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 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India La gran divergencia. La no-­‐
Europa antes de 1800. EL ISLAM Y LA INDIA Rafael Barquín Gil Departamento de Economía Aplicada e Historia Económica Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) Contenido INTRODUCCIÓN ............................................................................................................... 2 3.1 EL ISLAM CLÁSICO ................................................................................................... 5 3.2 EL ISLAM IMPERIAL ............................................................................................... 12 3.3 POBLACIÓN Y RECURSOS ..................................................................................... 22 3.4 CIUDADES EN EUROPA Y ASIA. .......................................................................... 30 3.5 FACTORES RELIGIOSOS ........................................................................................ 56 3.6 LA AUTOCRACIA ..................................................................................................... 84 CONCLUSIONES ........................................................................................................... 103 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ............................................................................ 105 1 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India INTRODUCCIÓN Para los europeos, el Islam1 no es, ni mucho menos, un desconocido. Pero desafortunadamente muchas personas tienen una imagen distorsionada tanto del Islam como civilización como del islam como religión. Existen muchas ideas preconcebidas; y lo peor es que parcialmente se basan en realidades que no se pueden esconder. En el Islam la influencia de la religión sobre la vida cotidiana es abrumadora, al menos desde la perspectiva de un europeo o un norteamericano. Tampoco puede esconderse el hecho de que, en general, los países islámicos son pobres (hay grados), y que muchos de los que no lo son basan su riqueza en la explotación del petróleo; es decir, en una riqueza mineral venida, digamos, por casualidad. Pero quizás lo peor es la idea del conflicto. Muy pocos de esos países son democráticos (aunque también hay grados en la dictadura), y muchos sufren tensiones internas que, en algunos casos, han derivado en guerras civiles. En fin, el terrorismo islámico, que ha causado más del 90% de sus víctimas entre los propios musulmanes, genera en toda las personas decentes una sensación de horror y fatalidad. Por supuesto, la realidad es mucho más compleja. Y también lo son las imágenes que se han ido conformando en nuestro consciente colectivo. Junto a las anteriores ideas convive la de un Islam mucho más positivo. Una civilización que fue brillante, y de la que nos han quedado algunos bellos palacios y mezquitas. Los árabes hicieron valiosas aportaciones al progreso humano, desde la brújula y la numeración común hasta la horticultura. Combinando unas ideas con otras surge la imagen de una civilización venida a menos. En efecto, el hecho es que la gran divergencia comienza en el Islam. Para algunos autores la apertura de un gap entre los niveles de vida de Occidente y el Islam tuvo lugar alrededor del año 1000, con el fin de la amenaza sarracena y el despegue comercial de las ciudades italianas (por eso se habla de la “larga” divergencia). Otros sitúan esa ruptura con las grandes invasiones de pueblos nómadas del siglo XIII. Otros en el descubrimiento de América y la aparición de los portugueses en el océano Índico. En el mejor de los casos hay quien llega al siglo XVII, con el fin del 1 En lo que sigue emplearé la palabra “islam” de dos formas. Cuando se hace referencia a la civilización la escribiré con mayúscula, del mismo modo que es usual escribir “Cristiandad” u “Occidente”. La religión, el islam, lleva minúscula, como también la lleva “cristianismo”. 2 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India reinado de Solimán el magnífico y de la expansión territorial del Imperio otomano. Como fuere, hay un consenso casi completo sobre el relativo atraso del Islam en épocas anteriores, incluso muy anteriores, a la Revolución industrial. Con la India la situación es distinta. Parte de la polémica sobre el puzzle de la gran divergencia en la India ha tomado dos direcciones complementarias que abogan por un gap tardío. Existe un debate dentro de la historiografía india sobre los verdaderos niveles de bienestar de la población india y el grado de desarrollo de su economía urbana. De modo paralelo, existe otro debate sobre su desindustrialización; no tanto sobre el hecho en sí, como sobre las fechas en las que situarlo, a finales del siglo XVIII o a partir de 1830 (son pocas décadas de diferencia, pero son cruciales). Si suponemos que la India no era tan pobre como se desprende de ciertos testimonios, e igualmente suponemos que las causas de la desindustrialización fueron más políticas que económicas (lo que es decir más tempranas) cabría situar a la India como parte del problema de la gran divergencia que es China. No obstante, si suponemos lo contrario, es decir, que la India era pobre desde mucho antes del siglo XVIII, y que la desindustrialización fue un problema de naturaleza económica cuyo origen habría que situar en el siglo XIX más que en el XVIII, el modelo de debate no es China, sino el Islam de la larga divergencia. Sobre todo esto pende un problema, la debilidad de las fuentes documentales indias, sobre todo las de carácter cuantitativo. Esta situación llega al extremo de que sus propios historiadores cuentan la historia remota de su país desde la perspectiva de quienes lo visitaron, como Marco Polo o Ibn Battuta, y no de quienes vivieron allí. Un ejemplo aún más notable: en siglo III aC. un monarca budista llamado Asoka unificó casi todo el territorio del Indostán. Sin embargo, sabemos muy pocas cosas de él. De hecho, hasta hace un par de siglos se pensaba que sólo era un personaje mítico. Lo que permitió reconocerle como emperador y fundador de una dinastía fue el hallazgo de varias inscripciones en piedra con referencias a su nombre y sus edictos. Mutatis mutandis, es como si todo lo que supiésemos del Imperio romano derivase del hallazgo de algunas estelas funerarias, algunos pedazos de la Columna Trajana, y algún relato popular sobre Rómulo y Remo. La pobreza de la información histórica podría atribuirse a la misma pobreza. Se podría pensar que un imperio como el de Asoka del que no se sabe mucho seguramente no pudo ser un gran imperio. Sin embargo, hay otra posibilidad no incompatible con la 3 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India anterior. Simplemente, la India politeísta de las mil caras y los ciclos millonarios nunca desarrollo un especial interés por la crónica histórica, de modo que esa ausencia de noticias puede obedecer, simplemente, a razones culturales. Una espléndida película que describe esta actitud es La vida de Pi, del director chino Ang Lee; una pequeña joya. Sin duda, la llegada del Islam a la India mejoró el conocimiento que sus habitantes tenían de su propia historia. Sobre todo, la instauración del Imperio mogol, sobre el que enseguida volveremos, supuso de algún modo la entrada de la India en la Historia; es decir, en la Historia conocida. Como otros grandes imperios islámicos, los mogoles pronto mostraron mucho interés por ciertas cuestiones estadísticas, como las fiscales. Pero no tanto sobre otro tipo de información, como la estrictamente demográfica. Como resultado de ello, se sabe mucho de algunos aspectos de aquel imperio, poco de otros, y aún menos de lo que pasaba en los estados del sur de la India, donde la presencia mogola fue mínima. De ahí que las informaciones proporcionadas por los europeos desde sus bases, aún siendo parciales (en el doble sentido de subjetivas e incompletas) son muy útiles. Con la colonización la información se hizo mucho más completa. Por ejemplo, lo que se sabe de las hambrunas de la India en el siglo XIX es incomparablemente más preciso de lo que se sabe de ellas para cualquier período anterior; lo que puede estar dando una imagen distorsionada de la realidad. Como la colonización fue mucho más tardía, o inexistente, en los países islámicos, la calidad de la información estadística en el Islam también es peor. No obstante, como se partía de una situación mucho más satisfactoria, incluso desde tiempos lejanos, los problemas son, en general, menores. Además, los estados islámicos, aún sin ser colonizados, se ocuparon de recoger más y mejor información. En resumen, no hay demasiadas dificultades en conocer las magnitudes demográficas esenciales de los grandes países islámicos y la India desde 1800 e incluso antes; al menos, con un margen de error “tolerable”. Otra cosa son las variables económicas, como el PIB, la producción industrial, etc. Aunque, por ejemplo, sí que hay buena información sobre comercio o precios. En fin, la impresión de conjunto que se obtiene sobre los niveles de vida de estos países antes de la Revolución industrial no parece muy favorable en el Islam, e incierta en la India. Como vimos, el puzzle de la gran divergencia no tiene su origen aquí, sino en China. Precisamente esto hace más interesante el estudio de los procesos de modernización. 4 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India 3.1 EL ISLAM CLÁSICO De forma genérica, las similitudes entre la Cristiandad y el Islam son mucho mayores que las que cada una de esas civilizaciones puede encontrar con cualquier otra del orbe. Las dos compartieron un mismo espacio geográfico, el Mediterráneo, aunque se extendieron mucho más lejos. Las dos heredaron las tradiciones culturales existentes en ese ámbito, la grecorromana y la judaica. Las dos se construyeron alrededor de una religión monoteísta y exclusivista. En la formación de las dos fue decisiva la aportación de pueblos bárbaros venidos de más allá de la frontera. En fin, las dos se odiaron con igual saña e inutilidad. Por supuesto, las diferencias también son considerables. Pero de todas ellas quizás la más decisiva sea el tiempo Si hay algo que explica más que nada la incomprensión mutua es la existencia de un desfase en los respectivos niveles de desarrollo. La civilización cristiana precedió a la islámica en unos 300 o 400 años, pero esa ventaja inicial no reportó mayores beneficios2. Los primeros siglos de la Cristiandad fueron muy duros como consecuencia de las sucesivas oleadas de pueblos bárbaros llegados desde el norte y oeste de Europa. No obstante, es probable que en comparación a otras invasiones de pueblos nómadas las de los “bárbaros” sobre el Imperio romano fueron relativamente benignas. Las grandes matanzas que se recuerdan en Oriente Medio o China no sucedieron en Europa; o no fueron tan graves. Seguramente lo peor no fueron las destrucciones de vidas y obras, sino el que la inestabilidad política se mantuviera durante mucho tiempo. Hasta el año 1000 no se puede hablar del fin de este ciclo, que habría comenzado, como mínimo, en 375. Y que sólo habría tenido un breve paréntesis alrededor del reinado del emperador Carlomagno (768-­‐814). 2 El calendario musulmán comienza en el año 622, el de la Hégira o huida de Mahoma desde La Meca a Medina. Es razonable situar entonces el comienzo de la civilización islámica, pues al cabo de unos pocos años Mahoma ya había conquistado la mayor parte de la Península Arábiga; y un siglo más tarde sus sucesores habían levantado uno de los mayores imperios del mundo. Con el cristianismo hay más problemas. Aunque la tradición lo establezca así, no está claro que Jesús naciera el año 0 (y mucho menos un 25 de diciembre). En todo caso, la difusión del nuevo credo fue mucho más lento. Se suele establecer en el Edicto de Milán de 313 el comienzo del cristianismo oficial, año que podemos considerar como el de inicio de la Cristiandad. 5 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Los primeros años del Islam fueron muy distintos. La nueva religión llegó de la mano de uno de esos pueblos nómadas, los árabes, que construyeron un enorme imperio con capital en Damasco y, posteriormente, Bagdad. El hecho fundamental es que aquella invasión fue única. Durante los siguientes tres siglos no llegaron más nómadas o fueron fácilmente vencidos. Esto permitió a los conquistadores árabes construir un gran estado cuya base política y jurídica era la religión enseñada por Mahoma. Imperio y religión que, por supuesto, aprovecharon los materiales dejados por los anteriores imperios y religiones. Desde una perspectiva eurocéntrica podría decirse que hacia el año 900 o 1000 el Islam había alcanzado lo que podría considerarse como la cima de su desarrollo. Ese momento coincide con lo que desde criterios igualmente eurocéntricos sería el punto más bajo de la civilización occidental: la desmembración del Imperio carolingio y las invasiones vikingas y magiares. Esta coincidencia explica porque en ocasiones al Islam se le denomina “civilización intermedia”, pues su mejor momento se sitúa entre la Edad Clásica y el Renacimiento. Claro que, como veremos en el próximo tema, ese período también se corresponde con las dinastías Tang y Song que en muchos aspectos también marcan una cima del desarrollo de la civilización en China. En todo caso, lo importante es que durante una gran parte de su historia comparada, los primeros siglos, el Islam representaba la civilización y la Cristiandad algo no demasiado alejado de la barbarie. Existe bastante consenso en que ese período brillante de la civilización islámica concluyó hacia mediados del siglo XIII. El punto de inflexión podría situarse en la conquista de Bagdad por los mongoles en 1258, un trágico acontecimiento que también supuso el fin del califato abasí. Es cierto que en los siguientes siglos el mundo islámico continuó expandiéndose por la incorporación de los turcos y otros pueblos de las estepas, que llevaron las fronteras del islam hasta Hungría y el Decán. Pero los propios musulmanes reconocen que el Islam Clásico, el que conformó la cultura y la religión musulmana, y lo situó entre las grandes civilizaciones, murió en el saqueo de Bagdad. Y que lo que vino después fue, de un modo u otro, la decadencia. Claro que desde otras perspectivas más pesimistas y religiosas se asume que desde Mahoma y los califas electivos todo habría sido un largo declive hasta la actual supeditación a la cultura occidental. Lo cierto es que hay muchos motivos para considerar al califato abasí como el momento culminante de la civilización islámica. Desde una 6 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India perspectiva política fue una estructura en continua desintegración. De hecho, su misma formación ya implicó una pequeña pérdida territorial, la del extremo occidental en España, que tomó un rumbo distinto bajo el mando de Abderramán I, el último heredero y superviviente de la antigua familia gobernante de los Omeya. Pero esto sólo sería el comienzo. Desde el mismo siglo VIII varias provincias del califato se fueron separando de Bagdad. A comienzos del siglo IX gran parte de Irán era prácticamente independiente, y otras rebeliones estaban desgajando porciones de territorio cada vez mayores en el norte de África. En 909 uno de esos poderes semiautónomos, el conformado alrededor de la familia de los fatimíes en Túnez, proclamó un califato independiente al de Bagdad, y construyó un fuerte Estado en Egipto y el norte de África (pero sin incluir Marruecos donde se había establecido otro emirato, el de los idrisíes). En 929 el emir de Córdoba, Abderramán III, siguió el ejemplo y también se proclamó califa. Incluso en Bagdad el poder efectivo de los califas abasíes se fue reduciendo, primero al ser detentado por varios visires (¿se acuerda del malvado Iznogud, que quería “ser califa en lugar del califa”?), y luego con la llegada de una dinastía foránea, los buyíes, que redujeron su papel a la mera condición de autoridad espiritual. Pero lo realmente notable del califato abasí y sus herederos fue que conforme avanzaba la desintegración política se afirmaba la integración cultural y comercial. Las dinastías asentadas a uno y otro lado del imperio no pusieron obstáculos al tráfico mercantil. A diferencia del cristianismo, en el islam no existía ni el más mínimo reparo ético al comercio (no así al préstamo con interés). De hecho, la proliferación de poderes autónomos propició la formación de nuevas capitales y, por esta vía, el desarrollo del comercio. El Islam de los siglos VIII a XIII fue una de las sociedades más urbanizadas de la época (bien entendido que, en realidad, ninguna lo era). Algunas ciudades, como Bagdad, El Cairo, Cairuán o Córdoba alcanzaron un tamaño considerable; a menudo, sorprendente para la riqueza agrícola de las comarcas circundantes. En parte, el Islam heredó la cultura urbana de los imperios romano y sasánida. Pero también creó su propio espacio urbano; en ocasiones destruyendo el precedente. Durante algunos de estos siglos, los primeros, el territorio nuclear del califato abasí, Irak, bien pudo haber sido la región del planeta en la que se ubicaba la mayor concentración de ciudades de tamaño grande o mediano (Bagdad, Basora, Kufa, Damasco, Alepo, Mosul… ). Y por eso mismo, la región de origen o destino de un comercio a muy larga distancia. 7 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Pero la existencia de grandes ciudades no es la única razón que explica la actividad mercantil en el Islam. Al fin y al cabo, éstas pueden ser contempladas como la “causa” igual que la “consecuencia” de ese comercio. Hubo otras razones más directas. En primer lugar, obviamente, la propia conquista. Es decir, la formación de un espacio político inicialmente unificado –Imperio omeya y primeros dos siglos del Imperio abasí– y luego no del todo fragmentado –dinastías locales idrisí, fatimí, omeya, almorávide, almohade, ayyubí, buyí, selyúcida, etc. –, que se extendía desde la India3 y el desierto del Gobi hasta Somalia y España. En parte de este enorme espacio se fue imponiendo una nueva koiné, el árabe, en sustitución del griego y el latín, lo que se vio facilitado por el papel desempeñado por la palabra escrita en el islam. El árabe era la lengua en la que Alá habló a Mahoma; y también el idioma de las leyes y el comercio. Por otro lado, contaba con una ventaja sobre los otros idiomas: su expansión como lengua escrita coincidió con la de un soporte barato, el papel. Como consecuencia de la batalla de Talas (751), el único enfrentamiento militar relevante entre el califato abasí y la China de los Tang, se hicieron algunos prisioneros que fueron conducidos a Irak, donde enseñaron a sus captores el proceso de fabricación del papel. Al parecer, antes de que acabara el siglo VIII ya existía una fábrica en Bagdad. Pero seguramente el factor más decisivo en la expansión comercial del Islam fue la propia religión. En comparación a casi todas las grandes confesiones actuales o del pasado, el islam sobresale por su riguroso carácter normativo. Lo que, en pocas palabras, se le exige al creyente es una fe simple y una observancia rigurosa de un amplio conjunto de normas. Esa simplicidad del corpus doctrinal explica la ausencia de disensiones estrictamente teológicas –no de otro tipo– como las que asolaron al Imperio bizantino. Siendo tan sencilla la doctrina, tampoco sorprende que lo sean los rituales. Por ejemplo, la oración del viernes en la mezquita, el acto social más importante de la semana, puede ser dirigida por cualquier creyente, incluso un esclavo. Y es que tampoco existe un clero islámico (salvo en el chiismo). Como en todas las religiones, siempre ha habido personas que interpretan la religión y que de un modo u otro viven de ella. 3 En lo que sigue, la palabra “India” no hace referencia al país, sino a la región. Incluiría las actuales naciones de la Península del Indostán, Pakistán, Bangladesh, Nepal, Bután y la propia India, así como a Ceilán. La palabra “indio” no tiene connotación religiosa, de modo que hay indios musulmanes e indios hindúes o, simplemente, hindúes. 8 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India También en el islam, sólo que en este caso lo hacen por su calidad de funcionarios del Estado o como empleados en distintos oficios civiles; nunca por su pertenencia a un cuerpo religioso que, en rigor, no existía. Esta gran sencillez contrasta con el detalle, a veces asfixiante, con el que se trata de regular la cotidianidad. Esencialmente, para el islam el hombre se define por sus actos, no por lo que piense. Por eso hay una actitud muy tolerante hacia la disidencia intelectual, pero mucha menos hacia la moralidad, especialmente externa. Y es que el gran debate religioso es ético y formal: qué comportamiento es grato a los ojos de Dios, qué conductas están permitidas y cuáles no. De ahí la importancia del Derecho. Desde el principio en el Islam hubo una amplia preocupación por normalizar las relaciones sociales de acuerdo a ciertas normas religiosas que, a menudo, no eran demasiado precisas. Salvo en el Derecho de Familia, el Corán apenas tiene contenido normativo, por lo que era necesario acudir a otras fuentes de Derecho. En este sentido resultaron muy útiles los hadices o relatos sobre la vida y las enseñanzas de Mahoma. Pero como su número es enorme (se habla de varias decenas de miles), y la fiabilidad de cada uno de ellos variable y discutible, fue necesario acudir a otras fuentes ético-­‐jurídicas, como el consenso de la comunidad, la analogía y la opinión de los expertos. No obstante, estas fuentes tenían una aceptación inferior a la del Corán o los hadices. En definitiva, fue necesario realizar una labor de sistematización de las fuentes de Derecho que pusiera orden entre las fuentes más incuestionables pero vagas (las primeras), y las más dudosas pero útiles (las últimas). Para sacar adelante este trabajo se formaron varias escuelas coránicas (o jurídicas) que elaboraron un corpus de normas que, de modo genérico, se conoce como sharía. Esta labor fue una de las bases del desarrollo de la actividad mercantil en el Islam. El comercio precisa códigos y tribunales independientes que sean capaces de resolver cuestiones que pueden ser muy intrincadas. El islam contribuyó a su creación desde las escuelas coránicas al formalizar las normas de conducta de toda la sociedad. El doble refrendo civil y religioso, que era una característica de toda la estructura de poder, garantizaba el cumplimiento de las leyes. Por otro lado, en los primeros tiempos el Estado favoreció, o al menos no perjudicó, la actividad comercial o industrial. Y esto es mucho más que lo que puede decirse de los últimos tiempos de los imperios romano y sasánida, estados embarcados en guerras externas o disputas internas. Hubo varias razones para ello, pero las dos más importantes fueron la 9 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India actitud favorable de los nuevos gobernantes hacia el comercio y, en general, hacia el mundo urbano, y la inexistencia de problemas hacendísticos. Esto último era una consecuencia del botín de la propia conquista, y de la diferenciación entre creyentes y protegidos (dhimmin). La presión fiscal recaía sobre los segundos, cristianos, zoroastrianos, etc., “hombres de libro” que constituían la mayor parte de la población. En fin, en esos primeros tiempos el islam pudo desarrollar todo su potencial como religión protectora del comercio. Proporcionaba un marco jurídico estable garantizado por unas instituciones que no eran hostiles a los negocios. Lo demás vino casi de inmediato. Por ejemplo, pronto aparecieron nuevas formas contractuales, la mudaraba y la musharaka, equivalentes (de hecho, probablemente fueran sus precursoras) a las que se crearon en Europa a medida que su economía se fue estabilizando: la commenda y la societas maris. Igualmente se creó un sólido sistema monetario que durante mucho tiempo no tuvo equivalente en Europa. Asimismo, el islam era una vía de penetración comercial en tierras extrañas. Tal y como había sucedido en el Imperio romano con los comerciantes sirios, o sucedía en aquellos mismos tiempos en la Europa Medieval con los judíos, los musulmanes (o, más bien, los árabes) se sirvieron de la solidaridad de grupo para extender redes comerciales en países no-­‐ islámicos. Cada nuevo visitante en tierras extrañas era una cabeza de puente para los negocios de sus sucesores; no necesariamente para nuevas conversiones. Los árabes exploraron nuevas rutas, como las que por medio de caravanas atravesaban el desierto del Sahara desde las ciudades costeras del Mediterráneo hasta las minas de oro de Sudán y Senegal. Otras ya existentes adquirieron un nuevo vigor, como las que enlazaban Basora, en Irak, con Tanzania, la India y hasta la lejana China. De hecho, en el siglo VIII en Cantón existía una enorme comunidad árabe. Claro que a China también se accedía por la vía terrestre de la Ruta de la Seda, que enlazaba Siria con el norte del país a través de las grandes capitales de las estepas de Asia Central, como Samarcanda o Bujara. Por supuesto, al calor del crecimiento urbano y de la expansión comercial se alcanzaron notables logros en otros campos de la vida material, como la arquitectura, la agricultura de regadío, etc. Pero seguramente lo más sorprendente fue el avance científico. Entre los años 800 y 1200 un numeroso grupo de pensadores desarrolló investigaciones valiosas y originales en diversas ramas del saber. De al menos una de ellas, 10 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India el álgebra (una palabra de origen árabe), se puede decir que nació en estos años y en esta región del mundo. Así pues, el pensamiento árabe habría sido cofundador de las matemáticas modernas, surgidas de la fusión de la geometría griega con esta álgebra. La lista de eruditos y sabios árabes es muy larga; y no es fácil de ordenar pues a menudo cada uno de ellos tocaba diferentes disciplinas. Aunque sea al precio de incurrir en muchas injusticias, se pueden recordar al astrónomo y geógrafo Al-­‐Juarismi (780-­‐
850), al filósofo y astrónomo (y muchas más cosas) Al-­‐Kindi (801-­‐873), al médico Al-­‐Razi (865-­‐925), al médico y filósofo Ibn Sina (conocido en Occidente como Avicena, 980-­‐1037), al físico Ibn al-­‐Haytham (conocido como Alhacén, 965-­‐c.1039), al astrónomo y matemático Al-­‐Biruni (973-­‐
1048), y al filósofo, médico y astrónomo Ibn Rushd (conocido como Averroes, 1126-­‐1198). El epígono de estos genios, quizás sobrevalorado, fue el filósofo y “padre” de la sociología Ibn Jaldun (1332-­‐1406). Por supuesto, es imposible encontrar características comunes a todos estos pensadores, pero sí que existen algunos rasgos que se repiten. Muchos vivieron, parcial o totalmente, en esa área nuclear del Islam, más o menos coincidente con Mesopotamia. Casi todos conocían el pensamiento filosófico y científico grecorromano del que partieron en muchas de sus investigaciones. En general, solían ser más o menos cercanos a la escuela mutazalí, una corriente de pensamiento filosófico islámico que podríamos definir como “racionalizante”. Salvando las distancias, sería equivalente al aristotelismo en la Cristiandad. Muchos de ellos contaron con el beneplácito de los gobernantes; o sufrieron su persecución; o las dos cosas sucesivamente. En cualquier caso, lo que todos tenían en común fue que el Poder no les era indiferente. 11 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India 3.2 EL ISLAM IMPERIAL Un comienzo tan prometedor auguraba un espléndido desarrollo. Pero incluso si admitimos que al cabo de los siglos lo previsible no necesariamente es lo que sucede, es llamativo lo que realmente sucedió. En pocas palabras, el “pequeño” Islam del califato abasí fue mucho más brillante que el “gran” Islam de los imperios de la Edad Moderna. Desde el siglo X varios pueblos turcos fueron asentándose en las zonas fronterizas entre el califato abasí y el Imperio Bizantino. Pronto constituyeron un gran Estado, el Imperio selyúcida, que se extendía desde la actual Turquía hasta Irán. Éste imperio se derrumbó enseguida, pero los selyucidas del Rum (es decir, de la Romania o tierra de los romi, romanos, es decir, cristianos) siguieron avanzando en Anatolia. Uno de esos principados selyúcidas, el construido alrededor de las ciudades de Nicea y Bursa, dio origen a un nuevo imperio, el otomano (1281-­‐1918). A mediados del siglo XIV estos turcos otomanos desembarcaron en Europa y en 1389 lograron una gran victoria sobre el Principado de Serbia en los Campos de los Mirlos, Kosovo, lo que les permitió hacerse con una gran parte de los Balcanes. Sólo Constantinopla, la capital del Imperio bizantino, pudo mantenerse gracias a sus legendarias murallas y, sobre todo, a que los otomanos sufrieron una imprevista y terrible derrota en Oriente, a manos del caudillo Timur (o Timur Lenk, es decir, Timur el cojo; en español fue conocido como Tamerlán), sobre el que luego volveremos. De todos modos, en 1453 acabaron conquistando esa capital. En 1526 derrotaron al Ejército húngaro en Mohacs, haciéndose con un nuevo pedazo de Europa. Y cuatro años después pusieron sitio a Viena, aunque sin éxito. Aquel ímpetu guerrero no sólo se proyectó hacia Europa. En 1517 los otomanos conquistaron Siria, Egipto y Arabia, y en 1536 Bagdad. Además, todos los estados del Magreb salvo Marruecos se declararon vasallos de la llamada “Sublime Puerta”. En resumen, hacia 1540 todos los países que anteriormente habían formado parte del Islam clásico salvo Persia, Marruecos y Al-­‐Ándalus, ahora estaban integrados en el nuevo Imperio otomano, que también se extendía por Asia Menor y Europa Oriental. Este proceso de construcción política debe mucho a algunos sultanes de los siglos XV y XVI como Murad II (1421-­‐1451), Mehmed II (o Mohamed, 1444-­‐1481), Beyazid II (o Bayaceto, 1481-­‐1512), Selim I (1512-­‐1520) y, quizás más que ningún otro, Solimán I el Magnífico (1520-­‐66). 12 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India El mismo año en el que el ejército turco vencía en Mohacs, 1526, un caudillo de origen afgano, Baber (o Babur), derrotaba al último sultán de Delhi y conquistaba su capital. Este sultanato había sido el último y más duradero de los Estados musulmanes que desde el siglo XI se venían levantando en la región noroccidental de la India. Lo cierto es que ninguno había logrado mantenerse mucho tiempo en el complejo sistema político indio, aunque sí habían logrado extender la religión islámica. Pero el Imperio mogol de la India (1526-­‐1803) sería algo diferente a sus predecesores. Esto de “mogol” es un nombre equívoco. Babur parece haber sido descendiente de Timur, que a su vez afirmaba ser descendiente de Gengis Kan. En consecuencia, y desde su más que improbable punto de vista, Babur era heredero de los dos mayores caudillos de la Historia de Oriente Medio desde los tiempos de Alejandro. Y siendo descendiente de mongoles su imperio también debía ser mongol4. Luego, “mogol” (o “moghul”) llegó por deformación del original. Ni qué decir tiene que probablemente lo que hay de cierto en esta historia es muy poco. Pero es interesante notar que en este caso, como en otros –la Chía, la monarquía alauí de Marruecos, etc.– la legitimidad de las armas se reforzaba con la de la sangre, aunque la vinculación con el fundador, Mahoma, Alí, Timur o Gengis, fuera más que dudosa. Lo cierto es que este Babur de incierta ascendencia ni siquiera fue el verdadero fundador de ese gran imperio, sino su nieto, Akbar, uno de los gobernantes más interesantes de todos los tiempos. Akbar fue el restaurador y organizador de aquel Estado, y el que le dotó de sus rasgos característicos hasta la desafortunada llegada de Aurangzeb. Los dos problemas principales del Imperio mogol eran la seguridad y la gobernabilidad. En la India la población musulmana era muy minoritaria (más de lo que lo es ahora). En el Sur pervivían varios Estados hindúes (pero también algunos gobernados por reyes musulmanes) hostiles a los mogoles. La frontera noroeste era permeable e insegura por la presencia de tribus nómadas. Incluso la frontera nororiental con Birmania era insegura. Así pues, construir un Estado fuerte sobre los valles del Indo y el Ganges exigía un sistema recaudatorio eficaz pero no extenuante que mantuviera 4 También por esta ascendencia es frecuente que el Imperio mogol sea denominado “Imperio timúrida”, de Timur, lo que en cierto modo es más correcto, pues sí que es cierto que Babur era descendiente de Timur. Pero también resulta confuso, porque el Imperio propiamente timúrida surgió 150 años antes en otra parte del planeta. Por este motivo en lo que sigue se emplea la palabra mogol en lugar de timúrida. 