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HEINRICH SCHLIER
LA UNIDAD DE LA IGLESIA EN EL NT
La unidad de la Iglesia, resultado y manifestación de la de Dios, se le da al hombre en
el Cuerpo de Cristo y se difunde por medio del Espíritu. Crece mediante la palabra de
Dios, el Bautismo y la Eucaristía; y es algo anterior a la unidad que constituye la mera
reunión de los hombres.
Die Einheit der Kirche nach dem neuen Testament, Católica, Vierteljahresschrift für
Kontroverstheologie, 14 (1960), 161-177. Aschendorffssche Verlagsbuchhandlung
Münster Westf, (1960).
El problema de la unidad de la Iglesia preocupó ya a los primeros cristianos, pues tal
unidad estuvo amenazada desde el principio. Baste recordar las diferencias entre los
cristianos del judaísmo y los de la gentilidad, las tendencias gnósticas de los corintios,
los círculos heréticos a que se alude en las cartas pastorales del Nuevo Testamento y en
las siete cartas del Apocalipsis. El Nuevo Testamento cree que la unidad no ha dejado
nunca de estar amenazada. "Sé -dice Pablo- que luego de mi partida os asaltarán lobos
voraces que destruirán el rebaño, y de entre vosotros se levantarán hombres que
siembren doctrinas perversas para atraerse discípulos" (Hechos 20, 29 ss.). El Nuevo
Testamento considera que la unidad no es sólo un gran bien: es algo que pertenece a la
esencia misma de la Iglesia. La Iglesia es una o no existe.
¿De qué unidad se trata? Intentaremos describir sus rasgos principales.
SU FUNDAMENTO
El fundamento último de la unidad de la Iglesia es el único Dios y Señor al que todas las
cosas están orientadas (1 Cor 8,6) y que quiere unificarlo y enderezarlo todo en Cristo
(Ef 1, 10).
En Cristo ha dado Dios a la humanidad un nuevo motivo de unidad. Y a Él remite
constantemente el Nuevo Testamento. Cristo atraviesa los muros que hay entre Dios y
los hombres y entre judíos y paganos, para crear un hombre nuevo que los reconcilie a
ambos en un solo cuerpo. El muere por todos, y todos mueren en Él y viven no para sí
mismos, sino para Aquel que nutrió por todos ellos (2 Cor 5, 1-1: Bonn 11, 7 ss.).
Juan concibe de igual manera el fundamento histórico-salvífico de la unidad de la
Iglesia, cuando alude a la relación del hijo con el Padre. "Que todos sean una misma
cosa, como Tú, Padre, en mí y yo en Ti. Que también ellos sean uno en nosotros" (Jn
17. 21-23). "Les he dado la gloria que me diste, para que sean una sola cosa". Este don
lo hace Cristo cuando se entrega a la muerte en cruz. San Juan recuerda que "debía
morir no sólo por el pueblo, sino para unificar a los hijos de Dios que estaban dispersos"
(Jn 10, 50 ss.).
Esta unidad se consuma en el Espíritu, en quien tenemos acceso al Padre (Ef 2,18).
Pablo habla de Él como del fundamento de la unidad de la Iglesia (Ef 4, 4); y, según
San Juan, Cristo asegura que cuando sea elevado lo atraerá todo a Sí (Jn. 12, 32) porque
enviará al otro consolador, al Espíritu (Jn 14, 16 y 26; 1 Jn 2, 1).
HEINRICH SCHLIER
La unidad de la Iglesia se funda en el querer y en el obrar de Dios. Despreciarla es
actuar contra el Dios único y unificante que actúa en Cristo por medio del Espíritu.
Cuando Pablo advierte las divisiones en la comunidad de Corinto se pregunta: "¿acaso
Cristo está dividido?". Lo cual quiere decir que si la Iglesia (aunque sea sólo la iglesia
de un lugar) se divide, es Cristo quien se divide.
Y cuando Pablo continúa arguyendo: "¿acaso fue crucificado Pablo por vosotros? o
¿habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?", nos sitúa en un nuevo punto de vista
para comprender la unidad de la Iglesia.
SUS MEDIOS
El Evangelio
La unidad querida por Dios halla expresión en el único Evangelio. Único no quiere
decir uniforme. Cada difusor del mensaje subraya -sin duda - este o aquel aspecto (vgr.
la encarnación de la Palabra, en San Juan; o la historia de Jesús como realización de una
historia salvadora universal, en San Lucas). Pero sobre estas diferencias sobrenada el
único Evangelio mediante el cual nos llama el Espíritu a la unidad, y verifica esta
unidad. Pablo aboga decididamente por la unidad del Evangelio frente a los
contradictores judaizantes de Galacia: "me maravillo de que os apartéis del que os ha
llamado... para iros a otro evangelio el cual no existe en absoluto. Aunque un ángel del
cielo os anunciare otro evangelio, sea anatema" (Gal l, 6 ss) Y más tarde: "un cuerpo y
un espíritu, igual que habéis sido llamados a la misma esperanza de vuestra vocación"
(Ef 4, 4).
