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Departamento: Filosofía – Nivel: 4° Medio - Año 2016
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Cuarto Medio
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 SOFISTAS Y SÓCRATES (5)
Atenas está en la cumbre de su vida artística: Ictinus y Calícrates diseñan y construyen el
Partenón. Fidias esculpe sus frisos. Píndaro escribe sus últimas odas. Sófocles presenta Antígona y
Edipo Rey. Atenas, además, ha llegado al máximo de su democracia: se gobierna a sí misma en
asamblea de todos sus ciudadanos varones adultos; cualquiera puede ser electo para cualquier
posición; Pericles ha introducido el pago a los jurados para que los pobres puedan ocupar esos
puestos; hay puestos públicos a los que no se llega por elección sino por sorteo. Otras ciudades
griegas imitan la democracia ateniense.
La política es la principal actividad de los ciudadanos atenienses y de los ciudadanos de las
ciudades que también han establecido la democracia. A cargo de todos está el gobierno de la ciudad.
¿Qué habilidades hacen falta para participar exitosamente en la vida pública? ¿Cómo se triunfa en
política? Estos son los temas que ahora interesan. Estas son las preguntas para las que se quieren
respuestas. Por ese tiempo habían aparecido unos señores que decían tener esas respuestas.
Los sofistas
La palabra sophistes significaba maestro en sabiduría. Como tales se presentaban estos
señores que andaban de lugar en lugar, participaban en la política y cobraban por sus lecciones.
Sabían o simulaban saber de todo: astronomía, geometría, aritmética, fonética, música, pintura. Pero
su ciencia no buscaba la verdad sino la apariencia de saber porque ésta reviste de autoridad.
Enseñaban la areté requerida para estar a la altura de las nuevas circunstancias sociales y
políticas (recordemos que la palabra areté, traducida generalmente por virtud, no tenía entonces las
connotaciones morales que nuestra palabra virtud tiene; era más "lo que es propio de", como se
explicó en la introducción).
La primera exigencia de esa areté era el dominio de las palabras para ser capaz de persuadir
a otros. "Poder convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles", dice Protágoras. Gorgias
dice que con las palabras se puede envenenar y embelesar. Se trata, pues, de adquirir el dominio de
razonamientos engañosos. El arte de la persuasión no está al servicio de la verdad sino de los
intereses del que habla. Llamaban a ese arte "conducción de almas". Platón dirá más tarde que era
"captura" de almas.
No eran, pues, propiamente filósofos pero tenían en común una actitud que sí puede llamarse
filosófica: el escepticismo y relativismo. No creían que el ser humano fuese capaz de conocer una
verdad válida para todos. Cada quien tiene "su" verdad.
Los filósofos anteriores daban generalmente a sus libros el título "Sobre la Naturaleza o lo
existente". Gorgias parece burlarse de ellos cuando titula el suyo "Sobre la Naturaleza o lo No
existente". Con ese libro pretendió demostrar tres cosas: 1) nada existe, 2) si existiese algo no
podríamos conocerlo, 3) si conociésemos algo no podríamos comunicarlo a los demás. Platón
comentó: ¿Son al menos estos principios verdaderos? Si no, ¿por qué los asegura Gorgias con tanta
universalidad?
Protágoras decía: "Como cada cosa me aparece, así es para mí; y como aparece a ti, así es
para ti."
El escepticismo alcanzó a los dioses.
"No dispongo de medios –dice Protágoras– para saber si existen o no, ni la forma que tienen; porque
hay muchos obstáculos para llegar a ese conocimiento, incluyendo la oscuridad de la materia y la
cortedad de la vida humana."
Y alcanzó a las leyes de las ciudades. Antes se creía que éstas tenían origen divino, ya fuese
porque Apolo hubiese inspirado directamente al legislador –tal era el caso de Licurgo, legendario
fundador de Esparta– ya fuese porque los legisladores acostumbraban consultar sus proyectos de ley
al oráculo de Delfos. Ahora se ha viajado suficiente para poder comparar las leyes griegas con las
leyes de otros lugares y, sobretodo, se tiene experiencia de cómo se redactan y aprueban leyes en
las asambleas democráticas. Los sofistas eran miembros de esas asambleas. Protágoras estuvo en
el grupo enviado a Turin, en el sur de la actual Italia, para dar leyes a la nueva colonia ateniense.
