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Transcript
¿Qué es el DOMUND?
El DOmingo MUNDial de las Misiones es el día en que toda la Iglesia universal reza
por la actividad evangelizadora de los misioneros y misioneras, y colabora
económicamente con ellos en su labor, especialmente entre los más pobres y
necesitados.
¿Por qué el DOMUND?
El 37% de la Iglesia católica lo constituyen territorios de misión, un total de 1.069
circunscripciones eclesiásticas que dependen de la ayuda personal de misioneros y
misioneras y de la colaboración económica de otras Iglesias para realizar su labor.
¿Para qué el DOMUND?
Con los donativos se subvenciona el sostenimiento de los misioneros y sus
colaboradores. También se atienden otras necesidades especiales: construcción de
iglesias y capillas, formación cristiana, compra de vehículos..., además de desarrollar
proyectos sociales, educativos y sanitarios.
¿Cómo se distribuye el dinero del DOMUND?
La Asamblea Plenaria de los Directores Nacionales de las Obras Misionales Pontificias,
que se celebra cada año en Roma, distribuye equitativamente entre las solicitudes
presentadas por los misioneros la totalidad de las aportaciones llegadas de todo el
mundo. Por eso se pide la colaboración con el DOMUND sin hacer referencia a
proyectos concretos.
¿Cómo colaboran los fieles?
Además del donativo con motivo de la Jornada del DOMUND, cada día son más los
que domicilian sus aportaciones periódicas, pagan sus compras con la tarjeta VISADOMUND o hacen sus transferencias por Internet (www.domund.org). Además, están
tomando mucha importancia las donaciones por testamentos y legados.
¿Llega a los misioneros todo el dinero?
El donativo que cada fiel entrega para las misiones es recogido en la Dirección Nacional
de OMP y enviado a los territorios de misión. Solo se permite utilizar un máximo del
10% para la administración de estos bienes y la animación misionera de las
comunidades cristianas.
¿Atienden los misioneros situaciones de emergencia?
Ante catástrofes naturales o bélicas, los misioneros canalizan la ayuda de
organizaciones sociales y se dedican a atender a los damnificados. El DOMUND
colabora con ellos principalmente para que puedan permanecer en la misión tras esas
situaciones de especial emergencia humanitaria.
¿Qué es la obra de la propagación de la Fe y cuándo nació?
La Obra Pontificia de la Propagación de la fe es una institución universal de la Iglesia
de cooperación con las misiones a través de la oración, el sacrificio, la promoción de las
vocaciones misioneras y la cooperación económica y material de los cristianos de todo
el mundo.
Esta Obra nació en Lyon, Francia, en 1822, por iniciativa de la joven Paulina Jaricot.
Comenzó implicando a los trabajadores locales para que apoyasen las misiones con una
pequeña limosna cada semana. Un siglo después, establecida ya la Obra en casi todos
los países del mundo, el Papa Pío XI la convirtió en el cauce oficial de toda la Iglesia
católica para ayudar espiritual y económicamente a la actividad misionera de la Iglesia.
¿Cuándo se celebra esta jornada?
La actividad de cooperación espiritual y material de esta Obra es permanente durante
todo el año, pero alcanza especial significación durante el llamado "Octubre misionero".
El día del DOMUND es el centro de la celebración misionera.
¿Cuáles son sus principales fines?
1. Iniciar a los fieles en la “contemplación” del rostro de Dios, en el que se reflejan los
rostros de los más pobres y necesitados.
2. Promover entre los fieles una sensibilidad y predilección hacia los que, aun sin
saberlo, buscan conocer y ver a Jesús.
3. Participar en las actividades organizadas por las comunidades eclesiales con motivo
de la celebración del DOMUND.
4. Colaborar con una generosa aportación económica para atender las necesidades
materiales de los misioneros y de las misiones.
5. Intensificar la oración y el sacrificio por las vocaciones misioneras de sacerdotes,
religiosos y religiosas, y laicos.
Explicación del lema y del cartel de 2010: Queremos ver a Jesús
El lema que este año hemos escogido para la Jornada del Domund es una propuesta muy
clara para todos: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). El cartel nos presenta a una joven
religiosa que mira con amor cristiano a una niña frágil y hambrienta de afecto. No es
fácil llevar a cabo este modo de vivir si antes no se tiene una experiencia de amistad con
Aquel que llena el corazón de un amor y una paz indescriptibles. Recuerdo que en una
ocasión un joven me preguntó: “Quiero ver a Dios y por más que lo busco no lo
encuentro. ¿Qué he de hacer? ¿Dónde está Dios?”. Nos sentamos y hablamos largo rato.
En aquel momento no podía hablarle con palabras complicadas o con elucubraciones
más o menos metafísicas o con reflexiones elevadas y filosóficas; le abrí el libro de mi
vida y le comencé a contar dónde encontré por primera vez a Dios. Fue el momento que
me puse a servir por caridad a una persona que estaba necesitada. Allí estaba Dios y allí
lo encontré. Y a este joven que me miraba con ojos ansiosos de ver a Dios, le dije: “No
olvides que siempre que en nosotros hay amor y amamos a los demás, Dios se
manifiesta. Él mismo nos lo asegura cuando nos dice que quien le ama y cumple sus
palabras tendrá la dicha de ser habitado por Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo”.
Cuentan los relatos de los monjes del desierto que, una vez, un joven novicio creyó que,
si se acercaba a la cumbre de la montaña antes que el sol se ocultara, lograría ver a Dios.
