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FILOSOFIA Y LENGUAJE
Por Romina Monteleone
Hay que admitir lo difícil que es una discusión entre personas
educadas en marcos generales distintos, pero nada es más
fructífero que tal discusión, ya que ha servido de estímulo a
algunas de las más grandes revoluciones intelectuales
Karl Popper: En Lakatos, 1965, pag. 156
Cualquier trabajo de investigación –sea sobre el tema que fuera- implica la utilización de un
lenguaje. Un lenguaje que –a su vez.- implica palabras, conceptos, subjetivismos.
La seducción que la palabra ha ejercido sobre los pensadores y el interés que éstos han mostrado
por ella es muy antiguo. Remonta a los inicios de la filosofía. Podría afirmarse, incluso, que toda la
historia cultural de Occidente se ha ido realizando en torno a la palabra, según dos opuestas
valoraciones de la misma. Una valoración superior y otra inferior. La primera conduce al hilo rector
de los grandes momentos del pensar griego-cristiano. Resuena, en su fondo, el eco parmenidiano:
“La Palabra lo es todo”. La segunda, en cambio, aparece en las épocas cuya cultura entra en crisis
con la proliferación de los sistemas escépticos. El escepticismo es siempre, en última instancia,
escepticismo de la palabra. Si el ser –nos dirá Gorgias Leontino- es inaprensible e incognoscible
para el hombre; pero aún cuando fuera cognoscible, sería inexpresable e incomunicable.
No es sencillo definir el vocablo “palabras”. Los diccionarios la definen como “todo sonido o
conjunto de sonidos articulados que expresan una idea” o “facultad de hablar” o “representación
gráfica de sonidos”, entre otros significados. Sin embargo, las palabras son mucho más que eso,
son un prodigio, una artimaña, un sistema que ha permitido desde antiguo hasta el presente
alcanzar un nivel de comunicación que ningún otro conocido del universo puede alcanzar.
Ello, sin perjuicio de las largas discusiones que durante años tuvieron los psicólogos y zoólogos
acerca de si los animales poseen algún tipo de lenguaje o no, y sobre las características que
diferencian al lenguaje animal del lenguaje humano. Se sabía que algunas especies -como los
delfines, las ballenas o las abejas, por ejemplo- tenían códigos de comunicación y que eran
capaces de transmitirse información relevante acerca de cuestiones tales como la localización del
alimento o las llamadas de deseo sexual. Al principio, los zoólogos creían que estos sistemas de
comunicación eran muy simples y que únicamente obedecían a pautas de conducta interiorizadas
y mecanizadas a lo largo de todo el proceso evolutivo de estas especies. Sin embargo, recientes
descubrimientos científicos han puesto de manifiesto que estos sistemas de comunicación son
mucho más complejos de lo que se creía.
Adentrándonos en el tema de interés del presente artículo corresponde señalar que la filosofía y el
lenguaje resultan inseparables, máxime cuando no podríamos tener acceso a la filosofía sin los
"escritos" (fragmentos, diálogos, discusiones, tratados, ensayos, aforismos) de los filósofos. Pero la
filosofía, en su larga tradición, muy rara vez tomó al lenguaje "en sí mismo", para preguntarse "qué
es el lenguaje". El interés de la filosofía por el lenguaje ha sido "para asegurarse de él" - que el
lenguaje esté allí, a su servicio, porque la filosofía lo usa, depende él para su tarea propia. O sea,
el lenguaje no debe estorbar el pensamiento filosófico, lo debe promover y saber expresar. Sin
embargo, este "querer asegurarse del lenguaje" llevó a un prestar atención al lenguaje mismo, y
esto ocurrió ya con los griegos y sigue, en grados cada vez más profundos, hasta el día de hoy. La
filosofía del lenguaje es la resultante de esta reflexión sobre el lenguaje mismo. La particularidad
de esta reflexión es que para saber lo que el lenguaje es hay que emplearlo. En el estudio del
lenguaje hay infinitas preguntas, muchas de las cuales han sido respondidas, pero otras no, y las
respondidas siguen siendo reflexionadas, como si se planteasen por primera vez, lo cual, por otro
lado, es propio de la filosofía que "pregunta por lo mismo". Entre estas preguntas están: dado que
el lenguaje está constituído por "signos", ¿qué es un signo? ¿El lenguaje consiste en la palabra, la
frase o en la discusión viva que pueden sostener dos personas? ¿Cuál es la unidad más pequeña
del lenguaje? Entre las frases, ¿es la enunciativa u otro tipo de frase la más importante? No sólo el
filósofo, también el físico, el biólogo, el historiador, el filólogo se ocupan de determinados temas u
objetos, tomando al lenguaje como "medio" o "instrumento" de la explicación o descripción de ese
objeto que estudian. Una gran pregunta de la filosofía del lenguaje es: ¿en qué sentido es el
lenguaje "medio" o "instrumento"? Otro punto es la distinción entre el signo - que es sensible - y el
contenido del lenguaje, o sea, lo que la palabra o la frase "menta". Lo mentado ¿dónde está? antes, sobre o en el lenguaje? ¿Puede haber contenidos sin expresión de esos contenidos? ¿En
qué relación está el "lenguaje" y el "pensamiento"? - el lenguaje "representa", "copia" al
pensamiento o es "idéntico" a él? Con el lenguaje se expresa la verdad o la falsedad de lo que se
está hablando. Eso de lo que se habla es la "realidad". ¿Qué sentido tiene una frase que no
pudiese ser verificada? ¿Cómo representa el lenguaje al mundo? ¿No será que la única realidad
es la realidad del lenguaje?
