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Hoy celebra la Iglesia con alegría la venida del Espíritu
Santo sobre los apóstoles. Con ello comienza la actividad
misionera de la Iglesia.
Es un hecho tan importante para la Iglesia que Jesús les
había dicho a los apóstoles en la «Última Cena»: «Os
conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá
a vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré». (Jn
16, 7)
La venida del Espíritu Santo es como la coronación del
plan de salvación realizado por Jesucristo. Es decir, la
redención que Jesús proporciona para toda la humanidad
se dice que se realiza por medio del Espíritu Santo.
Por eso cuando Jesús resucitó tenía prisa en darles el
Espíritu como el mayor de los dones. Así nos lo dice el
evangelio que se proclama en este día..
Al anochecer de aquel día, el día primero de la
semana, estaban los discípulos en su casa, con
las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
“Paz a vosotros.” Y, diciendo esto, les enseñó las
manos y el costado. Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado, así
también os envío yo.” Y, dicho esto, exhaló su
aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos.”
Jesús les da a los apóstoles lo más íntimo que tiene,
expresado por el aliento. Es como su propia intimidad,
su vida, su fuerza y su amor.
Ese aliento nos recuerda el principio de la
creación, cuando Dios exhaló su aliento sobre la
tierra. O cuando creó al primer hombre, que
“sopló” dando el aliento de vida.
Los apóstoles necesitaban este anhelo de vida, pues
estaban muy apagados. Aquellos hombres se llenaron de
vida nueva: Fue como una nueva creación.
Y alguno pregunta:
¿No recibieron el
Espíritu Santo en
Pentecostés? ¿Cómo
es que se lo da Jesús
en el día de su
resurrección? El
Espíritu Santo es
infinito. Viene a
nosotros según
nuestras
disposiciones. El día
de la resurrección los
apóstoles estaban
poco preparados; pero
ya Jesús les quería
hacer ese regalo.
El Espíritu Santo era
el mejor regalo que
Jesús, juntamente
con el Padre, podía
hacer a los
apóstoles y a la
naciente Iglesia en
aquellos momentos.
También hoy se nos
quiere dar a
nosotros. Es el
regalo de la Pascua,
el don de los dones.
Don
de los
dones,
Automático
Llena,
Espíritu Santo,
Cumpliendo su
promesa
Cristo te
envía,
Llena,
Espíritu Santo,
Hacer CLICK
En este día de
Pentecostés san
Lucas describe de
una manera más
gráfica la venida o
la irrupción del
Espíritu sobre la
naciente Iglesia, ya
que ahora estaban
los apóstoles
mejor preparados
por la intensa
oración
acompañados de la
Virgen María. Dice
así la 1ª lectura:
Hechos de los apóstoles 2,1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo
lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó
en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas,
como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno.
Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas
extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las
naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron
desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.
Enormemente sorprendidos preguntaban: "¿No son galileos todos
esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los
oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos,
medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia,
en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de
Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros
judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los
oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua."
El Espíritu Santo es la
tercera persona de la
Santísima Trinidad.
Es como el AMOR
personificado. Es
la persona divina
que realiza la
unión infinita
entre el Padre y el
Hijo.
Los
apóstoles
se sintieron
transformados,
transfigurados. Sentían
en su
corazón que
allí estaba
Dios de una
manera muy
especial.
Ellos bien
podían
decir:
El Espíritu de Dios está en este lugar.
El Espíritu
de Dios
está
en este
lugar.
Automático
Está aquí para
consolar.
Está aquí
para guiar.
El Espíritu
de Dios
está aquí.
Hacer CLICK
Esto quiere decir que no
se le puede mostrar con
figuras materiales. Le
representamos por
símbolos, que nos dan
idea de alguna cualidad.
Lo más ordinario es
representarlo por una
paloma, como lo vio san
Juan Bautista en el
bautismo de Jesús.
En este día de Pentecostés los apóstoles
experimentaron la presencia del Espíritu de forma
también material por medio de unos símbolos.
El primero es el
VIENTO, un
viento recio,
símbolo de la
fuerza de Dios
que se
comunica al
hombre
debilitado. El
signo del
viento nos
habla de
espiritualidad:
Es algo que no
se ve, pero está
ahí y arrastra.
El viento es
símbolo de la
fuerza del Espíritu.
Es la que han
necesitado los
mártires para dar
testimonio, la que
han necesitado los
profetas y
misioneros de todos
los tiempos, la
fuerza que
necesitamos en
medio de nuestro
mundo.
