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¿Se necesita la investigación-acción participativa hoy?
¿Se necesita la investigación-acción
participativa hoy?
Luis Torrego Egido1
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Luis Torrego Egido, Departamento de Pedagogía, Universidad de Valladolid, [email protected]
IV Congreso Internacional sobre Investigación-Acción Participativa
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¿Se necesita la investigación-acción participativa hoy?
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Abstract: En este artículo se dan argumentos para justificar la conveniencia, si no
la necesidad, de desarrollar en este momento y en esta sociedad procesos de
investigación-acción participativa. Se utiliza para ello una revisión de los criterios
utilizados por Fals Borda y Rahman en un artículo publicado a finales de la
década de los ochenta del pasado siglo.
Se aportan razones de justicia, de fomento de la participación, de generación de
otro modo de conocer y de vivir, de aprovechamiento de las oportunidades que
ofrece la denominada sociedad de la información.
Palabras clave: IAP, conocimiento, justicia
1- INTRODUCCIÓN
A finales de la década de los ochenta del pasado siglo Fals Borda y Rahman
escribieron un texto en el que, tras realizar un balance de la trayectoria de la
investigación-acción participativa (IAP) desde los años setenta, se hacían una pregunta
muy similar a la que encabeza estas líneas. En realidad, la pregunta concreta se
formulaba en estos términos:
¿Se necesita la IAP hoy en nuestras sociedades tanto como se necesitaba, a nuestro
juicio, hace veinte años? La pregunta es pertinente en un ámbito como el que configura
este IV Congreso Internacional sobre Investigación-Acción Participativa.
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La respuesta –como seguramente supondrá cualquier persona que esté leyendo
ahora- era afirmativa. Pero la pregunta, casi veinte años después, sigue siendo
pertinente. A continuación pretendemos someter a consideración algunos factores que
nos ayuden a valorar si la respuesta puede ser hoy la misma que entonces. La manera
más sencilla de hacerlo puede ser analizar desde la óptica actual los argumentos que
entonces servían a Fals Borda y a Rahman para sostener la necesidad de la IAP.
2- LA RESPUESTA A UNA SOCIEDAD INJUSTA
Ellos recurren, en primer lugar, a presentar la IAP como un medio para llegar a
formas más satisfactorias de sociedad, como una respuesta ante una situación de las
sociedades en las que viven, que califican como tétrica, pues se caracterizan por la
opresión clasista y “grandes sectores de la población siguen privados de los bienes de
producción, de manera que al pueblo se le ha convertido en sujeto dependiente” (Fals
Borda y Rahman, 1989, p. 187).
Si las profundas desigualdades sociales son el contexto en el que se desarrollan los
primeros pasos de la IAP, estas siguen presentes en nuestro horizonte cotidiano. Es
verdad que vivimos en una etapa diferente de la evolución del capitalismo, que la
mayoría de los autores califican como globalización, algunas veces apellidada con
adjetivos diferentes: neoliberal (Harnecker, 2000), imperialista (Bourdieu y Wacquant,
1998) o capitalista (Taibo, 2002).
Los rasgos novedosos registrados en la condición del capitalismo contemporáneo
son, ciertamente, relevantes: el desarrollo de los intercambios comerciales, la
formidable primacía de la especulación -los recursos asignados a operaciones de cariz
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estrictamente especulativo son sesenta veces mayores que los que corresponden a
aquellas que implican la compraventa efectiva de bienes y servicios-, una excepcional
aceleración en la fusión de los capitales –cualquiera de las 100 mayores empresas del
mundo presenta un volumen de ventas que supera a las exportaciones de cualquiera de
los 120 países más pobres-, el desarrollo de la deslocalización de las actividades de las
empresas, la generalización en todo el orbe de las privatizaciones y de un proceso de
desregulación que hace perder capacidad a los poderes políticos tradicionales para
otorgársela a los detentadores del poder económico,… (Taibo, 2006; Ovejero, 2004;
Sampedro, 2002).
Sin embargo, pese al mito neoliberal de que la globalización es un proceso que
reduce las desigualdades, es fácil constatar que la realidad es bien diferente. Sirva este
puñado de datos: 3.000 millones de personas malviven con una renta menor a dos euros
diarios, más de 800 millones de hombres y mujeres padecen problemas graves de
malnutrición lo que origina un saldo terrible, pues diariamente mueren más de 40.000
seres humanos a causa del hambre o de las enfermedades provocadas por la miseria. Por
si no fuera suficientemente espeluznante ese panorama, añadamos el dato de que los tres
seres humanos más pudientes poseen unas fortunas que, sumadas entre sí, equivalen a la
riqueza conjunta de los 48 países más pobres.
