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SEGUIMIENTO DE PRENSA
Sobrevivir con hambre
Reportaje Pobreza y desnutrición. Los cuerpos de los niños en las
comunidades más pobres de la Costa Chica de Guerrero dejan ver los
peores estragos de la pobreza en México
Martha Martínez Fotos: Luis Castillo
(20 enero 2013).Fotos: Luis Castillo
GUADALUPE VICTORIA, Guerrero.- Fabiola se aferra a las ropas rasgadas de
su madre. Tiene cuatro años de edad, pero aún toma leche materna porque es la
única manera que conoce de paliar el hambre.
Son las seis de la tarde, ya casi anochece en esta localidad del municipio de
Xochistlahuaca, Guerrero, una de las más pobres del estado y del país y, al igual
que sus tres hermanas, aún no ha hecho su primera comida del día.
El desayuno, que consistió en una taza de café y una tortilla recalentada en el
fogón, fue a las seis de la mañana y, desde entonces, de vez en cuando se
acerca al pecho de su madre para pedirle que la deje tomar un poco de ese
líquido que ya no le aporta nutrientes, pero que le llena el estómago por un par
de horas.
Fabiola es la única que tiene ese "privilegio" por ser la menor. Susana de 12
años, María Luisa de 10 y Rosalía de 7, sus hermanas, tratan de distraer el
hambre jugando con las cáscaras de cacao que de vez en cuando recolectan
Observatorio de Política Social y Derechos Humanos
Hilario Pérez de León No. 80, Col. Niños Héroes de Chapultepec, Benito Juárez, México D.F., 03440
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para vender en el mercado del pueblo, o jugando con los perros que de la nada
llegan a su casa: una choza con sólo dos paredes de adobe carcomido, techo de
lámina de cartón y piso de tierra, porque a esta familia no llegó el programa Piso
Firme que tanto presumió el ex presidente Felipe Calderón.
Lo que el Coneval cataloga como pobreza extrema se materializa en el pequeño
cuerpo de Fabiola: tiene cuatro años de edad pero parece de dos, su piel está
agrietada y reseca, como la de un adulto, y de su ropa sucia sobresale una
panza abultada que su madre atribuye a los parásitos del agua que aquí se toma
de la llave, el único servicio público con el que cuenta la vivienda.
Inquietas, las menores esperan que termine de prepararse el caldo de pollo que
comerán hoy, un lujo que sólo pueden darse una vez cada dos meses: cuando
llega el apoyo de Oportunidades, y en ocasiones como ésta, cuando su padre
recibe el pago por algún trabajo para el cual es contratado esporádicamente.
Cuando el caldo está listo ya es de noche. En condiciones normales comerían a
oscuras y a ras del suelo, pero con motivo de las visitas, encienden una fogata y
acercan un par de bancos viejos alrededor del fuego.
La comida servida en los platos de plástico es un líquido con unos cuantos
frijoles blancos -el típico de esta región de la montaña de Guerrero- que comen
con las manos. Los trozos de pollo son muy pequeños porque para que todos
alcanzaran al menos uno Ángela, la madre de las niñas, desmenuzó las cinco
piezas de retazo que compró en el mercado.
El agua es servida en una pequeña cubeta de la cual beben todos con la misma
taza de plástico amarilla.
Las menores saben que no podrán pedir una ración adicional a la que ya se les
sirvió y por ello no se esfuerzan en pedirla. Para llenar el estómago, recurren a
una práctica que la mayoría de los habitantes de esta localidad utilizan: consumir
la mayor cantidad de tortillas posible.
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Cuando terminan de comer, los platos quedan prácticamente limpios, listos para
la próxima comida que realizarán al día siguiente, alrededor de las 19:00 horas.
El de Fabiola es un ejemplo de lo que viven todos los días más de 66 mil
menores de cinco años de edad que padecen desnutrición en el estado de
Guerrero. Un caso paradigmático del drama que se extiende a todo el territorio
nacional, en donde más de 656 mil 500 niños de esa edad no tienen acceso a la
cantidad mínima de alimentos que requieren para realizar sus actividades
diarias.
Dos generaciones con desnutrición
Fabiola es la segunda generación de una familia que ha sobrevivido en
condiciones de hambre y desnutrición. Su madre, Ángela, es una mujer de 39
años de edad que aparenta más de 50. Es bajita y morena, padece estrabismo
pero nunca ha sido revisada por un oftalmólogo porque a este lugar no llegan
médicos, mucho menos médicos especialistas.