El Evangelio es uno en otro sentido. Es uno a pesar de las diversas formas como es
predicado (oralmente, por escrito, en tradiciones litúrgicas, catequéticas u homiléticas).
El único Espíritu Santo, se sirve del único Evangelio (en palabras, escritos o leyes) para
encontrar a Cristo, y en Él al fundamento de toda unidad entre los hombres.
Luego de buscar los fundamentos de la unidad, nos preguntamos por los medios para
Hacerla visible. Para el Nuevo Testamento éstos son el Evangelio, el Bautismo y la
Eucaristía. Y en otro sentido, el servicio apostólico y los carismas o dones del Espíritu.
Bautismo y Eucaristía
En medio del Evangelio, iluminado por Él, y, a su vez, completándolo, surge lo que
llamamos Sacramento. Mediante el Bautismo, el Espíritu encamina a todos los hombres
a la unidad armonizadora de la Iglesia. "Por medio de un Espíritu fuisteis todos
bautizados para formar un solo cuerpo. Judíos o griegos, siervos o esclavos, todos
hemos bebido un mismo Espíritu" (1 Cor 12, 13 ss.).
El Bautismo anula las diferencias de raza, estado u origen, al colocarlas en Cristo, en la
unidad de una misma esperanza. "Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo. Los que
fuisteis bautizados en Cristo os habéis vestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego, ni
esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, pues todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de
Cristo, sois descendientes de Abraham y herederos según la promesa" (Gal 3, 26 ss.).
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Los antaño paganos han sido sellados con el Espíritu y así (en el Bautismo) incluidos en
la unidad del cuerpo de Cristo (cfr. Ef 1, 13; 3, 6; 4, 30). En Ef 4,5 el único Bautismo
(junto con el Señor y la fe) aparece como el medio operador de la unidad y, a la vez,
signo de ésta.
Este poder unificarte del Espíritu se reafianza y visibiliza en la Eucaristía. Todos los
bautizados toman parte en la mesa del Señor, y todos comen el mismo cuerpo y sangre
espiritualizados (cfr. 1 Cor 10, 21 y 3 ss.). Y como el pan es uno, todos son un cuerpo.
Cuando el pan eucarístico perdió a los ojos de los hombres su verdadero significado
sacramental y su poder de unificar a la comunidad, se vio amenazada la unidad del
único cuerpo de Cristo, de la Iglesia.
San Lucas aporta dos nuevos factores que tienen su importancia en la cuestión de la
unidad de la Iglesia: los apóstoles y la oración. Los neoconversos -que constituían la
comunidad de los creyentes- perseveraban en las enseñanzas de los apóstoles... y en la
oración" (Hechos 2, 41 ss.). Esto nos recuerda que, según el Nuevo Testamento,
también la jerarquía y los carismas tienen un sentido para la unidad de la Iglesia. No son
ellos quienes constituyen tal unidad, pero son mediadores para conseguirla.
La jerarquía
La única jerarquía es la primera en servir al único Evangelio y a la edificación de la
Iglesia. Su raíz se halla en los doce, que son como el centro del pueblo que Dios ha
congregado. Representa una unidad cuasi- institucional cuya cabeza responsable es
Pedro, fundamento de la Iglesia. Extiende su jurisdicción sobre las iglesias de Samaría y
de los gentiles. Y el mismo Pablo, que debe su misión a una revelación del Altísimo,
necesita del reconocimiento de la asamblea apostólica (cfr. Hechos 10; 13; 15).
Con la jerarquía apostólica se articulan -según testimonio de los Hechos- los jerarcas de
las iglesias locales (cfr. Hechos 6, 1 ss.; 14, 23). El encargo de apacentar la comunidad
implica el deber de velar por la unidad de la Iglesia. Por eso Pablo recomienda "que
tengáis especial consideración a los que trabajan entre vosotros y os gobiernan en el
Señor y os instruyen" (1 Tes 5, 12 ss.). Y así, en una mirada retrospectiva sobre el
edificio de la Iglesia comprende el Apóstol que también los pastores y doctores locales
pertenecen a los dones del Altísimo y deben servir -junto a los Apóstoles, profetas y
evangelistas- a la construcción del único cuerpo de Cristo. En los escritos de Juan, la
jerarquía está unida al concepto de misión. Los discípulos - los doce casi siempre- que
Jesús envía a su mies escatológica son portadores de la palabra que opera la unidad de
los creyentes y, mediante ésta, la unidad del mundo. En el apéndice (Jn 21), en una
escena simbólica, Pedro lleva al resucitado los peces en su propia red, y Jesús le confía
su rebaño para que lo apaciente.
