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¿MÁs COSTES QUE BENEFICIOS? LA ESPAÑA
LIBERAL Y LA PERLA DE LAS ANTILLAS·
Martín Rodrigo y Alharílla
Universitat Pompeu Fabra
Tanto Adam Smith como Karl Marx y Friedrich Engels otorgaron una
gran importancia al proceso colonizador abierto ¡:ror Portugal y Castilla a
mediados y finales del siglo xv. Si para el británico, «el descubrimiento de
América y del paso a las Indias Orientales por el cabo de Buena Esperc;m­
za, [habían sido] los sucesos más grandes e importantesq]Je se [habían]
registrardo] en la historia de la Humanidad», para los alemanes, «el des­
cubrimiento de América y la circunnavegación de África [habían ofrecido]
a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad». En opinión de
éstos «los mercados de la India y de China, la colonización de América, el
intercambio con las colonias, la multiplicación de medios de cambio y. de
las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la
industria un impulso hasta entonces descónocido».l Donde no hubo coin.ci­
dencia entre Smith, por una parte, y Marx (y Engels), por otra, fue en la va­
loración que uno y otros hicieron del fenómeno del colonialismo moderno.
En su célebre indagación sobre La riqueza de las naciones, Adam Smith
afirmaba que la colonización europea de territorios americanos había sido,
en general, un fenómeno favorable sólo para las nuevas colonias (fuesen
éstas británicas, francesas, españolas, holandesas o danesas) y, por lo tanto,
• Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación HUM 2006-07328: <<Dinámi­
cas imperiales».
I Adam Smith. lnllestigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las 1H1cianes.
México DF, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 556; Karl Marx y Friedrich Engels.
Manifiesto comunista. Barcelona, El Viejo Topo, 1997, p. 25.
120
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA
para los colonos americanos, pero escasamente ventajoso para los europeos.
Para Smith, los sistemas de monopolio comercial establecidos entre cada
metrópoli europea y sus respectivas colonias americanas en los siglos XVI,
XVII Y XVIII habían tenido efectos negativos para las primeras. Unos efectos
perniciosos que resumía fundamentalmente en cuatro: en primer lugar, los
retornos del capital invertido en América no compensaban, ni de lejos, el
monto total de la propia inversión metropolitana; en segundo, la atracción
de capitales hacia los sistemas de monopolios comerciales se había dado en
perjuicio de otros sectores productivos europeos; en tercero, el crecimiento
artificial <;le los beneficios de esos monopolios había provocado un incre­
mento del precio de los bienes manufacturados en Europa e, inc1uso, un
aumento del desempleo; y, finalmente, el comercio monopolístico con las
colonias había desincentivado el co~ercio libre de cada metrópolis con sus
países vecinos. Adam Smith afirmaba, además, que (excepto las españolas
y las portuguesas) las colonias europeas en América no eran autosuficientes
desde el punto de vista fiscal, de manera que correspondía a los estados eu­
ropeos (y por 10 tanto a sus habitantes) soportar la carga fiscal que suponía
su mantenimiento. 2
La conc1usión era clara: «lo único que han hecho los países metropo­
litanos ha sido acaparar las desventajas resultantes de la posesión de las
colonias. En cambio, los beneficios han tenido que compartirlos con otros
pueblos». Habida cuenta de que las colonias eran una pesada carga para
el erario metropolitano (Ytpara sus contribuyentes) y de que, en términos
agregados, eran mayores los costes que los beneficios de los sistemas co­
loniales, Adam Smith sugería a los gobernantes europeos que otorgasen la
independencia a sus colonias. Y 10 propuso explícitamente al Parlamento de
su país. Volviendo a sus palabras: «si Gran Bretaña llegase a tomar esa re­
solución, se vería inmediatamente liberada de todos los gastos anuales que
supone, en época de paz, el sostenimiento de las colonias, y podría concer­
tar con ellas un tratado de comercio que le asegurase un comercio libre».3
A diferencia del liberal británico, K.arl Marx señaló la importancia de las
colonias ultramarinas (americanas) como espacios de acumulación origina­
ria para las metrópolis europeas. Para este pensador socialista, el desarrollo
del capitalismo y la expansión del colonialismo europeo en ultramar (parti­
cularmente en América) fueron realmente dos caras de una misma moneda.
Así, ni se podría entender el capitalismo sin el colonialismo moderno, ni el
¡
3
A. Smith. Investigación
A. Smith. Investigación
, especialmente el libro IlI, cap. vn, pp. 495-570.
pp. 548'y 558, r~spectivamente.
¿MÁs COSTES QUE BENEFICIOS? LA ESPAÑA LIBERAL Y LA PERLA...
121
colonialismo moderno sin el capitalismo. Más aún, Marx no sólo resaltó la
importancia de la colonización americana (y, particularmente, de la explo­
tación de las minas de oro y plata del Nuevo Mundo) como «hechos que
señalan los albores de la era de producción capitalista», sino que añadió
que «el botín conquistado fuera de Europa mediante el saqueo descara­
do, la esc1avización y la matanza, refluía a la metrópoli para convertirse
aquí en capital».4 A título de ejemplo, Marx consignaba que el Asiento de
Negros obtenido por Gran Bretaña en el Tratado de Utrecht, en 1713, y el
suministro de esclavos africanos a las colonias españolas en América había
sido el «método de acumulación originaria» propio de Liverpoo1. Y es que,
para el socialista alemán, el «sistema colonial» europeo fue Gunto a «la
deuda pública, la montaña de impuestos, el proteccionismo [y] las guerras
comerciales») una de las fuentes principales de acumulación de capital en
la Europa moderna. 5
Aunque algunos autores marxistas, como Rosa Luxemburgo y Vladimir
1. Lenin, apenas tiraron del hilo del nexo colonial en sus análisis sobre la
acumulación capitalista (prefirieron transitar por otros caminos),6 10 cierto
es que ha habido una fecunda historiografia de matriz claramente marxiana
que se ha aproximado al análisis de los sistemas coloniales como una pieza
fundamental en la configuración de la economía-mundo capitalista. Espe­
cialmente en el último tercio del siglo xx.? Unos análisis frescos y sugeren­
tes que, dicho sea de paso, estaban en el mercado académico mucho antes
de que autores oportunistas se hayan apuntado recientemente al carro de la
global history o la world history. 8 La caracterización leninista del imperia­
lismo, por otro lado, ha seguido alumbrando una serie de trabajos publica­
dos, en estos primeros años del siglo XXI, en buena medida como respuesta
4 Karl Marx. El Capital. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1980, 3 volúmenes,
particularmente vol. 1, cap. XXIV, «La llamada acumulación originaria»; las citas corres­
ponden a las pp. 688 Y 691. Véase también la selección de textos: Karl Marx y Friedrich
Engels. Sobre el sistema colonial del capitalismo. Buenos Aires, Ediciones Estudio, 1964.
5 K. Marx. El Capital ..., pp. 696 Y 694, respectivamente.
6 Rosa Luxemburgo. La acumulación del capital. Buenos Aires, Ti1cara, 1963 (ed. origi­
naI1912); Vladimir Ilich Lenin. El imperialismoJase superior del capitalismo. La Habana,
Editora Política, 1963 (ed. original 1917).
7 La explicación más acabada nos la ha ido proporcionando lrnmanuel M. Wallerstein en
su extensa producción; desde su trilogía sobre El moderno sistema mundial (editada inicial­
mente en 1974) hasta sus trabajos más recientes, como Capitalismo histórico y movimientos
antisistémicos: un análisis de sistemas-mundo, Madrid, Aleal, 2004.
8 Francis Fukuyama. «Refiections on The End 01History, Five Years Lateo). En: Philip
Pomper; Richard H. Elphick; Richard T. Vann. World History. Ideologies, Structures and
Identities. Blackwell, Malden-Oxford, 1998, pp. 199-216.
122
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA
a las sugerentes tesis de Michael Hardt y Toni Negri.9 Unos y otros, sin em­
bargo, apenas han reflexionado sobre el breve apunte marxiano que antes
comenté: el sistema colonial (americano) como fuente de acumulación de
capital, en Europa. Aunque sí lo hizo, en su momento, Eric J. Williams.
Algo lejos de K. Marx pero más lejos aÚIl de A. Smith, este historiador
y político caribeño insistió a mediados del siglo xx en la explicación que
relacionaba el crecimiento económico registrado por Gran Bretaña en el si­
glo XVIII con la existencia de una economía atlántica, que vinculaba intensa
y profundamente a Inglaterra y Escocia con África y América. Precursor de
un vasto campo historiográfico (que, con otras aportaciones, acabaría con­
formando la denominada historia atlántica), Williams señaló cómo el tráfi­
co de esclavos hacia las Indias Occidentales británicas y el desarrollo de és­
tas como economías de plantación habían sido una condición necesaria para
el ulterior desarrollo económico británico. 10 Sus tesis tuvieron un impacto
remarcahle en medios internacionales provocando una profunda discusión,
todavía presente en el mundo anglosajón, sobre la mayor o menor impor­
tancia de las posesiones inglesas en el Caribe (y, de forma más general, del
conjunto del Imperio británico) en la modernización económica de Gran
Bretaña. II Una discusión que, como tantas otras, pasó desapercibida en el
mundo académico español.
UN BREVE Y APRESURADO BALANCE HISTORIOGRÁFICO
(EN LOS ÚLTIMOS VE,lNTE AÑOS)
En el marco de ese debate, apareció en 1986 un interesante libro, escri­
to en California a dos manos por Lance E. Davis y Robert A Huttenback,
quienes, frente a las tesis de Marx, de Williams y de tantos otros autores,
insistieron por el contrario en que para Gran Bretaña, el imperio no había
9 Michael Hardt y Antonio Negri. Imperio. Barcelona, Paidós, 2002; Atilio Boron. Im­
perio imperialismo. Una lectura critica de Michael Hardt y Antonio Negri. Mataró, El Viejo
Topo, 2003. Más recientemente el panfietario y escasamente interesante trabajo de: Luciano
Vasapollo; Henrique Galarza y Hosea Jaffe. Introducción a la historia y la lógica del impe­
rialismo. Mataró, El Viejo Topo, 2006.
10 Eric Williams. Capitalismo y esclavitud. Buenos Aires, Siglo xx, 1973 ledo original
de 1944].
l\ Una actualización crítica de las tesis de Eric Williams, a partir de presupuestos mar­
xistas, en Robin Blackbum. The Overthrow 01 Colonial Slavery, 1776-1848. Verso, London­
New York, 1988. Del mismo autor y más recientemente: The Making 01 New World Slavery.
From the Baroque lo the Modern, 1492-1800, Verso, London-New York, 1997. Para una
visión alternativa a E. Williams, cfr. David Eltis. Economic Growth and the Ending 01 the
Transatlanlic Slave Trade. Oxford University Press, New York-Oxford, 1987.
¿MÁs COSTES QUE BENEFICIOS? LA ESPAÑA LIBERAL Y LA PERLA...
