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UTILITARISMO
VIGENCIA Y PROYECCIONES EN LA REALIDAD
CONTEMPORÁNEA.
(Primeros representantes y diferencias)
Claudio Lavados Montes
Magíster en Bioética
El utilitarismo es una nueva forma de lo que se ha denominado hedonismo ético, la
cual señala que la finalidad de la conducta humana es la felicidad. La norma moral
que diferencia entre el comportamiento bueno o malo es, simplemente, el placer y el
dolor. El utilitarismo no entró con toda su fuerza sino hasta que fue adoptado por
Bentham1, a pesar que los principios esenciales del sistema ya habían sido apoyados
por variados filósofos ingleses, que con la excepción de Helvetius (Del espiritu, 1758)
en quien Bentham parece haberse inspirado, todos los defensores de este sistema
son ingleses. Esto puede atribuirse al influjo que ha tenido las enseñanzas de Locke
de que todas las ideas se derivan exclusivamente de la experiencia sensorial. Esta
doctrina epistemológica encuentra su vertiente natural y complementario ético en la
teoría de que las ideas morales de lo bueno y lo malo, los juicios morales y la
conciencia misma son derivados, en principio, de experimentar los resultados de las
acciones.
El primer representante del pensamiento utilitarista moderno es Hobbes (Leviatán,
1651) que expone como axioma ético fundamental que la conducta correcta es
aquella que promueve el propio bienestar y que la justificación moral social depende
si sirve o no para el bienestar de quien lo observa. Luego, Richard Cumberland (De
legibus naturae, 1672) que yendo contra Hobbes trató de mostrar que el principio de
la máxima felicidad es una ley del Evangelio y una ley de la naturaleza: “La más
1
“Según algunos de sus representantes, el utilitarismo habría sido formulado por primera vez por Sócrates y
mantenido posteriormente por muchos autores, desde Epicuro hasta eminentes filósofos contemporáneos, como,
por ejemplo, Peter Singer” en "Ética utilitarista" por Raúl Villarroel, en "Bioética. Fundamentos y Dimensión
práctica" de Ana Escríbar, Manuel Pérez y Raúl Villarroel. Ed. Mediterráneo. Santiago. 2004. pág. 71.
1
grande benevolencia posible de todo agente racional para con todo el resto constituye
el estado más feliz de todos y cada uno. Consecuentemente el bien común será la ley
suprema”. Esta postura fue tomado luego por Paley (Principios de moral y filosofía
política, 1785) quien asegura que si Dios desea la felicidad de los hombres, entonces
debemos amoldar nuestra conducta a la voluntad de Dios y deberemos actuar con el
fin de buscar el bien común; la virtud será buscar el bien común según el deseo de
Dios. Para Hume, a quien no le interesaba para nada buscar una justificación
religiosa, plantea que la virtud y el mérito personal consisten en aquellas cualidades
que son útiles a nosotros mismos y a otros. Pero aquí aparece para Hume la
pregunta, y la interrogante de los teóricos utilitaristas, de cómo conciliar el motivo del
interés personal con el motivo de la benevolencia, si cada ser humano persigue su
propia felicidad, ¿cómo puede ser la felicidad de todos el fin de su conducta? 2 En
Hartley (Observaciones sobre el hombre, 1748) se encuentra el primer esfuerzo
metódico por justificar el principio utilitario mediante la teoría de la asociación3. Con
Bentham, cuyo principio de utilidad es la mayor felicidad para el mayor número de
personas, surge el grupo de utilitaristas como tales. A él lo siguen James y Jhon
Stuart Mill, los dos Austins y Godwin.
Bentham, en el inicio de su obra Principios de moral y legislación (1789), plantea la
idea central de su doctrina y política: La naturaleza ha puesto la humanidad bajo el
gobierno de dos amos soberanos, el dolor y el placer. Es por ellos solos que
tomaremos nota de qué debemos hacer y de cómo lo haremos. Por una parte la
norma de lo correcto y lo incorrecto, y por otra la cadena de la causa y efecto están
encadenadas a su trono. Nos gobiernan en todo lo que hacemos, cada esfuerzo que
hagamos por liberarnos de su yugo no servirá más que para demostrarlos y
confirmarlos.
En una palabra el hombre pretenderá renunciar a su imperio; pero
en realidad continuará sujeto a él todo el tiempo. El principio de utilidad reconoce esta
sumisión y asume que es la fundación de ese sistema cuyo objetivo es criar la tela de
la felicidad de la mano con la razón y la ley.
2
Hume no resuelve ni discute este dilema. Simplemente se apoya en la suposición que la benevolencia es la virtud
suprema.
3
Plantea, Hartley, que de las sensaciones y emociones bajas y elementales o primarias, resultan los sentimientos y
emociones más elevados, de una clase distinta a los procesos de donde han surgido.
