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Pentecostés, que
significa 50 días, era una
fiesta de los judíos.
Habían pasado 7
semanas, número
religioso de plenitud,
desde la Pascua y
celebraban el comienzo
de la recolección de
frutos del campo. Más
tarde celebrarían
también otra recolección
espiritual, la de leyes
divinas, en el Sinaí 50
días después de salir de
Egipto.
Éste fue el momento
que Dios escogió
para derramar su
Espíritu sobre los
apóstoles,
recogiendo las
primicias de la fe y
señalando un camino
y una actitud de
amor para recoger
frutos espirituales
por todo el mundo.
Pentecostés
está muy
relacionado con
la Pascua de
resurrección. El
Espíritu Santo
es autor de la
Pascua y es
fruto de la
Pascua.
Resucitó a Jesús y nos resucitará a nosotros, como dice
san Pablo: “Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de
entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de
entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a
vuestros cuerpos mortales” (Rom 8,11).
Pentecostés es fruto de la Pascua, porque Cristo
resucitado exhala su aliento (Espíritu) sobre los
apóstoles. Así lo dice hoy el evangelio: (Jn 20,19-23).
Al anochecer de aquel día, el día primero de la
semana, estaban los discípulos en su casa, con
las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
“Paz a vosotros.” Y, diciendo esto, les enseñó las
manos y el costado. Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado, así
también os envío yo.” Y, dicho esto, exhaló su
aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos.”
Jesús les da a los apóstoles lo más íntimo que tiene,
expresado por el aliento. Es como su propia intimidad,
su vida, su fuerza y su amor.
Ese aliento nos recuerda el principio de la
creación, cuando Dios exhaló su aliento sobre la
tierra. O cuando creó al primer hombre, que
“sopló” dando el aliento de vida.
Los apóstoles necesitaban este anhelo de vida, pues
estaban muy apagados. Aquellos hombres se llenaron de
vida nueva: Fue como una nueva creación.
El Espíritu Santo era
el mejor regalo que
Jesús, juntamente
con el Padre, podía
hacer a los
apóstoles y a la
naciente Iglesia en
aquellos momentos.
También hoy se nos
quiere dar a
nosotros. Es el
regalo de la Pascua,
el don de los dones.
Don
de los
dones,
Automático
Llena,
Espíritu Santo,
Cumpliendo su
promesa
Cristo te
envía,
Llena,
Espíritu Santo,
Hacer CLICK
Podemos decir que, cuando Jesús resucita, está allí el
Espíritu, porque donde está el Hijo, está el Padre y el
Espíritu Santo, al formar una perfecta unidad.
A veces
esta unidad
se expresa
al hablar
del Espíritu
de Jesús,
especialmente
cuando se
quiere
resaltar su
Amor.
En este día de
Pentecostés san
Lucas describe de
una manera más
gráfica la venida o
la irrupción del
Espíritu sobre la
naciente Iglesia, ya
que ahora estaban
los apóstoles
mejor preparados
por la intensa
oración
acompañados de la
Virgen María. Dice
así la 1ª lectura:
Hechos de los apóstoles 2,1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo
lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó
en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas,
como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno.
Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas
extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las
naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron
desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.
Enormemente sorprendidos preguntaban: "¿No son galileos todos
esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los
oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos,
medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia,
en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de
Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros
judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los
oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua."
El Espíritu Santo es la
tercera persona de la
Santísima Trinidad.
Es como el AMOR
personificado. Es
la persona divina
que realiza la
unión infinita
entre el Padre y el
Hijo.
Los
apóstoles
se sintieron
transformados,
transfigurados. Sentían
en su
corazón que
allí estaba
Dios de una
manera muy
especial.
Ellos bien
podían
decir:
El Espíritu de Dios está en este lugar.
El Espíritu
de Dios
está
en este
lugar.
Automático
Está aquí para
consolar.
Está aquí
para guiar.
El Espíritu
de Dios
está aquí.
Hacer CLICK
Esto quiere decir que no
se le puede mostrar con
figuras materiales. Le
representamos por
símbolos, que nos dan
idea de alguna cualidad.
Lo más ordinario es
representarlo por una
paloma, como lo vio san
Juan Bautista en el
bautismo de Jesús.
En este día de Pentecostés los apóstoles
experimentaron la presencia del Espíritu de forma
también material por medio de unos símbolos.
El primero es el
VIENTO, un
viento recio,
símbolo de la
fuerza de Dios
que se comunica
al hombre
debilitado. El
signo del viento
nos habla de
espiritualidad: Es
algo que no se
ve, pero está ahí
y arrastra.
Nosotros hemos recibido muchas veces el
Espíritu Santo, además de recibirle en el
Bautismo y la Confirmación.
En este día dejemos con humildad que ese
“Viento” penetre por nuestros sentidos para
que nos dirija por el camino del bien.
El viento
es
símbolo
de la
fuerza del
Espíritu.
Es la que han necesitado los mártires para dar testimonio,
la que han necesitado los profetas y misioneros de todos
los tiempos, la fuerza que necesitamos en medio de
nuestro mundo.
“Vieron aparecer unas
lenguas, como llamaradas,
que se repartían, posándose
encima de cada uno”.