Así como intentamos definir las palabras, también pueden asignarse varias definiciones al vocablo
“lenguaje” que venimos mencionando, ya sea como “conjunto sistemático de signos que permite la
comunicación verbal” o “facultad y manera de expresarse” o “idioma de un pueblo o nación” o
“conjunto de señales que dan a entender una cosa”, entre otros.
Desde antiguo han existido muchas preguntas en torno al problema de la filosofía del lenguaje. Sin
embargo, algunos autores –como Christian Bermes- señalan que “lenguaje –como término técnico
y como disciplina filosófica- solo existe a partir de la segunda mitad del s.XVIII, con las
investigaciones de Maupertius, Herder y V. Humboldt, con lo que se abre un abanico de cuestiones
en torno al lenguaje, pero que en esos autores se centraban en una principal: la del origen del
lenguaje. A partir de este momento se separan un estudio más bien empírico-gramatical del
lenguaje y otro que lo ve como base y medida de la argumentación racional. Para esta época
también surge un enfoque que va a ser determinante hasta nuestro siglo: la llamada "crítica del
lenguaje". "Lenguaje y razón”, así argumentan Hamann y Lichtenberg, discutiendo con la filosofía
de Kant, no se pueden separar. La razón no se contrapone al lenguaje como una magnitud de
rango superior. Razón es lenguaje y crítica de la razón es crítica del lenguaje y viceversa. Esta
tendencia crítico-lingüística se puede perseguir hasta el "Tractatus" de Wittgenstein y los trabajos
del Círculo de Viena. A su vez, la crítica del lenguaje puede significar dos cosas: una en el sentido
de la teoría del conocimiento, para la que el límite de la razón coincide con el del lenguaje, y otra
en el sentido de un "trato crítico" con el lenguaje, para el que no todo lenguaje es apropiado para
filosofar: el lenguaje de la vida cotidiana - a diferencia de un lenguaje formal - adolece de falta de
claridad y precisión.
En el pensamiento antiguo, como lo vemos en Platón y Aristóteles y en otros muchos pensadores,
aparecen referencias al lenguaje pegadas a temas de lógica y de ontología. Lo mismo ocurre en el
Medio-Evo. Hubo dos famosos temas recordados hasta hoy: la doctrina de la "suppositio" y la de
los "universales". El 1º es más lógico-lingüístico, el 2º es lingüístico, lógico y ontológico. Lo que
está a la base de estas cuestiones es un asunto de gran relevancia y que, quizás, es el punto
central de todos los debates de filosofía del lenguaje: si - como parece indiscutible - nuestras
palabras se "refieren" a cosas u objetos del mundo, entonces la articulación del lenguaje debe
"mostrar", de una u otra forma, la articulación del mundo.
También es conocida la relación estrecha entre conocimiento y lenguaje, por lo que la teoría del
conocimiento y la filosofía del lenguaje van de la mano. En la teoría del conocimiento se discute si
la realidad que conocemos existe independientemente de nosotros y, si es así, cómo se establece
el puente entre sujeto cognoscente y objeto conocido. Aquí el lenguaje aparece como una instancia
"mediadora" entre sujeto y objeto. Acercándonos más a nuestro tiempo, vemos la importancia que
han cobrado disciplinas lingüísticas de vieja data, como la retórica, la poética y la hermenéutica.