2
Apoyándose en el principio del egoísmo absoluto, Bentham trata de reconciliar el
interés personal y el altruismo: No sueñes que los hombres moverán su dedo más
pequeño para servirte, a menos que el beneficio para hacerlo sea para ellos lo
bastante obvio. El hombre nunca lo ha hecho y nunca
lo
hará
mientras
la
naturaleza humana esté compuesta de su materia actual. Por ello desearán servirte
cuando al hacerlo puedan servirse a sí mismos, y las ocasiones en que puedan
servirse a sí mismos sirviéndote son numerosas4.
El utilitarismo de Bentham, a mi juicio, disocia la moralidad de su base religiosa, y se
vuelve marcadamente positivista, resolviendo la obligación moral como un prejuicio o
sentimiento
resultante
de
la
asociación
prolongada
de
las
consecuencias
desagradables de ciertas acciones y de los beneficios que siguen a otras. Para él la
palabra deber no debería existir; es la condenación del utilitarismo. Redactó un
esquema, algo curioso, para calcular el valor o el peso a asignar a todo tipo de
placeres y dolores5 como una norma práctica de determinar en forma concreta el
valor moral de cualquier acción. Asume que todos los placeres son semejantes en su
tipo y difieren sólo en cantidad, intensidad, certeza, duración, etc. Aquí surge la gran
dificultad de querer convertir el interés personal en el único motivo de las acciones
humanas y el calcular los resultados de cada acción del modo que exige su uso,
logrando un balance entre las ventajas y desventajas de cada acción, como una
ecuación matemática,
lo cual resulta bastante extraño. Bentham no distingue ni
jerarqueriza placeres a la hora de establecer supremacías. Pareciera que el placer es
el mismo más allá de la diversidad de situaciones, sentimientos o sensaciones que
puedan ocasionarlo. Sólo varía en su cantidad.
En lo político, el utilitarismo en su formulación más simple –y vigente hoy- sostiene
que el acto o la política moralmente correcta es aquella que genera mayor felicidad
entre los miembros de la sociedad. “La mayor felicidad para el mayor número”. Pero
también sabemos que no necesariamente en la mayoría se encuentra la verdad y/o el
bien común.
4
Deontología, ii, 1834. Obra póstuma.
“Este procedimiento es el que se ha conocido con el nombre de `cálculo hedonista de la felicidad`”, cfr. op.cit.
“Ética utilitarista…”, pág. 74.
5
3
En la forma de ética, Bentham, no deja afuera a Dios. Al contrario, deja claro que Dios
desea la felicidad del hombre y que éste fue creado para ser feliz. El problema es qué
tipo de felicidad busca el hombre. Y es aquí dónde se establece la diferencia y
distancia entre el Evangelio y lo que él entiende por felicidad.
El utilitarismo es coherente con el empirismo: si el hombre es fundamentalmente una
realidad sensible, una realidad animal, entonces la búsqueda de placer se convierte
en norma moral. El problema estriba en el cuándo el hombre está satisfecho de
felicidad. Esto le puede llevar a una profunda decepción y angustia.
En John Stuart Mill se encuentra la expresión clásica del utilitarismo quien se
esfuerza en elevar la discusión a un plano mayor que el del egoísmo de Bentham. Mill
define el utilitarismo como “la doctrina que acepta como fundamento de la moral a la
utilidad o principio de la máxima felicidad, sostiene que las acciones son correctas en
proporción a su tendencia a promover la felicidad, e incorrectas si tienden a producir
lo contrario a la felicidad. Por felicidad se entiende el placer y la ausencia de dolor;
por infelicidad al dolor y la privación del placer”6. Para Mill cada hombre actúa
necesariamente con el fin de obtener su propia felicidad. Entiende que este
fundamento lógico es insuficiente para mantener la base de un adecuado criterio de
conducta, plantea que como cada cual desea y persigue su propia felicidad y la suma
total de estos fines individuales conforma la felicidad general, entonces la felicidad
general es algo deseable para todos y proporciona la norma utilitaria de qué es
correcto en conducta. Corrigiendo la doctrina de Bentham, quien no hizo distinción
entre los diversos tipos de placer, Mill sostiene que el utilitarismo establece que los
placeres difieren tanto en cantidad como en calidad –y esto es lo diferente-, ya que
aquellos que experimentan los distintos placeres, algunos son preferidos por sobre
otros7, y es “mejor ser humano satisfecho que cerdo satisfecho; mejor ser Sócrates
insatisfecho que tonto satisfecho”8. Desde allí pasa de lo “preferible” a “elevado”,
introduciendo –inteligentemente- una clasificación moral de los placeres. La única
6
Utilitarismo, Mill, John Stuart, Madrid, Alianza, 1991, p.45.