123
sido una máquina de hacer dinero. Centrados en el período entre 1860 y
1914, ambos autores afirmaban que el imperialismo británico había servi­
do, en efecto, para el enriquecimiento de un número limitado de hombres
de negocio, pero negaban a la vez cualquier evidencia de que Gran Bretaña
hubiese obtenido, globalmente, ganancias netas derivadas de la explota­
ción de sus dominios coloniales. Al contrario, para ellos el imperialismo
sólo había servido para transferir rentas de la clase media británica a las
clases altas metropolitanas, ÚIlicas beneficiarias del fenómeno. 12 Dos años
después, desde Oxford, Patrick O'Brien proponía una interpretación seme­
jante. Siguiendo ideas claramente smithianas, y a partir de un instrumental
cliométrico, este autor sustentaba, en esencia, que, para Gran Bretaña (yen
el período 1846-1918), el Imperio había generado unos costes superiores a
los beneficios obtenidos de las coloniasY
Uno de los discípulos de O'Brien, Leandro Prados de la Escosura, im­
portó de Oxford una metodología similar al abordar su estudio sobre el cre­
cimiento (o atraso) económico español entre 1780 y 1930 y, lo que aquí más
nos interesa, sobre las relaciones entre tal crecimiento (o atraso) y el Impe­
rio americano. En su tesis doctoral (yen el libro consecuente), este econo­
mista sugirió que, en su tránsito de imperio a nación, la economía española
salió ganando, una vez el pesado lastre del Imperio americano se desgajó de
la metrópoli, en el primer cuarto del siglo XIX. 14 Aun reconociendo algunos
efectos negativos, a corto plazo, derivados de la independencia de las co­
lonias continentales de América, entre 1810 y 1826 (en la fiscalidad es tatal
y el comercio exterior, por ejemplo), Prados de la Escosura afirmaba que
«para la economía española, la pérdida de las colonias [entre 1810 y 1826]
tuvo, en términos globales, un impacto menos amplio y profundo del que
han sugerido los historiadores», y concluye que, en realidad, «la pérdida del
Imperio habría supuesto una contribución significativa a la modernización
económica y social española».15
12 Lance E. Davis y Robert A Huttenback. Mammon and the Pursuit 01 Empire. The
Economics 01 British 1mperialism. Cambridge University Press, 1986.
IJ Patrick O'Brien. «The Costs and Benefits ofBritish Imperialism, 1846-1914». Past
and Present (120), 1988, pp. 163-210; véase también M. Eldestein. (dmperialism: Cost and
Benefit». En: Roderick Floud y Donald McCloskey (eds.). The Economic History 01 Britain
since 1700. Cambridge University Press, 1994, vol. 2, pp. 197-216.
14 Leandro Prados. De Imperio. a Nación. Crecimiento y atraso económico en España,
1780-1930. Madrid,Alianza, 1988.
15 Leandro Prados de la Escosura. «La pérdida del imperio y sus consecuencias económi­
cas en España». En: Leandro Prados y Samuel Amaral (eds.). La independencia americana:
consecuencias económicas. Madrid, Alianza, 1993, pp. 253-300; la cita, p. 284.
124
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA
Años después, y en diferentes trabajos, Bartolomé Yun ha insistido en la
idea de la pesada carga que el Imperio americano supuso para la monarquía
hispánica. En su opinión, al menos hasta las reformas borbónicas, la confi­
guración del Imperio español facilitó la consolidación (y permitió la super­
vivencia} del absolutismo castellano e impidió (o, cuando menos, desincen­
tivó) cualquier revolución administrativa o financiera (como la registrada
por Inglaterra en la segunda mitad del siglo xvn). Para Yun, la plata ame­
ricana habria contribuido, además, a la supervivencia de un sistema social,
político y económico escasamente productivo. 16 Estas ideas, expresadas por
primera vez en un Congreso Internacional de Historia Económica, han for­
mado parte de la argamasa de un libro, obra del propio Bartolomé Yun, que
insiste en el alto precio que Castilla (España, en su propia formulación), y
la mayoría de sus habitantes, tuviero~ que pagar por su Imperio americano.
En su op:ÍnÍón, la estructura institucional del Imperio, en el siglo XVI, habría
implicado «aitos beneficios privados y rentas políticas elevadas para unos
POCOS», mientras que los «elevadísimos costes de protección... [del Imperio]
que gravitaban sobre la península» se habrían repartido entre campesinos,
artesanos y demás clases productoras en forma de alta fiscalidad. Yun insis­
te, de hecho, en su idea de que el Imperio americano fue uno de los factores
que permitió la pervivencia de una estructura política, como la española,
poco moderna; y una de las causas del atraso económico español. 17
Una preocupación similar ha movido a Antonio Miguel Bernal a publi­
car su libro subtitulado, significativamente, Costeslbeneficios del Imperio. 18
No obstante, y a pesar del subtítulo, el libro de Bernal no se inscribe pro­
piamente en la historia cuantitativa pues --como confiesa el autor- su deseo
ha sido «escribir un libro de historia económica sin números, sin cuadros,
sin gráfiCOS».19 Escrito en forma de ensayo, el trabajo de A. M. Bernal se
interroga sobre los diversos efectos que el Imperio americano tuvo para la
conformación de España en la Edad Moderna, desde el reinado de Isabel y
Fernando hasta los tiempos de Carlos III. Quiero hacer notar que mientras
16 Bartolomé Yun Casalilla. «The American Empire and the Spanish Economy: an Ins­
titutional and Regional Perspective». Revista de Historia Económica (1), afio XVI, 1998,
pp. 123-150 (monográfico editado por Patrick K. O'Brien y Leandro Prados de la Escosura:
The Costs and Benefits of European Imperia/ism from the Conquest of Ceuta, 1415, to the
Treaty ofLusaka, 1974).
17 Bartolomé Yun Casalilla. Marte contra Minerva. El precio del imperio español, c.
1450-1600. Barcelona, Critica, 2004; la cita, p. 575.
18 Antonio Miguel Berna\. España, proyecto inacabado. Costeslbeneficios del Imperio.
Madrid;Marcial Pon~-Fundación Carolina, 2005.
,. Op. cit., p. 14.
¿MÁs COSTES QUE BENEFICIOS? LA ESPAÑA LIBERAL Y LA PERLA...
125
que los planteamientos de Davis, Huttenback y O'Brien se situaban en el
período final del siglo XIX y los primeros años del siglo xx, tanto Antonio
Miguel Bernal como Bartolomé Yun han circunscrito sus análisis (escasa­
mente cuantitativos, dicho sea de paso) al período anterior a las reformas
borbónicas (el segundo, abarcando únicamente la segunda mitad del siglo
xv y el siglo XVI). Leandro Prados, por su parte, se ha centrado en el lapso
de los procesos de emancipación nacional vividos en las colonias conti­
nentales americanas entre 1810 y 1826. Al hacerlo así, ha olvidado una
realidad difícilmente negligible: las revoluciones de independencia vividas
en la América hispana a principios del siglo XIX no significaron el paso de
un imperio a una nación, sino la transformación de una España imperial de
primer orden en un imperio menor, de segunda fila, en el concierto de las
potencias coloniales. Obviamente, el gran impacto (a todos los niveles, y
también en el económico) sufrido por la España imperial vino a partir de la
emancipación nacional y las revoluciones de independencia de sus colonias
de la América continental. Reconocer esa realidad, sin embargo, no debe
significar minusvalorar o, directamente, despreciar, como hizo en su día Jo­
sep Fontana, el hecho de que España siguiese siendo una potencia colonial
(de segundo orden, ciertamente, pero colonial al fin y al cabo) en el Caribe
yen el Pacífico, durante todo el siglo XIX. 20 Al contrario, como ha puesto
recientemente de relieve Josep Maria Fradera, sin el Imperio insular espa­
ñol, en las Antillas y en el mar de la China (es decir, sin esas colonias para
después de un Imperio), no se puede aprehender, en toda su complejidad, la
historia política española del siglo XIX. 21 Esa España liberal decimonónica
y, particularmente, sus relaciones con Cuba, la pieza fundamental de su
imperio insular, son precisamente el objeto de mi atención e interés.
A la luz de la bibliografía citada, cualquier lector inquieto podría lógica­
mente preguntarse: ¿fueron mayores los costes soportados por España que
las ganancias obtenidas merced a su imperio insular decimonónico? ¿Fue
éste poco relevante en términos económicos para la metrópoli? y, en defini­
tiva, ¿resultó ser el imperio insular una pesada carga que lastró la economía
metropolitana, también en el siglo XIX? No ha habido, hasta el momento,
ningún estudio que haya intentado evaluar, de forma global y agregada,
los costes soportados y los beneficios obtenidos por España de su imperio
20 Josep Fontana. «La conciencia española ante las dos pérdidas dellmperio». En: Isabel
Burdiel y Roy Church (eds.). Viejos y nuevos imperios. España y Gran Bretaña, ss. XVII-XX.
Valencia, Episteme, 1998, pp. 51-64.
21 Josep Maria Fradera. Colonias para después de un Imperio. Barcelona, Edicions Be­
lIaterra, 2005.
126
MARTÍN RODRIGO Y ALHARlLLA
insular (ni particularmente de Cuba) a lo largo del siglo XIX. Únicamente un
artículo, obra de José Antonio Piqueras, ha intentado cifrar lo que él deno­
mina «renta colonial cubana» (es decir, «el conjunto de bienes y capitales
percibidos de Cuba por la metrópoli gracias a la condición subordinada y
dependíente de la isla»); y lo ha hecho especialmente para el periodo inme­
diatamente anterior a 1898. Nos hallamos, por lo tanto, ante un cálculo de
los beneficios (o, al menos, de una parte de los beneficios) percibidos por la
metrópoli de su principal colonia, la gran Antilla, en unos años determina­
dos. Para este autor, fue en la década de 1890, o sea, «en la última década
de dominio español sobre Cuba cuando más se incrementó la renta colonial
en términos absolutos y relativos». Sus estimaciones sitúan una detracción
que, en términos monetarios, cifra en 20 I,9 millones de pesetas corrientes/
año, equivalente al 3% de la renta nacional de 1894. 22
No me propongo ofrecer aquí un' cálculo de los costes y beneficios de la
relación de dependencia colonial Cuba-España, pero sí proponer un conjun­
to de reflexiones, así como una serie de notas e informaciones bajo el pris­
ma del debate señalado. Comparto con Josep Maria Fradera la idea de que
cualquier tipo de estimaciones rigurosas y creíbles deben ser «necesaria­
mente cautelosas y complejas» y han de integrar y contemplar un conjunto
amplio de variables como el peso de la carga fiscal sobre los contribuyentes
de la metrópoli; los efectos de esta carga fiscal sobre la demanda agregada;
el comportamiento y la rentabilidad de la inversión externa, comparándola
especialmente con la invyrsión en la economía nacional o extranjera; el
peso del hecho colonial en la mentalidad del inversionista metropolitano; el
comportamiento del comercio colonial en el marco del comercio exterior de
la metrópoli; las relaciones entre emigración, ahorro y formación del mer­
cado de trabajo, y la -difícilmente cuantificable-- «repercusión innegable
del colonialismo en la formación del estado moderno», por citar algunos.23
Lejos de proponer, por lo tanto, un análisis que tenga en cuenta (y contabi­
lice) todas las variables señaladas, articularé a continuación mis reflexiones
sobre los que considero los tres ejes más importantes que tener en cuenta,
a saber: en primer lugar, el coste de la administración colonial en Cuba; en
22 José Antonio Piqueras Arenas. «La renta colonial cubana en vísperas del 98». TIempos
de América (2), 1998, pp. 47-69. Del mismo autor véase: Cuba, emporio y colonia. Madrid,
Fondo de Cultura Económica, 2003, cap. III «Los beneficios de la metrópoli en el sistema
colonial español», pp. 99-121.
a
2J Josep M. Fradera. «La experiencia colonial europea del siglo XIX (una aproximación al
debate sobre los costes y beneficios del colonialismo europeo)>>. En: Pedro Ruiz Torres (ed.).
