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EL ESPIRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA y RUSA
R. P. LE GUILLOU
Del Centro de Estudios de latina, Profesor de Teología Oriental
en la Facultad de Teología de Saulchoir
La colección YO SÉ - YO CREO se presenta como la más completa y la más sencilla de todas las
Enciclopedias destinadas al público cristiano. En ciento cincuenta volúmenes se encuentra expuesto
claramente y de una manera accesible a todos, cuanto un católico puede desear conocer sobre cualquier
asunto en que su religión se halle de algún modo implicada. La lista de temas abordados muestra suficientemente la amplitud de esta obra que no tiene equivalente alguno. Cada tema es tratado por uno de los
mejores especialistas, escogido tanto por sus cualidades de exposición como por la solidez de su ciencia
debe tener desde ahora un lugar preferente en la biblioteca de todo aquel que se interesa por los
problemas religiosos y quiere estar al corriente del último planteamiento de todas las cuestiones.
YO SÉ - YO CREO
ENCICLOPEDIA DEL CATÓLICO EN EL SIGLO XX
Imp Ed. Casal i Vall – ANDORRA
NIHIL OBSTAT
JOSÉ MAS BAYÉS, censor
IMPRIMATUR
PEDRO VILADÁS, Gob. Econ.
Seo de Urgel, 7 de diciembre de 1962.
135
DECIMOTERCERA PARTE:
LOS HERMANOS SEPARADOS
EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA
M. -J. LE GUILLOU, o. p.
La ENCICLOPEDIA DEL CATÓLICO EN EL SIGLO XX
«YO SÉ -YO CREO» reúne el más selecto grupo de escritores especializados, bajo la dirección de
DANIEL - ROPS, de la Academia Francesa.
EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA
Título de la obra original: L'ESPRIT DE L'ORTHODOXIE GRECQUE ET RUSSE
Versión española de FRANCISCO MARTINELL
Depósito legal: B. 2858 - 1963
Número de registro: 226 – 63
© EDITORIAL CASAL I VALL -ANDORRA, 1963
RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PREFACIO - 07
PREFACIO
Es un buen signo de nuestro tiempo el hecho de que el mundo occidental se abra cada
vez con mayor amplitud a estudiar las formas orientales de la tradición cristiana. El
beneficio sería pequeño si no se trataba más que de simple curiosidad. Puede, ser mucho
mayor si este interés tiene como finalidad una comprensión más profunda y más auténtica
de la revelación y de la vida cristiana. Mejor todavía, si se une el cuidado eficaz,
mediante un profundo conocimiento y una mayor caridad, por contribuir a la restauración
de la unidad de todas los cristianas.
Hay, por tanto, que felicitar a la colección «Yo sé-Yo creo» par haber concedida un
puesta al estudia de las Iglesias orientales que están separadas de Roma desde hace mil
años. Nos gustaría que el espacia reservada hubiese sida todavía mayor. Este libro no
puede presentar, en tan reducido número de páginas, un cuadro completo del Oriente
cristiano, que, par otra parte, conocemos poco y mal.
No examinamos directamente la tradición bizantina. Solamente hemos escogido dos
Iglesias coma modelo: la griega y la rusa. Dado que esta tradición ha revestida otras
formas bastante distintas ha sido preciso evocar también la tradición de la Iglesia
búlgara, servia, albaniana, ucraniana, rumana y las de la lengua
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PREFACIO - 08
árabe ampliamente extendidas por el Próximo Oriente y en Egipto a través de la
jurisdicción de los Patriarcas de Alejandría, Antioquía y Jerusalén.
Hasta ahora no hemos citado más que las Iglesias separadas de Roma. Existe también
la Iglesia maronita del Líbano que se glorifica de no haber roto nunca el lazo de unión;
no se pueden olvidar tampoco algunas fracciones importantes de estas Iglesias Orientales,
que desde fines del siglo XVI han ido volviendo al seno romana.
Perseguimos un fin de orden histórico, geográfico y estadístico y, por tanto, tales
omisiones resultarían peligrosas. No se trata de evocar en sus rasgos fundamentales la
tradición bizantina. Aún así el perjuicio causado por la brevedad sería menor, porque
estos caracteres son comunes a los diversos grupos étnicas que lo viven. Se puede decir
que estos rasgos son comunes, en general, a las otras Iglesias orientales que hemos
nombrado, y en particular a aquellas que fueron durante larga tiempo fuente de
espiritualidad y de liturgia.
Estas consideraciones sirven, no sólo para excusar el plan, demasiado restringida de
esta obra, sino para justificar el carácter general de la primera parte del libro.
Señalaremos ahora el dable provecho que esperamos mane de esta obra.
En primer lugar un mejor conocimiento de la revelación divina y de la vida cristiana.
El mensaje que transmitieron las Apóstoles ha llegada hasta nosotros por un solo canal:
el de la Iglesia de Occidente, que en algunos puntos lo ha empobrecido. Sin duda no nos
referimos al hecho de la Verdad revelada, que se conserva en toda su pureza en Occidente
por no haber dejado escapar los privilegios de la silla papal. Pero si que ha perdido algo
del carácter humano y espiritual que es en Oriente mucho más vivo y cuya expresión -no
hablamos solamente del lenguaje- es allí mucho más parecida a la original. Oriente ha
guardado el carácter «misLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PREFACIO - 09
terioso» de la religión cristiana con un ambiente de sacramentalidad que baña no sólo el
culto sino la expresión misma de su promesa y el ejercicio de su gobierno. Éste es un
valor que en Occidente, aunque se guarda su noción abstracta, ha perdido su realidad.
Este propósito no sorprenderá a los que se han esforzado en interrogarse sobre las
fuentes de nuestro pensamiento teológico, de nuestra liturgia y de nuestra espiritualidad.
Ni a los que se han esforzado por remontar a los orígenes del catolicismo latino, a
Oriente. El Oriente no sólo ha contribuido con las formulaciones dogmáticas decisivas de
los grandes y primeros misterios del cristianismo (la Trinidad de las personas en la
unidad de naturaleza; el dualismo de las des personas, divina y humana, en una sola
persona del Verbo), con un buen número de fiestas mayores de nuestro ciclo litúrgico
(especialmente las que honran a la Virgen María, Madre de Dios), y con la institución del
monacato, sino también, a través del tiempo, ha logrado salvar a Occidente de algunas de
las decadencias pasajeras por las que atravesamos. Por fin, Oriente es el que puede dar
solución a las otras Iglesias separadas como son las protestantes.
Este hecha tiene consecuencias que no tratamos de minimizar, tanta en el orden teórica
cama en el práctico. No se trate de despreciar el papel de, Occidente en el
desenvolvimiento de las instituciones cristianas. Es propio del genio romana haber dado a
estas instituciones el cuadra jurídico que aseguraba su estabilidad y favorecía su
funcionamiento. De ello salió un innegable provecho. Ha sida sin duda providencial que
el centro de la cristiandad se estableciera en Rama, y que la institución divina de
primacía y responsabilidad' universal encontrara, gracias al genio romana, las formas
concretas que le permitieran no sólo el prudente gobierno de la Iglesia, sino también la
misma pureza y la integridad de la fe.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PREFACIO - 10
No puede sorprender tal idea par cuanto en Oriente nació y tuvo sus primeros adeptos
el cristianismo. Y allá es donde con mayor facilidad se pueden recuperar las formas que
se vivieron en las orígenes.
Existe la convicción de que es urgente el establecimiento de un acuerdo amistoso entre
estas tradiciones que vivifican a la Iglesia. Es esta lo que desea el Soberano Pontífice
Juan XXIII.
No es pura casualidad o coincidencia que el Papa al convocar el próximo Concilio
haya especificado el deseo de que la Iglesia se una con los hermanos de Oriente y con los
hermanos protestantes. Los dos logros están unidos y con íntima correlación: no puede
florecer la primavera para la Iglesia mientras todos ellos permanezcan alejados de su
seno; y, por otra parte, los indudables valores que se conservan en Oriente servirán para
rellenar las abismos que separan a Roma de Bizancio.
Nuestro esfuerzo ha sida facilitado por las numerosas traducciones francesas de los
tesoros de la patrística y de la liturgia oriental.
Éstas san las breves reflexiones que nos ha inspirado el tema del presente volumen. La
experiencia personal ha servido también para comprobar el enriquecimiento que puede
proporcionar el contacto con esta tradición. Nuestra alegría no sería completa mientras
este libro no procurase a sus lectores el doble- provecho para con ellas y para con la
Iglesia.
Escribimos estas líneas durante la fiesta pascual, y no podemos por menos de formular
el desea de que muy pronto canten, Oriente y Occidente unidos, la Resurrección del
Señor: «Cristo ha resucitado verdaderamente».
C. .T. DUMONT, o.p.
Director del Centro «Istina»
Pascua 1961.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRÓLOGO - 11
PRÓLOGO
La comprensión de la tradición de las Iglesias Cristianas de Oriente, separadas de
Roma, supone un conocimiento histórico de mundos espirituales como el sirio y el
bizantino, de los cismas y controversias doctrinales que han tenido con Roma y la
situación actual, en fin, de estas comunidades. Sin embargo, el mero estudio histórico no
sería seguramente suficiente. Esta comprensión debe implicar un trato cariñoso con el
pensamiento oriental, tomando contacto con su mentalidad, o más exactamente, con la
profunda alma de Oriente. La comprensión supone, en resumen, el estudio histórico, pero
también, y sobre todo, una actitud llena de comprensión y amor hacia la gran realidad
cristiana que es la tradición oriental.
El contacto con la tradición oriental puede suponer un inmenso beneficio para el
católico que se ha alimentado siempre de la occidental (en el desarrollo de la cual han
jugado, además de la gracia, factores humanos de diversos órdenes). De momento ha
supuesto ya en el catolicismo la plenitud de sus manifestaciones, gracias a la captación de
las fuentes orientales de la propia tradición occidental y a la comprensión de que latinismo
y catolicismo están muy lejos de ser sinónimos. La tradición occidental es sólo, en efecto,
un aspecto de la Tradición que sólo puede quedar com-
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRÓLOGO - 12
pleta gracias a la ayuda de Oriente. Esta plenitud de tradición supondría una comprensión
más profunda y verdadera del misterio cristiano. Pasaremos ahora al estudio puramente
intelectual de las Iglesias Ortodoxas para poder llegar mejor a la comprensión del alma
oriental.
La reflexión sobre la ortodoxia no puede escapar, sin duda, a nadie. Sólo con este
estudio seremos capaces de solucionar los problemas que presenta el choque de la Iglesia
con los nuevos mundos como África, Asia, América del Sur.
No nos proponemos estudiar aquí toda la tradición oriental sino simplemente la
tradición espiritual de la Iglesia Bizantina, es decir, las Iglesias que confiesen el Concilio
de Calcedonia, que incluyen a Grecia, Rusia y Bizancio. Dejemos, por tanto, fuera de
nuestros propósitos las Iglesias de tradición monofisita (que no aceptan el Concilio de
Calcedonia) o nestoriana (que no aceptan el de Éfeso), es decir, las Iglesias armenias,
calcedonias, coptas y sirias.
Este pequeño libro querría ser un homenaje a los hermanos queridos en la caridad de
Cristo. Los obispos, sacerdotes, teólogos, monjes ortodoxos se han comportado siempre de
la manera más fraternal y han ayudado a reconstruir la gran tradición de la Iglesia. Me
invade el sufrimiento al pensar que, pese a esta proximidad espiritual, no se pueden sentar
en la misma Mesa Santa. Quieran ellos aceptar mi gratitud y mi fervor: que podamos,
gracias a la profundidad de nuestra comunión en el Misterio de Cristo, encontrarnos un día
en la unida Iglesia de Cristo.
Istina, Fiesta de la Anunciación, 1961
PRIMERA PARTE
LA PLENITUD MISTERIOSA DE LA IGLESIA DE LOS PADRES
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAPÍTULO PRIMERO - 15
CAPÍTULO PRIMERO
EL MISTERIO
La Iglesia vive la realidad de la palabra de Dios: «Como el Padre me ha enviado a mí,
así yo os envío». Su misión es dar testimonio del amor que Dios, desde toda la eternidad,
entregó al mundo: «Id por todas las naciones, y haced discípulos y bautizadlos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo cuanto yo
os he mandado. Y sabed que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»
(Mat., 28, 19-20).
Testigo de Dios y de la salvación, la Iglesia proclama la Verdad que celebra y que vive.
I. Misterio y Palabra de Dios
«Tras habernos revelado muchas cosas» que antiguamente predicaron los profetas, Dios
nos habló por medio del Hijo, al que estableció como heredero de todo hasta el fin de los
siglos» (Hech., 1, 12).
Dios, en su amor eterno atestiguado por la manifestación de su Hijo, mediante él
manifestó a la humanidad su Palabra. La
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAPÍTULO PRIMERO - 16
gloria de Dios se revela a la humanidad en el Verbo Encarnado, Cristo Jesús, cuya misión
era dar entrada a esta humanidad en la gloria.
Esta Palabra da sentido a la pedagogía y las revelaciones del Antiguo Testamento: es la
plena revelación y realización del secreto escondido en Dios desde hacía siglos (Col., 1,
26; Efesios, 3, 3-9). San Pablo le llama misterio. Es, por consiguiente, la realidad de Cristo
como Dios y como hombre, resucitado y glorificado junto al Padre, portador del fermento
de unión «para que sea Dios en todas las cosas» (1 Cor., 15, 28). Cristo es la realidad
personal de la presencia divina, es quien recapitula todo el mundo en sí mismo, en su carne
crucificada, y finalmente en el Cuerpo Místico de la Iglesia «que es Cristo, entre nosotros,
la esperanza de gloria» (Col., 1, 27). Constituye la Iglesia, en su primera fase, Él, que es el
hombre perfecto que ha realizado la plenitud de Cristo, «la plenitud de aquel que llena las
cosas en todos» (Ef., 1, 23).
El corazón de todo el misterio es la Cruz, última llave y lazo entre las Escrituras y el
deseo de Dios, vista en relación con la resurrección y la creación del pueblo de Dios.
Misterio y palabra son, pues, sinónimos. Implican la revelación de Dios a través de su
acción y presencia directas, la historia de la humanidad divinizada por esta acción y esta
presencia.
II. Iglesia Apostólica e Iglesia de los Padres
La Iglesia de los Apóstoles nos ha revelado el misterio realizado en ella,
«Los Apóstoles fueron enviados por Jesucristo como mensajeros de la Buena Nueva.
Jesucristo fue, a su vez, enviado por Dios. Cristo, por consiguiente, viene de Dios y los
Apóstoles de
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAPÍTULO PRIMERO - 17
Jesucristo. Este hermoso orden tiene su origen en Dios», dice San, Clemente. «Tal es la
predicación de la Verdad y la regla de nuestra salvación: es el camino que nos lleva a la
Vida.» Los profetas lo anunciaron, Cristo lo estableció, los Apóstoles lo transmitieron. San
Ireneo asegura «que era necesario de todo punto que se conservase este depósito». Y San
Clemente de Alejandría declara: «Los Maestros que conservaron la tradición que
enseñaban los Apóstoles: Pedro, Santiago, Juan y Pablo, han llevado hasta nosotros,
gracias a Dios, las bellas semillas apostólicas».
Estos textos hablan por sí mismos: la Iglesia de los primeros siglos tenía como misión
primordial la de mantener intacto el depósito que le legaron los Apóstoles y además con
plena vigencia.
Obispos, teólogos, maestros de vida espiritual y los Padres han procurado mantener
viviente en la Iglesia la Verdad evangélica transmitida a Cristo por el Padre, a los
Apóstoles por Cristo, a los Obispos por los Apóstoles. Tienen merecido el título de guardianes del espíritu de los Apóstoles. La Iglesia sabía que ellos estaban dotados con el don
de la inspiración para su misión de transmisión del mensaje de Cristo. Pero sabía también
que esta enseñanza no podía separarse del testimonio que, con su vida y sus instituciones,
diese la Iglesia. La Revelación se cerraba con la muerte del último Apóstol, pero la Iglesia
suponía la continuidad histórica, la tradición viviente. La Revelación ha sido, por tanto,
para la Iglesia una realidad espiritual a través del tiempo y del espacio.
Tenía la convicción de que Cristo no la abandonaría: «Estaré con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo» (Mt., 28, 18). Los Padres tuvieron la misión de transmitir el
misterio de la Iglesia en el momento en que el Evangelio se encontró frente a una de las
mayores civilizaciones que jamás se haya conocido.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAPÍTULO PRIMERO - 18
Los Padres fueron el instrumento de fundación de la Iglesia en el mundo helenístico,
testigos, servidores y defensores de la fe, órganos del Espíritu Santo. Se instalaron en el
mismo corazón de la Iglesia, trabajando toda su vida por ella, y por esto tienen el valor de
un prototipo. Tuvieron tal sentido interior de la fe que abrieron al cristianismo la plenitud
de la tradición de la Iglesia. Representan el ideal de la vida en comunión de amor y de fe.
Para los cristianos de siglos posteriores, juegan un papel paternal, dando a todos los
cristianos posibilidades de vivir del misterio de la Iglesia en sus verdaderas perspectivas.
Si bien no tuvieron el carisma de la inspiración, tuvieron el carisma de la interpretación
del Espíritu de Cristo. Con este título, tienen para nosotros un significado muy importante.
III. Tradición oriental y occidental
Los Padres dieron testimonio a toda la Iglesia del mundo, y gracias a ellos, durante el
primer milenio, todos los puntos dogmáticos estaban perfectamente definidos.
De forma bastante rápida, durante este primer milenio también, los Padres orientales y
occidentales empezaron a pensar y a vivir la misma palabra cristiana con acentos algo
diferentes. La liturgia, la organización, las instituciones, la disciplina, las formulaciones
teológicas, testimonian influencias divergentes, entre los dos mundos, de los elementos
psicológicos e históricos. Si bien su línea fundamental de comprensión del cristianismo es
la misma, tanto su conciencia como su modo de vida tienen matices relativamente
distintos. Han resultado dos mentalidades, que son mutuamente extrañas, aunque tengan
puntos complementarios. Así, no hay más que comparar a un San Juan Crisóstomo con
San Agustín, intérpretes ambos del Apóstol San Pablo - deLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAPÍTULO PRIMERO - 19
duciendo el primero directrices de vida y el segundo una teología de la gracia - para medir
exactamente lo que diferencia y lo que une a los dos espíritus.
Es importante distinguir ahora los tres niveles de concepción de la Iglesia. La
concepción eterna y escatológica hace de la Iglesia la Comunión de los Santos, reunidos
por el Espíritu Santo en Cristo resucitado. La Iglesia, como institución divina-temporal,
incluye lo que Cristo fundó en el Espíritu Santo. En el tercer nivel como existencia
puramente histórica, la Iglesia no encuadra a Dios, sino de forma indirecta. Este tercer
nivel es, precisamente, en el que se sitúan los puntos que separan a Oriente de Occidente.
Gracias a la riqueza cultural del ambiente en que vivía y al genio de los pueblos que la
componían, la Iglesia Oriental incorporó un brillo especial a su liturgia y a su vida
espiritual: es la substancia de los concilios y la teología de los ocho primeros siglos.
Oriente, transfigurando la civilización helenística en el momento en que Cristo la asociaba
a su acción sacerdotal, expresó, con un lirismo incomparable, la gloria divina que estaba
ya presente en la humanidad por la Encarnación y los Sacramentos. Ésta es, en resumen, la
tradición oriental que queremos estudiar en sí misma.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEGUNDO - 21
CAPÍTULO II
EL MISTERIO REVELADO
Según la triple mediación profética sacerdotal y real que caracteriza la unidad de su
acción, la Iglesia oriental no ha cesado de anunciar el Mensaje de Cristo, de mantenerlo
intacto frente a todas las desviaciones y herejías, de celebrarlo litúrgicamente y guiar a los
fieles en su camino. Estudiaremos, por tanto, sucesivamente: el Misterio revelado, el
Misterio celebrado, el Misterio vivido. Somos conscientes, por otra parte, de que estos
diferentes aspectos se complementan unos a otros. El Misterio es la vida misma de la
Comunidad Cristiana, y, por tanto, es uno.
I. Los escritos patrísticos y su pensamiento
El pensamiento de los Padres, de encanto incomparable, goza de visión universal,
católica, y de acento triunfal y escatológico. Su objeto constante de contemplación es, en
efecto, el misterio en el esplendor de su unidad, la recapitulación de todas las cosas en la
Cruz de Cristo, descubriendo, al mismo tiempo, las realizaciones que tuvieron lugar
después de la Resurrección, la efusión del Espíritu Santo sobre la carne, la incorporación
al Cristo gloLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEGUNDO - 22
rificado hasta la realización del deseo de Dios: Dios todo en todos.
«Cuando el hijo del hombre se encarnó y se hizo hombre» dijo Ireneo,
«recapituló en sí mismo toda la historia de los hombres, les ofreció la salvación
eterna, de suerte que lo que perdimos en Adán -el existir a imagen y semejanza
de Dios- lo recuperaremos en Jesucristo» (Adv. Haer. 1, 3, 38).
Y a continuación añadió:
«La generación del Bautismo, que se nos administra en nombre de las tres
divinas personas, se nos enriquece con los dones que nos da Dios, Padre, por
medio del Hijo y el Espíritu Santo. Todos los que en posesión del Espíritu Santo
son conducidos al Logos, es decir, al Hijo, el Hijo los toma y los ofrece a su
Padre y el Padre les comunica la incorruptibilidad. Así, por tanta, sin el Espíritu
Santo no se puede llegar al Verbo de Dios, y sin Éste no se puede llegar al
Padre, porque la gnosis del Padre es el Hijo, y la gnosis del Hijo sólo se logra
por medio del Espíritu Santo; pero es el Hijo quien tiene la misión de entregar el
Espíritu, según la voluntad del Padre, a los que el Padre quiere y como el Padre
quiere» (Adv. Haer. 1, 4).
La producción de los Padres, bien meditada, abre los espíritus a la grandeza de Dios y a
su obra. Son estos escritos los pastorales, espirituales y dogmáticos. Su producción está
transfigurada por la presencia de Cristo e iluminada por el acontecimiento decisivo de la
Cruz, que inaugura un nuevo período de la historia.
Ireneo, Clemente y Orígenes cantaron los dos Testamentos, figurando al Evangelio en la
Ley y a la Iglesia en Israel. Así, la promesa fue entregada en la plenitud de su sentido y
meditada a la luz del Antiguo y Nuevo Testamento, descubriendo su trascendental
novedad.
La lectura de la producción de los Padres es, para ellos, sinónimo de conversión a
Cristo. Constituye el fundamento de la vida
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEGUNDO - 23
espiritual, instrumento perfecto de Dios, según la expresión de Orígenes, que contempla el
misterio, no como mero objeto de ciencia sino como algo interior y vital. La Palabra de
Dios no cabra su verdadero significado sino en la transformación que opera en el creyente.
A partir de la lectura cristológica de la Biblia, sus escritos descubren su sentido a la luz de
Jesucristo y de la acción del Espíritu Santo.
II. Pensamiento patrístico y teológico
La contemplación del misterio, objeto de conversión, explica el hecho de que el
pensamiento de los Padres sea de tipo suplicante. Por cierto que fueron ellos quienes, en el
choque del cristianismo con el mundo helenístico, salvaron los conceptos más esenciales,
como el de creación, tiempo, hombre, que no es un alma aislada, en lucha con su cuerpo,
sino un ser-implantando en consecuencia una nueva concepción de la muerte y de la resurrección-, dentro de la idea nueva de la Trinidad-Dios. Para defender la plenitud del
misterio y su interioridad en la Iglesia, definieron el dogma como expresión de la verdad
revelada que permite al espíritu abrirse a la experiencia del misterio de Dios.
Los primeros Padres cristianizaron la inteligencia humana. Traspasaron sus límites en
favor de la luz del Espíritu Santo. Dieron a la Verdad el ropaje intelectual, según la
expresión del Kondakion de la Fiesta de los Santos Padres, compuesto probablemente por
Romanos el Meloda (s. VI).
«Conservando el kerygma de los Apóstoles y los dogmas de los Padres, la Iglesia ha
señalado la Verdad, tejida por la teología, y ha descubierto y glorificado el gran misterio
de la piedad.»
El pensamiento patrístico es una «contemplación de la Santísima Trinidad, según la
definición frecuente en teología, una
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEGUNDO - 24
verdadera y viva comunión con el misterio de Dios. Efectivamente, en la tradición
oriental sólo merecen el nombre de teólogos: San Juan, el Teólogo, de quien dice
Orígenes: «Juan descansaba en el seno del Señor, como el Señor descansaba en el seno de
Dios»; San Gregorio Nacianceno, cantor de la Trinidad, que sumergió su corazón en la
vida divina; San Simeón, el Nuevo Teólogo, de quien se ha dicho que «hacía teología con
el mismo espíritu que el Amado», es decir, San Juan.
III. Iglesia y misterio
Los Padres, con ojos de fe, no cesaron de contemplar la Iglesia inmersa en la visión
total del deseo de Dios - Dios todo en todos -. Ella, consideraron, es la base esencial de
todo el edificio dogmático, puesto que es la fuente misma de la Revelación y es una
realidad mística que se impone sobre todo lo demás, coexistente sólo a la salvación...
«Sólo en medio de la comunidad de los fieles puede encontrarse al Hijo de Dios, dice
Orígenes, porque siempre ha vivido en medio de los que están unidos en su nombre.» La
Iglesia es una creación nueva, instaurada por la Encarnación, calcada sobre el aspecto
triunfal de los últimos tiempos; se inaugura en la Resurrección y Pentecostés y se evoca en
los Maitines de Pascua de la Iglesia de Oriente.
Constituye verdaderamente el misterio oculto de Dios, que se manifiesta, por medio de
ella a los hombres. «Elegida antes de la constitución del mundo.» Fue desde entonces
predestinada para permanecer siempre, hasta el fin de los tiempos. Creada antes que todas
las demás cosas, es la «poesía perfecta», la «única casa». Es el mundo enteramente
recreado para llegar así, gracias a la comunicación con el Espíritu, a la divinidad. San Juan
CrisósLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEGUNDO - 25
tomo dice que es celestial, la Eva espiritual, «nombrada antes que el sol», promesa de los
bienes que nos tiene preparados el Señor. Es una creación nueva en el Espíritu: «Vi venir
hacia mí una Virgen adornada como la esposa que sale del tálamo nupcial, vestida de
blanco y con la cabeza cubierta con una mitra. Tenía los cabellos blancos. Después de
estas visiones, vi que estaban referidas a la Iglesia», en frase de Hermas.