13 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India un ejército poderoso capaz de hacer frente tanto a las amenazas externas como a las internas. Éste debía servir para sostener los argumentos de una diplomacia lo bastante activa como para no perderse en el laberíntico entramado político de la península del Decán, y desanimar la sublevación de las tribus nómadas del norte y de la retahíla de grupos hindúes del Indostán. Ése fue el gran mérito de Akbar y sus inmediatos sucesores. El Imperio mogol fue capaz de mantener ese delicado equilibrio. Y lo hizo con sorprendente éxito. Hasta mediados del siglo XVII las fronteras del Imperio mogol fueron ampliándose de forma lenta pero constante. Un imperialismo que, consciente de su debilidad, se movía con prudencia. Entre el Imperio mogol y el Imperio otomano se extendió el tercer gran Estado musulmán de la Edad moderna, el Imperio safaví (1501-­‐1722). Como en los casos anteriores fue levantado por nómadas turcos. Como los imperios otomano y mogol contó con un ejército poderoso y un eficiente sistema tributario. Como ellos, inicialmente se benefició de la perspicacia de algunos grandes gobernantes. Sobre todo, Ismail I (1502-­‐1524) y Abbas I el grande (1588-­‐1629). Como los otros imperios, los primeros decenios fueron prósperos, a pesar de la guerra. Su principal peculiaridad fue religiosa. En el siglo XVI la inmensa mayor parte de los iraníes, como del resto de los musulmanes, eran suníes. En cambio, los safavíes eran chiíes, pero lograron imponer su versión del Islam a sus súbditos a pesar de la oposición de sus vecinos otomanos. Este exitoso proselitismo se explica por la relativa poca distancia del “salto” religioso; y también por el estado de miseria en el que se encontraba el país tras las feroces campañas de los mongoles y Timur. En más de un sentido, Irán era una tabla rasa sobre la que era posible hacerlo todo de nuevo. A pesar de ello, el proceso de “chiización” no culminaría hasta los últimos tiempos de la dinastía safaví o, incluso, más tarde, con los Zand (1750-­‐1794). En definitiva, desde comienzos del siglo XVI y hasta el siglo XVIII, la inmensa mayor parte de los musulmanes vivieron dentro de uno de esos tres grandes imperios. Entre los creyentes actuales sobre ellos existe una imagen más bien peyorativa. Se reconocen sus logros políticos y militares; con matices, pues acabaron sucumbiendo. Igualmente se alaba que extendieran la religión islámica. Pero en términos generales se les considera herederos bastardos de los primeros imperios árabes. Entre otros motivos, esta opinión se justifica en la pobreza de sus realizaciones culturales y científicas. Así como durante el califato abasida se produjeron notables avances en varios campos destacados de lo que venimos a 14 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India considerar “civilización”, los ocurridos en el Islam imperial fueron, comparativamente, minúsculos: algunas construcciones notables (el Taj Majal en Agra, Topkapi en Estambul y otros palacios y templos, casi siempre en las capitales imperiales), algunas brillantes realizaciones literarias, la reconstrucción de algunos canales subterráneos en Irán, y poco más. Los logros de los imperios se focalizaron en las grandes capitales de Estambul, Isfahán, Delhi y Agra, que crecieron de forma notabilísima5. Pero la vida urbana fuera de ellas era mucho menos brillante; incluso languideciente. No se ampliaron las rutas comerciales; de hecho, algunas entraron en decadencia, tal y como veremos. Pero lo más llamativo fue la severa detención del programa de investigación científica de todo orden que había desarrollado el Islam Clásico entre los siglos VIII y XIII. Las aportaciones posteriores a esa época son irrelevantes, por no decir inexistentes. Desde una perspectiva política los imperios fueron organizaciones muy sólidas que arrostraron con éxito las amenazas externas. De hecho, su expansión territorial no se detuvo hasta finales del siglo XVII. En 1683 los otomanos intentaron tomar Viena por segunda vez. Fueron derrotados, y como consecuencia de ello, y de las posteriores campañas austriacas, tuvieron que retirarse hasta la orilla meridional del Danubio. La mayor extensión territorial del Imperio mogol se alcanzó a comienzos del siglo XVIII, durante el reinado de Aurangzeb (1658-­‐1707). En su apogeo, los mogoles controlaban toda la península del Indostán (India, Pakistán y Bangladesh) a excepción del extremo sur, así como una gran parte de Afganistán. Encerrado entre los dos anteriores, el Imperio safaví no tenía posibilidades reales de expansión; pero el hecho de que pudiera mantener 5 Determinar la capital del Imperio mogol es más complicado de lo que parece. En rigor, ésta se situaba allí donde residía el emperador y su campamento. Si los testimonios son ciertos, ese campamento podría reunir entre 300.000 y 400.000 personas. Normalmente esa gran corte estaba asentada en una de las tres capitales de Lahore, Delhi o Agra. Pero Akbar y, sobre todo, Aurangzeb, pasaron largas temporadas de campaña viviendo, con su ejercito, en el Decán y otras regiones. Poco antes, el emperador Sah Jahan había decidido construir una capital fija aledaña a Delhi, a la que llamó Sahjahanabad; pero no parece que cumpliera plenamente la función para la que se diseñó hasta la muerte de Aurangzeb, cuando el imperio empezó a desintegrarse. Por eso, incluso la afirmación de que durante el reinado del emperador “Tal” la capital fue “Cual” no deja de ser una verdad a medias. Como idea general puede decirse que Agra fue la residencia preferida de los emperadores mogoles hasta la llegada al trono de Aurangzeb. Desde entonces, lo sería Delhi. Por lo demás, tampoco éste es un caso único: ¿cuál era la capital de España con los Reyes Católicos o Carlos V? 15 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India sus fronteras hasta muy poco antes de su desaparición es un claro indicio de su fortaleza. Nada de esto es baladí. El mero mantenimiento de la paz constituye una condición para el progreso. Y en algunos casos, como Irán, fue una agradable novedad después de varios siglos de devastación. La buena memoria que dejó la monarquía safaví en Persia debe mucho a su programa religioso, pero también a que logró una relativa paz. De todos modos, tampoco debe exagerarse este logro. Las capitales y lo que podríamos considerar como el “centro” de los imperios permanecieron alejados de la guerra. Pero ésta existía. Entre 1514 y 1638 el imperio safaví mantuvo un intermitente conflicto militar con el imperio otomano, cuya razón última era religiosa más que territorial (los otomanos eran musulmanes suníes; los safavíes chiíes). Fue un conflicto con muchas intensidades, en el que se alternaban períodos de “guerra fría” con otros de enorme destrucción. Bagdad y Basora, que no eran el “centro” de ninguno de los dos imperios, cambiaron de manos en varias ocasiones. De hecho, la frontera entre los dos imperios no empezó a fijarse hasta mediados del siglo XVII. Más al oeste, el sultán de Estambul no dejó de batallar contra varias potencias europeas, especialmente Venecia y los Habsburgo españoles y austriacos, por el control de varias plazas del Mediterráneo; así como contra los austriacos y polacos en los Balcanes y los rusos en las estepas de Ucrania. Mucho más al Este los safavíes disputaron a los mogoles y a varios reinos uzbekos el control de Afganistán; como en el Oeste, ciudades importantes, como Kandahar y Herat, cambiaron de manos varias veces. Pero todos estos conflictos fronterizos fueron pequeños en comparación a los de la India, donde las campañas militares de los emperadores mogoles fueron continuas. Sobre todo con los dos últimos, Sha Jahan y, más que nadie, Aurangzeb; enseguida volveremos sobre ello. Si los grandes imperios islámicos no lograron una seguridad completa o permanente con el exterior, aun menos éxito tuvieron dentro de sus propias fronteras. Desde esta perspectiva, el Imperio otomano constituye el ejemplo más acabado de incapacidad política. Desde finales del siglo XVI hasta su desaparición a comienzos del siglo XX, vivió en un estado casi permanente de conflicto interno. Las causas eran diversas. En unos casos el poco dinamismo económico, las imposiciones fiscales y la arbitrariedad de los gobernantes regionales –que no eran más que un reflejo de las del propio califa-­‐sultán de Estambul– provocaron recurrentes explosiones de violencia. Las más graves fueron las revueltas jelali de los siglos XVI y XVII, 16 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India ocurridas en la península de Anatolia. Fueron levantamientos de campesinos pobres, motines de hambre o, más bien, motines contra los impuestos y la arbitrariedad; no pocas veces alentados por intereses particulares de sipahís empobrecidos, un asunto sobre el que volveremos más adelante. No tuvieron consecuencia alguna en la formación de nuevas estructuras políticas, y tampoco provocaron un cambio en la forma de entender las relaciones entre gobernantes y los gobernados. En definitiva, fueron absolutamente inútiles, pero mantuvieron varias provincias del imperio en un permanente estado de inseguridad. Igualmente, hubo conflictos con grupos religiosos disidentes, como los alevís de Turquía (una confesión menor del islam, distinta del sunismo, del chiismo duodecimano o iraní, y del alauísmo de Siria). Y también, aunque en diversos momentos, contra distintas comunidades cristianas de Europa, como los albaneses, los rumanos o los griegos. De hecho, la última “hazaña” de aquel imperio antes de desaparecer fue el genocidio perpetrado contra los armenios y otras comunidades cristianas, ya en los albores del siglo XX. En otros casos, los problemas no tenían una base popular, sino que procedían de las ambiciones de los gobernadores regionales o, en un sentido más genérico, de poderes autónomos supuestamente integrados en el sistema, como los mamelucos en Egipto, o los cuerpos jenízaros y las fuerzas locales de Argel y Túnez, que reivindicaban un mayor protagonismo. En distintas fechas entre los siglos XVII y XIX, esas fuerzas acabaron separando el norte de África del Imperio otomano, si no de iure, sí de facto. Y lo mismo sucedió, por ejemplo, en Basora. La desintegración del Imperio mogol en el siglo XVIII fue igualmente una consecuencia de la emergencia de estos poderes regionales en el contexto de una sucesión discutida. Una tercera fuente de disensión interna fueron esos conflictos sucesorios. Los principios por los que se regía la sucesión del monarca eran, básicamente, los mismos que los que regían la herencia de cualquier propiedad. La única peculiaridad era que, por razones políticas bastante obvias, era imposible fragmentar el imperio (a veces se intentó, sin éxito). De ahí que todos los hermanos varones, incluidos los nacidos de esclavas, tenían iguales derechos de acceso al trono. De hecho, en el Imperio otomano en determinados períodos parece que los hijos de las esclavas tenían una cierta preferencia sobre los de las esposas. En todo caso, no existía un mecanismo ordenado para designar al heredero, de modo que, a menudo, las disputas se resolvían con la eliminación física de los pretendientes 17 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India derrotados, así como de familiares, amigos y deudos. Esta brutal refriega no solía exceder el ámbito palaciego. Pero algunas veces el conflicto se convertía en una guerra civil que podía alcanzar proporciones considerables. La primera de las grandes guerras que tuvo que afrontar Aurangzeb como emperador la libró contra sus dos hermanos y su padre, desahuciado pero aún vivo. La existencia de conflictos latentes no resueltos es un indicio de la mala gestión de los asuntos públicos. Más adelante veremos que no es el único. De todos modos, tampoco puede decirse que esa gestión fuera igual de mala en los tres casos. En conjunto, probablemente el imperio peor gestionado fue el otomano; y probablemente el que lo hizo mejor fue el mogol. No obstante, precisamente este imperio en su etapa final constituye uno de los mejores ejemplos de ineptitud política de todos los tiempos. El largo reinado del último de los grandes emperadores mogoles, Aurangzeb, fue una sucesión de iniciativas desafortunadas (por no decir criminales) que condujeron al imperio a un punto de no-­‐retorno; que, no obstante, sólo se materializó tras la muerte del emperador. De forma resumida, Aurangzeb destruyó el delicado juego de equilibrios que hasta entonces había sostenido al imperio al llevar a cabo una política exterior expansionista y una política interior intransigente. La pretensión de convertir al Imperio mogol en un estado verdaderamente islámico que aglutinara a todos los musulmanes de la región era poco sensata, e incluso llevó a la desafección a muchos musulmanes. Esa política ya había comenzado con su padre, Sha Jahan; pero no llegó a tomar velocidad hasta su reinado y el estallido de la guerra contra dos estados hindúes del Sur, Bijapur y Golconda, en la década de 1680. Desde entonces, y hasta su muerte en 1707 (o, más bien, la conquista británica de la segunda mitad del XVIII), la India sólo conoció la guerra. Los últimos años de su vida fueron una continua aunque difusa campaña militar contra todo tipo de enemigos internos y externos. Tras su muerte, cuatro guerras sucesorias redujeron la extensión del Imperio mogol a un parte muy pequeña de lo que había sido. Tan sólo uno más de los muchos estados rivales en los que la India quedo dividida. Aurangzeb ha pasado a la Historia como un ejemplo de intolerancia y estupidez sólo igualado en tiempos recientes por algunos dictadores fascistas y comunistas. Pero más allá de los errores políticos y las carencias afectivas (ambos, quizás, exagerados), conviene observar su largo reinado dentro de la lógica del Imperio mogol. Como los imperios otomano y 18 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India safaví, el mogol era una autocracia militar. No era menos “autocrático” que los otros imperios, y seguramente era más “militar”, si es que ello era posible. Desde la época del sultanato de Delhi, o desde mucho antes, la guerra consumía una cantidad ingente de recursos. Quizás por eso la India ha sido la cuna de tantos santones pacifistas, desde Sidharta Gautama Buda hasta Mahatma Gandhi (aunque precisamente éste vivió en la época más tranquila de todas, el Raj o Imperio británico). Los ejércitos del Mogol, como los de los estados rivales, podían congregar a decenas de miles de soldados de infantería armados en una abigarrada mezcla de cuerpos. Estos eran auxiliados por hileras de elefantes armados, y, sobre todo, por cuerpos de caballería que reunían a miles de jinetes. Por último, y no menos importante, los ejércitos indios contaban con una nutrida artillería. Toda esta maquinaría se sostenía sobre un sistema fiscal centralizado, relativamente sofisticado, y opresivo. De hecho, la inmensa mayor de los recursos generados sólo servía al Ejército. La suposición de que la India ha sido un país pacífico e indefenso, digamos que “espiritual”, forma parte del cúmulo de tópicos que reafirman nuestra visión eurocéntrica del universo (visiones que, además, son marcadamente occidentales: John Lennon y George Harrison practicando la meditación trascendental con el gurú Maharishi, etc.) Lo cierto es que el Imperio mogol siempre estuvo en guerra. Podemos distinguir cuatro fases: la expansión inicial (1526-­‐1605) con Babur, su hijo Humanyu y su nieto Akbar. La de Pax mogólica (1605-­‐1658) con sólo dos emperadores, Jahangir y Sah Jahan (el constructor del Taj Majal) en la que la guerra se limitó a la conquista de algunos estados fronterizos. La explosión bélica de Aurangzeb (1658-­‐1707). Y las luchas de sus sucesores hasta la desaparición efectiva del imperio (1658-­‐1754). Quedaría una quinta etapa que acabaría con la toma de Delhi por los ingleses en 1803 y el fin “oficial” del imperio. Dicho de otro modo, toda la historia del Imperio mogol no es más que el relato de una sucesión de guerras, de alta o baja intensidad. Para los campesinos y la gente corriente, formar parte del bando “ganador”, el de los mogoles hasta el siglo XVIII, no era necesariamente mejor que formar parte del otro bando. Al margen de las exacciones fiscales, estos sufrían la inestabilidad derivada de las constantes rebeliones de hindúes, musulmanes y sijs. Particularmente desde que, a mediados del siglo XVII (y antes de la llegada al poder de Aurangzeb) varios príncipes hindúes liderados por Shivaji Bhosale empezaran a construir el que acabaría siendo el Imperio/confederación maratha, el gran rival de los 19 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India mogoles en la India. La etapa final fue especialmente dolorosa. El proceso de desintegración del imperio mogol tuvo varias líneas de fractura –las minorías étnicas, los gobernadores regionales– y se prolongó durante más de medio siglo. Y como si todas las desdichas hubiesen querido reunirse en esa parte del mundo, el país sufrió dos invasiones desde Afganistán, en 1739 y en 1761, dirigidas por los caudillos Nadir Sah y Ahmad Sah Durrani. Todo sea dicho, para cuando se produjo la segunda poco quedaba del gran Imperio mogol (y, después, poco quedó del maratha). En cuanto al Imperio safaví, el menor de los tres, también fue el que tuvo menos problemas internos; lo que seguramente obedece a su menor extensión territorial y mayor homogeneidad. No obstante, sufrió conflictos de naturaleza similar a los del Imperio otomano. De hecho, desapareció como consecuencia de una revuelta de las tribus afganas de su extremo oriental, una región que siempre estuvo mal controlada por la autoridad central. Por entonces, 1723, el Imperio mogol estaba en pleno proceso de desintegración, de modo que podemos situar el fin de los dos imperios más o menos por los mismos años. Tras un interregno, el Imperio safaví fue reemplazado por otro imperio con una extensión similar, el del citado Nadir Sah, que fue, quizás, el gran imperio más efímero de la Historia. A su muerte en 1747 se derrumbó, siendo reemplazado por varios estados. Las consecuencias económicas de todos estos conflictos fueron diversas, como diversa era su intensidad y la perseverancia de los emperadores en lograr sus propósitos. Así, normalmente la inacabable guerra entre safavíes y otomanos no interfería en el comercio de la Ruta de la Seda. Entre los dos imperios existía un acuerdo no escrito para no entorpecer la actividad de los mercaderes. Pero no siempre se cumplió. Por ejemplo, a finales del siglo XVI el Imperio otomano intentó bloquear el comercio exterior con grave perjuicio propio; aunque, se esperaba, comparativamente menor que el causado al enemigo safaví. Este fue uno de esos períodos de guerra “caliente”, con consecuencias dramáticas sobre la población y la economía. Así, dentro de esta política de “guerra económica”, los ejércitos victoriosos del sultán otomano Murad III se llevaron por la fuerza a toda los artesanos de Tabriz, la segunda ciudad de Irán, tanto para frenar su crecimiento como para aprovechar las habilidades de aquellos hombres. Como veremos, los safavíes hicieron cosas semejantes con sus propios ciudadanos. En la India, inicialmente las guerras de los mogoles no tuvieron consecuencias especialmente dañinas. Las batallas se resolvían en campo abierto y de forma rápida, sin que hubiera grandes represalias sobre los vencidos. Pero 20 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India a partir de mediados del siglo XVII todo cambió. Las campañas de conquista del Decán emprendidas por Aurangzeb fueron mucho más duras que todas las anteriores. Los numerosos levantamientos contra el emperador adquirieron un cariz cada vez más sectario y salvaje. En fin, el cúmulo de conflictos que acompañó al derrumbe del Imperio mogol causó la muerte directa de varios cientos de miles de personas, y la extensión de hambrunas tremendas por todo el Sur. En resumen, los tres grandes imperios islámicos de la Edad moderna no fueron estructuras políticas estables. Pero, como vimos, tampoco lo fue el Imperio abasida y sus sucesores, y eso no le impidió ser próspero. Lo que en realidad distingue a esas entidades es el contraste cada vez más hondo entre su estancamiento y el progreso del resto del planeta. De nuevo, nuestra visión eurocéntrica de la Historia, y el hecho de que esos siglos coincidan con los de la expansión europea, nos hace percibir esa situación con tonos demasiado sombríos. Pero ese mismo eurocentrismo no debe hacernos perder de vista que, desde la perspectiva de los musulmanes e indios de entonces, y de ahora, esos grandes imperios fueron símbolos de impiedad, tiranía y, en fin, decadencia. A comienzos del siglo XVIII el territorio comprendido por el Islam y la India era una zona pobre y atrasada, tanto con relación a sus vecinos chinos, japoneses y europeos, como con relación a ellos mismos, a su brillante pasado. ¿Por qué las cosas sucedieron así? ¿Por qué el desarrollo económico del Islam y la India parecen haberse detenido en la Edad moderna? A continuación analizaremos varias posibles explicaciones sobre las causas de este declive. El orden será creciente desde las menos a las más satisfactorias. Es decir, 1º el desequilibrio entre la población y los recursos (la trampa maltusiana). 2º la influencia occidental sobre el comercio. 3º la religión. Y 4º la forma del Estado. A mi juicio, las dos primeras son radicalmente falsas, la tercera inaprensible, y sólo la última es realmente válida. 21 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India 3.3 POBLACIÓN Y RECURSOS Empecemos por la explicación que habitualmente no es satisfactoria, es decir, la maltusiana; que en el caso del Islam resulta especialmente insatisfactoria. Quizás no tanto en la India. En la novela 1984, la terrorífica fantasía de George Orwell, el territorio comprendido por el Islam y la India constituía el campo de batalla de los tres grandes imperios en la convenida y perpetua guerra universal destinada a subyugar las mentes y cuerpos de todos los hombres. El bando que dominara ese territorio tendría una imbatible superioridad económica, y por eso antes de lograrlo los otros dos se conjuraban para derrotarle, haciendo que la guerra fuera eterna. Por supuesto, todo esto es una pesadilla política con pocos visos de hacerse realidad; tampoco parece que Orwell en 1948 pensara que ése era el futuro que nos esperaba en 1984. En todo caso, no le faltaba un punto de razón al imaginar ese tremebundo conflicto bélico, pues el territorio comprendido entre Marruecos y Java podría ser considerado como la región más rica (y “central”) del planeta. Las mayores reservas de petróleo, los valles más productivos, las mejores comunicaciones navales… todo hace del Islam y la India un espacio de inmensas riquezas, y explica porque allí vive más de la tercera parte de la población mundial. Por supuesto, la valoración de los recursos hace 200 o 500 años sería muy diferente (por ejemplo, el valor del petróleo sería igual a cero), pero el resultado final no cambiaría. En lo que históricamente ha sido la principal fuente de riqueza, la agricultura, el territorio comprendido por el Islam y la India comprende cuatro de los ocho grandes sistemas fluviales del mundo que admiten sistemas de regadío por gravedad sin demasiadas complicaciones: los valles del Nilo, Éufrates-­‐Tigris, Indo y Ganges (los otros cuatro son los de los ríos Amarillo, Yangtsé, Perla y Mekong; quizás podría añadirse alguno más, como el Amu Daria o el curso alto del río Níger, que igualmente forman parte del Islam). No es una casualidad que en este gran espacio surgiera la primera civilización propiamente dicha, y, por tanto, la Historia. Lo único que es objeto de debate es si esto sucedió en Mesopotamia o en Egipto. Además de contar con grandes sistemas hidráulicos, los árabes, turcos, persas, bereberes, kurdos y los otros pueblos del Islam podían aprovechar las ventajas que ofrecía un espacio agrícola muy diverso. Los grandes valles tienen acceso a comarcas con producciones agrícolas o ganaderas 22 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India complementarias. Desde ellos se accedía a llanuras bajas, a veces costeras, en las que se desarrolló una agricultura de huerta, así como otras producciones de secano. En dirección opuesta se alcanzaban estepas frías con una notable producción ganadera. Pronto aparecieron los intercambios. La escasez de ciertos bienes, singularmente madera y pieles, y también esclavos, propició un tráfico mercantil intenso entre, por ejemplo, Irán e Irak o Egipto y Sudán. De todos modos, el tráfico de hombres y mercancías se enfrentaba a dificultades derivadas de la mera distancia. De ahí que a menudo el suministro de productos ganaderos haya sido deficiente. Una situación semejante se vivía en la India, en sí misma un “subcontinente” con producciones agrícolas diversas y numerosas posibilidades comerciales entre sus regiones; pero que igualmente pudo padecer problemas de suministro ganadero. Curiosamente, en una y otra región la disponibilidad de carne estuvo (y está) limitada por normas religiosas relativas al ganado porcino, en el Islam, y bovino, en la India (y por razones opuestas: los cerdos son “impuros” y las vacas “sagradas”). Se podría esperar que con semejante riqueza agrícola (no tanto ganadera) la evolución demográfica de estas regiones durante la Edad Moderna hubiera sido expansiva. Al fin y al cabo, en comparación al mundo moderno ese territorio, como todo el planeta, estaba relativamente poco poblado. Sería de esperar un lento proceso de colonización y roturación de la tierra que culminara, tras un número de crisis de creciente frecuencia, con un paisaje agrícola muy poblado. Entonces los pueblos árabes, turcos, persas, indios, etc. se enfrentarían a la clásica “trampa maltusiana”, es decir, una situación en la que los recursos estarían ampliamente explotados, la población sería numerosa y las condiciones de vida miserables, ya que los incrementos de producción derivados de las (hipotéticas) mejoras técnicas o de la explotación de nuevos recursos serían rápidamente absorbidos por una población que crece, cuando puede, con fuerza. La debilidad de las fuentes no nos permite conocer con detalle las tendencias demográficas y económicas del Islam y la India, pero la información disponible ofrece una imagen diferente. Puede decirse que, en efecto, las condiciones de vida no eran buenas. Pero los recursos estaban muy lejos de ser explotados de forma óptima… o, simplemente, explotados. En cuanto a la población también estaba muy lejos del máximo teórico con la tecnología y los recursos existentes. Pero, además, las trayectorias demográficas seguidas por los tres imperios durante la Edad moderna fueron muy diferentes. En efecto, y de forma resumida, el Imperio otomano 23 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India permaneció, en el largo plazo, estancado; el Imperio safaví tuvo un crecimiento razonable, aunque muy matizable desde la perspectiva que ofrece el punto de partida; y el Imperio mogol experimentó una muy notable expansión, aunque frenada en su etapa final por diversos acontecimientos políticos. Empecemos por el Islam. Tras la debacle de las invasiones mongola-­‐ turcas (que, de todos modos, sólo resultaron catastróficas en una parte de la región) y las guerras de conquista de turcos y safavíes, hacia 1530 en el Imperio otomano podrían vivir unos 25 millones de personas, y en el safaví otros cinco o seis millones. Tres siglos más tarde, hacia 1800, el Imperio otomano tenía prácticamente la misma población, aunque distribuida de modo algo diferente. Mientras que Europa había experimentado un crecimiento débil, pero crecimiento al fin, Anatolia, el norte de África y Próximo Oriente tenían menos población que tres siglos antes. De ahí que en el siglo XVIII, y a pesar de la pérdida de Hungría y otros territorios, el Imperio otomano fuera más “europeo” de lo que nunca lo había sido. Resulta inevitable asociar esa evolución diferenciada con la religión: las provincias europeas eran, con alguna excepción, cristianas; y las asiáticas eran, también con alguna excepción, musulmanas. Pero es que, además, una de las pocas provincias asiáticas que prosperó fue el Líbano, que por entonces, y en gran parte, era cristiano maronita. En general, en el Imperio tardo-­‐otomano las comunidades no musulmanas prosperaron más que las musulmanas cualesquiera que fuera el lugar en el que vivieran. Más adelante volveremos sobre lo que de significativo (o no) puede haber en todo esto. Lo que por ahora hay que advertir es que incluso considerando la pérdida de territorios, el crecimiento demográfico otomano fue muy pequeño y casi centrado en Europa oriental. El Imperio safaví y sus estados sucesores habrían experimentado en esos siglos un crecimiento algo mayor, hasta los 10 millones de personas. Pero es importante observar que esta región partía de niveles muy bajos. Las invasiones mongolas y turcas no sólo habían ocasionado la habitual destrucción de ciudades. También el retroceso de la vida agraria a favor de la ganadera y, por tanto, un fuerte descenso de la población campesina; lo que es decir la inmensa mayor parte de la población. De ahí que necesariamente una parte del crecimiento demográfico en el Imperio safaví deba atribuirse a la paz y el lento retorno a un estado “normal” de la economía; que aun así no se logró hasta una fecha incluso posterior. 24 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Dado que no hubo grandes e imprevistas catástrofes demográficas (es decir, distintas de las habituales pestes y hambrunas), los pobres resultados demográficos de esos dos imperios sólo pueden interpretarse como un fracaso. Y no sólo desde la perspectiva de la gente corriente sino, y especialmente, de la clase dirigente. Si el objetivo de un gobernante típico de la Edad moderna era una cierta prosperidad que les permitiera disponer de hombres y dinero, es decir, de un gran ejército, emperadores otomanos y safavíes fracasaron. Podría decirse que fracasaron más los primeros que los segundos, pero en cualquier caso, ambos. Militarmente, el Imperio otomano no ganó ningún territorio importante desde el Solimán I el Magnífico (1520-­‐
1566); salvo, precisamente, a los safavíes, cuya interminable guerra se inclinaba a favor de unos u otros. Obviamente, la explicación de este estancamiento económico y, por tanto militar, debe situarse en el sector agrícola. Como hemos visto, las condiciones naturales de partida en el Islam eran muy buenas. Sin embargo, en general la agricultura practicada en esos grandes imperios no fue innovadora. Los cambios introducidos en las técnicas agrícolas en los diez siglos que separan los califas electivos de los imperios otomano y safaví fueron muy pocos. Es cierto que en los primeros tiempos los árabes descubrieron o mejoraron técnicas de irrigación y de cultivo intensivo que permitieron el desarrollo de una próspera horticultura, por ejemplo, en el Mediterráneo o Irán. Pero más allá de esto, los únicos cambios significativos fueron la extensión o el retraimiento del área de cultivo. Lo primero sucedió en períodos de expansión demográfica, por ejemplo, durante el siglo XVI. Lo segundo, durante las invasiones de pueblos nómadas, en los aledaños del desierto arábigo, del desierto del Sahara y, sobre todo, en Irán. La “nomadización” de la nación persa fue un proceso de considerables consecuencias económicas y sociales, que incluso explica la “chiización” del país. En todo caso, en el conjunto del Islam los efectos de estos procesos pudieron compensar holgadamente la conquista de nuevas tierras agrícolas. En la Edad moderna, y especialmente alrededor del mar del Norte, se fueron introduciendo nuevas técnicas agrícolas que dieron lugar a lo que sí ha venido en llamarse “Revolución agrícola”. Su extensión al Islam o la India hubiera sido imposible porque esas técnicas exigían un régimen pluviométrico relativamente uniforme, sin veranos secos o muy lluviosos; el tipo de clima que no existe en el Mediterráneo y los países monzónicos. No obstante, otros cambios sí hubieran sido posibles. En particular, la extensión de los sistemas de irrigación, la introducción de nuevos cultivos y 25 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India la comercialización de productos. De todos ellos existen, para distintas épocas, interesantes ejemplos, como el sistema de canales excavados en Irán y, sobre todo desde el siglo XVIII, el cultivo de nuevas plantas (maíz, algodón, frutos secos) en diversas zonas del Imperio otomano. Estos procesos estuvieron circunscritos a algunas regiones que se vieron muy beneficiadas; sobre todo, con relación a sus vecinas. En todo caso, no hubo una verdadera revolución agrícola. Simplemente, se cultivó con más frecuencia plantas conocidas de antaño, o se introdujo el cultivo de otras con medios que no podrían considerarse avanzados. La principal producción agrícola en el Islam, el trigo u otro cereal de características semejantes (mijo, cebada, espelta, alforfón…), habitualmente cultivado sobre secano y, en algunos lugares, mediante regadío por inundación, no cambió en absoluto. En uno u otro caso se siguieron empleando técnicas tradicionales, que en muchos casos eran milenarias. En resumen, desde tiempos anteriores a la misma llegada del islam, o poco después, apenas se puede reconocer progreso técnico en la agricultura hasta bien entrado el siglo XIX o, más bien, el XX. Un rasgo característico de estos procesos es que, en la medida en la que dependían del Estado, bien como financiero, bien como garante, las realizaciones fueron mínimas. Los imperios otomano y safaví (así como el mogol) hicieron poco o nada para promover las mejoras agrícolas o asegurar un mercado para las nuevas o viejas producciones. Enseguida veremos que, al contrario, fueron un obstáculo para el desarrollo del sector primario. Allí donde esos estados no llegaban, y donde su participación no era necesaria de modo directo o indirecto, fue donde se produjeron los mayores progresos. En todo caso, las realizaciones fueron pequeñas, lo que explica una parte del atraso demográfico y económico del Islam (la India, como veremos enseguida, fue diferente). Lo que, desde luego, no puede explicar nada es el desequilibrio entre población y recursos. Los campesinos de los imperios otomano y safaví tenían que sobrevivir bajo condiciones precarias de vida derivadas de un entramado de intereses que les condenaba a la pobreza. Pero la falta de recursos no era la causa de su miseria; al menos desde la perspectiva del conjunto de la población. No se puede hablar de trampas maltusianas cuando las tierras sin cultivar o mal empleadas eran muy numerosas. La mejor prueba de ello es que en el siglo XIX (a veces, desde el XVIII), y una vez que se alteró ese entramado institucional, 26 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India todos los países musulmanes experimentaron un fuerte crecimiento demográfico. Y lo más significativo: sin que hubiera mejoras agrícolas relevantes, lo que precisamente revela que los recursos eran abundantes con relación a la población. En ese siglo se sucedieron cambios importantes en la orientación y los modos de actuar de las élites gobernantes, que culminaron en la colonización europea de parte del Islam a partir de la década de 1880 (en algún caso, antes). Esas nuevas estructuras políticas anteriores a la llegada de los europeos, aunque influidas por ellos, así como los nuevos modos de ejercer el gobierno, trajeron un cambio lento, pero profundo, en los sistemas de propiedad de la tierra y de control del campesinado. Igualmente, hubo una mejora de las comunicaciones y los transportes. Todo esto fue suficiente para que, con los mismos recursos, y con las mismas (o casi las mismas) técnicas agrícolas, la población creciera y escapara de los ciclos de expansión, crisis y depresión del pasado. En el Noroeste y en algunas regiones interiores de la India el cereal predominante era el trigo. Allí el tipo de agricultura no era muy diferente de la de los países islámicos: regadío (donde era posible) en el valle medio y alto del Indo, secano en otras partes. Pero en el Sur, en Bengala, en el valle del Ganges e incluso en la desembocadura del Indo dominaba el arroz (que, por cierto, también se cultivaba en la desembocadura del Tigris y Éufrates, aunque esto no parece haber tenido consecuencias importantes). En fin, había provincias en las que se cultivaban los dos cereales en diferentes proporciones. Es importante observar que la distribución de la población en la India