Europa ensu historia. Valencia, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1993, pp. 61-80.
~
¿MÁS COSTES QUE BENEFICIOS? LA ESPAÑA LIBERAL Y LA PERLA ...
127
segundo lugar, las relaciones comerciales hispano-cubanas; y, en tercer l u­
gar, la transferencia de capitales de la Perla de las Antillas a la península.
EL COSTE DE LA ADMINISTRACIÓN COLONIAL DE CUBA PARA
LOS CONTRIBUYENTES ESPAÑOLES
La Hacienda cubana había sido tradicionalmente deficitaria. Solamente
las transferencias recibidas desde Nueva España (a través del mecanismo
del situado) habían permitido sostener los gastos necesarios para la defensa
de la gran Antilla y para la administración de su territorio. 24 Las reformas
fiscales impulsadas en los reinados de Carlos III y Carlos IV permitieron, no
obstante, que la Hacienda insular acabase convirtiéndose en autosuficien­
te. No sólo eso. Desde 1823, los funcionarios del tesoro cubano pudieron
remitir fondos a la Hacienda peninsular. Fondos de dos tipos: por un lado,
los sobrantes de Ultramar; por otro lado, las Atenciones a la península. En
puridad, los primeros nacían del superávit entre ingresos y gastos del tesoro
cubano, y sirvieron para financiar gastos necesarios para la política y la ad­
ministración española, tales como la guerra carlista. 25 Las Atenciones a la
península, por su parte, «comprendía[n] los sueldos de emigrados, cesantes
y pensionistas, el gasto del mantenimiento de las Legaciones y Consulados
de América y otros conceptos como el desembolso de la pensión de la reina
madre, María Cristina». Candelaria Sáiz Pastor ha elaborado un cálculo
de las cantidades remitidas a la Hacienda peninsular por el tesoro cubano,
entre 1823 y 1866, que sumaban más de 80 millones de pesos fuertes (es
decir, 400 millones de pesetas).26 Es más, determinadas aventuras colonia­
les adoptadas a mediados del siglo XIX (como la expedición a México y la
guerra de Santo Domingo, de 1863-1865) fueron financiadas con cargo al
tesoro cubano (ocasionando gastos superiores a otros 70 millones de pese­
tas). En cualquier caso, estas cifras deben concebirse como las cantidades
mínimas que la hacienda cubana pudo soportar de las demandas metropoli­
tanas ya que, seguramente, debieron de ser algo superiores. Nadia Fernán­
24 Carlos Maricha!' La bancarrota del virreinato. Nueva España y las finanzas del impe­
rio español. México DF, Fondo de Cultura Económica, 1999.
25 J. A. Piqueras. «La renta coloniaL», p. 51.
26 Candelaria Saiz Pastor. «Imperio de Ultramar y fiscalidad colonia!». En: Salvador
Palazón y Candelaria Saiz (eds.). La ilusión de un Imperio. Las relaciones económicas his­
pano-cubanas en el siglo XIX. Alicante,'Universidad de Alicante, 1998, pp. 77-93; la cita, p.
86. Para el período 1850-1868, José Antonio Piqueras ha afirmado que las remesas enviadas
oficialmente desde Cuba a la península superaban los 170 millones de pesetas, cfr. 1. A.
Piqueras. «La renta coloniaL», p. 51.
MAK.IIN KVU.K.1UU 1
128
t\,Ln.J'U\..l ..........n.
dez de Pinedo, por ejemplo, ha documentado la existencia de operaciones
de crédito negociadas con banqueros que operaban en Madrid (como la que
se concretó, en 1828, con el futuro marqués de Casa Riera), con cargo a las
cajas de La Habana, por sumas que superaban el millón de pesos y que no
27
aparecen, sin embargo, contabilizadas entre los sobrantes de Ultramar.
No en vano, los principales prestamistas europeos, los Rothschild, al finan­
ciar los persistentes y crónicos déficits de la Hacienda española aseguraban
a veces sus operaciones sobre las cajas de La Habana. 28 Esta acusada trans­
ferencia de recursos fiscales de la gran Antilla a España se hizo mientras
la Hacienda cubana aumentaba su capacidad recaudatoria y, por ende, sus
ingresos (y sus gastos). De hecho, aunque las abultadas remesas a la penín­
sula se convirtieron (por detrás de los gastos en Ejército yen Marina) en la
tercera fuente de gasto más importante de la Hacienda cubana, ésta pudo
financiar un incremento no.table de la fuerza militar española en Cuba: si el
ejército allí destacado sumaba, en 1849, cerca de quince mil hombres, sus
efectivos crecieron en la década de 1850 en un 60%.
En definitiva, lejos de suponer carga alguna para el erario metropolitano,
el tesoro cubano auxilió de diversas maneras a la Hacienda española entre
1823 y 1866, es decir, precisamente en los años de construcción y consoli­
dación del estado liberal español. El modelo empezó a cambiar a mediados
de 1860. A partir de 1867, la Hacienda cubana dejó de remitir fondos a la
península así como de aceptar libranzas metropolitanas contra sus cajas.
Nunca dejó, no obstan~e, de atender el pago de las pensiones de los fun­
cionarios de la Administración en las colonias. Además, el estallido de la
Guerra de los Diez Años, en octubre de 1868, acabó de complicar la crisis
fiscal de la isla. Como ha resumido Inés Roldán de Montaud, «además de
las destrucciones y pérdidas materiales, Cuba heredó de los años de guerra
[1868-1878] una deuda que alcanzaba en 1880 los 125 millones de pesos...
cuyo servicio absorbía ya el 37% de los ingresos presupuestados».29 Pre­
cisamente, el servicio de la deuda impidió equilibrar un presupuesto que a
27 Nadia Femández de Pinedo. Comercio exterior y fisca/idad: Cuba (1794-1860). Bil­
bao, Universidad del País Vasco, 2002, p. 185 Yp. 265.
2' Miguel Ángel López Morell. La Casa Rothschi/d en España. Madrid, Marcial Pons,
2005, especialmente los capítulos 2 y 3. Los apoderados de los Rothscbild en La Habana
eran Scharfergen Tolmé & Cía (p. 136).
29 Inés Roldán de Montaud. «La Hacienda cubana en el período de entreguerras (1878­
1895)>>. En: Pedro Tedde (ed.). Economía y colonias en la España del 98. Madrid, Síntesis,
1999, pp. 123-159. El mejor (y más extenso) estudio de esta autora sobre el impacto de la
guerra en la Hacienda cubana en: La Hacienda en Cuba dwante la guerra de los Diez Años
(1868-1880). Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1990.
,:
¿MAS CU:srhS I.lUh BhNht'lClUS'l LA ESPANA LIBERAL y LA PERLA ...
121}
partir de entonces se cerró, año tras año, con notables déficits (siempre por
encima del 12%, y alcanzando, en algún ejercicio, hasta el 25%). La deuda
de la Hacienda cubana se financió con diferentes empréstitos, a través de
una serie de operaciones que beneficiaron particularmente a las grandes
fortunas, tanto de la Isla como -cada vez más- de la España peninsular.
En agosto de 1876, por ejemplo, y para atender los gastos de la guerra
en Cuba, el Gobierno de Cánovas del Castillo concertó un empréstito por
valor de 15 millones de pesos (es decir, 75 millones de pesetas), con capi­
talistas de La Habana, Barcelona y Madrid. En esta última ciudad se acabó
firmando, el 12 de octubre, un convenio definitivo que sancionaba unas
condiciones muy ventajosas para los prestamistas: (a) un elevado tipo de
interés, el 12%; (b) la recaudación de las aduanas cubanas (cuya gestión
quedó encomendada a los prestamistas) como fuente para remunerar los
intereses y la amortización de los títulos, y (e) el patrimonio del Estado es­
pañol como garantía hipotecaria (en previsión de una hipotética «pérdida»
de la Isla). No contentos, los promotores consiguieron entonces convertir
una mera operación de préstamo a la Hacienda cubana en una nueva en­
tidad financiera, domiciliada en Barcelona y denominada Banco Hispano
Colonial, transformando así su participación en el préstamo en acciones
cotizables en bolsa. Además, meses después, en dos operaciones diferentes
(registradas en octubre de 1877 y en marzo de 1878, respectivamente), el
Gobierno español solicitó al Hispano Colonial una ampliación del préstamo
inicial en 10 millones de pesos más, manteniendo las condiciones pactadas
en octubre de 1876. 30
Una vez acabada la guerra, el Gobierno quiso rescindir el convenio que
le ligaba al Hispano Colonial. Para poder contar con recursos suficientes
que le permitiesen devolver la cantidad prestada, el Ministerio de Ultramar
optó por efectuar, en 1880, una primera emisión de títulos de deuda con la
garantía del erario cubano (los Billetes Hipotecarios del Tesoro de la Isla
de Cuba, vulgarmente conocidos como Cubas). Para la emisión de esos
nuevos títulos de Deuda, el Gobierno otorgó al Hispano Colonial una fun­
ción equiparable a la que tenía el Banco de España en la emisión de títulos
del Estado, tal como consignaba explícitamente el ministro de Ultramar,
30 Martín Rodrigo y Alharilla. Los marqueses de Comillas. 1817-1925. Antonio y Claudia
López. Madrid, LID, 2000, pp. 80-99; véase también: Francesc Cabana. «El Banc Hispano
Colonial, un cas a part». En: Bancs i banquers a Catalunya. Barcelona, Edicions 62, 1972;
Elena Hemández Sandoica. Pensamiento burgués y problemas coloniales en la España de
la Restauración. 1875-/887. Tesis Doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 1982; así
como el folleto Empréstito de Cuba. Discusión de la Ley de Garantía Eventual de la Nación.
Madrid, Imprenta de T. Fortanet, 1877.
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MAJ{IlN KUUlUUU y AUiAJ<lLLA
Cayetano Sánchez Bustillo.J! De hecho, a pesar de la emisión de los Cubas
de 1880, el Banco siguió gestionando las aduanas cubanas (10 hizo hasta
1898) para hacer frente al servicio de una deuda que no dejó de aumentar
en los años siguientes.
La situación de la Hacienda cubana se complicó aún más con el impacto
de la crisis internacional de precios del azúcar, registrada a partir de 1882,
que afectó a la economía exportadora de la isla. El saldo presupuestario
neto de la Hacienda cubana entre 1882 y 1888 acumuló un déficit superior
a los 31 millones de pesos (o 156 millones de pesetas). No en vano, en
1885, las diferentes modalidades de la deuda de la Isla sumaban más de
750 millones de pesetas. En ese año se procedió a una nueva emisión de
Cubas, que no sería la última. Nuevamente en 1890, el Ministerio de Ul­
tramar español decidió abrir una tercera emisión de Billetes Hipotecarios,
siempre con la garantía de las áduanas cubanas. La emisión de 1890 debía
alcanzar 1.750.000 títulos de deuda (con un interés anual del 5%) merced a
la cual el Ministerio de Ultramar pretendía ingresar 875.000.000 de pesetas.