El misterio de la Iglesia está encuadrado en el misterio de Cristo, y concretamente en el
de la Encarnación Redentora y de Pentecostés. San Ireneo había dicho: «El Señor se hizo
carne para destruir la muerte y vivificar al hombre». «El Verbo de Dios se hizo hombre
para que fuésemos divinizados», repite constantemente San Atanasio.
«Verdaderamente, decía en una carta pascual a sus fieles de Alejandría, hay
algo magnífico en esta victoria sobre la muerte; con el Cuerpo del Maestro,
hemos conquistado la incorruptibilidad. Resucitamos nosotros como Él, y su
Cuerpo, incorruptible, es la causa de nuestra incorruptibilidad...» «La muerte se
había fortalecido en los mismos hombres que había de atacar, la Encarnación del
Verbo representó la ruina de la muerte y la resurrección del Cuerpo.»
San Gregorio de Nisa escribe: «Dios está unida a nuestra naturaleza, para que ésta, por
su unión con Dios, se salve de la muerte y se libre de la esclavitud del enemigo: la
resurrección de la muerte es para el mortal el comienzo de la vida inmortal».
La Iglesia aparece, bajo esta apreciación, como la reunión donde la humanidad entera se
diviniza gracias a la acción del Espíritu Santo. Es la vida deiforme comunicada en
Jesucristo por el Espíritu Santo; la realidad de la unión con Dios en Cristo. Por esto se la
puede llamar e1 nuevo Paraíso, es decir, la creación redimida conforme a Dios gracias al
Espíritu Santo, verdadero Árbol de Vida. Hace que toda la creación se ajuste a la
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEGUNDO - 26
imagen de Dios, partiendo del fuego de divinización que es el Cuerpo glorificado de
Cristo.
La Iglesia es, por tanto, la matriz de la deificación: transforma a los cristianos según la
imagen de Dios, por el contacto con Cristo glorificado concretado en los misterios que se
celebran y especialmente el Bautismo y la Eucaristía. La presencia del Cuerpo glorificado
del Señor hace de este Sacramento una teofanía, presencia de la energía divina en el
mundo, transformando a todos los hombres. La Iglesia, encargada de la construcción del
pleroma de la humanidad deificada, es el Sacramento en el que el Espíritu manifiesta, de
manera permanente, el misterio de Dios escondido antes de los tiempos.
Un autor anónimo del, siglo VIII dice que la Iglesia es el «santuario de Dios».
Escribe también: «lugar sagrado, casa de oración, asamblea del pueblo, Cuerpo
de Cristo, Esposa de Cristo que clama por la penitencia y la oración, purificada
por el agua del Bautismo y lavada por su preciosa Sangre, adornada por su
Esposa, sellada por la unción del Espíritu... La Iglesia es el Cielo en la tierra, en
la cual habita y vive el Dios superceleste. Es un hogar vivo donde se celebra la
mística y el sacrificio, y cuyas perlas preciosas son las enseñanzas divinas dadas
por el Señor a sus discípulos» (P. G. 98, 384-385).
La Iglesia constituye de modo tan absoluto la revelación del Misterio, que los Ángeles
lo han descubierto al contemplarla a ella. San Gregorio de Nisa declara en efecto:
«No han sido sólo los hombres quienes han sido instruidos en los divinos
misterios por ella, sino que también lo han sido los principados y las potestades
que han conocido la inteligencia variada de Dios cuando la han visto
manifestada en la Encarnación de Cristo en la humanidad. Hasta entonces sólo
conocían la inteligencia simple. Pero la variada, sólo la han conocido viendo al
Verbo tomar carne humana y entregarse a la muerte. Por esto, los amigos del
Esposo se emocionaron, porque descubrieron otra faceta de la inteligencia de su
Señor. Y si no fuera
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEGUNDO - 27
demasiado atrevido, diría que, habiendo contemplado la belleza de la Esposa,
descubrieron la belleza, invisible e incomprensible hasta entonces, del Esposo.
Si la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y Cristo es su cabeza, desarrollando la Iglesia
descubrieron lo que hasta entonces no comprendieron en su Cabeza. Y así como
algunos son incapaces de ver el sol mirándole directamente y lo contemplan
reflejado en las aguas, así contemplaban los ángeles el sol de justicia a través de
su manifestación» (Com. Cant. 8; P. G. 44, 948, C-949 B).
El Cristianismo de los Padres es, esencialmente, eclesiástico. A través de la Iglesia, y
dentro de ella, recibe el hombre la acción misteriosa que le salva; ni siquiera la fe personal
es efectiva si no se encuadra en una participación efectiva en la unidad y la vida de de
Iglesia.
Esta perspectiva hace que muchos temas patrísticos posean un equilibrio profundo ya
que se trata de presentar la divinización del hombre, incluso en su carne, a imagen de
Cristo resucitado, gracias a la Cruz, por la comunicación de la Gloria divina.
IV. Gloria y filantropía
¡La gloria de Dios! Este tema, efectivamente, está subordinado hoy en día a otros. Dios
nos ha revelado su Gloria - es decir, a sí mismo, en un resplandor de luz y de poder a
través de su Hijo: «He enseñado tu nombre a los hombres», dice Jesús en su oración
sacerdotal. La imposibilidad de conocer a Dios se da en los hombres, aún después de la
venida de su Hijo. Los Padres de la Iglesia repiten continuamente: «La esencia de Dios es
incomprensible para lo creado», y San Juan Crisóstomo recuerda, con este propósito, toda
la Biblia: «Abraham se reconocía polvo y ceniza; Moisés dice que nadie puede ver a Dios
sin morir; Isaías exclama: ¿Quién podrá contar su generación? San Pablo se muestra
espantado ante el océano sin fin»:
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEGUNDO - 28
«Viendo el abismo abierto, se pone a gritar: ¡Oh, profundidad de las riquezas
de la sabiduría divina, cuán incomprensibles son sus juicios y cuán inaccesibles
sus caminos! ¿Qué más se puede decir? Sus juicios son inescrutables, sus
caminos inaccesibles, su paz va más allá de toda inteligencia, los dones que
tiene preparados para los que le aman no han sido comprendidos por el
hombre... Su Majestad no tiene límite, su inteligencia, medida; todo esto es
incomprensible. Él mismo lo es». (P. G. 55, 706, A. B.).
San Gregorio de Nisa, resumiendo en su Vida de Moisés las enseñanzas de los Padres,
declara que el más alto conocimiento de Dios es la «comprensión de lo incomprensible».
Así describe el vértigo que acomete al hombre ante el abismo de la divinidad:
«El hombre está como al borde de un abismo. Bajo la roca abrupta, la tierra se
hunde hasta el mar a una altura infinita y vertical. La cumbre está sobre un
abismo gigante. Todo el que pise el borde, notará que le falta apoyo a su cuerpo.
Ésta es la sensación del alma que ha atravesado ya los espacios en que hacía pie
y va en busca de la naturaleza que existía antes de los tiempos y que no se puede
medir. No tiene a su alrededor nada que le sirva de referencia, ni lugar, ni
tiempo, ni medida, ni ninguna otra cosa. No encuentra ningún punto de apoyo, y
es presa del vértigo» (Com. Cant. P. G. 44, 948 C-949 B).
No hay nada como los textos de los Padres y las composiciones litúrgicas bizantinas
para darnos idea de la trascendencia divina que se manifiesta en la condescendencia del
que se hizo pobre por nosotros.
El tema de la Gloria está unido al de la luz. Cristo y su Luz vivificante que transforma a
los hombres y los devuelve a la Gracia, gracias a la humillación del Hijo de Dios. Todo e1
mundo conoce el admirable Phos hilaron atribuido por Basilio al mártir Atenágoras (siglo
II), pero que parece ser que no es suyo.
«Jesucristo!, rayo gozoso de la gloria del Padre inmortal, celeste, santo y feliz,
hemos llegada a la caída del día y visto la luz vespertina.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEGUNDO - 29
Cantamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Es digno que, en cualquier
circunstancia, seas celebrado, Hijo de Dios, con voz pura, Tú que das Vida. Por
esto el mundo Te glorifica.»
V. La Trinidad
La gloria de Dios se nos revela conociendo a la Trinidad. La teología, como hemos
dicho, es la contemplación de la Trinidad. A1 defender el misterio trinitario, puesto en
duda en los primeros siglos, los Padres tenían plena conciencia de defender la raíz del
misterio paulino: el fundamento de nuestra participación en la vida divina.
Es suficiente citar algunos textos orientales y compararlos con otros occidentales
(Prefacio de la Trinidad, «Quicumque») para comprender qué acción de gracias se otorga
en Oriente a la contemplación del misterio trinitario, plenitud de vida divina que se
comunica a todos.
«Ven, pueblo, a adorar la Divinidad en sus tres personas: el Padre es el Hijo
con el Espíritu Santo. El Padre, desde toda la eternidad, ha engendrado un
Verbo, coeterno y correinante. El Espíritu Santo es glorificado en el Padre con el
Hijo, es el poder único, substancia única, divinidad única; la adoramos diciendo:
Dios Santo que lo has creado todo por el Hijo con el concurso del Espíritu
Santo; Santo fuerte, por quien hemos conocido al Padre y por quien vino el
Espíritu Santo al mundo, Santo inmortal, Espíritu Consolador, que procedes del
Padre y descansas en el Hijo: Trinidad Santa, gloria a Ti» (Idiomelo de León el
Déspota, Grandes Vísperas).
Antes del canto del Credo, en la liturgia de San Juan Crisóstomo, escuchemos este otro
texto: «Amémonos los unos a los otros, para que, en concordia, confesemos al Padre, al
Hijo y al Espíritu Santo, Trinidad consubstancial e indivisible». Estos textos, llenos de
sabor místico, no producen cansancio:
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEGUNDO - 30
«Padre todopoderoso, Verbo y Espíritu, naturaleza única en tres hipóstasis,
esencia y divinidad supremas. En Ti hemos sido bautizados y a Ti te bendecimos
con fe por los siglos.»
«La Trinidad, en el Jordán, se manifiesta coma una única naturaleza divina. El
Padre dejó oir su voz: “Éste es mi Hijo muy amado”. El Espíritu se posó sobre
Él, a quien los pueblos bendicen y exaltan.» (Transfiguración de N. S., Maitines,
Troparios, 8.ª oda.) «Tú fuiste antes que la eternidad y eres toda la eternidad, Tú,
la Trinidad, el Padre todopoderoso, el Hijo y el Espíritu Santo, la Santísima
Trinidad en tres Personas. Los hijos de Adán te cantan con fe.» (Sábado de
Lázaro, Canon de Completas, 5.ª oda.)
VI. Cristo
Cristo, revelación del misterio trinitario, que comunica la gloria a todo el cuerpo de la
Iglesia, no ha cesado de ocupar el corazón de los Padres: no piensan más que en É1, no
buscan más que a Él, y le encuentran por todas partes. El misterio de las dos naturalezas
poseídas por una sola persona, la de Cristo es, en efecto, la prenda de nuestra divinización.
Desde Atanasio, Gregorio Nacianceno, Cirilo de Alejandría, la unidad del misterio
cristiano está asentada en este principio: «Se hizo igual a nosotros para que fuésemos
nosotros como Él».
«Dios recogió en sí todo lo que nosotros somos, asumió toda nuestra raza en
un solo individuo. Se convirtió así en las primicias de nuestra naturaleza. Hacía
falta reconstruir lo que estaba deshecha y toda nuestra raza estaba destruida. Se
mezcló con toda la raza de Adán; y, una vez dentro, se extendió por lo que
estaba muerto para darle vida. Vivificó de manera sensible el cuerpo dentro del
cual penetró. Por esto somos el cuerpo de Cristo: cuerpo de Cristo p miembros
cada uno por su parte. (1 Cor 12, 27.) Cristo está en todos de manera igual y, al
mismo tiempo, habita en cada uno de forma particular» (Anastasio, Patriarca de
Antioquía, P. G. 89, 1340).
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEGUNDO - 31
He aquí, ahora, algunos de los grandes textos litúrgicos. Todos ellos contemplan el
misterio de Cristo, resurrección y vida de los hombres.
«Cristo, nacido materialmente de Dios, se encarna en una Virgen para librar a
los hombres de sus yerros. En el fuego del último día Cristo bautizará a los que
le desobedecen y que no creen en Él; pero sólo en el Espíritu, por medio del
agua, da la gracia, libre de los pecados a los que reconocen su divinidad»
(Tropario, 6.ª oda de Maitines de la Fiesta de Epifanía).
«Cristo, tú te detuviste ante el sepulcro de Lázaro para asentar nuestra fe en
tus dos naturalezas: el Hijo de Dios y el hombre, nacido de la Virgen Pura.
Como hombre, nos pides: ¿Dónde lo habéis puesto? Como Dios, lo resucitas,
después de llevar cuatro días muerto» (Sábado de Lázaro, 1ª Laudes).
Los grandes textos de Semana Santa, Navidad o Epifanía, manifiestan una asombrosa
riqueza teológica:
«¡Oh, Verbo Creador!, Tú renuevas los habitantes de la tierra, Tu sudario y
Tu tumba revelan el misterio que está en Ti; una persona pía ejecuta el designio
de Aquel que Os envió. Por tu muerte transformaste la muerte, y por tu
sepultura, la corrupción, pues te has vuelto incorruptible dignamente, coma
corresponde a una divinidad, tras haber inmortalizado aquello en lo que te
habías transformado. Tu carne, en efecto, no sufrió la corrupción y tu alma no
fue abandonada en los infiernos, como la de un extraño. ¡Mi Creador!, que
procedes del que no te ha engendrado, que has sufrido una lanzada en el costado,
y has dibujado una nueva imagen de Eva. Te has convertido en Adán, dormido
en e1 sueño que genera Vida y has producido la Vida» (Gran Sábado, Tropario,
5.ª oda).
La contemplación de Cristo aparece, pues, inseparable de la transformación obrada en
nuestra mortalidad: Él es el principio de nuestra inmortalidad y divinización.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEGUNDO - 32
«Venid, los que habéis sido transformados y estáis llenos de pensamientos
celestes, por haberos conformado a Cristo. Elevémonos desde la tierra a la
contemplación de las virtudes, saltemos de alegría, pues el Salvador de nuestras
almas ha transfigurado la naturaleza humana, al transfigurarse Él mismo en el
Tabor. Emocionados por visiones y conciertos indecibles, contemplarnos
místicamente a Cristo, que resplandece divinamente y se hace eco de la voz de
su Padre que le proclama su Hija bien amado. En el Tabor resplandece su
divinidad sobre la debilidad humana y hace brillar la Verdad en nuestras almas»
(Transfiguración de N. S. Pequeñas Vísperas, 4ª tonada).
VII. El Espíritu y la divinización
La divinización del cristiano está, de hecho, ligada a la acción del Espíritu Santo. S.
Atanasio se pregunta: «¿Acaso no tomó la carne del Verbo para que pudiésemos recibir al
Espíritu Santo?»
Él es el don del Padre, soplo de vida y de libertad, perfección de la voluntad, la santidad
hipostasiada, imagen gloriosa del Hijo como la del Hijo es la del Padre. Es el lazo que nos
une con ellos
y nos lo muestra en toda su majestad. «El Espíritu Santo vivifica las almas, las exalta en
su pureza, hace resplandecer misteriosamente en ellas la naturaleza de la Trinidad» (Oficio
del Domingo).
«Fuente de santificación, dice San Basilio, que está presente en cada uno de
nosotros. Aun dividiéndose, no se divide. No deja de ser uno entero, como un
rayo de sol,.. que hace las delicias de todos de forma que parece que cada uno es
el único que se aprovecha de él, mientras que en realidad el rayo ilumina toda la
tierra, el mar y el aire. El misma Espíritu está presente en todas los que le
reciben como si sólo le atendiese a él, y, sin embargo, está presente en todos,
pues todos gozan de Él en la medida de sus posibilidades, pues, por parte del
Espíritu, no hay limitación en la entrega» (Tratada del Espíritu Santo, P. G. 32,
108 B C).
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEGUNDO - 33
Ante la multiplicidad de efectos del Espíritu Santo en las almas, San Gregorio
Nacianceno exclama:
«Estoy sobrecogido de asombro cuando pienso en la riqueza de sus
calificativos: Espíritu de Dios, Espíritu de Cristo, Inteligencia de Cristo, Espíritu
de adopción. Nos restaura en el Bautismo y en la Resurrección. Sopla donde
quiere. Es fuente de luz y de vida, que me hace templo suyo, me deifica, me
hace perfecto, está ya en nosotros antes del Bautismo y se le busca después de
él. Todo lo que hace Dios, lo hace Él. Se multiplica bajo la figura de lenguas de
fuego y multiplica sus dones. Ha creado predicadores, apóstoles, profetas,
pastores, doctores; es otro Consolador, como si fuese otro Dios» (P. G. 36, 159
BC).
El Espíritu se nos comunica a través de los Sacramentos, y especialmente de la
Eucaristía. Transforma al hombre, y le deifica. «Si el sacramento significa unión con
Cristo y, al mismo tiempo, unión de unos con otros, Él nos procura, de todas formas, la
unión inclusa con las que le reciben por nosotros», declara San Juan Damasceno. San
Simeón, el nuevo Teólogo, dice que comulga con fuego.
«Tú me has hecho recordar, Señor, de que este templo corruptible -mi carne
humana- se une a Tu santa Carne, que mi sangre se mezcla con la Tuya, y,
además, soy Tu miembro transparente y traslúcido... Me espanto de mí mismo,
cuando veo en lo que me he transformado. Estoy avergonzado y temerosa de mí,
Te venero y Te temo. No se cómo actuar, con qué fin emplear los nuevos
miembros, perdurables y divinizados.»
El mismo místico, a propósito de la unión con el Espíritu, canta:
«Te agradezco, Ser divino que estás por encima de todos los demás seres, que
te hayas hecho un solo espíritu conmigo-sin confusión y sin alteración - y que
para mí, te hayas hecho todo en todo: alimento
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEGUNDO - 34
inefable, que se da gratuitamente, que alimenta mi alma, que alimenta la fuente de mi
corazón. Eres el resplandeciente vestido que me cubre y me protege y mata mis demonios,
la purificación que lava mis faltas gracias a las santas y perpetuas lágrimas que Tu visita
provoca en los que Tú visitas. Te agradezco que Te hayas revelado a mí, como el día al
crepúsculo, como el sol que no se oculta. No tienes lugar donde esconderte, porque nunca
Te ¡cultas a Ti mismo; jamás has despreciado a nadie y, por el contrario, nosotros, sí que
nos escondemos de Ti, no queriendo ir hacia Ti» (P. G. 120, 507, 509).
VIII. La Madre de Dios
Gracias al Concilio de Efeso, en la defensa del dogma cristológico, María aparece en
primer plano. La liturgia no cesa de cantarla como Madre de Dios, la nueva Eva, Madre de
los vivientes, imagen de la Iglesia glorificada. Constituye Ella, ciertamente, las primicias
de la humanidad glorificada.
«Cantemos, fieles, la Gloria del Universo, la Puerta del Cielo, la Virgen
María, Flor de la Raza humana y engendradora de Dios, a Ella que es el Cielo y
Templo de la Divinidad, a Ella que nos ha librado del pecado, a Ella que ha
afirmado nuestra fe. El Señor que nació de Ella combate por nosotros.
Llenémonos de audacia, pueblo de Dios, porque venció a sus enemigos el que es
Todopoderoso» (Dogmático de la primera tonada. Octoïkos).
*
El pensamiento de los Padres discurre en un clima de acción de gracias: como San
Pablo, en la epístola a los Efesios, tras haber testimoniado su conocimiento del misterio,
no puede por menos que inclinarse ante el Padre y tributarle alabanza, loa Padres también
contemplaron el misterio con asombro: para ellos la teología es pensamiento que reza
eucarísticamente en la Comunión de los Santos.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 35
CAPÍTULO III
EL MISTERIO CELEBRADO
El fiel oriental recibe todos los elementos que determinan su fisonomía espiritual y que
nutren su vida interior, de la Iglesia y en la Iglesia. Su espiritualidad es de tipo litúrgico y
eclesiástica.
Está en contacto constante con las verdades fundamentales de la vida cristiana y, en
particular, con los grandes dogmas trinitarios y cristológicos. Está ambientado en las
Escrituras - que se convierte en algo familiar - que adapta a cada momento a su situación,
no de una forma meramente abstracta, sino de un modo concreto, animada por la liturgia.
El ciclo litúrgico no se limita a recordar a los fieles las diversas circunstancias de la
historia de nuestra Redención, sino que mantiene un contacto vivo con la historia
evangélica. Se refiere constantemente a la vida de Cristo y a sus enseñanzas, en relación
siempre con el misterio del fin de los tiempos.
La atmósfera del oficio litúrgico bizantino, cantado siempre, la incesante meditación de
las grandes verdades dogmáticas y de las más esenciales perspectivas de la vida espiritual,
evocadas en todo tiempo por los himnos, hacen de la vida litúrgica una maravillosa
catequesis cristológica y trinitaria.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 36
La Iglesia constituye entonces una presencia viva, que alimenta a sus hijos con los
elementos constitutivos de la tradición, las textos do la liturgia y los escritos de los Padres.
I. Liturgia y Palabra de Dios
La liturgia oriental tiene como base la Palabra de Dios: recorre toda la Biblia-el
Apocalipsis desgraciadamente no se utiliza-para interpretar las etapas del misterio de la
salvación. Es suficiente tomar algunos temas importantes para ver que los temas bíblicos
están en el Misterio. Dado que pronto insistiremos sobre la Cruz y la Resurrección,
estudiaremos de momento el tema de María.
La imaginería bíblica que vemos en las fiestas de la Virgen revela la adopción de temas
bíblicos, como la escala de Jacob, el arca de la Alianza, el Templa de Sión, la reina del
epitalamio, y de mayor importancia son todavía los temas del Paraíso, el Éxodo (zarza
ardiente, nube protectora durante la marcha por el desierto, Mar Rojo que derrotó al
ejército del Faraón), o de los libros históricos y proféticos (el vellocino de Gedeón, cetro
de Aarón, montaña de la que se arranca una roca sin intervención de nadie, madre virgen
de Emmanuel, milagro de los tres muchachos en el horno). Todos están también enlazados
con la Cruz de Cristo.
«Tú eres la Madre de Dios, paraíso místico donde Cristo germinó sin intervención
ajena; por Ti se pudo plantar en el mundo el árbol vivificante de la Cruz» (Exaltación de la
Santa Cruz, 9.ª oda). «La maldición que pesaba sobre la descendencia de la primera Madre
se borró por el fruto de la Madre de Dios» (ibídem, 2.ª).
El himno Acathista, compuesto sobre el año 620, probableLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 37
mente, formó primero parte del Oficio de la Anunciación, y hoy del oficio mariano del
sábado de la quinta semana de Cuaresma, está especialmente dedicado por el Triodion a la
glorificación de la Madre de Dios, y condensa toda la teología acerca de María, centrada
sobre el misterio:
«Cantemos, fieles, la Gloria del Universo, la Puerta del Cielo, la Virgen
María, Flor de la Raza humana y engendradora de Dios, a Ella que es Cielo y
Templo de la Divinidad, a Ella que nos ha librado del pecado, a Ella que ha
afirmado nuestra fe, El Señor, que nació de Ella, combate por nosotras.
Llenémonos de audacia, pueblo de Dios, porque venció a sus enemigos el que es
Todopoderoso» (Dogmático de la primera tonada. Octoïkos).
«Vemos a la Virgen María, como una antorcha luminosa que se aparece a los
que están en las tinieblas; conduce a todos los hombres al conocimiento divino,
ilumina los espíritus. Se la celebra con este himno:
Salvación, rayo de sol, salvación, esplendor luminoso que no tiene
crepúsculo.
Salvación, luz que ilumina las almas; salvación, a ti que vences, como la
pólvora, a todos tus enemigos.
Salvación, a ti que te yergues cual astro de mil luces; salvación, a ti que has
hecho nacer el arroyo.
Salvación, imagen viviente de las fuentes sagradas; salvación, a ti que quitas
las manchas del pecado.
Salvación, baño que purifica la conciencia; salvación, copa desbordante de
alegría.
Salvación, perfume del buen olor de Cristo; salvación, vida del místico festín.
Salvación, esposa que no conoció varón.
Así, en la Fiesta de la Anunciación, se contempla la reunión de toda la humanidad en
Dios, gracias a la divinización de la naturaleza humana en Dios. «Hoy ha nacido la
salvación, la revelación del misterio eterno... La tierra se une con el cielo; Adán se ha
renovado y Eva se ha librado de su tristeza; estamos todavía
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 38
entre tinieblas, pero somos ya divinizados en la Iglesia, por el que ha tomado la naturaleza
humana.»
Este mismo sistema, la expresión de la salvación cristiana por reminiscencias bíblicas e
imágenes utilizadas por los Padres, ha sida utilizado durante largo tiempo por la Iglesia de
Occidente, especialmente las viejas liturgias galicanas.
La acción litúrgica, la estructura de la Misa y los oficios ponen de relieve, a los ojos de
los fieles, la Palabra de Dios. El libro de los Evangelios, muy cuidado y ricamente
encuadernado, está situado sobre el Altar Mayor, en medio del Santuario. Se le transporta
con una procesión solemne. Después del canto del Evangelio, en los Maitines, es venerado
por los fieles que acuden a besarlo devotamente. Como ha señalado R. P. Dumont, estas
costumbres que se refieren al Evangelio y que se viven desde la infancia, dejan una huella
para toda la vida.
II. Trascendencia divina y ternura
Vamos ahora a evocar la atmósfera en que se desarrolla la liturgia oriental. Esto nos
introducirá en el corazón del misterio de la manifestación de la Gloria divina, a través de
la Encarnación y de la Cruz en el espíritu de Pentecostés. Hay, realmente, pocos textos que
traduzcan tal conciencia ante la trascendencia divina y ante la bondad manifestada para
con el hombre. Se exalta continuamente al Señor todopoderoso en su trascendencia
absoluta, que se humilló en defensa de la pobre criatura. Se exalta a Cristo, Verbo de Dios,
que tomó forma humana para divinizar al hombre; es la transfiguración del hombre gracias
a la pobreza de Cristo, que quiso hacer partícipe a la humanidad de su gloria.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 39
No hay más que leer la gran anáfora de San Basilio para comprender el equilibrio
constante de la teología oriental.