era (y es) muy desigual. Las regiones más pobladas con diferencia eran arroceras: el curso medio y bajo del Ganges (Bengala) y el extremo meridional. En cambio, el actual Pakistán y las provincias indias aledañas tenían una baja densidad de población, con la única y discreta excepción del Punyab. Esta imagen no se corresponde con la situación actual debido al fortísimo crecimiento demográfico de los últimos tiempos. No hay motivos para pensar que en la India mogola o anteriormente las técnicas agrícolas mejorasen de forma notable en el cultivo del trigo; pero es posible que las de arroz sí lo hicieran, aunque de forma modesta. Hay testimonios de que los campesinos indios tenían buenas prácticas agrícolas: seleccionaban semillas, realizaban rotaciones simples de cultivos, empleaban diversos abonos, excavaban pozos, y construían canales y artefactos (la noria persa) para irrigar la tierra. No parece que la introducción de innovaciones fuera generalizada, ni que éstas fueran muy 27 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India sofisticadas, pero el sistema no estaba del todo estancado. Seguramente permitía una modesta expansión de las tierras cultivables, aunque no un incremento significativo de su productividad. Al parecer, en época temprana la agricultura india alcanzó una elevada productividad por unidad de superficie, por lo que era difícil incrementarla sin técnicas agrícolas mucho más avanzadas de las que se disponía. En fin, los mismos historiadores indios parten del supuesto de que no hubo crecimientos en la productividad laboral en los siglos anteriores a la colonización británica (y tampoco durante gran parte de ésta). Y a falta de cifras confiables de población, realizan sus estimaciones partiendo de los datos relativamente fiables de 1900 y detrayendo la parte correspondiente a la menor superficie cultivada (sobre la que se pueden hacer cálculos aproximados). Es decir, asumiendo que tanto la productividad de la tierra como la del trabajo se mantuvieron estables entre 1500 y 1900. Este supuesto puede ser incluso demasiado optimista. La insuficiente incorporación de tierras vírgenes (que presumiblemente serían de peor calidad) junto al fuerte crecimiento demográfico, deberían conducir una lenta caída de la productividad por trabajador y, quizás, a un deterioro de las condiciones de vida de los campesinos. Esto derivaría en la aparición de recurrentes crisis de subsistencia que habrían tenido consecuencias demográficas importantes. Y, en efecto, esto es lo que parece haber sucedido. Aunque las deficiencias de la información estadística impiden comprobar fehacientemente esta hipótesis, no hay motivos para pensar otra cosa; y, en cambio, abundan los testimonios sobre la precariedad y las pobres condiciones de vida del campesinado. Por ejemplo, desde el primer momento los viajeros occidentales llamaron la atención sobre la pobreza del campesinado y lo endebles que eran las viviendas indias, tanto en el campo como en la ciudad. Al margen de las enormes diferencias de renta entre los poderosos (la nobleza zamindar y los jagirdar) y los campesinos, entre estos últimos también existía una fuerte graduación en la escala social, que era reforzada ideológicamente por el sistema de castas. No obstante, en un aspecto la agricultura india sí era muy innovadora: los campesinos aceptaban sin reparos la introducción de nuevos cultivos. En diferentes épocas y lugares fueron incorporando (y, en su caso, abandonando) el cocotero, el maíz, la caña de azúcar, el tabaco, el algodón, el sándalo, la pimienta, el índigo, la adormidera, el cáñamo y muchos otros cultivos. Quizás la más notable de todas esas producciones no fuera vegetal, sino animal: los gusanos de seda (y las moreras de las que se alimentan). A 28 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India mediados del siglo XVII Bengala bien pudo haber sido la principal región sedera del mundo. Esta extraordinaria variedad de productos comercializables permitió la penetración de la economía monetaria y el intercambio comercial. Gracias a esta producción agrícola, y a la industrial derivada de ella –sobre todo, textiles de algodón y seda–, el conjunto de la India logró mantener saldos comerciales positivos con el resto del mundo; una posición que sólo podían ostentar China y quizás algún país escandinavo o del Este de Europa. Al parecer, sólo este factor fue suficiente para hacer de la India una región mucho más próspera que el Islam. Hacia el año 1500, y de acuerdo a las groseras estimaciones anteriormente explicadas, en el subcontinente vivían alrededor de 110 millones de personas. Hacia 1800 eran unos 200 millones. Todo hace pensar que el crecimiento demográfico fue muy intenso en el siglo XVI, más lento en el XVII, y aún más lento (si es que no hubo un retroceso) en el XVIII. Esto último se explica por el ciclo de guerras que comenzó con la llegada al trono mogol de Aurangzeb, y que no concluyó hasta la definitiva conquista de la India por los ingleses en 1818. En todo caso, el crecimiento volvió a ser vigoroso en el siguiente siglo. Hacia 1900 vivían en la India casi 300 millones de personas, lo que supone un ritmo de crecimiento aún mayor que el del siglo XVI. Y que es muy notable si tenemos en cuenta que en esos años no hubo mejoras tecnológicas, y que los flujos comerciales de productos alimenticios hacia o desde la India no eran importantes en comparación a su población. Así pues, el crecimiento se basó en la simple extensión del cultivo a tierras vírgenes. Sin mucha pérdida, el mismo argumento podría extenderse 20 o 30 años más, en los que la población creció aún más deprisa (en 1930 ya había 350 millones) y no hubo mejoras técnicas relevantes. De todos modos, la etapa de crecimiento más intenso aún estaba por venir. En resumen, cualesquiera que fueran los motivos por los que la India y el Islam tenían niveles de vida inferiores a los de Europa o China, el enfoque maltusiano no resulta apropiado. O dicho de otro modo: los problemas de crecimiento de la renta y de la población deben contemplarse bajo la luz de numerosas restricciones tecnológicas, políticas e institucionales; hipótesis que al no ser fundamentales, sino ad hoc, invalidan ese enfoque. En la Edad moderna los campesinos y el conjunto de la población de la India y el Islam no disfrutaban de ingresos elevados; pero nada hace pensar que esto fuera debido a la carencia de recursos, pues ni estos eran pocos, ni la 29 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India población era excesiva, tal y como se demostraría en los siguientes dos siglos. Los problemas, y su solución, deben buscarse en otro lugar. 3.4 CIUDADES EN EUROPA Y ASIA. Una segunda explicación sobre el atraso de la India y el Islam podría estar en la colonización europea o, más bien, en la llegada de los europeos al océano Indico. En realidad, es una argumentación aplicable no sólo al Islam y la India, sino a todo lo que hoy en día se denomina Tercer Mundo. De forma resumida, esta hipótesis sostiene que la aparición de los europeos habría provocado un cambio en la especialización productiva mundial (o, si se quiere, en la división internacional del trabajo) de forma que el mundo se habría dividido en dos bloques: naciones industrializadas y no-­‐
industrializadas. Las primeras se habrían especializado en la producción de bienes manufacturados que venderían a las segundas a cambio de materias primas que servirían para fabricar esos mismos bienes. Dado que la relación real de intercambio evolucionó a favor de los bienes manufacturados, los países industrializados se fueron haciendo más ricos; y lo hicieron a costa de los demás. Evidentemente, el comercio internacional habría desempeñado un papel crucial puesto que serviría para poner en contacto a unos países con otros, acelerar la especialización productiva, y proporcionar mercados de bienes y factores a los países ricos. Por eso, y porque son estos países lo que precisan esos mercados, el comercio internacional sería una actividad alentada y protegida desde los gobiernos europeos. De ahí que, a la postre, la colonización, el imperialismo, etc. fueran consecuencias inevitables de todo esta temprana globalización. La inmensa mayor parte de los teóricos de la economía (aunque no tanto los historiadores económicos o, en general, “estudiosos de la Economía”) rechazarían este esquema porque contradice lo poco que sabemos sobre esta ciencia. El comercio no es una juego de suma cero; es decir, una actividad en la que lo que unos ganan es lo que otros pierden. Simplemente es una actividad que permite asignar recursos de forma eficiente proporcionando ventajas derivadas de la especialización. Tomando el conocido argumento de Ricardo, los portugueses hacen vino, y lo hacen bien, porque tienen experiencia, viñas, bodegas, buen tiempo, etc. Los ingleses hacen tejidos, y los hacen bien, porque tienen experiencia, telares, 30 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India fábricas, ovejas, etc. ¿Es bueno para los ingleses cambiar sus tejidos por vino portugués? Sí. ¿Es bueno para los portugueses cambiar su vino por tejidos ingleses? Sí. Puesto que todos salen ganando el comercio no es un juego de suma cero. Introduciendo algún supuesto razonable, el argumento se puede ampliar para el caso de que uno de esos dos países sea más eficiente que el otro en la producción de los dos bienes, lo que llevaría al otro país a especializarse en el bien en el que es menos ineficiente. Se puede contradecir lo anterior diciendo que los portugueses (o los ingleses) salen perjudicados a largo plazo al especializarse en la producción de vino (o de telas). Pero, ¿realmente hay alguien que pueda predecir el futuro? Nadie puede afirmar que un sector económico sea más prometedor que otro ex ante porque nadie puede saber cuál será el nivel relativo de los precios a 200, 50 o 10 años vista. Una prueba de ello es que, en contra de lo que quizás se hubiese previsto, hoy en día el vino portugués es una industria muy capitalizada y rentable, con mercados asentados en países ricos y buenas perspectivas en mercados emergentes. En cambio, la industria textil inglesa lleva más de un siglo arrastrando una existencia lánguida, y hoy en día es casi irrelevante en el tejido industrial británico. Y, por cierto, buena parte de los problemas de esa industria se derivan de la competencia ejercida por algunos de los países que en el pasado fueron mercados de bienes y factores para Gran Bretaña, como la India. En fin, lo que nos depara el futuro es imprevisible. La idea de que la relación real de intercambio se mueve siempre en un sentido u otro es infundada. Lo mismo se puede defender la evolución favorable de los precios de los bienes manufacturados a través de su elasticidad renta, que la de las materias primas a través de su creciente escasez. La cuestión es que, en realidad, tampoco importa demasiado saber cómo evolucionarán los precios a muy largo plazo. Lo único cierto, y lo único que realmente importa saber, es que si tú tienes mucho vino, y quieres vestirte, te conviene cambiar tu vino por los tejidos de tu vecino; pues, como diría Keynes, en el largo plazo todos estaremos muertos. No obstante, consideremos el argumento desde una perspectiva “ex post facto”; es decir, cuando las cosas ya han sucedido, en un momento en el que la especialización productiva ha sido (¿casualmente?) favorable a los países industriales. Entonces la cuestión estriba en saber si la llegada de los europeos tuvo como consecuencia acelerar esos procesos. Es decir, favoreció la desindustrialización india y la industrialización europea. Al fin y al cabo, los europeos estuvieron en el Índico desde comienzos del siglo XVI. 31 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Parece necesario hacer siquiera alguna mención a lo que hicieron y las consecuencias de sus actos. Por otro lado, a veces esa mención es casi lo único que se puede contar sobre la India pues hay grandes lagunas históricas sobre lo sucedido allí. Pero hay que ser precavido con la información obtenida pues aquí como quizás en ningún otro sitio existe el riesgo de caer en el eurocentrismo. Se saben muchas más cosas del comercio exterior indio, especialmente con complejidad de la economía del Islam y la India sólo con observar el tamaño de Europa, que de su comercio interior, que necesariamente tuvo que ser mucho más importante. Obviamente, no estamos en condiciones de saber a cuánto ascendía la producción industrial de tal o cual país en 1700, 1500 o 1200 (aunque, por sorprendente que parezca, hay quien se ha atrevido a hacerlo; ¡y a escala planetaria!). No obstante, podemos hacernos una idea a través del grado de urbanización. Una sociedad compleja tendrá un sector industrial bien desarrollado que permitirá la existencia de otras actividades terciarias, como la distribución de esos bienes. Aunque muchos trabajadores artesanos no vivan en la ciudad (de hecho, antes de la Revolución industrial muchos no vivían allí), los que sí lo hacían y todos los que vivían de ese sector servicios podían ser suficientes para sostener urbes de cierto tamaño. En general, la falta de desarrollo urbano y la debilidad de los mercados son causas de atraso económico. O, al menos, síntomas de ello. Calificamos a las sociedades atrasadas como rurales y autárquicas. Y esto es mucho más que un tópico, pues se corresponde bastante bien con lo que sabemos sobre la evolución general de la Humanidad desde el Neolítico hasta ahora. Al revés, el desarrollo urbano del mundo islámico ha sido presentado como la expresión más clara de su éxito como civilización. La ciudad, más que el desierto, habría sido el hábitat natural del islam; como el campo lo habría sido del cristianismo medieval. Con estas visiones se ha incurrido, una vez más, en una interpretación eurocéntrica de los hechos. Desde luego, la distancia que separaba la Cristiandad del Islam (o la India) en la Alta Edad media era enorme. Por entonces, pocas ciudades en Europa tendrían más de 50.000 habitantes. De forma estable, y sin contar a la población flotante, tan sólo París, Londres, Roma y Nápoles. Un puñado, y más o menos el mismo número que ciudades en el mundo islámico, o en la India, superaban los 500.000 habitantes. Pero todo esto, con ser cierto, es poco relevante porque no nos dice nada sobre el Islam; sólo dice mucho de lo mal que estaban las cosas en Europa tras el hundimiento del Imperio 32 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India romano. La comparación que vendría al caso es la que se hiciera con aquellas partes del planeta donde la civilización no se había hundido. Es decir, con Bizancio y China. Visto de este modo, el Islam clásico o la India medieval no parecen tan brillantes, ni diferentes. Resultaría difícil pronunciarse sobre cuál de esas cuatro civilizaciones tuvo un grado de urbanización mayor. En cualquier caso, las comparaciones verdaderamente relevantes no son geográficas sino cronológicas. Por ejemplo, la que podemos hacer entre el mundo urbano preislámico e islámico. Y entre éste y el inmediatamente anterior a la colonización europea. Empecemos por la primera. La civilización islámica se construyó sobre los imperios romano oriental y sasánida, un espacio que ya estaba muy urbanizado antes de la conquista árabe. Sin duda, ésta introdujo cambios importantes en esa red urbana. Quizás el más relevante fue la consolidación de un espacio urbano en Mesopotamia. Pero, al fin, nada sustancialmente distinto de lo anterior. La aparición o expansión de ciertas ciudades se hizo a costa de la decadencia de otras: Córdoba, Cairuán, Fustat-­‐ El Cairo, Bagdad o Basora se convirtieron en grandes urbes. Y al mismo tiempo Mérida, Palmira o Ctesifonte decayeron; incluso algunas ciudades, La otra comparación temporal relevante es la que podemos hacer dentro como Cartago y Petra, desaparecieron. Y, por supuesto, muchas otras – Antioquia, Edesa, Damasco…– se mantuvieron más o menos como estaban. No hay ningún motivo para suponer que el Islam Clásico en su conjunto haya sido una civilización más o menos urbanizada que los imperios que la precedieron. La otra comparación temporal relevante es la que podemos hacer dentro del mundo islámico, pero hacia adelante. Es decir, entre los siglos VIII y IX, y los siglos XVII y XVIII; entre el Islam Clásico y el Islam Imperial. A comienzos del siglo XVII habían aparecido varias nuevas grandes ciudades, unas por la extensión territorial de la civilización islámica –Samarcanda, Estambul, Tombuctú–, y otras por circunstancias políticas especiales –Argel o Meknes–. Otras habían desaparecido –Córdoba, Granada, Cairuán, Siraf– o habían entrado en una profunda decadencia –
Alejandría y otras que veremos enseguida–. Y muchas permanecían más o menos como siempre: Fez, Bagdad, Damasco, El Cairo, Basora, Isfahán… En conjunto, el grado de urbanización no parece haber cambiado a lo largo del tiempo. 33 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Imperio a imperio, la capital otomana, Estambul, creció sobremanera desde su conquista en 1453, de modo que hacia 1600 pudo ser la ciudad más grande del mundo con cerca de un millón de habitantes. Luego entró en declive, aunque volvió a renacer hacia 1700. En definitiva, entre 1500 y 1800 su población estuvo oscilando entre los 550.000 y los 900.000 habitantes. Pero el conjunto de la población de las siguientes 18 ciudades del imperio para las que se tiene datos más o menos fiables pasó de 1,2 millones de personas en 1500 a 800.000 en 1800. Así pues, hacia el siglo XVIII la capital del Bósforo tenía más habitantes que todas las demás ciudades otomanas importantes juntas. En el Imperio safaví, entre 1500 y 1700 las seis ciudades más grandes pasaron de 420.000 a 920.000 habitantes; aunque es importante observar que ese imperio, a diferencia del otomano, sí tuvo un crecimiento demográfico notable. En el otro extremo del Islam Clásico, el pequeño reino independiente de Marruecos también tuvo un modesto crecimiento urbano basado, como el Imperio otomano, en su capital, Meknes. En resumen, el grado de urbanización del conjunto del Islam Clásico en 1800 era más o menos el mismo que en 1500; el cuál probablemente era más o menos el mismo que en 1200, 1000 o 700. No se puede hablar de inmutabilidad porque hubo muchas ciudades que nacieron, crecieron, menguaron y murieron. Alguna (Siraf) incluso recorrió todas las fases. Pero la visión de conjunto no cambió. La India ofrece una imagen diferente. Algunas de las grandes ciudades de la época de los primeros estados musulmanes, como Lahore, Delhi, Benarés o Jaunpur, seguían florecientes con los últimos mogoles. Otras crecieron mucho con aquel imperio, como Patna, Agra o Allahabad. O aún más tarde, en los años de su desintegración, como Lucknow, Hyderabad y las capitales británicas de Bombay6, Madrás7 y Calcuta. En el Sur, pero también en el resto de la India, y prácticamente en cualquier época, aparecieron grandes “flores de loto”; ciudades espléndidas que sólo florecen durante un período breve, como Vijayanagar o Golconda. Durante el Imperio mogol 6 El nombre oficial de Bombay es Mumbai desde que las autoridades indias decidieron borrar por decreto su pasado colonial imponiendo un nombre que alude a una deidad hindú local, Mumbadevi. Por ahora, la gente sigue empleando el nombre con el que la ciudad fue creada, Bombay. La Asociación Oficial de Academias de la Lengua Española recomienda el uso de Bombay. Por cierto, un tercio de los bombaitíes no son hindúes; uno de ellos es el musulmán y premio nobel de literatura Salman Rushdie. 7 Oficialmente Madrás es Chennai, nombre que igualmente es una imposición gubernamental inspirada en los mismos motivos. No obstante, en este caso Chennai sí existía. Era el nombre de una localidad hoy fusionada con la desaparecida Madrás. 34 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India tres ciudades, Agra, Delhi y Lahore, superaban por poco el medio millón de habitantes. Se han hecho cálculos que situarían a otra media docena por encima de los 200.000 habitantes; aunque es probable que hubiera algunas más. Según estimaciones muy imprecisas, hacia los siglos XVII y XVIII alrededor del 15% de la población india vivía en asentamientos urbanos, la inmensa mayor parte muy pequeños, de 5.000 habitantes o menos. Este grado de urbanización es comparable al de Europa por los mismos años; digamos que inferior al de Italia, Inglaterra y Holanda, pero superior al de España, Alemania y Suiza. En fin, el período mogol fue una etapa de neta urbanización. ¿Por qué el mundo urbano otomano permaneció estancado durante tanto tiempo, mientras que las ciudades indias (y de otras partes del mundo) progresaban? El tamaño de una ciudad depende de su capacidad para captar alimentos; y no hay una sola forma de hacerlo. Unas ciudades crecen porque tienen la fortuna de nacer en comarcas agrícolas muy ricas, de modo que pueden extraer alimentos mediante el intercambio de manufacturas, servicios o, simplemente, las rentas de la tierra y los impuestos. Otras se aprovechan de su condición costera: los barcos parten con telas, aceite o lo que fuere, y vuelven con grano obtenido del comercio, de las recaudaciones o, incluso, del pirateo. En todo caso, un crecimiento general del tamaño y el número de las ciudades exige que haya excedentes crecientes en las regiones aledañas, o en las que están más lejos pero que son accesibles por mar. El problema del mundo urbano islámico fue que las posibilidades de esas dos vías se agotaron pronto. A la primera, el incremento de la producción agrícola, ya nos hemos referido: no hubo mejoras en la tecnología agrícola. De nuevo volveremos sobre esto más adelante. Ahora veamos la otra vía de abastecimiento, el mar. Algunas ciudades, las costeras y las situadas en las riberas de los ríos navegables, podían proveerse con el comercio marítimo. De todos modos, en el Islam (y en casi todas partes) la posibilidad de transportar grano desde el mar hasta las ciudades interiores y ribereñas de los grandes ríos suele ser más limitada de lo que parece. En unos casos por la existencia de deltas (Nilo) y en otros por los rápidos, los bajíos y la variabilidad estacional de los caudales (Éufrates y, aún más, Tigris). En la práctica, la navegabilidad de los ríos se limita a tramos muy cortos (Chat-­‐el-­‐Arab, donde confluyen el Éufrates y el Tigris) o a otros más largos pero con barcos de poco calado que no pueden llegar al océano (el Nilo y el Éufrates). También hubo dificultades serias de transporte y acceso al mar en el Indo y 35 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India el Ganges, en este caso relacionadas por la existencia de deltas y por la irregularidad del caudal ocasionada por el monzón. Antes de la llegada de los safavíes, en la costa iraní del Golfo pérsico existió un puerto notable conocido como Siraf. Poco se sabe de él, a pesar de que parece haber tenido conexiones con otros puertos muy lejanos, incluso de China. Debido a la competencia del mar Rojo y Basora, Siraf entró en decadencia y desapareció hacia el siglo XV, de modo que en los primeros tiempos del Imperio safaví no existía ninguna ciudad importante costera en el Golfo dependiente del trono de Isfahan. Esta situación cambió en 1614 con la fundación de Bandar Abbas sobre el enclave portugués de Gamru; enfrente de la fortaleza de Ormuz, que también fue tomada a los portugueses. De todos modos, el crecimiento del nuevo puerto fue muy modesto; hacia mediados del siglo XVII allí no vivirían más de 10.000 personas. No habiendo ningún otro puerto relevante, se puede decir que menos del 0,2% de la población del Imperio safaví vivía en una ciudad costera oceánica. Si incluimos las “no-­‐ oceánicas”, es decir, las del mar Caspio, el porcentaje se eleva un poco gracias a varios pequeños puertos. Pero es interesante observar que sus principales relaciones comerciales no se fundaban sobre la conexión con Rusia, sino a través de la Ruta de la Seda. Quizás Bakú fuera la mayor de esas ciudades, y también la menos conectada con esa vía. En 1723, un año después de la caída de los safavíes, fue tomada por el Imperio ruso. Durante el período de mayor expansión territorial del Imperio otomano las ciudades costeras del mar Mediterráneo y el mar Negro entraron en un rápido declive. Algunas incluso desaparecieron, como Éfeso, que durante el Imperio romano había sido una de las mayores ciudades portuarias del mar Egeo, y que fue abandonada en el siglo XV tras una sucesión de calamidades. Algo parecido podría decirse de la Alejandría de Egipto, que nunca desapareció del todo, pero que era poco más que un pueblo grande a finales del siglo XVIII. El mismo declive se descubre en Beirut o en Antioquía, Siria (aunque parte de su actividad se conservó en la próxima Alejandreta, en turco Iskenderum). Izmir (la antigua Esmirna), a finales del siglo XVI tenía menos de 5.000 habitantes; y aún hubiera tenido menos si un siglo antes, en 1492, no hubiese llegado un numeroso grupo de judíos expulsados de Granada. No obstante, recuperó parte de su posición al convertirse en la base de operaciones de la conquista de Creta y, sobre todo, en la puerta de entrada de productos europeos en Turquía. En resumen, con la notabilísima excepción de Estambul, sólo hubo tres 36 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India ciudades otomanas de cierto tamaño en el Mediterráneo: Izmir, aunque sólo a partir del siglo XVII; Argel, capital de un beylicato (un gobierno militar semi-­‐independiente), y dueña de una gran flota pirata; y Tesalónica, Grecia, ciudad cristiana (también repoblada por judíos españoles). A más distancia estaban otras como Trabzon (antigua Trebisonda) y Túnez, versiones menores de Tesalónica y Argel, respectivamente. En el Líbano, Beirut, Siro y Trípoli, ciudades mortecinas que no empezaron a prosperar hasta el siglo XVIII. Y luego un puñado de pequeñas capitales costeras que servían a su región inmediata: Atenas, Kaffa, Varna, Alejandría, Trípoli (de Libia), Jaffa… Fuera de los mares Mediterráneo y Negro hay que mencionar a otras dos ciudades otomanas costeras, Jedda y Basora. Son muchas ciudades; pero es que también las costas son largas. Estamos hablando de un mundo, el Imperio otomano, construido en la confluencia de cuatro mares, el Mediterráneo, el Negro, el Rojo y el Golfo pérsico. En ese lugar privilegiado para la navegación y el comercio casi todas las ciudades costeras existentes en tiempos de los otomanos eran más pequeñas que con los árabes o romanos. En cambio, las ciudades del interior del imperio lograron mantener cierta vitalidad o, al menos, no experimentaron una decadencia tan pronunciada. Unas se vieron beneficiadas por su condición de capital provincial; otras por estar situadas en la Ruta de la Seda u otras vías comerciales terrestres. Como fuere, no hubo retraimiento o, comparativamente, no fue tan intenso, en El Cairo, Alepo, Damasco, Bagdad, Mosul, Erzurum, Belgrado y Edirne. Esta última (la antigua Adrianópolis) incluso creció con fuerza. Así como Bursa, al otro lado del Bósforo, y etapa final de la Ruta de la Seda (en este caso su clasificación como “ciudad interior” es discutible). En todo caso, su cercanía a Estambul sin duda explica parte de su prosperidad. En conjunto, la población de todas estas ciudades a finales del siglo XVIII no era muy distinta de la de 500 años antes (pues todas existían entonces). Como no podía ser de otro modo, su abastecimiento procedía de las comarcas circundantes. Así pues, el Imperio otomano mantuvo su grado de urbanización volcándose hacia dentro, reforzando las relaciones comerciales terrestres y la Administración, y postergando las rutas comerciales marítimas. Esta imagen puede haber sido oscurecida por la capitalidad de Estambul, una gran ciudad a orillas del Bósforo. Pero la vieja Bizancio (y que oficialmente se llamó Constantinopla hasta 1930) sólo era “la excepción que confirma la regla”. Eso sí, una gran excepción. 37 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Como vimos, la India sí disponía de un denso entramado urbano. Pero al igual que el de los otros imperios no miraba al mar. Y ello a pesar de que la India era una península muy poblada ubicada en medio de un océano surcado por muchas rutas comerciales, y flanqueada por selvas, montañas y desiertos. En fin, tan accesible por mar como inaccesible por tierra. Las principales ciudades indias se situaban en los cursos alto y medio del Indo y el Ganges, aunque algunas grandes urbes aparecieron en la meseta del Decán. La costa carecía de ciudades importantes, aunque algunas sí adquirieron un cierto tamaño. Hacia 1650, y de Oeste a Este, las más importantes eran Cambay (o Khambhat), Diu, Surat, Rajapur, Goa, Mangalore, Calicut, Cochín, Kanchi, Masulipatam, Hugli y Chittagong. De todas ellas, la mayor con diferencia era Surat. Ésta era la heredera de Cambay, que desde comienzos del siglo XVI languidecía por una sucesión de problemas. El menos importante fue la guerra con los portugueses; el más importante el anegamiento de su puerto. Estas dificultades llevaron a Surat a absorber una parte creciente de su tráfico, a lo que también contribuyó la emergencia de un nuevo poder en la zona, el Imperio mogol, que en 1574 se hizo con el control de la zona, la provincia de Gujarat. Bajo el manto protector de los mogoles Surat conjuró la amenaza portuguesa (que, al igual que, Cambay había sido asaltada e incendiada) y aunó el tradicional tráfico con la costa malabar con un nuevo negocio, el transporte de peregrinos musulmanes hacia La Meca. De este modo, durante un siglo fue el principal centro comercial de la India y su ciudad costera más populosa. Ninguna otra ciudad costera india podía compararse con Surat. Y tampoco ninguna fuera de la provincia de Gujarat perteneció al Imperio mogol de forma permanente. Sólo durante la etapa final de expansión con Aurangzeb fueron cayendo algunas plazas costeras notables, como Chittagong, en el delta del Ganges, que estaba gobernada por un rey que contaba con el apoyo de Portugal y los piratas de la zona. No obstante, la mayor parte de las ciudades costeras indias permanecieron libres de su dominio porque aún estaban demasiado lejos (Calicut) o porque contaban con la protección de una potencia europea no hostil (Goa). De ellas, la más grande pudo ser Masulipatam (en hindi, Machilipatnam) el puerto del reino de Golconda en el que Holanda estableció una importante oficina comercial. Fuera de la India, las principales plazas comerciales costeras del Índico eran, al Oeste: Kilwa, Zanzíbar, Malindi, Mogadiscio, Adén, Jedda (el puerto 38 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India de La Meca), Mascate, Basora y Ormuz/Gamru/Bandar Abbas; y al este de la India, Pegu, Pasai y Malaca. La mayor parte de estas ciudades eran pequeñas, algunas poco más que puertos para la carga y descarga de esclavos o mercancías. Las más grandes eran Basora, Pegu y Malaca. Basora, el gran puerto otomano del Índico, resistió con éxito un intento portugués de conquista, pero no los de otros enemigos, por lo que paso de unas a otras manos varias veces. Al este de India, Pegu fue en todo momento el puerto de salida de las mercancías del reino de Birmania. Ya casi en el mar de Indonesia, Malaca, cuya población podría estar entre los 50.000 y 100.000 habitantes, fue tomada por los portugueses en 1511. Fue, con Goa, la mayor ciudad del Imperio portugués; y también una de las mayores del océano Índico. Luego, en 1641, pasó a manos holandesas; y, más tarde, británicas. En definitiva, en el océano Índico había algunas ciudades costeras grandes aunque no enormes (Basora, Surat y Malaca), algunas ciudades medianas (Jedda, Goa, Masulipatam y Pegu), y muchos enclaves. Y todo esto sucedía en una parte del planeta que, quizás de forma exagerada, ha sido calificada como la primera región comercial del mundo. En todo caso, un lugar en el que se comerciaba mucho y donde vivía (aunque no en la misma costa) una parte considerable de la población mundial. Y esto merece una lectura negativa sobre los logros de la civilización india (o indo-­‐