Animado por esta idea, salió del monasterio muy de mañana con el fin de llegar cuanto
antes a la cima de la montaña. Cuando ya había realizado la mitad del camino, se
encontró con un montañero tirado en el suelo que estaba pidiendo auxilio. El hombre
había sufrido un accidente y tenía una fractura en la pierna. El monje se acercó a él y le
dijo que primero iría a ver a Dios y después le socorrería. Cuando llegó al tramo final de
la cumbre de la montaña, a punto del ocaso del sol, por más que miraba no pudo ver a
Dios. Bajó con presteza a socorrer al montañero malherido y cuando llegó ya no estaba.
Concluyen los relatos: “Si hubiera socorrido con amor y premura al necesitado, hubiera
visto a Dios, porque Dios es Amor y sólo se manifiesta a quien ama”. La decepción del
joven novicio fue grande, pero la enseñanza hizo de él un monje gozoso de vivir por
amor y para amar a los demás. El secreto de “ver a Dios” se resumía en amar siempre.
El Papa Benedicto XVI, en el pregón del Domund, nos dice: “Cristo establece la nueva
relación entre el hombre y Dios. «Él mismo nos revela que ‘Dios es amor’ (1Jn 4,8), y
al mismo tiempo nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana [...] es el
mandamiento nuevo del amor. Así pues, a los que creen en la caridad divina les da la
certeza de que el camino del amor está abierto a todos los hombres y de que no es inútil
el esfuerzo por instaurar la fraternidad universal» (GS 38)”.
La nueva evangelización y la nueva forma de vivir la misión es antigua, pero al mismo
tiempo también es contemporánea, porque solo hay un estilo y una forma de vivir: el
amor a Dios y al prójimo. Porque ¿de qué le sirve a uno decir que ama a Dios a quien no
ve, si no ama al hermano a quien ve? Esta es la gran suerte de creer en Jesucristo. Él nos
va manifestando lo que son y lo que significan nuestras vidas. Sin Dios, la vida pierde
todo sentido; y Él es muy celoso, como buen Padre, de manifestarse, por sorpresa, en
los momentos más inesperados. “Soy ateo y esto es irreversible”, me decía un joven, tal
vez dolorido por alguna circunstancia acosada por el sufrimiento. Lo escuché, y cuando
se desahogó, le interpelé: “No olvides que un día, en un «cambio de rasante» o «a la
vuelta de la esquina», de forma inesperada, te encontrarás cara a cara con Él”. Dios
tiene el momento oportuno para cada uno, y por ello hemos de tener la esperanza de que
Dios mismo se hará el encontradizo cuando uno menos lo espera. Nunca abandona a sus
hijos, los deja libres, pero siempre les ofrece unas manos abiertas llenas de acogida,
como hizo con el hijo pródigo.
Quien realmente sienta el deseo de ver a Dios no tiene ningún otro camino posible que
no sea el del amor. Sucede lo mismo que con aquel que desea ver el oxígeno, pues lo
siente en sus pulmones, aunque no lo perciba con los ojos. Ver y sentir se
complementan. La oración es un trato de amistad con Aquel que sabemos que nos ama,
decía la Santa de Ávila. Y la plegaria es como el oxígeno para nuestros pulmones. Para
el Santo Cura de Ars, la oración “era una dulce amistad y una familiaridad que
sorprende. El hombre no vive sólo de pan, vive de oración, vive de fe, de adoración y de
Amor”. Si para ver a Dios se requiere vivir de la caridad, esta no se conseguirá por puro
deseo o incluso por puro sentimiento. La fuente de este amor está en la Eucaristía; de
ahí que se la denomine la fuente de donde mana y corre el amor de Dios. No
encontraremos a ningún santo que no haya tenido estos dos amores: a Cristo Eucaristía
y a Cristo en los pobres. Tratar de separar una realidad de la otra es caer en una herejía
existencial, y va contra la ley del mismo Evangelio.
La propia Eucaristía es manifestación de Dios. Los Padres de la Iglesia dirán que ella
misma es epifanía de Dios. Muchos servidores del Evangelio, muchos sacerdotes,
muchos consagrados, muchos matrimonios, muchos seglares han encontrado en la
Eucaristía la fuerza para seguir hacia delante en la vocación emprendida. Quien quiere
ver a Dios ha de dejarse sorprender por la belleza y bondad de la Eucaristía, que es
escuela de vida: de la vida de cada día. Con ella y desde ella podemos no solo ver a
Dios, sino también hacer posible que los demás le vean. Esta es la misión de la Iglesia:
que los que aún no conocen a Jesucristo puedan ver a Dios. Quien ve a Cristo y
contempla a Cristo ve a Dios.
Decía San Bernardo que a esta fuente de vida y de luz hemos de correr, y con toda la
fuerza del corazón exclamar: “¡Oh hermosura inefable del Dios altísimo, resplandor
purísimo de la eterna luz! ¡Vida que vivificas toda vida, luz que iluminas toda luz y
conservas en perpetuo resplandor millares de luces, que desde la primera aurora
fulguran ante el trono de tu divinidad! De ti procede el río que alegra la ciudad de Dios,
para que, con voz de regocijo y gratitud, te cantemos himnos de alabanza, probando por
experiencia que en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz”.
En la Jornada del Domund, pongamos todas las ofrendas (que son las oraciones, los
sacrificios y los donativos) para que con todas ellas sigamos mostrando que el
verdadero amor no solo se hace camino de santificación, sino que es medio y apoyo
para que Dios sea conocido, amado y adorado. Ojalá que en esta Jornada misionera
muchos puedan ver a Dios o lo reconozcan con mayor nitidez.