Cfr. op.cit. “Ética utilitarista…”, pág.77.
8
Cfr., Utilitarismo, Mill, p.51.
7
4
manera de unir los valores morales altos y bajos con los diversos placeres es
evaluarlos según el resultado. Pero al realizar esto se asume, de alguna manera, una
norma moral9 mediante la cual podemos medir lo correcto o incorrecto de una acción,
independientemente de sus consecuencias placenteras o dolorosas. Para responder
a la objeción de que la virtud es deseada por su propio bien, y que el hombre hace el
bien frecuentemente sin mediar cálculo alguno de felicidad derivado de su acción, Mill
acepta la teoría de la asociación10: como resultado de la experiencia, las acciones
que han sido aprobadas o condenadas debido a sus consecuencias placenteras o
desagradables a la larga, aparecen ante nosotros, como bien o mal, sin que nosotros
notemos su resultado placentero o doloroso.
Una crítica general que podemos realizar es acerca de qué entiende Mill por felicidad:
“al parecer, placer y felicidad son empleados para designar cualquier meta de los
hombres; de este modo el principio de utilidad resulta a la larga ser un mandato
vacío”11. La felicidad no es algo cuantificable, con lo cual se entenderá de diferentes
maneras según la época y lugar. Pero también, su aporte, es recordarnos que el
hombre está llamado a ser y a buscar, incansablemente, su felicidad a la cual, no
puede ni debe, renunciar jamás.
Años más tarde Mill se propone superar todas las deficiencias de la primera teoría
utilitarista de Bentham, como también ofrecer una respuesta definitiva a los críticos de
esta teoría. Es claro que Mill lleva al utilitarismo a su punto intelectual más álgido sin
que ello significara, como en otras teorías, radicalizar la primera versión, lo cual es
positivo.
Cuando una persona enfrenta con el utilitarismo no puede no dejar de identificarse
con él, ya que tantas veces en la vida actuó siguiendo el principio fundamental de
buscar la felicidad, el placer y alejarse de todas aquellas cosas que causan dolor o
infelicidad. Si bien esta es una constatación experiencial, concreta, personal e
irreductible, no se puede hacer universal por el simple motivo que para “mí” la
9
Cfr. op.cit. “Ética utilitarista…”, pág.80.
Idem., pág. 81.
11
Idem.
10
5
felicidad o el goce significa “esto” y puede ser diferente para otra y otras personas,
en lugares distintos y espacios y tiempos diferentes. Entonces, ¿qué es la felicidad y
el placer? ¿qué es el dolor y la infelicidad? Se pueden dar definiciones, pero siempre
serán parciales y, de una u otra forma, representarán la propia manera de ser, de
valorar la vida y de creer.
Mill defiende el principio de utilidad, propone la perfectibilidad de la naturaleza
humana y sostiene la libertad individual; todo esto como fundamento de su teoría
moral. Sin embargo el punto es en qué lo sostiene. El principio de utilidad coloca el
constitutivo del valor moral en el bien para el mayor número de sujetos, creando una
doctrina de naturaleza consecuencialista12 (lo que se podría denominar utilitarismo
clásico) o en deducir el máximo provecho para la vida individual y social (neoutilitarismo)13, en que “la norma moral debe estar necesariamente determinada por las
consecuencias de la acción, y no por reglas abstractas que puedan establecerse con
absoluta independencia de los hechos acaecidos o por acaecer” 14. Para la ética
cristiana el constitutivo intramundano del valor moral consiste en el dinamismo de
humanización creciente en la historia de la humanidad. Por otra parte el constitutivo
específico del valor moral cristiano es Cristo, en cuanto que es interiorizado en el vivir
de cada creyente15. Aquí estriba la diferencia esencial entre el utilitarismo y el
cristianismo. Ya hemos dicho algo respecto de lo que entiende por felicidad Mill,
asunto que estamos en desacuerdo; la naturaleza humana como un todo que es la
persona está llamada a ir desarrollándose cada vez más en la línea de –para los
creyentes- semejanza de Dios en la persona de Jesucristo; la libertad que es un
atributo humano tiene una carga más personal que individual, en la que entran –
necesariamente- “los otros” como factores implicantes e implicadores de nuestro
propio ser humano. Y aunque la persona no sea creyente no puede –o mejor no
debería- dejar de lado a “los otros” en la construcción del proyecto personal de vida,
que es buscar y ser feliz.
12
“El criterio que puede llegar a determinar con mayor propiedad la corrección o la moralidad implícita o
explícita en una acción específica es la consecuencia que de ella se derive, sus resultados, en conformidad con el
cumplimiento de su aspiración de conseguir la mayor felicidad para el mayor número”; idem., pág.82.