Las condiciones de la emisión de 1890 sancionaron el definitivo desplaza­
miento del Banco Español de La Habana del suculento negocio de la deuda
cubana y su absoluto monopolio por el Hispano Colonial, banco que seguía
recibiendo «una comisión del 2,5% sobre el importe total del servicio por
intereses, amortizaciones y demás gastos de que está encargado».32
Hubo entonces quien salió perjudicado y quien se benefició del crónico
déficit de la Hacienda.
, cubana, registrado a partir de 1867. Cabe recordar
que tanto durante como, sobre todo, después de la guerra de los Diez Años
el servicio de la deuda acabó de asfixiar el presupuesto insular. Inés Roldán
ha puesto de manifiesto que el coste financiero de la deuda cubana, entre
1878 y 1895, «absorbía el 40 o 50% de los ingresos de la colonia».33 En esa
coyuntura fueron, por lo tanto, los residentes en la Isla quienes tuvieron que
soportar los perjuicios de los persistentes déficits señalados; lo hicieron en
forma de una fiscalidad gravosa que, lejos de servir para que se acometiesen
JI Gaceta de Madrid, 15.06.1880: «El Gobierno de V. M. así como para la creación de
valores en la península ha servido de intennediario entre el público y el Tesoro el Banco de
España, ha creído que al tratar de crear valores de la isla de Cuba, debió desempeñar una
misión análoga a la del Banco de España el Banco Hispano Colonial».
32 M. Rodrigo. Los marqueses... , p. 206. Sobre el Banco Español de la Isla de Cuba, cfr.
Inés Roldán de Montaud. La banca de emisión en Cuba (1856-1898). Banco de España, Es­
tudios de Historia Económica (44), 2004; de esa monografia he tomado los datos del déficit
entre 1882 Y1896 (p. 138).
33 Inés Roldán de Montaud. «Guerra y finanzas en la crisis de fin de siglo: 1895-1900».
Hispania, LVlI/2, núm. 196, pp. 611-675, la cita p. 613.
¿MAS CUSThS QUE BENEFICIOS'! LA ESPAÑA LIBERAL Y LA PERLA...
131
las obras públicas necesarias en la isla, apenas sirvió para asegurar el abono
de las obligaciones más perentorias (como los sueldos a los funcionarios) y
para soportar los costes financieros de la creciente deuda.
Entre quienes se beneficiaron del crónico y creciente déficit del tesoro
cubano cabe destacar, en primer lugar, a los propios accionistas-fundadores
del Hispano Colonial, algunos de los cuales se encontraban entre los indi­
viduos más ricos de Madrid, de Barcelona o de Cuba. Según expresión de
Rafael Cabezas, eran los primeros contribuyentes del país. En palabras de
ese banquero madrileño, uno de quienes negociara el empréstito con el Go­
bierno en 1876, pronunciadas en el Congreso de los Diputados español:
esos individuos que forman el Consejo de Administración y los principa­
les accionistas del Banco Hispano Colonial ¿sabéis quiénes son? Estable­
cimientos de crédito importantes (...) Pida el Sr. González las matrículas de
subsidio industrial y de comercio y los repartimientos de [la contribución]
territorial y verá que los primeros contribuyentes son los consejeros y prin­
cipales accionistas del Hispano Colonial. 34
La renegociación del convenio entre el Hispano Colonial y el Minis­
terio de Ultramar, culminada en 1880, permitió al primero convertirse en
un banco de negocios, con sede en Barcelona, impulsor de grandes empre­
sas, algunas con el escenario colonial como telón de fondo (la Compañía
Transatlántica y Tabacos de Filipinas, singularmente). Se trataba, como
consigné y estudié en otro lugar, de «la mayor corporación empresarial
española de finales del siglo XIX».35 La principal fuente de beneficios del
Hispano Colonial, no obstante, no vino tanto de su participación en dichas
empresas como de la administración y el control de las aduanas cubanas
(cuya gestión retuvo hasta el fin de la soberanía española sobre la gran An­
tilla), para hacer frente al pago de intereses y amortización de los Billetes
Hipotecarios del Tesoro de la isla de Cuba. Como reconocía textualmente
un informe elaborado en 1893 por un alto funcionario del Ministerio de
Ultramar, el negocio de los Cubas permitía al Banco la acumulación de
notables beneficios: «por la diferencia entre el nominal a que se emiten
y el efectivo a que se amortizan; por el interés, que se declara al nominal
y se paga en efectivo; por los gastos de comisiones y servicios; por el
de confección de títulos, y sobre todo por los intereses»; para concluir
34 Diario de Sesiones a Cortes-Congreso de los Diputados, sesión de 18 de diciembre
de 1876.
" M. Rodrigo. Los marqueses... , p. 11.
MAlITÍN RODRIGO Y ALHARILLA
132
que <das utilidades de este Banco están en relación de las operaciones que
realiza con el Tesoro; fuera de esto su vida es lánguida y trabajosa, como
su misma Dirección reconoce».36 Dos años después, en 1895, la prensa
económica especializada coincidía con tal diagnóstico al publicar que «el
Hispano Colonial [está] limitado hoy... a ser un Banco del Tesoro y de la
Hacienda de Cuba».37
Ello no le privó de repartir suculentas cantidades entre sus accionistas:
en sus cuatro primeros ejercicios (1876-1880) el Hispano Colonial pudo
repartir dividendos superiores a los 62 millones de pesetas, lo cual equiva­
lía al 60% del valor nominal de las acciones. En poco tiempo, además, los
accionistas/prestamistas cubanos desaparecieron, prácticamente, de escena.
En enero de 1879, por ejemplo, no se podían cubrir las vacantes de la Junta
Delegada del Banco en la Habana, «no existiendo ya en La Habana accio­
nistas con el número de acciones suficientes [apenas cincuenta] para ser
nombrados vocales».38 Desde entonces, los accionistas del Banco residían
(casi) todos en España, fundamentalmente en Madrid y en Barcelona. A
partir de 1880, es decir, tras la primera emisión de los Billetes Hipotecarios
del Tesoro de Cuba, y hasta 1897, el Hispano Colonial obtuvo unos benefi­
cios netos de 76.467.976 pesetas. El 10% de esta cantidad se dedicó a remu­
nerar a los miembros del reducido Consejo de Administración del Banco,
mientras que el 90% restante sirvió para el pago de unos dividendos que
en esos diecisiete ejercicios sociales se situaron, por término medio, en un
6,1% del valor nominal~e las acciones. Más aún, esas acciones cotizaron
siempre con premio, de manera que aquellos accionistas-fundadores que
optaron por desprenderse de las mismas, lo pudieron hacer con premio.
Amen de los accionistas del Hispano Colonial, también los tenedores de
los Billetes Hipotecarios del Tesoro de la Isla se beneficiaron claramente
de las dificultades hacendísticas cubanas. Una parte de los célebres Cubas
restó en la cartera del propio Hispano Colonial y de otros bancos vinculados
a su grupo empresarial, como el madrileño Banco de Castilla y el hispano­
francés Crédito Mobiliario Español. 39 Pero hubo también numerosos par­
ticulares (accionistas y no-accionistas del Hispano Colonial) que optaron
por invertir sus ahorros en la compra de esos títulos. Para los rentistas es­
Fundación Antonio Maura, Fondo Antonio Maura Montaner, legajo 468, carpeta l.
El Economista, 2 de febrero de 1895.
38 Banco Hispano Colonial. Memoria leida en la Junta.
39 El balance del Banco de Castilla correspondiente a 1882 recoge que en ese ejercicio
esa entidad madrilefia acumulaba Cubas por valor de 32 millones de pesetas (un 33,8% del
total de su activo).
36
37
¿MÁs COSTES QUE BENEFICIOS? LA ESPANA LIBERAL y LA PERLA ...
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pañoles, estos títulos se convirtieron en una verdadera bicoca. La diligencia
y puntualidad en el abono de los intereses, así como el tipo de interés de
dichos títulos (superior a los títulos de la deuda española), explican que la
cotización de los títulos cubanos estuviese por encima de estos últimos y
que incluso, entre 1888 y 1895, la cotización de los Cubas estuviese por
encima de su valor nominal (como se recoge en el cuadro siguiente). Algo
realmente insólito si lo comparamos con el escaso crédito que merecían
entonces los títulos de la deuda española, los cuales cotizaron, en el mismo
período, bajo par.
Cuadro 1 Cotización de los Billetes Hipotecarios del Tesoro
de la Isla de Cuba
Emisión 1880
Emisión 1886
Emisión 1890
03/01/1881
93,10
03/01/1888
97,25
-
02/01/1882
103,25
03/01/1889
102,55
-
02/01/1883
97,20
03/01/1890
105,30
-
02/01/1884
83,35
03/01/1891
102,40
93,90
02/01/1885
83,60
03/01/1892
103,75
94,90
02/01/1886
86,10
02/01/1893
105,90
96,50
03/01/1887
95,75
02/01/1894
107,80
95,40
02/01/1895
109,75
99,25
02/01/1896
98,65
sin datos
02/01/1897
88,25
74,50
02/01/1898
91,40
75,40
02/01/1899
48,00
40,50
Fuente: Diario de Barcelona, según datos facilitados por el Colegio de Corredores de Co­
mercio.
La prensa se hacía eco constantemente de la acusada demanda de Bi­
lletes Hipotecarios del Tesoro de la Isla de Cuba. Respecto a la emisión de
Cubas de 1890, por ejemplo, el Diario de Barcelona recogía «el éxito que
obtuvo el Empréstito de Cuba, cubierto exclusivamente sólo en España más
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de tres veces».40 y el mismo día del inicio de la Guerra en Cuba, el 24 de
febrero de 1895, consignaba cómo los Cubas de 1886 cotizaban en la capi­
tal catalana a 109,9 (con casi un 10% premio), añadiendo que en esa fecha
todavía «eran, con mucho, los efectos públicos más solicitados, seguros y
de mayor cotización en la plaza de Barcelona».41
LAS RELACIONES COMERCIALES HISPANO-CUBANAS
A partir del último tercio del siglo XVIlI (y durante buena parte del siglo
XIX) la economía cubana conoció una larga etapa de crecimiento Y Un cre­
cimiento económico basado, fundamentalmente, en el cultivo y la exporta­
ción de azúcar de caña, así como, en menor medida, de tabaco y de café. 4J
Resulta, asimismo, sobradamente conocido que el cultivo de la caña de
azúcar creció devorando nuevas tierras y, sobre todo, empleando mano de
obra esclava procedente de África.' La participación legal de los comercian­
tes españoles en la trata africana con destino al Imperio español se había
hecho posible mediante sendas reales órdenes dictadas en 1780 y 1789. A
partir de esa última fecha y hasta 1820 diferentes cálculos cifran el núme­
ro de esclavos africanos arribados a Cuba en un mínimo de 203.000 y un
máximo de 273.000, de los cuales al menos 190.000 lo hicieron en veleros
bajo pabellón español. En ese período arribaron a los puertos cubanos un
total de 1.859 expediciones negreras, 589 de las cuales eran españolas y
1.369 extranjeras. 44 Es más, la ilegalización del tráfico de esclavos aproba­
da por el Parlamento britftnico, primero, y secundada por Estados Unidos,
después, permitió a los traficantes españoles de esclavos acabar hegemoni­
zando, prácticamente, la trata africana con destino a Cuba. De hecho, a par­
tir de 1816 el número de expediciones negreras armadas por comerciantes
españoles con destino a Cuba osciló entre las 58 y las 86 anuales. Durante
cuatro años, hasta 1819, los negreros españoles desarrollaron su actividad
Almanaque del Diario de Barcelona para el año 1892, p. 82.