Tres nombres, al menos, no pueden quedar fuera de una filosofía del lenguaje que se precie de
moderna: Dilthey, Heidegger y Gadamer. En estos autores se avanza a una "universalización", por
ej., de la hermenéutica, cosa que ha contribuido para hacer de la filosofía del lenguaje no un
disciplina particular de la filosofía, sino la disciplina fundamental o ciencia "primera", como lo quiso
Aristóteles de la teología o metafísica. Por otro lado, el servicio que presta la filosofía del lenguaje
a la ética se centra, entre otras cosas, en la aclaración de la diferencia entre proposiciones
prescriptivas, propias de la moral, y proposiciones descriptivas. El tema tan conocido de la falacia
naturalista (G. Moore) depende de esto.
Un momento señero en la historia de la filosofía del lenguaje es la segunda mitad del s.XIX y
primer tercio del XX, cuando en Europa las cuestiones de "fundamentación de la lógica" (y de las
ciencias ideales en general) acapararon la atención de gran parte de las cabezas pensantes. Aquí
descollan Freges, Husserl y otros muchos. Había un contradictor con el que había que saber
disputar: el psicologismo y de lo que se trataba era salvar la diferencia entre el carácter fácticoempírico del lenguaje y los contenidos meta-empíricos, ideales, mentados en los actos de habla.
De esta forma llegamos al último período de la historia de esta disciplina, que es cuando se
convierte en philosophia prima. Aquí están las aportaciones de la "filosofía analítica" anglosajona también conocida como filosofía analítica del lenguaje, pero también otros autores, como Cassirer,
Heidegger, Gadamer. Para la filosofía del lenguaje, convertida en prima philosophia, "la aclaración
del lenguaje reemplaza la aclaración del mundo"
Sin embargo, esto no es tan sencillo como algunos pensamos. En este tramo del presente trabajo
creo oportuno recordar un fragmento del libro “los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros”
de John Steinbek, quien acertadamente expone “Hay muchas personas que olvidan, cuando
crecen, lo mucho que les costó aprender a leer. Quizá se trate del mayor esfuerzo emprendido por
un ser humano, y debe afrontarlo cuando niño. Un adulto rara vez sale triunfante de esa empresa,
la de reducir la experiencia a un orbe de símbolos. Los seres humanos han existido durante mil
millares de años, y sólo han aprendido esta artimaña -este prodigio- en los diez últimos millares de
los mil millares."
El período histórico que nos ha tocado vivir, en la segunda mitad del siglo XX, podría ser calificado
con muy variados términos, todos, quizá, con gran dosis de verdad. Me permito designarlo con
uno: el de incertidumbre, incertidumbre en las cosas fundamentales que afectan al ser humano. Y
esto, precisa y paradójicamente, en un momento en que la explosión y el volumen de los
conocimientos parecieran no tener límites.
Los caminos, en otros tiempos seguros, se han borrado, la autoridad de los maestros ha sido
socavada, el sentido de las realidades se ha diluido y el mismo concepto de ciencia y de verdad es
cuestionado. La duda, la perplejidad, la inseguridad y una incertidumbre general se han instaurado
en toda mente profundamente reflexiva.
No solamente estamos ante una crisis de los fundamentos del conocimiento científico, sino
también del filosófico, y, en general, ante una crisis de los fundamentos del pensamiento. Esta
situación nos impone a todos un deber histórico ineludible. Más de un centenar de pensadores
eminentes se enfrentaron, de una u otra forma, con estos arduos problemas, entre fines del siglo
pasado y el momento presente.
El hombre adquiere el conocimiento de su mundo y de sí mismo a través de varias vías, cada una
de las cuales se ha ido configurando, a lo largo de la historia, de acuerdo a las exigencias de la
naturaleza y complejidad de su propio objeto. La filosofía, la ciencia, la historia, el arte, la teología
y, sobre todo, el sentido común, son las principales expresiones del pensamiento humano y las
vías de aproximación al conocimiento de la realidad.
En los últimos tiempos —desde 1790, cuando comenzó la edad de la razón—, la ciencia adquirió
un cierto predominio, dado su nivel de adecuación con el mundo concreto, tangible y manipulable
que ha constituido el mayor centro de interés del hombre en los siglos XIX y XX. Sin embargo, la
ciencia no puede —debido a las limitaciones que le impone su propia naturaleza— estudiar y
resolver muchos problemas de gran importancia para la vida humana, como tampoco puede
verificar o justificar "científicamente" las bases o supuestos en que se apoya: una teoría científica
no dispone de la capacidad reflexiva para autocriticarse en su naturaleza y fundamentos.