musulmana). Comparativamente, el tráfico europeo alrededor del mar del Norte y el Mediterráneo, o el del mar de China, dieron lugar a ciudades mucho más grandes. Tanto en términos absolutos como relativos, Londres, Nápoles, Osaka, Cantón o Nanking eran mucho más grandes que esas ciudades. Y eso a pesar de que la población de la India era enorme. Aún más significativo: los principales centros urbanos de Europa, China y Japón a comienzos del siglo XVI eran los mismos que a finales del XVIII, de modo que existió una continuidad en el mundo urbano de esas civilizaciones. En cambio, en el Islam y la India las ciudades (y no sólo las costeras) prosperaban o decaían con igual velocidad e imprevisibilidad. Por supuesto, también hubo ciudades que en todo permanecieron, como Basora y Jedda (la última, por razones obvias: era el puerto de La Meca). Pero la norma era el cambio. El mundo urbano costero de mamelucos y bizantinos casi desapareció con los turcos. Gamur/Bandar Abbas fue una creación portuguesa sobre la nada que había quedado tras la desaparición de Siraf, cuyo origen tampoco está claro. La preponderancia de las ciudades esclavistas africanas fue cambiando con el tiempo. En la India encontramos muchos puertos “loto” que sucesivamente se eclipsaban unos a otros. Por 39 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India todo ello, la lista de las grandes ciudades costeras de 1700 no es la misma que la de 1500 o la de 1300. En este sentido, la llegada de los europeos no es, por sí misma, nada nuevo. La próspera Goa portuguesa del siglo XVI se vio sustituida por las factorías holandesas e inglesas de Masulipatam, Pulicat, Cochín y Cambay en el XVII, los cuales antes de acabar el siglo cederían el testigo a los tres grandes puertos ingleses de Madrás, Bombay y Calcuta. El verdadero cambio vino por la consolidación de estos últimos. A menudo, la existencia de grandes ciudades costeras es un hecho histórico relevante porque marca la frontera que separa las sociedades emergentes de las tradicionales. Ante todo, porque una ciudad costera no tiene límite a su crecimiento. En el transporte marítimo la distancia juega un papel poco importante en el precio de la mercancía transportada, exactamente al contrario de lo que sucede con el transporte terrestre. En tierra los costes de transportes son, sobre todo, variables; en el mar son, sobre todo, fijos. Por tanto, disponiendo de barcos y una vez construida la infraestructura básica de un puerto, todo consiste en navegar lo bastante lejos como para encontrar lo que se quiere a un precio remunerador. Las ciudades costeras pueden abastecerse en regiones muy lejanas; y por eso pueden crecer mucho más que las del interior. Esta es la razón por la que las actuales megalópolis son, en su mayor parte, costeras: son herederas de las grandes ciudades del XIX. Y precisamente la misma India es un caso elocuente del éxito de las ciudades costeras. Desde un punto de vista urbanístico la India británica, como la República de India, fue la opuesta de la India mogol. Alrededor de tres aldeas de pescadores, Bombay, Madrás y Calcuta, los ingleses levantaron tres urbes coloniales que a finales del siglo XVIII ya albergaban a más de 100.000 habitantes cada una (y Madrás a unos 300.000). Siguieron creciendo, y hoy ocupan las posiciones 1ª, 6ª y 7ª entre las diez ciudades más pobladas del país. Otras tres ciudades cercanas a Bombay y al mar, Ahmedabad, Surat y Pune, ocupan las posiciones 5ª, 8ª y 9ª. Así pues, la colonización británica trajo un cambio radical en la distribución de la población urbana; pero un cambio que, en cierto modo, resulta lógico, y que es el mismo que el que ha sucedido en el resto del planeta: la creciente importancia de las ciudades costeras con respecto a las del interior. 40 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India En la India, como en otros sitios, esas grandes ciudades han sido motores del cambio. Generaban una demanda de productos nuevos que permitieron, por ejemplo, el desarrollo de sistemas agrícolas más complejos y eficientes, o de actividades industriales y de servicios más sofisticadas. Las ventajas derivadas de las economías de aglomeración y de escala permitieron la aparición de nuevas profesiones y actividades; que no necesariamente tenían que producirse en su interior. No es nada nuevo. La industrialización en Europa nació en el campo; pero no es menos cierto que los primeros bienes propiamente industriales, como los textiles de algodón, satisfacían una demanda que, fundamentalmente, procedía de las grandes urbes. En las ciudades costeras floreció lo que ahora llamamos “espíritu emprendedor”; que es el mismo que el que a menudo conduce a las personas que viven en el campo a la marginación y el fracaso. Precisamente porque aquí las personas que tenían iniciativa también tenían éxito, el cambio en las instituciones políticas era posible. Hay muchos ejemplos de pares de ciudades interiores y costeras donde las segundas fueron más innovadoras que las primeras: Pekín y Shangai, Quito y Guayaquil, Bogotá y Cartagena de Indias, Ankara y Estambul, Moscú y San Petersburgo, Munich y Hamburgo, Madrid y Barcelona… En un mismo país, Marruecos, encontramos esa oposición dupli/triplicada: Fez, Meknes y Marrakech contra Rabat y Casablanca. En otro país, Estados Unidos, aún hoy podemos calificar políticamente a sus habitantes por su cercanía al mar: Boston, Nueva York, San Francisco y Los Ángeles contra Atlanta, Kansas, Tucson o Salat Lake City. Puesto que las ciudades costeras desempeñan un papel tan relevante, y éstas eran comparativamente pequeñas en tiempos de los mogoles, resulta razonable suponer que la debilidad de ese particular tejido urbano pudo ser la causa, o al menos una de las causas, del atraso de la región. El siguiente paso en la búsqueda de responsabilidades europeas consistiría en atribuir la debilidad de ese tejido urbano a la influencia occidental. Podríamos suponer que el comercio internacional produjo una nueva y desfavorable (desde el punto de vista asiático) división internacional del trabajo, que primó las producciones agrícolas de exportación en perjuicio de las industriales. De ahí que las ciudades costeras, las de mayor crecimiento potencial, se habrían visto frenadas en su crecimiento, abocando a los países asiáticos a un horizonte de agrarismo, atraso y dependencia política. El problema de esta hipótesis es muy simple: podemos encontrar evidencias de que sucediera tal o cuál fenómeno, pero 41 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India los más relevantes a efectos de la modernización económica se dirigen en sentido contrario. La urbanización, y especialmente la de las regiones costeras, fue claramente impulsada por los europeos. Así que, sin exageración alguna, podría decirse que su llegada fue uno de los motores de la modernización india. Claro que hay quien ve las cosas de otro modo. Algunos historiadores han subrayado el aspecto destructivo de las conquistas europeas ignorando la abrumadora evidencia de los números, y compensándola con descripciones coloristas sobre la guerra y la paz. Poblaciones nativas indefensas fueron saqueadas por flotas invasoras llegadas desde tierras extrañas y lejanas, que trajeron la guerra a un espacio comercial amplio y, hasta entonces, pacífico. Las rutas comerciales se rompieron por la fuerza de las armas. Las autoridades locales se habrían visto en la necesidad de reforzar sus sistemas de defensa mediante la adquisición de armas que compraban a los mismos responsables de esa quiebra, los europeos. No obstante, la superioridad militar de estos siempre les situaba en condiciones ventajosas, por lo que inexorablemente Asia fue cayendo bajo la férula de la explotación extranjera. Y así… Sin entrar en detalles, todo lo que se puede decir de esto es que es desproporcionado, irrelevante o las dos cosas a la vez. Para empezar, sólo puede hablarse de operaciones militares realmente destructivas las realizadas por los portugueses entre 1500 y 1515; es decir, entre la llegada de Vasco de Gama a la India y la conquista de Malaca. A partir de entonces, la mayor parte de los enfrentamientos bélicos fueron escaramuzas (a menudo, fallidas) con un número muy reducido de víctimas. Incluso cuando se logró algún éxito militar importante, seguimos hablando de plazas pequeñas (como Mascate) o de simples cambios de autoridad (como Malaca) En estos conflictos normalmente los nativos fueron convidados de piedra. Las mayores batallas libradas por los europeos tuvieron como enemigos a otros europeos. Desde luego, nada hace pensar que la región fuera ni más ni menos peligrosa antes o después de su llegada. Y es que, como vimos, todos estos conflictos eran insignificantes en comparación a la inacabable retahíla de guerras mastodónticas en las que participaron los tres imperios (y otros reinos) durante gran parte de la Edad moderna. Incluso en el mar, que es el único espacio en el que los europeos realmente estuvieron, se libraban guerras interminables entre las flotas del Imperio mogol o el reino de 42 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Birmania, y flotas de piratas malayos o indios. En fin, es posible que ninguna otra región del planeta, incluida la muy belicosa Europa, conociera más guerras que la India y el Próximo Oriente. Así que, dentro de este panorama, el espíritu guerrero de los europeo bien pudo pasar desapercibido. Cualquiera de las batallas entre los sucesores al trono mogol, o entre los soberanos que se atribuían el gobierno de Irak o Armenia, implicaba la movilización de ejércitos con decenas y centenas de miles de guerreros. Muchos morían en el campo de batalla. Muchos otros saqueaban las propiedades de otros cientos de miles de civiles, a los que no pocas veces mataban. Comparativamente, todos los soldados europeos en el Índico cabrían en un estadio de futbol de un equipo de segunda división. Nada revela mejor nuestra eurocéntrica visión de la Historia que la descripción de la guerra. Quien muere a manos de un soldado europeo tiene asegurado un hueco en nuestra memoria que jamás tendrá quien muera a manos de un soldado asiático (salvo que sea europeo). Pero es que, además, la llegada de los europeos al Índico fue, en general, pacífica. Fuera del violento desembarco portugués de comienzos del siglo XVI, el asentamiento de factorías europeas en la segunda mitad de ese siglo y durante el XVII se realizó mediante negociaciones con los poderes locales. Los europeos carecían de capacidad militar para emprender una larga guerra o adentrarse en el interior. La paz era la mejor estrategia para sus propios intereses, que durante mucho tiempo (quizás, siempre) fueron estrictamente económicos. La característica esencial del colonialismo europeo en Asia con anterioridad a mediados del siglo XVIII fue que apenas sobrepasó los estrechos límites de unas pocas ciudades costeras (la única excepción, como siempre, fue el colonialismo español en Filipinas, el único gran territorio asiático que, más o menos, fue ocupado). Hasta entonces los europeos no penetraron en el corazón de esos países porque les suponía un coste humano muy elevado con relación a sus limitados recursos; y porque podían obtener todo lo que querían con sólo acudir a los mercados locales. Por eso, desde la toma de Malaca, y durante más de dos siglos, ninguna ciudad de gran o mediano tamaño sufrió daños importantes por ataques de armadas europeas. De hecho, las pérdidas en el otro “bando”, sin ser importantes, fueron mayores: en 1669 Heraklión, la capital de Creta, fue tomada por la armada otomana tras un larguísimo asedio. Mucho más relevantes fueron las consecuencias de la creación y desviación del comercio. El botín que buscaban los portugueses y todos los europeos que vinieron tras ellos no era el oro y las joyas de los palacios del 43 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Mogol, sino el comercio. Desde mucho antes del siglo XVI, y también durante bastante tiempo después, Asia mantuvo con Europa un saldo comercial muy favorable. El comercio entre los dos continentes se podría describir como un interminable movimiento de mercancías de Este a Oeste, y de metales preciosos de Oeste a Este. Asia tenía mucho que ofrecer a Europa: sedas, alfombras, porcelanas, especias, joyas… Y Europa apenas podía corresponder con la venta de ciertas armas y algunas curiosidades mecánicas, como los relojes. La consecuencia de todo esto fue que el comercio se saldaba de la única forma en que podía hacerlo, con moneda; es decir, oro y, sobre todo, plata. El movimiento de mercancías (y de metales) se realizaba por dos vías. La primera era la que desde la India llegaba a la Europa mediterránea a través de los puertos del Golfo Pérsico y, cada vez con más frecuencia, el mar Rojo. Parte de las mercancías que salían de la India habían sido fabricadas o recolectadas allí, como los tejidos o la pimienta negra. Pero otra parte llegaba desde China (textiles, porcelana, jengibre) e Indonesia (especias). Y también una parte no pequeña de este tráfico estaba constituido por mercancías cargadas por el camino, como las alfombras persas o el incienso de Arabia. Al igual que Europa, Irán y el Imperio otomano tenían mucho menos que ofrecer a la India e Indonesia de lo que éstas podían ofrecer. De ahí que su saldo comercial también fuera deficitario, aunque algo menos por la mayor intensidad de los flujos de vuelta. Además, podían compensar parte de su déficit en el Este con el superávit del Oeste. En cualquier caso, y en conjunto, estaríamos ante un comercio enormemente desequilibrado y, desde una perspectiva mercantilista, tan ruinoso para Europa como provechoso para la India. Por otro lado, otras mercancías procedentes de China, pero también de la India, llegaban a Europa a través de la Ruta de la Seda. En realidad, no existía una sola ruta, sino varios caminos que, partiendo del extremo oriental de la Gran Muralla, terminaban en Bursa/Estambul u otro puerto del Mediterráneo Oriental. Un ramal enlazaba Cambay/Surat con Afganistán, de modo que algunas mercancías indias e indonesias llegaban a Europa por esta vía. Entre ambos extremos las caravanas atravesaban estepas y desiertos saltando de ciudad en ciudad: Samarcanda, Bujara, Merv, Lahore, Kabul, Kandahar, Herat, Mashad, Teherán, Nishapur, Hamadan, Bagdad, Damasco, Alepo y Busra, entre otras. Algunas de esas ciudades, las más grandes, tenían entidad suficiente para sobrevivir por sí mismas. Otras sólo existían por ser etapas en el viaje. 44 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Desde el punto de vista de los europeos, encontrar una ruta marítima que enlazara con la India sorteando a los intermediarios árabes y turcos prometía ser un gran negocio. Y, en efecto, cuando se logró circunnavegar África, los beneficios fueron extraordinarios. Un ejemplo ilustrativo, y no demasiado extremo, es el primer viaje de circunnavegación del planeta, la expedición Magallanes-­‐El Cano. En muchos sentidos fue un desastre. De las cinco naves que partieron sólo una regresó (dos se volvieron desde la costa argentina; otras dos se perdieron). Los enfrentamientos con los reyes locales, el escorbuto y la elusión de las plazas portuguesas causaron la muerte de casi toda la tripulación; sólo regresaron con vida 18 hombres. Sin embargo, los beneficios de este calamitoso viaje fueron fabulosos, pues ese único barco trajo sus bodegas repletas de clavo y nuez moscada. Aunque menos dramática, ésta fue la historia de muchas otras expediciones a Asia. Era casi inevitable que muchos navíos se perdieran; pero el balance era positivo con que sólo regresara uno de ellos. En sí mismo todo esto es muy revelador. ¿Por qué era tan rentable el negocio de las especias? Evidentemente, porque su precio era muy elevado. Pero, ¿por qué lo era? Podemos suponer, desde el lado de la demanda, que en Europa había mucha gente (en términos relativos) dispuesta a pagar mucho dinero por esa mercancía. Nótese que las especias no se pueden almacenar indefinidamente; y que su consumo individual es, lógicamente, limitado. Es decir, Europa no sólo sería relativamente “rica”, sino que también tendría su riqueza algo mejor distribuida que en otros continentes. Desde el lado de la oferta podemos suponer que el viaje en caravanas y otros medios encarecía extraordinariamente una mercancía que, en origen, era bastante barata. Hoy habríamos dicho que en Europa existía una demanda insatisfecha por la baja eficiencia de los medios de transporte. Los portugueses introdujeron una mejora técnica, barcos de gran autonomía, que ampliaron un mercado conocido pero poco desarrollado. De hecho, una de las consecuencias de su llegada fue la caída del precio de esa mercancía, lo que amplió el número de consumidores. De hecho, en el siglo XVII la pimienta era tan barata que empezó a ser transportada como lastre de las bodegas de los barcos. Durante casi un siglo los navíos portugueses monopolizaron la ruta marítima que enlazaba Asia con Europa; que, de todos modos, sólo representaba una parte del tráfico intercontinental. Construyeron un “imperio” de factorías a lo largo de toda la costa africana y el Índico hasta alcanzar Indonesia. Goa actuaba como su capital, y era, con Malaca, la única 45 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India plaza que realmente merecía el nombre de ciudad. El resto normalmente eran enclaves fortificados con apenas unas centenas, o decenas, de soldados para su defensa. Pese a su aparente fragilidad, o precisamente por ello, este imperio era una estructura rentable: los costes de mantenimiento eran bajos con relación a sus ingresos. Pero a finales del siglo XVI los portugueses empezaron a ser desplazados por otras potencias europeas, sobre todo Holanda. El comienzo del fin de su hegemonía tuvo lugar muy lejos del Índico, en una localidad marroquí llamada Alcazarquivir. Allí, en 1580 el ejército portugués sufrió una derrota espantosa cuando apoyaba las aspiraciones al trono de Marruecos de cierto pretendiente. Aquel fue el último intento luso para hacerse con el país, y tuvo una consecuencia imprevista: la muerte en combate del joven rey portugués Sebastián. Al no tener descendencia la Corona fue a parar a su tío, el rey español Felipe II. La unión de las dos monarquías ibéricas fue un desastre para la menor de ellas pues la implicó en los interminables conflictos de los Austrias españoles con las potencias protestantes. En poco tiempo, los navíos holandeses desplazaron a los portugueses del Índico. Holanda construyó un “imperio” con una estructura territorial semejante a la de Portugal: un conjunto de pequeños establecimientos repartidos a lo largo de la ruta marítima de Oriente. Las principales diferencias eran que la presencia en la costa africana fue mucho más débil, y mucho más intensa la de Indonesia. Hasta el último tercio del siglo XVII Holanda fue la principal potencia europea en la India arrancando a los portugueses algunas de las factorías que estos tenían, pero también estableciendo otras nuevas de forma pacífica, sobre todo en el Sur y la costa oriental. Los holandeses apenas guerrearon con los indios. Como sus antecesores ibéricos, tampoco intentaron ampliar sus posesiones tierra adentro; y no sólo por los costes de la operación y su más que dudosa utilidad, sino también porque la misma India (es decir, las plazas indias) no era la pieza más importante de su imperio. La parte principal estaba más al Este, en Indonesia. A comienzos del siglo XVII Holanda reemplazó a Portugal como potencia marítima hegemónica en aquellos mares, estableciendo su principal base operativa en Batavia, Java. Allí mostraron más ambiciones territoriales que en la India, aunque tampoco muchas. Durante mucho tiempo todas las posesiones holandeses en Java se redujeron a Batavia y sus alrededores. En el resto de Indonesia, y hasta 1800, sólo dos islas pobladas y de pequeño-­‐
mediano tamaño fueron enteramente ocupadas; y sólo por una razón 46 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India estratégica: expulsar a los ingleses. Así pues, la falta de espíritu “guerrero” en la India no dejaba de ser coherente con su propio desenvolvimiento en Indonesia. El negocio holandés en Asia tenía características similares al portugués. Es decir, se basaba en la exportación de especias hacia Europa, sólo que partiendo de la misma Indonesia. No obstante, los holandeses desarrollaron otros negocios que, con el tiempo, fueron adquiriendo más importancia que aquél. En primer lugar, el transporte interior dentro de Asia. Así, sus barcos establecieron rutas comerciales que enlazaban Batavia con Vietnam, China y Japón. De hecho, durante dos siglos fueron la única potencia europea que mantuvo relaciones comerciales con el último país. El segundo gran negocio holandés fue la financiación y movilización de recursos para la producción artesanal de telas de seda que serían comercializadas con su flota. Es decir, la traslación a aquellos mares del mismo negocio desarrollado en Holanda con la “nueva pañería”, que precisamente en aquellos mismos años culminaba su victoria sobre la industria textil italiana. Aunque existían otras compañías privadas, gran parte de estas actividades se desarrollaron por lo que, inicialmente, era un consorcio de empresarios y pequeñas compañías que disfrutaban conjuntamente de un expreso reconocimiento público, un “privilegio” en el comercio ultramarino, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales; en acrónimo, VOC. Ésta se convirtió en el representante oficial del gobierno holandés. Los ingleses llegaron a la India por los mismos años que los holandeses, pero en los primeros tiempos tuvieron muchas dificultades para establecerse. En parte, por la propia competencia holandesa. Sólo en 1639 Gran Bretaña logró un asentamiento (estable) en Madrás, al que siguió otro en Bombay en 1668, y la concesión de Calcuta de 1690. Hasta 1744 sólo se unieron a los anteriores algunos pequeños emplazamientos u oficinas comerciales sin verdadera autonomía. En resumen, durante mucho tiempo el Imperio británico en la India fue semejante a lo que eran el portugués y el holandés, un puñado de plazas costeras; en este caso, tres. Del mismo modo que gran parte del comercio holandés se organizaba alrededor de una compañía privilegiada, la VOC, las operaciones comerciales británicas se desarrollaron a través de otra compañía privilegiada, la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, en acrónimo, EIC. Al igual que aquella, la EIC era a todos los efectos el representante oficial del Gobierno su Graciosa Majestad en la India. 47 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Por supuesto, Gran Bretaña desarrolló el negocio de las especias, aunque desde su base india (la penetración en el mar de Indonesia fue inicialmente infructuosa). También aprovechó el negocio del comercio interregional. No obstante, ni en uno ni en otro los ingleses mostraron un particular interés, y una vez resueltos los conflictos con Holanda (tras las guerras navales de mediados del XVII, con victoria inglesa) uno y otro fueron relativamente abandonados. Así, la EIC decidió retirarse de Japón dejando el campo libre a los holandeses Y también la elevada participación de los holandeses en el transporte de especias, incluida la pimienta india, obedecía a cierta dejación de las autoridades británicas. También es cierto que en los dos negocios Holanda tenía ciertas ventajas sobre Gran Bretaña gracias a su dominio de Indonesia. Sea como fuere, los ingleses se especializaron en el tercero de los negocios desarrollados por los europeos en la India, el de la comercialización de telas tanto dentro como fuera del país. Y en este campo sobrepasaron ampliamente a Holanda. Gran Bretaña se convirtió en la gran introductora en Europa de estampados indios de algodón, los llamados calicós. Sorprendentemente, los mayores obstáculos a estas operaciones no aparecieron en Asia, sino en la misma Inglaterra. La introducción de telas indias despertaba fuertes recelos entre las autoridades y los industriales británicos que temían que aquellos calicós compitieran con la producción textil británica. Era una idea absurda. Resulta difícil imaginar cómo las prendas de algodón podían quitar un mercado significativo a las de lana, o viceversa. Y en cuanto a la industria de algodón británica la preocupación debiera ser aún menor porque por entonces era poco menos que inexistente. Lo que sí era cierto es que esas importaciones, como cualquier otra en el muy deficitario comercio inglés con la India, suponían una sangría de metal precioso; lo que, en fin, tampoco parecía haber sido un problema importante en los cien años anteriores. Sea como fuere, el Gobierno británico prohibió en 1701 las importaciones de esos tejidos indios, prohibición que fue tan ignorada que tuvo que reiterarse varias veces. De todos modos, las leyes de calicós no impedían a un barco inglés traer mercancías de la India y reexportarlas a cualquier otro país de Europa, así que este comercio siguió adelante y floreció hasta finales del siglo XVIII. El comercio de calicós con Europa favoreció a la industria textil india; especialmente en sus producciones de mayor calidad, pues, debido a los costes del transporte, sólo éstas eran las que se exportaban a Europa. Los puntos de embarque en la India, que no necesariamente estaban situados 48 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India en territorio inglés, se convirtieron en las cabeceras de una industria rural que penetraba en el interior del país. No obstante, no se debe ignorar que sólo una parte muy menor de la producción textil india se exportaba, y sólo una parte de ella se dirigía hacia Europa. De ahí que la contribución de esas exportaciones al desarrollo económico indio necesariamente haya sido modesta, aunque positiva. La cuarta y última potencia europea que llegó a la India fue Francia. Fue la que emplazó menos bases (de forma permanente sólo una, Pondicherry), y también la que hizo una contribución menor al comercio intercontinental (aunque a mediados del siglo XVIII no era en absoluto desdeñable). En realidad, el papel más relevante de Francia en la India no fue económico, sino político, al convertir aquel país en un nuevo escenario de la lucha con Inglaterra por la supremacía europea. El gobierno francés exploró la posibilidad de atacar los intereses británicos en la India por medio de alianzas con los distintos estados herederos del Imperio mogol y la Confederación maratha. Este fue el origen de las llamadas guerras carnáticas, y de la mucho más decisiva guerra contra el nabab de Bengala. Este nabab era el gobernante del que quizás fuera el más poderoso de los estados surgidos tras el derrumbe del Imperio mogol. En 1757 en la pequeña aldea de Plassey un contingente de tropas británicas (en realidad, indios dirigidos por mandos ingleses) se enfrentó al Ejército del nabab, que contaba con el auxilio de otro pequeño contingente francés. Los ingleses lograron una victoria aplastante, con lo que dio comienzo la conquista británica de la India. Igualmente, Plassey marca el principio del fin de la presencia francesa. Así pues, entre el desembarco de Vasco de Gama y la batalla de Plassey trascurrieron 250 años en los que las potencias europeas se limitaron a tomar y mantener unas pocas plazas costeras y abrir oficinas comerciales en algunas más. El porcentaje de población india que vivió bajo la bandera de alguna potencia europea pudo pasar entre esas dos fechas del 0,1% al 0,3% del total; más o menos el mismo porcentaje de iraníes que vivían en Bandar Abbas. Por supuesto, los estados indios, y en primer lugar el Imperio mogol, eran completamente independientes de esta presencia europea; algo que estos muchas veces no podían decir de aquellos. Si los efectos de la llegada de los europeos a la India se hubiesen circunscrito a esta ocupación colonial, evidentemente su impacto habría sido insignificante. 49 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Pero las consecuencias de esa presencia fueron mayores. La población dependiente de las exportaciones europeas pudo ser considerable. Hay numerosos testimonios de una gran actividad industrial en Gujarat, Bengala, Orissa y Coromandel vinculada a los puertos europeos. De acuerdo a estimaciones necesariamente imprecisas, esa actividad industrial proporcionaba sustento a unas 300.000 personas en el siglo XVII. Esos tejedores, hilanderos, etc. a su vez proporcionaban un mercado a una población aún mayor de cultivadores de algodón y criadores de gusanos de seda. Y a través del desarrollo de actividades de intermediación todos contribuyeron al desarrollo urbano de la India. No sólo el de las capitales británicas, sino también el de muchas otras ciudades más o menos independientes de las autoridades europeas. Por ejemplo, la que llegó a ser la segunda ciudad costera más grande de la India, Masulipatam, era un puerto poco importante antes de que los holandeses estableciesen en ella una oficina comercial. Casos similares encontramos en Hughli, Pulicat o la misma Surat. Por supuesto, todo esto suponía bien poco dentro de un inmenso subcontinente de 200 millones de personas. Pero tampoco es desdeñable. El crecimiento urbano inducido desde el exterior se aceleró a lo largo del siglo XVIII, a medida que uno de los contendientes europeos, la Compañía de las Indias Orientales Británica, se imponía a los demás. El desmoronamiento del Imperio mogol entre 1707 y 1722 libró a los europeos de su principal amenaza, aunque también supuso una mayor inestabilidad política debido a la aparición de estados muy belicosos, y a la creciente rivalidad entre franceses e ingleses. En cualquier caso, las bases económicas de aquellas ciudades seguían siendo las mismas: es decir, la fabricación de bienes textiles para el mercado europeo y todo el conjunto de actividades vinculadas a la misma; además del comercio tradicional de especias y otros productos orientales. La llegada de los europeos al Índico sí tuvo efectos negativos en el desarrollo urbano de una parte del Islam. Parte del comercio intercontinental, especialmente de especias y manufacturas textiles indias, se desvió desde la rutas de cabotaje del mar Arábigo, y la terrestre Ruta de la Seda, hacia las vías de navegación oceánica dominadas por los europeos. Este desplazamiento fue especialmente intenso en la primera mitad del siglo XVI, pues a la apertura de la nueva línea se unió el cierre ocasional de las rutas del mar Rojo y el Golfo Pérsico debido a la conquista portuguesa de Ormuz y otras plazas, y a la permanente amenaza que, 50 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India especialmente en esos años, suponía la flota portuguesa. Evidentemente, esto causó un serio perjuicio a las ciudades que, en mayor o menor medida, vivían de ese comercio. No obstante, es importante situar este asunto en sus justos términos. Inicialmente sólo se desplazó una parte del comercio de especias y sedas; quizás suficiente para enriquecer a Lisboa, pero no tanto como para arruinar a todo el Próximo Oriente. A lo largo de los siglos XVI y XVII hubo una mejora constante en los navíos y técnicas de navegación europeas. Sería de esperar que esto originara un progresivo desplazamiento de ese comercio hacia la ruta africana. Pero lo que realmente sucedió fue muy distinto: con el tiempo buena parte del comercio de especias volvió a ser canalizado por las rutas tradicionales, mientras que la ruta africana se fue especializando en productos textiles “nuevos” en el comercio intercontinental, como los calicós. Esto proceso se explica por la creciente debilidad de Portugal. Tras su entrada arrolladora a comienzos del siglo XVI pronto los portugueses vieron frustrados sus intentos de capturar nuevas plazas. Luego, la competencia holandesa e inglesa debilitó aún más su posición, y la pérdida de Ormuz en 1622 fue el golpe final. En realidad, Portugal nunca estuvo en condiciones de acaparar el tráfico especiero entre Asia y Europa. Y es que la Carrera de las Indias no siempre era un buen negocio. El viaje alrededor de África era peligroso y caro. Sobre todo porque las probabilidades de naufragar no eran pequeñas. En cambio, las rutas tradicionales por el mar Rojo o la Ruta de la Seda eran relativamente seguras. A medida que el precio de las especias fue cayendo también lo hacían las posibilidades de los europeos de acaparar ese comercio. Al final, bien entrado el XVIII, las mejoras técnicas en la navegación de alta mar hicieron mucho más segura la circunnavegación de África, poniendo fin a la ruta terrestre. No obstante, los efectos de la presencia europea sobre el Imperio safaví en particular fueron muy positivos. Con la incorporación de las provincias que rodean el mar Caspio a finales del siglo XVI los safaví se hicieron con uno de los principales centros sederos del mundo. Con el reinado de Abbas y la centralización que implicó el Estado logró hacerse con una parte de los ingresos derivados del comercio. De hecho, Abbas tomó varias decisiones de corte “mercantilista” para promover la producción y la comercialización de la seda, incluida alguna tan drástica como el traslado forzoso de todos los habitantes de una localidad armenia a las afueras de la capital Isfahán. Al mismo tiempo, con ayuda británica logró expulsar a los portugueses de 51 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Ormuz, y tomar el control de la ruta internacional que conectaba Basora con la India. En resumen, Abbas promovió y explotó todo lo que pudo el tráfico comercial con dirección a Europa, especialmente el de seda. Esto tuvo consecuencias importantes porque, para su tamaño y población, el safaví era un imperio modesto, de modo que los efectos del comercio eran considerables. Por supuesto, nada de esto hubiera sucedido si la demanda de manufacturas europeas no hubiese alimentado esas actividades. La llegada de los europeos al océano Índico no sólo tuvo consecuencias en el comercio a larga distancia entre Europa y Asía; también afectó al realizado entre distintas regiones de Asia. Los avances en la navegación marítima logrados por los europeos desde el siglo XIV les habían situado muy por delante del resto de las civilizaciones en este tipo de tecnología. El barco característico del Índico era el llamado dhow, del que existían, y existen, muchas variedades locales. Básicamente, se trata de una embarcación de uno o dos palos (muy ocasionalmente tres) y vela latina. Es un barco rápido y ágil, con una gran maniobrabilidad y, por tanto, capaz de atracar en sitios difíciles y escapar de tormentas repentinas. Su mayor defecto es que su capacidad de carga es limitada. Las cualidades náuticas del dhow son prácticamente las opuestas de las embarcaciones que empezaron a perfeccionarse en Europa desde el siglo XIV, y cuyo primer ejemplo fue la coca del mar Báltico. En cierto modo, todos los barcos europeos posteriores reprodujeron la idea de aquel tipo “matriz”. Unos, como las carracas y las naos portuguesas, eran cocas agrandadas. Otros, como las carabelas del suroeste ibérico, eran cocas que incorporaban una vela latina para ganar maniobrabilidad. El galeón, típico de la armada española, recombinaba cualidades de la carabela y la nao. El bergantín y la fragata evolucionaron de las embarcaciones anteriores para ganar autonomía y velocidad. En resumen, una vez alcanzada una cierta capacidad de carga, lo que implicaba un mayor tamaño, los progresos de la navegación europea se orientaron hacia la búsqueda de otras cualidades. Los barcos europeos eran tan diferentes de los del Índico porque respondían a funciones distintas. Los armadores y comerciantes del Báltico y el Atlántico estaban especializados en el tráfico de mercancías de gran volumen y poco valor unitario, como cereales, madera o minerales. Era importante transportar mucha carga en cada viaje, y preferiblemente con pocos hombres. En cambio, en el Índico las mercancías del comercio internacional eran artículos de lujo, como especias, sedas o esclavos (obviamente, los hombres no son “mercancía”; pero son más bien caros y, 52 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India por tanto, “objetos” de lujo). En consecuencia, no existían incentivos para maximizar la carga, y sí para la seguridad, velocidad y maniobrabilidad, incluso si ello exigía emplear más marineros. La existencia de grandes ciudades costeras hubiera podido favorecer la aparición de buques de mayor calado. Y, en efecto, en Surat algunos de los barcos encargados del transporte de mercancías u hombres llegaron a tener un tamaño considerable. Algo semejante sucedió en China en el siglo XIV, donde las técnicas de construcción naval eran completamente distintas a las de Europa e India. Pero en el Índico en todo momento la mayor parte del transporte marítimo se realizó en pequeños dhows, acaso porque no hubo incentivos suficientes para construir embarcaciones mayores. En realidad, el problema pudo plantearse al revés: la falta de naves capaces de realizar transportes voluminosos habría limitado el tamaño de las ciudades. Como fuere, parece existir una estrecha vinculación entre los dos factores. Y por eso mismo la llegada de barcos europeos incrementó las posibilidades de crecimiento de las ciudades asiáticas. Uno de los primeros negocios que encontraron los europeos cuando llegaron al Índico