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TEMAS DE HOY
Automedicación con
antibióticos: una realidad
vigente
B. HERNÁNDEZ NOVOA, J. M. EIROS BOUZA
Microbiología. Facultad de Medicina y Hospital Clínico
de Valladolid
En nuestro medio, se produce actualmente un hecho
paradójico: mientras que el mercado de “especialidades
farmacéuticas publicitarias” y productos de parafarmacia
(de libre dispensación en las farmacias) se mantiene muy
por debajo de otros países desarrollados, algunas de las
“especialidades farmacéuticas éticas” (las cuales requieren prescripción médica para su dispensación) son adquiridas directamente por la población con relativa frecuencia,
siendo los antibióticos uno de los grupos más representativos de este fenómeno (1).
Frente al hecho de la “automedicación responsable”
de los síntomas menores a cuyo tratamiento están dirigidas las “especialidades farmacéuticas publicitarias”, no
parece que el tratamiento de las enfermedades infecciosas por iniciativa propia del paciente —decisión personal y
voluntaria de administrarse un antibiótico (o de los padres
en el caso de los niños)— pueda considerarse ni conveniente ni adecuado tanto para el individuo como para la
sociedad.
A pesar de que los antibióticos constituyen los medicamentos más consumidos después de los analgésicos y
de existir una conciencia generalizada de que la automedicación antibiótica es un fenómeno común, los estudios realizados hasta el momento son escasos y, en la mayoría
de las ocasiones, se han limitado a pequeñas áreas geográficas (2). Asimismo, contrasta la escasa realización de
estudios sobre la utilización de antibióticos en Atención
Primaria.
Importancia clínica y socioeconómica de los
antibióticos
Desde el descubrimiento y la introducción clínica de la
penicilina hace ya más de medio siglo (3), los antibióticos
han contribuido, como quizá ninguna otra medida terapéutica, a la reducción de las cifras de mortalidad general. En las
tres últimas décadas ha tenido lugar una verdadera eclosión
de los antibióticos, lo que ha popularizado su uso en los países desarrollados, y en la actualidad son los fármacos más
utilizados después de los analgésicos y los que generan un
mayor gasto farmacéutico tras los antihipertensivos. En España, los antibióticos constituyen un grupo farmacológico
de enorme importancia tanto por sus beneficios terapéuticos y clínicos como por el impacto social y económico de
su empleo (4). Se calcula que en el ámbito de la Atención
Primaria de salud se consumen actualmente alrededor de
77 millones de envases antibióticos anuales, con un gasto
aproximado de 114.000 millones de pesetas (PVP), lo que
supone el 9% en unidades y el 10% en valores del denominado “mercado farmacéutico de prescripción”. Estas cifras se ven incrementadas notablemente si a los antibióticos sistémicos se añaden las asociaciones de
antigripales/antitusígenos con antiinfecciosos y los distintos
preparados tópicos en cuya composición entra a formar parte un antibiótico. De acuerdo con la Encuesta Nacional de
Salud, los antibióticos representan el 12 y el 4%, respectivamente, de los medicamentos consumidos por los niños
(0-15 años) y los adultos (≥ 16 años) en los últimos 15
días (5). En el medio hospitalario, puede decirse que uno de
cada tres pacientes ingresados están bajo tratamiento antibiótico (alrededor de 1.300.000 personas al año), bien como
medida preventiva (profilaxis de infecciones quirúrgicas) o
bien con finalidad curativa (tratamiento de infecciones de
origen comunitario o nosocomiales), ascendiendo el coste
del empleo de antibióticos en el hospital por encima de los
25.000 millones de pesetas, lo que representa el capítulo
más elevado del gasto farmacéutico en hospitales (6,7).