Diario de Barcelona, 24 de febrero de 1895, p. 2497.
42 Pablo Tornero. Crecimiento económico y transformaciones sociales. Esclavos, ha­
cendadosy comerciantes en la Cuba colonial, 1760-1840. Madrid, Ministerio de Trabajo y
__
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de forma legal y transparente. A partir de 1820, sin embargo, la trata con
destino a Cuba se convirtió en una actividad ilegal, clandestina. Ahora bien,
lejos de desaparecer, las expediciones esclavistas aumentaron a partir de
entonces, así como también lo hicieron las ganancias de sus promotores.
Como apuntara hace años Jordi Maluquer de Motes, «la persecución del
tráfico [por la armada británica] facilitó la concentración del dinero en ma­
nos [de los grandes comerciantes] que eran los únicos capaces de montar
operaciones negreras de gran envergadura, e hizo subir el precio de los
esclavos a niveles astronómicos».45 No en vano, Luis Alonso ha calculado,
por su parte, que los beneficios directos producidos en Cuba por la venta de
esclavos, en los nueve años transcurridos entre 1856 y 1864, alcanzaron la
friolera de 35 millones de dólares. 46
Según Ángel Bahamonde y José Cayuela, en la etapa cenital del trasvase
de capitales de Cuba a España (que ellos sitúan entre 1820 y 1860) muchos
hombres de negocio antillanos «participaron, directa o indirectamente, en
la trata de esclavos»,47 Algún privilegiado observador de la época, como
el historiador españ.ol y dirigente republicano Fernando Garrido, vinculó
de hecho el proceso creador de algunas grandes fortunas españolas con la
participación de sus protagonistas en la trata africana:
Épocas ha habido [escribía Garrido en 1867] cuando los negros costaban
menos en África (...) en las que si de doce viajes uno daba buenos resulta­
dos, se recobraba lo perdido en los once y se realizaba además una fortuna
considerable (...) Sólo así pueden explicarse las inmensas fortunas con que
vuelven a España, convertidos en grandes personajes, tantos pelagatos que
fueron allá, como suele decirse, con una mano detrás y otra delante, para
enriquecerse merced a la perpetuación de un delito inhumano. 48
Ahora bien, los comerciantes negreros no sólo operaban desde la isla
de Cuba: los principales puertos peninsulares (y, singularmente, Santander,
Cádiz y Barcelona) se convirtieron en centros logísticos desde los que se or­
40
41
Seguridad Social, 1996.
43 Manuel Moreno Fraginals. El Ingenio. Complejo económico social cubano del azú­
car. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1978 (ed. original de 1964); Roland T. Ely.
Cuando reinaba Su Majestad el Azúcar. La Habana, Imagen Contemporánea, 2001 (ed.
original, 1963).
44 Josep Maria Fradera. «La participació catalana en el trilfic d'esclaus (1789-1845»).
Recerques (16), 1984, pp. 119-139.
" Jordi Maluquer de Motes. «La burgesia catalana i I'esclavitud colonial: Modes de
producció i practica política». Recerques (3), 1973, p. 99.
46 Luis Alonso Álvarez. «Comercio exterior y formación de capital financiero: el tráfico
de negros hispano-cubano, 1821-1866». Anuario de Estudios Americanos, tomo LI, núm.
2,1994, pp. 9-10.
47 Ángel Bahamonde y José Cayuela. Hacer las Américas. Las élites coloniales españo­
las en el siglo XIX. Madrid, Alianza, 1992, p. 22.
48 Recogido en José Luciano Franco. Comercio clandestino de esclavos, La Habana,
Editorial de Ciencias Sociales, 1980, p. 384.
I~'~.--
>JI
ganizaron centenares de expediciones que marchaban a las costas de África
a cargar unos esclavos que después descargaban en la gran Antilla. 49
Sea como fuere, la posibilidad de participar en la trata africana (abierta
en 1789 y aprovechada, sobre todo, a partir de 1816) incorporó a los co­
merciantes españoles a esa economía atlántica de la que habían estado au­
sentes durante la práctica totalidad del siglo XVIII. Y es que, más allá de las
relaciones bilaterales Cuba-España, la gran Antilla se convirtió en el nodo
principal de una verdadera y extensa red que vinculaba la economía espa­
ñola con otros territorios americanos (e incluso africanos). Carlos Navarro
Rodrigo dejó escrito, en 1872, que las Antillas españolas eran «el mercado
de nuestros granos, de nuestras harinas, de nuestros vinos; ellas el principal
alimento de nuestra marina mercante». Y unos meses antes, Juan Güell y
Ferrer, un importante industrial catalán que había girado, entre 1820 y 1830,
como comerciante en La Habana, se había expresado de forma parecida al
afirmar que «la isla de Cuba, española y rica, erra] el principal mercado
exterior de nuestros productos agrícolas y tal vez industriales». Pero Güell
añadía, además, (y esto es significativo) que Cuba era «el centro de donde
irradia todo nuestro comercio marítimo, sirviendo de base al que tenemos
con Montevideo, Buenos Aires, Nueva-Orleans y Méjico».50
De hecho, tras la independencia de la América continental, la isla de
Cuba se convirtió en un destino de primer orden para las exportaciones
agrarías españolas además de en un nodo que conectaba la economía penin­
sular con los espacios productores y exportadores de Argentina y Uruguay,
de Brasil y del sur de Estados Unidos. En palabras de Nadia Femández de
Pinedo, una de las principales conocedoras del fenómeno, «a la metrópoli,
Cuba le permitió reconstruir su marina mercante y desarrollar itinerarios
triangulares (gracias a los derechos diferenciales de bandera españoles y
cubanos) y crecer controlando los envíos de harinas, vinos y aceites a Amé­
rica, el tasajo de Río de la Plata a Cuba y el algodón brasileño y sobre todo
del sur de los EE. UU. a España».51 Y es que las relaciones comerciales
hispano-cubanas fueron, durante el siglo XIX, una pieza clave del sector
exterior español.
Es conocido que el sector exterior tuvo un papel relevante en el creci­
miento económico español registrado durante el largo siglo XIX. 52 Resulta
asimismo conocido el rol particular que la recuperación del comercio espa­
ñol con América (registrada a partir de 1835 y, sobre todo, a partir de 1840)
tuvo en dicho crecimiento económico. 53 Y sabemos también, como señaló
en su día Emiliano Femández de Pinedo, que Cuba fue el «motor» que per­
mitió la recuperación de ese «tráfico entre España y América» tras la inde­
pendencia de las repúblicas americanas continentales. De hecho, a partir de
1826 y durante todo el siglo XIX, la isla de Cuba se mantuvo como el tercer
socio comercial de España, sólo superada por Francia y Gran Bretaña. Las
e~portaciones españolas a Cuba estuvieron siempre por encima del 14% del
total (excepto en la década de 1880, cuando se situaron en el 9%). En los
años 1840 y 1850, por ejemplo, Cuba absorbió en torno a un 20% del total
de las exportaciones españolas.54 Merced a un trabajo, clásico, obra de Jordi
Maluquer de Motes, conocemos de hecho las principales características y
magnitudes de esas relaciones mercantiles entre España y Cuba. 55
Para este autor, el rasgo principal de dicho intercambio vino dado por el
signo contrario del comercio colonial español respecto al signo del comer­
cio español con otros países: mientras que la balanza comercial española
con sus posesiones antillanas (particularmente con Cuba) se cerraba año
tras año con superávit, el resto de la balanza comercial española (con el ex­
tranjero) se cerraba con déficit. De esta manera, «el aspecto definitivamente
más característico del comercio colonial [español fue] el efecto equilibra­
dor de su desequilibrio, su función de amortiguador del déficit crónico de
las transacciones con el extranjero».56 Este superávit permitió, en efecto,
equilibrar la balanza comercial española, es decir, posibilitó que España
49 La literatura es abundante. A título de ejemplo, pueden consultarse trabajos como
los de Fernando Barreda. «La trata desde el Puerto de SantandeD). Boletín de la Biblioteca
Menéndez y Pelayo (1 -2), 1953, pp. 5-22; Enrique Sosa. Negreros catalanes y gaditanos en
la trala cubana, 1827-1833. La Habana, Fundación Fernando Ortíz, 1988; en un tono perio­
dístico, cfr. Arturo Amalte. Los últimos esclavos de Cuba. Los niños cautivos de la goleta
Batans. Madrid, Alianza, 2001; amen de los artículos, ya citados, de J. Maluquer de Motes.
«La burguellia catalana...» y de J. M." Fradera. «La participació catalana...».
so Juan Güell y Ferrer. Rebelión cubana. Barcelona, 1871. La cita de Carlos Navarro
Rodrigo (Las Antillas, Madrid, 1872) aparece recogida por Jordi Maluquer de Motes. «El
mercado colonial antillano en el siglo XIX». En: Jordi Nadal y Gabriel Tortella (eds.). Agri­
cultura, comercio colonial y crecimiento económico en la España contemporánea. Barce­
lona, Ariel, 1974, p. 325.
" Nadia Fernández de Pinedo. Comercio exterior y fiscalidad: Cuba (1794-1860). Bil­
bao, Universidad del País Vasco, 2002, p. 265.
S2 Leandro Prados de la Escosura. Comercio exterior y crecimiento económico en Es­
paña, 1826-1913: tendencias a largo plazo. Madrid, Servicio de Estudios del Banco de
España, Estudios de Historia Económica, núm. 7, 1982.
S3 Emiliano Fernández de Pinedo. «La recuperación del comercio español con América
a mediados del siglo XDm. En: Antiguo Régimen y liberalismo. Homenaje a Miguel Artola.
Madrid, Alianza-Universidad Autónoma de Madrid, 1994, vol. 1, pp. 51-66.
'4 Albert Carreras y Xavier Tafunell (coords.). Estadísticas Históricas de España, siglos
XZXY.lX. Bilbao, Fundación BBVA, '2005 (2." edición), vol. n, pp. 614-615 Y620-621.
's J. Maluquer de Motes. «El mercado coloniaL».
S6 Ibídem, p. 336.
