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Transcript
Gracias, Señor,
por haber donado
a nosotros
Benedicto XVI
“Queridos hermanos y hermanas:
Después del gran Papa, Juan Pablo II,
los señores cardenales me han elegido a mí,
un sencillo y humilde trabajador
en la viña del Señor. Me consuela el hecho
de que el Señor sabe trabajar
y actuar con instrumentos insuficientes
y sobre todo confío en vuestras oraciones.
En la alegría del Señor resucitado,
confiados en su ayuda permanente,
sigamos adelante. El Señor nos ayudará.
María, su santísima Madre,
está de nuestra parte.
Gracias”.
Hemos vivido días memorables,
en los que hemos percibido, casi físicamente,
el ala del Espíritu acariciar la historia,
aquella del mundo representado
por los grandes de la Tierra
reunidos en la anteiglesia de San Pedro,
pero, sobre todo,
aquella personal de los muchísimos
implicados en el misterio de misericordia,
que se ha desvelado en los días
de la despedida de
Juan Pablo II.
Ahora acogemos
a Joseph Ratzinger,
Papa Benedicto XVI.
¡Qué
alegría al anuncio
de la elección
del Santo Padre!
El Espíritu Santo ha indicado al nuevo Pastor.
Jesucristo sea alabado por haber
donado a nosotros el nuevo Papa.
Ahora ya no estamos solos:
Él sabrá conducirnos
hacia
pastos herbosos.
Rezaremos por ti, querido Benedicto XVI,
para que tú puedas conducir a nuestra Iglesia
en estos tiempos difíciles, y llevar la
palabra de Jesús a todos los hombres de la tierra.
Señor Jesús, hemos experimentado
la tristeza del Viernes Santo; hemos llorado;
nos hemos sentido huérfanos de un Padre
que se ha consumido totalmente por Ti
y por Tu Iglesia.
Hemos rezado. Hemos esperado.
Te hemos suplicado Y he aquí que,
de las fibras más íntimas
de Tu Corazón, has donado a nosotros
el Sucesor de Pedro.
Ya no estamos solos. Pedro está con nosotros.
La navegación retoma su singladura;
el camino retoma el ritmo del viandante.
Gracias, Señor,
por haber donado a nosotros Benedicto XVI.
Gracias, Padre Santo, por haber dicho que "sí".
Un "sí" que también nosotros
te decimos a ti.
Sin reservas y con amor.
Custodia, Señor,
al nuevo Pastor, ilumínalo en sus elecciones,
dale tu corazón para que ame como tú nos amas.
Condúcelo, para que nos conduzca a Ti,
sostenlo, porque necesita
tu consuelo y tu fuerza!
Benedicto XVI
es el regalo que Dios nos ha hecho,
en este místico tiempo pascual del año 2005
De él creemos saber mucho,
y otro todavía se nos ofrecerá
en los próximos días y años.
Aprenderemos pronto,
sin embargo, a medirnos con él,
con él en su nuevo papel. Recordándonos,
a lo mejor, de lo que un día dijo el cardenal Siri,
un experto en estas cosas,:
«Un Papa nace en el cónclave.
Viene al mundo
cuando en la Sixtina recibe los votos
de la mayoría de los cardenales.
En aquel preciso momento, el electo deja
de ser todo lo que ha sido antes».
¿Final de una cita
quizás demasiado severa?
No, ella refleja una
antigua sabiduría de la Iglesia.
Nosotros queremos pensar
que en el Papa nuevo
hallaremos todo lo
que en él ya hemos
aprendido a apreciar,
y mucho más.
Él ahora se encuentra en una condición
absolutamente inédita, no comparable a otras,
que le hará emanar las reservas
custodiadas por la Providencia para el objetivo.
Ahora podemos decirle,
en caso de que no lo supiera,
que hay una gran necesidad de él, de su fe
y de su energía creativa, para ayudarnos
a mirar hacia la parte donde despunta la aurora.
La muchedumbre ya lo ha aplaudido recalcando
el nombre de Benedicto. Así lo llamarán
los actos apostólicos y los periódicos.
Pero, su nombre es más verdadero,
recordémonoslo: es Pedro.
Releamos el discurso pronunciado
por el Santo Padre, al final de su primera
Misa de pontificado
Venerados hermanos cardenales,
amadísimos hermanos y hermanas en Cristo, todos
vosotros, hombres y mujeres de buena voluntad,
gracia y paz en abundancia a todos vosotros.
En mi espíritu conviven en estos momentos
dos sentimientos opuestos.
Por una parte, un sentimiento de incapacidad
y de turbación humana por la responsabilidad
con respecto a la Iglesia universal,
como Sucesor del apóstol Pedro
en esta Sede de Roma,
que ayer me fue confiada.
Por otra, siento viva en mí una
profunda gratitud a Dios, que,
como cantamos en la sagrada liturgia,
no abandona nuncaa su rebaño, sino que lo conduce
a través de las vicisitudes de los tiempos,
bajo la guía de los que él mismo ha escogido
como vicarios de su Hijo y ha constituido pastores.
Amadísimos hermanos, esta íntima gratitud por el
don de la misericordia divina prevalece
en mi corazón, a pesar de todo.
Y lo considero
como una gracia especial, que me ha obtenido
mi venerado predecesor Juan Pablo II.
Me parece sentir su mano fuerte que estrecha
la mía; me parece ver sus ojos sonrientes
y escuchar sus palabras, dirigidas en este
momento particularmente a mí:
"¡No tengas miedo!".
Querido Papa,
en este momento, participamos de tu ansiedad
por la tarea que te ha sido confiada...
El período histórico en que vivimos
es difícil, porque el mundo
se ha alejado de DIOS y va a la deriva...
y el ministerio que te ha sido confiado es pesado...
Pero, nosotros queremos ayudarte teniéndonos
unidos a ti y en colaboración contigo,
por la difusión del
Evangelio de JESUCRISTO.
La fuerza de tu mandato te sustenta,
pero el sentir cercanas tus "ovejitas"
te dará nuevo estímulo y consuelo.
El Señor nos enseñe
a rezar cada día por ti.
El Señor nos enseñe
a aprender a reconocerle a Él en ti.
El Señor nos otorgue la gracia de contestarle a Él
escuchándote y mirándote a ti.
Quédate con nosotros cuando atardece,
y se abrirán nuestros ojos al partir el pan.
No temas a ninguna herencia.
Cada Papa es un trasplante de corazón
en el cuerpo de la Iglesia.
Viene desde antes, de una semilla que se ha gastado.
Así es ahora para ti y así será para ti al final.
Tenemos necesidad de ti,
de que pulses en este cuerpo,
de que recalques nuestro paso, nuestra carrera
hacia una meta que sabemos gloriosa.
“Ha hecho grande tu corazón".
Nosotros seremos músculos, huesos, manos y boca.
Y encomendados al aliento del Espíritu,
viviremos contigo, Iglesia.
Gracias Señor
por haber donado a nosotros
Benedicto XVI
Elaborato da Antonio Barone