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Honoratos: Playa de otro mundo
Ni Piura. Ni Ica. Al parecer las playas más alucinantes del Perú
están en la desolada costa sur de Arequipa, al norte de Matarani.
Como Honoratos, un sueño para cualquier veraneante.
Texto y fotos: Álvaro Rocha
Un tripulante me tendió el chaleco salvavidas con una expresión
lánguida, como si aquello fuese mi pasaporte hacia el infierno.
Olas descomunales zarandeaban la lancha y reventaban con
estrépito en la costa. Mis compañeros y hasta algunos tripulantes
estaban pálidos hasta la ropa interior. Sin embargo, yo no sentía
inquietud alguna mientras el mundo se movía a su antojo, sabía
que era muy difícil que volviera a apreciar la mágica fuerza de
este litoral abrupto, misterioso y de una belleza casi improbable.
Además confiaba en el capitán de la lancha, al que se le atribuían
maravillosas aventuras. Se suponía conocedor de los lugares más
recónditos de este rincón del Pacífico. Su cerebro debía ser un
almacén completo de arrecifes, bajos fondos, siluetas de bahías,
y perfiles de innumerables islas y traicioneros roqueríos.
Habíamos partido del puerto de Matarani, en medio de una nube
de gaviotas, a la vez que pelícanos y lobos de mar se disputaban
los restos que los pescadores arrojaban al océano. En la rada se
bamboleaban coloridos botecitos con la bandera peruana
ondeando sobre sus mástiles. Casi todos tomaron pastillas para el
mareo, aunque no les sirvió de mucho. La marejada revolvió
estómagos, y los más afortunados, atormentados por el vértigo,
cayeron en un sueño profundo, literalmente desmayados. Casi
sin darnos cuenta el oleaje decreció hasta hacerse imperceptible.
Una calma chicha envolvió la embarcación y parecía mantenerla
inmóvil en una llameante atmósfera compuesta de tonos azules y
celestes. Bajo la quieta faja de luz blanca y relumbrante apenas
se podía vislumbrar la costa. En aquel enigmático sosiego de las
fuerzas inmensas del planeta, era imposible distinguir la tierra del
agua.
Salvaje belleza
Luego de tres horas y media de travesía apareció Honoratos. Es
decir, no apareció, porque es imposible distinguirla desde el mar.
Había que entrar a sus dominios como quien ingresa a un
laberinto. Dos refinadas playas de arena crearon expectativas
sobre nuestro anhelado destino. Anclamos frente a la más bella y
extensa de ellas. Pisamos tierra como la pisó Colón. Parecía que
estábamos descubriendo un nuevo continente. No había nadie a
la vista.
Nos despedimos del capitán quien nos aseguró que nos vendría a
recoger en tres días. La otra alternativa era espeluznante, ante la
ausencia de carreteras, tendríamos que recorrer 40 kilómetros
por un desierto despiadado para poder llegar a Matarani. Por lo
pronto, nada de eso nos preocupaba, armamos las carpas
hipnotizados por el paisaje que nos rodeaba. Esto no podía ser
real. Demasiada belleza.
Y demasiado calor. La única manera de librarse de ese bochorno
era sumergirse en el mar o caminar por el impredecible y bizarro
desierto que escondía desconcertantes playas en lugares
inesperados. Con las primeras luces del día siguiente nos
dirigimos hacia el sur, pisando una tierra bastante extraña, de
colores ocres y filos blancos, en realidad ceniza volcánica, que se
originó -según el cronista Ventura Trabada- por la descomunal
explosión del volcán Huayna Putina, ubicado en Moquegua, el
año de 1600.
Seres del desierto
Acostumbrados a los infinitos ruidos de las ciudades, el silencio
reventaba como un estampido de vacío en nuestras cabezas
mientras transitábamos por inverosímiles dunas. Parecía que
habíamos perdido el rumbo. Pero de pronto asomó, azul, una
mansa costumbre espumosa, el Océano Pacífico. Habíamos
recalado en un inmejorable mirador para divisar lobos de mar, y
aves de todo tipo y plumaje sobrevolando una isla guanera a solo
cien metros de distancia. Asimismo, en la falda de los riscos que
lamían el mar se observaba una gran cantidad de cochayuyo, lo
que indicaba la limpieza de estas aguas. Aún en estos días, el
cochayuyo, anchas algas de color verde apagado, es recolectado
y llevado al poblado de Yauca, y de allí se envía a la sierra en
bloques. Costumbre que se practica desde épocas prehispánicas.