,
¿MAS CUSTES QUE BENEFICIOS'! LA ESPA!'lA LIBERAL y LA PERLA ...
pudiese mantener relaciones comerciales deficitarias con otros países (por
ejemplo con Francia, a partir de 1840). Maluquer de Motes también puso
de relieve cómo, antes de 1881, las principales exportaciones españolas a
Cuba fueron la harina de trigo y los vinos, añadiendo cómo, en esas fechas,
«otras partidas de una cierta importancia fueron [el] aceite de oliva, [el]
jabón y [el] arroz, por este orden». Y señaló asimismo cómo en el último
tercio del siglo XIX se sumaron a ese reducido grupo de mercancías sendos
conjuntos de bienes manufacturados en los talleres y las fábricas peninsula­
res, como fueron los calzados y los tejidos de algodón. Todo ello configuró
una estructura de «intercambio desigual» (o de «explotación colonial») en
la cual el marco arancelario (favorable a los productos españoles) desempe­
ñó una labor remarcable, sobre todo a partir de la aprobación, en 1882, de
la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas. En resumen, y siguiendo
sus palabras, «el mercado coloniaL antillano fue durante todo el siglo XIX
para los géneros peninsulares excedentarios un mercado reservado, sujeto
en algunos ramos a un auténtico monopolio».57
Es posible, además, completar ese análisis sectorial añadiéndole una di­
mensión territorial. A partir de esa óptica parece bastante claro que el puerto
de Barcelona (que fue, hasta la penúltima década del siglo XIX, el princi­
pal puerto español) estuvo mucho más vinculado con Cuba que el resto de
puertos españoles: si en 1846 el 16,5% de las exportaciones españolas se
dirigían a Cuba, ese mismo año, el 46,7% de los embarques por el puerto de
la capital catalana tenían por destino la gran Antilla. La economía catalana
estuvo, de hecho, muy viticulada a la colonia española de Cuba, particu­
larmente en los lustros decisivos en la implantación del sistema fabril. 58 A
otro nivel, también Santander (puerto de embarque de las harinas castella­
nas) acreditó una profunda e intensa relación con la economía cubana.59 En
general, como ha analizado Javier Moreno Lázaro, los amplios beneficios
obtenidos por productores y exportadores de harina de trigo, castellanos y
cántabros, hacia Cuba explica la ampliación de la capacidad productiva de
57 Ibídem, p. 347. Véase también al respecto: José A Piqueras Arenas. «Mercados pro­
tegidos y consumo desigual: Cuba y el capitalismo español entre 1878 y 1898». Revista de
Historia Económica (XVII3), 1998, pp. 747-777.
a
58 Josep M. Fradera. Indústria i mercat. Les bases comercials de la indústria catalana
moderna, 1814-1845. Barcelona, Critica, 1987.
59 Andrés Hoyo. Todo mudó de repente. El horizonte económico de la burguesia mercan­
til en Santander. Santander. Universidad de Cantabria, 1993.
139
la industria harinera castellana, y su modernización y mecanización, en las
décadas centrales del siglo XIX. 6o
Antes de concluir este epígrafe, cabe señalar que no sólo la isla de Cuba
se convirtió en el siglo XIX en un importante mercado para algunas exporta­
ciones españolas sino que, además, fueron los españoles peninsulares quie­
nes hegemonizaron la actividad comercial en las plazas y los puertos cuba­
nos. Las matriculas de comerciantes de las principales ciudades cubanas así
lo revelan. En 1833, por ejemplo, el 75% de los comerciantes de La Habana
eran españoles, mientras que el 77% de los comerciantes que se inscribie­
ron en la década de 1840 en la matricula de Santiago de Cuba habían nacido
en la península. 6 \ Y dentro de los peninsulares destacaban, especialmente,
los comerciantes catalanes. 62
CAPITALES Y CAPITALISTAS DE LA PERLA DE LAS ANTILLAS
A ESPAÑA
En el periodo analizado, Cuba fue uno de los principales destinos para la
emigración española. 63 No hubo, sin embargo, un único tipo de emigrantes
españoles en la isla, sino varios. Por ejemplo, junto a quienes fueron a la
gran Antilla con la voluntad de quedarse, hubo también otros emigrantes
que marcharon a Cuba con la intención de acumular una fortuna suficiente
para regresar a España. No todos lo consiguieron, ciertamente, pero muchos
fueron efectivamente capaces de mejorar su posición y fortuna (e incluso
de enriquecerse) en la isla antes de su feliz retomo. Aunque las fuentes
documentales no penniten conocer el porcentaje de retomados respecto al
60 Javier Moreno Lázaro. La industria harinera en Casti//a y León (1841 -1864). Asocia­
. ción Empresarial de Fabricantes de Harina de Castilla y León, 1990.
6\ Mercedes García. «El sector comercial en las matriculas de 1833». Revista de la Bi­
blioteca Nacional José Martí, vol. XXXII, núm. 1, 1990, pp. 65-88; esta autora muestra
cómo 1.471 de los 1.907 comerciantes matriculados en 1833 en las plazas de Matanzas,
Puerto Príncipe, Santiago de Cuba y La Habana eran espaiíoles. Véase también Jordi Ma­
luquer de Motes. «La formación del mercado interior en condiciones coloniales: la inmi­
gración y el comercio catalán en las Antillas espaiíolas durante el siglo XIX». Estudios de
Historia Social (44-47), 1988, pp. 89-104.
62 Martín Rodrigo. «Emigración, familia y comercio. Catalanes en las Antillas (1820­
1890)>>. Estudios Migratorios Latinoamericanos (57), año 19,2005, pp. 305-333.
63 L. W. Bergad. «Spanish Migration to Cuba in the Nineteenth Century». Anales del Ca­
ribe (4-5), 1984, pp. 174-204; Jordi Maluquer de Motes. Nación e inmigración: los españo­
les en Cuba, ss. XIX y AX. Oviedo, Ediciones Júcar, 1992; Consuelo Naranjo. «Trabajo libre e
irunigración española en Cuba, 1880-1930». Revista de Indias, vol. 52, núm. 195-196, 1992,
pp. 749-794; Consuelo Naranjo. «Población e irunigración en Cuba». Revista de Indias, vol.
54, núm. 202, 1994, pp. 657-690.
totahde emigrantes, resulta incuestionable la presencia de emigrantes, que
regresaron a Espafia tras una estancia más o menos larga en tierras cuba­
nas. 64 En general, los emigrantes retornados de tierras americanas fueron
tan relativamente abundantes (sobre todo, en las localidades y comarcas
del litoral peninsular) que dieron vida a un nuevo arquetipo: los célebres
«americanos» o «indianos». No todos los indianos provenían de Cuba, pero
un buen número de ellos se había enriquecido, precisamente, en la mayor de
las Antillas, uno de los destinos preferentes de la emigración española.
Las figuras y los legados de los emigrantes retornados desde tierras
americanas han motivado la elaboración de múltiples y diferentes estudios.
Trabajos dedicados, por ejemplo, a analizar su actividad filantrópica, par­
ticularmente en materia de educación;65 trabajos dedicados a estudiar su
legado arquitectónico;66 trabajos más o menos prosopográficos dedicados
a analizar su presencia y su impa~to en relación con sus localidades, co­
marcas o regiones de origen,67 y, sobre todo, estudios biográficos dedicados
64 La revista gallega Estudios Migratorios publicó en el año 2001 un número monográfi­
co y doble (números 11-12) dedicado a analizar diferentes aristas de la emigración de retor­
no España-América-España como, por ejemplo, sus implicaciones analítico-metodológicas,
así como análisis concretos de la emigración de retomo desde Argentina o Brasil, la imagen
de los emigrantes retomados, en diferentes comunidades, o el impacto de los retomados en
determinados procesos socioeconómicos, entre otros temas.
65 Jorge Uría González. «Los indianos y la instrucción pública en Asturias». En: India­
nos. Monografias de los Cuadernos del Norte (2), 1982, pp. 102-119; María Cruz Mora­
les Saro. «Las fundaciones de·los indianos en Asturias». En: Nicolás Sánchez-Albomoz
(comp.). Españoles hacia Am6-ica. La emigración en masa. 1880-1930. Madrid, Alianza.
66 Covadonga Álvarez Quintana. Indianos y arquitectura en Asturias (1870-1930). Ovie­
do, 1991; A. Franco Taboada. «Urbanismo indiano en Galicia». Revista da Comisión Galega
do Quinto Centenario (1), 1989, pp. 103-114; Diversos Autores. «Americanos», «Indianos».
Arquitectura i urbanisme al Garra/, Penedes i Tarragonés (Baa Gaia). Vilanova i la Gel­
trú, Biblioteca-Museu Víctor Balaguer, 1998; Antonio Garrido Moreno. «A imaxe arqui­
tectónica dos indianos galegos». Estudios Migratorios (11-12), 2001, pp. 319-335. En los
últimos años se han publicado asimismo diversos libros ilustrados que han querido recoger
básicamente imágenes fotográficas de las suntuosas mansiones que se hicieron construir los
más ricos indianos en diferentes puntos de España, cfr. Anneli Bojstad. La gran aventura
de los indianos. Lunwerg Editores, 1998; Eduardo Mencos Valdés y Anneli Bojstad. India­
nos. La gran aventura. Antonio Machado Libros, 2004; Martín Rodrigo y Alharilla. Cases
d'Indians. Barcelona-Manresa, Angle Editorial, 2004; y Tate Cabré. Cuba a Catalunya, el
llegat deis indians, Valls, Cossemnia, 2008.
67 Manuel Pereda. Indianos de Cantabria. Santander, Diputación Provincial, 1968; To­
más Pérez de Vejo. «Indianos en Cantabria» y Eduardo Noriega. «Los indianos del oriente».
En: Indianos. Monografias de los Cuadernos del Norte, núm. 2, 1982, pp. 17-24 Y 120-129,
respectivamente; José Ignacio Gracia Noriega. Indianos del oriente de Asturias. Oviedo,
Publicaciones del Principado de Asturias, 1987. En Cataluña abundan particularmente los
trabajos que analizan las relaciones migratorias de diferentes localidades con América (so­
bre todo con Cuba) y los efectos de la emigración de retomo, cfr. Albert Virella i Bloda.
a analizar con detalle las diferentes trayectorias individuales de algunos
significados indianos. 68 Incluso algún autor ha ofrecido unas primeras re­
flexiones de carácter metodológico en torno al papel que pudo tener la emi­
gración transatlántica de retorno en la transformación de sus sociedades
de origen. 69 La misma abundancia de estudios revela la importancia del
L 'aventura ultramarina de la gent de Vilanova i la nissaga deis Sama. Vilafranca, Museu de
Vilafranca, 1990; Lluís Costa i Femández. L 'illa deis somnis. L'emigració de Begura Cuba
al segle XIX. Begur, Ajuntament, 1999; Salvador-J. Rovira i GÓmez. «Els indians d' Altafulla,
1760-1833». En: María T. Pérez Picazo et al. Els catalans a Espanya, 1760-1914. Barce­
lona, Afers, 1996, pp. 463-466; Joan Domenech. «Els indians de Lloret de Mm>. L'Aven¡:
(169), 1993, pp. 26-29; Xavier Miret. Els «americanos» de Ribes. Sant Pere de Ribes, Ajun­
tament, 1986; César Yáñez. Sortir de casa per anar a casa. Comer¡:, navegació i estrategies
familiars en I 'emigració de Sant Feliu de Guixols a America en el segle XIX. Sant Feliu de
Guíxols, Ajuntament, 1992; César Yáñez. Emigración ultramarina y familia catalana en el
siglo XIX. Los Moreu Rabassa de Calella. Mataró, Caixa d'Estalvis Laietana, 1995; David
Jou i Andreu. Els sitgetans a America i diccionari d 'Americanos. Aportació a 1'estudi de la
migració catalana a America, 1778-1936. Sitges, Grup d'Estudis Sitgetans, 1994; Raimon
Soler i Becerro. «Comerciants i fabricants. Una reflexió sobre I'origen comercial del capital
industrial: el cas de Vilanova i la Geltrú». Recerques (36), 1998, pp. 109-136; del mismo au­
tor, «Emigración ás Antillas e crecemento económico. O caso da comarca de Garraf, 1778­
1860». Estudios Migratorios (13-14), 2002, pp. 87-114.