La ciencia, entendida en su concepción tradicional, no puede entenderse cabalmente a sí misma,
no dispone de ningún método para conocerse y pensarse a sí misma. El método científico no nos
puede ayudar a entender plenamente el proceso investigativo humano. En efecto, para que la
ciencia pueda entenderse a sí misma, tendría que ponerse también como objeto de investigación,
debería autoobjetivarse. Pero la vuelta reflexiva del sujeto científico sobre sí mismo es
científicamente imposible, porque el método científico se ha fundado en la disyunción del sujeto y
del objeto. La pregunta "¿qué es la ciencia?" no puede tener una respuesta científica (Morin, 1984).
Comprender cabalmente a la ciencia es comprender su origen, sus posibilidades, su significación
para la vida humana, es decir, entenderla como un fenómeno humano particular. Pero la
objetividad del método científico requiere que la ciencia trascienda lo particular del objeto y lo
subsuma bajo alguna ley general. Desde Aristóteles, la episteme, es decir, el conocimiento
científico, es conocimiento de lo universal, de lo que existe invariablemente y toma la forma de la
demostración científica.
Por ello, la ciencia resulta incapaz de entenderse a sí misma, aunque puede ayudar en la
comprensión de ese proceso. Su mismo método se lo impide. Ello exige el recurso a la
metaciencia. Pero la metaciencia no es ciencia, como la metafísica no es física.
De esta forma, la ciencia no puede responder por la solidez de sus propios fundamentos, y, en
consecuencia, tampoco puede garantizar la validez última de sus conclusiones y hallazgos, sin
recurrir a la metaciencia o filosofía de la ciencia para justificar sus bases y aclarar el significado de
las mismas, ya que lo más oscuro de toda ciencia es siempre su base. De hecho, la ciencia tiene
una imposibilidad lógica para establecer y asentarse en una base netamente empírica. De ello se
sigue que la ciencia debe complementarse con la clase de entendimiento que tratan de adquirir las
ciencias humanas. Querámoslo o no, si deseamos ir al fondo de las cosas, tenemos que hacer
filosofía.
Y ahí llega la tan escuchada pregunta ¿para qué sirve la filosofía?. Para algunos autores –como el
caso de Comte- la filosofía es un saber inútil. Así el mentado autor defendió la existencia de tres
estados en la evolución de la humanidad: el teológico, el metafísico y el positivo o científico. Según
él, la filosofía habría sido necesaria históricamente para superar el saber religioso, pero finalmente
habría sido superada, a su vez, por la propia ciencia, único conocimiento objetivo de la realidad.
Los defensores de esta postura argumentan que los conocimientos filosóficos, a diferencia de los
saberes científicos, no alcanzan consenso entre la totalidad de los filósofos, sino, al contrario,
constituyen siempre fuente de disputas entre ellos, y que no son acumulativos en el sentido de que
los nuevos hallazgos vayan reemplazando a las viejas teorías. Para ellos, y en palabras de un viejo
filósofo desengañado: "la historia de la filosofía es el museo de los errores humanos."
Sin embargo, Karl Popper, uno de los filósofos más importantes del siglo XX, escribió: "Todos los
hombres y todas las mujeres son filósofos; o, permítasenos decir, si ellos no son conscientes de
tener problemas filosóficos, tienen, en cualquier caso, prejuicios filosóficos. La mayor parte de
estos prejuicios son teorías que inconscientemente dan por sentadas o que han absorbido de su
ambiente intelectual o de su tradición... Una justificación de la existencia de la filosofía profesional
reside en el hecho de que los hombres necesitan que haya quien examine críticamente estas
extendidas e influyentes teorías".
Para muchos pensadores y científicos, más que contribuir a la creación de nuevos conocimientos,
la función de la filosofía debe reducirse a señalar los límites epistemológicos de la ciencia y a
combatir racionalmente cualquier forma de dogmatismo político, ético, religioso, etc. La
construcción de un pensamiento crítico y autónomo sería el horizonte del quehacer filosófico.
Para concluir con el presente trabajo consideramos oportuno remarcar que en la actualidad
estamos poco habituados todavía al pensamiento filosófico científico. El pensar con esta categoría
básica, cambia en gran medida nuestra apreciación y conceptualización de la realidad. Nuestra
mente no sigue sólo una vía causal, lineal, unidireccional, sino, también, y, a veces, sobre todo, un
enfoque modular, estructural, dialéctico, gestáltico, interdisciplinario, donde todo afecta e interactúa
con todo, donde cada elemento no sólo se define por lo que es o representa en sí mismo, sino, y
especialmente, por su red de relaciones con todos los demás.
Evidentemente, estos cambios en los supuestos básicos, filosóficos y metodológicos de las
ciencias, guiarán inevitablemente hacia otros cambios en las ciencias mismas: cambios en los
diferentes problemas dignos de investigar, en la formulación de hipótesis de naturaleza diferente y
en la metodología y técnicas a utilizar.