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Para ellos, por tanto, las leyes eran convencionalismos humanos. Normas que los hombres
adoptan para no vivir como animales. En el principio se vivió así y los fuertes se aprovechaban de los
débiles. Las leyes protegen al débil del fuerte. En ese sentido son convenientes, aunque no tienen
otro fundamento.
Porque no tienen otro fundamento los hombres pueden transgredirlas con tal de que los
demás no lo adviertan. Por la misma razón, un hombre fuerte, realmente fuerte, puede ignorar las
leyes, apoderarse del poder y satisfacer sus deseos; en ello brilla la dike (ver el sentido de esta
palabra en la introducción) de la naturaleza.
¿Cómo asimilaron los alumnos estas enseñanzas de sus maestros? A los atenienses no les
basta ser la ciudad principal, quieren ser la ciudad que manda sobre las otras ciudades y se beneficia
de ellas. Si tienen poder para hacerlo les corresponde hacerlo. Es la dike de la naturaleza. Así,
disponen que ciertas causas judiciales sólo puedan ser vistas en Atenas; el tesoro de la Liga de Delos
al que habían contribuido todas las ciudades de la Liga y estaba guardado en Delos, es trasladado a
Atenas para uso exclusivo de los atenienses; cuando Esparta propone la paz deciden continuar la
guerra entusiasmados con la moción de que, en adelante, la guerra se financie sólo con tributos de
las otras ciudades. También era dike de la naturaleza que la asamblea ateniense hubiese
empobrecido con excesivos impuestos a sus conciudadanos ricos; también que hábiles acusadores
manipulasen las pasiones políticas de los jueces para quitar a otros sus propiedades; también que los
llamados sicofantas tuviesen la habilidad de ganarse la vida chantajeando a otros con la amenaza de
una demanda.
La ciencia y la moral griegas parecen en trance de muerte. Pero, si fue admirable empresa de
unos griegos iniciar el camino de explicar el mundo con la razón sola rodeados como estaban de una
cultura que explicaba todo con dioses, es también empresa admirable que otros griegos iniciasen la
búsqueda de la verdad ética y de la verdad política en la Atenas de los sofistas. El primero en hacerlo
fue Sócrates y le costó la vida.
Sócrates
Nacido por el año 470 A. C., unos ocho años antes de que el filósofo Anaxágoras llegase a
Atenas. Su vida fue filosofar y enseñar. Pero no le interesaron las preguntas sobre la physis que
habían interesado primordialmente a Anaxágoras y a los filósofos anteriores porque su preocupación
era la conducta degradada de sus conciudadanos; en consecuencia, enfocó su curiosidad intelectual
en el ser humano y en su capacidad de conocer la verdad.
Contemporáneo de los sofistas, muchos creyeron que era un sofista más, pero era
exactamente lo contrario. Nunca intervino en la política. No pronunciaba discursos. No escribió nada.
Según él, nunca fue maestro de nadie. Simplemente se dedicaba a conversar con quien quería
conversar con él; creía que la sabiduría se adquiere en el intercambio vivo de la conversación,
haciéndose preguntas y buscando juntos respuestas. Así y sólo así enseñó a pensar, a buscar la
verdad y a saber que es posible alcanzarla. A diferencia de los sofistas, no cobraba por sus
enseñanzas.
"Esta labor fue para la inteligencia humana de una importancia tan considerable, que uno no
se extraña al ver a Sócrates dedicarse a ella como cumpliendo un mandato recibido del cielo. Se
echaba de ver en él, no solamente un alto poder de contemplación filosófica (Aulo Gelio y Platón
cuentan de él que a veces pasaba días y noches inmóvil absorto en la meditación), sino también,
como él mismo lo decía, algo de ‘demoníaco’ o de inspirado, un fervor alado, un vigor libre y
mesurado, y aun quizás a veces, un instinto interior y superior que parecen revelar una cierta
asistencia extraoardinaria…"(1)
La areté es conocimiento
Como los sofistas, hablaba y enseñaba sobre la areté, pero mientras los sofistas decían que
no podemos conocer nada Sócrates enseñaba que la areté era conocimiento. Si el zapatero quería
ser buen zapatero (tener la areté del zapatero) debía conocer primero qué es un zapato, para qué se
usa, cuál es su fin, el propósito que tiene el hombre cuando lo usa; conocido esto, hay que pensar
qué forma debe tener el zapato y de qué materiales debe estar hecho; conocido esto, hay que pensar
cuál es el mejor método de fabricarlo, qué habilidades hay que desarrollar para hacerlo bien. Cuando
se tienen todos estos conocimientos y se han conseguido las habilidades requeridas, se tiene la areté
del zapatero. Hoy decimos que tal persona "entiende de zapatería" o "entiende de electricidad" y lo
que está en nuestras mentes es lo que estaba en la de Sócrates cuando enseñaba que la areté era
conocimiento.