En términos de dosis definida/día en el ámbito de la
Atención Primaria de Salud (APS) se consume más del
90% del volumen global de antibióticos. Este se ha estabilizado en los últimos años, y ha descendido considerablemente en relación al año 1976, en el que se produjo el pico máximo de consumo antibiótico, con casi 110 millones
de envases (esta reducción ha sido debida fundamentalmente al drástico descenso del empleo de antibióticos
parenterales en la APS) (8,9). A pesar de ello, España sigue siendo uno de los países desarrollados con mayor
consumo de antibióticos por habitante. Se estima que
aproximadamente 24 individuos por cada 1.000 habitantes
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se encuentran diariamente bajo tratamiento antibiótico y
que de las 12 prescripciones realizadas como promedio
por habitante y año, al menos una corresponde a un antibiótico. Por otra parte, se ha puesto de manifiesto que el
88% de la población española toma antibióticos al menos
una vez al año, que 4 de cada 5 médicos recetan uno o
más antibióticos al día (9 de cada 10 en APS), y que la mitad de los farmacéuticos recomiendan o atienden diariamente al menos una petición en este sentido (10).
En el medio hospitalario, al contrario de lo que sucede
en el ámbito extrahospitalario, la población española participa activamente en la utilización de antibióticos. A este
hecho contribuye no sólo en el papel que los pacientes
tienen como responsables finales de la administración de
los tratamientos prescritos por los médicos, sino también
en la demanda de prescripciones de antibióticos a los propios médicos. En esta línea existen otros factores tales
como la adquisición directa de este tipo de fármacos en la
farmacia por petición propia o recomendación del farmacéutico y el almacenamiento de envases antibióticos en el
“botiquín casero” (8), origen del inicio de tratamientos por
iniciativa de los propios pacientes (o los padres en el caso
de los niños), o la desviación de envases para su uso en
veterinaria. Probablemente, en ello tenga una gran influencia la actitud confiada y despreocupada de los españoles
en relación con los antibióticos, a los que se considera
medicamentos seguros y fiables (9,10), aspectos que se
recogen en la tabla 1. Justamente este supuesto pragmatismo puede dar origen, con frecuencia, a un uso incorrecto o indiscriminado de antibióticos, lo que está siendo relacionado cada vez más con el aumento de la prevalencia
de la resistencia bacteriana, la cual está llevando a la antibioterapia a una situación de auténtica “crisis mundial” (11-13), ya que la resistencia no es sólo transmitida
por cada bacteria a sus descendientes, sino que, en ocasiones, también lo hace a otras bacterias de la misma o
distinta especie (14). En este sentido, conviene subrayar
Tabla 1. Factores que condicionan la
utilización “activa” de los antibióticos
en el ámbito comunitario
• Prescripciones realizadas por los médicos
• Papel de los pacientes como “demandantes”
• Adquisición directa de los mismos:
— Por iniciativa propia
— Por recomendación del farmacéutico
• Almacenamiento en el botiquín “casero”
• Desviación de los mismos para uso veterinario
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que España ocupa un lugar destacado en el contexto mundial en la frecuencia de cepas resistentes de especies
bacterianas responsables fundamentalmente de infecciones comunitarias, como es el caso de S. pneumoniae, H.
influenzae, E. coli o Salmonella, entre otras (9,14-16). Las
infecciones por bacterias resistentes se asocian a mayor
morbilidad, mortalidad, demanda de atención sanitaria y
coste el tratamiento (17). Además, el desarrollo de resistencias bacterianas deteriora la calidad de los tratamientos
e introduce un nuevo criterio ético en el carácter normativo de la terapéutica farmacológica, puesto que el tratamiento individual de un paciente puede comprometer el
tratamiento futuro de otros muchos enfermos (18,19).
El fenómeno de la automedicación
La automedicación representa, junto a la utilización de
antibióticos en procesos infecciosos no bacterianos y al incumplimiento terapéutico por parte del paciente, el principal problema que tiene planteado el empleo de antibióticos en el medio extrahospitalario, constituyendo una
fuente importante del uso escasamente controlado de los
antibióticos y de sus graves consecuencias (20).
En las sociedades occidentales, la importancia de la
automedicación corre paralela a la creciente preocupación
de la población por el autocuidado de la salud y el desarrollo del mismo. Este hecho representa un fenómeno con
una notable repercusión social y económica, sujeto a un
amplio debate médico-terapéutico y con límites poco precisos.
