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La leyenda de Juan March, por Mercedes Cabrera.
El texto intenta hacer una breve explicación, a través de lo siglos XIX y XX de
los cambios llevados a cabo en la economía estadounidense. Para ello, utiliza las
figuras de Los capitanes de la industria norteamericanos, aquellos capitalistas que
cambiaron la economía después de la guerra civil americana. Uno de los ejemplos que
cita la autora es Pierpont Morgan, capitán de industria, constructor de ferrocarriles y
fundador de empresas petrolíferas, de acero o bancos. Él es uno de estos capitanes
de la industria que cita la autora. Según esta, Morgan (junto a otros “capitanes”)
protragonizó la transformación de una sociedad agraria y mercantil en una economía
de grandes industrias y producción en masa. Es ahora, después de la guerra civil
americana cuando se crean los grandes monopolios, que controlan tanto el poder
económico como el político, corrompiéndolo (se agravan más las desigualdades
sociales y económicas).
En época de la Gran Depresión, a estos nuevos empresarios capitalistas se les
denominó robber barons (apelativo con el que se conocía a los barones medievales
que cobraban un peaje por cruzar el Rin). Y es que su popularidad bajó mucho. Por
eso, alguno de aquellos barones intentaron cortar con dichos comentarios negativos.
Un ejemplo es Andrew Carnegie, quien aceptó que los grandes empresarios deberían
devolver a la sociedad parte de su fortuna mediante la acción filantrópica. Empezaba
así una nueva forma de actuar por parte de los grandes magnates de la economía,
intentando ahora limpiar su nombre y el de sus empresas. Otro caso que destaca la
autora es el de John D. Rockefeller que, para contrarrestar su mala imagen, publicó
una autobiografía. Según la autora, estos tycoons, para librarse de los problemas de
las críticas, dejaron en herencia social instituciones culturales y científicas que
ayudaron a la prosperidad de su país.
Y en Europa, se puede ver lo mismo, sobretodo en los años de entreguerras.
Los empresarios alemanes intentaron por todos los cauces distanciarse del ascenso
nazi (pero sobretodo de la utilización de mano de obra forzosa en países ocupados).
Eso sí, en la Guerra Fría se diseñó una nueva imagen del empresario y de la empresa,
ahora a favor de estudiar su propio pasado para esclarecer las posturas anteriores.
Para ello, incluso se contrataron a historiadores de prestigio del momento. Pero en los
años noventa del siglo XX, se pusieron en marcha diferentes comités para el estudio
de las responsabilidades de empresas y bancos europeos durante la II GM.
En el estado español, por el contrario, las historias empresariales y las
biografías de los empresarios, han sido más bien escasas. Desde la historia social y
política hubo que vencer los tópicos derivados del fracaso de la revolución burguesa
en el siglo XIX para adentrarse de manera más ajustada en las actitudes de
propietarios, empresarios y patronos. Ha hecho falta abandonar o matizar la idea de
fracaso en la revolución industrial española. Actualmente disponemos de mejores
biografías y de historias de empresa. Y si hay que destacar a un empresario, ese es a
Juan March, que sí ha recibido mucha más atención, aunque como dice la autora, su
figura está más en el terreno de la leyenda que en el de la investigación. Juan March
(Mallorca, 1880) fue uno de los hombres más ricos del mundo. 1923; salto a la política
(diputado). En 1931 seguirá como político, aunque acabará en la cárcel y durante la
Guerra Civil se le considerará el banquero de la rebelión. Su relación con los
gobiernos fue determinante para su economía: Ejemplo de capitalismo depredador a la
americana. Un robber baron con todas las letras. Además, su figura se sitúa más en el
campo de la leyenda que no en el de la historia porque no hay fuentes de información
consistentes a contraponer. En la República cayó en desgracia y fue encarcelado,
dejando desde entonces de hablar en público. Ya en esos años aparecieron libros
basándose en su vida (aunque no explícitamente). No era un empresario como Ford o
Rockefeller (no organizó nunca industrias ni tuvo “siniestros ejércitos de obreros”).
March amasó su fortuna mediante el tráfico de influencias en un gobierno débil, fácil
de sobornar y en asuntos ilegítimos. Murió en 1962, empezando entonces una gran
serie de publicaciones sobre el empresario, a modo de biografías.