Los carismas
Pero el Espíritu dispone de otro medio para suscitar y fortalecer la unidad que Dios dio
en Cristo a su Iglesia. Junto a los Apóstoles se hallan, ya desde el principio, los profetas.
Colocados por Dios en su Iglesia (1 Cor 12, 28 ss.), sirven a la edificación del cuerpo de
Cristo (Ef 4, 11). El edificio celestial de la Iglesia se yergue "sobre el fundamento de los
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apóstoles y profetas, y tiene por piedra angular a Cristo, sobre el cual se alza bien
trabado todo el edificio para ser un templo santo en el Señor" (Ef 2, 20). El espíritu
profético se continúa en la Iglesia por los otros dones del Espíritu, los cuales todos
sirven a la unidad y se alimentan del testimonio unificante de los Apóstoles. Por ello
tienen su norma en este testimonio (es decir, e n la fe de la Iglesia) y no pueden
apartarse de este fundamento, si son auténticos carismas.
Los carismas se dan "para utilidad" (1 Cor 12, 7), esto es, para la edificación del cuerpo
de Cristo cuyos miembros se instruyen, se consuelan, se fortifican y se ayudan mediante
tales dones. Así, los carismas hacen visible fa unidad de la Iglesia, y la fortalecen sin
cesar.
Su sentido
En que sentido es una la Iglesia, nos lo aclaran sobre todo las expresiones Pueblo de
Dios y Cuerpo de Cristo.
Pueblo de Dios
En el mundo sólo hay un pueblo de Dios.
La alusión al pueblo de Dios del Antiguo Testamento viene dada en la fórmula ekklesía
loú Theoú. Es sabido que esta fórmula puede designar bien a la comunidad de un lugar
(vgr, Hechos 5, 11; 8, 1-3; Rom 16, 23; 1 Cor 14, 4-23), bien a la Iglesia total (vgr.
Heclios 9, 31; 1 Cor 12, 28; 15, 9; Gal 1, 13; Fil 3, 6; 1 Tim 3, 5-16). Y esto es lo
curioso: la Iglesia total no es meramente la suma de las comunidades singulares. Y éstas
no son solamente partes de la Iglesia total. La relació n primaria entre ambas es otra. La
Iglesia total está presente en la comunidad singular. En la iglesia de un lugar aparece el
pueblo de Dios. La unidad que forman todas las iglesias (cfr. Rom 16, 1; 1 Cor 14, 17
...) no es una cosa accesoria y accidental, sino algo previo. Y este algo previo radica en
que se remontan hasta, y se unifican, en el pueblo de Dios del Antiguo Testamento. La
Iglesia continúa y plenifica a Israel en la medida en que éste había aceptado su
vocación. Es el Israel espiritual (1 Cor 10, 8) en el que está presente la semilla de
Abraham (Rom 4, 10 ss.; 9, 1 ss.; Gál 3, 15 ss.; 26 ss.; 4, 22 ss.). En la Iglesia ve el
Nuevo Testamento aquella esperanza judía de la unión del pueblo disperso, de la
reunificación de las doce tribus a las cuales se unen ahora los paganos (cfr. Is 49, 6). Por
eso Cristo debía morir, como dice San Juan, no sólo por el pueblo, sino también para
congregar en un cuerpo a los hijos de Dios que estaban dispersos (.1n 11, 52),
Cuerpo de Cristo
La unidad del cuerpo radica en que es cuerpo del único Cristo. Tal unidad precede a la
unión de sus miembros. Estos no la crean, sino que ella les viene dada de antemano en
Cristo. Tal unidad previa es fa que exige la unión de los miembros y se manifiesta en
ellos. El concepto de cuerpo de Cristo alude además a la unidad de la humanidad
incluida en Él, pues, como dice Pablo (Ef 2, 15), en el cuerpo de Cristo crucificado fue
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recreada en un hombre nuevo la humanidad dividida en judíos y paganos. Cristo es el
último Adán, el segundo primer hombre que funda una humanidad.
Su consecución
Cómo pueden los hombres entrar en esta unidad, y ¿conservarla? El Nuevo Testamento
contesta que haciéndose y siendo cristianos. Pues para el Nuevo Testamento es lo
mismo ser cristiano que miembro de la Iglesia una.
El hombre entra a formar parte de esta unidad por medio de la fe. La unidad de la
Iglesia es la unidad de la fe. La fe es la respuesta a un Mensaje en el que Dios llama a
través de Cristo, en virtud del Espíritu. Todos los autores del Nuevo Testamento están
de acuerdo en esto. "Ellos escucharán mi voz y vendrán a ser un solo rebaño y un solo
Pastor" (Jn 10,16; 17, 20). La fe lleva al Bautismo que los sella definitivamente a todos
con el ser-uno en Cristo Jesús.
