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Una conjetura sobre la salida de Grecia del Euro.
Julio G. Sequeiros Tizón
La pertenencia de Grecia a la Unión Europea y al área euro siempre estuvo llena de particularidades y de
consideraciones específicas. Por ejemplo, las adhesiones a la Unión Europea se suelen hacer en paquetes de
varios países. Tenemos grupos de dos (España y Portugal en 1986), de tres (Reino Unido, Irlanda y Dinamarca
en 1973) y hasta paquetes de diez (los países de Europa central y oriental en 2005). Pues bien, Grecia se
adhiere a la Unión Europea ella sola en 1981, señalando lo particular, individual y específico de su situación.
La entrada en la Unión Monetaria fue similar. Se presenta al examen inicial a finales de 1998 y es el único
caso en el que, deseando entrar a formar parte del área euro, suspende el examen y se queda fuera. Entrará
a formar parte del Euro, dos años más tarde (2001) tras aprobar muy raspado en la convocatoria de
septiembre.
Lamentablemente, las particularidades del caso griego van más allá. Su pertenencia a la Unión Europea y una
vigilancia de sus fronteras externas muy laxa está facilitando la entrada de productos al mercado interno
europeo que no cumplen con los requisitos mínimos exigidos por las autoridades comunitarias. Este es el
caso, por citar un ejemplo, de las importaciones de pasta dentífrica falsificada en China o las importaciones
de juguetes asiáticos que no cumplen los requisitos de la normativa del mercado interior europeo. Con la
entrada masiva de inmigrantes ocurre otro tanto de lo mismo: Grecia es la puerta de entrada más fácil para
todo el desbarajuste político y humanitario del medio oriente.
Los últimos datos definitivos disponibles (2014) nos dan una imagen correcta del tamaño del problema
griego. Para empezar, la economía griega es muy pequeña. En 2014 esa economía produjo algo menos de
180 mil millones de Euros, cifra inferior a lo que produjo la provincia de Madrid o la de Barcelona (sobre los
200 mil millones cada una). Este PIB más pequeño se combina con una población claramente superior en
Grecia (algo más de 11,1 millones de personas) que la que reside en Madrid (6,4 millones) o en Cataluña (7,5
millones). Frente a los 10.000.000 millones de Euros que se producen en la eurozona, Grecia significa el 1,9
por ciento y frente a los 334,6 millones de habitantes de la eurozona, Grecia significa el 3,3 por ciento. Ya
tenemos una primera conclusión: sorprende que un país tan pequeño haya hecho tanto daño. Para hacernos
una idea más concreta, Grecia es como Andalucía pero con una dimensión ligeramente superior. Tiene un
PIB por habitante similar, pero una población superior y, por lo tanto, un PIB también superior.
Su pertenencia al área euro ha introducido un grado de inestabilidad muy elevado en el sistema monetario
europeo (tanto en el antiguo S.M.E. como en el actual Euro). Grecia ha tenido que ser rescatada de una
bancarrota inevitable en 2010, ha tenido una cuantiosa quita de deuda en 2012 y se han aportado desde la
troika 240.000 millones de euros de los cuales alrededor de 26.000 millones son aportación española (esto
es, suya, mía y de nuestros vecinos). Pero la cuenta no acaba aquí: suma y sigue. Grecia ha significado una
alteración en los mercados de deuda pública tan importante que debemos añadir el sobre coste que ese país
ha añadido a los bonos de la periferia, concretamente españoles. Este sobre coste no lo sabremos
exactamente nunca, pero a nadie se le escapa que, sin el efecto Grecia, el pago de intereses sería claramente
inferior a lo que realmente se pagó (y se pagará) desde 2010 en adelante. En otros términos, a finales de
este mes de abril 2015 la prima de riesgo española está cercana a los 130 puntos básicos, de los cuales 50
puntos se corresponden a las perturbaciones que Grecia está introduciendo en los mercados de deuda
pública en el sur de Europa desde las últimas navidades. Tengamos en cuenta que, como regla general, se
admite que la prima de riesgo española debería estar ubicada entre 50 y 75 puntos básicos y, todo lo que
suba de este intervalo, es ruido procedente del exterior a nuestra economía, pero que lo pagamos nosotros.
En resumen, Grecia con un PIB de 180 mil millones de euros tiene una deuda acumulada superior a los 300
mil millones de euros. Sin la ayuda externa Grecia quiebra. Y quiebra ya.
La salida de Grecia del euro.
Vamos a trabajar con la siguiente conjetura: después de varios meses de negociación, Grecia no logra
alcanzar un acuerdo con la troika y, por lo tanto, se queda sin financiación adicional. A finales de ese mismo
mes, tiene que hacer frente, por lo menos, a los pagos de los salarios de los funcionarios y el pago de las
pensiones. El resto de los pagos podría seguir esperando. ¿Qué hacer?