Los estudios acerca de la automedicación son escasos, pero muy ilustrativos en cuanto a la dimensión social
de esta conducta terapéutica, que puede ser considerada
como la forma de autocuidado más frecuente en España (21-31). En una encuesta telefónica sobre el autocuidado de salud, llevada a cabo por Nebot y Llauger en 1992,
el 42% de las personas adultas entrevistadas había seguido una conducta de automedicación (sola o acompañada
de otras medidas de autocuidado, consulta médica o ambas), siendo el tipo de síntoma, la edad y el sexo los factores más determinantes (25). En un trabajo de Clanchet
et al. (28), en el que se incluyeron todos los enfermos que
acudían a consulta médica por una enfermedad iniciada en
los últimos 15 días, siete de cada diez pacientes manifestaban haber utilizado medidas de autocuidado, que correspondían en el 76% de los casos a la automedicación.
Asimismo, de las estadísticas de consumo de medicamentos (IMS) y de las cifras de gasto farmacéutico facilitadas por el Ministerio de Sanidad y Consumo puede inferirse que la automedicación representa más del 30% de
las especialidades farmacéuticas adquiridas en la farmacia,
a pesar de que el “mercado OTC” (Over The Counter o
“productos de mostrador”) apenas representa el 15% de
las mismas (9,32). Comparativamente con otros países, la
población española parece más propensa al autocuidado
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con medicamentos y menos al autocuidado con remedios
no farmacológicos (25,33,34). Sin embargo, como hemos
apuntado, mientras que el mercado de especialidades farmacéuticas publicitarias de libre dispensación en las farmacias (35) sufre una cierta estabilización y permanece en
niveles inferiores al de otros países de nuestro entorno (32,36-38), algunas de las denominadas especialidades
farmacéuticas éticas (35) son adquiridas directamente por
la población con relativa frecuencia (39). En su conjunto, la
automedicación podría representar en España alrededor de
140.000 millones de pesetas (PVP) (40).
Profundizando en la dirección de este fenómeno conviene señalar que existen argumentos a favor y en contra
de la automedicación (21). Entre los primeros se encuentran la accesibilidad, la comodidad y el menor coste en el
tratamiento de ciertos síntomas; a ello se añaden la descongestión del sistema sanitario, la reducción de la pérdida de actividad laboral y escolar y el hecho de que si no
existiera la posibilidad de automedicación se buscarían
otras formas de autocuidado, probablemente menos fiables y sencillas (21,40,41). Entre los argumentos en contra
se han señalado la capacidad de los medicamentos de
producir efectos indeseables agudos o crónicos cuando
son utilizados a dosis excesivas o durante periodos excesivamente prolongados, la presentación de interacciones farmacológicas, el uso incorrecto en indicaciones no convenientes, el empleo en pautas posológicas inadecuadas y la
posibilidad de que, en ocasiones, su utilización pueda enmascarar y retrasar el diagnóstico de una enfermedad que
necesita cuidados médicos (21,42,43).
Con el objeto de evitar polémicas infructuosas se ha
tratado de establecer algunas consideraciones para la utilización de fármacos en automedicación. Parece conveniente
que no debieran necesitar supervisión profesional, podrían
ser utilizados en síntomas o enfermedades que puedan ser
reconocidas y diagnosticadas por la propia persona (21,40).
