérica, se concebía a la muerte como la dispersión de
varios elementos y mientras unas entidades anímicas viajaban al Cielo del Sol, otro
componente, la sangre, líquido que contenía energía vital, iba a alimentar a la deidad
de la Tierra. En los huesos quedaban partes de las fuerzas vitales del individuo,
siendo que el fémur del sacrificado, recibía el nombre de maltéutl, «el dios cautivo».
La vida y la muerte en el mundo prehispánico mesoamericano no deben ser
consideradas como antónimos, sino más bien complementarios. Es en este mismo
sentido que la dicotomía cuerpo-alma, tampoco existe, siendo que la materialidad
de las entidades anímicas es manifiesta. La convivencia de ambos mundos se
refleja en acciones cotidianas. El incumplimiento en el culto a los difuntos, entre
los otomíes, puede ocasionar desgracias fatales.
La muerte en el Perú antiguo
Este principio también se cumple en el mundo andino, conocida como
relacionalidad andina, la cual se da mediante nexos o vínculos de la fuerza vital de
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todo lo que existe, es por ello que se le denomina relacionalidad del todo, porque
todo esta relacionado, no hay nada fuera de sí y si lo hubiese entonces no existiría. El principio de relacionalidad hace referencia a que todo está de una u otra
manera relacionada con todo, tanto es así que los entes no son nada por sí solos
si no están relacionados y sólo serán concretos en la medida que estén
interrelacionados. La relacionalidad andina implica una gran variedad de formas
de comportamiento como la reciprocidad, complementariedad y correspondencia
en aspectos afectivos, ecológicos, éticos, etc. Dicha relacionalidad no se limita
sólo a la relación hombre-hombre, va más allá existe la relación hombre y cosmos,
lo humano y lo divino; y es justamente aquí donde se encuentra la idea de
complementariedad entre los vivos y los muertos.
Cultura Paracas. Los cementerios Paracas son uno de los fenómenos
mortuorios más grandes, ricos y complejos de todo el antiguo Perú. Las tumbas
demuestran que corresponden a períodos de tiempo igualmente distintos. A las
más antiguas se les llamó Período Cavernas, por haber sido encontradas en cavernas funerarias incrustadas a cinco metros de profundidad en el arenal. Las
cavernas tenían forma de copa invertida y profunda, algunas contenían hasta
cincuenta fardos funerarios. Las tumbas más tardías (500 a. C.) eran pequeñas
ciudadelas enterradas en el desierto, en las que corredores estrechos y tortuosos
daban acceso a un laberinto de pequeñas cámaras mortuorias, donde se encontraban los fardos funerarios. A estas tumbas las denominó Julio C. Tello: Paracas
Necrópolis.
Los hombres de Paracas enterraban a sus muertos siguiendo un ceremonial
riguroso y prolongado. El cuerpo del difunto empezaba por ser momificado de
acuerdo a prácticas esotéricas conocidas sólo por los sacerdotes. Terminada esta
ceremonia religiosa, comenzaba otra igualmente formal y estricta. La momia,
envuelta en su sudario, era colocada en un cesto de mimbre, conjuntamente con
todos los objetos que debían acompañarla a la eternidad (este concepto puede
ayudarnos a tener una idea del concepto que tenían de la vida ultraterrena). El
cesto de mimbre era envuelto cuidadosamente por un número no siempre igual de
mantos de diferente calidad textil. El que se hallaba más cerca al cuerpo del difunto
era de extraordinaria fineza, todo bordado con figuras que representaban
simbólicamente el mundo de su mitología. Los mantos restantes eran de menor
calidad textil. Algunos de los fardos funerarios que, sin lugar a dudas,
correspondían a miembros de las clases dominantes, eran envueltos hasta por
diez u once mantos. No olvidemos que Paracas era una sociedad de clases, y que
la riqueza y variedad de los mantos estaba en estrecha relación con la riqueza y
poder político y social del individuo. La ceremonia terminaba con el entierro del
fardo funerario. Se puede ver objetivamente la existencia de grandes diferencias
socioeconómicas en la población enterrada en los cementerios Paracas,
especialmente en Necrópolis.
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Cultura Moche. Dentro de la sociedad Moche, el ritual y ceremonial de enterrar a los muertos formó parte del proceso de renovación, germinación y crecimiento en la cosmogonía andina. El mundo de los muertos se convirtió en un
mundo de pasaje de aquél de los vivos al de los ancestros, además eran los
ancestros los que controlaban la sociedad y de ellos emanaba el poder. Y para que
este poder se materialice en el mundo de los vivos, era necesario que los ancestros
–divinidades– tuviesen representantes que los encarnasen en los actos y rituales
que permitían la reproducción social. A nivel social, este acto de renovación
permitía la posibilidad permanente de mejorar o de adquirir nuevos elementos que
se integren al nuevo templo. La renovación del templo permitía objetivizar los
cambios sociales y estructuras operados en el seno de la sociedad. El hecho de
enterrar cumplía la función de la producción social.