68 Arístides Artiñano. Necrológica. Manuel Calvo y Aguirre (24 diciembre 1816-16 marzo
1904). Barcelona, 1904; Jaime CastelIví. Biografia de D. Miguel Biada Bunyol, propulsor
de «El Carril de Mataró», primer tren en España. Mataró, Imprenta Minerva, 1946; sobre
el mismo personaje, más recientemente, cfr. Manuel Cusachs. Miquel Biada i Bunyol (1789­
1848). Mataró, Cápsula Media, 2007; J. M. Ramón de San Pedro. José Xifré Casas. Industrial,
naviero, comerciante, banquero y benefactor. Historia de un «indiano» catalán (1777-1857),
Barcelona, Banco Atlántico, 1956; Agusti Amell. «La nissaga deIs Amell a Sitges». Butlletí
del Grup d'Estudis Sitgetans, 1981, año IV, núm. 21; Ángel Bahamonde y José G. Cayuela.
«Trasvase de capitales antillanos y estrategias inversoras. La fortuna del marqués de Manzane­
do (1823-1882)>>. Revista Internocional de Sociología, vol. 45, fascículo 1, 1987, pp. 125-147;
María José Álvarez Pantoja. «Capitales americanos en la Sevilla del s. XIX: el marqués de Pa­
lomares de Duero». Andalucíay América en el siglo XIX. Sevilla, 1986; Raimon Soler. Emigrar
per negociar. L'emigració a America des de la comarca del Garraf el cas de Gregori Ferrer
i Soler, 1791-1853. Vilanova i la Geltrú, El Cep i la Nansa, 2003; Martín Rodrigo. «Con lID
pie en Catalunya y otro en Cuba: la familia Samá, de Vilanova». Estudis historics i documenls
deis arxius de protocols, núm. XVI, 1998, pp. 359-397; Martín Rodrigo. Los marqueses de
Comillas, Antonio y Claudia López (1817-1925). Madrid, Lid, 2000; Martín Rodrigo. «Los
Goytisolo. De hacendados en Cienfuegos a inversores en Barcelona». Revista de Historia 1n­
dutrial (23), 2003, pp. 11-37; L1uís Castañeda y Martín Rodrigo. «Los Vidal Quadras, familia
y negocios (1833-1871)>>. Barcelona Quadems d'Historia (11),2004, pp. 115-144.
69 Xosé M. Núñez Seixas. «Emigración transoceánica de retomo e cambio social na penín­
sula ibérica: algunhas observacións teóricas en perspectiva comparada». Estudios Migratorios
(11-12),2001, pp. 13-52; del mismo autor: Emigrantes, caciques e indianos. O i'!fiuxo socio­
polético da emigración transoceánica en Galicia (1900-1936). Vigo, Edicións Xerais de Gali­
cia, 1998; también del mismo autor: «Retomados e inadaptados: el "Americano" gallego, entre
mito y realidad (1880-1930)>>. Revista deIndias, vol. LVIII, nÚID. 214, -1998, pp. 555-593.
¿Ml\:1
fenómeno, mientras que la lectura de los trabajos citados pone de relieve los
múltiples efectos que su retomo tuvo para las sociedades de origen de los
emigrantes o, mejor dicho, de retomo de los indianos.
En esa línea, merece una atención especial la incidencia de la emigra­
ción cubana de retomo en la economía española. No resulta fácil, sin em­
bargo, ofrecer una valoración general sobre los diversos efectos que dicho
fenómeno pudo tener para la economía del país aunque, como veremos,
todo apunta a que, a lo largo del siglo XIX, Begó a España procedente de
Cuba un flujo de capitales en absoluto despreciable. En un libro que se
ha convertido en un clásico, Ángel Bahamonde y José Cayuela intentaron
abordar de forma más o menos' prosopográfica un análisis en tomo a las
principales fortunas indianas del país (Io que enos denominaron «las elites
hispano-cubanas») a lo largo de la centuria que nos ocupa. 70 En síntesis,
ambos autores documentaron c6mo la transferencia de capitales de Cuba
a la península fue un proceso que, aunque con diferentes fases y ciclos, se
registró inínterrumpidamente desde finales del siglo XVIII y durante todo el
siglo XIX, y significó en términos agregados una importante inyección de re­
cursos para la economía española. Y pusieron también de relieve hasta qué
punto los principales protagonistas del fenómeno, los más ricos indianos,
alcanzaron tras su retomo posiciones destacadas en la estructura econó­
mica, social y política española. Además, cabe señalar, para concluir este
escueto resumen, que según Bahamonde y Cayuela los principales puntos
de Begada de estos capitales y capitalistas fueron (por este orden) Madrid,
Barcelona, Santander y' Cádiz. 71
Ese panorama general se ha visto enriquecido (yen cierta medida tam­
bién modificado) por diversos estudios de diferente alcance. Antonio Flo­
rencio Puntas, por ejemplo, ha puesto de relieve un fenómeno hasta hace
poco desconocido: un buen número de retomados cubanos dedicó parte de
su fortuna a la compra de fincas agrícolas en la campiña seviUana, convir­
tiéndose por lo tanto en destacados empresarios agrarios de la región. 72 A
otro nivel, y a falta de un estudio más global, diferentes trabajos de Xan
Carmona han apuntado que la inyección de capitales cubanos fue un fe­
Á. Bahamonde y J. G. Cayuela. Hacer las Américas...
Ibídem, pp. 141-18l.
72 Antonio Florencio Puntas. «Patrimonios indianos en Sevil1a en el siglo XDC entre la
tradición y la innovación». En: Hilario Casado y Ricardo Robledo (comps.). Fortuna y ne­
gocios. Laformación y gestión de grandes patrimonios (ss. XVI-XX). Val1adolid, Universidad
de Valladolid, 2002, pp. 191-215; la inversión de capitales en fincas rústicas la había acredi­
tado también el marqués de Palomares de Duero, natural de Santiago de Cuba instalado en
Sevilla, cfr. M. J. Álvarez Pantoja. ((Capitales americanos...».
70
71
L.U:1U:':S \JUl; IihNI'¡'¡C¡OS'! LA ESPANA LIBERAL y LA PERLA...
143
nómeno asimismo relevante para la economía gaBega, en general, y para
la industria gaBega, en particular. 73 La importancia de los retomados (de
sus capitales y de su íniciativa) en la economía asturiana ha sido recogida
asimismo por algunos de los estudiosos de la región, como Rafael Anes,
Germán Ojeda, Francisco Erice o José Ramón García López. 74 Fernando
Camero, por su parte, ha realizado diversas aproximaciones poniendo de
relieve el nexo entre los capitales indianos y el crecimiento económico en
el archipiélago canario durante la segunda mitad del siglo XIX y el primer
tercio del siglo XX. 75 Por otro lado, investigaciones de Astrid Cubano han
documentado, asimismo, la presencia de capitales antiBanos (en este caso,
específicamente puertorriqueños) en los sectores más dinámicos de la eco­
nomía maBorquina. 76 Resulta incuestionable, en resumen, que los vínculos
migratorios entre los diferentes territorios del Estado español con Cuba, y,
particularmente, el fenómeno de la emigración de retomo, de Cuba a Es­
paña, se vieron acompañados por una inyección de capitales cubanos que
afectaron, de diferente manera, a buena parte del territorio peninsular y de
los archipiélagos canario y balear.
7J Xan Carmona Badia. ((Los indianos y la cuestión industrial en la Galicia del XIX». En:
Indianos. Monografías de los Cuadernos del Norte (2), 1982, pp. 45-49; Xan Carmona Badia.
((A influencia da emigración a America na formación da industria galega contemporánea».
En VV. AA. Galicia-América. Cinco séculos de historia. Santiago de Compostela, 1992, pp.
249-252. Para un análisis similar pero dedicado a tiempos más cercanos, cfr. Román Rodri­
guez González. ((OS investimentos do retomo como factor de dinamización socioeconómica
na Galicia dos últimos anos». Estudios Migratorios (11-12), 2001, pp. 255-278.
74 Germán Ojeda y José Luis San Miguel. Campesinos, emigrantes, indianos. Emigra­
ción y economía en Asturias, 1830-1930, 1985; Rafael Anes Álvarez. La emigración de
asturianos a América. Colombres, Fundación Archivo de Indianos, 1993; Francisco Erice.
Propietarios, comerciantes e industriales. Burguesía y desarrollo capitalista en la Asturias
del siglo XIX, 1830-1885. Oviedo, Universidad de Oviedo, 1995. La importancia de los (dn­
dianos» retomados de Cuba tanto en la banca como en la marina mercante asturiana ha sido
puesta de relieve por José Ramón García López en sus diferentes trabajos, por ejemplo: El
Banco de Gijón, 1899-1977. Gijón, Fundación Museo Evarislo Val1e, 1999; y en su Historia
de la marina mercante asturiana. Vol.ll: Llegada y afirmación del vapor; 1857-1900. Luan­
co, Ediciones Nobel-Museo Marítimo de Asturias, 2006.
75 Fernando Camero Lorenzo. ((Capital indiano e crecemento económico en Canarias,
1850-1936. Unha prirneira aproximación». Estudios Migratorios (11-12), 2001, pp. 123­
140; también ofrecen datos y reflexiones interesantes A. M. Macías Hemández et al. ((Las
relaciones económicas canario-cu~anas antes y después del 98». Estudios Canarios. Anua­
rio del Instituto de Estudios Canarios, vol. XLlll, 1999, pp. 169-20\.
76 Astrid Cubano 19uina. Un puente entre Mallorca y Puerto Rico: la emigración de
Sóller (1830-1930). Colombres, Fundación Archivo de Indianos, 1993.
I
i
En esa misma línea, un apartado especial merece el análisis del impacto
de los capitales cubanos en la economía catalana. 77 En primer lugar, porque
los catalanes se destacaron entre los empresarios más dinámicos de la Cuba
decimonónica, particularmente en el comercio, aunque también en los sec­
tores financiero y azucarero. 78 En segundo lugar, porque Cataluña protago­
nizó en las décadas centrales del siglo XIX un proceso de industrialización
acelerado caracterizado por la extensión del sistema fabril, convirtiéndose
entonces en el único territorio propiamente industrial del Estado español,
en laverdaderafábrica de España. Y, en tercer lugar, porque la emigración
de retomo, de Cuba a Cataluña, acaecida de forma notable en aquellas fe­
chas resulta un fenómeno bien conocido por los investigadores catalanes.