fue el transporte. Los recién llegados captaron una parte de aquel mercado, especialmente entre puertos relativamente alejados entre sí. De este modo, los barcos holandeses que recalaban en Japón no descargaban mercancías llegadas de Europa (que, por otro lado, tampoco tenían venta) sino otras más comunes procedentes de China e India a las que los consumidores japoneses estaban acostumbrados. Esos mismos marineros holandeses tampoco cargaban prioritariamente productos japoneses destinados a los consumidores europeos, sino a otros consumidores orientales. Del mismo modo, los barcos ingleses cargaban opio fabricado en la India para su venta en China. Y de igual modo, barcos holandeses e ingleses llevaban peregrinos musulmanes con destino a La Meca desde Surat, Bombay y aún más al Este. La participación de los europeos en estas rutas comerciales era variable. Por ejemplo, era menor en Arabia y Japón, pero muy dominante en el tráfico de opio de China. En cualquier caso, la clave del éxito europeo era la simple superioridad técnica de sus navíos. Dicho de otro modo: Europa proporcionó un servicio mejor basado en una tecnología más avanzada. Las consecuencias benéficas de estas mejoras fueron considerables. Por supuesto, el rápido crecimiento de las ciudades costeras indias en el siglo XVIII resulta difícil de explicar sin sólidas vías de aprovisionamiento. Pero también encontramos otros efectos imprevistos. Por ejemplo, una de las consecuencias de la llegada de los holandeses a Indonesia fue la 53 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India expansión y homogeneización del islam de la región, pues los predicadores y hombres de fe musulmanes indonesios (santri) pudieron acceder más fácilmente a todas las islas del archipiélago, y conocer de primera mano las mejores interpretaciones religiosas de La Meca. Como, por otro lado, el interés evangelizador de los holandeses fue reducido o nulo, puede decirse que, en conjunto, los cristianos holandeses hicieron una contribución modesta, pero no desdeñable, a la islamización del país. Pero quizás el más conocido de los efectos imprevistos de esa aportación tecnológica, y el de mayores consecuencias a largo plazo, fue el comercio del opio en China. La historia comienza en 1729, cuando por un edicto imperial se tomó una decisión totalmente contraria a las tradiciones culturales chinas: la prohibición de la venta y el comercio de opio bajo pena de muerte, hasta entonces una actividad económica completamente legal. Como era de esperar, el edicto fue poco observado, por lo que seis décadas más tarde, en 1793, el gobierno imperial decidió reforzarlo y extendió la prohibición al mero consumo de opio, así como el cultivo de la adormidera; por supuesto, con la misma pena capital. No parece que este renovado rigor frenara el consumo de los chinos. Lo cierto es que tampoco obedecía a que el Gobierno imperial se preocupara mucho por la salud de sus ciudadanos. Más bien, se quería evitar la salida de plata del país para comprar esa mercancía. Lo que se logró con estas normas fue favorecer el contrabando, y por este camino los intereses de la Compañía de las Indias Orientales Británica, que previamente había desbancado a los holandeses en el tráfico de opio desde la India a Indonesia, y ahora dirigía su mirada hacia China. La EIC promovió la producción de adormidera y fabricación de opio en Bengala (Bihar era su mercado de referencia), que luego transportaba en barcos hasta la costa china. En el mismo mar el opio era negociado y trasladado desde las naves inglesas a los juncos chinos, que luego lo llevaban a puerto para su comercialización en fumaderos; por supuesto, con la necesaria aquiescencia de los funcionarios Imperiales. Todo el negocio era muy lucrativo, pero también complicado. Sólo la mera conexión marítima entre India y China a través del estrecho de Malaca era una operación compleja; el tipo de transporte en el que los barcos europeos tenían una clara ventaja sobre los orientales. Por eso, y por todos los problemas logísticos que implicaba, aquel comercio de contrabando fue siempre casi exclusivamente europeo. Hay muchas formas moralizantes y patrióticas de presentar este tráfico. La que sigue no lo es: los productores indios y los mercaderes europeos 54 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India satisficieron la demanda de los consumidores chinos. Desafortunadamente, el comercio exterior de China era pequeño. Del mismo modo que Europa tenía poco que ofrecer a China (salvo opio) China, tenía poco (algo más) que ofrecer a Europa o la India, de modo que el tradicional superávit chino empezó a menguar. Y así en 1838, y por primera vez en su historia, el imperio celeste se enfrentó a una balanza comercial deficitaria. Esta situación, habitual en muchas naciones, empezando por la misma Gran Bretaña, pareció inconcebible a las autoridades chinas; y se encuentra en el origen del conflicto que siguió, la llamada “Primera Guerra del opio”. Pero desde la perspectiva india todo lo que se puede decir es que el comercio de opio y el cultivo de la adormidera proporcionaron un medio de vida a muchas familias bengalíes. Los ejemplos de tráficos comerciales desarrollados en la región en la Edad moderna, y especialmente en el siglo XVIII, son muy numerosos. Muy a menudo los europeos sólo jugaron un papel menor. Así, hay muchas evidencias sobre la expansión del comercio entre el Golfo Pérsico (Basora y Bandar Abbas) y la costa occidental de la India (Bombay y otros puertos). Pero los dueños de los barcos que hacían esas rutas procedían de muy diversos lugares. Fueran quienes fuesen sus protagonistas, la consecuencia más importante del desarrollo de esas rutas fue la misma que en el comercio intercontinental: la especialización productiva y el incremento de la actividad industrial y agrícola vinculada a ella. En resumen, todo el daño causado al desarrollo urbano por la llegada de los europeos al océano Índico se circunscribe a una parte del territorio, básicamente el Imperio otomano; y a una parte del negocio del que tradicionalmente se beneficiaban las ciudades ubicadas en ese espacio, el tráfico de especias. La decadencia de algunas grandes estaciones de paso de la Ruta de la Seda puede explicarse por esos problemas; si bien el propio comercio con Europa fue la base de otras, como la propia capital safaví, Isfahán, o Izmir en el Imperio otomano. No sólo no existen motivos para pensar que la llegada de los europeos al océano Índico haya tenido efectos globales negativos en el desarrollo urbano de la región, sino, más bien, para pensar exactamente lo contrario. La llegada de los europeos favoreció el desarrollo urbano costero, proporcionó un impulso adicional a la industria textil ya establecida en India e Irán, y reforzó la especialización regional, con efectos que superan el mero ámbito económico. Por supuesto, pueden plantearse infinitos ejercicios de historia ficción para justificar que pasara lo que no pasó. Pero si aceptamos como indicios de la modernidad el 55 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India desarrollo urbano, la industria, el comercio y la especialización regional, es poco más que una obviedad que en la Edad moderna Europa hizo una contribución positiva a la modernización de la India e Irán (quizás no de Turquía y el Próximo Oriente), cualquiera que sea la valoración que hagamos de esa “modernización”. Por supuesto, una contribución pequeña, como pequeño era ese tráfico con relación al tamaño de las economías orientales, y sobre todo, la de la India. 3.5 FACTORES RELIGIOSOS La religión proporciona otra explicación al atraso del Islam y la India. A menudo, la forma en la que se plantea este problema no sobrepasa el tópico. Viene a ser un lugar común que en el mundo hay y siempre hubo civilizaciones superiores e inferiores, y que la raíz de esas diferencias no es étnica, sino cultural y religiosa. Es una posición complaciente y tolerable pues, por un lado, elude explícitamente el racismo; pero por otro salvaguarda la idea de que algunos de nosotros, los occidentales (o los musulmanes, o los chinos, o los judíos, o los argentinos) tenemos una civilización mejor que la de nuestros vecinos. Como vivimos en un mundo en el que todo se mide con relación a la economía, la superioridad o inferioridad de las civilizaciones se mide con relación al desarrollo económico. En consecuencia, el aserto inicial se convierte en este otro: hay y siempre hubo religiones que fomentan más que otras el desarrollo económico. Como en el largo plazo la civilización más exitosa del planeta ha sido la occidental, es inevitable concluir que el cristianismo ha sido la doctrina religiosa que más ha fomentado el desarrollo económico. Y dentro del cristianismo la rama protestante sería la “idónea”; hasta no hace mucho, incluso hasta hoy mismo, la Europa rica ha sido calvinista y luterana. Esto es una opinión antigua, académicamente formulada por Max Weber a finales del siglo XIX. Otros historiadores la desarrollaron, aunque han sido muchos más los que la han cuestionado por la debilidad de las fuentes o la existencia de incoherencias. En cierto modo, el problema de esta hipótesis no es que sea falsa, sino que es “demasiado” cierta y, por tanto, inútil. En la medida en que es 56 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India correcta también es tautológica. Todas las civilizaciones, incluidas las orientales, se han definido por su religión. Incluso hoy en día las sociedades musulmana e india están presididas por ideas religiosas que impregnan muchos de los actos cotidianos de la inmensa mayor parte de la gente corriente. Si retrocedemos un poco en el tiempo lo mismo puede decirse no ya de esas civilizaciones, sino de todas. Hasta hace no más de cien años, la religión era una parte esencial, la más importante, de la vida social de cualquier ser humano “civilizado”. Por entonces, quizás sólo en algunos barrios de las grandes capitales occidentales podría ser normal encontrar personas indiferentes al hecho religioso. Si hasta hace bien poco una civilización se definía por su religión, y si había diferentes grados de desarrollo entre las civilizaciones, es inevitable suponer que había religiones más proclives que otras al desarrollo económico. Pero todo esto es un aserto construido sobre identidades que realmente no aporta nada a nuestro conocimiento del pasado. Por otro lado, y fuera de la consabida crítica a Max Weber, la religión ocupa un lugar modesto, incluso pequeño, en las explicaciones de los historiadores económicos sobre el desarrollo económico. Al margen del habitual y muy académico prejuicio antirreligioso, cabe suponer que la ausencia de herramientas de estudio dificulta el análisis. Algo que impregna tantos ámbitos de la vida cotidiana no puede estudiarse de forma independiente. Las religiones no sólo son un corpus de doctrinas más o menos caótico, sino también un conglomerado de normas, ritos y sentimientos en el que los elementos irracionales tienen tanto o más peso que la misma doctrina (que también se basa en un principio irracional, la fe). Por tanto, es necesario conocer y apreciar la infinidad de matices con que se puede trasmitir un mismo mensaje, y con la que ese mensaje se manifiesta en el corazón de cada creyente, para descubrir las complejas relaciones a que pueden dar lugar. Y todo ello sin entrar en el problema que suponen las religiones orientales, que nos introducen en un universo espiritual aún más complejo y difuso. En el caso concreto del Islam (más que de la India) los análisis eurocéntricos que se han hecho sobre la religión y, en general, la civilización islámica, han llevado a la acuñación de un término: orientalismo. En esta acepción (por supuesto, hay otras menos vindicativas) el orientalista es el estudioso occidental que considera a la civilización occidental (y, por ende, a la religión cristiana) como superior a las orientales sirviéndose de argumentos simplistas. En último término, la finalidad del orientalismo 57 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India sería justificar la explotación colonial e imperialista del Tercer Mundo y, en particular, la de los países islámicos. El modo de actuar del orientalista tendría dos fases: primero se transforma la religión no-­‐cristiana en algo esencialmente infantil y estúpido; luego ese muñeco se convierte en la causa del sufrimiento de los propios creyentes. En fin, se trataría de esconder la responsabilidad de Occidente detrás de un culpable previsible. Lo cierto es que todo este esquema conspirativo resulta bastante inconsecuente. Si el orientalismo ofrece una visión eurocéntrica de la Historia, el “antiorientalismo” no sólo no la corrige, sino que la agrava. Su característico anti-­‐sionismo es elocuente. Los antiorientalistas consideran al Estado de Israel como una construcción occidental en Oriente Medio. La realidad es bastante diferente. Puestos a buscar a los últimos responsables de la existencia de Israel, la lista empezaría, obviamente, con quien forzó al exilio a cientos de miles de judíos europeos; es decir, Hitler (y también Stalin). Pero debería seguir por los líderes árabes que hicieron lo mismo en sus países (Yemen, Argelia…) con las comunidades judías sefardíes asentadas desde hacía siglos, y cuyos descendientes hoy son la minoría mayoritaria dentro del complejo puzle israelí. No obstante, la cuestión no estriba en buscar culpables, sino en averiguar si una nación con tan sólo 70 años de existencia, con tan sólo seis/ocho millones de habitantes, y ubicada en medio de la nada, explica mínimamente los problemas del mundo árabe, 50 veces más grande en tamaño y población. Por supuesto, la respuesta es negativa. Pero el problema del orientalismo/antiorientalismo es mucho más interesante. Desde una perspectiva intelectual, el rechazo a las visiones simplistas de realidades complejas como la religión es loable; pero la búsqueda del último matiz sentimental conduce al desierto. En esencia, lo que propone el antiorientalismo es la preponderancia del enfoque emic sobre el etic. Es decir, de la visión del objeto de estudio desde la perspectiva de sus partícipes sobre la del observador externo (y, presumiblemente, occidental). Pero si la distancia “emotiva” al objeto de estudio resta crédito al análisis, cualquier opinión “emotiva” es intelectualmente incomprensible. Desde un enfoque estrictamente emic sólo los negros podrían opinar sobre el racismo, las mujeres sobre el aborto y los ufólogos sobre los ovnis (y, en efecto, hay negros, mujeres y ufólogos que no nos autorizan a los demás a opinar sobre “sus” temas). De modo coherente, ¿deberíamos pedir a los jueces de casos de corrupción política 58 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India que previamente se afilien al partido que van a juzgar? De otro modo, ¿cómo podrían comprender los motivos del político para corromperse? Más aún, la perspectiva etic es importante no sólo porque permite estudiar el objeto de estudio de forma acrítica, sino también porque sólo desde la distancia es posible trasmitir el conocimiento. Si sólo los indios cuentan con el bagaje cultural suficiente como para hablar del hinduismo, ¿qué sentido tiene que compartan con nosotros sus pensamientos si nunca les vamos a entender? ¿Y quién estaría legitimado para hacer comparaciones con el budismo, el islamismo o el cristianismo? Al fin, el mismo lenguaje es una simplificación de la realidad (sucesivamente simplificada en cada nueva traducción). La crítica al orientalismo podría hacerse extensiva a cualquier teoría. Si el orientalismo es irracional por simplificador, el antiorientalismo resulta tanto o más irracional precisamente por no aceptar simplificaciones. Así pues, la cuestión es cómo analizar la religión sin incurrir en visiones excesivamente internas, complejas y complacientes, ni excesivamente externas, simplificadoras y peyorativas. Cómo construir un discurso equilibrado cuando el mismo objeto de estudio no es mensurable y cada afirmación es, en mayor o menor medida, cuestionable, y está sujeta a valoraciones emotivas. Una primera aproximación podría venir del estudio de las instituciones. Existen diferencias, a veces notables, entre las formas que adoptan éstas en cada sociedad, que presumiblemente obedecen al diferente sustrato cultural o religioso en el que se ha desenvuelto. Por tanto, estudiar la forma en la que el pensamiento y la sensibilidad religiosa han conformado instituciones más o menos proclives al desarrollo económico es una forma de acercarse al problema. Desafortunadamente, dentro de la palabra “institución” caben demasiadas cosas: sistemas políticos, gremios, ejércitos, esclavitud, fiestas populares, bodas, dotes, academias de arte, costumbres, leyes, mercados, impuestos… En realidad, todo lo que nos rodea y no es material es, de un modo u otro, un tipo particular de institución; incluidas las religiones. Todas esas instituciones son emanaciones de la cultura o la religión dominante de la que nunca podremos escapar. Pero, además, el mismo sentido de la relación entre el sustrato religioso y las instituciones económicas puede ser irreconocible. Por ejemplo, los sistemas de herencia de la tierra parecen jugar un papel importante en el desarrollo económico. Sin embargo, no siempre es fácil reconocer cuál es su conexión con los contenidos de una religión concreta. Es decir, no sabemos 59 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India si es la religión la que impone un determinado modo de herencia, o sólo se limita a sacralizar lo que ya es norma. De modo parecido, la medición de esas relaciones resulta imposible. Parece razonable suponer que determinados valores como el amor al trabajo o la honradez son propicios al desarrollo económico, y que están bien atendidos por ciertas confesiones, como el protestantismo. ¿Pero realmente existe base para suponer que esos mismos valores están peor atendidos por, digamos, el islamismo o el confucionismo? Y en caso de que fuera así, ¿qué tipo de instituciones deberíamos encontrar en aquellas civilizaciones proclives al trabajo o la honradez? Por ejemplo, ¿sería correcto suponer que esas sociedades favorecen más que otros sistemas políticos representativos? En definitiva, las relaciones de causalidad entre religión y desarrollo económico son complejas. De ahí que pueda resultar más conveniente estudiar el problema desde una perspectiva más amplia que nos permita eludir problemas concretos. Por ejemplo, es igualmente razonable atribuir el atraso económico de la India y el Islam al carácter conservador, incluso retrógrado, de la religión. Su renuencia a aceptar cambios en unas conductas que se suponen perfectamente diseñadas por Dios (o por los dioses) habría dificultado la introducción de instituciones favorables al desarrollo económico. Pero los problemas vuelven a repetirse. El conservadurismo es intrínseco a todos los mensajes religiosos; incluso a aquellos que no tienen a Dios como una parte esencial del mismo, como el confucionismo. Afirmar que el cristianismo es menos conservador que el confucionismo o el hinduismo porque en Europa surgieron instituciones más modernas podría ser correcto; pero exigiría estudiar los otros factores no religiosos que propiciaron la aparición de esas instituciones modernas. De hecho, el confucionismo y el hinduismo fueron menos hostiles que el cristianismo en el desarrollo de ciertas actividades económicas, como el comercio. En resumen, nos movemos en un terreno resbaladizo en el que no es posible realizar afirmaciones demasiado tajantes. Existen demasiadas relaciones, y en diferentes sentidos, como para depositar toda la carga de la prueba en un único factor. No obstante, el asunto parece demasiado relevante como para que pueda ser dejado de lado. Ante todo, ¿de qué hablamos? El ámbito geográfico recogido en este epígrafe viene definido por el espacio en el que dos religiones, el islam y el hinduismo, fueron muy mayoritarias. Durante la Edad Moderna 60 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India probablemente había más hinduistas que musulmanes, pues aunque la práctica de aquella religión prácticamente se circunscribía a la península del Indostán (también hay comunidades hindúes muy pequeñas en Bali y otros lugares), la población india podría acercarse al 25% de la mundial. Debido a la guerra y el proselitismo, incluido el realizado en la misma India, hoy la situación es la contraria, aunque tampoco la diferencia es muy grande; unos 1.500 millones de musulmanes frente a unos 1.000 millones de hindúes. Son dos credos muy diferentes. No sería inexacto afirmar que desde una perspectiva religiosa el mundo se divide en dos ámbitos, el de las religiones occidentales y el de las orientales. Las primeras habrían sido reveladas por profetas trasmisores de la palabra de Dios (cuando no eran el mismo Dios) con inquietudes predominantemente éticas. Las segundas habrían sido enseñadas por maestros con preocupaciones más bien filosóficas. El islam pertenece al primer tipo de religión y el hinduismo al segundo, si bien éste tiene la peculiaridad de que ni siquiera existe un maestro fundador reconocible. La doctrina religiosa hindú ha ido cambiando desde sus ignotos orígenes (vedismo, brahmanismo), captando elementos de otras religiones y buscando algún hilo conductor que diera sentido al abigarrado conjunto de dioses, mitos y creencias que lo conforman. Al fin, es una religión sincrética como quizás ninguna otra en el planeta, hasta el punto de que el mismo término “hinduismo” carece de tradición entre sus practicantes. Esa palabra fue una invención de los europeos que se vieron en la necesidad de poner nombre al maremágnum de creencias y ritos de los habitantes de la India. Aunque en el islam no existe una autoridad central, una iglesia, sí que se puede reconocer una doctrina definida cuya piedra angular es el muy conocido “Sólo Alá es Dios y Mahoma es su profeta”. La teología islámica es muy simple, lo que sin duda explica parte de su éxito. En realidad, las principales preocupaciones de los teólogos musulmanes nunca han estado en Alá y su interacción con los hombres, sino en el comportamiento de estos. Y es que lo que realmente distingue al islam de otros credos es su intenso carácter normativo. En teoría, todos los actos pueden recibir una sanción favorable o desfavorable de acuerdo a un código ético-­‐jurídico que fue desarrollado en los primeros tiempos, pero que aún hoy sigue cambiando, y sobre el que existen algunas discrepancias entre las cuatro llamadas escuelas “coránicas” o “jurídicas”. Al margen de lo anterior, algo más de un 10% de los musulmanes pertenecen a una confesión ligeramente distinta, el chiismo duodecimano; y un 61 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India porcentaje mucho menor, pero aún más impreciso, a otras variantes surgidas del chiismo (ismailíes, zaidíes) o de otras tradiciones, normalmente anteriores a la formación de la sunna (yezidíes, ibadíes, etc.) En cambio, en el hinduismo no existe un corpus doctrinal reconocible. Se trata de un religión politeísta basada en ciertas epopeyas literarias que se remontan más de 2.000 años, como el Bhagavad Gita, y que realzan ciertas cualidades de la clase dirigente de entonces, como la fortaleza o la paciencia. Alrededor de un panteón divino presidido por tres dioses principales, Siva, Visnú y Brahma, y en el que hay cabida para miles (o millones) de seres sobrenaturales, se ha construido un discurso sobre el cosmos y el papel que el hombre desempeña en él. Como en otras religiones orientales, la trasmigración de las almas (metempsicosis) constituye una parte esencial de ese relato, en el que también son reconocibles elementos procedentes del jainismo y el budismo. En muchos aspectos, el hinduismo es una práctica religiosa fundada en ritos cotidianos y privados, y ritos excepcionales y colectivos. Pero también hay un hinduismo filosófico, sofisticado, complejo y un tanto elitista. Evidentemente, dos religiones que cuentan sus fieles por cientos de millones no son, en conjunto, contrarias al desarrollo económico. En cierto modo, las religiones son seres vivos que habitan un entorno regido por leyes darwinistas. Las más espirituales y contrarias al sentido común han ido desapareciendo, mientras que las que afrontaban razonablemente los problemas económicos de la gente corriente (o al menos, no se oponían a su resolución) han sobrevivido. Sin duda, éste es el caso del hinduismo y, aún más, del islam, religiones muy exitosas y, de modo coherente, no contrarias a las actividades económicas normales. Por supuesto, tanto en una como en otra existen normas poco sensatas desde una perspectiva económica, como las relacionadas con el ayuno durante el mes del ramadán y el consumo de carne de cerdo en el islam, o la prohibición de sacrificar vacas en el hinduismo. La incidencia de estas prescripciones en el desarrollo económico no parece excesiva. Si su principal consecuencia económica es una menor ingesta de proteínas animales, no es fácil reconocer su relación con la debilidad del desarrollo. Por otro lado, ese menor consumo se explica mejor por las limitaciones del sistema agrícola que por las prescripciones religiosas. Sin embargo, existen otro tipo de normas a las que se atribuyen consecuencias negativas mucho más graves. Unas están relacionadas con 62 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India el Poder; sobre ellas volveremos más adelante. Otras son más directamente económicas. En el hinduismo, el sistema de castas. En el islam, la falta de reconocimiento por el derecho islámico de sociedades no personales, la mala opinión sobre el préstamo con interés, y la existencia de sistemas de herencia muy solidarios. En las dos religiones, el rechazo al cambio. El sistema de castas puede ser la más conocida de las normas religiosas del hinduismo y, paradójicamente, la menos hinduista. Sería más correcto considerarlo como una peculiaridad india, un régimen estamental llevado a sus últimas consecuencias, y que, como otras instituciones, fue ganando el respaldo de las autoridades religiosas hasta identificarse con la propia religión. No es nada sorprendente. A lo largo de su dilatada historia el hinduismo, como otras religiones orientales, ha demostrado ser muy permeable al entorno y al Poder. La creencia en la trasmigración de las almas se trocó en una actitud paciente y resignada ante los avatares de la vida, de modo que la pertenencia a una casta inferior, o superior, sólo era una contingencia de un largo ciclo de trasmigraciones dentro de una sucesión de ciclos interminables. En consecuencia, la rebelión contra el sistema de castas no sólo era reprobable, sino también inútil. Lo cierto es que destacados hindúes, como el mismo Mahatma Gandhi, rechazaron el sistema de castas; lo que tampoco significaba mucho en una religión sin doctrina ni iglesia oficial. En fin, es difícil reconocer el origen del sistema de castas, aunque se pueden distinguir sus rudimentos hasta alrededor del año 0. En realidad, el sistema nunca dejó de evolucionar, adaptándose a las circunstancias políticas y económicas de cada momento. En este sentido, el papel desempeñado por la religión hinduista ha sido complejo. La religión vino a sacralizar este particular orden social, incorporando sus contenidos dentro del complejo, vedismo-­‐brahmanismo-­‐
hinduismo. Pero como la religión también evolucionaba, a menudo siguiendo sus propias lógicas, el sistema de castas se veía en la necesidad de adaptarse a las nuevas circunstancias. En un entramado religioso en continua evolución las explicaciones que un día sirvieron para justificar una situación podían ser sustituidas por otras. Así, en sus inicios la existencia de una casta “infame”, los parias o intocables, pudo responder a una discriminación racial. Pero con el tiempo respondió a supuestos motivos religiosos. La aparición del budismo y del jainismo en los siglos V y VI aC., si bien no quebró las castas, sí introdujo cambios en ellas y exigió una reinterpretación. Por supuesto, la llegada del islam supuso un 63 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India cuestionamiento completo del sistema, y probablemente explique una parte no pequeña de las conversiones a la nueva fe. No obstante, parece que los musulmanes sólo vieron una verdadera amenaza en el bien estructurado budismo. Los gobernantes de los nuevos estados islámicos persiguieron a sus creyentes hasta su casi completa destrucción, pero apenas tocaron el caótico entramado de creencias hinduistas en el que el budismo vino a subsumirse. De este modo, el sistema de castas no sólo no se debilitó con la llegada del islam, sino que se reforzó al ser eliminado uno de sus principales críticos. Es importante observar que el sistema de castas refleja una doble estratificación. Por un lado, la bien conocida separación de las cuatro castas propiamente dichas, llamadas varna. Son las de los sacerdotes (brahmán), guerreros (kshatriya), comerciantes (vaisya) y campesinos (sudra). Esta división, sencilla y estricta, no es sin embargo la más relevante. Al fin, Europa y otras sociedades tenían sus propios estamentos, que guardan muchas similitudes con las varnas. Lo que realmente confiere originalidad al sistema indio es la existencia de una segunda división, los jatis, cuyo número puede contarse por miles. Los rasgos de este segundo nivel de castas replican los del primer nivel pero con un gado de detalle y localismo extraordinario. Cada jati se define por su ubicación espacial, por la dedicación profesional y por sus relaciones con otros jatis. Cuenta con una jerarquía propia, y con un sistema de toma de decisiones más o menos democrático que obliga a todos sus miembros. Estos se ven compelidos, por ejemplo, a no copiar comportamientos de otros jatis o a no mantener relaciones indebidas con miembros ajenos. Esto no significa que los jatis sean inmóviles. De hecho, pueden experimentar movimientos en su posición relativa en la sociedad. También pueden sufrir cambios de liderato, pueden romperse dando lugar a nuevos jatis; y también pueden desaparecer. Así pues, se trata de una estructura social muy rígida con respecto a cada individuo, pero que admite un considerable grado de flexibilidad como grupo. Obviamente, las castas (jatis) promueven el estancamiento social. De hecho, ésa es su principal razón de ser: la reserva de una actividad en un mercado concreto; por ejemplo, barberos en un determinada ciudad. Obviamente, el cambio económico comportaba cambios en el sistema. Así, la aparición de nuevas profesiones también provocaba la de nuevas castas. En fin, el sistema se alimentaba de la incertidumbre. La casta, el jati, puede ser moralmente reprobable y económicamente indeseable; pero desde la 64 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India perspectiva de sus miembros es (o aparente ser) un mecanismo de supervivencia, especialmente en épocas de crisis. El miembro de la casta se aseguraba unos ingresos al reservar para sí y su familia un trabajo. Incluso los parias podían encontrar útil su miserable condición porque, al menos, les aseguraba un hueco en la sociedad; es decir la opción a un tipo de trabajos que otras personas no podrían ejercer, incluso aunque quisieran hacerlo. De ahí que cada nueva crisis, cada nueva amenaza derivada de la llegada de nuevos conquistadores, guerras o hambrunas, se tradujera en un nuevo giro de tuerca en el sistema. Y por eso es una especificidad –causa necesaria pero no suficiente– de una región en la que nunca existió un único poder político estable, y los enfrentamientos entre muy diversos entes autónomos eran constantes. Desde (acaso) los remotos tiempos del emperador Asoka hasta la conquista británica la India jamás estuvo unificada. Un sistema de castas, como cualquier barrera de entrada al mercado (estamentos, fronteras, discriminaciones religiosas o lingüísticas, etc.), entorpece el desarrollo económico. El mercado pierde extensión y profundidad, y se hace un uso poco eficiente de los recursos disponibles. En particular, el talento individual es mal aprovechado porque el acceso a la profesión no se deriva del mérito. Además, los sistemas reglamentistas son muy conservadores porque la tradición que protege al miembro de la casta de las intrusiones es la misma que la que le mueve a hacer las cosas como siempre se han hecho. La aparición de la Revolución industrial en el menos reglamentista de los países europeos, y la de sus precedentes –