Por los entierros registrados se demuestra que existió entre los moche una
permanente atención al mundo del más allá. Se enterraba a los muertos en lugares
especialmente escogidos, se les preparaba un ajuar y se realizaban diversos rituales y ceremonias. Además, existían sacerdotes y oficiantes que se encargaban de
realizar la preparación de los cuerpos y el de las ofrendas para que las deidades
moche se ocupasen de trasladar el alma del difunto al mundo de los ancestros, al
mundo del gozo permanente. Es así cómo el hombre moche entendía a la muerte,
no como el término de la vida, sino el comienzo de la vida eterna.
Período Inca. Sobre este período, el cronista indio Felipe Huamán Poma de
Ayala nos proporciona las descripciones siguientes.
Noviembre (Aya Marcay Quilla): Aya tiene el significado de difunto, donde
este mes era el mes o fiesta de los difuntos. En noviembre sacaban a los difuntos
de sus bóvedas llamadas pucullo, dándoles de comer y beber, además de vestirlos con buenos trajes, con plumas en la cabeza; cantaban y danzaban en su
presencia poniéndoles sobre unas andas llevándolos de casa en casa, por calles
y plazas. Luego de todo este recorrido los volvían a sus pucullos dándoles sus
comidas y vajillas, a los más importantes personajes de oro y plata y a los pobres
de barro, además de carneros y ropas.
Entierro del Inca. Cuando moría un inca, las celebraciones duraban un mes,
que terminaba con el entierro. El cadáver del inca era cubierto con las mejores
vestiduras y le ponían los ojos y el rostro de tal forma que aparentaba estar vivo.
El difunto era llamado Yllapa a diferencia de los demás difuntos que se les llamaba
Aya. El Inca era enterrado con muchas vasijas de oro y plata pero además se
enterraba a los pajes, camareros y mujeres que él dispuso en vida, es así que
primero se les emborrachaba, luego les abrían la boca y les soplaban coca molida
de tal forma que los ahogaban. En todo el territorio del Tahuantinsuyo lloraban la
muerte del inca, con canciones y música, bailando y danzando hasta el día del
entierro, la gente ayunaba privándose de sal y ofreciendo oro, plata, ganado, ropa
y comida.
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Fiesta a las almas en el Cementerio Merino de Carabayllo
En noviembre, a la par que germinan los cultivos con las primeras lluvias
andinas, también los muertos emergen de las entrañas de la tierra o bajan del cielo.
Las ceremonias dedicadas al día de los finados o fiesta de las almas incluye el
regreso de los difuntos, el reencuentro con los vivos, las ofrendas, el rol que
desempeñan las velas para dar calor y claridad a las almas. Los rituales del día de
los difuntos, como el de los funerales de las familias migrantes, son de una intensidad social extraordinaria. Se bebe, se come, se baila, se reza, se juega, se acompaña intensamente al difunto durante el velorio y el entierro, como también en el
día de los muertos, se hace con alegría, con música, simbolizando la vida nueva
que espera a la persona que muere o del que se recuerda su muerte.
Cementerio Merino. El 31 de octubre fuimos al «Cementerio Merino» de
Carabayllo, observamos las construcciones aledañas al cementerio, de material
noble, en su mayoría, casas de un solo piso. Las casas que se encuentran más
cercanas al cementerio, son de esteras y triplay. La ubicación de los nichos no
guarda relación entre uno y otro; no siguen un orden establecido por la Municipalidad o Beneficencia Pública, la mayoría de ellos son construcciones simples,
rústicas, con poca ornamentación o bajo tierra. Sin embargo, lo poco que se
puede apreciar son construidas a base de losetas y lápidas de mármol, obviamente se encuentran enrejadas para evitar sustracciones de personas inescrupulosas.
Ese mismo día, apreciamos la limpieza, el pintado, el tarrajeo de las tumbas, por
parte de los familiares de los difuntos, quienes se preparan para el 1º de noviembre. Al exterior del cementerio observamos un ambiente festivo por parte de los
comerciantes que ofrecen comida, flores, velas, agua, chicha de jora, wawas (panes), etc. y debido a la ubicación, una gran demanda de mototaxis.