«Es cosa digna y justa adorar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, Trinidad
consubstancial e indivisible. Tú que eres Maestro y Señor, Dios todopoderoso y
adorable, es verdaderamente digno y justo y conveniente a tu grandeza alabarte,
cantarte, bendecirte, adorarte, darte gracias, glorificarte, a Ti, el único verdadero
Dios, y ofrecerte con corazón contrito y espíritu de humildad un culto espiritual,
porque Tú eres quien nos ha dado la gracia de conocer la Verdad. ¿Quién es
capaz de hablar de tu poder, de hacer todos los elogios que te convienen, de
contar todas tus maravillas, Maestro de todas las cosas, Señor del Cielo y de la
Tierra y de toda criatura visible e invisible, que estás sentado en tu trono de la
gloria, que sondeas los abismos, que eres eterno, invisible, incomprensible,
indescriptible, inmutable, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Gran Dios y
Salvador, motivo de nuestra esperanza? Él es imagen de tu belleza, es el sello
que te reproduce perfectamente, y que te muestra a Ti, su Padre; Él es el Verbo
viviente, verdadero, la inteligencia que existía antes de los siglos, la vida, la
santificación, el poder, la luz verdadera. De Él, salió el Espíritu Santo, Espíritu
de verdad, carisma de adopción, prenda de la herencia final, primicias del bien
eterno, poder vivificante, fuente de santificación; toda criatura fortificada por Él
os rendirá devoción eterna, pues todos son tus esclavos. A Ti te adoran los
ángeles, los arcángeles, los Tronos, las Dominaciones, las Potestades, las
Virtudes, los Poderes y los querubines; los serafines te rodean, cada uno con sus
seis alas, se cubre el rostro, los pies vuelan; infatigablemente recitan tu
doxología: Santo, Santo, Santo, El Señor Sabaoth. El cielo y la tierra están
llenos de tu gloria. Hosanna en las alturas. Bendito el que viene en el nombre del
Señor. ¡Hosanna en las alturas!
Junto a los ángeles, Amigo de los hombres, nosotros, pecadores, también
gritamos: Tú eres verdaderamente santo, no hay medida para tu santidad; eres
venerable en todas tus obras y, por un juicio recto, lo has hecho todo por
nosotros. Tras haber creado al hombre con el fango de la tierra y de haberlo
hecho a tu imagen y semejanza, lo introdujiste en un paraíso de delicias
prometiéndole la inmortalidad de vida y el goce de bienes eternos si cumplía tus
mandatos. Pero, seducido por el engaño de la serpiente y débil frente a sus
pasiones, te desobedeció a
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 40
Ti, el Dios que le había creado. Con toda justicia le arrojaste del Paraíso a la
tierra donde ha estado siempre hasta que dispusiste su salvación por medio de
Cristo. Porque Tú no te olvidaste nunca de la criatura que habías creado por
amar con tus propias manos, sino que velaste sobre ella con entrañas de
misericordia. Le enviaste los profetas, hiciste maravillas por medio de los
santos, hablaste por boca de tus servidores, los profetas, para anunciarles la
salvación que pronta llegaría, nos diste la Ley para guiarnos, nos enviaste
ángeles para que nos ayudasen. Cuando llegó la plenitud de los tiempos,
hablaste por media de tu Hijo. Aun siendo tu misma substancia, no creyó que
hacerse igual a ti sería un robo. Pese a ser Dios eterno, apareció sobre la tierra y
aquí vivió entre los hombres; tomó carne de la Virgen María y se anonadó
tomando forma de esclavo, nuestra forma, para así elevarnos a la gloria. En
efecto, cuando, por culpa del hombre, el pecado entró en el mundo y con él la
muerte, Tu único Hijo, El que está en tu seno, nació de una mujer, la Virgen
María; condenó al pecado en su propia carne, para que los que murieron en
Adán encontrasen de nuevo la vida en Él, Cristo. Viviendo ya en este mundo,
habiéndonos dado las normas de nuestra salvación, habiéndonos liberado de los
ídolos, nos condujo a tu conocimiento, verdadero Dios y Padre, y nos convirtió a
nuestro pueblo en sacerdocio real, raza santa. Tras haberse purificado en el agua
y por el Espíritu se entregó a la muerte por la que estábamos nosotros retenidos.
Descendió a los infiernos, para dejar completada su labor y destruyó los males
ocasionados por el pecado. Habiendo resucitado al tercer día abrió a todos el
camino de la resurrección eterna (pues no era posible que el principio de la vida
fuese vencido por la corrupción). Fue la primicia de los que estaban dormidos
por el pecado, para que, viéndole, saliesen de su podredumbre. Subió a los cielos
y tomó asiento en la diestra de su Padre. Volverá para juzgar a cada uno según
sus obras. Nos dejó la historia de su Pasión como ejemplo. Cuando
voluntariamente se dispuso a ir hacia la eterna, memorable y vivificadora muerte
con la que daba vida al mundo, habiendo tomado en sus santas e inmaculadas
manos un trozo de pan, habiéndoselo presentado y dado gracias, lo bendijo, lo
partió y lo dio a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed que éste es mi
Cuerpo, que se ofrece en remisión de vuestros pecados”. Igualmente, habiendo
tomado el Cáliz, dio gracias, lo bendijo y lo dio a sus discípulos, diciendo:
“Tomad y bebed. Éste es el Cáliz de mi sangre del Testamento, que será
derramada por muchos en remisión de sus
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 41
pecados. Haced esto en memoria mía, porque cada vez que comiereis este Pan o
bebiereis este Vino, os anunciaré mi muerte y os confesaré mi resurrección.
Acordándonos, pues, Maestro, de sus terribles sufrimientos, de su Cruz
salvadora, de su permanencia en el sepulcro durante tres días, de su resurrección
de entre los muertos, de su ascensión a los cielos, de su asiento a tu diestra, Dios
Padre, te ofrecernos lo que es tuyo, todo lo que es tuyo.
Te cantamos, te bendecimos, te damos gracias, Señor, y te rogamos, Dios
nuestro.
He aquí por qué nosotros, pecadores e indignos servidores, que hemos sido
juzgados dignos del Santo Altar, no por la que de bueno hayamos hecho sobre la
tierra, sino por la piedad y compasión que nos has dedicado, nos presentamos
con confianza ante tu sagrado Altar y, al ofrecerte el Santo Cuerpo y la Santa
Sangre de tu Hija, te pedimos y suplicamos, Santo de Santos, que derrames tu
Espíritu sobre nosotros y sobre los bienes aquí presentes, para que Él los
bendiga, santifique, y te los presente.
¡Oh, Dios! Sé propicio a mí, pecador, y ten piedad de mí. Bendice este
Sagrado Pan, que es el Precioso Cuerpo de tu amado Hijo y Salvador. Bendice el
Santo Cáliz que es la Sangre de tu Hijo, Dios y Salvador Jesucristo. (Amén.)
Bendice los dos: transfórmalas por obra del Espíritu: Amén, amén, amén.
Maestro Santo, acuérdate de mí, pecador, y que todos los que participemos en
este Pan y en este Cáliz nos unamos en la comunión de un solo Espíritu y que Él
haga que nadie de nosotros se quede sin participar, para su juicio o condenación,
de estos alimentos. Que nosotros encontremos piedad junto a los Santos que,
desde el comienzo de los siglos os han obedecido, los Padres, los Patriarcas, los
Profetas, los Apóstoles, los Predicadores, los Evangelistas, los Mártires, los
Confesores, los Doctores y todo espíritu justo que haya sida guiado por la fe.
Sobre todo, con nuestra muy santa, inmaculada, bendita por encima de todas
las mujeres, Madre de Dios y siempre Virgen María. Llena de gracia, ante la
cual se alegra toda la creación: la milicia angélica y la raza humana. Templo
santificado, Paraíso espiritual, gloria virginal, de Ti quiso Dios tomar su Cuerpo
y hacerse niño. Convirtió tu seno en su trono, y Tu cuerpo lo ha elevado a los
cielos. Ante la llena de gracia, toda la creación se alegra: ¡Gloria a Ti! »
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 42
¡Cuán maravillados quedamos ante el Padre, origen de toda la iniciativa que nos lleva a
la salvación, ante la admirable economía de la Encarnación, preparada por el don de la Ley
y por el envío de los profetas! ¡Qué acción de gracias por la condescendencia del Hijo,
igual al Padre, al asumir la figura humana! ¡Qué canto de amor a Dios que se humilla hasta
el nivel de la criatura, para liberarla de los poderes adversos y darle la inmortalidad!
La Encarnación redentora revela aquí toda su verdadera dimensión: revela la
trascendencia de Dios, que quiso hacernos partícipes de su Gloria. El «Sanctus» de los
Ángeles, maravillados ante el misterio de la Encarnación que les ha sido revelado,
simboliza la inmensa profundidad del misterio cristiano.
La liturgia bizantina, influida por los Padres Capadocios, ha traducido la admirable
condescendencia del Dios incognoscible por el término «filantropía». Cristo es el amigo
de los hombres, Señor todopoderoso, y su Cruz es e1 verdadero instrumento de su triunfo
sobre la muerte, a través del descenso a los infiernos. El Espíritu Santo aparece con su
papel de divinizador de la humanidad, fuente de santificación, carisma de la adopción
divina, poder que vivifica. Pronto volveremos sobre el mismo tema.
¡ Qué admirable equilibrio entre el temor reverencial, el asombro ante la majestad
divina, y, al mismo tiempo, humilde amor, piedad y amor filial encontramos en este canto!
¡Qué tensión entre el sentido de la divinidad de Cristo y de su trascendencia y su ternura
manifestada en su misericordia inefable!
III. Cruz y Resurrección
La Iglesia Oriental no olvida jamás la Cruz. No podría ser de otra forma ya que se trata
del corazón del misterio. La contemplación de la Cruz supone la de la resurrección de
Cristo y la
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 43
nuestra propia, que se realiza a través de la suya. Cristo encontrará su plenitud en la
transparencia del hombre glorificado con la luz vivificadora de la presencia divina. Los
textos de la Gran Semana, de los Maitines de Pascua o de la exaltación de la Santa Cruz
señalan el espíritu contemplativo de la Iglesia para con la victoria del Señor. En la noche
de Pascua se dice: «Cristo ha resucitado de entre los muertos; muriendo ha vencido a la
muerte, y ha dado la Vida a los que estaban ya sepultados». Se unen, una vez más, la Cruz
y la Resurrección.
Incluso en el Antiguo Testamento la Cruz evoca la clave del misterio: Jacob bendice a
sus nietos imponiéndoles las manos abiertas; Moisés reza por su pueblo con los brazos en
cruz, «En Moisés, ¡oh Cristo!, figuró ya, mucho antes que en Ti, la virtud de tu preciosa
Cruz, cuando derrotó a Amalec en el desierto del Sinaí: porque cuando mantenía los
brazos en cruz su pueblo recuperaba las fuerzas necesarias para vencer al enemigo. En Ti
se realiza la misma figura. La Cruz ha sido exaltada y el demonio ha huido» (Exaltación
de la Sta. Cruz); de David, en la misma fiesta dice la liturgia: «Lo que David adoraba
como si estuviese de escabel a tus pies, nosotros no nos atrevemos a pronunciarlo con
nuestros labios indignos y pecadores. Te cantamos a Ti, que quisiste ser crucificado con
dos ladrones»; de Josué: «¡Oh, Salvador mío! , en los tiempos antiguos Jesús, hijo de
Naví, hacía la figura de la cruz cuando extendía los brazos. E1 sol se detuvo hasta que
hubo vencido a los enemigos que te resistían. Pero este astro se obscureció hoy al ver la
destrucción de la muerte y el infierno por obra de la Cruz» (Maitines de la Exaltación de la
Santa Cruz). A1 referirse a Jonás dice: «Dentro del monstruo marino, Jonás extendía las
manos prefigurando Tu Cruz y Tu Pasión redentora. A1 tercer día representó Tu
Resurrección, con la que iluminabas al mundo» (Catavasia, 6.ª oda de la Natividad de la
Madre de Dios).
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 445
Cristo es el nuevo Adán que restaura, en un nuevo árbol, la Cruz, la humanidad
deshecha. La hace penetrar de nuevo en el Paraíso:
«Venid, creyentes, a adorar el árbol de vida sobre el cual, Cristo, el el Rey de
Gloria, extendió sus brazos, haciéndonos con ellos dignos de la felicidad, pues el
enemigo nos había despojado anteriormente del placer y nos había alejado de
Dios.»
Todo converge hacia la Cruz, instrumento de recapitulación de todas las cosas en Cristo.
El árbol del Paraíso estaba plantado en medio del jardín y, de igual modo, la Cruz está en
el centro del Universo. Lo reclama todo, que todo acuda a ella desde los cuatro ángulos del
universo. Es el «signo de la extensión universal». La homilía de la Vigilia Pascual, cuyo
autor puede ser Hipólito de Roma, se refiere a esta idea:
«Cuando el combate cósmico llegó a su fin y Él lo hubo vencido todo,
victorioso en todos los frentes, no exaltándose como Dios ni quedando vencido
como hombre, entonces se irguió en la frontera del universo, como trofeo de la
victoria sobre el enemigo. El universo estaba estupefacto ante su firmeza frente
al dolor: los Cielos temblaron, los Poderes, Tronos y Dominaciones temblaron
cuando vieron a su Señor tendido sobre la Cruz, a Él, que era la estrella de la
mañana (Ps. CIX, 3); el ardor del sol disminuyó viendo a la Luz del mundo
(Juan, 13, 12) obscurecida. Las rocas se abrieron y gritó el pueblo de Israel:
“Pues no habéis conocido la roca a la que habían seguido y de la que se alimentaban” (I Cor., 10, 4). El velo del Templo se rasgó, sufriendo con Él y
designando quién era el verdadero Dueño del Universo. El mundo entero debió
quedar aterrorizado y consternado ante la frase de Jesús: “Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu” (Luc, 23, 46). El universo estaba confuso y lleno de
terror; todo había cambiado. Pero, cuando el Espíritu subió a los cielos, el
universo, como si recobrase la vida y la consistencia, volvió a la tranquilidad»
(Homilía Pascual I, 55, Ed. Nautin). La misma idea, con tanta fuerza de
expresión, se encuentra también en Ireneo (Demostración de la Predicación
Apostólica, 34).
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 45
La liturgia bizantina exclama:
«¡Oh, prodigio extraordinario! En este día el árbol vivo y santo de la Cruz se
manifestó a todos. Toda la tierra le glorifica, todos los demonios son presa del
terror. La Cruz, el don hecho a los mortales, llena, con sus dos troncos, toda la
longitud y toda la anchura del universo. Las naciones bárbaras han sido
vencidas. Se han afirmado los cetros de los emperadores. Se ha abierto la
escalera divina por la que podemos subir a los cielos, exaltando con cantos al
Señor.»
La liturgia del Sábado Santo nos hace sumergir en la atmósfera gloriosa y dolorosa, a la
vez que es característica de la Iglesia Oriental. Se canta ante la muerte del que es principio
de la Vida: «¡Oh, Vida!, ¿cómo mueres y cómo puedes llegar a la sepultura? Destruyes el
reino de la muerte y resucitas a los muertos del Infierno».
Como dicen Jungmann y Karl Adam, los Orientales no han olvidado la misión
mediadora de la humanidad de Cristo. Al contrario, el dolor humano tiene allí un tinte de
ternura y pureza pocas veces conseguido, pero se mantiene la Iglesia consciente de la
agonía dolorosa de Dios, Salvador del mundo.
«Dos cosas detestables ha cometido mi primogénito Israel: me ha abandonado
a mí, fuente del agua viva, y ha cavado cisternas peligrosas. A mí me ha
crucificado y, en cambio, ha libertado a Barrabás. El cielo ha sido testigo y ha
hecho que los rayos del sol se ocultasen. Pero tú, Israel, te has equivocado al
entregarme a la muerte. Perdónales, Padre Santo, porque no saben lo que hacen.
»Cada una de las partes de tu cuerpo han sufrido algún ultraje por nuestra
causa: tu cabeza, las espinas; tu rostro, los salivazos; tu boca, el vinagre; tus
oídos, las blasfemias; tus espaldas, la púrpura burlesca; tu dorso, la flagelación;
tu mano, el clavo; todo tu cuerpo ha sufrido los tirones de la cruz; tus miembros,
los clavos; y tu costado, la lanza. Todo lo que ha sufrido por liberarnos y lo que
te has humillado par nosotros es mucho. Ten piedad de nosotros.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 46
»Cuando fuiste clavado en la Cruz, toda la creación tembló; los fundamentos
de la tierra fueron todos ante tu temor; cuando te izaron, fue el pueblo hebreo
quien temió; el velo del Templo se partió en dos, las tumbas se abrieron y
resucitaron los cadáveres. El centurión, viendo todas estas maravillas, se azoró,
mientras que tu Madre derramaba lágrimas maternales: ¿Cómo no llorar y
golpearse el pecho, viéndote suspendido así? A Ti, Señor, que fuiste crucificado
y después resucitado, a Ti, Gloria!
»Tú, que eres la vida, fuiste arrojado a la sepultura y las legiones de ángeles
estaban llenas de estupor, mientras glorificaban tu misericordia. »Oh, Vida,
¿cómo es posible que mueras? ¿Cómo puedes llegar a la sepultura? Destruyes el
reino de la muerte y resucitas a los muertos que están en los infiernos.
»Te glorificamos, Rey Jesús, y veneramos tu sepultura y tus sufrimientos; por
medio de ellos nos salvaste de la corrupción.
»Tú, que fijaste las medidas de la tierra, descansas ahora en un pequeño
sepulcro y Tú haces que los muertos se levanten.
»Jesús, Cristo, Rey de todo, ¿qué buscabas al descender a los infiernos?
¿Querías salvar a la raza de los mortales?
»El Maestro de todo yace bajo nuestra mirada: ha muerto. Le han puesto en
un sepulcro nuevo, a Él, que ha vaciado los sepulcros.
»Tú, Cristo, que eres la Vida, has sido puesto en un sepulcro; con tu muerte
has destruido la muerte y has hecho brotar la vida del mundo. »Has sido incluido
en el número de los criminales, como si lo fueses, Tú, que nos quieres salvar de
nuestro antiguo seductor.
»El más bello de los mortales aparece desfigurado: Él, que ha dado la belleza
a todo el universo.
»¿Cómo soportará el infierno tu venida? ¿No quedará cegado, deslumbrado
ante tu Luz fulgurante?
»Jesús, dulce y saludable luz, ¿cómo te has ocultado en un sepulcro? ¡Oh,
resignación indecible e inefable!
»La naturaleza espiritual e incorpórea está sin voz, ante el misterio de tu
sepultura inenarrable e inefable.»
El Cristo de Pascua es el Cristo que triunfa sobre los poderes adversos que habían
cautivado al hombre. Es el guerrero victorioso que se lleva tras de sí a la humanidad como
botín de guerra, el
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 47
liberador de Adán y de los justos que descendieron a los infiernos. Cristo victorioso que
ilumina y vivifica, «Hachón luminoso, la carne de Cristo está ahora enterrada bajo tierra y
disipa las tinieblas del infierno» (Salmo 118). Su humanidad santa aporta al mundo el don
de la inmortalidad y la iluminación: nos lleva a la Gloria de la Resurrección. «Nos has
rescatado de la maldición de la Ley al precio de tu Sangre. Clavado á 1a Cruz y transportado por los Ángeles, has hecho brotar para los hombres la inmortalidad. Gloria a Ti,
Señor». La liturgia pascual está llena de un acento de alegría. Es el alba luminosa y
brillante de la humanidad.
«Glorifica, alma mía,
Al que ha salido de su tumba al tercer día,
Cristo vivificador.
Resplandece, resplandece, nueva Jerusalén,
Pues sobre ti se yergue la gloria de tu Salvador.
Alégrate y exulta de gozo, ¡Sión!
Y Tú, Madre de Dios pura, alégrate
porque Tu Hijo ha resucitado. Glorifica, alma mía,
al que ha aceptado permanecer bajo tierra
y, al tercer día, ha salido del sepulcro.
¡Oh, Cristo! Nueva Pascua, Victoria total.
Cordero de Dios que sufres por los pecados del mundo,
¡Cuán divina, amable y dulce es Tu voz!
Hasta el fin de los siglos, Cristo,
nos has prometido Tu ayuda:
con esta esperanza
nos alegramos nosotros, tus fieles.
Un ángel canta a la Virgen bendita:
“Alégrate, Virgen Pura,
te lo repito: alégrate.
Tu Hijo ha resucitado.
Después de pasar tres días en el sepulcro
ha resucitado de entre los muertos.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 48
Fieles, alegraos también vosotros...”
Tu muerte ha despertado a los muertos desde siglos.
¡Oh, Rey que ruges como León de Judá.
Oh, Pascua, grande y santa, Oh, Cristo.
Oh, inteligencia, Oh, Verba de Dios, Oh, fuerza,
concédenos estar unidos a Ti
con mayor verdad
en Tu reino sin fin.
María Magdalena corre al sepulcro:
ve al Señor y le pregunta; le toma por un jardinero.
El ángel dice a las mujeres, envolviéndolas en su luz:
“No lloréis más, porque ha resucitado.”
Hoy todo es alegría y gozo para las criaturas...
porque Cristo ha resucitado y el infierno ha sido vencido.
Hoy el Maestro ha encadenado el infierno,
liberando a los que allí estaban prisioneros.
“Glorifica a Cristo, Fuente de Vida, alma mía,
ha salido de su tumba al tercer día.»
Haría falta evocar la atmósfera, religiosa y folklórica, a la vez, de las fiestas de Pascua
en Oriente, sea en Rusia o en Grecia. La Resurrección es un acontecimiento de alcance
cósmico y la humanidad, aunque de manera escondida, queda transfigurada por la gloria
celeste (1),
IV. Veneración de los iconos
Nuestros hermanos orientales dan valor a las cosas sensibles, no tanto por lo que son en
realidad, sino por la que representan en relación a una realidad trascendente.
Esta visión del mundo explica que todas las cosas santas aparezcan como verdaderas
teofanías, manifestaciones dinámicas
(1) Los textos litúrgicos citados han sido sacados de la traducción de F. Mercenier: La
prière des Églises de rite byzantin (Ed. Chevetogne).
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 49
de la energía divina que se extiende por todo el mundo transformando a las criaturas.
San Gregorio de Nisa es el primero que ha delimitado esta doctrina misteriosa. En su
Vida de Moisés establece un paralelismo ante los dos tabernáculos: el modelo celeste
mostrado por Dios a Moisés en. el Sinaí y el otro, prefiguración de la realidad divina
reflejada a través de la acción sagrada. Según esta fórmula, la Iglesia no es más que el
Cielo en la Tierra.
Dionisio, con un fuerte sentido de la trascendencia divina, puso a punto el simbolismo
sensible de los ritos, de los gestos y palabras del oficiante como una concelebración con
los ángeles que se dirige hacia lo alto.
Máximo Confesor ve en la Iglesia una reproducción del cosmos y del hombre. El
templo es, según él, imagen del mundo sensible, el santuario inteligible, la esfera del
firmamento, figura perfecta, es el signo sensible de la unidad espiritual y el lazo de unión
con los dos mundos. Las tres partes corresponden al compuesto orgánico: cuerpo, alma,
espíritu.
El autor de la Rerum ecclesiasticarum (siglo VII) conserva una idea maestra de toda la
tipología griega oriental: «El cielo, donde reside la Santísima Trinidad, descendió sobre la
tierra. Es el santuario cristiano, la Iglesia, esposa de Cristo, con el vestida nupcial y con el
sello imborrable del Espíritu».
Simeón de Tesalónica exclama lo mismo: «Es una imagen de la Iglesia divina y
representa lo que existe sobre la tierra, lo que existe en el cielo y lo que está más allá del
cielo. El nártex corresponde a la tierra, la nave al cielo, el santuario a lo que está todavía
más arriba». El culto es la anticipación de la liturgia celeste y los iconos -imágenes
pintadas de Dios y los santos-son prueba de la presencia espiritual del mundo celeste.
Es preciso no olvidar que el culto a los iconos tiene su origen en las luchas contra el
arrianismo y el monofisismo y al temor
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 50
de ver reaparecer estas herejías que atentan contra la integridad del misterio de la
Encarnación. Las luchas doctrinales fueron las que condujeron a la profundización y
concreción de la doctrina. Occidente, que no ha sufrido estos ataques, no ha prestado
excesiva atención a este tema sobre el cual no se ha desarrollado, por consiguiente, un
estudio dogmático, sino un simple estudio disciplinario, una aprobación del culto de las
imágenes, sin sacar de aquí grandes implicaciones dogmáticas. En Oriente, por el
contrario, la decisión del Concilio pareció contribuir a la mejor comprensión del misterio
de la Encarnación o, más exactamente, del misterio de la comunicación que Dios hace de
sí mismo al mundo y, en particular, al hombre. Esta comunicación se realiza de manera
primordial en Cristo, gracias a la unión hipostática, pero se prolonga a los hombres por
medio de la Gracia y los demás actos productores de Gracia, especialmente los Sacramentos. Por esto, el arte sagrado, en Oriente, es patrimonio de la Iglesia. «El arte de la Iglesia,
dice M. Uspensky, es un arte litúrgico; sirve no sólo de ambientación al servicio divino,
sino que ha de encajar perfectamente en él. La liturgia y el arte sagrado se funden en uno
tanto por su contenido corno por lo que van a representar en la celebración sagrada. La
imagen deriva del texto litúrgico y saca de él los temas iconográficos y el modo de
desarrollarlos.»
El icono es - en la misma línea - el testimonio del conocimiento concreto y vívido de la
santificación del cuerpo humano y de su transfiguración. Lo que representa el icono es el
cuerpo transformado, transfigurado por la gracia de un santo. Constituye así un testimonio
de vida cristiana orientada hacia la paz interior absoluta, hacia la liberación de todas las
pasiones.
Entre los iconos, es preciso distinguir los que representan a la Madre de Dios. María es
venerada en Grecia y en Rusia, bajo un buen número de vocablos: unos, nombres de
ciudades o
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 51
pueblos, o más generalmente de pueblos; otros expresan un detalle característico del icono.
Se habla de Nuestra Señora de Kazán, de Vladimiro, Nuestra Señora de la Pasión,
Nuestra Señora Fuente de Vida, Nuestra Señora de la Ternura, etc...
Hay un rasgo, empero, común a todas las Vírgenes orientales. La Virgen siempre es
representada como Madre de Dios llevando al Niño Jesús en los brazos. El nombre,
admitido solemnemente por el Concilio de Efeso, que sirve para proclamar las dos
naturalezas - divina y humana - de Cristo, junto a la unidad de persona, es el de
«Teotocos» o el de «Bogoroditsa».
Todos los privilegios de María provienen de su maternidad respecto al Salvador que,
siendo hombre por su Madre, era, sin embarga, Dios, si bien la maternidad de María tenía
por objeto y por término Dios en la persona del Verbo.
La devoción a la Virgen se dirige menos en cuanto imitación de sus virtudes - se habla
muy poco de su virginidad - que en cuanto es Madre de Dios glorificada, es decir, asociada
a la gloria de su Hijo, transfigurada con Él.