En 1986, la Oficina Regional Europea de la OMS publicó
una serie de directrices a modo de un compendio útil y breve de las características que debe poseer un fármaco para
su empleo en automedicación. Según el informe, los medicamentos deben ser eficaces sobre los síntomas de naturaleza autolimitada que motivan su empleo y fiables para que
sus efectos beneficiosos puedan ser percibidos de forma
consistente y rápida. De igual manera deben ser de fácil
empleo para que su administración no requiera precauciones complejas, de amplio margen terapéutico, es decir, que
los errores en la dosificación no tengan repercusiones graves y de cómoda posología con objeto de facilitar el cumplimiento terapéutico. Asimismo, se recomienda que el prospecto sea claro y sencillo y especifique las situaciones en
las que se deberá consultar al médico (44). Entendida como la utilización durante períodos de tiempo limitados de
especialidades que no requieren prescripción médica (también denominadas OTC o especialidades farmacéuticas publicitarias), el papel de la automedicación está siendo destacado por organismos científicos y administraciones
sanitarias de todo el mundo y hasta la propia OMS ha tomado partido por ella aconsejando que “la política sanitaria
pública debe tener en cuenta la automedicación y buscar la
manera de optimizar el uso de esta importante práctica” (34). El problema reside en que, en la práctica, la automedicación no sólo abarca la utilización de “especialidades
farmacéuticas publicitarias” sino también el consumo de
“especialidades éticas”, que tanto desde el punto de vista
legislativo como de criterios clinicos-terapéuticos requieren
ser prescritas pr el médico, tras el diagnóstico adecuado de
la enfermedad a tratar (35). En este contexto es donde se
enmarca la automedicación con antibióticos (40), a la que
dedicaremos el siguiente apartado.
Automedicación con antibióticos
Las enfermedades infecciosas constituyen una de las
áreas en donde el fenómeno de la medicalización es más
acusado. Tal y como se ha comentado el impresionante
desarrollo de los antibióticos ha tenido un enorme impacto
tanto en los médicos como en la población general, habiendo adquirido los antibióticos una elevada popularidad,
lo que ha llevado en la mayoría de los países occidentales
(entre los que se incluye España, en posición destacada) a
un consumo excesivo de los mismos (45).
A pesar de que los antibióticos constituyen los medicamentos más consumidos después de los analgésicos y
de existir una conciencia generalizada de que la automedicación antibiótica es un fenómeno común (46), los estudios realizados hasta el momento son muy escasos y, en
muchas ocasiones, se han limitado a pequeñas áreas geográficas (47-49). Asimismo, contrasta la escasez de estudios acerca de la automedicación con el elevado número
de trabajos publicados acerca de la utilización de antibióticos tanto en el medio hospitalario como en la APS, lo que
proporciona una considerable información acerca del patrón de uso, actitud y comportamiento de los médicos, pero poco o nada indican acerca del usuario (50). Por otra
parte, apenas existen datos que reflejen y analicen la “cultura antibiótica” de la población.
No todas las personas que padecen un cuadro infeccioso toman antibióticos, sino que se considera que esto
sólo ocurre aproximadamente en la mitad de los casos (10). Aunque las enfermedades infecciosas —principalmente las respiratorias— constituyen el motivo más
frecuente de consulta (51-53), existe un buen porcentaje
de individuos que trata el problema por su cuenta con remedios tradicionales o “con lo que tienen en casa”, sin
acudir al medico o al farmacéutico (10,53). Por otra parte,
es conocido el hecho de la utilización de antibióticos en
procesos como la gripe o el catarro común (23,30,52).
La automedicación con antibióticos adopta diversas
modalidades, algunas de las cuales se reflejan en la
tabla 2. Unas veces consiste en la reutilización de una receta anterior para la misma persona y el mismo problema,
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Tabla 2. Algunas modalidades prácticas que
adopta el fenómeno de la automedicación
con antibióticos
• Reutilización de una receta anterior para la misma persona
• Reutilización de una receta anterior para una persona distinta
• Administración a partir del botiquín “casero”
• Dispensación en la farmacia por solicitud directa del paciente:
— Oralmente
— A través de cartoncillos de envases ya utilizados
— Por medio de papeles con el nombre comercial escrito
• Dispensación a través de la medicación del farmacéutico o auxiliar
aunque sin consulta, o bien para una persona diferente: en
ambos casos el envase antibiótico puede proceder del
“botiquín casero” como consecuencia del tratamiento anterior o puede ser adquirido directamente en la farmacia (8,21,45). Otras veces, el antibiótico puede ser dispensado en la farmacia por solicitud directa de la persona que
lo adquiere o con la mediación del farmacéutico o auxiliar
al que se le ha pedido consejo (21,54). Finalmente, se
puede acudir a la consulta del médico con la única finalidad de obtener una receta con la que adquirir posteriormente el antibiótico en la farmacia para consumo propio o
ajeno (“consulta por terceros”) (55,56); con frecuencia, la
demanda suele plantearse de forma específica mediante la
presentación de los “cartoncillos” (parte del envase en la
que figura la marca del producto), prospectos o papeles
en los que está escrito el nombre comercial del antibiótico
que se quiere obtener (56).
