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LA IMPORTANCIA DE LA DIMENSIÓN ASCETICA EN
LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA
P. Steven Scherrer
13 de octubre, 2006
El mundo, como la creación de Dios, es lleno de cosas buenas y necesarias que
necesitamos para sostener la vida y promover el Reino de Dios, cosas como comida,
computadores etc., que usamos en su servicio y para su gloria. La primera parte de la
jornada espiritual se edifica sobre las cosas buenas de este mundo que nos revelan la
bondad de Dios. Pero los grandes escritores místicos enseñan también la renuncia al
mundo para llegar a la cumbre de la unión mística con Dios y a un estado de tranquilidad,
luz, y paz. Este es el camino ascético-místico de la vida contemplativa, que es un camino
más avanzado, pero aun así, es pensado para todos, como el Concilio Vaticano II nos ha
enseñado, si tan sólo hubiera los que pueden mostrar este camino a los demás, y no sólo
guardarlo escondido para los monjes.
Después de haber viajado una cierta distancia, buscando a Dios en todas las cosas
buenas de su creación, para ir más adelante, es el camino ascético-místico —el de la
renuncia y de la oración mística en silencio— que nos llevará a la cumbre de la montaña.
Esta es la tradicional enseñanza espiritual, que los monjes siempre han conocido y en la
cual se han especializado, pero que pueden también dar a conocer a los demás —porque
ellos también son llamados aun a los más altos grados de la perfección, según el Segundo
Concilio Vaticano. Lo que necesitamos es que los monjes, que han guardado esta
tradición, este secreto, presente estos principios básicos de la espiritualidad monástica a
los demás. Los básicos principios espirituales son los mismos para todos; pero tienen que
ser aplicados de varias maneras, adaptándolos a la vocación y estado de vida de cada uno.
Lo que los monjes tradicionalmente han vivido de un modo muy literal y radical se puede
vivir también de un modo diferente por otras personas, según la dirección del Espíritu
Santo en cada individuo.
La tradición monástica de la ascética y de la renuncia al mundo no debe entenderse
como un desprecio del mundo, del cuerpo, de la creación, o del placer corporal en sí. No
se basa de modo alguno en una visión dualista del mundo, considerando la materia como
mal; y sólo el espíritu como bueno.
La razón por la renuncia, la ascética, y la austeridad, que se encuentra en toda la
tradición monástica, se basa más bien en el deseo de renunciar a lo bueno para lo mejor;
es decir: la tradición ascética y monástica renuncia a los bienes de este mundo para los
del reino de Dios; renuncia a los bienes de esta creación para los de la nueva creación; y
hace así para tener un corazón completamente indiviso para el Señor.
Creo que lo que necesitamos hoy es una visión equilibrada de la vida espiritual y
contemplativa, una visión que es a la vez ascética y mística; catafática (viendo a Dios en
creación y en la oración vocal) y apofática (experimentando a Dios por la renuncia y por
la oración silenciosa). La ascética es el camino que lleva a la mística. Y una orientación
“catafática”, que ve a Dios en todo y ora usando palabras e imágenes, es la primera parte
del camino espiritual que debe terminar en la experiencia apofática de Dios sin palabras,
imágenes, o ideas, y en desprendimiento de los deleites de este mundo. El renunciar a los
placeres innecesarios de este mundo nos lleva a tener un corazón indiviso, reservado sólo
para el Señor, y así ser más preparados para experimentarlo en luz y gloria interior.
Hoy en día, a veces se cuestiona si la ascética y el desprendimiento de los placeres de
este mundo son verdaderamente necesarios para entrar en unión con Dios y llegar a un
estado de paz y luz en el Señor, entremezclado con la experiencia luminosa de la oración
apofática. A la luz de esta duda, sería útil, creo, ver que esto es, en verdad, la enseñanza
común a los autores espirituales más aprobados y aceptados, como san Bernardo, san
Juan Casiano, san Juan de la Cruz, y La Imitación de Cristo.
Un autor espiritual escribe así: “La renuncia al mundo y a sus falsas alegrías, la
negación de sí mismo, el desprecio de lo sensible, etc., no son una aniquilación absurda
de la criatura humana, sino condición providencial para lograr la liberación plena y el
más alto desarrollo de la personalidad: nos despojamos de todo y de nosotros mismos
para llenarnos de Dios y ser dominados enteramente por la caridad…” (B.