Como sostienen los denominados movimientos antiglobalización, la evolución del
capitalismo ha generado una situación mundial insostenible tanto en las relaciones
humanas como entre las personas y el planeta. Las expresiones de esa insostenibilidad
son tan variadas y extensas que recorren, además de los datos citados en el párrafo
anterior, episodios tales como la precariedad laboral, la pérdida de diversidad natural –
extinción de especies- y cultural –homogeneización del ocio y de las pautas de
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consumo-, aumento de los conflictos armados y de su grado de crueldad, expoliación de
las riquezas naturales, daño ambiental progresivo –no hay más que observar el creciente
papel que ha adquirido el debate en torno al cambio climático-, el incremento de las
cifras de refugiados,...
Ante este panorama, la IAP sigue teniendo plena vigencia, pues se caracteriza como
“una manera intencional de otorgar poder a la gente para que pueda asumir acciones
eficaces hacia el mejoramiento de sus condiciones de vida” (Park, 2006, p.120). En este
momento tiene la oportunidad de aprovechar el empuje que ejercen los llamados
movimientos antiglobalización, que “aportan orgullosamente un horizonte de
contestación global de los sistemas que padecemos” y que están tejiendo, acaso por
primera vez en la historia, redes transnacionales elaboradas conjuntamente por gentes
del Norte y gentes del Sur, con primacía de estas últimas (Taibo, 2006, pp. 171-172).
Es precisamente este escenario el que nos otorga la capacidad de combatir una
posible debilidad de la IAP: la IAP se practica en sus orígenes, a menudo, en
comunidades excluidas de las sociedades capitalistas más desarrolladas y las
apelaciones que realiza al saber popular están cargadas de cierta melancolía ensoñadora
de la cultura campesina y del tipo de estrecha experiencia simbólica característica de las
estructuras comunitarias tradicionales. Esto nos podría llevar a la sobrevaloración de un
naturalismo ingenuo, que hoy puede superarse por la acción de los movimientos
sociales antiglobalizadores y por la señalización de las sociedades occidentales como
lugares donde resulta posible desarrollar la IAP (Gaventa, 1991, pp. 167-169).
En esta situación, la IAP cobra fuerza pues aporta un ingrediente ciertamente
diferenciador, como señala el propio Park: lo novedoso no es que la gente se cuestione
sobre sus condiciones y busque mejores medios de actuar para su bienestar y el de su
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comunidad, sino el hecho de llamar a ese proceso investigación y de conducirlo como
una actividad intelectual. Una actividad intelectual que busca contribuir a lo que
señalaron Fals Borda y Rahman: profundizar en la seguridad y la paz con justicia, en la
defensa de múltiples y valoradas maneras de vivir y a favor de una resistencia global
contra la homogeneización.
3- LA NECESIDAD DE PARTICIPACIÓN
Un segundo elemento que sirve a Fals Borda y Rahman para su argumentación de la
necesidad de la IAP es la pérdida de autodeterminación y de poder de amplias capas de
la población. Se produce, en su opinión, una denegación de la democracia política, que
queda reducida, en los casos favorables, a votaciones periódicas para elegir unos
individuos encargados de perpetuar el sistema. Para hacer frente a esta situación la IAP
puede recurrir a conjugar la selección de los “objetos” que le son propios (las causas de
la opresión y la reducción de los mecanismos de desigualdad y de insostenibilidad) con
la actividad de los sujetos de la IAP (gobierno del saber por las propias personas
implicadas y productoras del mismo). Ciertamente, habrá que evitar el riesgo siempre
presente de que la IA pretenda ser una nueva “ciencia social" o de que proyecte aportar
un presuntuoso conocimiento alternativo.
En cualquier caso, la IAP representa una oportunidad relevante para que los seres
humanos acallados de este mundo adquieran voz y para fomentar el principal
mecanismo de la democracia: la participación, tan necesaria en la hora presente. Sobre
esto hay que hacer una advertencia: no sirve cualquier modelo de participación; todo el
mundo está hablando de participación, hasta el punto de que este concepto está presente
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en el discurso neoliberal. Rodríguez Villasante (2000) ha ilustrado, con el ejemplo de
los círculos de calidad de la fábrica Toyota, cómo las multinacionales utilizan una
participación limitada a algunos aspectos de la producción para aumentar la
competitividad y sustituir el control del surpervisor por el de los propios compañeros.