Lo más probable –y estamos en el terreno de las hipótesis-- es que el estado griego imprima unos pagarés al
portador en los que el propio estado reconoce la deuda contraída con cada pensionista y con cada
funcionario y pague los salarios de ese mes con esos pagarés. Pero las medidas a tomar tienen que ir más
allá. El estado tiene que obligar a las empresas a comprar estos pagarés y a pagar a sus trabajadores con los
pagarés. Y las empresas tienen que estar obligadas a aceptar estos pagarés como contrapartida a sus
prestaciones de bienes o de servicios. Por supuesto, el estado acepta los pagarés para el pago de impuestos,
tasas y otros tributos. Un proceso de este tipo requiere la sumisión total y absoluta del sistema financiero y
esto solo se consigue a través de la nacionalización de la banca y la prohibición de cualquier movimiento en
euros sin autorización previa, léase, el denominado corralito. Prácticamente, una economía de guerra.
En muy poco tiempo tendríamos funcionando en Grecia dos monedas: nuestros euros y unos pagarés del
estado heleno con una cotización a la par. Los precios continuarían expresados en euros y se podrían pagar,
indistintamente, con euros o con los pagarés públicos. Ahora bien, esta situación va ser absolutamente
transitoria y breve. Pongamos un ejemplo: un funcionario recibe su salario en pagarés y tiene que pagar una
hipoteca de 150 euros al mes. Al banco, al principio, le llega con 150 euros en pagarés helenos para pagar la
hipoteca. Pero, conforme los euros empiecen a escasear, el banco le va a exigir 170 euros en pagarés para
equilibrar los 150 euros de la hipoteca. Este es el momento clave. El nacimiento de una nueva moneda a
partir de los pagarés emitidos por el estado, con su correspondiente tasa de cambio frente al euro. Vayamos
por partes.
En primer lugar hay que señalar que las monedas fuertes –y el euro lo es, quizás la que más—funcionan
como las drogas duras: cuando entran en un sistema, crean adicción y se quedan para siempre. Lo hemos
visto en Argentina, en Brasil y en muchos lugares más, al respecto del dólar americano. En estos países, los
precios de los electrodomésticos, automóviles, viviendas, etc. Se fijan siempre en dólares. Desde ese nivel de
precios hacia abajo funciona la moneda nacional, es decir, para las transacciones de poco importe,
vinculadas a la vida diaria y a los bienes de primera necesidad. Y este será al modelo griego: el euro seguirá
existiendo siempre en Grecia como moneda fuerte predominando en las transacciones relevantes. Para el
resto, los pagarés emitidos por el estado griego.
Los euros van a escasear en Grecia porque cualquiera va a preferir los euros frente a los pagarés. La moneda
buena –el euro—se verá expulsada de la circulación en Grecia por la moneda mala, los pagarés del estado. Y
esto lo sabemos con certeza desde que Thomas Gresham observó fenómenos similares ya en el siglo XVI y,
más tarde, cuando Ronald Coase (Nobel de Economía en 1991) formalizara el fenómeno de la sustitución de
la moneda buena por la mala a finales del pasado siglo. En el momento que esta sustitución ocurra,
tendremos ya dos monedas circulando en Grecia: el euro y los pagarés del estado ahora reconvertidos en
dracmas nuevos.
Los salarios, pensiones, etc. Se pagarían todas con pagarés públicos (dracmas nuevos) con una tasa de
cambio frente al euro, supongamos de 1,25 Dracmas contra un Euro. Esto significaría una reducción de los
salarios, pensiones, etc. De un 25 por ciento frente a su valor original en euros. Y esto es importante.
Si los motivos que tienen las autoridades griegas para no pactar el rescate frente a la troika es que no
quieren rebajar los salarios, las pensiones y el resto de los gastos públicos y la alternativa es la suspensión de
pagos, lo tenemos muy claro: las pensiones van a bajar de todos modos. O las bajan ellos voluntariamente
en euros, o las baja automáticamente el mercado si se expresan en dracmas. No hay otra alternativa.
Una reflexión final. Si observamos la dinámica de las negociaciones entre la troika y el gobierno griego desde
2008 hasta ahora, hay que convenir en que el deterioro es cada vez más visible y más evidente. Desde fuera
da la impresión que el tiempo se ha agotado hace ya meses. Lo que si se está discutiendo, ahora en otras
instancias, es si Grecia abandona el euro de forma caótica y desordenada o si lo hace de un modo planificado
y previsible. El plan B para Grecia lleva meses encima de la mesa. Es más, por lo menos al juicio de algunos
entre los cuales me incluyo, el daño para la Unión Europea y para la zona euro ya está hecho. La salida de
Grecia de la eurozona no añadiría perjuicios adicionales significativos y, por el contrario, el plus de
credibilidad y contundencia no nos vendría nada mal, aunque solo fuera como aviso a navegantes en unas
aguas que empiezan a estar bastante concurridas.
P.I.B., Población y P.I.B. per capita en algunos espacios económicos, 2014
P.I.B. (Millones)
Población (Miles)
Renta p.c. (euros)
Cataluña
Madrid
Andalucía
Grecia
199.786
7.401
26.994
197.699
6.377
31.002
141.704
8.393
16.884
179.081
10.993
16.290