Con el ejemplo de los oficios útiles y cotidianos (en el diálogo Gorgias de Platón se dice que
Sócrates "siempre está hablando de zapateros, bataneros, cocineros y médicos") enseñaba que la
areté de cualquier actividad o posición comienza por conocer su fin, su propósito.
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Ahora bien, si se trata de la areté de todo hombre –de la que pretendían ser maestros los
sofistas– Sócrates insistía que había que comenzar por el conocimiento del fin o propósito del hombre
–no como general o político o panadero– sino simplemente como hombre, e invitaba a los que
conversaban con él a pensar juntos cuál es el objeto del ser humano.
Sócrates no contestó él mismo a esa pregunta, pero su gran mérito estriba en haber hecho
que los hombres se la hicieran y en motivarlos a tratar de responderla en la creencia de que era
posible darle respuesta. Platón no sólo escribió las enseñanzas de su maestro sino las hizo avanzar
por cuenta propia.
Tan convencido estaba Sócrates de que la areté era conocimiento que le parecía evidente que
si los hombres llegaban a entender qué era el bien o lo justo escogerían el bien y lo justo. Nadie
escogería conscientemente el mal. Los que escogen el mal lo hacen por ignorancia. Si un panadero
hace mal pan es porque no sabe hacer pan y no porque quiere hacer mal pan.
El método para alcanzar la verdad
A Sócrates le preocupaba la ligereza con que se usaban las palabras en la vida normal, en
especial las palabras que pretendían expresar nociones éticas, como justicia, templanza, valor, etc.
Cada quien parecía usarlas en un sentido diferente produciendo una grave confusión intelectual y
moral. ¿Cómo dar con el sentido verdadero de sabiduría, de justicia, de bondad?
El primer paso era reconocer la propia ignorancia. Repetía en sus conversaciones que no
sabía nada, pero que era más sabio que los demás porque estaba consciente de su ignorancia
mientras los otros creían saber. Quien cree saber no se esfuerza en buscar la verdad. El primer paso
hacia la verdad es barrer de la mente los prejuicios, las ideas incompletas, los errores que
generalmente llenan las cabezas de la gente y no dan lugar a la verdad. Hecha la limpieza, el camino
queda abierto.
¿Cómo se avanza ahora? De lo particular a lo universal. Si se está hablando de justicia y se
quiere saber qué es justicia, la primera etapa de la averiguación consiste en recoger ejemplos de
casos particulares en los que los presentes concuerdan en afirmar que allí se obró con justicia. La
segunda etapa es examinar estos casos particulares, compararlos entre sí, ver sus diferencias, ver
sus cosas comunes, hasta ir dando con la cualidad –común a todos– que nos hace afirmar que en
cada uno de esos casos hubo justicia. Esa cualidad común es la esencia de la justicia, su definición.
Ha sido abstraída de los casos particulares por la mente humana y gracias a un poder que sólo la
mente humana posee.
En los Diálogos de Platón tenemos abundantes ejemplos de cómo Sócrates se valía de este
método para ir dando con la esencia de otras virtudes.
Aristóteles afirma en su Metafísica: "Dos cosas hay que atribuir con justicia a Sócrates: el
argumento inductivo y la definición general." La palabra griega "inducir" dice "guiar hacia". El
pensamiento inductivo guía a la mente de los casos particulares a la definición común.
Así, buscando la verdad moral y siendo exigente con sus procedimientos, Sócrates inicia la
filosofía del conocimiento: el objeto del filosofar es también el saber mismo. Tratar de asegurar que se
está dando con la verdad.
Protágoras de Abdera (ca. 485-411) HIST.
Filósofo griego. Nació en Abdera, y fue uno de los principales exponente del movimiento
sofista. Enseñó en diversas ciudades griegas, especialmente en Atenas, ciudad en la que residió
bastantes años y en la que trabó amistad con Eurípides y con el gobernante Pericles, quien en el año
440 le encargó la redacción de la constitución de la colonia de Turios (en el sur de Italia).