También se ha servido del ejemplo de los Planes Estratégicos desarrollados por los
ayuntamientos de ciertas ciudades para mostrar cómo mediante el uso meramente
formal de técnicas participativas se puede resaltar el protagonismo de los sectores
empresariales y de algunos grupos de poder en el diseño de la ciudad. Incluso se refiere
a que el Banco Mundial, en algunas ocasiones, es partidario de aplicar la investigaciónacción, pues considera que, en situaciones conflictivas, es una de las formas más
efectivas de no desperdiciar su dinero.
El propio Rodríguez Villasante aporta indicadores para evaluar la bondad de la
participación, tan certeros como el hecho de que los procesos de investigación no hayan
sido diseñados desde arriba, sino que hayan estado vinculados desde su arranque a
movimientos sociales o que las relaciones sujeto a sujeto predominen sobre el trato
prepotente de las personas calificadas como expertos. Podríamos resumir diciendo que
para el incremento de los mecanismos democráticos es menos importante la puesta en
práctica de determinadas técnicas de participación que el uso que se está haciendo de
ellas.
Para que la participación de la gente vaya más allá de las palabras huecas sigue
siendo preciso que se resuelvan las dos cuestiones básicas que ya planteara Ander-Egg
(1990): la creación de ámbitos y espacios de participación organizados –lo que exige
cuidar estos factores en la metodología de la IAP- y la provisión a las personas y grupos
de los instrumentos y la capacitación necesaria para saber cómo participar, asunto este
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que requiere la transferencia de tecnologías de investigación y de acción: técnicas de
trabajo con grupos, de conocimiento de la realidad, de programación y organización de
actividades, de indicadores de evaluación, etc. Ejemplos de lo que se acaba de señalar,
adaptados a las necesidades actuales de una sociedad pretendidamente desarrollada, ya
existen. Por citar sólo uno, que conocemos bien, mencionaremos la labor realizada por
el colectivo Universidad y Compromiso Social de Sevilla cuya acción inquieta ayuda a
la formación de plataformas con las asociaciones que reivindican un entorno habitable,
a hacer operativa una red de divulgación, diseño y acción en torno al agua potable o a
impulsar la creación de medios informativos para dar voz a los colectivos ciudadanos
que carecen de huella en los medios de comunicación habituales,.. (Manzano y Andrés,
2007).
4- LA GENERACIÓN DE OTRO TIPO DE CONOCIMIENTO
Pero esto no puede hacerse sin que se replantee de manera radical la noción de
conocimiento, de ciencia, de investigación que hoy es predominante. El propio Fals
Borda recurría al concepto de “vivencia” introducido por Ortega y Gasset (1924) para
calificar a la IAP: vivencia científica, decía. Y es que es preciso aprender con el
corazón, además de con el cerebro. Ya no sirve la imposición de un mero conocimiento
formal ni de un conocimiento disociado de la vida, basado en frías operaciones lógicas.
Como señala Morin (2001), la verdadera racionalidad productora de conocimiento no es
solamente teórica, ni siquiera crítica, dispuesta a dialogar con una realidad que se le
resiste. También ha de ser autocrítica, pues hemos de reconocer nuestros propios mitos
y prejuicios intelectuales y acostumbrarnos a caminar entre la incertidumbre.
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Todos los requisitos exigidos con respecto a este conocimiento renovado forman
parte del ser de la IAP: la imposibilidad de que el científico permanezca con los guantes
puestos (Freire, 2001), y la obligación de que se implique y se comprometa con la
realidad que investiga y de la que genera conocimiento; la perspectiva de la
investigación no debe limitarse a una posición reactiva, sino que ha de ser
eminentemente proactiva: identificar los problemas, incluso con la aspiración de que
esto se realice antes de que éstos surjan. Otra aspiración es la de convertirse en un
conocimiento “subversivo”, pues, por definición, el trabajo creativo siempre supone un
desafío a la ortodoxia prevaleciente (Chomsky, 2006).
En la práctica de la investigación universitaria, como señalan Codina y Delgado
(2006), estos profundos replanteamientos sobre el conocimiento científico y su carácter
social está llevando a realizaciones participativas de la investigación con implicación de
las comunidades afectadas, a la utilización de metodologías cualitativas para abordar la
vida cotidiana y las prácticas colectivas y a la búsqueda de una transformación o cambio
social, realizado de abajo hacia arriba. Kellner (2005) enumera otros aspectos de esta
misma tendencia: se vuelve la mirada a los métodos de la pedagogía crítica de Paulo
Freire, pues su proceso descansa en la reflexión y en la acción freireana, su dirección es
horizontal, su liderazgo es interno y su objetivo es un todo social y económico
equitativo en que el individuo es un sujeto activo.