March multiplicó su riqueza durante las dos guerras mundiales. Sin su dinero,
no hubiese sido posible la sublevación del 1936. Eso sí, se mostró en desacuerdo con
el nazismo y abogaba por estrechar lazos con Gran Bretaña. Dicen que ayudó a la
sublevación franquista con veinte millones de euros y cinco millones de libras en
crédito. Algunos cifran su ayuda en mucho más dinero. Así pues, sabemos que
participó económicamente, pero no en qué medida. Apostó por una victoria rápida del
bando sublevado y se desesperó al ver que duraba demasiado. En los años cuarenta,
sus relaciones con el franquismo fueron difíciles (se trasladó a vivir a Lisboa y,
finalmente, en 1947, a Ginebra). Josep Pla (escritor) lo conoció en los años 20. Tenía
poco más de cuarenta años. Ya tenía cierta fortuna y cierta relevancia política, pero
nada comparado con lo que le vendría después. Dice de March que parecía un
intelectual. Al morir Juan March, éste dejó una gran riqueza. Sumó fincas, construyó
casas y se dedicó a la compra-venta y a mover propiedades. Se aventuró en otros
negocios; comercio internacional, compañías navieras, la banca, la industria eléctrica y
química, el petróleo o el periodismo. Cierto es que nunca buscó dominar los
monopolios del estado, ya que como dice la autora, no le gustaban los asuntos
sometidos estrechamente a la tutela del estado. Su último gran negoció fue la quiebra
y subasta de la Barcelona Traction. March necesitaba del apoyo del régimen de
Franco pero, al mismo tiempo, necesitaba tener vía libre para actuar. La culminación
imprevisible de su vida fue la Fundación Juan March, con un capital de 300 millones
de pesetas y 1’2 millones de dólares. Esta fundación fue decisiva en la promoción
cultural, educativa y científica de la España de entonces, intentando ser independiente
de toda intromisión exterior y adaptándose a las necesidades cambiantes del
momento.
Epílogo:
Nos encontramos con un ensayo sobre las relaciones entre los intereses
económicos y el poder político en su dimensión histórica. La instrumentalización entre
los dos actores es recíproca.
Desde la Restauración hasta la I GM, el capitalismo español era de carácter
periférico, con una agricultura atrasada de bajo poder productivo. Además, solo vemos
una débil y concentrada industrialización en Barcelona, Vizcaya y ciertos enclaves
mineros. Eso sí, había un tejido empresarial repartido por diferentes territorios.
Destacaban los pequeños empresarios y la gran presencia del capital extranjero en
diferentes enclaves económicos (banca, minería, compañías ferroviarias…). Entre
finales del siglo XIX y principios del XX, la economía española daba signos de vitalidad
(industria pesada, química, eléctrica, banca o agricultura latifundista y exportación). La
autora comenta que es con la Restauración cuando se brindó un marco de estabilidad,
convivencia e integración. Se habían promulgado leyes para garantizar la propiedad y
para desarrollar una nueva economía (en continua lucha con la religión, el
analfabetismo y el miedo a quebrar). Los intereses económicos eran sobretodo de
carácter local, canalizados por los partidos dominantes, dentro de los cuales vemos a
diferentes empresarios, propietarios o hombres de negocio (a destacar Catalunya,
País Vasco, País Valencià o Madrid). En resumen, vemos un mapa plural (lógico por la
gran importancia de las relaciones municipales) donde el estado tenía un espacio
reducido.
Se crearon entonces los conocidos como lobbies (grupos de presión) y empezó
el debate entre librecambio o proteccionismo; de aquí que muchos de los empresarios
se acercaran a posturas regeneracionistas tras el 98. Empezaron pues las protestas
antifiscales, negándose a pagar impuestos y haciendo imposible llegar a posiciones
comunes. La sociedad capitalista se afianzó en el estado más tarde, coincidiendo con
la crisis del liberalismo y quedando marcada por los años treinta y cuarenta. La autora
remarca que es absurdo pensar que tras la Guerra Civil, la vieja oligarquía recuperó el
poder. Se llevaron a cabo transformaciones económicas después de la I GM
(crecimiento demográfico, incremento del éxodo rural, expansión de las actividades
industriales, caída del analfabetismo y nacimiento de una nueva conflictividad social).
Se afianzó la idea de nacionalizar la economía a través del discurso nacionalista y
proteccionista (intervención del estado). Según la autora, obtuvo un gran éxito, pero
con grandes movilizaciones en la calle. El discurso nacionalista no lo inventaron los
empresarios, pero sí se aprovecharon de él, criticando a los gobiernos constitucionales
y acercándose a posturas corporativistas.
En la dictadura de Primo de Rivera se observan planes de obras públicas, que
los empresarios vieron como demasiado ambiciosos y arriesgados. Estos nuevos
empresarios estaban obligados a negociar con una nueva clase política y se vieron
obligados a aceptar el reconocimiento de las organizaciones sindicales y la
institucionalización de organismos paritarios de negociación laboral. “El giro
económico positivo en los años veinte y la garantía de orden de la Dictadura, junto a la
represión y práctica desaparición de las organizaciones anarquistas y la buena
disposición de los socialistas (¿), hicieron posible la implantación del corporativismo en
la industria” (frase de la autora). No es extraño que, al llegar la II República, la
economía se deteriorase; los empresarios pensaban que llegaba el fin del capitalismo
y vieron una amenaza directa en la socialización de la economía (no solo en el
estado). Eso sí, nunca llegaron a presentar un frente común a esta nueva economía.