La mujer indica que cuando era niña hacer una comida al día era tan normal
como ahora lo es para su familia. Hija de un campesino y una tejedora de
telares, recuerda que constantemente se iba a la cama con un fuerte dolor de
estómago, consecuencia de varias horas sin alimento. El dolor, dice,
desaparecía conforme llegaba el sueño.
Actualmente, como madre, no ha dejado de irse a la cama con hambre. Algunos
días se queda sin comer para cederle su porción a alguna de sus hijas,
generalmente la más pequeña.
A los 26 años, una edad muy avanzada para una comunidad indígena en donde
las mujeres se casan alrededor de los 16 años, su padre la casó con Francisco,
un hombre 19 años mayor que ella. Así, el número de bocas que alimentar en su
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casa paterna se redujo.
A los 27 años dio a luz a Susana, y a partir de entonces, esa mujer que
sobrellevó su infancia en condiciones de desnutrición, no ha dejado de
amamantar a las cuatro hijas que ha tenido en intervalos de dos años, en
promedio.
A cada una, dice, la ha amamantado al menos dos años, porque es la única
manera que tiene de que consuman leche.
Hoy en día padece constantes dolores de cabeza, que ella sospecha que se
deben al calor, y no a su deficiente dieta de nutrientes.
Sobrevivir con 5 pesos diarios
Para esta familia de indígenas amuzgos, habitantes de Guadalupe Victoria donde según cifras oficiales más del 60 por ciento de la población sobrevive en
condiciones de pobreza extrema y carencia alimentaria- hacer una comida al día
es común.
El ingreso diario por cada integrante es menor a los 5 pesos, es decir, 22 pesos
por debajo de lo que Coneval establece como el mínimo necesario para que una
persona pueda satisfacer sus necesidades básicas de alimentación, lo que los
coloca entre los 21 millones de mexicanos que no tienen ni para comer.
Francisco, el padre de familia, desde hace cinco años se encuentra
desempleado porque, a sus 58 años de edad, ya no es considerado apto para
trabajar en el único sector que genera fuentes de empleo en este lugar: el
campo.
A través de Linda, una de las pocas habitantes de la comunidad que habla
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español, Francisco señala que en el último mes trabajó sólo un día, quitando la
hierba de una parcela, actividad por la cual le pagaron 100 pesos.
Prácticamente todo su tiempo lo dedica a la pequeña milpa en la que siembra el
maíz que a lo largo del año consumen él y su familia, pero ésta tampoco es una
actividad estable, pues la cosecha depende de que consiga a alguien que le
preste el dinero para comprar los fertilizantes, y acepte como pago un porcentaje
del grano que recolecta al final del cultivo. Este año, por lo pronto, su familia
tendrá maíz para hacer tortillas.
Ante la falta de trabajo, Ángela, su esposa, teje telares que todos los domingos
baja a vender en el mercado del pueblo; no obstante, la ganancia es mínima
comparada con el esfuerzo que implica la elaboración de cada pieza.
Mediante la traductora, la mujer explica que teje un telar por semana, y la
ganancia que obtiene al comercializarlo no supera los 20 pesos, porque casi
todas las mujeres de las comunidades se dedican a esa actividad y, ante el
exceso de oferta, debe venderlos más baratos.
Prácticamente todos los ingresos de esta familia provienen del apoyo que
reciben dos de sus cuatro hijas del programa Oportunidades, pues al igual que
muchas familias de Guadalupe Victoria, sólo pudo afiliar a las que contaban con
acta de nacimiento.
A pesar de que pertenecen a los más de 4.4 millones de familias afiliadas a
dicho programa, en su casa el círculo de la pobreza se reproduce todos los días.
En total, Ángela recibe mil 500 pesos bimestrales que, sumados a los recursos
que de vez en cuando obtiene por la venta de sus telares, representan un
ingreso diario de menos de 30 pesos.
Con ello, sólo le alcanza para comprar frijol, arroz y, una vez cada 20 días,
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huevo que adquiere por piezas, pues no le alcanza para el kilo.
Ángela reconoce que a pesar de que vive en un estado productor de pescado,
sus hijas nunca han probado uno, porque comprar una ración para cada una
implicaría invertir los ingresos de toda la semana.
Como el pescado, la leche y la carne de res y de cerdo son alimentos que desde
hace más de cinco años no están en la dieta de su familia.