Probablemente a causa de su amistad con Pericles fue acusado de impiedad por los
enemigos de aquél. La acusación se basaba en una sentencia de Protágoras en su obra Sobre los
dioses, en la que manifestaba su agnosticismo en la frase siguiente: «de los dioses nada podemos
saber. Ni si son, ni si no son, ni cuáles son, pues hay muchas cosas que impiden saberlo: no sólo la
oscuridad del problema, sino también la brevedad de la vida». El hecho de señalar como limitación
del conocimiento sobre la existencia de los dioses la «oscuridad» del problema, se refiere,
probablemente a que se trata de un tema que trasciende los límites de la experiencia, lo que indica
que la posición de Protágoras está basada en un cierto empirismo y sensualismo. Ante aquella
acusación (precursora de la que sufrió Sócrates) marchó de Atenas hacia Sicilia, viaje durante el que
murió al naufragar su embarcación. Sus numerosas obras fueron destruidas en público por parte de
sus enemigos y acusadores.
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De dichas obras sólo se conservan unos pocos fragmentos, por ello, el conocimiento que
poseemos de Protágoras nos es suministrado especialmente por Diógenes Laercio y por Platón, autor
que, aunque se opuso radicalmente a los sofistas manifestó un gran respeto por Protágoras, al que
dedicó un diálogo con este nombre. También aparece en el Teeteto. De entre los libros de Protágoras
destacaba su La verdad o Discursos subversivos, de la que procede su más famosa sentencia: «el
hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, y de las que no son, en
cuanto que no son». Esta frase, conocida como el principio del homo mensura, caracteriza el
pensamiento de Protágoras, que considera la reflexión sobre el hombre, sobre sus sensaciones y su
pensamiento como el núcleo de la filosofía (ver cita).
Dicha posición central de la reflexión sobre el hombre y a partir del hombre, está en
consonancia con el giro antropológico operado por el movimiento sofista que él contribuyó a crear, ya
que el ámbito de sus preocupaciones teóricas era el de la vida social, es decir, la posibilidad de la
paideia o educación, la posibilidad de la enseñanza de la (areté) o virtud, el estudio (nomos) y el del
hombre y sus relaciones con la colectividad o la polis, temas que compartió con los otros sofistas.
Esta famosa sentencia se interpreta generalmente como la expresión de un pensamiento fuertemente
relativista, ya que, al parecer, Protágoras se refería no al hombre de manera genérica, sino al hombre
empírico y particular. Según esto, el hombre es la medida en cuanto que es quien mide o delimita el
dominio de lo que aparece a la presencia, que entiende como meramente inmediata, es decir, como
mera presencia de las cosas, no de su fundamento. De ahí que, en lugar de indagar por el
fundamento de todo ser, se preocupe sólo por lo meramente ente. La verdad(alétheia) no es la cosa
tal como aparece, sino su mismo aparecer.
En el pensamiento de Protágoras se observa una fuerte influencia de la filosofía de Heráclito
y, al igual que éste, consideraba que todo fluye y nada permanece, de lo que concluía que no existe
ninguna verdad absoluta, lo que permitía identificar el ser con la apariencia, o mejor con el mismo
aparecer y, por tanto, permitía igualar la episteme con la doxa, que tanto había denigrado
Parménides. Así, para Protágoras, cada hombre determina las cosas en su ser a partir de sus
particulares y propios estados psíquicos. De donde se deriva un pleno relativismo gnoseológico y la
negación de la existencia de una falsedad absoluta. Pero también es la expresión de un pensamiento
que, si bien es un relativismo que declara que el hombre es la medida de la verdad, del bien, de la
belleza y de lo justo, también rechaza toda pretensión de absoluto. En este sentido aparece como
una crítica a todo dogmatismo. Sus tesis tuvieron una gran influencia en los pirrónicos.
No obstante, en el terreno de la moral su posición era menos relativista que el ámbito
gnoseológico, ya que sustentaba que de dos acciones una es mejor y otra es peor, en función de su
utilidad para la vida social.Protágoras, que se define a sí mismo como un maestro de areté,defendió
también la idea de progreso de la humanidad en su obra De la organización primitiva, que trataba del
supuesto estado natural e inicial de los hombres. Conocemos sus tesis a través del mito que Platón
pone en boca de Protágoras en el diálogo del mismo nombre, y en el que el sofista defiende la
posibilidad de enseñar la areté. Según este relato en forma mítica, pero desprovisto de cualquier
connotación religiosa (Platón sabe que Protágoras es agnóstico), la virtud política, aunque es en parte
innata en los hombres, puede y debe enseñarse.