V. Plenitud litúrgica
La liturgia es, pues, la traducción terrestre de la liturgia celebrada en el cielo por el
Supremo Pontífice, según orden de Melquisedec, en presencia de los Ángeles. Es la
liturgia divina. Para los ojos que tengan fe, constituye la contemplación de la realidad
invisible, el testimonio de la esperanza escatológica. Es la realidad espiritual del culto en
espíritu y en verdad, cuyo valor radica en su dependencia del sacrificio único, el de
Jesucristo.
Este rápido esquema permite concebir cuál es la magnífica civilización litúrgica y
escatológica que los Padres crearon en el
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 52
seno del mundo pagano. Quizá valga la pena subrayar sus componentes esenciales, la
influencia siria y griega. A los sirios se debe el monaquismo como institución profética de
la plenitud de los tiempos, y la liturgia como asentamiento en el misterio por la
contemplación litúrgica. A ellos se debe el prodigioso desarrollo de los himnos y del
simbolismo que han invadido tan profundamente la liturgia oriental hasta en los detalles
más nimios. Se funda también todo ello en que lo creado es un refleja de las cosas de lo
alto y de los misterios celestes. El culto divino cobra así una significación mística, que
intenta hacer descifrable los signos y las figuras como realidades trascendentes; la liturgia
se convierte en mystagogia, introducción en el misterio. La vida cultural de la Iglesia - con
la Eucaristía por centro - tiende a transformar en liturgia celeste, lirismo noético de las
grandes composiciones sirias, todas sus actividades.
Los griegos han abierto el camino hacia la teología de la contemplación: se ha dedicado
especialmente a la luz, al conocimiento, a la visión, a la gracia y al pneumatismo. Estos
elementos acercan a 1a Iglesia oriental a la liturgia neorromana: formalismo ceremonial,
sentido profundo de la jerarquía.
El último componente de esta liturgia ha sido, en fin, la influencia eslava, que ha tenido
la ambición de gobernar, después de Bizancio, la tradición espiritual oriental.
E1 triunfo del icono sella, en cierto sentido, el desarrollo de estos temas y los convierte
en el triunfo de la Encarnación. Todo docetismo ha sido vencido totalmente y el ciclo
trinitario y cristológico de los concilios se cierra sobre sí mismo. La Ortodoxia quiere
permanecer fiel a la plenitud patrística, con todos sus detalles. La vida de la Iglesia
Oriental está centrada en los, grandes temas teológicos de la época de los Padres. Toda su
liturgia, en efecto, no ha hecho más que incorporar el gran ciclo teológico elaborado por
los Padres y los Concilios hasta el siglo IX. Canta
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. TRES - 53
ella la acción de gracias de la Iglesia triunfante de las herejías, la gran doxología de la
teología trinitaria y cristológica de San Atanasio, los Capadocios, San Juan Crisóstomo,
San Cirilo de Alejandría, San Máximo. En ella se transparenta la espiritualidad de las
grandes corrientes monásticas, que nació con los Padres del Desierta: Evagro, Casiano, los
Monjes del Sinaí, y se desarrolló llegando a los de Studion, y, más tarde, a los del monte
Athos. Analizaremos este punto en el capítulo siguiente. En la liturgia oriental, en fin, el
mundo entero, transfigurado por la presencia de la gloria divina, descorre el velo que nos
ocultaba su dimensión propiamente escatológica.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 55
CAPITULO IV
LA VIDA DEL MISTERIO
La predicación y la celebración del misterio hacen brillar en el mundo la gloria del
Resucitado, con la consiguiente entrada de la humanidad en la comprensión del Reino
celeste. «Hemos visto la verdadera luz, hemos recibido el espíritu celeste, hemos
encontrado la verdadera fe en la adoración de la Trinidad invisible, pues es ella quien nos
ha salvado», canta la liturgia, según San Juan Crisóstomo. Por la gracia del bautismo, por
la transformación de la Eucaristía, todos los cristianos participan en el don del Espíritu.
Nos hemos convertido en coherederas de Cristo, transformados por la acción vivificadora
del Espíritu Santo, y en templas del Espíritu.
«Dios, inalcanzable e incomprensible, se ha rebajado en su bondad; se ha
revestido de un cuerpo y ha limitado su propia gloria; en su clemencia y en su
amor por los hombres, se transforma y se encarna, y se mezcla con los hombres
santos y fieles, formando un solo Espíritu con ellos, según la expresión de San
Pablo (I Cor. 6, 17) -alma en el alma e hipóstasis en la hipóstasis, por así decirlo
-para que los seres vivientes pudiesen volver a sentir la que era la vida inmortal
y participar en la gloria incorruptible» (Macario, P. G. 34, 480 B. C.).
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 56
Simeón, el nuevo Teólogo, declara:
«El fin de todo lo que Cristo haga en pro de nuestra salvación es que los
hombres reciban al Espíritu Santo, que Él se convierta en el amor de su alma y
que, por su energía, sean santificados y regenerados en la inteligencia, en la
conciencia y en todos los sentimientos.»
Sin embargo, algunos cristianos, los monjes, tienen un papel especialmente revelante en
la vida del misterio. Son las primicias de la vida celeste, los profetas de la Nueva Alianza según la expresión frecuente - y los herederos del Reino que llega a nosotros. Manifiestan
más que otros cuál es la realidad de la Iglesia.
Ante todo, estudiaremos el testimonio de la vida cristiana en la Iglesia entera y, después,
concretamente en la vida monástica.
I. La Iglesia, comunión de caridad
Los Padres, muy atentos a la presencia activa y permanente de Cristo, Jefe de su
Cuerpo, la Iglesia, en la unión de todos sus miembros y en la participación en su Pasión
gloriosa, han visto en la liturgia eucarística la presencia activa del misterio de Cristo.
Cristo, centro del Misterio, presente y oculto a la vez en la Biblia y en la liturgia
cristiana, es el objeto de la experiencia de la Iglesia. La vida cristiana aparece,
esencialmente, como la experiencia de un mundo que ha de venir, el mundo celeste, cuya
venida revela la Biblia y en la cual se interna la liturgia. En la unidad de contemplación del
anuncio evangélico y de la celebración litúrgica, la Iglesia quiere que esté presente la
acción de la caridad. Ella es la «comunión de caridad en el Espíritu» dirigida
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 57
hacia el Cristo celestial que polariza todas las actividades de la fe. En todo su ser, la
epifanía implica caridad cristiana.
Cada Iglesia local, representante de Cristo, reunida en torno a su Obispo, significa una
comunión en el misterio trinitario: en la fe, en el sacrificio eucarístico, en los servicios de
caridad. El Obispo, en cierto modo, se identifica con su pueblo, según la expresión de San
Ignacio de Antioquía: «Hacedlo todo con concordia, bajo la obediencia del Obispo»
(Magn. 6, 1). «En la Iglesia nada puede hacerse sin el Obispo» (Smyrn, 8, 1). Bajo su
dirección, cada uno ejerce el carisma, del que le ha hecho don Dios, en bien de la
comunidad. Cada comunidad local se comunica con todas las demás Iglesias extendidas
por la faz de la tierra.
Los cristianos de las diversas Iglesias forman, por tanto, un solo pueblo: la Iglesia;
porque comulgan con el mismo Espíritu y los mismos Sacramentos. Esta comunión se
manifiesta en las relaciones que, entre sí, sostienen las diversas Iglesias: intercambio de
cartas con ocasión de consagraciones episcopales, u otros acontecimientos importantes,
como persecuciones; ayuda mutua, como colectas; viajes, especialmente a Roma; etc. Pues
esta comunión existente entre diversas Iglesias tiene sólo un centro: la Iglesia de Roma,
que da el último criterio de la comunión.
La Iglesia se presenta entonces como una comunión animada por el Espíritu, que
santifica la comunidad dirigiendo la función jerárquica y carismática. Ella es asiento del
Espíritu y toda su actividad es, por tanto, espiritual porque está informada por el Espíritu.
Los Obispos son las iconos del Señor que están presentes. La institución de la Iglesia, por
su parte, responde a la realidad del Reino, sostenida sin cesar por el misterio.
Se ve como es el Espíritu quien dirige toda su vida: Él abre las escrituras, realiza el
misterio sacramental, da testimonio de la verdad del Evangelio en el corazón de los
cristianos, enseña toLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 58
das las cosas a 1a Iglesia y la conduce por el sendero de la verdad. É1 otorga a los
corazones el amor de Dios y socorre a la Iglesia en sus necesidades, para que produzca los
frutos que se le piden: alegría, paz, paciencia, bondad, fidelidad, ternura, temperancia.
Pero es siempre Él quien garantiza la plenitud de los tiempos. La Iglesia, como visible que
es, aparece como el testimonio de la manifestación en ella de la gloria de Dios y como la
comunión de los espíritus en la misma caridad de Cristo, destinada a desvanecerse en la
gloria celestial. Desarrollaremos este punto en el capítulo siguiente.
La Iglesia se presenta en medio del mundo -que tiene notables diferencias con ellacomo una comunidad centrada en el misterio. No existe ni actúa en el mundo, más que en
su propio orden de fines: el misterio de la salvación. Es una organización puramente
espiritual, cuya misión se concreta en la manifestación del amor cristiano en 1a libertad
del Espíritu.
Dado que la Iglesia da testimonio, en tanto que comunidad separada del mundo, los
monjes son quienes explicitan de forma más rotunda este carácter particular. En el siglo
III, con el triunfo del Cristianismo en el Imperio, invadieron la comunidad muchos
conformistas y oportunistas que disminuyeron la tensión de tipo escatológico de las
tiempos de la persecución. Sin embargo, las vírgenes y los ascetas de este siglo supieron
mantener la visión de la comunidad más primitiva de Jerusalén y su testimonio. Orígenes,
en su «exhortación al martirio», incluida en el «Tratado de la oración», contribuyó a
fomentar el cristianismo integral, que dio origen al monaquismo. La relación íntima entre
los ascetas de los primeros siglos, la espiritualidad de los mártires y los primeros esfuerzos
monásticos nos darán la clave del sentido del monaquismo. La teología patrística
profundizará todavía más.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 59
II. Nacimiento y evolución del monaquismo
Desde el comienzo; se manifestaron dos tendencias en el siglo IV: una, la del
monaquismo práctico, que representaban los Padres del Desierto de Egipto; y la segunda,
la contemplativa, que gozaba de plena efervescencia entre los Padres Capadocios.
Tenderán las dos a fundirse en una sola más armoniosa.
La primera corriente está representada por el monaquismo egipcio de Pablo, Antonio,
Moisés, Hilarión, Arsenio; etc. Su idea es la participación en la gran lucha invisible de la
Iglesia con las armas de Dios utilizadas en lo más íntimo del corazón. El Padre de estos
monjes era San Antonio (muerto en 356), que se conducía con mucha disciplina, según
dice San Atanasio. Había huido del mundo para combatir contra Satanás mediante la
ascética, la oración y la lectura meditada de la Escritura, junto con el trabajo manual.
Desarrolló, pues, todas las virtudes esenciales del estado monástico: la paciencia y la
guarda interior. Era también testigo de la invasión del mundo por el Espíritu, un
«pneumatóforo».
Esta corriente puso en primer plano la anacoresis, es decir, la vida solitaria. Mientras
tanto, San Pacomio (muerto en 348), estableció por vez primera las reglas de un sistema
cenobítico bien organizado, jerarquizado y centrado sobre la oración litúrgica. En él se
basará más tarde, tras la codificación de San Basilio, todo el monaquismo occidental.
Durante los siglos IV y V, Oriente y Occidente acudieron a Egipto a instruirse sobre el
nuevo modo de vida. Casiano, en sus Conferencias, transmitió toda esta tradición al
mundo latino y Basilio, que será el verdadero fundador del cenobio occidental,
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 60
no iniciará su labor hasta haber visitado Egipto. A estos viajes al desierto debemos la
«Vida de los Padres del Desierto», los «Apotegmas», y la «Historia Lausiaca» que
alimentaron, durante siglos, la vida espiritual de los monjes griegos y latinos.
Al lado de este monaquismo primitivo, se desarrolló una corriente más intelectual cuyos
principales representantes fueron Evagro y sobre todo los Capadocios, Basilio y Gregorio
de Nisa. Por una parte, su ascética continúa basándose en la lucha contra las pasiones y en
la guarda del corazón, pero la vida cenobítica reemplaza al eremitismo. La comunidad de
Basilio concreta la caridad de Cristo, que no puede quedar cerrada en uno mismo, en una
atmósfera de familia que vive según el Evangelio.
Gregorio de Nacianceno y Basilio reunieron por primera vez una antología de textos
ascéticos y místicos de Orígenes y le dieron el nombre de «Filocalia». Es un verdadero
manual para interiorizar el misterio, centrado en Dios, como vida y luz, fuente de paz.
Quedaban ya constituidas las bases del sistema monástico. Gregorio de Nisa, en su «Vida
de Moisés», profundizó en estas perspectivas elaborando, siguiendo a Orígenes, una teoría
que es la aplicación del itinerario del hombre hacia Dios, desde la omisión del pecado,
hasta la ascensión al Sinaí. Comentando el Cántico, Gregorio distingue tres fases en este
camino: ascesis purificadora; desprecio de las cosas de la tierra y costumbre de tratar sólo
con Dios; y la contemplación, en la que el alma descubre la verdadera naturaleza de la
realidad celestial. La mística de Gregorio, en su íntima unión con el monaquismo de su
hermano Basilio, domina toda la tradición oriental.
La influencia de Basilio llegó hasta Siria. Allí se conocía desde hacía tiempo un
monaquismo de tipa eremítico, que reunía las más altas perspectivas contemplativas a la
más dura ascesis. Tenemos para comprobarla los escritos de Macario y de Isaac el Sirio.
San Alejandro y sus monjes, siguiendo a Basilio, practicaLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 61
ron una vida de absoluta abandono en manos de la Providencia. Recorrieron Siria
predicando la palabra de Dios y sus comunidades aseguraban el Oficio Divino continuo, lo
cual podía explicar su nombre de acemetas (que no se acuestan). S. Alejandro fundó en
Constantinopla, en el monte Olimpo en Bitinia y, a través de este monasterio, fundó otro
en Studion, en Constantinopla. San Teodoro el Studita (muerto en 826), tras haber sido
monje en el monte Olimpo, llegó a abad de este último monasterio citado. Instauró un
estilo de vida muy cercano al de la Regla de San Benito. El hygumenos ocupa el lugar del
Salvador, y los monjes le obedecen como si fuese su Pastor.
Palestina vio florecer una buena generación también: el monasterio de San Sabas
constituyó un extraordinario foco de vida espiritual y ejerció una gran influencia en toda la
himnografía litúrgica.
La fundación, en 527, del monasterio del monte Sinaí por el Emperador Justiniano, fue
el origen del desarrollo de la espiritualidad monástica, que marcará el rumbo de la
tradición oriental. Egipto y el Sinaí habían conservado un tipo de oración litúrgica
esencialmente centrada en los Salmos y en la Escritura, quedando muy lejos del desarrollo
que los himnos tuvieron en la Iglesia Bizantina. San Juan Clímaco, en su obra La Escalera
ordenó la doctrina espiritual del Sinaí que, a lo larga del siglo VIII, se extendió por todo
Oriente. No hizo más que desarrollar la espiritualidad de Evagro y Gregorio de Nisa,
ligada a la imagen de Moisés subiendo al Sinaí y a la escena de la Transfiguración: el
nombre de Jesús y su invocación se convierte en centro de toda la oración. Como decía un
Obispo de Foticé, en Epiro, en el siglo V: «El intelecto exige de nosotros, cuando cerramos todos sus caminos para llegar a Dios, una obra que satisfaga su necesidad de
actividad. Es necesario, pues, darle al Señor (I Cor., 12, 13) la única ocupación que
responda a tal finalidad»
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 62
(capítulo sobre la perfección espiritual, ch. 59). Como notaba el R. P. Loofs, el místico,
gracias a la invocación incesante del nombre Jesús evoca, no sólo el recuerdo del Señor,
sino su misma Persona, en la cual se transforma progresivamente. Cristo, por el poder
sobrenatural de la pronunciación de su nombre, se va haciendo presente. Así, San Juan
Clímaco construye una teoría de la ascensión del alma por la oración mental de tipa
espiritual, base en la cual no dejarán nunca de inspirarse los hesicastos.
Simeón, el Nuevo Teólogo, constantinopolitano, impregnado de espiritualidad sinaítica,
es el gran doctor de esta visión monástica gracias a su insistencia sobre la paternidad
espiritual y sobre el elemento carismático.
Tras Gregorio el Sinaítico, que introdujo la espiritualidad de este monasterio en el del
monte Athos, donde Atanasio había fundado el Gran Lauro en 963, Gregorio Palamas
elaboró, siguiendo a Simeón y a los Padres de la Iglesia, una teología de la vida monástica
centrada en la transfiguración por la luz divina. Con el desarrollo de la espiritualidad
hesycasta, el espíritu que hasta entonces había dirigida todo el monaquismo oriental decayó rápidamente. En Rusia penetró el monaquismo cenobítico, gracias a San Teodosio de
Kiev (muerto en 1074), que atribuyó un alto valor de santificación a la vida social y
comunitaria. San Sergio de Radógena conjugó el espíritu de alejamiento del mundo y la
espiritualidad hesycasta, con una organización de tipo cenobítico. Tras él, estas dos
tendencias se separaron de nuevo y Nil Sorskij intentó una forma de ascesis muy próxima
a la que había instaurado 1a oración hesycasta, mientras que José de Voloko-lamsk se
orientó hacia una vida de estricta observancia. Su centro era la santidad conseguida con la
oración de tipo litúrgico.
Este rápido análisis demuestra los lazos profundos existentes entre la Iglesia y la
institución monacal, tanto en Oriente como en Occidente. Incluso seguramente el lazo es
más fuerte en
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 63
Oriente que en Occidente. Lo comprobaremos estudiando la vida monástica, ya que en ella
encontraremos las líneas esenciales del misterio.
III. La vida monástica
Este tipo de vida es idéntico al tipo de vida del cristiano integral. Gracias al bautismo, el
hombre renace y recupera la gracia. El Espíritu Santo empieza a iluminar su camino. El
monje es el que decide llevar esta transformación hasta sus últimas consecuencias. Por
tanto, la vida monástica es una manifestación del Reino celeste en el mundo, al servicio de
la liberación del mundo de manos de Satanás.
«Se le llama monje por esta razón: porque habla con Dios día y noche. Sólo se interesa
por Sus cosas, sin importarle para nada lo de la tierra.» Es el tipo acabado de cristiano que
corresponde a las exigencias fundamentales del cristiano: la búsqueda de Dios, el deseo
del Reino, manifestados en la participación en la Cruz y en la Resurrección de Cristo, y
una disponibilidad total a la acción del Espíritu Santo. «El que sabe rezar es teólogo»
repite continuamente la tradición monástica. La razón está clara «nadie conoce quién es el
Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiera
revelarlo» (Lc. 10, 22).
La vida monástica supone, en este sentido, un retorno al Paraíso, a través de la Cruz y
de la muerte en la lucha incesante contra el demonio. Lo que importa es amar a Dios y
crucificar la carne con sus pasiones y concupiscencias (Ga. 5, 24), para llegar a
comprender el gran misterio de la piedad (I Ti, 3, 16). Se ha de morir a todo lo que no sea
Dios para poder llegar a Dios, con un cuerpo transformado por la acción del Espíritu
Santo. Como dice S. Pablo: «Vosotros estáis muertos y vuestra
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 64
vida está escondida con Cristo en Dios». El combate por el Señor es la cruz cotidiana,
declara Isaac el Siria. El monje Teóclito, en nuestros días, se hace eco de sus palabras:
«Para llegar a dominar las pasiones, y convertirse en un hombre impasible, en el sentido
patrística, no en el estoico, es preciso mucho tiempo y mucho trabajo: vida dura, ayuno,
velas, oraciones, sudores de sangre, vida humilde, desprecio de uno mismo, crucifixión,
hiel y vinagre, abandona de todos, insultos de los que se sacrifican con nosotros,
blasfemias de las que pasan por nuestro lado; en seguida llega la Resurrección del Señor,
la Pascua que trae la incorruptibilidad al santo».
Esta ascesis, centrada en la Cruz, gracias al ejercicio de las virtudes cristianas de
humildad, obediencia, caridad fraternal, trabajo, mortificación, está animada por una
oración constante: el monje sólo debe ocuparse en rezar, sea en el oficio divino, la lectura
de las Escrituras o la oración personal. La oración convierte al monje en un ser que está
comunicado íntimamente con las cosas de arriba. En su interior liturgia, lectura y oración
se unen, ya que la lectura del Evangelio, aunque sea privada, supone un comienzo de la
acción litúrgica y no se la puede separar en modo alguno de la oración interior. La oración
pura, llamada oración del corazón, traduce esencialmente la orientación que el hombre
debe a las cosas de Dios.
La ascética de crucifixión continua que hemos visto tiende, pues, a un recogimiento
unificado, en el que Dios se revela al alma, que en el bautismo comenzó el acercamiento a
su Señor
y que después mediante la pureza y la tranquilidad espiritual se ha ido conformando con
su figura.
La Cruz supone, de esta forma, una transfiguración análoga a la de Cristo en el Tabor.
Todo su ser se transforma por obra de la energía divina...
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 65
«Los que han elevado su espíritu hacia Dios y han exaltado su alma por Su
amor, gozan de la transformación de su carne, que se eleva y toma parte en la
divina comunión. Se convierte, también ella, en dominio y casa del Señor, pues
no tiene otro deseo sino Dios, ni otra amistad sino Él.» (G. Palamas, Defensa de
los santos Hesycastos, 1959, pág. 92.)
Los monjes no hacen sino tomar totalmente en serio la divinización, sobre la cual tanto
hablan los Padres. Se afirma que en el cristianismo es posible gozar de la gracia de Dios:
«Comprobad que el Señor es bueno (Ps 24, 9). Esta comprobación supone que
el Espíritu se manifiesta activamente dentro del corazón. Los hijos de la Luz,
ministros de la Nueva Alianza en el Espíritu Santo, no tienen nada que aprender
de los hombres: aprenden sólo en Dios. La gracia inscribe en su corazón su
Ley... El corazón es, en efecto, el rey de todo el organismo corporal, y, si la
gracia está en él, efectivamente domina las tendencias de su envoltorio material,
porque al dominar la Gracia la inteligencia, que es lo que dirige a todo el cuerpo,
domina a todo el cuerpo.» (Hom. 15, 20 P. G. 34 589 A B.)
En los textos de Gregorio Palamas se descubren las grandes ideas tradicionales sobre el
particular. Para ayudar a la perfecta comprensión del tema hemos escogido algunos textos
del gran teólogo: de paso nos encontraremos con el núcleo de la idea monástica y cristiana
del mundo oriental.
«Según San Macario, los santos reciben hoy la gloria que en tiempos apareció
sobre el rostro de Moisés. El mismo Padre llama a esta Luz Gloria de Dios y la
considera superior a los sentidos, aunque su aparición les sea sensible. Recuerda
esta frase del Apóstol: “Todos nosotros, que contemplamos como en un espejo
la gloria del Señor, es decir, su Luz intelectual, quedamos transfigurados por
esta visión. Nosotros y todo lo que nos rodea cambia de aspecto bajo los efectos
de esta Luz”. ¿Qué dice de esto San Diádoco? “No hay duda de que cuando el
espíritu recibe la influencia de esta Luz, el alma se convierte en la maestra del
cuerpo humano”. El divino Máximo dice: “Un espíritu humano no poLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 66
dría elevarse a recibir el rayo divino, si el mismo Dios no le hubiese ayudado
con su Luz”. Sobre esta gran verdad, Basilio, junto con Nil, dice que el
conocimiento humano no es más que estudio y experiencia, mientras que el que
tiene su origen en la gracia de Dios es justicia y misericordia. La primera puede
adquirirse aun cuando esté uno dominado por las pasiones, mientras la segunda
sólo es propia de los que las han vencido y están constantemente iluminados por
la Luz divina. ¿Comprendes, hermano, que el espíritu liberada de sus pasiones
es Luz durante la oración y, fuera de la oración, es como, un espejo de la Luz
divina?» (G. Palamas, Defensa de los santos Hesycastos, Lovaina, 1959, páginas
120-122.)
En estos textos se rastrea la experiencia de hombres que han estado bajo el influjo de la
gracia divina o, más exactamente, que han sido heridos por ella, para utilizar la expresión
de Filoteo del Sinaí.
«Y ya que los santos contemplan esta luz divina en su interior - la ven cuando
están en comunión con el Espíritu, por la frecuentación de las iluminaciones
perfectas-ven su propia glorificación, estando su inteligencia llena, por la gracia
del Verbo, de una luz divina. Pues la gloria que le dio el Padre, la dio asimismo
a los que le obedecen siguiendo el Evangelio, y quiso que estuvieran con Él y
contemplasen su gloria... ¿Cómo puede llevarse a cabo este prodigio, ya que f 1
no está ya presente corporalmente entre nosotros? Esto se realiza de un modo
intelectual, cuando el espíritu se hace supraceleste, se hace compañero de Aquel
que por nosotros se hizo hombre, se une a Dios de un modo manifiesto y
misterioso, y contempla las visiones sobrenaturales, y se llena de una sublime
luz. Entonces ya no hay símbolos sagrados que percibe por los sentidos, ya no
contempla la verdad de las Santas Escrituras que conoce, lo que ve es la Belleza
creadora, la fuente de lo bello, iluminada por la luz de Dios. Del mismo modo,
siguiendo a su Jerarquía, las sublimes órdenes de espíritus supracósmicos se
reemplazan jerárquicamente de modo semejante a ellos mismos, siguiendo la
experiencia primera, sino también la primera luz a la vista de la sublime
Trinidad. Y adquieren no solamente la participación y contemplación de la
gloria de la Trinidad, sino también la luz de Jesús, la misma que fue revelada a
los discípulos en el Tabor. Cuando son juzgados dignos
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 67
de esta visión, reciben la iniciación, pues esta luz es una luz que edifica. Es por
esto que el bienaventurado Macario la llama alimento de los seres supracelestes.
Otro teólogo dice: Toda la ordenación inteligible de los seres supracósmicos
celebrando inmaterialmente esta luz, nos dan una evidencia perfecta del amor
que nos tiene el Verbo. El gran Pablo, en el momento de encontrar en Cristo las
visiones invisibles y supracelestes, se transformó en supraceleste sin que su
inteligencia tuviera que cambiar realmente de lugar; esta «transformación» es un
misterio conocido solamente por aquellos que han participado de él. Pero hoy no
hace falta mencionar los que sobre estos asuntos hemos recibido de los Padres
que han pasado por esta experiencia, para no exponernos a la calumnia. Lo que
hemos dicho bastará para convencer a los que no la están, de que existe una
iluminación intelectual, visible para los que han purificado su corazón
completamente diferente del conocimiento.» (Op. cit., pp. 114-118.)