El “botiquín casero” es una importante fuente de automedicación, lo que no es de extrañar si se tiene en cuenta
que los antibióticos ocupan el segundo lugar, tras los analgésicos/antipiréticos, entre los medicamentos que se guardan en casa (entre 7 y 28 especialidades de promedio) (57,58) y que en el 42% de los hogares españoles
existe al menos un envase de antibiótico (8). La mayoría
de las veces, estos pequeños “almacenes” de antibióticos
tienen su origen en el abandono o en el incumplimiento
terapéutico de tratamientos prescritos por el médico, que
afecta, por término medio, a la mitad o más de los tratamientos antibióticos (59), en la inadecuación de los formatos de las especialidades farmacéuticas a las recomendaciones terapéuticas realizadas por los expertos,
organismos y sociedades científicas o en la adquisición directa de envases antibióticos en las farmacias para procesos ante los que se considera que pueden utilizarse durante unos pocos días y guardarlos y usarlos para otra
ocasión, creándose, a veces, un indeseable círculo vicioso
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automedicación-almacenamiento-automedicación (8,10,45,50,60). La automedicación a partir del botiquín casero constituye el mayor factor de riesgo para los
pacientes —especialmente los niños— que acuden previamente medicados con antibióticos a la consulta del medico y son diagnosticados de una enfermedad infecciosa
(del 3 al 20%) (24,53,61,62). Así mismo, la automedicación iniciada en el domicilio permite el comienzo de tratamientos que posteriormente se continúan con envases adquiridos directamente en la farmacia.
Las solicitudes de medicamentos en las consultas médicas del Sistema Nacional de Salud constituyen frecuentemente una forma de “automedicación encubierta” (56), ya que muchas veces estas consultas
—realizadas por el propio paciente o por otra persona— no
son aprovechadas para instruir al paciente, sino que la
prescripción terapéutica se convierte en el escueto resultado de un comportamiento médico caracterizado por el
mecanismo ambivalente de “defensa-complacencia” ante
la reivindicación del enfermo (9,63). La dimensión del problema es considerable si se tiene en cuenta que las demandas de prescripción por cualquier motivo pueden alcanzar la mitad o más de las consultas en los centros de
la Seguridad Social (56) y que, en bastantes ocasiones, el
número de antibióticos prescritos sin visita es similar a los
recetados tras visita previa (64). Se ha señalado que los
antibióticos son uno de los grupos de fármacos más solicitados por los pacientes a los médicos (65); estimándose
que constituyen alrededor del 10% de las demandas de
medicamentos (56), y que esta forma de prescripción inducida representa el 7% de las recetas antibióticas realizadas por el médico de APS (66).
La adquisición directa de antibióticos en las farmacias
es un hecho en España y, aunque extensible a otros países, parece adquirir en el nuestro una dimensión poco frecuente. Los escasos datos disponibles han permitido señalar que los antibióticos son el tercer grupo de
medicamentos con los cuales se automedica la población
española, tras los analgésicos y los antigripales (48) y que
del 7% de los medicamentos “éticos” dispensados sin la
prescripción médica requerida formalmente, los antibióticos representarían una tercera parte (20). En un estudio
realizado dentro del Proyecto URANO (Uso Racional de los
Antibióticos Orales), se ha encontrado una tasa de adquisición de antibióticos sin receta del 32%, siendo las infecciones respiratorias altas y las infecciones bucales las causas de mayor demanda de antibióticos por parte de la
población (67).