protoindustrialización– fuera del ámbito urbano y gremial, son ejemplos de cómo una versión minorada de las castas, los gremios, obstaculizaron el progreso. Comparaciones modernas semejantes podrían hacerse con las empresas públicas, los partidos políticos, los sindicatos, IATA antes de la desregularización aérea, o las políticas de los gobiernos nacionalistas de cualquier signo (por ejemplo, las que hubo en la misma India en las décadas siguientes a su independencia). Otra consecuencia de las castas fue la desigualdad y la pobreza. Los individuos que son excluidos del sistema, o no pueden acceder a él en condiciones ventajosas, se ven abocados a la miseria. De hecho, algunos, los parias o intocables, eran condenados a una vida de postergación, humillaciones y vergüenza. Obviamente, en sí mismo esto es un daño económico: la Economía, como la Historia Económica, no trata de dinero sino de gente. Pero es importante advertir que los efectos adversos se 65 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India extendían mucho más allá de un grupo de la población que, al fin, era minoritario (hoy en día suponen alrededor del 16-­‐18% de la población india). Los parias, trabajadores sin tierra ni formación, proletarios que vivían en una suerte de esclavitud social, eran algo parecido a lo que Marx denominaba “ejercito industrial (en este caso, sobre todo agrícola) de reserva”. Y como tal, flexionaban a la baja a los salarios. Aún peor: esta presión desincentivaba la inversión en capital. No tiene sentido invertir en maquinaria moderna ahorradora de trabajo cuando el precio de ese trabajo, el salario, es bajísimo. En resumen, podemos dar por seguro que el sistema de castas tuvo efectos perniciosos sobre el desarrollo económico indio. El problema es que no se reconocen, o no de forma nítida, las consecuencias dañinas que serían de esperar con semejante reglamentación. El sistema de castas no aparece como el único o, siquiera, el principal responsable de la pobreza. Que la India era un país con mucha gente pobre es algo sobre lo que no caben demasiadas dudas. Existen multitud de indicios sobre las austeras condiciones de vida de una gran parte de la población, desde la fragilidad de las construcciones urbanas hasta el carácter endémico del bandidaje. Aunque ninguno tan elocuente como los enormes índices de mortalidad, sólo compensados por una tasa de fertilidad extraordinaria, que a su vez procedía de una bajísima edad matrimonial y una tasa de nupcialidad que rozaba el 100%. La india también era una nación con fuertes desigualdades. Por supuesto, la que es inherente a un sistema cuyo “fondo” social son los parias; pero también las existentes entre los diversos grupos sociales, o dentro de ellos. Por ejemplo, las diferencias de salario entre trabajadores artesanos eran considerables; como también lo eran las existentes en la propiedad de la tierra (o, más bien, en su disponibilidad). Así pues, la India no era un paraíso. Pero más o menos lo mismo se podría decir de muchos otros lugares del planeta. Muchas economías preindustriales tenían elevados niveles de pobreza y desigualdad. Y al igual que en la India, los mecanismos constrictores del libre mercado (impuestos, monopolios públicos y otras formas de control estatal; amén de las discriminaciones raciales, religiosas y políticas) en gran parte han sido responsables de la pobreza, aunque no adoptaran exactamente las mismas formas. Es probable que el control regional de ciertas actividades comerciales, financieras e industriales por parte de ciertos jatis supusiera un obstáculo al desarrollo económico. Pero en último término no es nada 66 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India diferente de lo que sucedía en otros lugares, donde ciertas familias, a menudo relacionadas con el poder, controlaban esos mercados. Resulta dudoso atribuir la pobreza y la desigualdad a este factor cuando situaciones parecidas pueden encontrarse en otros lugares, y existen muchos más “sospechosos”, como las elevadas tasas de fertilidad o la guerra. Algo semejante se puede decir de la innovación tecnológica. Consideremos la industria rural textil. En el largo plazo ofrece una imagen ambigua. Por un lado, fue un sector muy decepcionante. Durante dos siglos (o muchos más) el mercado mundial de telas de seda y algodón estuvo dominado por los productores indios que, sin embargo, no aprovecharon esa ventaja para modernizar su industria. La conexión con el mercado europeo, que no dejaba de ser pequeño con relación al enorme mercado nacional indio, no trajo mayores cambios en los modos de producción pese a que suponía el contacto con nuevos gustos, nuevos modos de hacer la cosas y nuevos modos de comerciar. Pero por otro lado, no pueden negarse los méritos de una industria que rápidamente supo adaptarse a las necesidades de esos mercados de ultramar, haciendo que en poco tiempo las telas indias se vendieran en Europa; pero también en Indonesia, donde la facilitación del comercio europeo permitió la penetración en sus mercados locales. En general, cada uno de los sectores de la economía india puede aparecer como más o menos atrasado con respecto a sus homólogos europeo y chino; pero nunca inmunes al cambio. Incluso la agricultura, en la que no hubo mejoras significativas en la productividad de la tierra, no estuvo del todo estancada. Como vimos, su capacidad para incorporar nuevos cultivos fue notable. Así pues, existía una cierta predisposición favorable al cambio, aunque no hubiera un nítido progreso tecnológico. Una explicación verosímil se encuentra en los precios relativos del capital y el trabajo, muy elevado el primero y muy bajo el segundo, siempre con relación a los posibles competidores de ese mercado mundial; es decir, los fabricantes europeos. Más adelante volveremos sobre estas cuestiones. En todo caso, es importante observar que ni la India aparece como un lugar especialmente original, ni la especificidad religiosa parece importante. Podemos encontrar precios relativos del trabajo y el capital contrarios a la innovación técnica en otros lugares del mundo en los que no existían castas, como China o el mundo islámico. En la misma India las regiones más influidas por el islam (más o menos las que hoy se corresponden con Pakistán y Bangladesh) no fueron más ricas que las predominantemente hinduistas. 67 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India La llegada del islam a la India tuvo importantes consecuencias económicas; pero estas no parecen especialmente diferentes de las que sucedieron en otros lugares. Por ejemplo, la presencia de comerciantes árabes facilitó la integración del subcontinente en la economía mundial. Asimismo, la construcción de estados árabes, y especialmente del sultanato de Delhi y del Imperio mogol, tuvieron efectos económicos importantes; por ejemplo, en la consolidación de algunas grandes ciudades. Como consecuencia de todo ello, durante la Edad moderna, y desde una perspectiva económica, la India (especialmente el Norte y centro) era un país musulmán más; sólo que la inmensa mayor parte de la población no era musulmana. En este sentido, su situación podría ser comparable a la de Al-­‐Ándalus en el año 900: un territorio básicamente cristiano (hindú) pero con estructuras económicas y políticas básicamente musulmanas. De ahí que, puestos a analizar el factor religioso en el crecimiento económico, resulte mucho más pertinente estudiar el islam, incluso en la misma India. Los mecanismos a través de los cuales el islam habría frenado el progreso económico están, lógicamente, relacionados con el entramado jurídico desarrollado desde las escuelas coránicas. En primer lugar, el derecho sucesorio. De acuerdo a normas expresamente recogidas en el Corán, los bienes que cada individuo dejaba al fallecer debían ser repartidos entre sus herederos de acuerdo a criterios que daban prioridad a los varones sobre las mujeres y, sobre todo, que aseguraban la participación en la herencia de parientes no directos (hermanos, tíos, sobrinos, etc.). En fin, el derecho sucesorio islámico limitaba extraordinariamente la autonomía del testador. En consecuencia, y en comparación a otros sistemas legales, las leyes islámicas fragmentan el patrimonio. Desde una perspectiva económica esto tenía un consecuencia positiva importante: al asegurar a casi todos los familiares del difunto una participación en la herencia, el derecho islámico procuraba una mejor distribución de la riqueza. De ahí que las normas sucesorias islámicas puedan ser interpretadas como un instrumento de solidaridad intergeneracional, quizás modesto, pero no irrelevante. Sin embargo, esa misma repartición tenía consecuencias económicas indeseables; y por tanto, consecuencias sociales igualmente negativas. La fragmentación del patrimonio del difunto impedía la acumulación de capital a largo plazo. Dada la menor esperanza de vida media la formación de grandes casas de negocio familiares se veía comprometida. El problema se doblaba por la falta de reconocimiento jurídico de las entidades jurídicas no personales. El derecho islámico se construye 68 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India alrededor de relaciones entre individuos. De ahí que no tengan cabida sociedades, corporaciones o cualquier otra entidad colectiva que, en realidad, ni siquiera se reconocen como tales. Por ejemplo, en términos jurídicos el derecho islámico no reconocía a la ciudad, y en consecuencia, ésta no tenía órganos de representación municipal semejantes a un cabildo medieval. No obstante, existían dos excepciones. La primera, inevitable, es el propio Estado, que de todos modos no deja de ser la Casa del Sultán. Es decir, los familiares, deudos y empleados de un individuo poderoso que actúa como comendador de los creyentes (y protector de los “hombres de libro”, cristianos, judíos y algunos otros). Su poder no deriva de una representación, democrática o no, sino de su propio papel en la comunidad. Así pues, el Estado es personal y patrimonial. Volveremos sobre estas ideas en el próximo epígrafe. La segunda excepción es el waqf, una institución específicamente islámica cuyo finalidad era proteger un patrimonio que garantizase la prestación de un servicio público. Por ejemplo, unas tierras cuyas rentas se empleasen en el mantenimiento de una fuente y sus canalizaciones. La falta de alternativas en el ordenamiento jurídico acabó haciendo que los waqf se emplearan para muchas otras cosas. No obstante, ni eran instituciones absolutamente dúctiles ni se libraron de las injerencias estatales. En cualquier caso, lo verdaderamente relevante es que como consecuencia de esa orientación jurídica, en el Islam no han existido sociedades mercantiles propiamente dichas hasta una época reciente,. Esto resulta especialmente llamativo porque no era lo que razonablemente se hubiera podido esperar de su propia historia. En los primeros tiempos en el mundo islámico se desarrollaron formas contractuales innovadoras como la mudaraba y la musharaka, equivalentes (y probablemente precursoras) de la commenda y la societas maris europeas. Estos contratos fijaban criterios para la participación en los riesgos y beneficios de inversores y empresarios. Y, sobre todo, establecían los códigos normativos y la jurisprudencia encargados de dirimir los posibles conflictos entre las partes, algo necesario en operaciones complejas como las relacionadas con el comercio marítimo. Por supuesto, no eran formas societarias; pero apuntaban claramente hacia ellas. La transformación de una societas maris en una compagnia es una evolución “natural”; un paso lógico esperable consecuente con el mismo éxito del negocio. 69 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India La cuestión es que ese paso no se dio en el Islam hasta el siglo XVIII. Sucedió en el Imperio otomano, y sólo por la creciente influencia europea. Hay dos explicaciones no excluyentes para este singular paréntesis. La primera es suponer que esas formas societarias no aparecieron por el mismo declive económico del Islam. Desde el siglo XVI el comercio a larga distancia entre Asia y Europa sufrió diversos vaivenes por la presencia de la flota portuguesa en el Índico y la posterior competencia de las grandes compañías europeas, como las compañías de las Indias Orientales inglesa y holandesa. No obstante, esa misma amenaza podría haber movido a los mercaderes árabes a crear sus equivalentes musulmanas. En general, antes y después del siglo XVI es fácil encontrar circunstancias que propiciaron su formación. Por otro lado, la actitud europea ni fue necesariamente hostil –al contrario, frecuentemente hubo una estrecha colaboración– ni apartó a los comerciantes árabes de la mayor parte de las rutas marítimas. Y, por supuesto, los musulmanes siempre dominaron las rutas terrestres. La segunda explicación estaría en los impedimentos legales del sistema jurídico islámico y su repulsión al reconocimiento de entidades no-­‐personales. En último término, el paso de las formas contractuales medievales a las formas societarias modernas no se produjo por el conservadurismo social. Enseguida volveremos sobre la extensión y las causas de ese conservadurismo. Lo que ahora conviene subrayar es que la combinación de unas leyes de herencia que primaban el reparto sobre la preservación del patrimonio, con un sistema jurídico que ignoraba las entidades colectivas, impidió aunar capitales para la constitución de empresas de envergadura. También en la Europa del siglo XVII éste fue un problema importante, pero se pudo resolver de forma, si no optima, al menos razonable. Las grandes compañías transoceánicas requerían tal capital que normalmente se constituyeron mediante la incorporación a una sociedad común de los medios de varios grandes mercaderes. Por ejemplo, la Compañía de las Indias Orientales holandesas se formó por la fusión de 19 pequeños empresarios o compañías familiares; y exigió tal movilización de capital en participaciones menores que al cabo de los años derivó en la formación de la primera sociedad por acciones de la Historia. Una experiencia semejante hubiera resultado inimaginable en el mundo islámico no sólo porque no existían compañías, sino porque el fallecimiento de uno de los inversores implicaba un reparto de sus propiedades tan extenso que habría exigido un replanteamiento del acuerdo inicial. Sólo la sociedad anónima por 70 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India acciones hubiera proporcionado el marco jurídico adecuado para un completo reparto de la herencia sin que se viera comprometida la supervivencia de la empresa. Pero hubiera escapado a cualquier previsión acceder a un modelo tan avanzado desde un sistema jurídico que ni siquiera reconocía la sociedad colectiva de responsabilidad ilimitada. De ahí que el comercio a larga distancia en el Islam y la India en la Edad moderna no pudo contar con empresas o empresarios capaces de emprender expediciones lejanas. El más rico de los comerciantes de la India (como de Inglaterra u Holanda) no tenía recursos para realizarlas. Pero si los hubiera tenido probablemente tampoco las hubiera abordado porque incluso el más imprudente de los comerciantes sabe que “no deben ponerse todos los huevos en la misma cesta”; es decir, no se debe comprometer todo el capital en una sola operación. De modo coherente, la preferencia de los comerciantes indios y musulmanes por las embarcaciones de tipo dhow, rápidas, seguras y baratas, es esperable con el poco capital del que, individualmente, disponían. Como también lo es el hecho de que, dentro de lo posible, las mayores embarcaciones aparecieran en Surat, el gran emporio comercial de la India donde los grandes capitalistas podían contactar entre sí. Parte de estas dificultades hubieran podido resolverse mediante instrumentos financieros que posibilitaran un crédito abundante. En fin, casas mercantiles, bancos comerciales o cualquier entidad que prefigurara un banco de inversión. Pero la historia del préstamo con interés en el mundo islámico reproduce, con matices, la de las sociedades mercantiles. En el islam, como en el cristianismo, el préstamo con interés está prohibido por varias prescripciones religiosas que encuentran su fundamento en los textos sagrados. En el islam, como en el cristianismo, esas prescripciones fueron sorteadas mediante argucias. De hecho, en alguna escuela jurídica incluso se desarrolló una “ciencia” de, literalmente, “argucias legales” para escapar de ésas y otras normas. Además, tanto en el Islam como en la Cristiandad existía una comunidad religiosa que no se sentía constreñida por esas prohibiciones, los judíos; más que nada por necesidad, ya que las prohibiciones contenidas en el Antiguo Testamento también les eran aplicables. En definitiva, la prohibición canónica del préstamo con interés tenía escasa aplicación práctica. Sólo se mantuvo de forma estricta en las regiones más pobres de los dos mundos, cristiano y musulmán. 71 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Pero el que una actividad fuera tolerada no significa que estuviera bien vista. De hecho, tanto en el Islam como en la Cristiandad existía un fuerte rechazo social hacia los prestamistas, que explica una parte no pequeña del antisemitismo de unos y otros. El judío no sólo era infiel (y “teocida” en el mundo cristiano); además hacía pagar intereses usureros a los honrados ciudadanos cristianos o musulmanes. Como, al fin, el préstamo era necesario fuera quien fuese el que lo concedía, la cuestión pronto giró sobre qué era interés y qué era usura; dónde situar la barrera entre uno y otro. Por supuesto, allí donde la actividad económica fue más intensa había más operaciones financieras, más partícipes en el mercado de préstamos y, en fin, intereses más bajos y actitudes más transigentes. De hecho, la aplicación efectiva de las prohibiciones al préstamo con interés y su limitación a la comunidad judía son un indicio de la debilidad del desarrollo. A finales de la Edad media y comienzos de la moderna en Europa aparecieron algunas grandes casas de negocios, como los Fugger o los Medici. Originadas en el comercio, una vez que adquirieron cierto tamaño centraron su actividad en el préstamo, especialmente a las monarquías europeas (y especialmente a los Habsburgo españoles). El crédito al Estado impulsó el desarrollo de estas primeras entidades financieras, que basaban su desarrollo en los lazos de confianza creados por el apellido común. En realidad, ni por su estructura ni por el tipo de negocio podrían ser considerados como organizaciones modernas; pero sí lo eran atendiendo al volumen de sus operaciones. Pues bien: lo que la compagnia fue al comercio, lo fue la gran casa de negocios familiar a la banca: esa evolución lógica desde sencillas (o no tanto) formas contractuales a entidades con naturaleza jurídica propia. Y en el Islam, del mismo modo que el paso de la musharaka (societas maris) a la compañía no se dio, tampoco el cambista o gran mercader evolucionó hacia la casa de negocios. Estas no aparecieron en el Islam hasta una fecha muy tardía, cuando su existencia estaba empezando a dejar de tener sentido en Europa por la aparición de formas societarias bancarias mucho más modernas. Al respecto existen varias explicaciones no excluyentes. Dos de ellas ya la hemos visto. En primer lugar, el derecho islámico es renuente a aceptar la existencia de entidades colectivas, lo que también hace referencia a los bancos. De todos modos, ésta no parece una cuestión decisiva puesto que las casas de negocio de la Edad moderna se construyeron sobre patrimonios familiares que realizaban sus préstamos sobre la confianza personal. Así pues, no suponen una verdadera entidad jurídica. Otra 72 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India explicación se encuentra en el derecho sucesorio y su tendencia repartir la herencia entre muchos individuos. Esto imposibilitaba la constitución de grandes fortunas a largo plazo y, en consecuencia, la formación de la base capitalista sobre la que constituir el banco. Pero este argumento sigue sin explicar la falta de cooperación los capitalistas en la formación de entidades financieras. Como fuere, la falta de reconocimiento institucional de las entidades bancarias condujo al uso y abuso de un instrumento originalmente creado con otros fines, el waqf. Pronto empezaron a ser empleados por los particulares para asegurar el patrimonio de los herederos y sus descendientes. Los awaqf (plural de waqf) demostraron su utilidad en este terreno, pero también despertaron la codicia de los gobernantes, que en repetidas ocasiones los expropiaron. Aunque los awaqf podían emplear sus recursos para conceder préstamos a particulares, estos nunca tuvieron un volumen considerable. De algún modo, jamás abandonaron su antigua finalidad benéfica. De ahí que no evolucionaran hacia entidades financieras modernas, y no fueron el origen de bancos modernos. Otra causa de la debilidad de la banca en el Islam se encuentra en el que suele ser su principal cliente, el Estado; y por tanto, en la guerra. Sobre esto volveremos más adelante. Ahora conviene señalar que cualquiera que fuera la importancia de las relaciones Estado-­‐Banca en la consolidación de la segunda, la consideración social de los banqueros era importante. Y un Estado dominado por elementos confesionales no es, precisamente, el más adecuado para lograr esa buena opinión. En cualquier parte del mundo la falta de seguridad jurídica es un problema importante para la banca; y lo es aún más en aquellas sociedades en las que su propia existencia está amenazada por prescripciones religiosas, como el Islam y la Cristiandad. Lo cierto es que en ocasiones la arbitrariedad de los gobernantes otomanos puso en riesgo el patrimonio y la vida de aquellos mercaderes que se habían enriquecido demasiado. Aunque, como veremos, este no fue un problema exclusivo ni del islam, ni del cristianismo. En resumen, en el Islam el entramado jurídico nacido en las escuelas coránicas y basado en los textos sagrados terminó siendo un obstáculo para el desarrollo de formas societarias modernas, incluidas (y especialmente) las dedicadas al tráfico de dinero. Dado que desde el siglo XIII o XIV la mayor parte de la India estuvo dominada por estados islámicos, este problema era aplicable a gran parte del subcontinente. Además, muchas de 73 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India las rutas comerciales del Índico estaban controladas por comerciantes musulmanes o, al menos, se basaban en códigos y tribunales islámicos. Con todo, cabe preguntarse si estamos confundiendo consecuencias con causas. Impedimentos legales semejantes o más graves existían en Europa. Allí no sólo existía una prohibición religiosa al préstamo con interés; el mismo comercio, especialmente “al detalle”, despertaba desconfianza; y la mera manipulación de telas para su venta era observada como un signo de codicia y falta de piedad. A lo largo de la Edad moderna los reyes europeos, sobre todo los franceses, promulgaron normas autorizando el acceso a la condición noble a quien lo hubiera hecho o a quien, sin haberlo hecho, tenía un padre o abuelo tendero. Por supuesto, estas normas dicen mucho y bueno de la casa real francesa; pero también son una expresión de los problemas de índole religiosa que los gobernantes turcos, árabes o hindúes no tenían que resolver. Para ellos, el comercio de tejidos no tenía nada de vergonzoso pues el mismo Mahoma fue un mercader. Así pues, la cuestión estriba en saber por qué en Europa las restricciones a ciertas actividades económicas normales, como el comercio de telas o el préstamo con interés, fueron exitosamente abrogadas u olvidadas, y en el Islam prescripciones parecidas se mantuvieron. Para ser rigurosos, y esto es una clara indicación de lo sucedido, hay que decir que también el Islam se enfrentó exitosamente a este tipo de problemas, pero en otro período. Como en otros campos, los musulmanes se anticiparon a los europeos en la resolución de estos conflictos de intereses. Pero en algún momento de finales de la Edad media, más o menos cuando empezaban a formarse los grandes imperios islámicos, o un poco antes, se detuvo el desarrollo normativo del Islam hacia un mundo moderno. No se dio el paso de las formas contractuales antiguas a las sociedades modernas, como tampoco se dio el del cambista o el waqf al banquero moderno. Una explicación a este comportamiento consistiría en suponer que ese paso era demasiado largo. Al fin, suponía una concepción radicalmente distinta del Derecho. Sin embargo, no hay muchas razones para creerlo así. Para empezar, la idea de un sujeto jurídico colectivo no era tan extraña desde el momento que existían los awaqf, que atendían obligaciones colectivas y eran representados por un gestor ajeno al fundador. La misma idea de una sociedad colectiva puede ser extraña al islam, pero no parece contraria a sus fundamentos religiosos. Simplemente, son cosas distintas. Lo 74 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India cierto es que desde el siglo XVIII se fueron creando muchas sociedades colectivas sin que ello supusiera especiales fricciones con el estamento religioso. Existe una diferencia importante entre lo que es ajeno a las tradiciones culturales y lo que está expresamente prohibido. Las tradiciones pueden impedir que algo se haga durante mucho tiempo; pero son frágiles cuando urge el cambio. La cuestión es importante porque precisamente uno de los obstáculos más serios para el desarrollo de negocios grandes y de larga duración en el Islam era el sistema de herencia, que precisamente las sociedades de responsabilidad limitada solventaban. Si el capital del difunto puede dividirse en un número considerable de acciones su reparto entre los herederos no debería comportar mayores dificultades. Es decir, la sociedad colectiva, que moralmente no es cuestionable, también es la solución a los problemas del sistema de herencia. Pero hay una razón adicional para suponer que esas restricciones legales por sí mismas no fueron suficientes. En estos siglos finales de la Edad media el Islam conocerá, por un lado, la destrucción del Imperio abasí y las invasiones de pueblos nómadas de las estepas. Pero paradójicamente también una sólida expansión de la religión hacia fuera (por la conquista de territorios por los pueblos turcos) y hacia dentro (por las conversiones masivas, a menudo forzadas, de poblaciones cristianas del interior). En estos años también tuvo lugar la fijación definitiva del conjunto de normas jurídicas que conocemos como charia, y que regulan aspectos muy amplios de la vida cotidiana en los países islámicos. En muchos terrenos aparecieron o se reforzaron posiciones morales rigoristas, como la prohibición del consumo de alcohol, hasta entonces poco menos que inexistente. Igualmente, fue entonces cuando el programa de investigación científica que venía desarrollándose desde casi los comienzos del imperio árabe se detuvo. Dicho con otras palabras: desde la destrucción de Bagdad por los mongoles en 1258 hasta la formación de los tres grandes imperios islámicos entre 1450 y 1550 el Islam experimentó mutaciones considerables y paradójicas. Por un lado, destrucciones y reconstrucciones de grandes estructuras políticas. Por otro, el triunfo del rigorismo en las relaciones sociales y el fin de la búsqueda de una verdad que no estuviese recogida en los textos sagrados o sus interpretaciones inmediatas. Los tres grandes imperios ejemplifican esos cambios. Al fin, no eran más que autocracias militaristas sostenidas por una ideología conservadora que consagraba la 75 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India superioridad de una religión, el islam (incluso una versión del islam) sobre las demás. Por sí sólo, el conservadurismo, y especialmente el conservadurismo religioso, es poco satisfactorio como explicación para el atraso económico. Entre otros motivos, porque cualquier sistema de relaciones económicas capaz de generar beneficios a largo plazo debe ser estable; es decir, conservador. Debe existir un adecuado equilibrio entre el cambio propugnado desde los sectores sociales más modernos y el deseo de estabilidad que garantizan instituciones como, por ejemplo, la religión oficial. Dicho de otra forma, el que una sociedad sea conservadora (de un modo u otro, todas lo son) no es en sí mismo una causa del atraso. Lo es sólo cuando ese conservadurismo dificulta el progreso económico. Así pues, importa saber si el creciente conservadurismo de las sociedades islámicas en la Baja Edad media explica comportamientos que fueron contrarios al desarrollo económico. Esto se puede decir de, al menos, un aspecto más que relevante: la lengua escrita. Por sorprendente que resulte en una religión basada en un texto sagrado, desde el estamento religioso se impusieron limitaciones considerables a la enseñanza de las primeras letras. Parte de esas dificultades procedían de prohibiciones canónicas a la figuración de animales o personas. En la práctica, y como tantas otras cosas, este tipo de prohibiciones a menudo fueron ignoradas. De ahí que sus consecuencias no parecen haber sido importantes; si bien sus efectos últimos, como las que se impusieron a otras artes como el teatro y la danza, son muy difíciles de valorar. Igualmente son importantes, aunque difíciles de medir, las consecuencias de la reducida enseñanza de las primeras letras entre las niñas. En realidad, es bastante lógico. En unas sociedades en las que, por razones religiosas, las mujeres desempeñan un papel exclusivamente privado, las relaciones con otros grupos a través del comercio u otras actividades son muy escasas. En consecuencia, el coste de la alfabetización apenas encontraba justificación. Hasta donde es posible conocer (es decir, sobre la base de informaciones contemporáneas) parece que la tasa de alfabetización femenina en el Islam y la India fue muy baja. Aunque tampoco era especialmente elevada en otras civilizaciones (hay excepciones, como Japón, sobre el que luego volveremos). Pero donde realmente existió un comportamiento distinto con respecto a otras civilizaciones, y especialmente con respecto a Occidente, fue en el 76 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India acceso a la palabra escrita a través de la imprenta. La utilidad de esta máquina para la difusión del conocimiento debe situarse con relación a la capacidad de cada idioma para servirse de ella; y también con su propia difusión. Es posible que la primera de estas razones explique el relativo fracaso de las imprentas chinas, anteriores a las europeas en varios siglos, pero que tras un comienzo prometedor nunca lograron suplantar a las copias manuscritas. Esos problemas no existían en el mundo islámico, en el que se empleaba un idioma alfabético, el árabe. Esta no era la lengua de ninguno de los pueblos turcos que dieron origen a los tres imperios islámicos; y ni siquiera era hablada en dos de ellos, el safaví y el mogol. No obstante, el árabe desempeñaba en el Islam un papel parecido al que tuvo el latín en el Imperio romano y la Europa medieval; es decir, era el instrumento de comunicación usual en ciertos ámbitos como el científico o el comercial. Este papel era una consecuencia de la religión. El árabe fue el idioma en el que se escribió el Corán, que se supone que recoge de forma literal la misma Palabra de Dios. Leer y escribir árabe no sólo era una habilidad útil para los negocios; también era un deber piadoso porque permitía al creyente acercarse a los textos sagrados. En fin, los caracteres árabes fueron empleados para trascribir idiomas que carecían de una escritura propia, como el turco (hoy en día se emplean los alfabetos latino y cirílico), o que empleaba otra, como el persa. Con el alfabeto árabe también se difundió otra interesante utilidad, la numeración basada en el cero que, al parecer, fue una invención india. Esa numeración traspasó las barreras idiomáticas y llegó a la Europa cristiana a partir del siglo XIII, aunque tardaría algún tiempo en desplazar a la romana del idioma escrito habitual. Así pues, inicialmente no existían impedimentos serios para el aprendizaje de las primeras letras; todo lo contrario: se consideraba deseable. Esto también explica, en parte, la rápida difusión del árabe como koiné comercial. Pero el siguiente paso, su transformación en un idioma escrito empleado por un número realmente grande de lectores no se dio hasta una fecha muy tardía. Durante siglos, el árabe escrito sólo fue accesible a algunas élites comerciales y funcionarios públicos, un porcentaje muy menor de la población (obviamente, masculina) incluso para los parámetros de una época en la que el analfabetismo era la norma en todo el planeta. Por lo demás, la literatura disponible era muy reducida; a menudo, se circunscribía a los textos religiosas pues, con o sin el conocimiento de las 77 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India letras, la veneración por el Corán permaneció constante. En resumen, una vez más un comienzo prometedor se vio bruscamente interrumpido. La principal responsabilidad de este estado de las cosas recae sobre las autoridades religiosas. Fueron ellas las que impidieron la difusión de la imprenta, una situación que no encuentra paralelo en ninguna otra civilización. Aparte del caso chino (que veremos más adelante), la primera imprenta moderna fue fabricada por Johannes Gutenberg hacia 1449, cuatro años antes de la conquista de Constantinopla por los turcos. Realmente no parece que Gutenberg inventara nada; sólo introdujo mejoras sobre máquinas que se venían perfeccionando desde hacía tiempo. Y es que la imprenta era una invención casi inevitable a mediados del siglo XV, lo que ayuda a explicar porque su difusión en Europa fue tan rápida. Cuando su inventor murió en 1468 (por cierto, arruinado) casi todos los grandes y medianos países del viejo continente contaban con algún taller de impresión de libros. También España, donde hacia finales de siglo ya existían muchas. Algunas pertenecían a judíos, quienes en 1492 se vieron forzados a huir al Imperio otomano a raíz del decreto de expulsión de los Reyes Católicos que siguió a la conquista de Granada (donde, por cierto, no había ninguna en aquel momento). Al poco de asentarse en sus nuevos hogares en Estambul y Tesalónica, aquellos judíos volvieron a imprimir libros. Pero inmediatamente se enfrentaron a las autoridades religiosas otomanas que encontraban inaceptable que el Corán, un libro sagrado, fuese impreso con máquinas y resultara accesible al gran público. En la práctica aquella modesta actividad tuvo que cerrar, pues la prohibición del empleo de la imprenta se extendió a cualquier temática en tanto en cuanto se emplearan los caracteres del idioma árabe. Aquel precedente pesó mucho. Mientras en Europa la impresión de libros adquiría dimensiones colosales, en el Imperio otomano, y durante tres siglos, pocas veces se permitió la impresión de algo. De hecho, hasta comienzos del siglo XVIII no se volvió a autorizar. Esto sucedió tras el fracaso del segundo sitio de Viena y la pérdida de Hungría. La primera derrota importante de los ejércitos otomanos frente a los europeos (anteriormente sólo se puede señalar la de Lepanto en 1572; pero ésta sólo fue una batalla naval, poco importante desde la perspectiva turca) llevó a las clases dirigentes a cuestionar muchos aspectos del régimen; y, en fin, a interrogarse sobre lo que estaban haciendo los europeos. En este contexto se abrió la posibilidad de poner en marcha un taller de impresión. En 1727 un húngaro nacido en Transilvania y convertido al Islam con el nombre de 78 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Ibrahim Muteferrika solicitó permiso para abrir una imprenta en Estambul. De nuevo los ulemas se opusieron, pero esta vez las autoridades civiles se limitaron a prohibir la impresión de libros de temática religiosa. Con todo, el taller de Muteferrika tampoco se vio desbordado por los pedidos. Hasta su muerte en 1745 sólo publicó 17 trabajos, con 23 libros de unas 500 a 1.000 copias. La mayoría de ellos eran históricos, pero también había tres sobre el lenguaje, otros tres científicos, y un atlas mundial, que fue muy comentado en su época. Habían trascurrido 18 años, casi los mismos que los que separan la invención de Gutenberg de su muerte. Pero con un lapso entre ambos de más de dos siglos, y unos resultados en la edición de libros harto diferentes. Seguramente si Muteferrika o los que habrían sido sus hipotéticos precursores hubiesen tenido menos restricciones, la difusión de la imprenta en el mundo islámico habría sido mayor y hubiese alcanzado a los imperios safaví y mogol. Al fin y al cabo, en Europa los libros de contenido religioso, empezando por la Biblia, fueron los primeros best-­‐sellers de la Edad moderna. Es de imaginar que la libre edición de coranes hubiera tenido efectos igualmente impresionantes en el