«Se trata realmente del Misterio en el sentido paulino de la palabra, y
queremos referirnos al texto que lo evoca. El gran Macario nos dice: “Pablo, el
divino Apóstol, ha demostrado a las almas de un modo exacto y luminoso, el
perfecto misterio del cristianismo: éste es un rayo de luz celeste que se produce
por revelación del Espíritu; y éste para que se crea que la iluminación del
Espíritu sólo se produce por la vía intelectiva, para no correr el riesgo de que por
ignorancia se desprecie el perfecto misterio de la gracia”. Es por esto que
antepone, como prueba reconocida por todos, el ejemplo de la gloria del rostro
de Moisés; en efecto, dice, si lo que es pasajero ha sido glorificado, lo que es
permanente lo será más. También ha demostrado que esta gloria inmortal del
Espíritu, aparecida en una revelación que es hoy el rostro inmortal del hombre
interior, resplandece para los que son dignos de él de una manera permanente. Y
añade: “Nosotros, es decir, los nacidos por el espíritu a una fe perfecta, nosotros,
que con el rostro descubierto contemplamos el rostro del Señor, nos
transfiguramos en la misma imagen, de gloria en gloria, como por el SeñorEspíritu.” El rostro descubierto, es decir, el del alma, ya que dice que cuando se
vuelve hacia el Señor el velo se descubre y el Señor es el Espíritu. Con esto
demuestra claramente que un velo de tinieblas recubre el alma, un velo que ha
podido introducirse en el seno de la humanidad por la transgresión de Adán.
Pero hay, por la iluminación del Espíritu, este velo se ha levantado en las almas
creyentes y dignas; ahí está la razón de la venida de Cristo.» (Op. cit., pp. 130132.)
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 68
Toda la vida monástica se concibe como una divinización y transfiguración en el
hombre nuevo que será sujeto de la incorruptibilidad. Todo se resume en la entrega, para
que se apodere del cuerpo y del alma, al Espíritu Santo. Este revestimiento caracteriza el
estado de perfección monástico desde San Antonio. La misma idea había ya dado San
Máximo:
«El admirable San Pablo se negaba a sí mismo: “No viva más en mí, porque
es Cristo quien vive...” (Gál., 2, 2) ... El hombre se deifica, convirtiéndose en
Dios y despreciando todo lo que la naturaleza le ha dado, porque la Gracia de
Dios ha triunfado en él. Tanto Dios como los que le son fieles no tienen más que
una sola actividad. En el hombre, esta actividad corresponde a la de Dios,
porque Él se comunica a los que son dignos.» (Ambigua, Patrología griega, 91,
1076 B C.)
La misma idea expresa siempre Serafín de Sarov.
La transformación por obra de la gracia divina no se cierra sobre sí misma: abre a su
sujeto al amor hacia sus hermanos. Quizá sea suficiente para dar ejemplo de este espíritu la
respuesta que dio Isaac el Sirio al que le preguntó que le definiese un alma misericordiosa:
«Es aquel que se une con todas las criaturas: hambres, animales, pájaras, demonios y con
toda la creación». El mismo Dostoievsky ha descrito este espíritu en alguno de los santos
que aparecen en sus novelas. Es también conocida la oración de Simeón, el Nuevo
Teólogo: «Conocía un hombre que deseaba tan ardientemente la salvación de sus
hermanos que pedía a Dios, vertiendo abundantes lágrimas, que les salvase a todos con él,
o que él compartiese los tormentos de sus hermanos. Inflamado por tal amor, no quería en
modo alguno llegar él solo a la gloria. Estaba tan ligado con ellos que no hubiese querido
entrar en el Reino a no ser en su compañía» (Hom. 54).
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CUATRO - 69
La vida monástica nos ha revelado a través de este breve análisis, que la Iglesia es
plenitud del Misterio, ya que el Espíritu diviniza y transfigura los seres y les comunica el
espíritu de caridad.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CINCO - 71
CAPITULO V
LA TRADICIÓN DEL MISTERIO
«Confesamos que conservamos y predicamos la fe que nos dio, desde el
comienzo, el Gran Dios y Salvador, Jesucristo, a nosotros y a las Apóstoles que
la predicaron por el mundo entero. Los Santos Padres y nosotros seguimos esta
fe que ha sido confesada, expuesta y transmitida a todas las Iglesias»... «En
cuanto a nosotros, siguiendo la senda marcada por los Santos Padres, que han
dicho la verdad, profesamos ...»
Estos dos textos -uno del Concilio de Constantinopla, en 533, y otro de Eustaquio señalan de forma terminante lo que la tradición supone en la Iglesia. No hacen sino
traducir conceptualmente la idea de Iglesia que habíamos desarrollado en las páginas
anteriores. Sería fácil dar otras citas. San Juan Damasceno escribe: «Quien no cree según
la tradición católica, no tiene fe». Nicéforo de Constantinopla: «Todo lo que se hace en la
Iglesia es tradición, incluso el Evangelio, ya que Jesucristo no escribió nada, sino que puso
su Palabra en nuestros corazones». Durante las luchas de la Edad Media, los autores no
dejarán nunca de acudir a las Escrituras y a los Santos Padres.
Los Santos Padres son, para los orientales, testigos de la experiencia católica de la
Iglesia, que vivía según la tradición apostólica. Tuvieron, más que nadie, conciencia de su
unidad en el
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CINCO - 72
Cuerpo Místico y se liberaron de su limitación individual precisamente abriéndose a todo
el misterio de la Iglesia. Tuvieron una verdadera conciencia de Iglesia. Ellos, modelos de
vida en la plenitud de la Iglesia, testigos del misterio en la integridad de su anuncio,
significaron para la Iglesia una especie de seguridad y de confianza frente al futuro.
Tradición es sinónimo de Iglesia en su existencia católica gracias a la inhabitación
permanente del Espíritu Santo, de Iglesia como testigo permanente de la Verdad de Dios y
como órgano de salvación, asegurado por la continuidad de la presencia de la Encarnación,
Resurrección y Ascensión del Señor. Esto explica el hecho de que los orientales hayan
acentuada de tal forma la importancia del Espíritu en 1a tradición. Es Él, quien continúa
manifestando su deseo de salvación universal, manifestación que iniciaron los profetas y
fue perfeccionada por Cristo.
La comunicación con el Espíritu Santo permite una lectura pneumática e idónea al
misterio representado de 1a Escritura. Los libros sagrados son la revelación de la presencia
del misterio, es decir, de Cristo y de la Iglesia como recapitulación universal. La historia
revela que la situación de la Nueva Alianza se preparó auténticamente a lo largo del
Antiguo Testamento: el alejamiento del pecado y la conquista del Reino de Dios estaban,
por ejemplo, significados por la huida de Egipto y el Éxodo.
La Escritura, misterio pneumático que se abre a la plenitud del misterio de Cristo, luce
eternamente como testimonio de la verdad del misterio de la Iglesia y no se opone jamás a
la tradición, sino que más bien es la cuna de esta tradición, coma dice el R. P. Florovsky.
El criterio para la lectura de la Biblia sólo puede emanar, por tanto, de la experiencia de la
Iglesia, y en especial de la experiencia eucarística.
El Espíritu Santo es el unificador de todos los elementos del
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CINCO - 73
misterio de la Iglesia: Escritura, dogmas, enseñanzas de los doctores, espiritualidad, vida
de los santos. Por esta razón, Oriente no ha puesto jamás frente a frente la mística y la
teología. Escribía Vladimiro Lossky: «El dogma, que expresa la verdad revelada que se
nos parecía antes como un misterio insondable, debe ser vivido en un proceso tal, que
nosotros, en lugar de asimilar el misterio por medio de un cambio profundo, nos haga
aptos para la comprensión del misterio. La teología y la mística no sólo no se oponen, sino
que se compenetran mutuamente, hasta tal punto que sería imposible la existencia de una
de ellas sin la de la otra. Si la mística es la personalización del contenido de la fe, la
teología es su correspondiente expresión de lo que uno siente» (Teología mística de la
Iglesia Oriental, pág, 17). La Iglesia Oriental, para la que los santos son testigos de la
presencia real de Dios en el seno de su Pueblo y anunciadores del mundo que ha de venir,
no ha disociado nunca la lectura de la Palabra de Dios, el conocimiento del dogma, y la
muerte y la resurrección con Cristo en el Bautismo.
La Iglesia ha considerado siempre que la naturaleza sacramental de la vida del espíritu
supone una estructura que confiere a la jerarquía una posición particular y la gracia de
estado. Gracias a esta estructura, la Iglesia, como dice Meyendorff, expresa la
permanencia y la fidelidad de la definitiva unión entre Dios y los hombres. La Ascensión
de Jesús, la glorificación de su naturaleza humana deificada, lleva consigo el Pentecostés y
el envío, por el Padre, del Espíritu Santo. El Espíritu edifica la historia del Cuerpo Místico,
vivifica los Sacramentos, establece la Iglesia y garantiza su permanencia e infalibilidad. La
jerarquía puede proclamar la verdad que se guarda en el cuerpo.
Es también Él quien da a los cristianos una conciencia propiamente católica. La
tradición, según los Padres, supone, efectivamente una inteligencia total, que contenga no
sólo las verLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. CINCO - 74
dades necesarias para la salvación, sino inclusa los mismos secretos de la creación. El
conocimiento del hombre y del mundo permite conocer mejor la Escritura, puesto que todo
ello procede de una sola fuente: Dios.
La Iglesia Oriental cree que así testimonia debidamente la plenitud de la Tradición. Esto
representa la corriente de vida espiritual que nace en Cristo muerto y resucitado, y que se
abre con la revelación apostólica, a través de las Padres y las Concilios hasta la Iglesia
actual.
La Iglesia ortodoxa, a través de la experiencia mística comunitaria, fundada en la
Escritura y comentada por los Padres, es el testimonio viviente de la divinización de lo
humano y de la transfiguración del cosmos en verdadera prolongación de la Encarnación
de Cristo por la presencia activa del Espíritu. Por consiguiente, tiene conciencia de
permanecer, aparte de las posibles deficiencias humanas, misionera para que la Luz divina
en su plenitud llegue a todos los hombres y llene todo el mundo.
Así, en la conciencia profunda de una perfecta comunidad con las fuentes apostólicas de
la fe, la Iglesia Oriental es esencialmente misionera: la comunión de la gracia divina
abierta a todo el mundo. Es una comunión con finalidad misionera, ya que el corazón de la
misión es la integración de todos los hombres en la Iglesia por medio de los Sacramentos.
La actividad misionera se manifiesta especialmente en su dimensión propiamente
misteriosa, como testimonio carismático de la belleza espiritual de la Iglesia. En el
esplendor de su liturgia, en la plenitud de su tradición espiritual y de su vida, la Iglesia se
debe al testimonia de la divinización de lo humano, prolongando de esta forma la
Encarnación.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEIS - 75
CAPITULO VI
MISTERIO Y PIEDAD ORIENTAL
La rápida descripción del moda de vida del misterio por parte de la Iglesia Oriental nos
ha permitido apreciar la importancia de la influencia del Espíritu Santo, pero ahora será
necesario caracterizar estrictamente la piedad de los ortodoxos fervientes. La riqueza
patrística y litúrgica que hemos evocado escapa, efectivamente, a la mayoría de los fieles:
entre ellos sólo se conservan algunas líneas fundamentales que sirven para no velar
totalmente la realidad del misterio. Completarán el cuadro, inevitablemente esquemático,
algunas consideraciones sobre los peligros a los cuales está propicia esta piedad.
Lo que llama la atención de una manera más inmediata es el carácter eminentemente
litúrgico de 1a piedad oriental. El simbolismo en el que se desarrolla la celebración del
misterio contribuye en gran manera a orientar el espíritu y el corazón hacia el más allá,
cuyo sentido se nos escapa, desde la infancia. La vida de fe se inicia y profundiza a través
de la comunión viviente del misterio que se descubre bajo la capa de liturgia. El sentido
comunitaria, particularmente desarrollado por los pueblos orientales, se armoniza con esta
actitud y la favorece. Esta piedad tiene, pues, su centro en las verdades fundamentales
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEIS - 76
del misterio cristiano, bañadas por una atmósfera pascual de acción de gracias.
No es cierto que falte de un modo absoluto la oración impetratoria. Lo que ocurre es que
la oración de alabanza la supera con mucho. Su equilibrio, no explícito, pero sin duda
vívido, es el que hemos analizado en «La celebración del Misterio» y «La vida del
Misterio».
Desde la Edad Media, Oriente no conoció el triple dominio de la doctrina, instituciones
y culto. Esto explica que, en la piedad oriental, todo esté centrado en lo verdaderamente
esencial y tenga un profundo acento de verdad.
También es erróneo creer que falta absolutamente la piedad personal. Existe, pero tiene
su curso dentro de la liturgia. Como en Occidente, ha habido en Oriente numerosas
manifestaciones religiosas de tipo extralitúrgico; oficios de acción de gracias, himno
acathista, en honor de la Madre de Dios, oraciones por los difuntos, etc. Todas ellas
conservan, empero, el ambiente litúrgico. El himno acathista, del cual hemos publicado,
algunas estrofas en un capítulo precedente, corresponde a nuestras letanías de Loreto, pero
con un mayor sentido teológico. Traducen estas estrofas, de modo maravilloso, las
alabanzas que se otorgan a María en la piedad oriental. También la oración íntima, dirigida
a Jesús, es en el fondo una oración litúrgica. Se desarrolló especialmente en Rusia (las
Narraciones del Peregrino Ruso san prueba de su difusión). El que no conozca el Oriente
cristiano puede creer que la oración individual es totalmente distinta de la espiritualidad
litúrgica y sacramental. Esta idea es falsa. En Oriente no importa tanto la recepción
frecuente de los Sacramentos, como la vida en un ambiente litúrgico que se concreta en el
oficio, los iconos, la presencia de Cristo provocada con la invocación de su nombre.
El primer elemento componente de la piedad litúrgica es, cierLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEIS - 77
tamente, un sentido vivísimo de la trascendencia y de la gloria del Señor, a quien se
dirigen los tropos que son conocidos de todos los fieles y terminan con una exclamación:
«Gloria a Ti». También a Él se dirige el Padrenuestro que termina con la gran doxología:
«Porque a Ti te pertenece el reino, el poder y la gloria, Dios Padre, Dios Hijo y Dios
Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos, Amen».
La visión de la gloria provoca en el cristiano la convicción profunda de que es un
pecador, pero que debe salvarse para la eternidad. Comprobar este sentimiento general de
penitencia y miseria entre los simples fieles ayuda a comprender cuán fundamental es este
sentimiento para su vida espiritual. «Yo sé y confieso que eres verdaderamente el Hijo de
Dios vivo, que viniste al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el
primero.» Así reza la segunda oración de antes de la comunión (su autor, San Juan
Crisóstomo). «Veo, Señor, tu Tabernáculo adornado para que entres Tú en él. Transfigura
el vestido de mi alma y sálvame», dice el exapostolarion de Semana Santa. El gran canon
de la penitencia de Andrés de Creta evoca, más que otras composiciones, el sentido de la
comunión que domina el alma oriental:
«¿Por dónde empezaré a llorar mi vida infame?... He pecado más que nadie, y
contra Ti. Pero Tú eres Dios, mi Salvador. Ten piedad de mí. He embrutecido mi
carne, que estaba hecha a Tu imagen y semejanza. He destruido la belleza de mi
alma con mis pasiones. Mi razón se ha hundido en el polvo. He destrozado el
primer vestido que el Creador, al crearme, me había proporcionado. Tengo
vergüenza de haberlo hecho. Yo solo he pecado contra Ti más que todos los
demás hombres. ¡Oh, Cristo Salvador! No me alejes de Ti. Tú eres el Buen
Pastor, búscame, que soy tu oveja. Me he perdido, pera no me rechaces.»
Este deseo de salvación se transforma corrientemente en el apelativo dado a Cristo «el
Salvador». También lo indica la freLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEIS - 78
cuencia del recuerdo de la Madre corredentora nuestra. La oración dirigida a Jesús es el
centro del misterio litúrgico. No cesa de repetir: «Señor Jesús, Hijo de Dios, tened piedad
de este pecador».
La piedad centrada en la trascendencia divina y en la necesidad de la misericordia
divina, encuentra su centro de equilibrio en la visión de Cristo. Él es el Señor de la Gloria,
el Kyrios, el Pantocrátor de las cúpulas bizantinas, y el Filántropo, testigo de la que los
rusos llaman humilde amor; el Servidor de la Epístola a los Filipenses, que no retrocede
ante ninguna dificultad que le resulte de la demostración de su amor. Los populares oficios
votivos le invocan a menudo con este estribillo: «Venid a mí todos los fatigados y
agobiados, que yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy
manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es
suave y mi carga ligera» (Mat. 11, 28-30). Esta contemplación de Cristo, servidor de sus
hermanos, abre a los fieles a una comprensión especialmente profunda de la caridad fraterna, del perdón de las faltas y de las ofensas, de la hospitalidad generosa, de la limosna y
de la beneficencia. El sentido de la pobreza espiritual y de la comprensión de la necesidad
de la misericordia divina, como en la Biblia, ha abierta los corazones a la misericordia
para con el prójimo. Esta transformación espiritual, centrada en la revelación evangélica,
se evoca litúrgicamente por medio del canto de las «Beatitudes» que, todos los domingos y
festivos, acompaña al libra de los Evangelios en su entrada. Si se quiere llegar a entender
la mentalidad de nuestros hermanos ortodoxos - y especialmente rusos -, abiertos siempre
a los pobres e incluso a los criminales, es necesario no olvidar que este canto está ligado a
la asistencia a los actos litúrgicos.
Por otra parte, es necesario relacionar este último carácter de la piedad oriental con el
sentido, extraordinariamente agudo; de
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEIS - 79
la Comunión de los Santos. Todo el mundo conoce la hermosa costumbre del ósculo de la
paz que se dan sacerdotes y fieles la noche de la Pascua y que se renueva durante todo el
tiempo pascual con la frase: «Cristo ha resucitado», a la que se responde: «En verdad ha
resucitado».
En fin, el sentido escatológico se traduce, en el nivel popular, en la viva percepción de
1a proximidad del mundo celestial y de su influencia. El fiel oriental manifiesta en su vida
un equilibrio profundo, una humanidad de exquisita sensibilidad transfigurada por la
presencia del misterio viviente y por el respeto a las cosas santas y en particular a la
persona del sacerdote. El alma oriental, gracias a la liturgia y al monaquismo, está sellada
con los principales caracteres de la ortodoxia: «ascesis, humildad, caridad fraterna, sueño
escatológico de la ciudad de Dios, brillante por su justicia y su belleza espiritual» (Pr.
Kartachev).
La piedad oriental no comporta, desgraciadamente, frutos siempre saludables. Nuestra
descripción sería ingenua sino nos detuviésemos también en la de los peligros que supone.
La abundancia de símbolos evocadores, el ambiente sacramental en que vive el fiel,
amenaza con reducirse a un conjunto homogéneo, entre el cual no sepa el fiel distinguir lo
más importante de lo que lo es menos. Los fieles saben, eso es cierto, distinguir los símbolos sacramentales como de gran valor. Sin embargo, el ambiente en que se lleva a cabo
su práctica puede cambiar el sentido de las cosas: el peligro está especialmente en
confundir la emoción religiosa -por muy profunda y sincera que sea- con la verdadera
substancia de la vida de la gracia.
Por esto, muchos ortodoxos no entienden la necesidad de frecuentar los Sacramentos,
como remedio contra nuestra debilidad espiritual. Las almas fervientes pueden no sufrir
mucho con esta idea, pero la masa menos piadosa puede salir notablemente perjudicada.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEIS - 80
Se ha de reconocer que el texto de la liturgia, 1a oración del canon y el rito de la
«proscomidia» (preparación de, la oblación) son desconocidos por los fieles. Hasta hace
muy pocos años, la proporción de las fieles que conocían su significado y sus palabras era
insignificante: el sentido de todo lo que veían se les escapaba casi totalmente por no estar
instruidos sobre el particular. Mientras el sacerdote celebra el rito de la «prótesis», un
lector salmodia, en alta voz, las horas sexta y tercera. La atención de los asistentes no se
fija en lo que ocurre en el santuario, que por lo demás tiene las puertas cerradas. Durante
la oración del sacerdote, recitada en voz baja - sólo la doxología se dice en voz alta -, el
diácono alterna con el coro algunos cantos de letanías, parecidos a los otros oficios, en
particular a los de vísperas y maitines. Cantos como el de los Querubines, el Credo, el
diálogo del Prefacio, el Sanctus, el himno de alabanza, el himno de conmemoración de la
Virgen María, el Pater Noster, los versos de la comunión, distribuidos a lo largo de la
ceremonia, permiten, sin duda, seguirla de manera superficial, pero el sentido profundo de
todos estos símbolos escapa a los simples fieles. A menudo incluso, la celebración del
sacrificio eucarístico pierde su significación: se la considera una ceremonia más. Los días
de fiesta, la asistencia es más numerosa en su víspera que en la misa del día. El servicio
vespertino de la víspera, unido a los maitines, los cantas bellísimos que se entonan, la
iglesia iluminada en medio de las tinieblas exteriores, la poesía mística de estas horas,
atrae mucho más a los fieles que la Misa en sí.
En los últimos años, se ha iniciado un movimiento en favor de la comunión frecuente.
Antes, el clero no animaba a esta práctica a los fieles, que 'se acercaban a comulgar cuatro
o cinco veces por año. A veces, ni 'siquiera el sacerdote tenía por costumbre la celebración
diaria del Santo Sacrificio. Además, en un mismo santuario no se puede celebrar más que
una Misa por día. La
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEIS - 81
concelebración, practicada a menudo, facilita la celebración diaria del clero, pero esto se
hace sólo en solemnidades: normalmente el número de celebrantes indica el grado de la
fiesta. Las fiestas de primer grado suponen la celebración con un solo sacerdote. Hay, por
tanto, en la Iglesia Ortodoxa, a despecho de la riqueza espiritual de fondo, una atmósfera
eucarística muy sensiblemente inferior a la existente en Occidente. Por otra parte, es
notable que, fuera del sacrificio de la Misa, no hay culto eucarístico. El culto que se
desarrolló entre los occidentales a partir de los siglos XII o XIII (a veces a costa de cierta
alteración de las verdaderas perspectivas del misterio del Cuerpo de Cristo), se desconoce
totalmente en Oriente: Esta ausencia de culto referido a la Eucaristía ha contribuido a que
el pueblo se desinterese por la Misa y por la Santa Comunión. En estas circunstancias, la
falta de formación personal ha traído consigo, especialmente en el mundo eslavo, una gran
insistencia sobre el aspecto sensible de toda ceremonia. El desarrollo de la acción litúrgica,
el juego de luces y sombras, e1 aroma del incienso, la suavidad de los cantos, tienen el
peligro de que los espíritus de los asistentes se vuelvan hacia la consideración de sentirse
perdonados, reconciliados con Dios y regenerados por el contacto con las realidades
celestes. Esta dulzura ceremonial puede influir únicamente en la sensibilidad humana, sin
que la voluntad sea movida lo más mínimo. Apercibiéndose de su indignidad, el fiel no se
atreve a acercarse a los Sacramentos, a menos que desarrolle en su interior una excesiva
conciencia de indulgencia para consigo mismo. Una historia del folklore ruso del siglo
XVII traduce esta conciencia popular de que la salvación se logra por el mero hecho de
pertenecer a la Iglesia. Un holgazán, siempre borracho, muere y va a llamar a la puerta del
Paraíso. San Pedro, que quiere impedirle la entrada, le pregunta y el borracho dice que
jamás ha renegado de Cristo y que tiene tanto derecho como
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEIS - 82
el Apóstol a entrar en el cielo. Tras múltiples respuestas del mismo estilo a otros santos, el
borracho llama a San Juan, el Apóstol de la caridad, y le dice que todo pecador tiene
derecho al perdón divino. Se le admite en el Paraíso con apoteosis de honores. Es ésta una
posición, sin duda, extrema, pero da fe de esta tendencia a una excesiva indulgencia frente
al pecado.
La piedad oriental está amenazada por el peligro de un excesivo culto exterior que no
implica, en forma alguna, verdadera participación en el misterio: la vida cristiana se
reduce a la liturgia, sin influir, directamente, en la vida cotidiana. Este peligro es tanto más
grave cuanta que la identificación que a veces se hace entre ortodoxia y vida nacional lleva
a los ortodoxos a mantener prácticas de devoción sin verdadero contenido religioso. Esta
situación se agrava si se considera que esta piedad no arma a las fieles frente a los peligros
que presenta el mundo moderno. Necesitaría ser completada por una formación intelectual
y espiritual más personal. Esto la han comprendida algunos movimientos modernos, cama
el Zoï. Demasiados ortodoxos, son tales sólo par la atmósfera en que viven, el
«stimmung»: la ortodoxia se reduce entonces a un perfume romántico que no influye para
nada en la vida personal.
Si bien la Iglesia Ortodoxa se ha mostrado como una gran formadora de espíritus, no se
la puede considerar coma buena pedagoga en la iniciación de la voluntad. Esta deficiencia
supone graves daños y, quizá, una de las lagunas esenciales de la iniciación religiosa
ortodoxa señala ausencia de formación de virtudes morales concretas más allá de la
formación teologal. El P. Boulgakov lo reconocía: «La ortodoxia educa especialmente el
corazón, la fuente de su superioridad, pero muestra debilidad en lo que respecta a la falta
de educación de la voluntad» (La Ortodoxia, pág. 218).
Sin embargo, es muy posible, que la Iglesia Ortodoxa bajo
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - PRIMERA PARTE - CAP. SEIS - 83
la presión de las fuerzas contemporáneas, produzca frutos nuevos y tradicionales a la vez,
buscando de nuevo en sus arcanos tradicionales 1.
1.
En este capítulo he utilizado, para una gran parte de sus reflexiones e incluso para párrafos enteros, un curso del R. P.
Dumont. Tengo que expresarle aquí toda mi gratitud.
SEGUNDA PARTE
LA ORTODOXIA Y SU PORVENIR
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 87
CAPITULO VII
LA RUPTURA ENTRE ORIENTE Y OCCIDENTE
Los ortodoxos creen tener en la esencia misma de su Iglesia la contemporaneidad de los
Padres, como órganos espirituales de la catolicidad de la Iglesia. Creen que poseen en ella
la misma plenitud que ha permitido la gloria de los primeros siglos y que ha visto las
definiciones más esenciales del misterio de la Trinidad así coma del misterio cristológico.