Este afán por buscar ese conocimiento del que venimos hablando ha llegado hasta el
Foro Social Mundial,en el que se ha reservado un espacio para tratar el tema de la
democratización del conocimiento, y se ha propuesto la creación de la Universidad
Popular de los Movimientos Sociales. (De Sousa, 2005)
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Fals Borda y Rahman también se referían a otro obstáculo para justificar la IAP:
hablaban de la universidad y criticaban la excesiva especialización y vacuidad de la vida
académica, que habría optado por asegurar el monopolio de la ciencia y de la cultura
para las élites sociales. Martín-Baró (pp. 135-137), inspirador de la Psicología de la
Liberación, describió atinadamente los dos mecanismos primordiales con los que la
universidad sirve al sistema: la penetración cultural y el mandarinismo tecnocrático.
Con respecto a la primera asegura Martín-Baró que “cuando se arranca de la ciencia
prefabricada, es decir, fabricada en otro lugar, y no del examen de nuestros problemas,
todo el desarrollo se encuentra ya, por lo mismo, viciado;… una ciencia no encarnada es
una ciencia alienada… Es muy distinto ir a la ciencia desde nuestra realidad que ir a
nuestra realidad desde la ciencia ya hecha”. Con respecto al mandarinismo tecnocrático,
Martín-Baró habla de una tendencia a considerar las cuestiones del saber como
cuestiones técnicas, que han de ser resueltas mediante la actuación monopolística de
expertos, que lo son porque así están certificados por la propia universidad. Su
actuación consiste únicamente en seguir la corriente dominante y en mantener un
sistema que busca la competitividad para ganar puestos en el escalafón académico, pero
que no cuestiona ninguna de las bases de la sociedad ni de la propia universidad. Es una
ciencia que no busca la relevancia, sino que se guía por la apariencia.
Esta es la lógica que va en sentido contrario de la que inspira a la IAP y contra este
modelo hegemónico se alzan ya voces en nuestro propio ámbito: se acaba de constituir
en Valsaín (Segovia) la red de Investigación participativa para la transformación social
“Otra investigación es posible”, que busca potenciar acciones conjuntas que se sitúen
frente a los mecanismos que acabamos de describir. Son únicamente una decena de
grupos, pero su voluntad es extenderse y dotar al ámbito académico de otra dirección.
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En realidad, la IAP se planteó desde sus inicios no sólo como un procedimiento
heurístico de investigación, sino también como un procedimiento altruista de vivir, pues
en la IAP se reafirma la importancia del otro para constituir nuestro propio yo personal.
Kemmis (1990) aclara cómo la IAP se dirige a las personas investigadas en primera
persona: nosotros -lo que revela un verdadero interés emancipador- y explica cómo hay
que utilizar en ella criterios rigurosos de verdad, racionalidad y justicia para que el o la
investigadora escapen de la prisión del interés propio.
5- OTRA UNIVERSIDAD, OTRA INVESTIGACIÓN, OTRO
APRENDIZAJE…
Como puede verse, se trata de una investigación en la que los aspectos éticos han
adquirido una extraordinaria importancia. Manzano (2007) nos recuerda que la ciencia
surge como una actitud rebelde en un contexto histórico dominado por la idea del
misterio y los dogmas de fe. Es una poderosa herramienta con la que se puede,
retomando a Descartes, mover el mundo. Por ello, no sólo es pertinente, sino
irrenunciable, que la ciencia se plantee para qué se la está utilizando y que no prescinda
de su tinte de autonomía para decidir en qué ascuas quiere echar el carbón que consigue.
De ahí que incorporar los aspectos éticos a la investigación resulte imprescindible. Y
tenemos muestras muy logradas de esa preocupación ética. Baste citar como ejemplo el
código ético para una educación democrática de las personas adultas que ha elaborado
la REDA (Red de Educación Democrática de Personas Adultas) para asegurar el
desarrollo de posibilidades formativas e investigativas para todas las personas adultas y,
especialmente, para los sectores más desfavorecidos.
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Otras características de la IAP refuerzan su vigencia. Nos referimos a la formación y
al aprendizaje que proporciona la interacción horizontal entre los protagonistas del
proceso y a su capacidad de integrar múltiples procedimientos y visiones.