mundo islámico. No obstante, el verdadero problema era semejante al que existía en el mundo católico, donde también hubo restricciones a la edición de algunos libros, el famoso canon o índice de libros prohibidos. En los dos casos subyacía el mismo temor a que los creyentes desarrollasen ideas heréticas. Y es que el ambiente religioso en la época otomana estaba presidido por la emergencia de ideas religiosas contrarias a la ortodoxia. Ciertamente, en una religión donde no existe una iglesia hablar de ortodoxia o heterodoxia resulta un tanto absurdo. No obstante, se puede reconocer algo parecido a lo primero en el conjunto de enseñanzas propagadas desde las cuatro principales escuelas coránicas. Asimismo, en el ámbito chií duodecimano se fue desarrollando el sistema “eclesial” de los ayatolas, que proporcionaron la base de la doctrina definitiva de esa rama del Islam. Frente a estas dos ortodoxias, el islam de la Edad moderna conoció una eclosión de movimientos religiosos conectados en mayor o menor medida con creencias preislámicas, la adoración a santones y las tradiciones locales (morabitismo), los movimientos milenaristas y extremistas (ghulat), el chiismo (drusismo, alauismo, alevismo) y, sobre todo, el sufismo. El auge de este último movimiento y, en general, de todos los demás, descansa paradójicamente en una de las grandes fortalezas del islam como religión, su legalismo. Una confesión que, en la práctica, se configura como un 79 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India conjunto de normas de estricta obediencia termina generando cierta insatisfacción en una parte de los creyentes, que desean expresar sus sentimientos religiosos mediante vehículos menos formales, y que aspiran a una fe más sincera. Al fin y al cabo, en esto consistió la revolución del mensaje de Cristo dentro del monolítico ambiente del judaísmo farisaico. Por otro lado, la aparición de los safavíes tuvo efectos considerables sobre el ambiente religioso de la región. A diferencia de otros gobernantes, los safavíes se propusieron, y lograron, la conversión de sus súbditos a una “nueva” fe, el chiismo. Esto fue uno de los principales motivos de su larguísimo enfrentamiento con el Imperio otomano. Durante los siglos XVI y XVII Oriente Medio sufrió su particular “guerra de religión”, con efectos no menos destructivos que las libradas en Europa entre protestantes y católicos. Bajo tal contexto, las relaciones entre las autoridades religiosas y civiles se hicieron más estrechas y complejas. A comienzos del siglo XVI el sultán de Estambul se declaró califa, heredando el título, por entonces sólo honorífico, del califa de Bagdad. Tanto él como sus colegas safaví y mogol necesitaban el apoyo de ulemas y ayatolás, pues sus imperios estaban amenazados por gobernantes pertenecientes a otras ramas del islam u otras confesiones; y también sometidos a la efervescencia espiritual de la época. Por diversas razones, la sinceridad de ese apoyo era más que discutible. Hasta su misma desaparición las tres casas gobernantes eran turcas, y normalmente los emperadores, incluido el sultán y califa de Estambul, ni siquiera eran capaces de leer el Corán en el idioma en el que fue escrito. Las actitudes personales de algunos de esos emperadores fueron más que discutibles desde una perspectiva estrictamente religiosa. El sultán otomano Selim II pasó a la historia con el sobrenombre de “el beodo”; y no fue el único emperador alcohólico. Las verdaderas creencias del gran emperador mogol Akbar nunca se sabrán; pero todo hace pensar que no hubieran pasado un test corriente de “dogma y piedad musulmana”. Entre el pueblo llano se extendió la idea de que los tres imperios no eran más que versiones adulteradas del gran califato abasí; que a su vez sólo era una versión adulterada del gran califato de Mahoma y sus cuatro inmediatos sucesores, ejemplo sumamente idealizado del buen gobierno musulmán. Así pues, lograr una sincera lealtad de las autoridades religiosas hacia los emperadores era harto complicado. Sin embargo, lograr un apoyo formal era sencillo porque los ingresos de las personas involucradas en la 80 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India religión se derivaban, de un modo u otro, del propio Estado. Las tres casas imperiales destinaron una parte de sus ingresos a obras piadosas, como la constitución de awaqf o la construcción de mezquitas. Ciertamente, esto representaba una parte muy menor del gasto total, acaparado por el Ejército; pero aún así era mucho. Con el mismo propósito los emperadores se presentaron como defensores de la fe. Además, en Irán la pujante fe chií sólo se explicaba porque los safavíes habían llegado al poder, de modo que existían motivos para, al menos, el agradecimiento de los ayatolas. Los sultanes confirmaron o aumentaron el control de importantes facetas de la vida económica y social que venían detentando las autoridades religiosas. Por supuesto, siempre y cuando no entraran en conflicto con sus propios intereses; de ahí que la ley civil no-­‐chariatica conservara áreas de influencia bien definida e intocable, especialmente en el ámbito público. Pero para todo lo demás, para el ámbito privado o comunitario, fue creciendo el peso de la charia (o su interpretación por ulemas y ayatolás) y de una visión reduccionista de lo “moralmente correcto”. Esto explica que durante el período de vigencia de los tres imperios se consolidara la tradición de que la zakat -­‐limosna-­‐ podía y debía ser canalizada como una forma de imposición fiscal; y que, de hecho, la presión fiscal creciera a pesar de que ello contradecía, como mínimo, el espíritu coránico. Y que, al mismo tiempo, se extendiera la prohibición del consumo de alcohol, inexistente en los primeros tiempos del islam, y muy discutible desde la misma lectura del Corán. No hace falta advertir que, igual que el opio flotaba en el palacio del Emperador de China, el alcohol corría por el palacio del Emperador otomano. Enseguida veremos algunas de las consecuencias de la intervención de los Estados en el desarrollo económico del Islam. Lo que ahora resulta pertinente señalar es que ese renacido papel de los clérigos explica, al menos en parte, porque no aparecieron nuevas instituciones económicas en la Edad moderna. La religión establecida no se opuso a las actividades económicas tradicionales como el comercio a larga distancia. Ni siquiera puso más reparos al préstamo con interés bajo las formas disimuladas con que se venía practicando. Pero los ulemas se opusieron a toda innovación en materia económica y, en general, en todos los ámbitos. Los cambios que lentamente empezaron a introducirse en el Imperio otomano a partir del siglo XVIII, cuando los otros dos imperios ya habían desaparecido, fueron impulsados desde el sultanato y entorpecidos por el estamento religioso. Por ejemplo, en el Imperio otomano el sistema educativo tuvo que doblarse 81 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India para que junto al tradicional de las madrazas se desarrollase una red de escuelas occidentales, a las que mayoritariamente acudían los hijos de la élite gobernante. Esos cambios comenzaron en el Ejército, donde la urgencia era mayor (por las derrotas) y la influencia religiosa era menor. Es significativo que el punto de inflexión en las reformas tuvo lugar en 1826, cuando el sultanato decidió eliminar al cuerpo militar más conservador, el de los jenízaros (fueron asesinados varios miles de ellos). Con todo, las reformas no dañaron seriamente la posición de los clérigos en la sociedad hasta la llegada al poder de Mustafá Kemal “Ataturk”, a comienzos del siglo XX. Una de las consecuencias imprevistas de este ambiente fue la prosperidad económica de los grupos religiosos no musulmanes en el Imperio otomano, principalmente cristianos y judíos. Hasta el siglo XVI o XVII no existen motivos para pensar que su situación económica general fuese mejor que la de los musulmanes, sino, acaso, lo contrario. En teoría, bajo el gobierno de los califas judíos y cristianos gozaban de un estatus de “protegidos” que les garantizaba el ejercicio de cualquier profesión, pero que implicaba el pago de un impuesto de capitación. No parece que esto implicase un trato muy desigual con respecto a los musulmanes pues las cargas impositivas que tenían que soportar unos u otros dependían mucho más de otras consideraciones tributarias. Lo que realmente dañaba las condiciones de vida de los cristianos eran otro tipo de reglamentaciones; especialmente el sistema de reclutamiento forzoso de jenízaros –devshirme o leva–, mediante el secuestro legal de niños cristianos a razón de uno por cada 40 al año. Sin embargo, a partir del siglo XVIII esas comunidades empezaron a prosperar; al menos, con relación a los musulmanes. Como vimos, las tasas de crecimiento demográfico de las regiones cristianas eran mayores. El principal factor fue la introducción de nuevos cultivos, como el maíz. Pero el éxito de esas comunidades también radica en el desarrollo de actividades como el comercio, en las que pudieron aprovechar la intensificación de los tráficos con Europa y la mayor proximidad cultural. Igualmente, la mejor preparación de las comunidades cristianas explica su creciente influencia en la Administración. En el siglo XVIII los griegos fanariotas (del barrio del Fanar, en Estambul) controlaban una parte no pequeña del Estado. Fue, en parte, la influencia de estos grupos y su capacidad para adaptarse a la modernidad la que explica que la supervivencia agónica del Imperio otomano se extendiera dos siglos más allá del fin de los imperios safaví y mogol. 82 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Esta situación venía a dar una vuelta completa a la Historia. Los mismos musulmanes que en su día fueron la comunidad religiosa más innovadora en el comercio y la industria del Próximo Oriente, ahora se veían desplazados por aquellos cristianos y judíos a los que entonces sobrepasaron. Y del mismo modo que a comienzos del siglo XX en Alemania los protestantes y judíos tenían una renta per cápita superior a los católicos, los cristianos coptos y los judíos de Egipto tenían una renta per cápita superior a los musulmanes. Es difícil negar la evidencia de que ciertas comunidades religiosas tienen más éxito que otras; pero todo depende del momento y el lugar. Y más bien podría decirse que la capacidad de los grupos para sortear ciertos problemas es lo que realmente posibilita su éxito. En este sentido, el establecimiento de redes comerciales fundadas en la solidaridad del grupo parece haber favorecido a las minorías. Los cristianos maronitas del Líbano, uno de los grupos religiosos más exitosos del Imperio otomano, fueron un ejemplo de ello. Como también lo fue el pueblo de la Diáspora por excelencia, los judíos; seguramente la comunidad religiosa más exitosa del planeta. Las relaciones entre religión y desarrollo económico son complejas. Cada confesión en distintos momentos promueve o entorpece el progreso en diferentes ámbitos. De ahí que no se pueda contar una historia lineal. En todo caso, y en el terreno estrictamente económico, todo hace pensar que es el refrendo de la autoridad política a los principios religiosos lo que realmente hace que una norma religiosa sea realmente atendida. En el Islam el listado de incumplimientos de la charia no es menos extenso (seguramente lo es más) que el listado de incumplimientos de los diez mandamientos en la Cristiandad. Todo el mundo es muy libre de erigirse en censor de la moral colectiva; la cuestión es que sólo quién detenta el monopolio de la violencia institucional, es decir, el Estado, puede erigirse en guardián de esa moral. Lo que de malo o bueno tengan las religiones para el desarrollo económico debe contemplarse a la luz del papel del Estado. De ese papel, y de otros que también asumen los poderes públicos, se ocupa el próximo epígrafe. 83 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India 3.6 LA AUTOCRACIA
La principal razón por la que el Islam y la India experimentaron una evolución tan decepcionante durante la Edad moderna, y aparecieron ante Occidente como civilizaciones débiles y atrasadas, incapaces de hacer frente al reto que suponía la llegada de los europeos, e incluso absorber su tecnología y modo de pensar, debe buscarse en las instituciones políticas. Pero no tanto en su estructura formal, el imperio, sino en la forma en la que éste era entendido por los gobernantes y los gobernados. En último término, en la forma en la que se concebía el poder. Marx definió la forma política característica de Asia en la Edad moderna y contemporánea como “despotismo oriental”; una idea que posteriormente fue desarrollada por otro pensador comunista, Karl Wittfogel, en el concepto de “despotismo hidráulico”. Sin mucha pérdida, los dos términos podrían sustituirse por “autocracia”. Y es preferible hacerlo no sólo porque es más neutral, sino también porque alude a la característica esencial del gobernante de los imperios islámicos (y en menor medida de otros, como China): la ausencia de contrapoderes. Lo que define a un autócrata no son sus actos, sino el que actúe sin que nadie le ponga freno; que no haya siquiera una objeción moral a su comportamiento. El autócrata puede ser caprichoso, malvado y, en fin, despótico. Pero también puede gobernar de forma correcta. Y lo cierto es que hubo unos cuantos autócratas benignos en los imperios islámicos. Lo realmente definitorio no es que sus decisiones sean acertadas o erróneas, sino la inexistencia de mecanismos que le ayuden, o le obliguen, a tomar unas decisiones u otras. Esta explicación no incluye a la democracia. Los sistemas democráticos fueron infrecuentes antes del siglo XIX o, más bien, XX. En general, los poquísimos que hubo no fueron particularmente exitosos (por eso fueron pocos). El precedente más ilustre, la república ateniense, ha dejado un buen recuerdo en la posterioridad porque no se suele poner el acento en la falta de compasión y sentido común de los atenienses de la época, sino en los aspectos formales de aquella democracia directa. No obstante, es interesante observar que las democracias modernas nacieron estados en los que el poder no era omnímodo pues existían contrapoderes. Y que en esos estados las instituciones democráticas evolucionaron de otras que, sin serlo inicialmente, formaban uno de los núcleos de resistencia al poder 84 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India real, como los parlamentos inglés (la Casa de los Comunes) y francés (los Estados Generales). Pero la democracia como tal ni existía ni se la esperaba. Por supuesto, la autocracia, como la democracia o cualquier otro sistema político, nunca es perfecta. Ningún autócrata está completamente libre de ataduras y puede actuar a su completo antojo. Pero es indudable que la capacidad de maniobra de los grandes emperadores islámicos era considerablemente mayor que la de, por ejemplo, los reyes europeos; no ya los “parlamentarios”, sino también los que hemos venido a llamar “absolutos” precisamente porque no conocemos lo absolutos que eran otros. Comparaciones menos marcadas, pero igualmente válidas, se pueden hacen en Oriente. Los shogunes del Japón o los emperadores de China tenían un margen de maniobra mucho menor al de esos soberanos. La singularidad de los imperios islámicos no es económica, sino política. Cuando un autócrata tiene pocos contrapoderes, aumenta su capacidad para promover el desarrollo económico; pero también para llevar a sus súbditos al desastre. De ahí que el modo tradicional de escribir la historia, enfocándola como una sucesión de reinados, aun siendo insuficiente resulta necesaria allí donde gobernaron. En esto, el contraste de los autócratas musulmanes e indios con los reyes europeos (o los emperadores chinos) es más que notable. La pequeña historia de los reyes Hannover de Inglaterra, con los que se afirmó la supremacía británica en el mundo, es poco interesante y poco conocida. El que quizás sea el más famoso de aquellos monarcas, Jorge III, ha pasado a la historia por ser un rey “bovino” que perdió las trece colonias americanas y se volvió loco. Más interesante aún es el hecho de que su figura aparece desdibujada por la de sus primeros ministros, William Pitt (el viejo y el joven). Precisamente, su mayor éxito político consistió en hacer que el Parlamento nombrara al Pitt “joven” como primer ministro. En cambio, las biografías de los sultanes de Oriente son mucho más interesantes. No se dedicaban a la cría de vacas sino a la de tulipanes, que son mucho más bellos. Hubo tantos o más emperadores locos que entre los reyes ingleses, pero sus locuras eran mucho más imaginativas (y peligrosas). A veces resulta difícil saber si sus actos criminales obedecían al frío cálculo o a un impulso psicópata, como cuando Abbas I mató a uno de sus hijos y cegó a otros dos para, supuestamente, evitar que conspirasen contra él. Desde luego, ninguno de estos emperadores tenía que pedir permiso a nadie para nombrar a su visir; y con la misma facilidad con la que le nombraban podían, llegado el caso, cortarle la cabeza. 85 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Puesto que el Poder era arbitrario y estaba concentrado en una sola persona (aunque pudiera delegarlo, lo que no era inusual), los años de formación del príncipe como persona y como gobernante eran decisivos. Como también lo eran los modelos, reales o imaginarios, que servían a esa formación. Y todo lo concerniente a estos aspectos es enormemente negativo. Como vimos, no existía una regla fija para designar al heredero al trono, de modo que cada príncipe pasaba su juventud con la plena conciencia de que a la muerte de su padre se convertiría en emperador o sería asesinado por sus propios hermanos. Es difícil imaginar las consecuencias que semejante presión psicológica podría suponer en un adolescente. Desde luego, no resulta extraño que algunos de esos monarcas mostraran una enorme indiferencia hacia el sufrimiento ajeno. Este sistema se mantuvo en vigor en todo momento en los imperios mogol y safaví, pero desde comienzos del siglo XVII en el Imperio otomano se fue sustituyendo por otro llamado, el kafes (literalmente, la jaula). Al parecer, la causa del cambio fue el asesinato de 19 infantes ordenado por Mehmed III a su llegada al trono, un acto tan brutal que acabó removiendo demasiadas conciencias. En lo sucesivo, el candidato sería elegido por un consejo de sucesión que también se encargaría de confinar de por vida a los candidatos vencidos en una o varias estancias del propio palacio imperial (Topkapi o, más adelante, Dolmabahce). No obstante, este sistema no excluyó que durante algún tiempo también se siguieran ejecutando príncipes en sus habitaciones. Una de las ventajas del nuevo sistema era que, en caso de que el monarca muriera sin descendencia (por ser estéril o demasiado joven), se podía “rescatar” de su confinamiento a alguno de esos candidatos y ponerle en el trono, lo que sucedió algunas veces. De hecho, por diversas circunstancias fortuitas, los últimos sultanes otomanos del siglo XX antes de reinar pasaron la mayor parte de sus vidas confinados en palacio. Entra dentro de lo discutible si esta “jaula de oro” era moralmente más aceptable que la solución anterior. Al fin, es el mismo debate sobre si la pena de muerte es una condena más humanitaria que la cadena perpetua. Como fuere, desde la perspectiva del buen gobierno no parece una opción mejor que la anterior. Para el príncipe adolescente que vive en palacio ahora sus posibilidades se reducían a ser el soberano de uno de los mayores imperios del mundo, o vivir el resto de sus días en unas pocas habitaciones. Una vez confinado, y si no era asesinado de improviso, probablemente disfrutaría de buena comida, lectura y los placeres de alguna concubina 86 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India estéril. Pero no de la libertad. Es fácil imaginar los trastornos mentales que suponía crecer sabiendo que éste era un futuro posible, e incluso probable (los sultanes solían tener muchos hijos, por los que las posibilidades de reinar de cada uno eran más bien escasas). Por otro lado, los pocos sultanes que llegaron al trono después de pasar por el kafes (debido a la muerte de un sultán sin descendencia) no dejaron muy buen recuerdo. Por ejemplo, Mustafá I pasó a la Historia con el apodo de “el idiota”; otro, Ibrahim I, con el de “el loco”. Aún más decisivo para el funcionamiento de la Administración imperial fue la influencia de los modelos políticos heredados. Los tres imperios fueron levantados por tribus turcas (en el caso mogol la diversidad étnica fue mayor, pero siempre pueblos nómadas) conducidos a la victoria por grandes líderes. Pero esos conquistadores, Osmán y los primeros sultanes otomanos, Babur, Akbar, Ismail, Abbas, etc., no eran más que la segunda, tercera o enésima “generación” de los grandes caudillos de las estepas, cuyo modelo había sido Gengis y, en menor medida, Timur. Es muy llamativo que, al igual que Babur, la inmensa mayoría de los líderes políticos del Próximo Oriente y Asia Central dijesen de sí mismos ser descendientes de uno u otro, o de los dos, algo que en muchos casos parece improbable. Sin entrar en detalles, lo que se puede decir de estos personajes mitificados es que fueron colosales asesinos, aunque no necesariamente “locos”. Al margen de cuál fuera su verdadero estado mental (lo que resulta poco menos que imposible averiguar) parece claro que en ellos el crimen masivo era un arma de guerra. Por ejemplo, la destrucción de ciudades rebeldes, la ejecución de todos sus habitantes y la construcción enormes pirámides de cabezas cortadas no era un mero acto de sadismo. Respondía a una finalidad política: provocar el pavor entre los enemigos. De hecho, la misma estratagema fue empleada anteriormente por los almorávides en España. Y aun podemos encontrar horrores semejantes entre los emperadores bizantinos o los cónsules romanos. El mensaje que estos conquistadores querían trasmitir era muy claro: no habría compasión con los rebeldes. La tradición política heredada de las estepas no era la única ni, a la larga, fue la principal. Los conquistadores turcos se hicieron con enormes territorios que estaban poblados desde hacía milenios, y en los que se habían desarrollado ciertas tradiciones políticas. Estas se fueron incorporando a las de los gobernantes turcos, sobre todo cuando resolvían problemas para los que ellos no tenían respuesta. Por ejemplo, el sistema timar, que veremos enseguida, fue una copia casi literal de la 87 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India pronoia bizantina. Pero había una segunda razón por la que el proceso de asimilación de tradiciones políticas nativas se incorporó a las esteparias: unas y otras tenían muchos elementos en común. Antes de la conquista los turcos habían abrazado la misma fe musulmana que ya practicaban los que serían sus súbditos. Aunque Mahoma era un representante de los intereses de las clases urbanas de la Península Arábiga, su pensamiento político era más bien un reflejo del de las tribus del desierto a los que acaudilló. Y en lo fundamental, los planteamientos políticos de los nómadas del desierto no eran diferentes de los que tenían los nómadas de las estepas. Entre esos elementos comunes estaban la arbitrariedad como estilo de gobierno, el sentido patrimonialista del Estado, la elección del sucesor entre los hijos varones, y el rechazo a la propiedad territorial de nobles o particulares, entre otros. La diferencia más importante, y fortalecedora de las tradiciones nativas, estriba en que los primeros gobernantes nómadas no fueron líderes religiosos. De hecho, las creencias del mongol Gengis y sus inmediatos sucesores eran muy eclécticas (chamanismo, cristianismo nestoriano, islamismo, y otras). Y tampoco Timur, que era turco y musulmán, fue un líder religioso. En cambio, Mahoma y sus sucesores sí lo fueron; y seguramente por eso sabemos más de ellos que de los otros, que eran posteriores, o de los fundadores de las casas otomana o safaví. Este es el motivo por el que la vida pública, y también privada, de Mahoma y sus inmediatos sucesores es, aún hoy, tan importante. Según el islam, Mahoma habría sido el último de los profetas enviado por Alá (Dios) a La Tierra, y el único cuya revelación habría sido perfecta y no habría sido distorsionada por sus seguidores. Esa revelación está perfectamente recogida en el Corán que, como vimos, no es una interpretación afortunada de la Palabra de Dios, sino la misma Palabra de Dios. Por este motivo, los actos de Mahoma, recogidos en los hadices, aparecen bendecidos por Alá y son un modelo para la humanidad. En consecuencia, su mismo gobierno habría sido un modelo político “perfecto” para las generaciones futuras. Ciertamente, este gobierno fue relativamente corto; trascurrieron menos de diez años entre la Hégira (la huida de Mahoma de La Meca, un episodio crucial de su biografía y origen del calendario musulmán, 622) y su muerte (632). Y sólo los dos últimos lo fueron como gobernante efectivo de un pequeño imperio. Pero esta debilidad puede ser cubierta por la experiencia de sus inmediatos cuatro sucesores. Estos fueron conocidos conjuntamente como los rasidum o “califas bien guiados”; obviamente, por Alá. De hecho, la tradición establece que el Corán hablado fue escrito en 88 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India tiempos del tercero de ellos, Utman. Así pues, el Islam habría contado con la experiencia de unos 50 años de gobiernos “perfectos” los que separan el encumbramiento de Mahoma de la muerte de Alí, el último “califa bien guiado”. Este período de gobiernos perfectos fue extraordinariamente provechoso para la comunidad musulmana, que vio como el imperio se extendía desde Libia hasta el Cáucaso e Irán. Pero también fue muy conflictivo. Las rebeliones y conjuras contra los califas fueron frecuentes. De hecho, tres de los cuatro rasidum murieron asesinados. Además, el breve califato de Alí fue una casi continua guerra civil (la llamada gran fitna o, simplemente, la Fitna, guerra civil), que con el paso del tiempo derivó en la mayor ruptura del islam, el chiismo. A tenor del curso de la guerra parece muy probable que, de no haber sido asesinado, Alí hubiera sido derrotado y ejecutado por sus enemigos, los omeyas. Pero su muerte le convirtió en un mártir aceptado por igual por suníes y chiíes. Luego, la trágica muerte de su hijo Hussein perpetuaría la escisión. Ni qué decir que esta sucesión de acontecimientos bélicos también dio pie a todo tipo de actos crueles (y también nobles). La historia personal de Mahoma y los rasidum está repleta de episodios oscuros, como la imposición de castigos como la deportación, la amputación de miembros, la esclavización y el homicidio, aplicados a comunidades enteras. Por ejemplo, el mismo Mahoma perpetró varios ataques a la comunidad judía de Medina y otras ciudades árabes, exiliando, esclavizando o matando a hombres, mujeres y niños. Dicho sea de paso, no hizo nada diferente de lo que habían hecho, y harían, otros dirigentes tribales o monarcas del Próximo Oriente. La cuestión fundamental en todo esto es que el Poder era concebido y ejercido de forma omnímoda. La forma de gobierno “perfecta” e idealizada por las tradiciones árabe y esteparia era una monarquía absoluta sin apenas límites en su desempeño. Esa monarquía concentraba tanto la autoridad civil como la religiosa. Tras la muerte de Mahoma su sucesor, Abu Bakr, se intituló “califa”, una dignidad que significaría algo así como “representante de Alá en La Tierra”; y que en el Corán se asigna, por ejemplo, a Adam (que en ese libro desempeña un papel mucho más importante que en el cristianismo). Como fuere, desde Abu Bakr el califa goza de una doble autoridad, religiosa y político/judicial. Ese título pasaría al resto de los rasidum, a los omeyas y a los abasíes; y, como vimos, a muchos otros. La herencia más directa del califato vino a recaer en el emperador de 89 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Estambul. En definitiva, el sultán otomano, por el hecho de ser califa, era el máximo representante del estamento religioso. Por lo demás, dicho estamento nunca fue una verdadera amenaza al poder. Ante todo, porque, con la excepción del chiismo, carecía de estructura orgánica. Sus representantes más genuinos, los ulemas, no formaban un cuerpo profesional semejante a, por ejemplo, los sacerdotes en las iglesias europeas o los monjes mendigantes en el budismo. En general, el islam desaprueba el aislamiento del hombre de fe y le anima a participar en la vida comunitaria. Por supuesto, desde su autoridad moral y su conocimiento del Corán y los hadices, pero sin formar un orden distinto al resto de los ciudadanos. De ahí que no se contemple como deseable (o, incluso, sensato) el celibato de los ulemas, de los que se espera una vida pública intachable y activa. En fin, tan cercana al pueblo como carente de sentido corporativo. Por supuesto, en la práctica las cosas no siempre eran así. Al fin, el cuerpo de los ulemas es lo más parecido a una “iglesia islámica”. Siempre existió entre ellos el deseo de obtener ciertos privilegios de esa posición. El mismo poder otomano estuvo interesado en dotarles de cierta estructura orgánica (el cuerpo de los muftíes) para controlarles mejor. Pero por muchas matizaciones que se quiera hacer, lo que sí se puede afirmar con seguridad es que en el islam suní (que es y siempre fue muy mayoritario) jamás hubo un estamento religioso, con una estructura jerárquica independiente del poder, resistente a la arbitrariedad de los gobernantes. La aristocracia es otro de los focos previsibles de resistencia a la autoridad del soberano. De hecho, en Europa y Japón los nobles fueron los principales responsables de que los estados nacionales no se consolidaran hasta la Edad Moderna o más tarde. En el Islam tampoco podemos hablar de estados nacionales en la Edad media; ni siquiera en la moderna. Pero no porque los nobles fragmentaran la unidad en una pléyade de mini-­‐