1936; Empresarios se inclinaron por el bando sublevado (por la crisis social, la
ocupación de fábricas, la colectivización de tierras, el “terror rojo”…). Empresarios y
propietarios ganaron pues la guerra. Pero los 40’s eran la noche de la industrialización
española; La nueva empresa se tuvo que amoldar a la autarquía, al sindicato vertical,
a las nuevas reglamentaciones, a la creación del Instituto Nacional de Industria, a la
desconfianza de lo privado…Incluso en los 50’s la liberalización se produjo ajena a los
demás países. Según la autora, “el estado franquista no fue un estado totalitario” (sí
represor y dictatorial). Los nuevos bancos fueron los que más ganaron con Franco.
Según ella, siempre las grandes decisiones venían de fuera; hasta el ’59 de militares y
políticos, después del ’59, de funcionarios y economistas. Las organizaciones
económicas y los lobbies desaparecieron; la subordinación estatal era un hecho.
A partir del último cuarto de siglo; empresarios se vieron empujados a una
nueva forma política en medio de una grave crisis mundial (Petróleo ’73 y ’79). Eran
necesarios nuevos planes de ajustes y reformas para la creación de una nueva política
monetaria y un nuevo sistema fiscal. Hacía falta poner un nuevo sistema administrativo
público. Se pretendía un estado del bienestar a nivel europeo, pero la crítica situación
política impidió hacer nada en los primeros momentos. En el 1977, elecciones + Pacto
de la Moncloa. Se aprobó en ’78 una nueva constitución pero las relaciones UCDempresarios no fueron buenas. Surgió la CEOE, pero no se estableció un buen diálogo
con el gobierno.
Según el PSOE, en el ’82 Felipe González permitió cumplir con el reajuste
económico. Al llegar al poder, según la autora, explicaron a los empresarios sus
objetivos. Segunda mitad de los ochenta es sinónimo de reconversión industrial que
cambió el mapa económico. El sector bancario empezaba a salir de una gran crisis
(según la autora), saliendo fortalecido. La incorporación a Europa, el desarme
proteccionista, la progresiva liberalización y los abundantes fondos de cohesión
permitieron un crecimiento económico y un gasto importante en infraestructuras,
educación, sanidad, políticas sociales…El estado se acercó al modelo de bienestar
europeo. Según la autora, el socialismo en el poder rompió definitivamente con su
atraso e hizo que los empresarios alcanzaran ahora sus mayores cotas, aunque la
política económica del PSOE fue impopular (altas tasas de desempleo provocaron
tensiones con sindicatos. Huelga general del ’88).
Última década del siglo XX fue de recesión y de presión para el PSOE (GAL,
repunte del paro…). Problemas para el PSOE de la mano de empresarios y periodistas
que iban en contra del gobierno. En el 1996, ganó el PP y tuvo la fortuna de coincidir
en un momento de crecimiento mundial. Aznar aupó las políticas de Thatcher y
Reagan, privatizando empresas y cargándolas de ideología. El estado no era la
solución sino el problema. Se redujo el déficit presupuestario y el PP colocó a su gente
al frente de las nuevas empresas privatizadas; las privatizaciones comportaron
cambios; mucha gente empezó a participar en bolsa.
2004, victoria del PSOE, que según la autora abogó por la modernización del
estado. Según la autora, cumplieron su promesa de respetar en sus puestos a los
presidentes de las empresas ahora privadas. Apostaron por otro modelo económico,
más productivo e innovador, cohesionador y sostenible. Según la autora “cumplieron
sus promesas”. El estado pasó a ser la octava potencia mundial y la quinta europea.
Cayó el desempleo y llegaron grandes oleadas de inmigrantes. Aumentó la
participación de la mujer y muchas empresas continuaron con su expansión.
Empezaba la crisis y USA dejó caer Lehman Brothers. Crisis se transformó en pánico
y se habló de refundar el capitalismo y de volver a posturas keynesianas. Entonces
cayó Grecia y Europa giró hacia la ortodoxia y la consolidación fiscal. Los mercados,
recuperados de su colapso, pasaron a exigir ajustes. Tenían todo el protagonismo. La
crisis golpeó el estado con gran dureza ya que se encontraba dentro de la
globalización mundial y, además, dependía del Euro. Pasó de ser la quinta potencia
europea a ser una PIGS (Portugal, Italia, Grecia, Spain), grupo del sur poco fiable. Se
pinchó la burbuja inmobiliaria y aumentaron los desequilibrios. La sequía de liquidez
agravó las cosas; del superávit al déficit en nada. Hicieron un ajuste duro y el PSOE se
comprometió a unas reformas estructurales. El estado inyectó liquidez en los bancos y
no fue posible un pacto social (huelga general que según la autora no tuvo éxito). El
PP atacó y atacó al PSOE y ganó en general en las autonómicas y locales del 2011.
La sociedad empezó a distanciarse de la política y de los dos grandes partidos,
sobretodo los jóvenes (15M). El PP ganó las generales anticipadas del 2011 sin un
programa definido y sin entender que un adelanto electoral no resolvía nada (como
estamos viendo).