Los católicos creen también que son fieles a la misma tradición. Los Padres Orientales,
al igual que los Padres Latinos, Padres de la Iglesia y los temas que acabamos de estudiar
en la primera parte bajo el título: «Plenitud misteriosa de la Iglesia de los Padres» y que
constituyen el fonda de la espiritualidad ortodoxa, son esencialmente católicos.
Es en el interior mismo de esta conciencia de comunidad que une al catolicismo y a la
ortodoxia donde hace falta colocarse si se quiere comprender, en su verdadera
profundidad, la tragedia de la ruptura.
El proceso de separación puede resumirse de la manera siguiente: el mundo Oriental y
el Occidental se han desarrollado a la sombra de sus concepciones eclesiológicas y de su
aspecto concreto de vivir la Iglesia según líneas diferentes, que llegarían
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 88
finalmente a ser divergentes. Resultó de ello una incomprensión profunda agravada
rápidamente por la amplitud alcanzada por la nueva civilización occidental, su renovación
teológico-eclesiástica, las decisiones disciplinarias y doctrinales de los papas de la Edad
Media.
I. La ruptura
Habitualmente se considera el año 1054 como la fecha oficial de la ruptura entre
Oriente y Occidente. El 15 de julio de este año el cardenal Humberto depositaba sobre el
altar de Santa Sofía, en Constantinopla, el acta de excomunión del patriarca Miguel
Cerulario y, el día siguiente, una asamblea de obispos reunidos en Constantinopla arrojaba
al fuego estos documentos, excomulgando, a su vez, al legado del Papa. Los documentos
contemporáneos ignoran, sin embargo, la importancia de estos acontecimientos que no
menciona ningún historiador bizantino. Esto no era más que un incidente, una
desavenencia más en las relaciones difíciles entre Oriente y Occidente que, después de los
siglos, sería olvidado. El hecho pasó tan desapercibido que, desgraciadamente, la Iglesia
Romana había vivido durante el siglo x y comienzos del XI unos de los períodos más
obscuros de su historia: la inestabilidad de los sucesores de Pedro era tan grande que los
bizantinos ignoraban, a menudo, el nombre de los verdaderos titulares de la Sede de
Roma. Después de 1054, la ruptura estuvo por otra parte lejos de ser total. Los patriarcas
orientales permanecieron en comunión, al menos parcial, con Occidente; y en
Constantinopla como en Athos los monasterios y las iglesias latinas mantuvieron
relaciones constantes de una parte con los obispos ortodoxos locales, y de otra con el papa
de Roma. Hasta mediados del siglo XVIII, los hechos bastante numerosos de
intercomunión atestiguan que la ruptura no fue nunca tan completa como se dice a veces.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 89
1054 representa, sin embargo, «un viraje». Es el momento decisivo en que Occidente, a
través de la reforma gregoriana, toma plena conciencia de sí mismo en la edificación de
una nueva Europa y una nueva civilización. Roma necesita entonces, con los grandes
pontífices unidos al movimiento espiritual de los Cluniacenses - al que pertenecen el Papa
León IX (pontífice en 1054) y el Cardenal Humberto de Moyenmoutier -, precisar su
autoridad dentro de la Iglesia. Quiere hacerse obedecer por las Iglesias de Oriente y
Occidente. Por el tono con que se dirigieron a las Iglesias de Occidente declararon, como
anteriormente en el Concilio de 869, que se dirigían a Cerulario «no para aprender o
discutir sino a enseñarles a los griegos a tomar decisiones». La Santa Sede, concentrada
casi toda ella en Occidente, se esfuerza en darle nueva vida, ya que ésta ha estado
sumergida durante años a gran decadencia moral e intelectual. Occidente, en pleno desarrollo, elabora una nueva concepción del mundo y un nuevo modo de vivir prácticamente
el misterio de la Iglesia, que en gran parte ignora a Oriente y las tradiciones de los Padres.
El movimiento estaba en marcha desde el renacimiento Carolingio.
Nos hallamos en los comienzos de la creación de este mundo nuevo de donde saldrán el
derecho occidental, la escolástica, las catedrales góticas, y finalmente el pensamiento
moderno. El mundo oriental y occidental se desarrollarán viviendo uno de la tradición
patrística, el otro abierto a nuevas perspectivas, ambos ignorándose.
II. Reciprocidad en la ignorancia y el menosprecio
Si se ha podido llegar hasta esto, es precisamente porque después de Justiniano, como
se ha señalado con frecuencia, Oriente y Occidente se inmovilizaron en un régimen de
coexistencia pacífica, ignorándose y despreciándose mutuamente.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 90
La invasión árabe hubiera podido acercar Bizancio y Aix-laChapelle, para trabajar en la
empresa común de la lucha contra los ejércitos del profeta, pera la orientación de la nueva
cristiandad no lo facilitó. El movimiento filosófico que va de Focio y Arethas a Miguel
Psellos se desarrolló lejos de los horizontes latinos. Y, más tarde, las glosas y los tratados
de los autores bizantinos no serán apenas tenidos en consideración por los traductores
latinos de los siglos XII y XIII. Oriente hacía gala de desconocer a Occidente, cuya lengua
«bárbara y escita» no podía expresar las finuras de la teología.
E1 hundimiento de África bizantina, las crisis interiores que se sucedieron en
Constantinopla y el convencimiento de que ellos mejor que el Basileus habían contenido al
Islam, inspiraron a los latinos el sentimiento de que el mundo se dividía entre ellos y los
árabes. Conscientes del desarrollo y poder del derecho canónico, de la escolástica, y cada
vez más seguros de sí mismos, los latinos olvidaron a los bizantinos y sólo se interesaron
por la filosofía árabe que vivía en estos momentos su edad de ora. Oriente, por su parte,
consciente de la riqueza de su cultura y su tradición, no se daba cuenta de la importancia
de la partida que iba a jugarse en Occidente.
III. La abertura al diálogo
Hubo algunos intentos de diálogo, pero fracasaron todos porque precisamente los dos
mundos espirituales, en su conjunto, estaban cerrados cada una en su propia tradición, y
cada uno juzgaba al otro desde w punto de vista. Lejos de provocar el acercamiento, cada
tentativa no hizo más que agrandar el foso que separaba a las dos comunidades.
El esfuerzo intentado por los padres dominicos para llegar
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 91
a la mutua comprensión en el siglo XIII fue benéfico para la teología, pero no pudo
establecer el equilibrio espiritual entre ambos mundos porque la controversia estaba
establecida en una perspectiva demasiado profunda.
En el siglo XIV, humillados por el gran cisma, los latinos comienzan a mirar a los
griegos modernos como sus hermanos. Incluso se llegó a declarar que el odio de los
griegos hacia los latinos podía tener serios fundamentos. Desgraciadamente el jaque del
Concilio de Florencia arruinó este esfuerzo.
Oriente conoció, también en el siglo XIV, una abertura a la tradición latina que hasta
entonces no había sido considerada. A partir del siglo VII y hasta el fin del siglo XIII la
Iglesia de Oriente se había encerrado al desarrollo teológico de la Iglesia de Occidente:
Ignoraba prácticamente a San Agustín que, juntamente con Dionisio, dominaba la vida
intelectual del mundo latino. En este siglo (XIV) el monje Máximo Planudes tradujo el De
Trinitate de San Agustín, el De Consolatione y Philosophiae de Boecio; Demetrio
Cydones y su hermano Prochoros introdujeron entre los bizantinos gran parte de las obras
de San Agustín, y sobre todo de Santo Tomás, que ejerció en esta época una profunda
influencia en el pensamiento bizantino; ésta se hizo sentir en Nicolás Cabasilas, José
Bryennios y sobre todo en Gennadios Scholarios, el último y más grande de los teólogos
bizantinos, admirador del teólogo medieval, al que únicamente reprochaba su doctrina
sobre la profesión del Espíritu Santo y sobre los atributos divinos.
Desgraciadamente esta abertura a Occidente -que pudo ser muy útil para el desarrollo
mismo de la tradición bizantina- se encontró prácticamente liada a una especie de
negación de la tradición oriental.
Los adversarios de los palamitas, profundamente antilatinos en un principio, se
apoyaron, de hecho, en seguida en la tradición occidental, y así consta en Gregorio
Palamas. Igualmente se
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 92
ve en las traducciones del De processione Spiritus Santi de San Anselmo, por Demetrio
Cydonés, del Contra errores graecorum. La compilación de Prochoros Cydonés con su
obra De essentia et operatione, sacada de los escritos de Santo Tomás, hacen pensar en lo
mismo. La abertura al pensamiento latino apareció desde entonces como una capitulación
ante el humanismo y como un abandono de la tradición oriental en lo que ella tenía de más
vivo. Sólo Gennadios Scholarios permanece fiel a esta abertura. Una verdadera
confrontación, que sólo hubiera permitido un enriquecimiento respectivo de las dos
tradiciones oriental y occidental, se hizo impasible. Pues si la abertura del pensamiento
bizantino a los tesoros del pensamiento latino había permitido, en gran parte al menos, el
acuerdo relativo del Concilio de Florencia, el jaque de este último poco después de la
ocupación turca impidió prácticamente todo diálogo.
IV. Los intentos de Unión
Los intentos de unión no faltaron. Los emperadores enviaron numerosos emisarias
destinados a solicitar de Occidente una nueva cruzada para la defensa del Oriente contra la
amenaza turca. Miguel VIII (1259-1282) aceptó la unión de Lyon que no sobrevivió a su
muerte. (En el trono de Constantinopla había colocado a Miguel Beccos, favorable a los
latinos.) Juan VI (1341-1391) abrazó el catolicismo a título personal (1369). La Iglesia
Bizantina pedía, según su tradición, la reunión de un Concilio Ecuménico que permitiera
franquear las dificultades y que condujera al triunfo de la Ortodoxia. La idea ganó
partidarios entre los occidentales, y el concilio se reunió en Ferrara y después en Florencia
(1438-1439). Éste condujo de hecho a la unión, señalada por la presencia de obispos
orientales, pero esto que hubiera podido ser decisivo para el porvenir, se hizo trágico por
sus consecuencias: el pueblo no
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 93
había podido seguir el diálogo entre las teólogos orientales y los latinos y prefirió
permanecer fiel a lo que consideraba la verdadera fe.
La ruptura entre Oriente y Occidente se produjo, de hecho, en el momento de las
Cruzadas; éstas vinieron a sellar la conciencia cíe la oposición irreductible de griegos y
latinos. Los cruzados habían reemplazado, progresivamente, los obispos orientales por los
latinos, y ya se sabe la tragedia que representa la IV Cruzada: La flota veneciana entró a
saco en «la ciudad escogida por Dios» y en la catedral de Santa Sofía. Las divergencias
doctrinales entre griegos y latinos que habrían podido encontrar una solución fueron
aumentadas por un odio nacional que impidió todo intento posible de unión. Florencia no
había medido suficientemente la agudeza de las distancias que separaban los dos mundos,
y no se había dado cuenta del trabajo que era necesario para su acercamiento.
El fracaso de la unión de Florencia marca un apartamiento decisivo en la historia de las
relaciones entre Oriente y Occidente, ya que la Iglesia de Roma, desesperando de una
unión global de las Iglesias, llegó a admitir en su unidad a los grupos separados de
Orientales a los cuales reconoció una jerarquía y una organización propias. Como decía
recientemente el patriarca Máximos, patriarca griego católico de Alejandría, Jerusalén y
Antioquía: «Lo que puso fin a las tentativas de unión global entre Oriente y Occidente fue
la paradójica unión parcial de algunos grupos Orientales a la Sede de Roma». La
constitución de las Iglesias Unidas fue, sin duda, a los ojos de los orientales, una de los
más grandes obstáculos al restablecimiento de la unidad. Los occidentales en general y los
griegos en particular no cesaron de reprochar a los latinos un proselitismo agresivo,
impropio de su calidad de cristianas. «Los jesuitas creían y creen todavía más meritorio el
convertir un griego a su Iglesia que diez turcos o diez idólatras», declaraba Corais a
principios del siglo XIX.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 94
Los dos mundos sirvieron en adelante a su destino, cada uno por su parte. Es
interesante, sin embargo, ver en las divergencias doctrinales las verdaderas raíces de una
oposición en adelante secular.
V. Las etapas de incomprensión y las divergencias doctrinales
a) El pluralismo canónico y litúrgico. -El desconocimiento recíproco de las dos
tradiciones se manifiesta claramente en el hecho del pluralismo canónico y litúrgico. Sin
embargo, a pesar de las características diferentes, había una unidad en la tradición
canónica y eclesiológica. Pero en el Concilio de Trullo del año 692, en el Concilio de
Nicea de 787, de Constantinopla del 861-879 y finalmente en la redacción del Nomo
canon del 883 se constituyó la tradición canónica bizantina, que se cree históricamente fiel
a la que estima tradición apostólica, en oposición al Occidente latino, Éste será uno de los
principales arsenales de argumentación antilatina y una de las fuentes reales de
incomprensión de la tradición latina.
La liturgia fue, así, el motivo de dificultades múltiples. Pan fermentado o ácimo,
abstinencia del sábado, celibato o matrimonio de los sacerdotes, ritos del bautismo, el
hecho de llevar barba, el canto del Aleluya en Cuaresma, todo se convierte en pretexto
para el conflicto. Si estas perspectivas diferentes se convertían en seguida en motiva de
cisma, es porque los cristianos de estas épocas consideraban que los usos tradicionales se
remontaban al origen apostólico y se apoyaban en textos de las Escrituras, y toda
desviación en las costumbres rituales se consideraba un abandono de las costumbres
apostólicas y de la voluntad del Señor.
El Filioque no fue en un principio sino un episodio de estos conflictos litúrgicos. El
Filioque apareció en la España visigótica
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 95
por primera vez en el Credo de la misa. Después del Concilio de Francfort de 794,
Carlomagno decidió que se cantara en la Capilla Imperial el Credo decretado en el
Concilio de Toledo del año 589, con la adición del Filioque. El Papa León III dio su
aprobación. El año 807, en Jerusalén, la abadía del Monte de los Olivos introdujo en el
monasterio este uso litúrgico de la corte franca. Ésta fue la causa de una disputa con los
monjes griegos de San Sabas que informaron al Patriarca de Jerusalén. Después de
numerosas gestiones, de una parte y de la otra, León III al reafirmar la perfecta ortodoxia
de la doctrina expresada por el Filioque rehusó el insertar esta palabra en los textos
litúrgicos romanos. Poco después pidió que fuese suprimida de los textos litúrgicos de las
otras Iglesias. La corte franca mantuvo, sin embargo, el canto del Credo con el Filioque, y
la penetración de este rito continuó en todos los países del Imperio.
En el siglo XI, bajo Benito VIII, Roma terminó por adoptarlo también.
Estos altercados han dejado rastro en la literatura teológica bizantina del siglo IX, pero
Focio parece haberlos ignorado por completo.
La controversia en torno a la adición del Filioque comenzó cuando el cardenal
Humbert, en sus discusiones con Nicetas Stethatos reprochó a los griegos el haber
suprimido la palabra filioque del símbolo. La afirmación, todavía reciente, según la cual la
adición de una palabra nueva al símbolo, sin cantar con la Iglesia griega, ha sido la
verdadera causa del cisma, carece de fundamento histórico.
b) El Filioque. - El Filioque en su dimensión propiamente doctrinal, fue sin duda
ocasión para la diferenciación de dos tradiciones.
Éstas se habían desarrollado la una al lado de la otra, sin verdadero diálogo, como lo
hemos vista, en función de dos antropoLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 96
logías y de das concepciones culturales diferentes. A una visión cósmica, cristológica,
ontológica y optimista de los Padres griegos, San Agustín había substituido una visión del
Universo y del hombre pecador cuyo acento está en la fractura que afecta a la creación y
en la psicología. Además, había desarrollado una teología trinitaria, inspirándose en los
Padres griegos, y que quedó prácticamente desconocida en Oriente, mientras que en
Occidente era adoptada en su totalidad.
Habiéndose dado cuenta de que los misioneros latinos enviados a los búlgaros
enseñaban, al comentar el símbolo, que el Espíritu Santo procede también del Hijo, Focio
declaró: «Aparte los absurdos que acabamos de mencionar, ni siquiera el símbolo sagrado
de la fe, que las decisiones de los Concilios Ecuménicos rodean de una muralla
inexpugnable, han podido escapar a su audacia sin limites; pero, ¡oh maquinación del
demonio!, han emprendido su falsificación mediante razonamientos engañosos y explicaciones fraudulentas, dando esta enseñanza nueva: Que el Espíritu Santa no procede
solamente del Padre, sino también del Hijo».
A1 no comprender el clima nuevo que se había desarrollado en Occidente, los orientales
tuvieron la impresión de que esta teología ponía en duda la tradición misma de los Padres.
El enunciado del Filioque, y finalmente su formulación dogmática, parecieron como
una consagración de la tradición latina a la que los griegos eran completamente extraños.
c) Escolástica y Palamismo. - El desarrollo de la escolástica en Occidente consagró la
ruptura; mientras que los orientales no cesan de referirse a los textos patrísticos, a los
decretos conciliares, los occidentales desarrollan un método de análisis en el que la razón
renovada por la fe juega un papel de primer orden. Y en seguida se siente que entre
Oriente y Occidente hay en adelante un diálogo de sordos; los escolásticas se asombran de
que los orienLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 97
tales se atrincheren siempre detrás de los textos de la tradición, mientras que aquéllos se
asombran del uso intemperante, según ellos, hecho por los escolásticos de la razón:
«Vosotros os embrollaréis y blandiréis silogismos, dice por ejemplo Simeón de Tesalónica, mientras que yo os demuestro que por una fácil interpretación estáis cambiando el
sentido de la Santa Escritura y de los Padres, que son discípulos de los paganos y no de los
Padres. También yo, si lo quisiera, tendría contra vosotros razonamientos escolásticos,
silogismos mejores que los vuestros, pero no quiero. Pediría pruebas a los Padres y a sus
escritos, vosotros me opondríais a Aristóteles y Platón o a sus recientes doctores. Frente a
ellos, yo colocaría a los pescadores (de Galilea) con sus palabras francas, su sabiduría
verdadera y su aparente locura. Yo desvelaría el misterio de la piedad que San Pablo
contemplaba coma un testimonio tan fuerte. Dejaría pequeña vuestra sabiduría diciéndoos:
“Evitad las cuestiones ociosas. Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis
recibido, que sea anatema”. Vosotros quedaríais confundidos y yo me gloriaría de la gloria
de mis Padres, pues, la cruz no ha sido privada de su fuerza, aunque a algunos parezca loca
su predicación».
En Occidente se había pasado «del símbolo a la dialéctica», según el título de un
capítulo del Corpus Misticum, del P. Lubac. El choque entre estas dos mentalidades fue
finalmente tanto más grave, puesto que el Oriente, fiel a su tradición, desarrollaba en el
siglo XIV una teología de la deificación que Occidente no podía, a su vez, comprender.
Palamás creía defender el misterio de la deificación, del que hemos hablado en nuestro
capítulo: El Misterio Vivido. Según él, Dios comunica su propia vida a su creatura a través
del acto revelador divino, «la energía». Fiel al espíritu de los Padres griegos, de San
Gregorio Nacianceno y de los otros Capadocios, Palamás distingue la esencia divina,
absolutamente incomunicable a1 hombre y a toda creatura, y las energías divinas
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 98
a través de las cuales Dios se comunica realmente a la creatura. La vida de Dios, en cuanto
comunicable, es inseparable de su esencia y de las tres personas divinas, distintas entre sí.
Los adversarios de Palamás, y en particular Barlaam, reprochan a Palamás el introducir
en Dios una dualidad. Si la energía es distinta de la esencia, ¿no hay dos Dioses? Después
de Barlaam, Occidente no comprendió siquiera las preocupaciones espirituales que
sostenían la posición de Palamás. Vio rápidamente en la posición palamita la negación de
la unidad y de la simplicidad divina. A1 igual que en el caso del Filioque, nos
encontramos ante un trágico malentendido. Palamás creía, en el fondo, que mantenía 1a
misma postura que afirmaba Occidente: Es decir, la existencia de un Dios trascendente que
se comunica efectivamente a su creatura sin cesar de ser el mismo.
Cuando declara que la esencia divina es incomunicable, ininteligible, no hace sino
traducir 1a pequeñez de nuestro entendimiento y nuestra participación en la vida divina, y
la distancia que separa a Dios y a la creatura del seno mismo de la deificación. Palamás
cree salvar la percepción misma de un Santo Tomás, la autenticidad de una comunicación
de la vida divina efectiva, excluyendo el panteísmo.
Por desgracia los dos desarrollas doctrinales, occidental y oriental, se situaban en
contextos espirituales tan diferentes que toda discusión era imposible: En nuestros días
sólo un estudio profundo permitirá mostrar, de una parte, que Santa Tomás y la teología de
la Trinidad pone de relieve las Personas (coma lo quieren los Padres griegos), y por otra
parte, que la teología palamita refleja las preocupaciones esenciales de la tradición
oriental.
Esta incomprensión recíproca era sin duda más acentuada porque el clima eclesiológico
era, aquí y allí, completamente diferente.
d) Las opciones eclesiológicas. - Oriente y Occidente poLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 99
seían fundamentalmente la misma concepción del misterio de la Iglesia, pero al nivel de
las relaciones con el Estado; al nivel canónico, no la vivieron de la misma manera.
Para la Iglesia de Roma todo orden eclesiástico, canónico y magisterial, estaba fundado
en la «soliditas», en la firmeza del Príncipe de los Apóstoles. Para Bizancio, por el
contrario, todo, incluso los privilegios del Obispo de Roma descendían del emperador.
La Iglesia de Oriente se había instalado en las condiciones del mundo bizantino, se
había acomodado poco a poco a una situación de semi-independencia y había concedido al
emperador una posición excesivamente favorable en todo lo que concernía a la vida de la
Iglesia, cuando menos a su vida exterior. La situación cultural del mundo bizantino,
continuación del imperio romano, explica par otra parte, en cierta medida esta actitud.
Existía en el imperio bizantino una élite de laicos, un cuerpo de funcionarios laicos
instruidos. Occidente, por el contrario, después de la invasión de los bárbaros había dado
una preeminencia a la Iglesia, que constituía a través de los monjes y los clérigos la obra
de la civilización.
Roma había afirmado su primacía sobre el conjunto de las Iglesias; los textos tan claros
de Sirice (348-398), de Inocencio I (401-407), de Sosimo (417-418), de Bonifacio I (418422), lo atestiguan. Pero las reivindicaciones universalistas de San León (440-461), de
Gelasio, de Hormidas, de San Gregorio están en todas las memorias. Y Oriente parece que
no puso nunca en duda, de modo directo, esta primacía, a no ser el día en que Roma quiso
intervenir directamente en la vida de la Iglesia de Oriente, sin haber sido invitada a ello. Se
proclamaba, en efecto, en razón de una vocación divina, la «regla de la Iglesia universal».
Mientras que Occidente veía en la silla Apostólica Romana el criterio de la verdad,
Oriente lo descubría en la tradición de la Iglesia expresada en
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 100
la comunión de las Iglesias y especialmente en la vía conciliar. Los orientales, como
consecuencia de su concepción de la Iglesia como manifestación terrestre de las realidades
celestes, orientaban mucho más su espíritu hacia la fe apostólica desvelada y expresada en
la historia por los instrumentos del Espíritu Santo, que hacia la autoridad apostólica. Sin
duda eran menos sensibles que los occidentales en la dimensión del universalismo, a pesar
de que Bizancio en los siglos XII y XIII no cesó de criticar el absolutismo, la
centralización y la fiscalización de la Curia Romana, a la que la reforma de Gregorio VII
había servido como de introducción. A sus ojos, la Iglesia Romana estaba separada de la
comunión que era la Iglesia antigua, sobreañadiéndole un principio exterior, quizá más
eficaz en el plano humano, pero destructor de la naturaleza de esta comunión. Había, pues,
acometido a la fraternidad da las Iglesias para introducir la esclavitud y la sujeción; a
partir del año 869 en que el legado había declarado que Roma era la fuente y la regla de la
Iglesia universal, los obispos bizantinos iban a decir a Ignacio y a Basilio que habían
obrado mal liberando a la Iglesia de Constantinopla, como un siervo; de Roma, su maestra;
y Nilo Cabasilas, en el siglo XIV, veía la causa del cisma en la oposición de dos maneras
de dirimir las cuestiones doctrinales por la vía de los concilios y por la de los decretos
romanos que tienen valor por sí mismos.
El desarrollo de la teología occidental, que conducirá después del gran movimiento
espiritual suscitado por el Concilio de Trento a la definición de la primacía pontificia en el
Concilio Vaticano, no hará sino profundizar más la fosa. Oriente, en una actitud polémica,
llegará a negar radicalmente la primacía romana, reconocida no obstante a través de los
siglos. Además, los desarrollos de la reforma, después del radicalismo y de la revolución,
vienen a justificar a las ojos de los orientales su propio punto de vista. Kirieievsky lo
declaró, por ejemplo, en una fórmula que resume
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. SIETE - 101
bastante bien la posición oriental: «De la preferencia que el mundo latino ha concedido a
la razón lógica se ha seguido la disociación, de la disociación se han desarrollado la
escolástica en la fe, después la reforma en la fe, después la filosofía al margen de la fe».
Los tres factores en razón de los cuales el catolicismo ha encontrado su fisonomía
moderna: escolástica, reforma, racionalismo, son de hecho algo extraño al Oriente, fiel a la
tradición de los Padres, guardián de un equilibrio de valores que era en suma lo que nos
era común en el siglo XI.
Sin duda el conflicto todavía tiene solución: los orientales tienen razón en desear la
comunión de las Iglesias, pero se equivocan al desechar la primacía romana; los
occidentales no dan apenas valor a 1a comunión de las Iglesias. Oriente y Occidente
defendían, en realidad, valores complementarios y no contradictorios. Desgraciadamente
los dos mundos espirituales no están todavía dispuestos a comprenderse profundamente.
En la época actual lo único que se puede conseguir de momento es entablar el diálogo:
sobre esto volveremos en el último capítulo.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 103
CAPITULO VIII
PRESIONES DE LA HISTORIA Y DESVIACIONES RELIGIOSAS
La ruptura del cisma y el fracaso del Concilio de Florencia, agravados aún por las
presiones de la historia (toma de Constantinopla, ocupación turca, influencia del mundo
occidental) condujeron al Oriente cristiano a encerrarse sobre sí mismo, en un movimiento
reflejo de defensa, que no hacía sino traducir la voluntad de los ortodoxos de guardar su
verdadera personalidad, menospreciando lo trágico de la situación. Este repliegue condujo
a un cierto fanatismo, que el proselitismo a veces inconsiderado y la incomprensión de
algunos misioneros católicos y protestantes contribuyeron a fomentar. El diálogo que
habría debido establecerse entre la tradición latina y la tradición oriental era
comprometido.