MARCHETTI-SALVATORI, Despojarse, en Ermanno ANCILLI, Diccionario de
Espiritualidad, 3 tomos, Herder, Barcelona, 1987, tomo 1, 565-567).
San Juan de la Cruz escribe: “que son pocas las almas que se dejan purificar y
despojar hasta el fondo por el Señor, y por ello pocos son santos” (Llama de amor viva B
2, 27 y 3, 27). La Imitación de Cristo dice: “Cuanto más te retiras de los consuelos de
todas las criaturas, tanto más dulces y bendecidos serán los consuelos que recibirás de tu
Creador” (3.12). Y san Juan de la Cruz dice: “no podrá comprender a Dios el alma que
en criaturas pone su afición” (Subida 1.4.3), y “...el alma que pone su corazón en los
bienes del mundo, sumamente es mala delante de Dios. Y así, como la malicia no
comprende a la bondad, así esta tal alma no podrá unirse con Dios” (Subida 1.4.4).
San Juan de la Cruz escribe también: “el alma que hubiere de subir a este monte de
perfección a comunicarse con Dios, no sólo ha de renunciar a todas las cosas y dejarlas
abajo, más bien los apetitos... Y así es menester que el camino y subida para Dios sea un
ordinario cuidado de hacer cesar y mortificar los apetitos; y tanto más presto llegará el
alma, cuanto más prisa en esto se diere” (Subida 1.5.6). Y “Hasta que los apetitos se
adormezcan por la mortificación en la sensualidad, y la misma sensualidad esté ya
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sosegada de ellos, de manera que ninguna guerra haya al espíritu, no sale el alma a la
verdadera libertad para gozar de la unión de su amado” (Subida 1.15.2).
San Antonio, abad, dijo: “La inteligencia del alma se hace fuerte cuando se debilita
los placeres del cuerpo” (san ATANASIO, Vida de san Antonio 7). Esta es también la
enseñanza de san Bernardo. La primera Carta y el tercer y cuarto Sermón sobre Navidad
de san Bernardo son buenos ejemplos del hincapié que él hace en la importancia de la
vida austera. Él dice: “Al que vive con prudencia y sobriedad le basta la sal, y su único
condimento es el hambre” (Carta 1, 11). Y “ahuyenta el deleite, porque la muerte está
apostada al umbral del deleite. Haz penitencia y te acercarás al reino” (3 Sermón sobre
Navidad 3). La razón para esta renuncia es tener un corazón indiviso en su amor y
devoción al Señor.
La Imitación de Cristo es especialmente rica en esta doctrina. Aquí hay unos
ejemplos más de la enseñanza de la Imitación de Cristo sobre este punto: “Cuando el
hombre llegue a este punto de la perfección en el cual él busca su consuelo en ninguna
cosa creada, entonces Dios empieza por primera vez, a ser dulce para él” (1.25). “tanto
más se acerca el hombre a Dios, cuanto se aparta de todo gusto terreno” (3.42.2). “Hijo,
mi gracia es preciosa, y no quiere mezcla de cosas extrañas, ni de consuelos terrenos”
(3.53.1). “Debes separarte de parientes y amigos, y tener el alma privada de todo placer
temporal” (3.53.1). “Nosotros tenemos la culpa si no gustamos, o muy raras veces, de los
consuelos divinos, porque no buscamos la contrición del corazón, ni desechamos las
vanas y exteriores alegrías” (1.21.3). “Si quieres tener verdadero gozo y ser consolado
por mí abundantísimamente. Pon tu felicidad en el desprecio de todas las cosas del
mundo, y en cortar de ti todo deleite terreno. De esta suerte gozarás de gran consuelo”
(3.12.4). “Si dejas de ser consolado por las cosas mundanas, podrás ver más
perfectamente las cosas celestiales” (2.1). Y “verdadera gloria y alegría santa es...no
deleitarse en criatura alguna sino en Ti” (3.40.5).
Otra vez, el propósito de esta renuncia al mundo y de sus placeres es tener un corazón
reservado únicamente para el Señor, un corazón indiviso.
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