Ángels Sola ha ofrecido recientemente un primer intento de síntesis
sobre el impacto económico de los capitales y capitalistas «americanos»
(retomados fundamentalmente de Cuba) en la Cataluña del siglo XIX. En
su trabajo, esta autora aporta «pruebas fehacientes de que [los "america­
nos" catalanes] jugaron un papel económico importante en el desarrollo
económico» de Cataluña y «subraya [particularmente] el papel innegable
que jugaron los capitales de los retomados en la constitución de las socie­
dades anónimas y comanditarias que se crearon a mediados de siglo en los
sectores bancario, ferroviario, metalúrgico y de navegación».79 Su texto se
suma a otros trabajos que, desde una perspectiva local o comarcal, han do­
cumentado asimismo la aportación de capitales cubanos a escala local. Sin
temor a equivocarme ni ~ exagerar, puedo decir que los capitales retomados
(
77 La relevancia de las relaciones históricas entre Cuba y Cataluña ha generado una
gran cantidad de trabajos dedicados, con más o menos fortuna, a su análisis o descripción;
cfr. Carlos Martí. Los catalanes en América (Cuba). Barcelona, Minerva, 1918; Joaquim
Roy. Catalunya a Cuba. Barcelona, Barcino, 1988; José Joaquín Moreno Masó. La petjada
deis catalans a Cuba. Barcelona, Comissió America i Catalunya-1992, 1993; J. E. Fríguls
Ferrer. Catalanes en Cuba. La Habana, Publicigraf, 1994; Birgit Sonesson. Catalanes en
las Antillas. Un estudio de casos. Colambres, Fundación Archivo de Indianos, 1995; Oriol
Junqueras. Els catalans i Cuba. Barcelona, Proa, 1998; Isabel Segura. Set passejades per
l 'Havana. La presencia catalana i l 'evolució de la ciulat en els últims dos segles. Barcelona,
La Campana, 1999; Tate Cabré. Un amor que fa historia. Catalunya a Cuba. Barcelona,
Edicions 62, 2004; Lluís Costa. El nacionalisme cuba i Catalunya. Barcelona, Publicacions
de l' Abadia de Montserrat, 2006.
78 Jordi Maluquer de Motes. «La formación del mercado interior....»; Martín Rodrigo.
«Emigración, familia y comercio. Catalanes en las Antillas (1820-1890)>>. Estudios Mi­
gratorios Latinoamericanos (57), año 19,2005, pp. 305-333; véase también César Yáñez.
«Economía de las migraciones catalanas ultramarinas anteriores a 1870». Estudios Migrato­
rios Latinoamericanos (28), año 13, 1998, pp. 17-27.
7' Ángels Soli!o «Os "americanos" cataláns e o seu impacto económico en Cataluña ó
langa do século XIX». Estudios Migratorios (11-12), 2001, pp. 141-168.
de Cuba (y, en menor medida, de otros países americanos), junto con los ca­
pitales generados por el comercio con América, resultaron esenciales para
la actividad económica de las comarcas del litoral catalán durante la mayor
parte del siglo XIX. Así se ha podido documentar para localidades como
Begur, Sant Feliu de Guíxols, Lloret de Mar, Sitges, Sant Pere de Ribes,
Vilanova i la Geltrú y Altafulla, entre otras. 80 Por mi parte, en diferentes tra­
bajos (y, particularmente, en un libro de reciente publicación) he apuntado
diversas ideas que quiero recoger aquí telegráficamente: (1) a pesar de la
dificultad que entraña separar lo que es propiamente transferencia de capi­
tales comerciales (de Cuba hacia Cataluña) de los beneficios acumulados
por este tráfico de mercancías, entre el Viejo y el Nuevo Mundo, la presen­
cia de capitales cubanos (y de comerciantes que operaban desde Cataluña
tras una etapa de haberlo hecho en la isla) es abrumadora entre los grandes
comerciantes del Principado; (2) a pesar de la hegemonía catalana en el
comercio cubano, no sólo volvieron de Cuba antiguos comerciantes, sino
que muchos de los indianos catalanes eran hacendados de la isla, los cuales
habían acumulado su capital a partir de la explotación de trabajo esclavo
en plantaciones de caña de azúcar (cabe señalar que la mayoría de estos
hacendados mantuvieron la propiedad de sus ingenios una vez instalados
en Catalunya); (3) no todos los indianos catalanes habían nacido en el Prin­
cipado: un buen número de los mismos era originario de otros territorios,
españoles o americanos, aunque optaron por trasladar su residencia a (e
invertir su fortuna en) Cataluña, y (4) desde Cataluña, unos y otros invir­
tieron sus capitales en actividades muy diversas: tanto en la industria fabril
como, sobre todo, en la actividad inmobiliaria; mención especial merece su
aportación en diferentes empresas financieras, tanto de carácter particular
como en régimen de sociedades de responsabilidad limitada. 81
80 Véanse los trabajos de Albert Vrrella, Lluís Costa, Salvador Rovira, Joan Domenech,
Xavier Miret, César Yáfiez, David Jou y Raimon Soler, citados en la nota 67.
81 Martin Rodrigo. Indians a Catalunya: capitals cubans en l 'economia catalana. Barce­
lona, Fundació Noguera, 2007; específicamente sobre la inversión inmobiliaria, en la capi­
tal catalana, cfr. Martín Rodrigo. «Capitales antillanos, crecimiento y transformación urbana.
Barcelona en el siglo XIX». En: Consuelo Naranjo (coord.). Más al/á del azúcar. Relaciones
hispano-cubanas en el último tercio del siglo XIX. Aranjuez, Doce Calles, 2008 [en prensa] y
«Una cara y mil cruces de la esclavitud en las Antillas españolas». En: vv. AA. Homogeneidad,
diferencia y exclusión en América. Encuentro-Debate América Latina ayer y hoy. Barcelona,
Publicacions i Edicions de la Universitat de Barcelona, 2006; sobre Cuba como lugar de acumu­
lación pero no de reinversión de beneficios, cfr. Martín Rodrigo. «Cuba, una particular tierra de
promisión». En: Cuba: de colonia a República. Madrid, Biblioteca Nueva, 2006, pp. 271-287.
146
MARTÍN RODRIGO Y ALHARILLA
CONCLUSIONES
El abogado y poeta Jaime Gil de Biedma visitó por primera vez el ar­
chipiélago filipino en los primeros meses de 1956. Lo hizo en su condición
de alto empleado de la Compañía General de Tabacos de Filipinas. Gil de
Biedma aprovechó su estancia para escribir un interesante diario (que no se
pudo publicar hasta después de su fallecimiento, acaecido en 1991) en el
que, entre otras cosas, quiso reflexionar sobre el legado del imperialismo
español en el archipiélago. Como buen observador, el entonces joven (y
sagaz) poeta consignaba una valoración global del colonialismo español
que yo mismo suscribiría, en cierta medida. Afirmaba Gil de Biedma que
(runa colonización es un continuo atraco a mano armada, pero cuando lo
perpetra un país con excedente ~e vitalidad el despojo se consolida y el
atracador se enriquece. España era un país enfermo, enquistado en sí mis­
mo, y fue un amo tiránico y un explotador tan cruel como incompetente que
se ganó a pulso la pérdida de sus colonias».82 Digo que no lo suscribiría en
su totalidad porque no me parece que el colonialismo español resultase par­
ticularmente incompetente a la hora de esquilmar sus posesiones ultrama­
rinas. Al menos, no lo fue en Cuba a lo largo del siglo XIX. A mi juicio, por
el contrario, la metrópoli (atracadora) española se enriqueció claramente
merced a la subordinación política de la isla. Tampoco puedo coincidir, por
lo tanto, con la valoración global que Manuel Moreno Fraginals realizó de
las asimétricas relacion~s entre la colonia cubana y su metrópoli española.
Según este gran historiador cubano, a partir de la expansión de la caña de
azúcar en la isla (acaecida en el último tercio del siglo XVIII y durante todo
el siglo XIX), Cuba fue una colonia de España sólo en clave política, pero no
lo fue en términos econÓmicos. 83
Como he argumentado, puede afirmarse que la colonia de Cuba no sólo
no significó una fuente de gastos para la España liberal, sino que, al con­
trario, se convirtió en una fuente de ingresos para la Hacienda española, así
como una fuente de negocio para determinados capitalistas de la península.
Desde el punto de vista fiscal, entre 1823 y 1867 la Hacienda cubaná remi­
tió cuantiosos fondos a la Hacienda peninsular (en forma de sobrantes de
Jaime Gil de Biedma. Retrato del artista en 1956. Barcelona, Península, 2006, p. 98.
Manuel Moreno Fragínals. Cuba/España. España/Cuba. Historia común. Barcelona,
Crítica, 1995: esta idea, que impregna todo el libro, aparece explicitamente cuando este
autor señala los efectos del desestanco del tabaco en la isla junto a la liberalización del co­
mercio exterior cubano, decretados por Fernando VII en 1817 y 1818, respectivamente: «Se
transformó [entonces] el régimen fiscal, y Cuba quedó corno colonia politica de España sín
ser, en el sentido de la economía clásica, una colonia económica» (p. 154).
81
83
~
¿MÁs COSTES QUE BENEFICIOS? LA ESPAÑA LIBERAL Y LA PERLA...
147
Ultramar y de Atenciones a la península) mientras que financiaba, directa­
mente, determinadas operaciones coloniales y diplomáticas metropolitanas
en América. Al cambiar el signo de la balanza fiscal cubana y, especialmen­
te, a partir de la guerra de los Diez Años, el crónico y creciente déficit del
erario insular se convirtió, por obra de la política colonial española, en una
fuente de ganancias para inversores de la península; así sucedió a partir de
1876 y hasta 1898. Inversores que fueron, en una primera etapa, los podero­
sos y ricos accionistas del Banco Hispano Colonial a los que se añadieron,
en una segunda etapa, los tenedores de los Billetes Hipotecarios del Tesoro
de la Isla de Cuba.
Por otro lado, el saldo de la balanza comercial entre España y Cuba en
el segundo y tercer tercio del siglo XIX resultó ser siempre favorable a la
metrópoli. Ese superávit comercial con la isla permitió a la economía espa­
ñola mantener saldos deficitarios con otros importantes socios comerciales
(proveedores, por ejemplo, de maquinaria o de material ferroviario). Ade­
más, de forma desagregada, esas relaciones comerciales hispano-cubanas
tan favorables a la metrópoli permitieron a todo un conjunto de productores
y exportadores peninsulares colocar sus mercancías en la isla, convertida
en una especie de mercado cautivo. Sobre todo tras la Ley de Relaciones
Comerciales con las Antillas, de 1882 (me refiero, fundamentalmente, a los
harineros castellanos, los productores de vinos y aguardientes, de aceite de
oliva, así como a los industriales textiles). Last but not the least, Cuba se
convirtió también en el siglo XIX en un espacio ideal para la acumulación de
capitales; unos capitales que se reinvirtieron después en otros países, entre
ellos España. La transferencia de capitales cubanos a tierras españolas, a
lo largo del siglo XIX, es un fenómeno incuestionable cuyo alcance todavía
no podemos precisar, en toda su complejidad y con todos sus matices. No
es menos cierto, sin embargo, que estos capitales cubanos significaron una
inyección de numerario que ayudó, sin duda, al desarrollo de los mercados
inmobiliarios urbanos, al mercado de tierras y, sobre todo, al desarrollo de
la industria y de otros sectores plenamente capitalistas en diferentes puntos
de la geografia española.
En definitiva, las apreciaciones de Adam Smith, que consideraba que las
colonias americanas significaban un cúmulo de desventajas para sus res­
pectivas metrópolis, no parecen confirmarse para la relación Cuba-España.
Al contrario, todo apunta a que, en este caso, las apreciaciones tanto de K.
Marx y de F. Engels como de E. Williams sobre los nexos entre el hecho co­
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