I. La oposición al Occidente latino
La oposición al Occidente latino podía mantenerse tanto más fácilmente cuanto que el
Oriente poseía esta plenitud de visión cristiana gracias al tesoro incomparable de la liturgia
y de los Padres, que había sido siempre como la expresión viva y tangible de la defensa de
la fe y de la unidad cristiana. Había surgido como
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 104
consecuencia de un inmenso esfuerzo por asimilar la cultura mediterránea oriental y
unificarla al servicio de la unidad de la Iglesia.
Después de la separación de las Iglesias armenia, persa, siria y copta, Bizancio había
sido el campeón de la unidad y había comenzado por la introducción de su rito y su
derecho en todas las Iglesias que permanecieron fieles a la ortodoxia , haciendo desaparecer la diversidad de ritos que parecía peligrosa para la unidad eclesiástica. Polarizada por
este esfuerzo de unificación, de defensa de la ortodoxia, se había encerrado sobre su propia
tradición, y había visto en Roma una Iglesia que un poco a la manera de las cristiandades
armenias o monofisistas quería escapar a la unidad que ella misma había querido
implantar. Así llegó a identificar la fe can la práctica bizantina: «Todas las Iglesias de
Dios, escribirá el gran canonista Teodoro Balsamón en el .siglo XI, deben seguir los usos
de la nueva Roma, es decir, de Constantinopla, y celebrar los santos misterios según la
tradición de loa grandes doctores y las antorchas de la piedad, los santos Juan Crisóstomo
y Basilio».
A medida que la ruptura se prolongaba, la oposición se endurecía hasta acentuar los
aspectos del pensamiento y de la vida, incompatibles con la tradición latina y en particular
con Roma. Ésta apareció cada vez como sucumbiendo al espejismo del poder secular y
queriendo someter al mundo entero. El Oriente superó, a partir de entonces, las
dificultades que conoció el mundo católico, en el renacimiento y en la reforma como una
justificación de su propia posición y dejó penetrar en él, gracias a sus resentimientos
antilatinos, ideas protestantes que le resultaban profundamente extrañas.
Siempre retraído respecto a Occidente, no pudo por otra parte aprovechar la experiencia
espiritual que éste amasaba en su encuentro con el mundo moderno. La polémica con la
Iglesia Católica se convertía, cada vez más, en un complejo de desconLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 105
fianza y menosprecio. Esta oposición espiritual se hizo tanto más fuerte cuanta que la
herencia de Bizancio jugaba un papel histórica importante y porque los mundos culturales
de los orientales y de los occidentales se hacían cada vez más diferentes.
II. La herencia de Bizancio
La descomposición de la iconaclastia marca el triunfa de la Iglesia de Oriente, que
terminó por someter al imperio al servicio de la religión. Este imperio no tuvo en adelante
otro sentido que el de servir al cristianismo. ¿No se dijo en la Epanagoge (s. IX) que «el
emperador debe distinguirse sobre todo por su ortodoxia y por su piedad, conocer los
dogmas de la Santa Trinidad y las definiciones relativas a la salvación de la Encarnación
de Nuestro Señor Jesucristo»? ¿No repetimos constantemente el axioma del paralelismo y
equilibrio de dos poderes, el Patriarca y el Emperador, que son «los elementos
constitutivos y esenciales del Estado»?
Este triunfo tuvo, sin embargo, consecuencias trágicas: hubo una tendencia a considerar
a la Iglesia y al imperio coma dos entidades perfectas, absolutas que realizaban una
actividad perfectamente armónica y complementaria. Esto era suprimir el mundo del
desarrolla, de la búsqueda de la verdad y de la acción por el de la theoria, instalarse en una
falsa eternidad y negar la historia en provecho de la escatología. Pues el imperio, acabamiento de la historia, dejaba de ser una realidad de este mundo para convertirse en un algo
necesario para la vida de la Iglesia terrestre.
Esta actitud antihistórica de Bizancio fue, según la expresión del P. Schmemann
(ortodoxo), «el gran error de Bizancio». La historia en definitiva no se dejó meter entre
paréntesis, e hizo saltar
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 106
la «teoría». El universalismo era una propiedad de la Iglesia, pero también, una condición
esencial del ideal teocrática. Por desgracia en el momento en que el slogan: «Sólo hay un
Basileus cristiano en todo el Universo» se divulgaba, era ya una falsedad, pues el Imperio
se encogía como una piel, y en seguida no se extendía sino sobre Asia Menor, Grecia y el
sur de Italia. Absorbidos en su contemplación los bizantinos no se dieron cuenta de la
trágica realidad, que según ellos no podía destruir la eterna tradición de «su pueblo».
Insensiblemente, bajo los golpes de 1a historia- ruptura con el Occidente latino y,
después de la invasión árabe, pérdida de los súbditos semitas, se replegaron sobre sí
mismos. Así como el reino de Israel subsistió hasta la llegada de Cristo -decía ya el
patriarca Focio- creemos que el imperio nos pertenecerá a nosotros, griegas, hasta la
segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo. Así, paradójicamente, el universalismo,
fundamento de la teocracia, se transformó en un nacionalismo y después en un mesianismo
griego. Éste influyó enormemente sobre las relaciones entre griegos y eslavos, después
penetró en el pensamiento ruso, y finalmente en el pensamiento de las diversas ortodoxias.
Las circunstancias históricas vinieron a agravar más todavía estas orientaciones
espontáneas debidas al mito bizantino. Después del Concilio de Florencia y de la caída de
Bizancio, la ortodoxia griega tuvo que emplear la totalidad de sus fuerzas en su propia
defensa, identificada con el ideal nacional, amenazado de una parte por el Islam y de Otra
por el Catolicismo. De esta época parte la ecuación entre helenismo (en el sentido nacional
griego) y cristianismo. El titular de la Sede ecuménica de Constantinopla, desde la toma de
esta ciudad, pasó a ser etnarca. Era saludado por los obispos con el título de «su Soberano,
su Emperador y su Patriarca», y acumulaba a su función espiritual la autoridad civil sobre
todos los cristianos del imperio otomano. Era una de los
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 107
privilegios que Mohamed II había concedido personalmente a Gennades Scolarios, al darle
la investidura: «Sé Patriarca, guarda nuestra amistad y posee todos los privilegias que
poseían los patriarcas tus predecesores. Esta dignidad de etnarca que, desgraciadamente,
hizo participar a estos patriarcas, por su posición oficial, de la corrupción general de la
Puerta, llevó progresivamente la autoridad del Patriarca griego de Constantinopla a ejercitarse sobre todos los demás centros ortodoxas, muy frecuentemente en interés de una
identificación de la ortodoxia y del helenismo. Los pueblos eslavos o árabes sufrieron
grandes vejaciones de parte de los griegos que los dominaban. (El patriarcado búlgaro
recibió, por ejemplo, un titular griego.) El nacionalismo griego suscitó así nacionalismos
eslavas que, cuando las situaciones fueron favorables, salieron a la luz. Éste fue el cisma
búlgaro del siglo XIX y el origen de las iglesias autocéfalas o nacionales, en una atmósfera
de oposición y de hostilidad entre diferentes pueblos.
La Iglesia rusa se liberó del yugo turca, y habría podido rehacerse, pero Rusia se había
dejado arrastrar por el espejismo bizantino. Con su teoría de la tercera Roma elaboró un
sistema nacional teocrático, no menos absoluto que el de Bizancio: «No hay sino un solo
zar ruso ortodoxo en el mundo, como Noé en el arca... que gobierna la Iglesia de Cristo y
profesa la Ortodoxia». Así la teocracia rusa fue coloreada de nacionalismo mesiánico
desde su nacimiento. Todos los imperios habían sucumbido, sólo el pueblo ruso había sido
elegida para una misión especial, en la cual la historia del mundo encontraría su
realización. «Después esperaremos el reino que no tendrá fin.»
Demasiado identificada con su mundo nacional, la Iglesia ortodoxa se encontró a
comienzos del siglo XVIII totalmente sometida a Pedro el Grande, que le impuso la
institución del Santo Sínodo, en lugar del abolido patriarcado (1721); según el célebre
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 108
reglamento eclesiástico redactado, a pesar de las protestas de Esteban Yavortski,
metropolitano de Riazan, por Teófanes Prokopovitch -católico pasado a ortodoxo e
impregnado de ideas luteranas-, la dirección de la Iglesia ortodoxa fue confiada a un
sínodo, o mejor dicho, a una comisión de obispos designados por el Zar y presididos en su
nombre por un funcionario civil. Era la transformación de los obispos en grandes
funcionarios. La Iglesia se convertía en un rodaje del Estado imperial, con libertad muy
limitada.
Cuando terminó la dominación turca, a comienzos del siglo XIX, la Iglesia de Grecia
conoció también el mismo infortunio. Su estatuto fue calcado del de los consistorios
alemanes, pero sobre todo, del Sínodo de la Iglesia rusa. El estado maniataba
prácticamente a la Iglesia. Instituía la esclavitud de la Iglesia, y el siglo pasado no ha sido
sino una larga lucha infructuosa de ésta por sacudirse este yugo intolerable.
Nacionalismo y mesianismo nacional han marcado la tónica de las iglesias ortodoxas, y
el verdadero problema balcánico entre griegos, servios y búlgaros no es un simple asunto
de rivalidades, sino más bien de pretensiones nacionales a la sucesión de Bizancio. Estas
pretensiones nacionales fueron tan fuertes, que, en el umbral del siglo XX, las Iglesias
ortodoxas vivían separadas las unas de las otras sin verdaderos contactos y que en estos
días todavía la influencia nacionalista se hace sentir sobre las comunidades ortodoxas,
acusando la trágica falta de unidad de la Iglesia ortodoxa.
Hará falta una crítica rigurosa de todo este pasado para que la ortodoxia pueda
definitivamente desembarazarse de las dificultades que impiden su desarrollo. El Padre
Schmemann ha inaugurado este esfuerzo; es él quien escribía recientemente: «No creo que
nadie pueda negar que uno de los hechos de la teocracia bizantina, que ensombreció por
más largo tiempo la historia del
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 109
Oriente Ortodoxo, haya sido el desarrolla de los nacionalismos religiosos, haciendo que se
fusionaran progresivamente la estructura y la organización propia de la Iglesia con la
nación, resultando de ello la expresión de una vida nacional». (La primacía de Pedro en la
Iglesia Ortodoxa, p. 148.)
E1 Occidente colaboró consciente o inconsciente a este declive de Oriente. Hemos
hablado ya de las Cruzadas, y hemos visto cómo fueron determinantes para el mundo
griego y también para Rusia. Después del saqueo de Constantinopla por las cruzados, y de
la instauración del imperio latino, Occidente apareció a los ojos de los rusos como un
mundo extraño y hostil. En su lucha desesperada contra el invasor tártaro se aislaron, sobre
todo al sentir crecer la fuerza amenazadora de Occidente (caballeros portapuñales y
suecos) vuelta contra ellos. Así, coma en Grecia, la Iglesia rusa se convirtió en el símbolo
y encarnación del alma nacional, cuando el país se batía por su existencia entre el Asia
musulmana y Occidente. En este clima de hostilidad violenta, las uniones de orientales con
Roma aparecieron como traiciones a la Ortodoxia y como victorias de un Occidente
enemigo. En Rusia, por ejemplo, la hostilidad contra el Catolicismo aumentó a fines del
siglo XVI, a favor del movimiento, a la vez político y religioso, que arrancó a la Iglesia
Ortodoxa una masa considerable de fieles -para la instauración de la Iglesia unida de
Polonia- y que hasta entonces habían sido considerados como miembros de la familia rusa.
Ella alcanzó su máxima expresión en la lucha suprema de Rusia -y de la Iglesia, que apeló
a la guerra santa- contra Polonia, al comienzo del siglo XVII. La Iglesia Católica fue desde
entonces considerada coma el peor enemigo de Rusia.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 110
III. La lucha por el espíritu ortodoxo
Estas pasiones históricas habrían sido fatales para la Iglesia Ortodoxa si ésta no hubiera
poseído la admirable plenitud de sus celebraciones litúrgicas. Su supervivencia se debe a
su instinto de fidelidad a la verdad contenida en la liturgia y en los escritos de los Padres.
No sin cierta dificultad se sustrajo a la influencia de la Reforma y la Contrarreforma.
Frente a las infiltraciones protestantes mantuvo lo esencial del pensamiento tradicional a
través de las fórmulas marcadas por la teología latina: es la época de las confesiones de
Pedro Moghlia y de Dositheo de Jerusalén. Pero al romper con el mundo latino había, más
a menas conscientemente, rehusado desarrollar el diálogo de la razón y de la fe extendida a
toda la cultura. Así, cuando estos movimientos espirituales se hicieron sentir de rechazo en
Oriente, éste no tenía teología propia para las cuestiones modernas. Es por esto que se
explica en gran parte la influencia protestante, en particular en Rusia a partir de la época
de Pedro el Grande. En las condiciones en que se encontraba la Ortodoxia era difícil hacer
valer, a no ser recurriendo a la teología protestante, la que en el doble dominio de la
revelación y de la experiencia parecía demasiado sacrificado por los teólogos latinos, hacia
loa que sentían gran hostilidad. Encontró entre los protestantes las armas para defenderse
de los católicas, así como utilizaba la dogmática católica para luchar contra el
protestantismo. Y por ahí se infiltró el protestantismo en el pensamiento teológico. En la
segunda mitad del siglo XVII la Iglesia rusa adoptó, por ejemplo, ciertas tesis de los
protestantes alemanes. En el siglo XIX las academias eclesiásticas se influenciaron de
luteranismo al utilizar
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 111
las traducciones de Harnack, Sohm y Zahm. Hay que señalar también como la crítica del
catolicismo por parte de los protestantes preparó el terreno para la penetración de las ideas
filosóficas francesas en Rusia en el siglo XVIII.
Estas influencias nos enseñan la falta de firmeza del pensamiento ortodoxo frente al
mundo moderno. Si supo mantener la gran tradición patrística no supo enfrentarse con las
problemas modernos en toda su complejidad. Así Pharmakidis, el autor de la Constitución
de la Iglesia Griega en el siglo XIX está influido, más o menos conscientemente, por el
modernismo eclesiástico que separa la fe y la constitución de la Iglesia. La falta de un
verdadero magisterio eclesiástico capaz de distinguir lo esencial de lo superfluo, se hizo
cada vez más aguda. Los teólogos no tenían en toda la tradición los' instrumentos
necesarios para distinguir los distintos valores. No citaremos aquí más que el problema
que se planteó la conciencia ortodoxa al traducir la Biblia al griego moderno o al ruso.
Aunque la Iglesia Ortodoxa no tiene nada contra una traducción de este tipo, en el mundo
griego hubo que prohibirla para evitar la influencia protestante. lconomos, teólogo
conservador del siglo XIX, recordó que toda la vida del cristiano estaba regulada por la
Iglesia, y que ninguna traducción debía tomarle este papel. Sin embargo, no pudo evitar
que se hicieran algunas traducciones.
Hay que llegar al final del siglo XIX para que aparezca una traducción rusa del
Evangelio, debida al Santo Sínodo, en la que participaron muchas sociedades bíblicas
(entre las cuales se encontraba la Sociedad Bíblica Rusa, nacida de la Sociedad Bíblica
Británica). El texto de esta edición popular fue sancionado por el Santo Sínodo.
Esta falta de reflexión y de discernimiento teológicos nos ayudan a comprender por qué
la Ortodoxia no pudo evitar algunos cismas (el de Raskol, que provocó en Rusia una larga
serie de
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 112
choques entre el pueblo y la Iglesia, y el de los Paleohimerólogos griegos). Ya hemos
señalado en el «Misterio, revelado» cómo la formación litúrgica comprende todo el
hombre, afirmando sin cesar la grandeza de Dios, la salvación y la sobreabundancia de la
misericordia divina. Pero, el modo de celebrar las ceremonias en la Iglesia de Oriente, crea
el peligro de pararse en las formas exteriores, en las rúbricas y los símbolos sin penetrar en
su sentido. Esto es lo que sucedió en los dos cismas a que nos hemos referido.
En el siglo XVII Philareto, Josaphat y José, emprendieran una corrección de los libros
litúrgicos. Cuando en 1652 el Patriarca Nicon cambió las bases del trabajo, se
desencadenó la tormenta. Los Raskolniki tuvieron la impresión de que la tradición se venía
abajo. Su respeto por cada palabra de los ritos litúrgicos se extendía a cada gesto y a los
menores detalles de 1a antigua tradición, con una fidelidad ciega a lo que ellos creían era
la enseñanza de la Iglesia. Se declaró un cisma contra la Iglesia oficial. Cuando murieron
los obispos y sacerdotes que les habían conducido, los tradicionalistas se encontraron sin
clero y esta situación angustiosa provocó una nueva escisión. Unos, mediante subterfugios
y simonía, lograron ser ordenados por los obispos de la iglesia oficial: son los «popovtzi».
Otros rehusaron admitir la validez de las ordenaciones conferidas por los obispos de la
Iglesia del Zar, y prefirieron prescindir de ellos: son los «bezpopovtzi», grupos laicos que
rezan en familia o en pequeñas grupos, en alguna capilla retirada bajo la dirección de
algún anciano, pero que admiten siempre, desde el punto de vista teológico, la organización de la Iglesia y sus sacramentos, el culto a los santos y la mayor parte de las
prácticas rituales.
Un cisma análogo tuvo lugar en Grecia en 1923, cuando el Arzobispo de Atenas, de
acuerdo con los Patriarcas de Constantinopla y Alejandría adoptó el calendario gregoriano.
Casi un miLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 113
llón de personas se separaron entonces de la Iglesia oficial, a la que no quisieron unirse a
pesar de todas las persecuciones de que fueron objeto.
Tampoco el patriarca Joaquín III, a principios de siglo, pudo llevar a cabo la reforma
necesaria para adaptar la Ortodoxia al mundo moderno.
La ausencia de una autoridad en el plano de la enseñanza superior y media, sobre el uso
y estudio de la Biblia, fuera de la liturgia, ha dejado el campo relativamente abierto para la
propaganda de ciertos movimientos de importación extranjera y al desarrollo de las
tendencias «místicas» del pueblo ruso.
Citemos las sectas racionalistas de Novgorod en el siglo XVI, eco de las agitaciones
husitas en Rusia. Más tarde tomaran forma de protesta contra el ritualismo ortodoxo,
afirmando un culto en espíritu y en verdad fuera de la vida eclesiástica constituida. Se
desarrollaron bajo formas diversas bajo la influencia de los colonos alemanes menonitas.
También algunos grupos protestantes como los Baptistas se extendieron en Rusia a fines
del siglo XIX buscando un descubrimiento personal de Cristo fuera del ritualismo.
Finalmente, ciertas tendencias maniqueas encontraron un terreno propicio en Rusia,
debido a la tendencia al dualismo presente en el mundo bizantino. Ello explica algunos
suicidios colectivos bajo Pedro el Grande.
Los censos hechos en Rusia a fines del siglo XIX atestiguan que un cuarto de la
población pertenecía a las sectas, y es triste ver con qué rapidez las poblaciones ortodoxas
se dejan influir por la propaganda sectaria.
Lo que le ha faltado a la Iglesia Ortodoxa, tanto en el terreno de la vida cristiana como
en el doctrinal, es un verdadero centro de comunión, un magisterio capaz de reprimir los
abusos, de imponer reformas y favorecer las fuerzas nuevas suscitadas por el
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 114
Espíritu y capaz de orientar a las almas hacia soluciones conformes a la verdad
cristiana. A causa de esta falta la Iglesia Ortodoxa no pudo dar a1 mundo el testimonio que
se esperaba de ella. Sin embargo, no hay que juzgar demasiado severamente algunas de
sus desviaciones, pues nuestra responsabilidad está unida a nuestra incomprensión del
Oriente cristiano. E1 solo hecho de haber mantenido viva su tradición litúrgica, merece
nuestra gratitud hacia estos hermanos nuestros ortodoxos. Es esta fidelidad a la tradición
viva que ha permitido las reformas de hoy.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. NUEVE - 115
CAPITULO IX
LA RENOVACIÓN MODERNA Y LA CONCIENCIA ORTODOXA
Era de esperar, y así sucedió efectivamente, que la plenitud patrística y litúrgica vivida
por los monjes daría como resultado la renovación de la Ortodoxia moderna.
I. La renovación monástica
En los últimos años del siglo XVIII, tres hombres ligados por una fuerte amistad,
Atanasio de Paros, Macarios de Corinto y Nicodemo el Hagiógrafo, tuvieron el valor de
intentar revalorizar la tradición hesicasta. Nicodemo publicó en Venecia, en 1782, una
selección de textos patrísticos, La Filocalia de los santas nepticos, preparando con ello,
sin saberlo, la profunda renovación que tuvo lugar en el siglo XIX ante los problemas
nuevos.
Además era el guía espiritual de un grupo de monjes athonidas, partidarios de la
comunión frecuente, y que eran calificados por sus adversarios de colivistas. Tras diversas
persecuciones debieron abandonar el monte Athos. Se extendieron por Grecia y predicaron
sus ideas, de modo especial por Tesalia, Epiro, Peloponeso y por las islas. Uno de los
monjes arrojados del monte
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 116
Athos era un tal Nifon el Cristiano, que llegó a la isla de Lipsia, cerca de Patmos. Allá
se encontró con Macarios de Corinto y algunos otros y fundaron un monasterio. Pasó a
Icaria, donde fundó otro monasterio, después a la isla de Sciatos, donde, con Gregorio
Hatzistamatis, puso los fundamentos del famoso monasterio de la Anunciación. Por allí
pasaron dos grandes escritores laicos del sigla XIX, Alejandro Papadiamandis y Alejandro
Moraitidis, chantres del magnífico florecimiento espiritual que siguió al movimiento. Pese
a ser menos conocidas que Dostoievski y Gogol, que se debieron a la misma influencia,
jugaron el mismo papel que ellos en el mundo griego.
Esta corriente pudo volver a instalarse en el monte Athos y en sus monasterios, San
Gregorio, San Dionisio, San Pablo, que todavía hoy son bastante prósperos. Gracias al P.
Gabriel y al P. Teóclito, del misma monasterio - autor de Entre cielo y tierra -, la atención
del mundo griego ha sido captada por la profunda significación de la vida monástica en la
Iglesia. Otro monasterio, el de Longovarda, en Paros, bajo la dirección del P. Philoteo
Zervacos - autor de libros como El Peregrino, Apo logía del monaquismo, Guía espiritual
de Palestina y del Sinaí - constituye también un foco, silencioso pera eficaz, la gran
tradición contemplativa de la Iglesia Ortodoxa.
El movimiento hesicasta ha dejado finalmente su profunda persistente de huella en la
vida religiosa de Patmos, donde el P. Amphilokios, director espiritual de numerosos
sacerdotes, creó una congregación de monjas para dirigir un orfelinato de niñas, y está
meditando la fundación de una orden monacal internacional al servicio del apostolado:
La renovación monástica griega del siglo XIX transmitió el soplo de la tradición
monacal al mundo ruso. El «staretz» Paissé Velitchkovsky, nacido en Ucrania, fue quien
recogió la andanada. Había pasado la mayor parte de su vida en el Monte Athos y
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en un convento de Moldavia. Visitó entonces los conventos rusos y los exhortó a volver a
la gran tradición patrística. Luchando continuamente contra el relajamiento y la
ignorancia, traductor infatigable de textos, fundó una verdadera escuela de traducción para
proporcionar al estudio de la literatura monástica una base en los Padres de la Iglesia
Oriental. Los conventos rusos abrieron sus puertas a los estudios realizados en las cuatro
grandes academias, que tradujeron al ruso todas las obras de los Padres Griegos.
La obra de Velitchkovsky se notó todavía más en su labor de reorganización directa de
la vida monástica. Recomendó que las monjes más venerables se transformasen en
directores de conciencia, aparte de su labor concreta en el monasterio. Se trataba de
separar la dirección puramente espiritual del control de las autoridades eclesiásticas ligadas al Estado- o civiles. Esto explica el gran resurgimiento ruso de mediados del XIX.
Este hecho ejerció considerable influencia incluso en la sociedad laica, sobre la cual la
influencia de la Iglesia era, hasta entonces, nula. Toda la iglesia rusa se regeneró, pues los
obispos, elegidos entre los monjes, salían de los monasterios con mayor intensidad espiritual. Desde entonces data la lucha por sacudirse las cadenas del Estado.
A lo largo del siglo XIX la tradición de la oración íntima se mantuvo también en
Rumania a la sombra de los monasterios. Un importante avance se debe a los trabajos de
tema teológico, de autores rumanos del siglo XX. El vigor de este renacimiento es sensible
en las notas de la edición rumana de la filocalia, utilizando los trabajos de Blondel, Forest,
Maritain, etc.
El Líbano también se ha visto afectado en nuestros días por el movimiento monástico.
Hacia 1949, una comunidad femenina se instaló en el monasterio de San Jaime, cerca de
Trípoli, antiguo convento franco de la época de las cruzadas. Se asociaron a
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esta fundación monjes de Jerusalén, el P. Lev Gillet, y monjas rusas de Francia. Una nueva
comunidad ocupó en 1957 el monasterio de Dier-el-Harf. Estas dos comunidades que
hemos mencionado forman parte de la actividad ecuménica del país. Se relacionan con
religiosos católicos, como las Hermanitas de Jesús, o los Dominicos de Beirut, y con las
monjas protestantes de Grandchamp.
En resumen: el movimiento monástico del siglo XIX constituye una esencial
contribución al despertar de la Iglesia. Como consecuencia, y no casual por cierto, vienen
el despertar teológico y de la predicación.
II. La renovación teológica
La teología rusa, y toda la teología ortodoxa moderna, iniciaron su renovación a partir
de dos laicos: Kirieievsky y Khomiakov. El primero, encontró la fuente de su inspiración
en la fe de la Iglesia Oriental y en la experiencia espiritual de la transformación ontológica
del ser por obra de la gracia, en la experiencia del hombre, transfigurado y convertido en
un nuevo ser dentro de la Iglesia. Considera como sus maestros más importantes a Isaac el
Siria, que ha escrito «el más profunda y penetrante estudio filosófico», a Macarios de
Egipto, el abad Doroteo, Juan Clímaco, Barsanuphe y Juan, los «staretz» de Optina
Poustyne, y sobre todo al P. Macarios. Por esta relación vemos cómo se inserta en la gran
renovación filocálica, inaugurada a fines del siglo XVIII por Nicodemo el Hagiógrafo. Por
otra parte, recoge toda la tradición oriental que se desvaneció en el siglo XIV con el
movimiento palamita.