Se consume en sopa y guisos y es muy nutritivo.
Proliferaban lagartijas y uno que otro zorro que se mantenía a
prudente distancia. Seres polvorientos que parecían inmóviles
bajo el sol. Extravagantes islotes y arrecifes agregaban una
estética singular y extraña al paisaje marino. Y tierra adentro
abundaban piedras agujereadas en formas caprichosas, así como
raquíticas plantas que florecen en invierno, que es cuando brotan
capullos de colores intensos. Pero así es Honoratos, un universo
extraño y deslumbrante a la vez.
Nuestra siguiente excursión fue hacia el norte. La primera parada
fue en Huata, una simpática playa de arena, con un fondo de
arena que le brinda una textura especial al agua. Ideal para
bañarse. Hay grandes cangrejos, llamados jaivas, en la orilla y las
rocas, pero escapan al sentir la presencia humana. En la parte
trasera de la playa se ubica un puquio y una solitaria higuera. Al
parecer, a veces baja agua por esta estrecha quebrada pues el
suelo es de lodo solidificado.
Magnífica soledad
Continuamos rumbo al norte, y era como andar en Marte: tonos
rojizos y ningún centro poblado, ni siquiera una choza. Era
sobrecogedor y hasta intimidante. Especialmente cuando
arribamos a la alucinante caleta La Francesa, donde una lengua
de mar, rodeada de altos acantilados, se introduce como una
cuña en el continente (alrededor de 1.5 kms.). Algo parecido a
los fiordos noruegos, con el plus de albergar una agradable
playita de arena.
El último crepúsculo fue apoteósico, el cielo y sus nubes se
tiñeron de una hermosa luz salmón, y de ciertos resplandores de
oro limón. Al día siguiente nos preparamos para esperar la lancha
que nos llevaría de vuelta a Matarani. Extrañamente era un día
nublado, lo que algunos tomaron como un mal presagio. Y eso
parecía, el capitán había quedado en recogernos a las 9 de la
mañana, pero dieron las diez, las once, las doce, la una de la
tarde, y cuando ya habíamos perdido las esperanzas, vimos que
la popa de la embarcación desgarraba la bruma mientras se
acercaba a la orilla. El grupo estalló en vítores. Paradójicamente,
apenas subimos a la lancha, sentimos un vacío existencial.
Y es que al margen de la espléndida belleza de estas costas,
nunca nos cruzamos con otros seres humanos, todo fue para
nuestro exclusivo disfrute, un privilegio negado en otros destinos,
aún los más remotos. Realmente un sitio que parece estar fuera
de este mundo contaminado y sobre poblado. Si alguna vez
existió un paraíso original, debió parecerse a Honoratos.
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Guía del Viajero
¿Cómo llegar?
 La mejor opción es tomar un vuelo a Arequipa, después
dirigirse a Matarani, y contratar una lancha que los deje y
luego recoja de Honoratos (generalmente los grupos se
quedan entre 3 o 4 días), para llevarlos de vuelta a
Matarani.
 Para no hacerse problemas de logística es recomendable
contactarse con una operadora turística como el Grupo
Andaray
http://www.andarayaqp.org/honoratos_31-dic2010_02-ene-2011.html Informes: 959024087 (Paolo Pino)
e- mail: [email protected]
 Friendlyperutravel.com
http://www.friendlyperutravel.com/39.list/PlayaSecretaHon
oratos(D%C3%ADas-Noches)
¿Dónde hospedarse?
 No hay cabañas, ni hostales. Los más cercanos están a 50
kilómetros de distancia. En Honoratos se duerme en carpas
ligeras, no de alta montaña. El sleeping bag también debe ser
liviano, lo que si es indispensable es contar con una
colchoneta para tener comodidad.
Tips
 El líquido (agua, energizantes) es vital. Calcular cinco litros
diarios de bebidas por día.
 No llevar alimentos perecibles. Las conservas son básicas.
 Evitar el exceso de equipaje.
 No olvidar bloqueador solar, toalla, papel higiénico, sandalias,
gorro, lentes oscuros y binoculares.
 Llevar más de una ropa de baño y zapatillas o botas para las
caminatas.
 Una linterna es muy útil.
 Es recomendable consumir una pastilla de gravol dos horas
antes de iniciar la travesía marítima, para evitar el mareo.
 Llevar bolsas de basura para no dejar desperdicios en la playa.