13
Cfr. Marciano Vidal, Moral de actitudes, T. 1; Editorial PS, quinta edición, p. 439-440.
14
Cfr. op.cit. “Ética utilitarista…”, pág.82.
15
Idem., pág.81.
6
El utilitarismo tiene dos manifestaciones: el de acto y de norma16. En el primero el
criterio prudencial de cada quien es esencial por lo que la existencia de las normas y
su función quedan, de hecho, ignoradas o, por lo menos no sirven de mucho. El
segundo enfatiza que el juicio debe recaer sobre las reglas. Pero aquí nos
preguntamos sobre qué regla o norma es capaz de producir el mayor excedente de
bien sobre el mal. La cuestión crucial no es qué efectos producirá este acto concreto
en esta situación específica, sino ¿sería beneficioso que todos los individuos hicieran
esto en situaciones como ésta? O dicho de otra manera ¿sería útil que este
comportamiento se volviese común? Si el único criterio es la utilidad se podría llegar a
permitir la esclavitud porque podría permitir mayores beneficios para la sociedad17.
Para Mill el motor de la moral no es otra cosa que la felicidad y que su propuesta no
es otra que una ética eudemónica. Con frecuencia la moral cristiana, sobre todo en
sus presentaciones más populares, se ha servido de las “mediaciones utilitaristas”. La
ética aristotélica de la felicidad recibió una “cristianización” en la moral de las
bienaventuranzas: la vida moral tiene sentido en la medida en que con ella se consiga
o no la bienaventuranza eterna. Aunque el tratado inicial “sobre el fin último”, en la
síntesis moral de santo Tomás, no puede ser reducido a una interpretación
eudemónica, sin embargo muchas de sus versiones, en el tratado “de Beatitudine” de
los manuales de Moral, adolecen de semejante reduccionismo heterónomo18.
Mill acepta que la felicidad no es un eterno y sucesivo éxtasis, sino una existencia
integrada por momentos de exaltación, dolores escasos y muchos placeres y como
fundamento de todo, no esperar de la vida más de lo que se está dispuesto a dar.
Algo similar sucede con los sacrificios, pues la moral utilitarista reconoce al hombre el
poder de sacrificar su propio bien por el de los otros; sólo rehúsa admitir que el
sacrificio sea un bien en sí mismo. Para Mill el sacrificio de Isaac que Dios pide a
16
El utilitarismo de acto afirma “que se deben realizar los actos cuyos efectos sean, al menos, tan buenos como los
de cualquier alternativa, por lo cual, la moralidad de cada acción debe ser determinada en relación con las
consecuencias favorables o desfavorables que emergen de tales acciones. El utilitarismo de regla sostiene “que
una regla, un código de comportamiento, es moralmente correcto si las consecuencias derivadas de la adopción de
tal regla son más favorables o desfavorables en cada persona”; idem., pág.82.
17
Idem.
18
Cfr. Marciano Vidal…, p.184-185.
7
Abraham –y del cual Kierkegaard ha hecho una hermosa reflexión- no es sólo tonto,
sino que completamente inútil, pues un sacrificio que no aumenta ni tiende a
aumentar la suma total de la felicidad es un desperdicio. Ante esto vemos la utilidad
inmediata que debe generar una acción en esta teoría, asunto que está lejano desde
la perspectiva cristiana ya que el “resultado” del sacrificio19 será generado por Otro y
aprovechado por “otros”. Lo que al hombre le corresponde es la disposición para el
ofrecimiento y no lo que pueda ganar en beneficio propio. Esto contrasta con el
proyecto de sociedad que Mill imagina, donde todos alcancen la felicidad por el
placer, y en la que eventualmente –y paradójicamente- haya sacrificados. Estamos en
la línea del utilitarismo altruista20 en que la felicidad del otro resulta tan importante
como la mía y que un sacrificio sólo se entiende en la medida que incremente la suma
total de felicidad. Es una postura, en el fondo, interesada y subrepticiamente egoísta.
Así, la sociedad está psicológicamente subsumida en que el principal criterio social,
económico, empresarial y profesional, es la efectividad en todos los planos, lo que
lleva a una competencia feroz e implacable que dificulta la posibilidad de buscar la
realización humana, personal y profesional, lo que hace que se viva en la superficie
de la vida, agotándose las personas por dar resultados y no buscando,
necesariamente, una mejor calidad de vida. El concepto de felicidad cada cual lo
define y el utilitarismo es lo que está gobernando, cada vez más, la vida humana.
19
No olvidemos que la palabra sacrificio viene de dos palabras latinas: sacro y facere, lo que da sentido al
sacrificio cristiano: “hacer sagrado”, “hacer santo”, y en un sentido lato, separar para Dios.
20
Cfr. op.cit. “Ética utilitarista…”, pág.81.
8