Era como un reflejo
del fuego que ardía
en sus corazones.
La luz del
Espíritu es para
iluminar las
mentes, para
poder
comprender
mejor los
mensajes de
Jesús.
El calor o
la energía
la da el
Espíritu
para poder
predicar el
Evangelio
por todo el
mundo.
No bastaba con las
palabras de Jesús
para comprender y
palpar el amor. Era
necesario cambiar el
corazón. El Espíritu
realiza como un
bautismo de fuego. Y
capacita a la persona
humana a amar a la
manera de Dios.
Es lo que
habían
anunciado los
profetas: el
corazón que es
frío, mezquino,
duro como de
piedra, pasaba
a ser libre,
grande,
misericordioso.
Para ello
necesitamos
llenarnos del
Espíritu de
Dios.
Cuando uno
recibe el Espíritu
de Dios en su
corazón, se
siente capacitado
para amar a la
manera de Dios.
Porque el
Espíritu es amor,
sabiduría y
fortaleza.
Automático
es amor, sabiduría y fortaleza;
nos da la
fuerza y la vida.
Ven,
Espíritu,
ven.
Ilumina las sombras
de nuestra oscuridad.
Ven,
Espíritu,
ven.
Fortalece
los pasos
de nuestro
caminar.
Ven,
Espíritu,
ven.
Hacer CLICK
Otro de
los
signos
de
Pentecostés
es el don
de
lenguas.
“Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a
hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que
el Espíritu le sugería”.
El Espíritu, que es
Amor, tiene que ver
con: relación,
encuentro, unidad,
comunión. Estaban
todos los discípulos
juntos. Hoy pedimos
que el Espíritu Santo
venga sobre cada uno;
pero también sobre la
Iglesia, como vínculo
de unidad.
Los discípulos se
iban preparando
por la unidad en la
oración y en el
amor, unidos con la
Virgen María. Pero
no bastaba. Era
necesario que les
inundase la gracia
del Espíritu de
Amor: el mismo
Dios con sus dones
espirituales.
La Virgen María
era el lazo externo
de comunión.
Pero la unión de
corazones lo
realizaría el
Espíritu Santo,
que es Dios
mismo presente
en los corazones.
Era la común unión,
anuncio de la
común unión
trinitaria entre
nosotros. Y no
bastaba con la
unión entre un
grupo de selectos,
sino tender hacia el
acercamiento de
todos los pueblos y
la solidaridad y
fraternidad de
todos los hombres.
Por eso con la fuerza de ese viento interior,
los apóstoles abrieron las puertas y san
Pedro, en nombre de los demás, comenzó
a predicar el verdadero valor del Espíritu.
En Babel fue la dispersión,
porque cada uno quería hacer lo
suyo. Comenzó el odio y las
discordias.
Pentecostés es el triunfo del
amor. El amor de los
discípulos era insuficiente en
intensidad y en extensión.
Necesitaban la fuerza del
Espíritu para darles
consistencia y unión.
Queda mucho por hacer. A veces nosotros
ponemos impedimentos al Espíritu porque
queremos hablar nuestra propia lengua, que es
nuestra opinión. Hablamos quizá mucho de
leyes y normas y no hablamos la lengua común,
la del Espíritu, que es la lengua del amor.
Hoy
también
quiere
Jesús
derramar
su Espíritu
sobre
nosotros.
Y lo derrama
en el
bautismo, en
la
confirmación
Y lo derrama
especialmente
en la
Eucaristía.
Cada uno recibirá según las disposiciones que tenga.
Estas disposiciones serán más efectivas si le pedimos
con todo el corazón al Espíritu Santo que venga, nos
renueve y renueve toda la tierra.
Envía,
Señor, tu
Espíritu,
Hacer CLICK
El Espíritu Santo, que es el
Amor en Dios, es quien
nos llena de esperanza, es
el que guía nuestros
pasos, es quien impulsa el
corazón. Él es quien da
sentido al corazón, quien
conforta y da la luz.
El Espíritu Santo, que es el huésped del alma, nos
enseñe a vivir esperando todo don y gracia, nos envuelva
en sentimientos generosos, nos enseñe a proclamar que
Jesús es nuestro Señor.
No es necesario esperar a que sea Pentecostés para
que vivamos la vida del Espíritu. En realidad cuando
cantamos y rezamos juntos, es Pentecostés.
Y cuando
hacemos el
bien,
especialmente
al necesitado,
y cuando nos
queremos,
siempre es
Pentecostés.
Automático
un celebrar
gozosos el
día grande:
Pentecostés;
un
resplandor
de luz,
en nuestro pecho vive y palpita el que
murió en la cruz.
en nuestro
pecho vive
y palpita el
que murió
en la cruz.
cuando el
amor
nos lanza
a la vida,
siempre es
Pentecostés.
Cuando queremos comprometernos en una misma fe,
una tarea, un compromiso... siempre es Pentecostés.
soplan de
nuevo
vientos del
cielo porque
es
Pentecostés.
Cuando el
Señor alienta
en nosotros,
siempre es
Pentecostés;
María, que asistió a los apóstoles en Pentecostés,
implore con su intercesión por nosotros.
A
M
É
N