Protágoras defiende simultáneamente esta tesis, pero la compatibiliza con la creencia
fundamental de la democracia según la cual, a diferencia de los temas específicamente técnicos
(propios de un herrero, de un labrador, de un carpintero, de un médico o de un navegante, por
ejemplo), los temas políticos pueden ser puestos a consideración de cualquier hombre. Con ello
diferencia entre dos tipos distintos de saberes prácticos. Mientras que los específicamente técnicos
proceden, según el mito, de Prometeo, ya desde los inicios mismos de la humanidad; las virtudes
políticas (aidós y diké) proceden de Hermes, quien mandado por Zeus las otorgó posteriormente a los
hombres que carecían de organización social, razón por la cual sucumbían en una naturaleza hostil
ante la mayor fuerza de los animales. De hecho, pues, todos los hombres poseen en mayor o menor
medida las virtudes políticas, pero (y esto es lo que destaca el mito), al no ser originarias, pueden
perfeccionarse y enseñarse. Se puede exigir competencia técnica a alguien en su oficio, más de lo
que se exige en política, aunque no se puede exigir que sepa música a uno que no sea músico. En
cambio, se puede exigir a todo hombre que posea virtudes políticas. Pero éstas se enseñan desde la
infancia y el Estado mismo, con sus leyes, prosigue esta educación. En relación con esto Protágoras
formula una célebre doctrina sobre el castigo: nadie en su sano juicio castiga a un criminal por el
crimen que ha cometido (que es irreparable), a menos que actúe por venganza, sino que se castiga, y
se debe castigar, para evitar que este mismo hombre u otro en el futuro cometa una acción
semejante. El castigo, pues, tiene un carácter ejemplar y busca efectos disuasorios. Pero esto supone
la tesis de Protágoras, a saber, que la virtud puede ser enseñada. De esta manera, Protágoras
defiende que si bien la naturaleza humana posee la posibilidad del progreso moral, la realización
efectiva de éste depende de la educación.
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Gorgias (ca.485/490-ca.391/388 a.C.) HIST.
Filósofo sofista griego. Nació en Leontinos, en Sicilia, y viajó por toda Grecia, de ciudad en
ciudad, como sofista, enseñando y practicando la retórica. Es contemporáneo de Protágoras y fue
discípulo de Empédocles pero, al parecer, le marcó decisivamente la influencia de la escuela eleática,
que hizo entrar en crisis sus convicciones, conduciéndole a mantener tesis nihilistas, que expuso en
su obra principal, y la única plenamente filosófica: Sobre la naturaleza y sobre el no-ser. Siendo ya
mayor vivió durante un tiempo en Atenas. Fue maestro de Tucídides, Agatón, Isócrates, Critias y
Alcibíades. Platón le hace aparecer como interlocutor de Sócrates en un diálogo que lleva su nombre.
En su obra Sobre la naturaleza o sobre el no-ser ataca la postura eleática, y defiende el
escepticismo. Sus ideas pueden resumirse en tres tesis:
1) Nada existe.
2) Si existiera algo no podría ser conocido.
3) Si algo existente pudiera ser conocido, sería imposible expresarlo con el lenguaje.
1) La primera tesis la defiende de la manera siguiente. Si algo fuese debería o bien ser eterno o no
serlo. Si fuese eterno, habría de ser infinito y, si fuese infinito, no podría estar en nada. Pero, lo que
no está en nada no existe. Por otra parte, si no fuese eterno, debería haber comenzado a ser, pero,
para comenzar a ser, antes debería no ser, lo que es imposible, ya que el no ser no es. Así, ni es
eterno ni tiene origen y, por tanto, no es.
2) La segunda tesis parte de la afirmación de Parménides según la cual no es posible pensar el no
ser. Pero, si el no ser no pudiese ser pensado, no habría el error. Dado que el error existe, se infiere
que puede pensarse el no ser. Así, podemos decir que hay cosas pensadas, que no existen, y cosas
no existentes (como personajes míticos, por ejemplo) que pueden ser pensadas. De esta manera
señala, contra Parménides, que existe una escisión entre pensamiento y ser y, por tanto, si algo
fuese, no podría ser pensado. (Nótese que Gorgias usa como método de razonamiento el
procedimiento de reducción al absurdo, tan hábilmente desarrollado por Zenón de Elea y otros
eleatas).