El limitado acceso de la población a los alimentos básicos se hace evidente en
las tiendas, el mercado y el tianguis de la comunidad.
En Guadalupe Victoria hay una docena de misceláneas que ofrecen productos
básicos, así como una tienda comunitaria operada por Diconsa, en la que los
habitantes pueden conseguir diversos productos a precios más bajos; no
obstante, la mayoría de ellas se observan vacías porque la gente no tiene dinero
para comprar lo que ahí se oferta.
Lo mismo sucede en el pequeño mercado del pueblo. De las cuatro cocinas
económicas que se encuentran a las afueras del inmueble, sólo una está abierta,
pero no tiene clientes.
Al interior, de los cuatro pasillos que conforman el mercado, al menos dos están
vacíos porque los vendedores que despachaban en ellos dejaron de vender sus
productos hace más de dos semanas.
El único lugar en el que se ve un poco de gente deambular es el tianguis que
todos los domingos se coloca en las calles aledañas al mercado. Se trata de un
pequeño mercado ambulante en el que no hay puestos de carne, los productos
que más se ofertan son chiles secos, frijol y jitomate, y las únicas frutas que se
encuentran son mandarinas y manzanas.
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Programas sociales de oropel
El 1o. de diciembre pasado, el presidente Enrique Peña se comprometió a lanzar
la Cruzada Nacional contra el Hambre, una estrategia que, según dijo, se pondrá
en marcha en los próximos días y tendrá como objetivo garantizar que cada
familia del país tenga acceso a alimentos suficientes y sanos.
Para Ángela, la promesa del Presidente no significa nada. Y habla por
experiencia.
Habitante de una comunidad que es visitada por autoridades estatales y
federales únicamente en tiempos electorales, ha visto ir y venir programas
sociales una y otra vez.
La última vez que el gobierno le falló, dice, fue el año pasado, cuando los
desayunos escolares dejaron de llegar a la escuela del pueblo, de la que tres de
sus hijas son alumnas.
Ángela indica que este programa era la única manera que sus hijas tenían de
consumir una ración de leche diaria. Pero desde hace un año, cuando el DIF
estatal detuvo su entrega, las menores dejaron de tomar dicho alimento.
Los desayunos escolares desaparecieron al mismo tiempo que el comedor
comunitario, un programa operado también por el DIF estatal, a través del cual
se entregaba una ración de alimento a cada uno de los estudiantes de la escuela
local a cambio de dos pesos diarios.
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Los alimentos eran preparados con despensas que mandaba dicha institución a
cambio de una cooperación de 20 pesos mensuales y, aunque muchos de los
niños se negaban a comer ciertos alimentos, como la soya, representaba la
única posibilidad que tenían para consumir una mayor cantidad de nutrientes.
Sin desayunos escolares y comedor comunitario, el único programa que opera
es Oportunidades.
No obstante, en esta comunidad ya se hizo realidad una de las principales
advertencias de los críticos del programa, pues ante la falta de empleo, la
mayoría de las familias dependen completamente del apoyo, lo que las coloca en
una situación de vulnerabilidad porque en caso de dejar de recibirlo, no podrán
suplir ese ingreso, lo cual empeoraría aún más la precaria situación en la que
sobreviven.
Aunque el "nuevo programa del presidente" tiene como objetivo garantizar que
las familias de escasos recursos como la de ella tengan acceso a más y mejores
alimentos, Ángela dice que no le interesa saber en qué va a consistir.
Reconoce, sin embargo, que si la Cruzada Nacional contra el Hambre llega a
Guadalupe Victoria, buscará afiliarse a ella.
Según la Real Academia de la lengua Española, Hambre es la sensación que
indica la necesidad de alimento.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación
(FAO) define Hambre crónica como el estado de las personas cuya ingestión
alimentaria regular no llega a cubrir sus necesidades energéticas mínimas.
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Según la FAO, la Desnutrición es el resultado de una prolongada ingestión
alimentaria reducida y/o absorción deficiente de los nutrientes consumidos.
Las principales Causas de la desnutrición son la ingestión de una dieta
inadecuada y la elevada incidencia de enfermedades infecciosas y parasitarias
que aumentan las necesidades de algunos nutrimentos, explica Un Kilo de
Ayuda AC.
“Sobrevivir con hambre”, Martínez Martha, 20 de enero de 2013. En Reforma
www.reforma.com
Palabras clave: pobreza, desnutrición, hambre, Costa Chica, Guerrero,
programas sociales.
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