estados feudales pues, como hemos visto, precisamente la forma característica de poder era el gran imperio, cuyas fronteras abarcan las de muchos modernos estados nacionales. Y es que, en realidad, no existía una genuina aristocracia islámica, digamos que a semejanza de la europea o la japonesa. Es cierto que las situaciones eran diferentes en cada imperio. Tampoco se puede ignorar –y esto es bien significativo– que a lo largo de los siglos XVI a XVIII se fue conformando algo parecido a una nobleza; o, más bien, fueron apareciendo 90 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India rasgos característicos de la nobleza en ciertas élites políticas, como los señores ayan (o derebeys) del Imperio otomano. Estos procesos no se consolidaron bien por la desaparición de los imperios safaví y mogol, bien por la llegada de una nueva modernidad procedente de Europa. Nótese que cuando los ayan aparecen en Anatolia, los imperios mogol y safaví habían desaparecido. Y un siglo más tarde el debate dentro del propio Imperio otomano estaba en la europeización y el creciente papel de las clases urbanas. En fin, esta postrera aristocracia, si es que se la puede llamar así, tuvo muy poco tiempo para desempeñar un papel protagónico en la historia del Islam. Por esto mismo tampoco se puede decir que el Islam haya pasado por una etapa feudal o medieval. Ni siquiera en la India, si bien aquí sí existió una aristocracia. Es importante definir los conceptos. Un noble es, en primer lugar, un guerrero; el miembro de una clase social (o, si se prefiere, un estamento) cuya principal función es la guerra, tanto contra los enemigos externos como los internos. Pero, además, el noble tiene derechos de propiedad, o de algún tipo de propiedad, sobre la tierra; y puede legarlos. Ha habido personas cuya principal función ha sido la guerra pero que carecían de cualquier derecho sobre la tierra. Por ejemplo, los milites romanos. Veremos que precisamente en el mundo islámico hubo mucha gente que, bajo diferentes figuras, hacían la guerra sin tener derechos de ningún tipo sobre la tierra. Por otro lado, la mera propiedad territorial tampoco hace al noble; un campesino o un burgués pueden ser dueños de un predio; así como el Estado. Es la combinación de los dos elementos lo que realmente define al noble. Es importante destacar la importancia de la capacidad de legar. Un verdadero noble, con conciencia de su poder y, por tanto, con capacidad para actuar contra otros nobles o contra su soberano, debe poseer el derecho a legar sus propiedades. Y mejor aún si ese derecho le sobrepasa, como sucede con la institución del mayorazgo y sus equivalentes. La importancia de esta capacidad se deriva de dos hechos. En primer lugar, el control local de un territorio sobre el que tiene verdaderos derechos es lo que le permite captar recursos con los que hacer la guerra. En segundo lugar, sólo cuando esos derechos son independientes de la persona, su hipotética derrota y las consecuencias que ello traiga (encarcelamiento, exilio o muerte) no afectarán a su descendencia. Precisamente por ello el noble puede actuar con cierta autonomía. 91 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Sin embargo, en el Islam lo normal fue que las dignidades que pudieran equipararse con la aristocracia no fueran hereditarias. Dicho de otro modo, no existía (o era muy reducida) una verdadera aristocracia. La conquista musulmana trajo la destrucción de la anterior nobleza romana o cristiana, a veces de forma inmediata, a veces tras un proceso más bien rápido de asimilación. Posteriormente, los gobernantes musulmanes pusieron todos los medios a su alcance para impedir la formación de una nueva nobleza. Este comportamiento no era diferente del de muchos líderes (y reyes) de los pueblos bárbaros que se asentaron en Europa. Pero estos tuvieron mucho menos éxito que aquellos, ya fuere porque la historia política de Europa hasta el año 1000 estuvo presidida por sucesivas mareas de invasores, porque el Estado logró mantener una mayor presencia en Oriente Medio o, simplemente, porque Europa era más pequeña y fácil de romper en unidades geográficas. Como fuere, los gobernantes musulmanes lograron impedir que surgiese una nobleza con derechos territoriales que pudiesen legar a sus hijos. Así, se estableció que todo el “dominio eminente” de la tierra correspondiese al califa y, sobre todo, que el dominio típicamente noble, el “directo”, no fuese hereditario. De todos modos, las funciones características de la aristocracia, la administración del territorio y el aprovisionamiento regular del ejército, debían ser ejecutadas por alguien. Esos representantes del Estado inevitablemente habrían de tener una cierta autonomía política. La forma en la que los gobernantes musulmanes trataron de controlarles fue a través de una fuerza armada que sería adiestrada por el propio Estado. Para lograr este propósito se emplearon varios procedimientos de reclutamiento que tenían en común romper la vinculación entre el guerrero y la tierra. El más frecuente, y también el más característico del Islam (pero no de la India), fue la tropa de soldados-­‐esclavos. Esta peculiar institución ha llamado mucho la atención de los historiadores. Quizás se haya exagerado. Aunque todas las civilizaciones han contado con esclavos, sólo en tres de ellas ésta ha sido masiva: el Islam, la civilización grecorromana y Occidente (América). Visto desde esta perspectiva, el que una de esas civilizaciones, el Islam, desarrollase la institución de la milicia esclava tampoco parece un hecho sorprendente; tan sólo un tanto “original”. Pero sigue llamando la atención que esa solución fuera preferida a otras que, aparentemente, eran más inmediatas, como la formación de una clase noble. Por lo demás, hay motivos para pensar que el ejército medieval de caballeros, siervos y 92 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India hombres libres tenía, en igualdad de condiciones, ventajas militares sobre el de esclavos. La tenaz resistencia de los cruzados en Palestina o la Reconquista española, así lo sugieren. En general, y contemplado el larguísimo plazo de la Edad media, los ejércitos cristianos fueron superiores a los musulmanes pese a que casi siempre se enfrentaron en inferioridad numérica. Aunque todo sea dicho, no parece que las razones militares hayan sido realmente determinantes a la hora de explicar la formación de los cuadros militares, ni en el Islam ni en la Cristiandad. De otro modo, la caballería habría desaparecido, en la India como en Europa, cinco, seis u ocho siglos antes de cuando realmente desapareció. Las razones importantes eran de orden político. Y es que los soldados-­‐esclavos eran menos problemáticos y más leales al sistema que otros tipos de soldados. Es importante observar que, superados los traumas iniciales (secuestro, compra, educación deshumanizada, etc.) la vida de un soldado-­‐esclavo solía ser mucho más placentera que la de cualquier musulmán corriente. Estos militares rápidamente adquirían una posición social, así como un peculio. Y también mantenían un modo de vida marcadamente diferente del resto de la población. Muchos mamelucos no hablaban árabe, sino el idioma de sus países de origen, que también era el de sus reclutadores. Los jenízaros tenían creencias religiosas de tipo sufí que les alejaban del común de sus compatriotas. De este modo, unos y otros mantenían una distancia cultural que les salvaguardaba de influencias indeseables… para el sultán. En fin, sus intereses se identificaban con el sistema del que se servían y al que protegían. Y con bastante buen resultado. Por ejemplo, los mamelucos fueron el eje de la estructura política y social de Egipto desde antes de 1250 hasta prácticamente el fin de la presencia otomana en el país (que había comenzado en 1517); es decir, unos seis siglos. De todos modos, tampoco eran la mejor solución. Los soldado-­‐ esclavos no siempre eran leales; y a menudo eran revoltosos. Así que, al fin, los imperios islámicos acabaron sustituyéndoles por otros soldados. La clave de este proceso es que fue muy lento y parcial. Y es que la mejor solución era no tener una única solución. Los gobernantes de los imperios islámicos consideraron preferible mantener cuerpos diferentes, a menudo, enfrentados entre sí. 93 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India En concreto, en el Imperio otomano la base del ejército se basaba en dos cuerpos, los jenízaros y los sipahi. A los primeros ya nos hemos referido. Estos eran soldados profesionales que no estaban vinculados a la tierra, aunque podían comprarla a título particular. La condición de jenízaro inicialmente no era hereditaria; sólo lo empezó a ser a partir de finales del siglo XVI, pero sin que ello implicará derecho alguno sobre cualquier forma de propiedad territorial. No eran los más numerosos, aunque quizás sí lo más efectivos; y, además, un cuerpo jenízaro era el que controlaba el palacio Topkapi. En fin, en muchos aspectos los jenízaros eran semejantes a la guardia pretoriana del Imperio romano. Numéricamente, el principal cuerpo militar del Imperio otomano era el de los sipahis, que mantuvieron una larga rivalidad con los anteriores; y a los que, al fin, destruyeron en 1839. Los sipahis tampoco eran nobles. Eran caballeros asentados en ciertos dominios denominados timares. Los campesinos residentes en ellos debían entregarles unas rentas; mientras que el sipahi debía acudir a la guerra si le llamaba el sultán. En todo caso, los sipahis, aunque poseedores del derecho a un timar, en modo alguno eran sus propietarios. La propiedad, el dominio directo (así como el eminente), normalmente correspondía al propio sultán. Las rentas que servían para el mantenimiento del sipahi eran distintas que las que correspondían al verdadero propietario del timar, ya fuera el sultán o un particular. Por otro lado, el sipahi no podía legar el derecho que tenía sobre un territorio particular. Lo que sí podía legar a sus hijos varones, aunque con restricciones, era el derecho genérico a un timar indeterminado; que, en cualquier caso, le sería al entregado al heredero por el propio sultán. En cualquier momento un sipahi podía ser desprovisto del timar en el que vivía para ser movido a otro, o a ninguno. Y no era infrecuente que sucediera. En resumen, los sipahis venían a ser una especie de militares cuya remuneración se asignaba a través de las rentas de ciertas tierras. A diferencia del Imperio otomano, en la India mogol sí existía una nobleza con muchos de los rasgos característicos de la europea o japonesa. Es decir, personas cuya función social era, en términos genéricos, la guerra, y que tenían derechos heredables sobre la tierra y los campesinos (aunque en el caso indio era la comunidad, y no el campesino, la unidad de recaudación). Esta clase social estaba formada por los llamados (por los mogoles) zamindars. Su origen es muy remoto, aunque parece que surgieron con la misma roturación de la jungla y el asentamiento de los colonos. Hasta el siglo XVI su posición política también era más o menos 94 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India equiparable a sus homólogos europeos y japoneses. Pero todo esto cambió con la llegada de los mogoles y, en particular, con la remodelación administrativa de Akbar. Como se hizo o se haría en otros imperios, su propósito fundamental era desvincular los derechos sobre la tierra de la función militar. La dirección de ésta quedaba a cargo de una clase de procedencia foránea (turca, persa, afgana) denominada mansabdars. Para su sostenimiento estos podían disfrutar de las rentas proporcionadas por un territorio denominado jagir. El que una aldea pagara rentas a un mansabdar (denominado, por ello, jagirdar) no significaba que estuviera exenta del pago de otras rentas al correspondiente zamindar. Unas y otras aludían a conceptos diferentes. En un caso, pagos para el sostenimiento de la Administración; más en concreto, los servicios prestados por un oficial de la misma. En el otro caso, rentas de carácter señorial. Evidentemente, las relaciones entre zamindars y mansabdars eran estrechas. También había entre ellos notables similitudes; por ejemplo, unos y otros contaban con tropas que, llegado el caso, debían ponerse al servicio del emperador. Pero existía una diferencia crucial entre ambos: los derechos de los zamindars eran hereditarios, mientras que los jagirdars no lo eran. Mutatis mutandis, así como los zamindars eran el equivalente de la nobleza europea, los mansabdars lo eran de los sipahis otomanos. Como resulta fácil de imaginar, este doble sistema tributario era muy gravoso; aunque quizás no más que el safaví u otomano. En cualquier caso, permitía la movilización de un ejército colosal. Bajo circunstancias normales es posible que el 10% de la población masculina india, unos 4-­‐5 millones de personas, estuviesen de un modo u otro enrolados en el ejército; una proporción que superaba a cualquier gran estado de la época. El grueso de la tropa mogola estaba formado por cuerpos definidos por su procedencia regional y comandados por generales que empleaban a los campesinos de la región o contrataban soldados profesionales. No obstante, una parte, menor pero bien preparada, dependía directamente del sultán. Un sistema de fortalezas imperiales repartidas a lo largo de todo el territorio protegía al imperio de hipotéticas invasiones, y también de rebeliones internas. Evidentemente, a ningún poder local le resultaba fácil desafiar la autoridad del sultán. No obstante, este descomunal aparato militar encerraba la semilla de su propia destrucción, tal y como se vio tras la muerte de Aurangzeb. 95 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Quizás el caso más interesante sea el del Imperio safaví. En él nunca existió una verdadera nobleza, pero sí un poder militar casi completamente autónomo, al menos durante el primer siglo, que amenazaba la autoridad del sultán de Isfahán. Este poder era el de las tribus qizilbash (literalmente, cabezas rojas, por el tocado superior de sus turbantes) que habían llevado el peso de la conquista del Irán post-­‐timúrida. En realidad, hasta la llegada de Abbas I el Imperio safaví no fue un verdadero imperio, sino una confederación de estados autónomos, cada uno dominado por un qizilbash, que reconocían una teórica autoridad en el sultán. Por eso, durante sus primeros diez años la principal tarea de Abbas consistió en reforzar el ejército central, para lo que se sirvió de un cuerpo ya existente, los ghulam, cuyos efectivos incrementó extraordinariamente. Estos ghulam, literalmente “esclavos”, guardaban estrechas semejanzas con los jenízaros otomanos. Se reclutaban mediante la compra de esclavos o en las razias safavíes en el Cáucaso sobre las poblaciones armenias, circasianas y, quizás más que ninguna otra, georgianas. Los niños o jóvenes capturados en ellas eran educados en la fe islámica y entrenados con modernas técnicas de combate; incluso con asesores (y mosquetes) europeos. Los ghulam acabaron constituyendo el principal cuerpo del ejército safaví. Su eficacia en el combate explica los éxitos militares de Abbas sobre los uzbecos y el Imperio otomano. Pero esos éxitos no deben ocultar el hecho de que su principal razón de ser no era la guerra externa, sino socavar el poder de los qizilbash, que seguían conformando una parte importante del ejército safaví. Como en los imperios otomano y el mogol, frecuentemente la remuneración de las elites guerreras se realizaba a través del derecho de cobro de las rentas de un territorio, en este caso denominado tiyul. Un derecho que no era heredable, y que semejaba el timar otomano. En resumen, en los imperios islámicos la nobleza sólo apareció tardíamente (Imperio otomano), tenía poca influencia política y circunscrita a un ámbito local (Imperio mogol), o tenía una estructura tribal que fue debilitándose (Imperio safaví). En los tres casos, la función militar recaía en cuerpos de muy diferente categorización: sipahis, jenízaros, ghulam, qiziblash, mansabdars y zamindars. Sólo los últimos, que también eran los proporcionalmente más débiles, podrían considerarse como miembros de la clase noble. 96 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Otros hipotéticos focos de resistencia, como las ciudades, tuvieron aún menos importancia. Para empezar, carecían de existencia como tales entidades jurídicas. Como vimos, el derecho islámico rechaza (con excepciones) los sujetos colectivos. En la práctica, el gobierno de las ciudades dependía del sultanato, aunque una parte considerable de la vida urbana se organizaba a través de gremios. Estos carecían de la autonomía de la que gozaban sus homólogos europeos. Sus principales funciones eran resolver los conflictos internos de los mercaderes y servir a los intereses del gobernante en el cobro de los impuestos. En general, y tal y como vimos, el mundo urbano de los imperios islámicos (excluida la India) no era más brillante que el del Islam clásico. Las ciudades eran más dependientes de la Corte y los poderes públicos. Y los ciudadanos eran más conservadores en sus actitudes políticas; o, al menos, no manifestaron inquietudes “revolucionarias”. En fin, su atonía las anulaba como un hipotético foco de resistencia a la autoridad del sultán. Por supuesto, este no era el caso de las ciudades indias, que experimentaron un notable crecimiento durante el Imperio mogol (y después también). No obstante, las más grandes seguían siendo palaciegas e interiores. Y tenían un problema añadido: su falta de cohesión interna. Esto era debido a la fuerte presencia de la comunidad islámica, muy minoritaria dentro del conjunto de la India, pero no tanto en el mundo urbano. Además, la comunidad hindú estaba separada en castas profesionales entre las que la cooperación no era fácil. En resumen, los soberanos de los grandes imperios no tenían que arrostrar contrapoderes. Ni los clérigos “desorganizados”, ni los nobles “desvirtuados”, ni los burgueses “invisibles” eran amenazas para unos gobernantes omnímodos que manejaban enormes recursos. Por lo demás, tanto las tradiciones heredadas del pasado tribal como las adquiridas en el contexto cultural islámico les animaban al ejercicio arbitrario del poder; incluso al uso del terror como estrategia de sometimiento del adversario. Por supuesto, otras circunstancias culturales y económicas también habrían dado lugar a gobiernos carentes de límites. Al menos en un caso, el imperio inca, se pueden reconocer rasgos tanto o más autocráticos que entre los imperios islámicos. Pero lo normal es que el grado de autocracia (o despotismo) de cualquier soberano, en cualquier parte del mundo, fuera mucho menor que el de estos gobernantes. Las consecuencias dañinas del gobierno autocrático van mucho más allá de los errores del gobernante. Al fin y al cabo, podría esperarse que, en el largo plazo, los errores y los aciertos de los sultanes se equilibren de modo 97 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India semejante a como lo hacen las caras y cruces al cabo de un cierto número de lanzamientos. Aunque, ciertamente, el modo en el que esos soberanos eran educados hace pensar que la distribución de esos eventos no era equi-­‐ probable, y que el número de errores superaría el de aciertos. En cualquier caso, la autocracia no era un modo de gobierno exclusivo del emperador. Dentro de su ámbito de competencia, es decir, en la medida en la que todo estaba supeditado a su autoridad, otras élites gobernantes reproducían los mismos comportamientos. En parte, porque del mismo modo que los rasidum, Gengis o Timur eran un modelo para el sultán, éste también era un modelo para esas élites. Pero, sobre todo, porque el gobierno arbitrario era una consecuencia lógica de esa estructura de poder. Quizás lo más terrible que se puede decir de la aristocracia es que, por mala que fuese, su inexistencia era aún peor. Una vez más, la clave de todo es la herencia. El más estúpido de los aristócratas europeos podía comprender que su interés personal y el de su familia pasaban por proteger y mejorar su propiedad. No sólo, ni principalmente, por las rentas que podía obtener de ella, sino porque ése era su patrimonio y el de sus hijos. Esto no quiere decir que hiciera una gestión correcta. En Europa hubo muchos nobles estúpidos que no se interesaban por la marcha de sus explotaciones, a las que veían como simples fincas de las que extraer todo el beneficio posible, sin consideración alguna hacia los siervos que vivían en ellas. No obstante, también hubo aristócratas preocupados en mejorar las razas de los bóvidos, introducir nuevas rotaciones de cultivo o averiguar el precio (y la ganancia) de los productos agrícolas en mercados lejanos. No actuaban por altruismo, sino por egoísmo o, dicho de forma más suave, por interés económico. Comprendían que cuantas más mejoras introdujeran en la explotación más próspera serían ellos mismos. De paso, también lo serían sus siervos. Sin embargo, estos razonamientos no tenían aplicación, o mucho menos, en el mundo islámico. Para un sipahi o un mansabdar, cuyo papel dentro del timar o el jagir se situaba más cerca del recaudador de impuestos que del señor feudal, las mejoras en la productividad eran una cuestión irrelevante. Incluso podían resultar indeseables si exigían una inversión que luego recuperaría otro sipahi. Puesto que en cualquier momento el sultán podía privarle de esas rentas, su visión económica era el corto plazo, lo que conducía a una actitud “depredadora”. Desde su perspectiva lo más sensato era exprimir a los campesinos todo lo posible antes de que tuviera que abandonar el timar, tiyul o jagir del que vivía. Una actitud que, en realidad, 98 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India no era distinta de la del propio sultán en sus dominios. Uno de los rasgos comunes a todo el variado espacio del Islam y la India es la existencia de sistemas de extracción del excedente agrario extraordinariamente gravoso, que reducían al campesino a un estado de mera subsistencia. Los campesinos de la India, como de Irán, Egipto o Anatolia tenían que desviar un 40 o 50% de sus ingresos para el mantenimiento de esas clases ociosas. En algunas regiones del norte de la India al campesino sólo le quedaba un sexto de la cosecha. Por supuesto, los casos son diversos y las situaciones no equiparables. Lo que se puede extraer de un campesino depende de la productividad de la tierra y de la extensión de su predio. Pero es indudable que, para situaciones comparables (si es que se puede comparar, digamos, un conde o un daimio con un sipahi o un akan) la presión fiscal en el Islam y la India era muy superior a la existente en Europa o Japón (aunque, como veremos, las diferencias verdaderamente notables se alcanzaban con China). Muy a menudo, los beneficiarios de esas rentas residían en las ciudades. El absentismo de los propietarios, rentistas o funcionarios también parece haber sido una constante en todo el territorio de esas dos civilizaciones. En esto una vez más encontramos un fenómeno que no es único del Islam y la India, pero que aquí alcanzó un desarrollo más que notable. El absentismo encuentra explicación en factores culturales –el islam es una fe “urbana” – y políticos –la necesidad de los dirigentes, a menudo de origen extranjero, de vivir agrupados y separados del resto de la población–. Pero, ante todo, es coherente con la debilidad de la propiedad heredable. El beneficiario temporal del dominio directo, es decir, el perceptor de rentas para el mantenimiento de las armas, no tenía mayor interés en conocer el día a día de las explotaciones agrícolas de las que vivía; ni mucho menos tratar con sus campesinos. Obviamente, este absentismo favorecía el crecimiento urbano, lo que ayuda a explicar porque los centros administrativos y las capitales provinciales del Islam resistieron bastante bien el paso del tiempo y las inclemencias económicas de la Edad moderna. Pero por eso mismo, las ciudades con mayor vinculación comercial, las situadas en la Ruta de la Seda o en la costa, tuvieron un comportamiento menos expansivo; salvo que también cumpliesen funciones administrativas, como Estambul. De nuevo, hay que distinguir unas regiones de otras. La India tuvo un crecimiento urbano vigoroso durante el Imperio mogol; y no sólo las capitales administrativas sino también aquellas urbes con una mayor vocación 99 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India comercial, como Bihar (en el interior) o Surat (en la costa). En todo caso, incluso en aquel país relativamente próspero el modelo urbano predominante era la ciudad rentista, en la que el grupo dirigente estaba formado por personas que recibían el grueso de sus ingresos de las rentas procedentes del campo circundante. A la falta de seguridad jurídica que implicaba el carácter no-­‐
hereditario de la propiedad se sumaba la misma debilidad institucional. Aunque los imperios islámicos sobrevivieron durante más de dos siglos (y el otomano muchísimo más), siempre estuvieron en un permanente estado de guerra interna o externa. La ausencia de una nobleza institucionalizada y el carácter depredador del poder pueden estar detrás de parte de esa inestabilidad. Las revueltas jelali, por ejemplo, fueron dirigidas por sipahis que habían sido desprovistos de sus timares por diversas circunstancias, y que veían en el levantamiento un modo de resarcirse de su pérdida. Si esta “pseudo-­‐nobleza” otomana hubiese tenido asegurada su supervivencia a través de un feudo sus deseos de levantarse contra el sultán habrían sido mucho menores. Y, en efecto, esto es lo que puede decirse de los ayan, cuyo dominio político coincide con el fin del dominio de los sipahi. Algo semejante sucedía con los diversos grupos de mercenarios. Durante la ocupación de Egipto por los otomanos, el país vivió en un casi permanente estado de “indefinición política”, en el que el poder real se repartía entre la antigua clase dirigente, los mamelucos, y el poder central, representado por los jenízaros, que también tenían intereses propios (aparte de otros grupos, como los beduinos en el Sur). En fin, el gran problema de Egipto era la falta de lealtad hacía la autoridad imperial, un asunto que se sustanció de modo definitivo cuando Mehmet Alí, un soldado turco de origen albanés, separó aquella provincia del imperio. Sea cual sea el juicio mortal, la deslealtad no parece más que la consecuencia de un modo de entender el mando como un botín de guerra antes que como un deber político. La “institucionalización” de todos estos grupos también hubiera conducido a un resultado diferente. No necesariamente, o exclusivamente, a través de la formación de una nobleza (que fue lo que, al fin, acabó siendo la casta mameluca en Egipto y los jenízaros en Turquía). De hecho, mediante la reforma de la Administración del Estado Mehmet Alí y sus sucesores lograron un control de Egipto que jamás alcanzaron los otomanos. Pero, en fin, todo esto sucedió ya en el siglo XIX. La razón por la que el imperio mogol fue el más exitoso de los tres imperios debe buscarse en que estos problemas fueron parcialmente soslayados. Y eso a pesar de 100 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India que la India tenía su propio gran problema, el sistema de castas. Desde luego, no hay motivos para pensar que la lealtad institucional en la heterogénea India fuera mayor que en el Imperio otomano. Además, el gobierno del emperador era arbitrario y no tenía que enfrentar contrapoderes. La diferencia crucial pudo estar en que allí existía una clase noble, los zamindar, que residía en su propio feudo, que heredaba y legaba sus derechos sobre la tierra, y que, por tanto, estaba interesada en el progreso de las explotaciones. Es sugerente pensar que la India se encontraba en un estadio feudal cuando aparecieron los mogoles, y que el imperio no sólo no interrumpió la evolución del país. Simplemente alentó la creación de algo parecido a un estado nacional indio en la figura de su más lúcido dirigente, Akbar. De hecho, tras su reinado pocas reformas se hicieron en la Administración mogola. La debilidad institucional e inseguridad jurídica que implicaba la existencia de gobernantes incontrolables y reglas de juego no permanentes tenía una consecuencia obvia: el elevado precio del capital. Si la inversión no está asegurada por el entorno institucional, la remuneración que exigirá el prestamista al inversor será muy elevada, pues hay numerosas contingencias que pueden echar por tierra la recuperación del capital. En todo el ámbito islámico e indio los tipos de interés eran mayores que en Europa. Sólo donde la actividad comercial era más intensa es posible encontrar intereses relativamente bajos, algo superiores al 10%. Por ejemplo, en Surat, el gran puerto comercial de la India durante el Imperio mogol, o en Bursa, el gran emporio de la seda del Imperio otomano. En todo caso, esas dos ciudades de mercaderes eran islas en medio de un pantano de tipos elevados. En Estambul, a 50 kilómetros de Bursa, los tipos habitualmente superaban el 20%. En Pune, al sur de Surat, el 24%. Aún más significativo: incluso los tipos excepcionalmente bajos de Bursa o Surat superaban los existentes en Holanda o Gran Bretaña, del 4-­‐5%. Pero lo más interesante de todo es que esta situación sucedía en unos países que, en conjunto, absorbían metal precioso, sobre todo plata. Como vimos, el gran comercio internacional tenía como resultado final un balance claramente desfavorable para Europa, y claramente favorable para la India, mientras que los países islámicos ocupaban posiciones intermedias aunque más parecidas a la India que a Europa. Dicho de otro modo, los altos tipos de interés no eran causados por una falta de numerario, sino por las debilidades de los mercados financieros. 101 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Trabajo y capital son factores productivos difícilmente intercambiables; pero precisamente la innovación tecnológica consiste en la sustitución del primero por el segundo. Por tanto, el precio del trabajo es un factor importante para la introducción del capital. Lo que sabemos de éste en el Islam y la India es que, con relación a Europa, era muy bajo. Allí donde se dispone de estadísticas confiables se constata que existía una brecha entre los salarios urbanos de Europa Occidental y Asia, y que esa brecha fue abriéndose a lo largo del siglo XVIII. Por tanto, la innovación tecnológica no sólo se enfrentaba a la dificultad de un elevado precio del capital, sino también a la de unos bajos salarios. Esto era un problema particularmente relevante en la industria, principalmente ubicada en las ciudades; aunque de forma creciente se fue desarrollando una industria rural en la India. La causa de los bajos salarios estaba en la abundancia de los trabajadores con respecto al trabajo. Sin embargo, las posibilidades de crecimiento agrícola en la India eran evidentes; ya vimos como las roturaciones de la jungla fueron constantes a lo largo del período. Y algo semejante podría decirse del Islam. En realidad, el problema era de orden institucional. Tanto el sistema de castas de la India como el de timares del Imperio otomano impedía la movilidad laboral. No obstante, en modo alguno se puede decir que esa situación fuera absoluta. Existían propiedades y comunidades libres. El control de los estados sobre los individuos se veía frenado por obvias dificultades materiales. En fin, en todos estos países existía una población flotante que era la que alimentaba el crecimiento urbano; pues en este ámbito, como en Europa, las tasas de mortalidad en las ciudades eran superiores a la del campo, de modo que el crecimiento urbano sólo se podía conseguir con un flujo constante de trabajadores desde el campo. También al igual que en Europa, los jóvenes emigraban a las ciudades debido al poco atractivo que para algunos de ellos tenía la vida en el campo (y seguramente también por el atractivo de las ciudades). Por tanto, el nivel de negociación en la fijación de los salarios urbanos estaría en relación con las condiciones allí existentes. Y cuanto más exigentes fueran las exacciones de los poderosos sobre los campesinos, cuanto más arbitrarias e inseguras fueran las relaciones entre estos y el señor tributario, también más bajos serían los salarios en las ciudades y la industria en general. Lo sucedido con los parias en la India es relevante. Como vimos, los efectos económicos de su existencia no se circunscribían a ellos mismos; alcanzaban a todas las clases sociales que, directa o indirectamente, competían con los parias. Al fin, estos copaban una parte 102 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India del mercado laboral, el de los trabajos menos deseables, del que privaban a otros trabajadores. En resumen, el marco institucional en el que se desarrollaron los imperios islámicos desincentivaba la inversión productiva y alentaba un enfoque cortoplacista de los negocios. Una situación indeseable que explica parte de la divergencia con Europa; y, sobre todo, el que fuera tan temprana. CONCLUSIONES ¿Qué motivos llevaron al Islam y la India a una situación de atraso (obviamente, relativo) en la Edad moderna? Seguramente no se puede identificar una única causa. De hecho, ni siquiera se pueden equiparar los problemas del Imperio mogol con los de los otros dos imperios. La prosperidad (como siempre, relativa) del Islam Clásico respondía a factores que, en cierto modo, eran casuales, como la herencia romana y sasánida y la ausencia de invasiones importantes en los primeros siglos (al margen, por supuesto, de la de los mismos árabes). Pero también, y muy especialmente, a los efectos “civilizadores” de la misma religión islámica. Sin embargo, el impulso inicial se fue perdiendo. Y si bien el islam como religión y civilización se expandió vigorosamente durante los siglos XIII-­‐
XVII, los principales logros de los primeros tiempos no se repitieron. Las mediciones de los niveles de vida son problemáticas, pero es bastante evidente que en muchos aspectos cruciales del desarrollo económico, como la tecnología, el Islam había perdido gran parte de su creatividad. La situación en la India es más difícil de definir. En muchos sentidos era la primera potencia económica del mundo. Y es que, aunque sólo fuera por el número de habitantes, su peso económico era considerable. Pero, además, la India contaba con un entramado urbano considerable, importantes tratos comerciales a larga distancia y, probablemente, la mayor industria textil del planeta. Pero con todos sus logros, la India acabó hundiéndose a sí misma en una sucesión de guerras internas, y acabó siendo colonizada por una potencia europea, Gran Bretaña, que, simplemente, era más eficiente en todos los aspectos relevantes, desde la navegación a la fabricación de textiles. Por supuesto, la historia política podría haber sido otra; acontecimientos insignificantes pueden ocasionar giros imprevistos en la 103 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India Historia. Pero los hechos esenciales, la idea del diferente desarrollo económico, permanecen. El territorio conjunto del Islam y la India no era, ni mucho menos, un espacio desprovisto de recursos naturales. Aunque algunas regiones venían siendo cultivadas desde hacía milenios, otras seguían estando poco pobladas. De hecho, los movimientos de población eran frecuentes; así como la roturación de tierras en la India. Había un amplísimo margen para las mejoras en la productividad, la especialización agrícola y el comercio. Y existían recursos mineros sin explotar. En términos generales, la producción de bienes y servicios en la India y, sobre todo, el Islam, estaba muy por debajo de sus posibilidades; al margen de que la distribución de esa producción fuera, como en todas partes, enormemente injusta. La presencia occidental es otra explicación fallida. Hasta el siglo XVIII, la influencia del comercio europeo sobre la economía safaví pudo ser considerable, mucho menos importante en el caso otomano, y poco menos que insignificante sobre el gran imperio mogol (aunque era mayor en los pequeños reinos indios del Sur). Los efectos de esa influencia fueron negativos en una parte de las economías de los imperio otomano y safaví (comercio de tránsito de especias y manufacturas), y positivos en otra parte (sedas y textiles autóctonos). En la India esos efectos fueron positivos. Considerando el conjunto, es difícil formarse una imagen negativa de esa presencia. Pero, desde luego, aún más difícil es considerarla decisiva en ningún terreno. Al fin y al cabo, los occidentales nada tuvieron que ver en la desaparición de los imperios safaví y mogol. El Imperio otomano es una historia distinta que nos lleva hasta el siglo XX; distinta en todos los sentidos. Pero, en fin, tampoco las relaciones con Europa pueden explicar los problemas reales de ese mundo. Hoy en día la religión es el “chivo expiatorio” que nos sirve para explicarlo todo. Y, desde luego, hay elementos en la religión hindú (el sistema de castas) y, sobre todo, en la musulmana (los sistemas de herencia, el rechazo a las entidades colectivas en el derecho islámico) a las que sin duda, hay que responsabilizar de una parte del atraso. Con todo, esta explicación falla por una razón sencilla: los elementos religiosos realmente contrarios al desarrollo económico no formaban parte del corpus básico de creencias y actitudes morales que definen al islam y al hinduismo. Dicho de otro modo, los verdaderos obstáculos podrían haber sido removidos fácilmente, tal y como lo fueron otros mucho más “sustanciales” al mensaje 104 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO –EUROPA ANTES DE 1800: El Islam y la India religioso fundamental, como la prohibición del préstamo con interés. La cuestión es que así como el Islam Clásico fue capaz de dar ese salto, el Islam imperial no pudo superar un obstáculo mucho más modesto como, por ejemplo, las prevenciones de los ulemas ante la impresión del Corán y los hadices. Sin embargo, en cierto sentido la religión sí que ofrece una vía de aproximación a ese fracaso: fue uno de los instrumentos de justificación de la autocracia, tanto por la idea del califato como por la debilidad del clero. De todos modos, la autocracia tampoco fue un producto de la religión. Existió, simplemente, porque no existían otros contrapoderes. En particular, resultó decisivo que los sultanes pudiesen servirse de soluciones militares que no pasaban por una nobleza, es decir, por una casta guerrera con derechos sobre la tierra (y los campesinos) y con capacidad para legar esos derechos. Gracias a esta circunstancia los soberanos de los grandes imperios islámicos fueron mucho más absolutos de cuanto podrían haber soñado serlo casi cualquier otro gobernante del planeta. Y extendieron entre sus inmediatos subordinados una idea tan sencilla como terrible: puesto que nada es seguro, ni siquiera los bienes que dejemos a nuestros hijos, la depredación de cuanto está a nuestro alcance es la actitud más inteligente. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS • Baechler, Jean, 1988: “The origins of modernity: caste and feudality (India, Europe and Japan)” en Baechler Jean, John A. Hall and Michael Mann (eds) Europe and the rise of capitalism. 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