3) La tercera tesis defiende que la palabra no comunica más que sonidos. Mediante el lenguaje no
transmitimos colores, sabores, tamaños, etc., sino solamente sonidos. Y, al igual que la vista no ve
los sonidos, el oído no oye los colores. Con ello pone de manifiesto el divorcio existente entre signo y
significado, y destaca la imposibilidad de transmitir la realidad mediante la palabra.
Se ha afirmado que estas tesis de Gorgias eran más bien un mero ejercicio retórico por el cual
quería demostrar que, mediante el uso habilidoso del lenguaje, es decir, mediante la retórica, se
podían defender incluso las tesis más absurdas. Sin embargo, más bien se cree que, aunque
realmente Gorgias quiso poner en ridículo las tesis de los seguidores de la escuela de Elea, acabó
abrazando un profundo nihilismo y escepticismo. Por ello, partiendo de esta situación de crisis, se
volcó en la enseñanza de la retórica, pero sin querer enseñar la virtud, sino solamente el uso
persuasivo del lenguaje. De esta manera, concibió su enseñanza como transmisión de un arte de
persuasión basado en una ética de situación fuertemente relativista. Destacó el inmenso poder de la
palabra, la magia del logos que seduce, persuade y transforma el alma, y la comparó a la acción de
los fármacos sobre el cuerpo. También el lenguaje puede sanar o enfermar un alma. Además, fue el
primero en estudiar el lenguaje desde una perspectiva estética y analizó la esencia de la poesía.
Concebía el arte como un engaño, pero un engaño inteligente que ennoblece a quien lo practica
(porque muestra su capacidad de fabulación e imaginación) y a quien se deja engañar (porque
muestra la inteligencia de comprender el mensaje del artista). Estas reflexiones sobre el arte fueron
posteriormente recogidas por Platón (que destacó el aspecto de engaño y de imitación del arte) y por
Aristóteles (que subrayó el aspecto purificador o catártico del arte). Otras obras destacables de
Gorgias son: Encomio de Helena, y Defensa de Palamedes.
Pródico de Queos (s. V a.C.) HIST.
Sofista contemporáneo de Demócrito, Sócrates y de Hippias de Élide. Acudió a Atenas como
embajador de su ciudad natal (Queos) y sus conocimientos le permitieron ejercer como educador,
ocupación con la que obtuvo pingües beneficios económicos. Se le atribuyen más de veinte obras, de
las que solamente se conocen algunos fragmentos. De entre ellas, la que más influencia ejerció fue la
conocida como las Horas, en la que defiende una concepción ética eudemonista y en la que anticipó
el argumento contra el temor a la muerte, que luego desarrollarían los epicúreos. En esta obra
presenta a Hércules debatiéndose entre la Virtud y la Depravación y, a pesar del eudemonismo que
profesaba, Pródico se inclina por la Virtud dando, pues, gran importancia al valor moral de las
decisiones. (El mismo título de la obra, las Horas, significa tanto las estaciones y el paso del tiempo,
como las tres hijas de Zeus y de Tetis: Justicia, Regla y Paz). También intentó una explicación de tipo
racionalista de la religión, lo que le valió fama de ateo. Según Pródico, el origen de la religión surge
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de la ignorancia y es sólo fruto de la necesidad humana de divinizar todo cuanto la humanidad
necesita (la tierra, la fertilidad, la lluvia, etc.) o teme (las tormentas, etc.). Pero la creencia en los
dioses ha permitido a los hombres poder subsistir en una naturaleza hostil y crear la sociedad
humana regida por el nomos.
Otro texto importante es su Tratado de sinonimia, donde intenta establecer la relación entre
las palabras y las cosas desde una perspectiva similar a la de Demócrito. Platón lo ridiculiza en el
Protágoras donde, en base al mencionado texto, lo presenta buscando sinónimos absurdos. A pesar
de ello, las investigaciones lingüísticas de Pródico están más cerca de las indagaciones sobre el
significado de los conceptos del Sócrates del Cratilo platónico de lo que el Protágoras nos presenta.
Hipias de Élide (s. V a.C.) HIST.
Filósofo sofista griego de origen dorio (de Élide o Elis). Fue uno de los sofistas de la primera
generación, más joven que Protágoras y contemporáneo de Sócrates, y que gozó de fama por su
saber enciclopédico y sus habilidades oratorias. Su hija se casó en segundas nupcias con Isócrates.