El 1º de noviembre, «día central», observamos la llegada de familiares, parientes y amistades que visitan la tumba de los muertos. El ambiente está más
cargado de gente que el día anterior; es un ambiente de fiesta. Distinguimos a dos
bandas de músicos; nos acercamos para preguntarles cuánto cobraban: por cada
3 piezas musicales diez soles, a pedido y al gusto de los familiares. Por la composición fundamentalmente provinciana de la gente enterrada en este cementerio,
las más solicitadas eran músicas ayacuchanas, huancaínas, canteña, cajatambina;
tales como: Falsía, Huarancayo, Vaso de cristal, A qué volviste, Sentimiento serreño,
Río de Oyón, Totora totora, Río Santa, entre otros. También las canciones de
moda de Dina Paucar, Sonia Morales, Anita Santibáñez y Gaytán Castro.
En referencia a la comida, pudimos distinguir la concentración entre los familiares, degustando los platillos favoritos de sus difuntos, algunos eran preparados en casa, como: cuy chactado, pachamanca, charquicán, rana frita, cotillón de
res; otros lo preparaban alrededor de la tumba, como pollada, picarones, etc.
Todos tenían sus cervezas en cajas y celebraban en grandes grupos de familia.
Todos coincidían en decir que venían a hacerle compañía a su difunto y eso era
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evidente ante nuestros ojos, pero pudimos observar que algunos llegaban a la
tumba del difundo, decían unas oraciones y luego se retiraban, pero la gran
mayoría pasó el día en actitud de fiesta familiar.
Al entrevistar a los familiares que acudieron esa tarde del 1º de noviembre a
ambos cementerios, constatamos que la gran mayoría eran migrantes de raíz andina:
de Cuzco, Cerro de Pasco, Huánuco, Canta, Huaral, Ica, Cajamarca, etc. Resumimos algunas de las respuestas de los asistentes al Cementerio Merino de
Carabayllo.
¿Qué significado tiene para Ud. el día de los muertos? La mayoría respondió
que este día significa mucha felicidad, por ser una fecha especial, en la cual se
recuerda a aquellos seres queridos que ya no se encuentran con nosotros. Este
día es visto con alegría y ansiedad, ya que da oportunidad a los familiares para
brindar homenaje a los difuntos. Y para la minoría significaba todavía tristeza por
haber perdido un ser querido tan valioso, y que a partir de su muerte todo había
cambiado para ellos.
¿Cómo se festeja este día en su pueblo? La mayoría argumentó que en cada
región es distinta la celebración, empezando por la variedad de la comida y algunas creencias que conservan con respecto a los velorios y entierros, como el de
vestir al muerto con su mejor vestimenta, barrer el ambiente de la celebración
después de ocho días, tirarle piedras o pétalos de rosas sobre el ataúd, para que
éste se vaya contento y su alma descanse en paz; debe ser bendecido por un
cura, para que de alguna forma sus pecados sean perdonados; de ser posible
dejar la casa unos días, refieren que ellos vienen a recoger sus pasos, etc.
¿Por qué sigue esta tradición? La mayoría concordó que sigue la tradición
porque vieron a sus abuelos o de sus padres, es decir, se mantiene de generación
en generación. Igualmente, también ellos enseñarán a sus hijos, porque es más
que nada el sentimiento que guardan de aquel ser querido que les fue arrebatado,
ya sea por algún accidente, enfermedad, o algún otro hecho en particular.
¿Qué significa la comida? Para la mayoría, significa que ellos lo recuerdan
mediante la comida, que fue el plato que más le agradó, una forma de corresponderle, además, con alguna nota musical que fue su favorita.
Informantes de Ayacucho, Huaral, Canta y Pasco. Por ejemplo –nos explica–
en Ayacucho se festeja el día en las casas y no en la tumbas, donde se consume
coca y pisco, además se prepara comida sirviéndose primero al difunto y luego a
las personas que visiten la casa. A diferencia de Ayacucho, en Canta se celebra
este día en la misma tumba y no en la casa. Se lleva músicos con instrumentos
como el arpa y el violín, principalmente, se prepara la comida de más agrado del
difunto, pero se le deja en la casa, encima de una mesa donde se sirve la comida,
la coca, cigarros y ron que el difunto consumirá mientras los familiares visitan el
cementerio hasta el amanecer, tomando cerveza o tragos como el calientito hecho
de eucalipto y limón. En el cementerio hacen rezar y cantar con los cantores,
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antiguamente llamados responsos, los cuales cantan en castellano y a veces en
latín. En Huaral sólo se lleva flores y velas a los cementerios; muy parecido a lo
que sucede en Lima y en Ica, se llevan músicos a las tumbas, se prepara comida
del agrado del difunto dejándolo en casa, es decir, muy parecido a lo que ocurre
en Canta.