Hablábamos antes de que el modelo de conocimiento tradicionalmente considerado
está hoy puesto en cuestión. Esa crítica alcanza también al aprendizaje, incluso al que se
genera en instituciones educativas. Disponemos ya de formulaciones concretas de ese
aprendizaje que se pretende. Una de ellas es el denominado aprendizaje dialógico, sobre
el que giran experiencias tan relevantes como las Comunidades de Aprendizaje. El
aprendizaje dialógico “resulta del diálogo entre iguales basado en pretensiones de
validez y se alcanza cuando todas las personas participantes, ya sean investigadores,
profesionales de la educación, estudiantes o miembros de la comunidad, tienen las
mismas oportunidades para intervenir en los procesos de reflexión sobre los temas
objeto de análisis. Para ello es imprescindible que las aportaciones de cada persona se
consideren válidas por la calidad de sus argumentaciones y no por la posición social que
ocupan o por los indicadores de titulación que se posean” (Aubert, 2004). El aprendizaje
dialógico es absolutamente coherente con la estructura de la IAP.
Por otra parte, la IAP nos proporciona la posibilidad de utilizar una metodología
mucho más flexible, pues permite superar obstáculos esenciales para la investigación
social y educativa convencional como el de la ignorancia del extraño o el de la validez
de los resultados que no son confirmados aquí por los colegas o por los superiores
académicos, sino por la propia acción (Greenwood, 2000). En contra de los paradigmas
hegemónicos, facilita el uso de diferentes técnicas de investigación y fomenta que
afloren sentimientos, expectativas y proyectos de vida de las personas participantes
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6- EL RETO DE LA PRETENDIDA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
Sin duda uno de los aspectos que más ha cambiado en la sociedad durante las
últimas décadas han sido las tecnologías de la información y la comunicación, y, con
ello, su potencial educativo. Tanto es así que durante este tiempo se han popularizado
expresiones como “sociedad de la información”, “era digital”, e incluso, algo un tanto
pretencioso, “sociedad del conocimiento”. La cosificación y mercantilización de la
información se aplica también al conocimiento (como si éste se pudiera comprar y
vender) y se potencia así un modelo de sociedad tecnológica donde a la educación
formal le corresponde crear y capacitar nuevos clientes y usuarios.
Dice Mattelart (2002, p. 166) que hay que advertir que este modelo de sociedad de
la información que se ha popularizado y que hemos interiorizado se refiere a un
proyecto concreto y que son posibles otros diferentes.
Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación favorecen la
“industrialización” de la enseñanza y su puesta en circulación en el mercado de los
servicios. Todo ello está haciendo posible que se esté pasando de la fase de la educación
para todos a la de la educación para todos los que la puedan comprar.
Gutiérrez (2003: 11) señala que “la revolución digital que caracteriza el inicio del
tercer milenio ha dado lugar a nuevos lenguajes, a nuevas formas de comunicar y
nuevos entornos de comunicación que requieren nuevas destrezas por nuestra parte”, y
plantea la urgencia de una nueva alfabetización crítica que supere la mera capacitación
de los individuos como usuarios eficaces de los nuevos medios. “Como objetivo
prioritario de esta alfabetización digital – señala - se considera la capacitación para
transformar la información en conocimiento y hacer del conocimiento un elemento de
colaboración y transformación de la sociedad. (Gutiérrez, 2003: 12).
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Paralela a esta necesidad de nuevas alfabetizaciones consideramos también la
necesidad de una imprescindible investigación educativa que por una parte se sirva de
las ventajas que aportan las TIC en la gestión de la información, para la colaboración y
para la creación de comunidades, y, por otra parte, haga de esas comunidades un
germen de transformación social hacia un mundo más justo. Un mundo donde el
desarrollo tecnológico contribuya a disminuir y no aumentar la brecha digital, que es, en
definitiva brecha económica y social. Esa tarea debe ser asumida por la IAP, que verá
aumentada su capacidad transformadora. Razón esta de peso, como también lo son, a
nuestro juicio, las aquí expuestas para poner en marcha, con una perspectiva dialéctica,
como ya señalara Ibáñez (1985), iniciativas de IAP que modifiquen nuestra forma de
conocer y de ser.
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Breve curriculum
Luis Torrego Egido, Departamento de Pedagogía, Escuela Universitaria de
Magisterio de Segovia, Plaza de Colmenares, 1 40001- Segovia Tfno.: 921 112294.
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