A pesar de que la solución o el alivio de multitud de
molestias y pequeños problemas de salud se puede realizar desde la propia autonomía de un individuo o de una familia bien informada en el uso de medicamentos útiles y
seguros para este fin (63). Frente a la utilidad de la “automedicación responsable” de los síntomas menores con
especialidades OTC durante períodos de tiempo
limitados (40), no parece que el tratamiento de las enfer-
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medades infecciosas por iniciativa propia del paciente (decisión personal y voluntaria de administrarse un antibiótico
—o de los padres, en el caso de los niños—) pueda considerarse ni conveniente ni adecuado tanto para el individuo
como para la sociedad (19,45,47).
En un área tan compleja como la infección, sólo el médico competente puede establecer un diagnóstico certero,
conocer los patógenos previsiblemente causantes de la infección y prescribir el tratamiento antibiótico más adecuado teniendo en cuenta la sensibilidad de los patógenos,
los parámetros farmacocinéticos, la eficacia y seguridad
demostradas en los ensayos clínicos, las características
del paciente y de la enfermedad. Además, el antibiótico
que es útil para un enfermo puede no serlo para otro paciente (68).
Consecuencias derivadas de la automedicación con
antibióticos
Las consecuencias de la automedicación con antibióticos son variadas y se pueden sistematizar de acuerdo con
lo reflejado en la tabla 3. En primer término conducen a la
dispensación de medicamentos sin receta médica, contrariamente a lo establecido en la legislación vigente. En segundo lugar provocan, en no pocas ocasiones, el uso innecesario de antibióticos en procesos infecciosos no
bacterianos e incluso en enfermedades no infecciosas (69). En tercera instancia, aún cuando la indicación
fuera correcta, el tratamiento suele ser deficiente en un
buen número de casos por errores en la pauta posológica,
régimen de dosificación y duración del tratamiento. En
cuarto lugar son la principal causa, junto con el incumplimiento terapéutico, del almacenamiento de antibióticos en
los hogares, lo cual es origen frecuente del inicio de tratamientos antibióticos y de nuevas adquisiciones en farma-
Tabla 3. Relación de consecuencias que
se derivan de la automedicación con
antibióticos
• Dispensación sin receta contraindicando la legislación vigente
• Uso innecesario en procesos no infecciosos
• Deficiencias en la pauta posológica y duración del tratamiento
• Almacenamiento en los hogares
• Potenciación de la antibioterapia “anónima”
• Génesis de iatrogenia y complicaciones
• Evaluación del coste económico
• Alteración de la ecología bacteriana
cias (70). En ocasiones, el antibiótico se adquiere en la farmacia y luego se solicita la receta al médico, lo que potencia la denominada “antibioterapia anónima”, es decir la
que se produce sin diagnóstico preciso y sin criterios suficientes de aplicación y control. Esta práctica contribuye
decisivamente a la iatrogenia antibiótica, facilitando el hecho de que los antibióticos constituyan uno de los grupos
farmacológicos más frecuentemente involucrados en la
presentación de efectos secundarios adversos (71). Origina además atención en los servicios de urgencia o ingresos hospitalarios, como consecuencia de la aplicación incorrecta del tratamiento o sus complicaciones (72).
Finalmente genera un coste económico directo próximo a
los 20.500 millones de pesetas, a lo que hay que añadir
los importantes costes sociosanitarios indirectos e intangibles asociados al anterior. Además es un claro factor de alteración de la ecología bacteriana (73) y, como consecuencia del uso incorrecto que en muchos casos se hace de
ellos, de la creación y desarrollo de resistencias bacterianas, probablemente el aspecto más crucial en este momento, puesto que el tratamiento antibiótico no afecta sólo al individuo que lo toma, sino al conjunto de la
sociedad (74). En relación con este último punto, es necesario comentar que la automedicación es uno de los principales factores que contribuyen al uso y abuso de los antibióticos, aspecto que se ha identificado como la principal
causa del aumento de la prevalencia de bacterias resistentes, que resulta especialmente preocupante en España
para algunos de los microorganismos más frecuentes en
las infecciones extrahospitalarias (9,14).