Analizando las respuestas de nuestros entrevistados, podemos afirmar, la
gran devoción, el gran cariño y el sentimiento que sienten por sus muertos. Ellos
piensan que su espíritu vendrá de la otra dimensión y degustará de su platillo
favorito preparado por la familia. Tratan de mantenerlo vivo trayéndole banda
musical, comida, flores, pétalos de rosas que esparcen sobre la tumba y velas para
que se vaya con luz y contento. Es un día festivo porque el muertito en vida fue
una persona alegre, en cierta forma quieren corresponderle; en otras tumbas la
alegría se alargaba con música y baile, brindando con cerveza. Esta tradición,
como ellos mismos nos explicaron, se mantiene de generación en generación.
Otro entrevistado de Cerro de Pasco nos cuenta de la forma particular que celebran el día del cumpleaños del almita: todos los años le preparan el platillo que
fue de su agrado, le colocan sobre un mantel, al día siguiente recién lo retiran, es
una forma de agradarle y compartir con el difunto como si estuviera vivo.
Recuerdos de la familia en el Cementerio Campo Fe
El día 1º de noviembre, fuimos al Cementerio Campo Fe. Nuestra primera impresión fue que parecía que visitábamos cualquier otro lugar menos un cementerio. Es uno de los más modernos de Lima Norte, con grandes espacios de campos
verdes y floridos, con personal de seguridad dentro y fuera, tiene una enorme
puerta de fierro, hacia arriba se distingue un arco de concreto armado, en el centro
del arco un logotipo del camposanto, de forma redonda, donde se ve una cruz,
con los colores: rojo, azul, verde y marrón. Tiene una extensión aproximada de
10 000 m2. Ese «Día de los difuntos» hubo gran concurrencia de visitantes que
llegaban a pie, en autos y camionetas. El camposanto está rodeado de áreas
verdes y jardines muy bien cuidados; a unos 200 m de la puerta principal se
encuentra una pileta. Está distribuido por lotes o pabellones de 500 m2 cada uno,
donde están las sepulturas ubicadas ordenadamente. A los alrededores se encuentran casas de material noble de uno, dos y tres pisos. Se observó que cada
visitante o familiar llevaba variedad de flores de distintos colores y formas, que
colocaban en macetas o hacían alfombras de corazones, colores del equipo
favorito del fallecido, etc. En este proceso de modernización y nuevos paradigmas
de desarrollo y urbanización de la gran ciudad se producen también las formas de
reproducción de las costumbres y tradiciones de los visitantes, en este caso, con
privaciones y limitaciones: no permiten el acceso de bandas de música ni orquestas, de comida preparada, bebidas alcohólicas. En lugares visibles se pueden ver
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avisos sobre las restricciones que impone la empresa que administra el cementerio Campo Fe:
• Evite hacer ruidos molestos que perturben la tranquilidad de los visitantes.
• No se debe ingerir alimentos o bebidas alcohólicas dentro del camposanto.
• Está prohibido el ingreso con cualquier tipo de mascotas.
• Deposite la basura sólo en los lugares indicados.
• Coloque únicamente ofrendas florales tipo ramo personal, no coloque macetas
ni plantas artificiales que dificulten el mantenimiento de los jardines.
En las afueras del local, se encuentran muchos vendedores ambulantes, tratando de llevar un dinerito extra a sus hogares, que se congregan para satisfacer
la sed y el gusto del paladar de los visitantes de ese día, con bebidas gaseosas,
helados, ceviche, anticuchos, papa rellena, arroz con pollo, y cuanta comida y
bebida sale de la inventiva popular. La concurrencia masiva de visitantes es por
única vez en el año, por ser una fecha especial en todo el país. Aquí también
hicimos algunas entrevistas a los visitantes a Campo Fe.
¿Cómo se festeja el día de los muertos en su pueblo? «Se celebra con cantos,
agua bendita, se hace misa y en las ollas se bendice el agua. Dejan la comida que
le gustaba al difunto, a lo cual lo llaman mesada, que consiste en una serie de
alimentos como wawas, guisos, frutas. Esto –señalan– es compartido con los
muertos de todo el pueblo, así mismo sus familiares se unen a la comilona».
¿Cómo lo celebran el Lima? «Aquí únicamente pudimos traer flores, debido
a que en la entrada realizan una requisa, es decir, revisan las cosas que traemos.
Ellos no dejan entrar comidas ni bebidas».