“Vieron aparecer unas
lenguas, como llamaradas,
que se repartían, posándose
encima de cada uno”.
Era como un reflejo
del fuego que ardía
en sus corazones.
La luz del
Espíritu es para
iluminar las
mentes, para
poder
comprender
mejor los
mensajes de
Jesús.
El calor o
la energía
la da el
Espíritu
para poder
predicar el
Evangelio
por todo el
mundo.
No bastaba con las
palabras de Jesús
para comprender y
palpar el amor. Era
necesario cambiar el
corazón. El Espíritu
realiza como un
bautismo de fuego. Y
capacita a la persona
humana a amar a la
manera de Dios.
Es lo que
habían
anunciado los
profetas: el
corazón que es
frío, mezquino,
duro como de
piedra, pasaba
a ser libre,
grande,
misericordioso.
Para ello
necesitamos
llenarnos del
Espíritu de
Dios.
Otro de
los
signos
de
Pentecostés
es el don
de
lenguas.
“Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a
hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que
el Espíritu le sugería”.
El Espíritu, que es
Amor, tiene que ver
con: relación,
encuentro, unidad,
comunión. Estaban
todos los discípulos
juntos. Hoy pedimos
que el Espíritu Santo
venga sobre cada uno;
pero también sobre la
Iglesia, como vínculo
de unidad.
Los discípulos se
iban preparando
por la unidad en la
oración y en el
amor, unidos con la
Virgen María. Pero
no bastaba. Era
necesario que les
inundase la gracia
del Espíritu de
Amor: el mismo
Dios con sus dones
espirituales.
La Virgen María
era el lazo externo
de comunión.
Pero la unión de
corazones lo
realizaría el
Espíritu Santo,
que es Dios
mismo presente
en los corazones.
Era la común unión,
anuncio de la
común unión
trinitaria entre
nosotros. Y no
bastaba con la
unión entre un
grupo de selectos,
sino tender hacia el
acercamiento de
todos los pueblos y
la solidaridad y
fraternidad de
todos los hombres.
Por eso con la fuerza de ese viento interior,
los apóstoles abrieron las puertas y san
Pedro, en nombre de los demás, comenzó
a predicar el verdadero valor del Espíritu.
En Babel fue la dispersión,
porque cada uno quería hacer lo
suyo. Comenzó el odio y las
discordias.
Pentecostés es el triunfo del
amor. El amor de los
discípulos era insuficiente en
intensidad y en extensión.
Necesitaban la fuerza del
Espíritu para darles
consistencia y unión.
Queda mucho por hacer. A veces nosotros
ponemos impedimentos al Espíritu porque
queremos hablar nuestra propia lengua, que es
nuestra opinión. Hablamos quizá mucho de
leyes y normas y no hablamos la lengua común,
la del Espíritu, que es la lengua del amor.
Hoy
también
quiere
Jesús
derramar su
Espíritu
sobre
nosotros y
sobre todo
el mundo.
Por eso debemos pedirlo
con todo el corazón. El
Espíritu Santo, que es el
Amor en Dios, es quien
nos llena de esperanza,
es el que guía nuestros
pasos, es quien impulsa
el corazón. Él es quien da
sentido al corazón, quien
conforta y da la luz.
El Espíritu Santo, que es el huésped del alma, nos
enseñe a vivir esperando todo don y gracia, nos envuelva
en sentimientos generosos, nos enseñe a proclamar que
Jesús es nuestro Señor.
Hay una
oración
hermosa en la
liturgia de la
misa de
Pentecostés,
aunque no es
obligación
recitarla.
Terminamos
recitándola
aquí para que
el Espíritu
Santo nos
llene de sus
dones.
Automático
manda tu
luz desde
el cielo.
Don en tus dones
espléndido.
Luz que penetra las almas,
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce
huésped
del alma,
descanso
de nuestro
esfuerzo,
tregua
en el
duro
trabajo,
brisa en las
horas de
fuego,
gozo que
enjuga las
lágrimas
Entra hasta el fondo del alma,
Mira el vacío del hombre, si tu le
faltas por dentro;
Mira el
poder del
pecado,
cuando no
envías tu
aliento.
Riega la tierra en
sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de
vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que
tuerce el
sendero.
Reparte
tus siete
dones,
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito.
Salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Que
recibamos
el Espíritu
con María.
AMÉN