Adopción de medidas preventivas
La persona que se automedica o medica a sus hijos no
sólo gasta más y hace un uso personal irresponsable de
los antibióticos —entre otras causas por una falta de diagnóstico certero—, sino que, además, está causando un
mal a la colectividad, ya que la alta tasa de automedicación y la manera como se llevan a cabo los tratamientos a
partir de ella pueden estar involucradas en el importante y
progresivo aumento de las resistencias bacterianas en
nuestro medio (75,76).
Por tanto, se impone la necesidad de establecer una
serie de medidas para eliminar la automedicación y mejorar el uso de antibióticos en general. Nuestra propuesta de
actuación estriba en las recomendaciones que se detallan
en la Tabla 4.
Las autoridades sanitarias deben fomentar y poner en
marcha programas de educación sanitaria (77,78), concienciando a la población del riesgo individual y social de la automedicación con antibióticos, aprovechando tanto a las
instituciones sanitarias y educativas como a los profesionales sanitarios y a los medios de comunicación (79).
Los farmacéuticos deberían adoptar una actitud firme y
no dispensar ni recomendar antibióticos sin la debida pres-
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Tabla 4. Medidas preventivas tendentes
a eliminar la automedicación con antibióticos
en función del organismo o colectivo
que puede impulsarlas
Organismo/Colectivo
— Autoridades
sanitarias
Medidas
• Poner en marcha Programas de Educación Sanitaria para concienciar del riesgo individual y
A las diferentes comunidades autónomas compete impulsar la creación de mecanismos y órganos de evaluación
que permitan establecer una epidemiología del uso y consumo de antibióticos en la comunidad, así como de las
creencias, actitudes y comportamientos de los pacientes,
mediante la realización de estudios de investigación periódicos (86). Por otra parte, se debería realizar un mayor
control del cumplimiento de la legislación vigente.
Todas estas medidas se deben orientar a eliminar el fenómeno de automedicación con antibióticos, que como se
ha expuesto resulta pernicioso para la salud individual y
comunitaria.
social
— Farmacéuticos
• Adoptar actitud firme de no dispensar ni recomendar antibióticos sin la prescripcion médica
• Potenciar protocolos de uso y control
— Médicos
• Instruir a los pacientes sobre las consecuencias
negativas de la automedicación
• Potenciar protocolos de uso y control
— Administración
• Crear órganos de evaluación de la epidemiología
del uso y consumo de los antibióticos en la
comunidad
• Control del cumplimiento de la legislación
vigente
• Potenciar protocolos de uso y control
cripción médica. Por el contrario, dada su alta cualificación
y nivel de calidad asistencial, deben desempeñar un papel
fundamental en instruir a los pacientes en el uso correcto
de los antibióticos e involucrarse activamente en programas de educación sanitaria (80,81). Además, es necesario
utilizar de forma óptima el potencial que supone que los
antimicrobianos sean uno de los primeros motivos por los
que la población consulta al farmacéutico (82).
Los médicos deberían aprovechar aquellas consultas
de los pacientes en las que la única finalidad es la consecución de una prescripción antibiótica, así como los casos
en los que los pacientes acuden previamente medicados
con antibióticos, para instruir a los pacientes en las consecuencias negativas de la automedicación (83).
Dada la influencia de la prescripción médica anterior en
la adquisición directa y en los hábitos de uso de los antibióticos por automedicación, la comunidad científica debería diseñar una política de antibióticos a nivel comunitario
con protocolos de uso, indicaciones, seguimiento y
control (84,85), en la que deben involucrarse tanto los médicos como los farmacéuticos.
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Correspondencia: José María Eiros Bouza.
Microbiología. Facultad de Medicina.
Avda. Ramón y Cajal 7 - 47005 Valladolid
E-Mail: [email protected]