¿Por qué enterraron a su pariente en Campo Fe? «Porque nosotras vivimos
aquí en Shangri-lá, entonces está cerca de nuestra casa para poder venir cuando
podamos (Informante A). Porque aquí es más bonito, además está cerca al lugar
donde vivimos (Puente Piedra) aunque las reglas de Campo Fe no nos permiten el
ingreso de comida ni de música (Informante B)».
¿Cómo entiende Ud. la muerte? «Cuando te vas al cementerio, los muertos
van a la casa porque se queda en silencio y tienes que dejar sus alimentos porque
si no lo dejas ellos te molestarán en tus sueños diciendo que tienen hambre».
¿Cómo se festeja el día de los muertos en el Cusco? «Lo celebramos reunida
toda la familia en el nicho de nuestro ser querido, llevamos todo aquello que le
gustaba en vida y compartimos con todos los presentes. Sobre la sepultura colocamos pequeñas porciones de comida para que venga y deguste su comida
favorita».
¿Cómo lo celebran el Lima? «Tratamos de celebrarlo igual que en mi pueblo,
aunque acá todo está restringido, trajimos comida a escondidas pero los vigilantes lo requisaron».
¿Por qué enterraron a su pariente en Campo Fe? «Él lo quiso desde un
primer momento, y las decisiones se respetan, está cerca donde vivimos, además,
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desde hace varios años estamos radicando acá en Lima y sólo esporádicamente
viajamos a Cuzco».
¿Cómo entiende Ud. la muerte? «Creo que el espíritu está presente y se pone
contento cuando le visitamos y no nos olvidamos de ellos, porque son seres que
han formado parte de nosotros y nuestra vida y ahora forman parte de nuestro
recuerdo».
Encontramos las diferencias existentes entre el simbolismo local actual y el
simbolismo de origen en general, como consecuencia del sincretismo entre la
creencia prehispánica y la creencia actual en el país. Además, cada cementerio
tiene diferente contexto, en uno prevalecen las costumbres populares, cultura y
tradiciones de cada pueblo y en el otro se limitan por el proceso de urbanización
y modernización. Estas diferencias pudimos distinguirlo con la práctica de la
observación participante a fin de entender con mayor precisión el significado
contextual del Día de los Muertos.
Al observar que los familiares llevaban velas, flores, agua, fruta y comida,
pudimos darnos cuenta que cada uno tiene un significado simbólico:
La cera o vela: Proveen de luz para el recorrido de las almas, una cera para cada
individuo significa que el muerto no ha perdido su individualidad. La familia lo
siente como seres que participan y visitan la tierra, considerándoles muy importantes.
Agua: Tiene la función de saciar la sed de las ánimas que visitan la tierra.
Fruta y comida: Pretenden que el aroma de frutas y de los alimentos agasajen
al paladar de los «visitantes» que vienen del más allá o de la otra dimensión. El
ritual de la comida es de origen prehispánico fundado en la idea de que las ánimas
extraen el sabor a partir del aroma.
Flores: Guía a las ánimas a su respectiva ofrenda, otorga una imagen de
luminosidad. También sirven para adornar el lugar donde reposan los muertos.
Cada uno de las personas manifiesta un profundo sentido de respeto al mundo espiritual inherente a la vida que se hace evidente en el transcurso del culto a
la muerte. Además, quizá con cierta nostalgia y alegría, es sólo una mirada, un
asomarse a la ceremonia de los muertos, que conduce a una catarsis de la realidad
de la muerte que en algún lugar de su camino espera nuestra llegada. Pero es en la
experiencia de la Vida que aparece la convivencia como una necesidad, que se
reafirma en las diferentes tradiciones.
En la actualidad, se cuenta con tradiciones y forma de expresar su concepción
del culto a la muerte, estas actividades varían de acuerdo con la región, las costumbres de la localidad, el nivel socioeconómico de la familia y, en general, de la
cultura; sin embargo, presenta rasgos y elementos mezclados y derivados del
ritual prehispánico y de la influencia de la religión cristiana traída por los españoles durante la Colonia.
Arguedas muestra que a pesar de los fenómenos de la llamada transculturación
que se origina del enfrentamiento entre dos culturas, la andina pudo resistir bajo
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nuevas formas de reconstrucción cultural. Durante un largo periodo colonial, el
pueblo nativo asimiló una ingente cantidad de elementos de la cultura hispánica.
Ocurrió lo que suele suceder cuando una sociedad es dominada por otra: tiene la
flexibilidad y poder suficiente como para defender su integridad y, aun, desarrollarla, mediante la toma de elementos libremente elegidos e impuestos.
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