Viajó por muchas ciudades pero, especialmente, por Esparta, Olimpia y Sicilia, aunque también
residió en Atenas. La mayor parte de la información que poseemos sobre Hipias (o Hippias) procede
de Platón que, además de incluirlo en el Protágoras, usa el nombre de Hipias para titular dos diálogos
suyos (Hipias mayor, e Hipias menor). Solamente se conservan unos pocos fragmentos de sus obras:
El troyano, Los nombres de los pueblos, Registro de los vendedores en Olimpia y la llamada
Colección.
Según Hipias hay una oposición entre la justicia, que es por (naturaleza o physis), y la que
impone la legalidad (nómos): la primera es ley de la naturaleza, divina, y mantiene siempre su validez
en todo país; la segunda es ley humana y variable, y engendradora de todo poder tiránico y arbitrario.
También se ocupó de poesía, antropología, astronomía, gramática, música, genealogía, historia y
matemáticas. Según Platón, Hipias poseía una gran memoria que le permitía retener una lista de más
de cincuenta nombres después de oírlos una sola vez. Esta habilidad estaba basada en una técnica
mnemotécnica que enseñaba a sus discípulos. Proclo le atribuyó el descubrimiento geométrico de la
curva llamada cuadradora o cuadratriz que se usaba para la trisección de los ángulos y para la
cuadratura del círculo. Este descubrimiento le diferenciaría del resto de los sofistas, que no
destacaron en el terreno científico.
Arnold Gehlen: el hombre como ser carencial
Hace ya mucho tiempo, se observó que el hombre considerado morfológicamente constituye,
por así decirlo, un caso excepcional. En los demás casos, los progresos de la naturaleza consisten en
la especialización orgánica de sus especies, o sea, en la formación de adaptaciones naturales, cada
vez más eficaces, a determinados ambientes. Gracias a su constitución específica, un organismo
animal «se mantiene» en una multitud de condiciones a las cuales está «ajustado» sin que vayamos
a preguntar aquí cómo se produjo esta armonía. Ahora bien, si se considera al ser humano
teóricamente, adviértense algunas características que enumeraremos.
1. Está «orgánicamente desvalido», sin armas naturales, sin órganos de ataque, defensa o huida, con
sentidos de una eficacia no muy significativa; los órganos especializados de los animales superan con
creces cada uno de nuestros sentidos. No está revestido de pelaje ni preparado para la intemperie, y
ni siquiera muchos siglos de auto observación le han aclarado si en verdad posee instintos, y cuales
son. Esto se comprobó hace mucho tiempo; lo señalaron tanto Herder (1772) como Kant (1784). [...]
Esta «retardación», a la cual le debe el hombre un exterior como quien dice embrionario, es un
elemento aclaratorio sumamente valioso, porque permite comprender también otras propiedades
humanas, sobre todo el período desproporcionadamente largo de desarrollo, la prolongada etapa de
desvalimiento del niño, la tardía maduración sexual, etc. Todas estas características se engloban bajo
el concepto de «falta de especialización», que justifica el describir y comparar al hombre en oposición
al animal. [...]
2. Adondequiera que miremos, vemos al ser humano propagado por toda la tierra y sojuzgando cada
vez más la naturaleza, a pesar de su desvalimiento físico. No es posible indicar un «ambiente», una
suma de condiciones naturales y originarias indispensables para que el hombre pueda vivir, sino que
lo vemos «conservarse» en todas partes: en el polo y en el ecuador, en el agua y en la tierra, en el
bosque, en el pantano, la montaña y la estepa. Vive como «ser cultural», es decir, de los productos
de su actividad previsora, planificada y mancomunada, que le permite procurarse, transformando
previsora y activamente, conjuntos muy diversos de condiciones naturales. De ahí que se pueda
llamar esfera cultural a la respectiva suma de condiciones iniciales modificadas por su actividad, en
las cuales sólo el hombre vive y puede vivir. Por eso, algunas técnicas de obtención y elaboración de
alimentos; algunas armas, actividades y medidas comunes organizadas para protegerse de
enemigos, de la intemperie, etc., forman parte del haber cultural aún de las civilizaciones más
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rudimentarias, y en rigor no hay hombres propiamente «primitivos», esto es, sin ningún grado de
cultura.
Los productos de esta actividad planificada y transformadora, incluidos los respectivos
materiales y recursos intelectuales -ideas, imágenes-, deben contarse entre las condiciones de vida
físicas del hombre, enunciado que no rige para ningún animal. Las construcciones del castor, los
nidos de las aves, etc., nunca están planificadas de antemano, sino que resultan de actividades
puramente instintivas. De ahí que llamar al hombre Prometeo tenga un sentido exacto y razonable.