Esta fe es, para el Nuevo Testame nto, la obediencia a Cristo en el abandono de todo
pensamiento y acción autosuficientes, y en la aceptación de la sabiduría y justificación
que provienen de Cristo; en la radical renuncia a toda gloria humana, y en la dedicación
a la gloria de Dios (cfr. Rom 5, 11; 1 Cor 1, 29 ss.; 4, 7; Gal 6, 14).
La fe como obediencia suscita un reconocimiento y un saber (Ef 4, 13). Este
reconocimiento se relaciona y se expresa en la confesión de la fe. No hay que separar, la
fe de su confesión (cfr. Rom 10, 9 ss.). Y esta confesión es el consentimiento
comunitario, público v obligatorio, dado a la única fe apostólica que se forma en la
Iglesia.
La unidad de la Iglesia está también abierta a la esperanza. Los que están justificados en
la fe, "esperan p or el Espíritu, y a partir de la fe, la esperanza de la justicia" (Gal 5, 5;
cfr. Rom S, 24 ss.; 12, 12; 15, 13). Esta esperanza, que incluye el temor de Dios -pues
aún no se ha proclamado la decisión definitiva ante el Juez (Fil 2, 12; 2 Cor 5, 10)- está
expresamente relacio nada con la unidad de la Iglesia en Ef 4, 4: "un cuerpo y un
espíritu, como también vosotros fuisteis llamados en la misma esperanza de vuestra
vocación". El Evangelio abre un horizonte a los llamados. Este horizonte en el que
viven y esperan, es, a la vez, el profundo horizonte de la unidad de la Iglesia. La
división de la Iglesia es siempre una consecuencia de la desesperación, como lo
manifiestan los gnósticos de Corinto.
Pero la unidad de la Iglesia se comprende y se protege, sobre todo, en el amor. El amor
que Cristo nos ha manifestado, al que nos ha llamado, y por el que nos hace libres (Gal
5, 1-13). En el amor está la voluntad dispuesta a ayudar al prójimo, en Él viven unos
para otros. El amor, y no la gnósis privada de él, es quien edifica. En la verdad del amor
se perfecciona la unidad de la fe y el reconocimiento del hijo de Dios (Ef 4, 12 ss). Sólo
permanecerán en la vid de Jesús -en su comunidad- los sarmientos que lleven fruta en el
amor (Jn 15, 1 ss.). Su forma común es el amor fraternal como el Nuevo Testamento
declara (Rom 12, 10; 1 Tes 4, 9; ...) y recomienda (vgr. Gal 6, 9 ss.; 1 Tes 1, 15 ... ).
Este amor se refleja en el socorro mutuo, colaboración, intercesión, y vgr. en las
famosas colectas.
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También la unidad de la Iglesia está especialmente asociada a la humildad. Quien se
gloria de pertenecer al pueblo escogido, quien confía en sus propias obras morales y,
como consecuencia de esta confianza autosuficiente, no comporte la carga de otro, sino
que le juzga, pone ya el germen de la separación (cfr. Gal 6, 1 ss; Fil 3, 2 ss...). Es
peligroso el orgullo de quienes, apartándose del único mensaje, se entregan a un
conocimiento arbitrario, aparentemente superior, y se hinchan con un cristianismo
snobista que no sobrelleva la flaqueza de los débiles (Rom 14, 1; 15, 1 ss). La humildad
es necesaria para que el don de la fe no se convierta en presunción. El hincharse -como
lo calificó Pablo- hace que los gnósticos corintios tengan en poco al Apostolado, al
Kérygma y los Sacramentos, sobrevaloren los carismas sorprendentes, desprecien la
esperanza, sitúen al amor en un segundo plano y se separen en grupos que se creen
superiores. De este modo fomentan todo lo que amenaza la unidad del único cuerpo de
Cristo.
De todo lo expuesto se deduce que la unidad de la Iglesia según el Nuevo Testamento es
una unidad ya realizada y no por realizar, presente y no futura, históricamente concreta
y comunitaria y no meramente ideal e interna. Pero una unidad que los cristianos deben
alcanzar y proteger siempre de nuevo. Por tanto, pueden haber grupos separados de la
unidad de la Iglesia, pero sólo existe un único pueblo de Dios. Los cristianos pueden
abandonar la unidad o volver a ella, pero no destruirla. El cuerpo de Cristo, que es uno,
es indivisible. El Espíritu Santo habita sólo en el único templo de Dios.
Tradujo y condensó: JULIO COLOMER