[...]
Así pues, el hombre es un «ser carencial» orgánicamente, no apto para vivir en ningún
ambiente natural, de modo que debe empezar por fabricarse una segunda naturaleza, un mundo
substitutivo elaborado y adaptado artificialmente que compense su deficiente equipamiento orgánico.
Esto es lo que hace dondequiera que lo vemos. Vive, como quien dice, en una naturaleza
artificialmente convertida por él en inofensiva, manejable y útil a su vida, que es justamente la esfera
cultural. También se puede decir que él se ve biológicamente obligado a dominar la naturaleza.
Síntesis Prometeo, mito de GEN.
En la Teogonía y en Los trabajos y los días de Hesíodo, y en el contexto de la narración
teogónica, se desarrolla un mito (en dos versiones distintas) según el cual Prometeo, literalmente «el
que prevé de antemano»), un titán hijo de Jápeto y de Clímenes, robó el fuego sagrado a Zeus para
vengarse de él, y lo entregó a los hombres que acaban de ser creados. Enterado Zeus del robo de
Prometeo le castigó atándole a una columna y enviándole un águila voraz que le devora el hígado
que se va regenerando en un suplicio eterno. Para castigar también a los hombres favorecidos por
Prometeo, Zeus les manda dos castigos: uno de ellos es la creación de la mujer, representado por el
mito de Pandora; el otro es representado por Epimeteo que encarna la torpeza humana. Este mito fue
retomado por Esquilo en su obra Prometeo encadenado, en la que se presenta a Prometeo como
representante del espíritu de iniciativa e instructor de la humanidad, y en la que se manifiesta una
cierta desconfianza respecto de las divinidades. De hecho, Prometeo era venerado en Atenas como
patrón de la industria, la cerámica y la artesanía en las «Prometeias». Así, pues, este personaje
mítico encarna un doble aspecto: por una parte, representa el bienhechor de la humanidad, ya que es
quien le otorga el fuego, entendido como símbolo de las habilidades técnicas y de la capacidad de
transformar la naturaleza; por otra parte, representa la desmesura y la imprudencia, ya que
desobedeció a los dioses supremos, lo que comporta necesariamente un castigo. Pero, sin sus
connotaciones religiosas, Prometeo representa a la humanidad misma, que con su técnica puede
dominar la naturaleza, pero si este ejercicio de su saber es desmesurado, acarrea necesariamente
desgracias en forma de pobreza para muchos y riqueza para pocos, guerras, desavenencias sociales,
envidias, etc.
Platón pone en boca del sofista Protágoras, en el dialogo del mismo nombre, una versión de este mito
en el que Prometeo aparece como símbolo de la industria y la técnica humana que, por sus propios
medios y sin recurrir a los dioses, logra progresar.
Anexo conceptual:
Diké diké GEN.
Término griego que, como (dikaiosiné), generalmente, se traduce por «justicia». Originariamente, este término
significaba camino o senda, aunque pronto se usó para designar a la diosa de la justicia. Los trabajos y los días
de Hesíodo se abre con un largo discurso acerca de la diké, vinculada a la imagen de la rueda. Allí, Diké es la
hora, la estación que aporta prosperidad, y sus hermanas son Eunimia (la observancia de la ley) y Eirene (la paz,
que se representa llevando en bazos a la niña Ploutos, la abundancia). Todas ellas son hijas de Zeus y Thémis.
Pero, mientras Thémis regula la vida en el seno de la familia, Diké regula la vida entre todos los hombres. En
todo este relato la figura de Diké va unida a la de
Tiempo, es decir, que la rueda del tiempo propicio
(kayros) es, también, la de la justicia. En el poema de Parménides son Diké y Thémis las que la acompañan en el
camino hacia la diosa de la verdad. Lo contrario al derecho y a lo justo era (hybris).
Platón concibe la justicia en la polis como el ocupar cada individuo el lugar que le corresponde. Su contrario es
la adikía (ver cita). Para Aristóteles es una proporción. Y distingue entre justicia distributiva (división adecuada
de los bienes, honores, etc.) y la justicia correctiva. (Ética a Nicómaco, V, 4, 1130b- 1131a). Para los epicúreos
es una de las cuatro virtudes cardinales, cuyo fundamento es la naturaleza misma.