Su propósito se resume en la enseñanza de las doctrinas de las Padres y de la tradición
espiritual oriental, de manera que tal enseñanza «responda a la ciencia actual y
corresponda a las exiLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 119
gencias y problemas del espíritu moderno». Para ello se necesita estar por encima «de la
falsa contradicción entre razón y fe, entre las convicciones interiores y la vida exterior».
Intenta una «reconciliación de la fe y la razón», susceptible de «confirmar la verdad
espiritual con supremacía sobre la verdad natural, elevar la verdad natural hasta su
verdadera relación con la verdad espiritual, y, en fin, unir las dos en una sola verdad».
La filosofía de Kirieievsky puede resumirse en una frase: «comunión espiritual de todos
los cristianos en la plenitud de la Iglesia». En esta frase quiere dar a entender que cada
alma vive el misterio de la Iglesia cuando se hace suya la Redención de Cristo. Significa
también que, a partir de esta idea base, pueda interpretarse toda la historia universal,
especialmente del continente europeo.
Khomiakov se inspiró en la mística, la liturgia y la patrística de la Iglesia oriental, que
conocía a fondo. Su idea: «Abrir a la intelectualidad humana todos los campos que le son
propios, dejando curso libre a su desarrollo... La ciencia filosófica, considerada como una
unidad con vida, nace en la fe y a ella vuelve; a la razón le da libertad, y al conocimiento
interno fuerza y plenitud». Su principio básico es el siguiente: «La verdad no es accesible
al espíritu aislado, sino únicamente a la unión de unas cuantas inteligencias unidas entre
ellas por el amor». En función de estas perspectivas patrísticas estas dos autores renovaron
la teología subrayando que no hay otro medio para entrar en contacto con las realidades
divinas que la participación de la Iglesia.
«Sólo la divinidad, dice Khomiakov, puede compendiar a Cristo y su
inteligencia. Es preciso tener dentro de uno mismo a Cristo vivo para poder
acercarse a su trono. Sólo la Iglesia santa e inmortal, tabernáculo del Espíritu
Divino, con Cristo, su Salvador y Cabeza, en su seno, unida a Él por lazos tan
íntimos que la palabra humana es insuLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 120
ficiente para describirlos, sólo Ella tiene el derecho y el poder de contemplar la
majestad celeste y de penetrar en sus misterios... La plenitud del espíritu
eclesiástico no es ni un ser colectivo ni un ser abstracto: es el Espíritu de Dios,
que se conoce a sí mismo y que no podría ignorarse.»
Sólo la Iglesia, en efecto, es el sujeto del conocimiento superior. Es «la revelación del
Espíritu Santo en el mutuo amor entre los cristianos; el amor que les conduce al Padre por
medio del Verbo Encarnado, Nuestro Señor Jesucristo». Es «el principio vital y, en el
sentido espiritual, en tanto que comunión espiritual, es un cuerpo viviente». La Iglesia es,
pues, verdad y libertad. «La herencia de vida espiritual que nos transmitieron los
Apóstoles. Una definición todavía mejor: «la revelación continuada, la inspiración del
Espíritu de Dios.»
«La Iglesia no es una autoridad, porque toda autoridad es algo exterior a
nosotros. Es la Verdad... Ni Dios, ni Cristo, ni su Iglesia son autoridad. Son la
Verdad: pertenecen a la vida interior del cristiano; en su interior viven con
mayor intensidad que su corazón a su sangre; pero sólo son su vida en tanto que
el hombre viva la vida universal del amor y de la unidad.»
La Iglesia, unidad de la gracia, vive en todos aquellos que obedecen a esta gracia, obra
en la perfección interior y en la visión divina del hombre, es decir, en su fe. La Iglesia es la
máxima posibilidad de la inteligencia humana por cuanto lleva en sí misma las fuerzas de
la libertad y de la unidad, valores a los que está confiado el misterio de la libertad del
hombre en Cristo Salvador.
Ciertamente, esta doctrina es parcial y unilateral: puede conducir a un peligroso
congregacionalismo. Tiene, empero, el mérito de haber despertado la teología.
El esfuerzo de Kirieievky y de Khomiakov está dirigido a crear una verdadera
perspectiva cristiana, en relación con la patrística del pasado y abierta al porvenir y al
trabajo de integrar todo el pensamiento humano.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 121
Kirieievsky dice, por ejemplo: «El amor por la cultura occidental y por la nuestra se
unen, en su último desarrollo, en un solo amor, el amor por una civilización viva, universal
y cristiana. La unilateralidad nace y se rechaza mutuamente. La misión de la cultura
creadora del futuro consistirá en que los principios más elevados de la Iglesia ortodoxa
dominen a la cultura europea, sin suplantarla, pero rodeándola par completo, en toda su
sentido de existencia y en su desarrollo final», o esta otra frase: «Es preciso que la cultura
ortodoxa se extienda por encima de todo el desarrollo intelectual de la era moderna para
que la verdad cristiana, enriquecida con la sabiduría terrena, manifieste de forma más
poderosa su soberanía sobre las verdades relativas de la razón humana».
Khomiakov, por su parte, declaraba:
«La profunda filosofía, viva y pura de los Santos Padres, representa el germen
de un principio filosófico superior; con su desarrollo, siguiendo a las exigencias
y a los problemas de la razón y de las ciencias actuales, llegaremos a una nueva
ciencia del pensamiento.»
Para ambos, «el futuro de la filosofía es el de toda la vida intelectual», ya que se trata de
realizar la síntesis de la conciencia ortodoxa con los mejores productos de la cultura
moderna, o incluso, de transformar éstos sumergiéndolos en el mundo de 1a fe, Esta
filosofía, que es teología, contiene en germen todas las actitudes que dominarán el
pensamiento ortodoxo moderno.
El pensamiento de estos autores está dominado por la idea de la participación en la vida
de la Iglesia, como elemento necesario para toda teología. El esfuerzo intelectual está
totalmente abrazado por el amor cristiano, como ligamen ontológico entre los seres. Lo
resumen todo en e1 helenismo cristiano, por cuanto el pensamiento de los Padres, y de los
Padres Griegos en particular, representa el esfuerzo cristiano normativo de esta asimiLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 122
lación total del pensamiento humano. Esta filosofía persigue un ideal da conocimiento
integral, orgánica y universal, que actualice todas las facultades del hombre: facultades
espirituales, experiencias de los sentidos, pensamiento racional, percepción estética,
sentido moral y contemplación religiosa, Este esfuerzo está dirigido al conocimiento del
ser real del mundo y de las verdades suprarracionales que se refieren a Dios. Estos autores
anuncian al mundo la buena nueva de la libertad en la unidad, relacionando entre sí todos
los temas intelectuales, abriendo largos horizontes a los deseos de más allá del hombre e
iluminándolos por medio de la vida ascética y de unión con la Iglesia.
No es nuevo en e1 pensamiento ruso un movimiento creador, dirigido hacia el futuro, y
que busque la respuesta a todas las preguntas en la conciencia de Iglesia, considerada en sí
misma. Es suficiente citar, para demostrarlo, a Odoïevsky, Tchaadaev, y Gogol.
Indudablemente fue Tchaadaev quien, por vez primera, habló de edificar una teología de la
cultura en su desarrollo histórico basándose en una verdadera «eclesiasticidad» y una
teología de 1a participación en la acción histórica basándose en la comunión con los
valores sacros de la Iglesia. Gogol, por su parte, no dudaba en declarar que la Iglesia
Oriental había conservado una visión integral de la vida y que, no sólo el alma y el
corazón de los hombres, sino incluso su razón, habían conservado la amplitud de su
horizonte:
«La Iglesia, solamente, es capaz de resolver todos los problemas y preguntas,
de romper los más difíciles nudos. En el seno de la tierra, la Iglesia hace el
oficio de mediadora, aunque no la veamos. Cuanto más penetro con mi
inteligencia y con mi corazón en el seno de nuestra Iglesia Oriental, tanto más
me asombro ante las inmensas posibilidades que tiene de destruir las
contradicciones que la Occidental ha sido y es incapaz de resolver, tras haber
alejado a la humanidad de Cristo.»
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Odoïevsky exclamaba: «En la santa y triple unidad de la fe, de la ciencia y del arte,
encontrarás la serenidad por la que rezaron tus padres».
Todos ellos, pues, creen en un nuevo orden del mundo, en el cual la ortodoxia
resplandecerá con toda la luz de su sentido universal y real. Están a la espera, como con un
deseo profético, de 1a manifestación de la Ortodoxia y una revisión a fondo de toda la
cultura.
La teología ortodoxa contemporánea no ha cesado un momento de estudiar el problema
de la catolicidad y de la comunión con la Iglesia, así como del diálogo con el mundo
occidental y con el mundo moderno. La sobornost - comunión con la Iglesia - se convirtió,
para Boulgakov, en la misma esencia de la ortodoxia: «La Ortodoxia es unanimista,
síntesis de la autoridad y de la libertad que une a los cristianos, la palabra sobornost lo
resume todo», y en esta otra frase: «Constituye ella el espíritu individual. fundido en la
unidad de varios con uno. Es el «yo» anegado en el «nosotros».
Vladimiro Soloviev inició los estudios sobre la «sofía», que es la idea divina, el objeto
del amor de Dios, el amor por el amor, la unidad orgánica de las ideas de todas las
criaturas, y los P. Florensky y Boulgakov desarrollaron unas concepciones que fueron
objeto de violentas discusiones. Más recientemente, algunos teólogos, entre ellos el P.
Afanasieff, han elaborado una teología de la Iglesia eucarística. Según ellos, cada Iglesia
local, en tanto que es comunidad eucarística, es la Iglesia católica, la Iglesia de Dios en su
plenitud. Por la actualización del Sacrificio verdadero, se convierte en una comunidad
unida en y por la Eucaristía, y regida por Cristo, Cabeza del Cuerpo Místico.
El Obispo es la cabeza de la Iglesia local. Él es el vicario de Cristo y el Pontífice. La
roca inquebrantable que sostiene la Iglesia es precisamente la confesión de la divinidad de
Cristo,
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hecha por Pedro y por todo Obispo, en cuanto es el jefe de una comunidad. Aunque el
Obispo pertenezca al colegio episcopal, esto no indica prioridad de unas Iglesias sobre
otras. Lo que sostiene a una Iglesia es el don de la gracia de Dios, que consiste en el
carisma de dar testimonio suyo. Cada Iglesia es la Iglesia de Dios en la plenitud de sus
dones, con sus notas de santidad, catolicidad y apostolicidad. La unidad entre las Iglesias
viene dada por la identidad de la fe, manifestada en la Eucaristía, y en la transmisión de 1a
gracia del episcopado.
Algunos teólogos, por fin ya, han intentado renovar toda la estructura de la teología
ortodoxa, desde la misma base. Vladimiro Lossky ha centrado toda su teología en la
profundización y renovación de la teología del Espíritu Santo, como justificación de la
negación ortodoxa del Filioque. Ha ensayado sistematizar las consecuencias que en la
Iglesia tienen como origen este dogma, analizando las relaciones entre el misterio trinitario
y la comunión en la Iglesia.
Está a punto de producirse un gran esfuerzo para llegar a las fuentes y cobrar conciencia
de la tradición. El P. Florovsky ha sido uno de los grandes artífices de este retorno a los
orígenes. En nuestros días, los trabajos de Staniloe y Meyendorff acerca, de Gregario
Palamas, así como el proyecto de editar sus abras, que tiene el Profesor Christu de la
Facultad de Teología de Salónica, están también en camino de conseguir una mayor conciencia de la tradición espiritual ortodoxa y de renovarla.
La renovación bíblica, patrística y litúrgica está, sin duda, en sus comienzos. Se
impondrá, posiblemente, en los próximos veinte años y provocará una profunda
renovación de toda la teología ortodoxa. No podrá ésta dejar de preguntarse acerca de su
propia metodología, confrontándola con la teología católica y con la protestante.
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III. Las corrientes de la predicación cristiana
Frente a las ideas paganas que durante todo el siglo XIX intentaban confundirla, la
ortodoxia ha encontrado al fin, y con especial vigor, el sentido de su predicación.
Apostolos Makrakis, laico del XIX, quiso presentar al mundo: «A Cristo, Palabra católica,
Verdad católica, Ligamen entre Dios y el hombre, Centro del que todo dependía». Ya su
primera predicación, en Atenas, comenzó con estas palabras: «Hoy esta Verdad llega a los
oídos de los epígonos de 1821 y, parecida al son de una trompeta, despertará a los hijos de
los héroes de la independencia, que todavía duermen bajo el efecto del sueño deshonroso
de la inercia».
Su vida estuvo dirigida al descubrimiento de Cristo como verdad católica, luz del
mundo, capaz de conducirle a la felicidad. La directriz de su vida le hizo concebir este
texto en la línea de las teofanías del Antiguo y Nuevo Testamento. Makrakis presenta en él
la eclosión y el significado de su vocación:
«Todavía niño, mi alma embelesada con el muy dulce nombre del Salvador,
amigo de los hombres, y del cual esperaba todo lo que deseaba. Leía con gran
atención las hazañas de los mártires del Señor. Quedaba estupefacto ante la falta
de sensibilidad que mostraban sus perseguidores y me inclinaba a favor de los
héroes de Cristo, deseando íntimamente gozar, si fuese posible, de tal suerte.
Cuando acabé de ir a la escuela, dejé mi país para ir a aprender en la gran ciudad
de Constantinopla. Estudié allí en la gran escuela nacional de Xhirokrini. Por
vez primera supe que había sabios europeos que negaban la existencia de Dios.
No comprendía cómo, ante tantos milagros y tanta sangre vertida en su nombre,
que eran mis motivos de credulidad, podían ellos permanecer impasibles. Tras
seguir algunos cursos de filosofía, leer libros en pro y en contra de la existencia
de Dios, hablar con mis maestros sobre el particular, conocí los inflamados
ataques que Malin dirigía contra la fe. Con todo mi corazón rezaba al Señor y le
decía: “Dame, Señor, la
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elocuencia y la sabiduría necesarias para cerrar la boca de tus enemigos, porque
estoy celoso por tu nombre y tu gloria. Sé que eres Dios, Señor y Verdad.” El
Señor me concedió, desde aquel momento, todo lo que le había pedido. Me
convencí de que Cristo es siempre el mismo a través de los siglos, y que escucha
a todos los que le piden algo, grandes o pequeñas. Supe que me había elegido
como discípulo suyo. El Señor rogaba a su Padre por aquellos que Él le daba
para que estuviesen en el mundo -y yo entre ellos-: “Padre, éstos que me has
dado, que permanezcan conmigo para que vean mi gloria, la que Tú me has
dado, porque me has amado desde el comienzo del mundo.” Yo, según esta
plegaria, contemplaba al Señor: Palabra católica, por la cual todo es pensado,
dispuesto y predestinado; la Verdad católica que explica toda otra verdad y llena
el desea infinito de saber, del que toda hombre participa por naturaleza.
»Le veía corno el Bien absoluto que colma todo deseo de las pobres criaturas
y que salva a todos los que lo quieren. Le veía como la Belleza por encima de
toda otra belleza, eterna complacencia de Dios y del Padre, reposo del Espíritu
Santo. Los ángeles y los hombres, siguiendo su ejemplo, ven también en Él su
complacencia y su reposo.
»Era el lazo entre Dios y los hombres, eje alrededor del cual todo gira y vive.
Al, ver la gloria del Señor, bajaba los ojos a la tierra y veía a los hombres: unos,
filosofando en el error, negando la verdad católica; otros, reyes y gobernantes,
transgrediendo todos sus mandatos por no estar sometidas a Él en la práctica; los
pueblos, pobres e ignorantes de lo que llenaría toda su existencia. Vi a la Iglesia
dividida, llena de confusión y oposiciones, sometida al error, la iniquidad, la
intriga, la herejía, la mala vida. Mi espíritu se turbó y recé al Señor por la
salvación de todas las almas que mueren en la tierra: “Señor, si has querido
engendrar para nosotros la Palabra de Verdad, condúcenos por el camino de la
Verdad, hacia tu Hijo y Verbo. únenos con Él de forma que no podamos ya
separarnos”. Deseé que toda la humanidad fuese santificada en Cristo. Me
empeñé en la realización de este deseo con la fuerza que me dio el Señor, y la
proseguiré hasta llegar a1 final, pues no fue mía la idea, sino de Cristo, que la
hizo crecer en mí. Viendo los males de los hombres, pedí al Señor que los curase
por los medios que Él sabe, pues es Él quien lo sabe todo y prepara todos los
planes. Por mi parte, trabajaba todo lo que podía en tal labor. Cuando
comenzaron a venir las dificultades provenientes de la maldad y corrupción
exterior, comprendíLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 127
que, cuando un cuerpo está enfermo en sus órganos vitales, como la cabeza o el
corazón, es inútil intentar curar los demás miembros. Comprendí e1 significado
de lo que dice el Evangelio: el reino de Dios es parecido a un tesoro escondido
y, ya que Cristo, que estaba presente, se había titulado “tesoro escondido”, me
convencí más de que Cristo está todavía oculto entre nosotros.
»En consecuencia, escribí un folleto de pocas páginas: Descubrimiento del
tesoro escondido. Trataba allí de los tres principales deseos del hombre: vivir
eternamente, saberlo todo, y actuar conforme a la ley. La naturaleza de estos
anhelos, continuaba, está en Cristo, y es Él quien lo resume todo. Alababa al
Señor que, tras haber puesto en el corazón del hombre estos tres nobles deseos,
le había dado el medio para consumarlos. Pero los hombres no ven cuáles son
los males en los que se pierden, ni saben que Cristo está entre ellos como un
tesoro escondido y que hace falta encontrarlo. Por no comprender la gracia y la
grandeza divinas, no saben escuchar los himnos dedicados a Dios. Pero yo, al
menos por mi parte, no dejaré de actuar según el deseo y la voluntad del
Salvador. Acudí a Atenas movido por celo divino. Para explicar desde la tribuna
la grandeza de Cristo y convertir a mis compatriotas que naufragaban en la fe.
Me había enterado por los periódicos que las convicciones religiosas de la
mayoría de la gente estaban de capa caída por obra de las falsas concepciones
importadas de Occidente.»
Con esta confesión Makrakis aclara suficientemente su aguda percepción de la
catolicidad de la verdad. Ella fue quien le indujo al encuentro del más universal sentido
misionero. Su idea es, efectivamente, la conducción de todos los hombres a la plenitud de
la verdad y la consagración de su vida a este apostolado. Empero, con la marca de las
ideas bizantinas, pensaba también en restaurar una especie de teocracia. Empeñó todas sus
fuerzas en la labor de presentar la ortodoxia al mundo moderno. Partiendo de esta base, y
gracias ahora al monje Matthopoulos, se creó un movimiento religiosa llamado Zoï,
fraternidad de teólogos ortodoxos, con el fin de hacer penetrar la palabra de Dios en el
mundo. Así empezó el mundo ortodoxa a encontrar sus propias estructuras apostólicas.
Aparte de los monasterios, se
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 128
creó una congregación dedicada a la evangelización del mundo, con un estilo similar al del
mundo occidental. Esta fundación responde a la necesidad de estructuras adaptadas al
mundo moderno, al apostolado misionero, a la toma de conciencia de la necesidad de una
formación personal profunda para poder sostener la influencia de Cristo en el mundo;
asistimos, pues, a una profundización de los valores ortodoxos. No basta la formación
habitual; se impone una reflexión racional y estructurada.
Algunas palabras ahora acerca de las nuevas directrices de la predicación en Rusia, que
indican incluso las mismas revistas soviéticas. La plenitud patrística y litúrgica ha
permitido que muchos fieles no perdiesen totalmente sus convicciones. La Iglesia rusa,
pese a estar reducida al culto y no poder llegar a los jóvenes por medio de la educación,
parece haber triunfado en parte, consiguiendo como mínimo dar testimonio constante de
su existencia. Frente a las dificultades que se imponían a la predicación en las mismas
iglesias, el Patriarca, tras haber recordado los beneficios que proporcionó la Iglesia al
pueblo ruso, hizo oir por vez primera su voz en 1961, con la siguiente protesta:
«Es verdad que la Iglesia de Cristo, cuyo fin es el bien de los hombres, sufre ataques por
parte de estos mismos hombres. Sin embargo, ella cumple su deber llamando a los
hombres a la paz y al amor. En esta situación hay muchos consuelos para los hijos de la
Iglesia. ¡Qué pueden importar los esfuerzos de la razón contra el cristianismo cuando dos
mil años dan razón más que suficiente de ella, y cuando el mismo Salvador había ya previsto todos estos ataques contra su Iglesia y había prometido que las puertas del infierno
no prevalecerían contra ella!»
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 129
IV. Conciencia ecuménica y misionera
El triple movimiento monástico, teológico y apostólico ha permitido a la Iglesia
Ortodoxa hacer frente a la nueva situación en que se ha encontrado a principios del siglo
XX. Ha descubierto su vocación de diálogo y testimonio. De momento no hay más que
gérmenes, pero han sido suficientes para permitirle, en el momento en que se producía una
ampliación del horizonte espiritual y filosófico, abrir las fuentes inagotables de la visión y
la vida de la patrística, permitiéndole participar en la búsqueda de la catolicidad que
caracteriza a todas las comuniones cristianas. Han favorecido también la creación de la
conciencia misionera y ecuménica que empiezan ya a sellar la Ortodoxia.
Tras un siglo de mundo moderno, las Iglesias Ortodoxas no han podido substraerse a la
duda que ha penetrado en todos los países. Par causa de este enfrentamiento con el mundo
-y de la necesaria evangelización que deben realizar las Iglesias en sus respectivos paísesy por causa del enfrentamiento con el Consejo Ecuménico de las Iglesias y con la Iglesia
Católica, la Iglesia Ortodoxa ha tomado una conciencia más aguda de su misión y ha
vuelto a las fuentes de su tradición.
Consciente de su vocación universal, mayor que la de las otras Iglesias, el Patriarca de
Constantinopla había intentado ya, en una carta encíclica de 1902, hacer salir a su Iglesia
del aislamiento tradicional procurando enfrentarla con el mundo y con las otras
comunidades cristianas. Pedía mayor atención en el problema del contacto con confesiones
no-ortodoxas, así como en el de la unidad entre ellas. En 1920 publicó una nueva encíclica
dirigida «a las Iglesias de Cristo en el Universo». Proponía la preparación de la unión por
la colaboración en el terreno prácLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 130
tico y moral. Este documento es testimonio de la voluntad expresa de las Iglesias
orientales de salir de su aislamiento v de tomar contacto con Occidente. Se convirtió en la
base de la participación de las Iglesias Ortodoxas en el Concilio Ecuménico de las Iglesias,
y en el Movimiento Ecuménica. A pesar de esta iniciativa, algunas Iglesias, como la de
Grecia, permanecieron muy cautas. Otras, como la de Rusia, rehusaron totalmente su
participación y actualmente reclaman la admisión.
Esta participación en el movimiento ecuménica exigió la renuncia a un cierto
nacionalismo y la creación de un espíritu universalista. Gracias a este paso, los teólogos
ortodoxos de diferentes países lograron superar ;su mutua desconocimiento. Descubrieron
así afinidades para la defensa de la ortodoxia. El Congreso de Teólogos Ortodoxas de
Atenas, en 1936, fue el fruto de este conocimiento. Tal como predijo el Patriarca de
Constantinopla, el conocimiento de Occidente llevó a aumentar mayor conciencia de las
fuentes propias: el contacto con los medios protestantes dio la medida exacta de su valor.
La Iglesia Ortodoxa comprendió mejor el papel que les estaba encomendado frente al
mundo nueva del sigla XX. Se dio cuenta de la obligación, en pro de una mayor
efectividad, de profundizar en las fuentes.
El encuentro con los protestantes hizo que los teólogos ortodoxos apreciasen mejor cuán
cerca estaban de la teología católica. De ahí, que se iniciase en seguida el descubrimiento
del mundo católico, a través de numerosos contactos. Su entrada en el movimiento
ecuménico no parecía ninguna casualidad ni fruta de ninguna presión exterior: vino,
simplemente, por responder a un anhelo íntimo del alma ortodoxa. En el seno del Concilio,
fue ella, fraternal y abierta con las demás comuniones, la que dio testimonio de la verdad
de la Iglesia.
Fruto de la nueva visión ecuménica ha sido la conciencia
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 131
de la labor misionera a llevar a cabo. La misión interior, efectuada ya en muchos países,
no podía más que desembocar en la misión a escala mundial. La juventud ortodoxa sabe
que la Iglesia Ortodoxa no es una Iglesia oriental, sino que está abierta a todos los pueblos.
Consciente de la plenitud de verdad que constituye ella dentro de la Iglesia Ortodoxa,
quiere marcar con la duda de la Iglesia católica igual que lo han hecho con la protestante y
solucionar los problemas de los cristianos de Occidente. Quiere, de esta manera,
testimoniar la catolicidad de la Iglesia entendida en el sentido de la verdad, continuidad y
plenitud. Siguiendo al P. Florsky, cree que su misión apostólica tiene como último fin
servir de testimonio ante el Occidente cristiano; que no se puede resolver la cuestión
ecuménica más que acudiendo a una tradición intacta e inmaculada, siempre renovada y en
crecimiento constante. Tendrá por misión interpretar, dentro de una concepción general de
la historia, la tragedia religiosa de Occidente. Esto supone hacer propia esta tragedia para
purificarla a través de la plenitud de la experiencia eclesiástica y tradicional de los Padres.
Frente a la situación mundial, los ortodoxos han descubierto el importante papel que
ejerce la comunión entre las Iglesias. Ciertamente, y lo recordaba el Patriarca de
Yugoslavia, Vicente, la Iglesia ortodoxa es una, indivisible y adora a un mismo Dios,
reconoce a un mismo Jesucristo y participa en los mismos Sacramentos. Existe, eso sí, el
hecho de que haya Iglesias autocéfalas que carecen entre sí de verdaderos lazos de
conocimiento, y de comprensión. «Los ortodoxos han acentuado su atención sobre los
problemas de la vida interior, pero han descuidado la unidad externa. Viven en Iglesias
autocéfalas, separadas por las fronteras nacionales, y jamás han tenido, entre ellos,
suficiente unidad.»
El movimiento en pro de la unidad es particularmente sensible entre los Jóvenes
Ortodoxos, y entre las Iglesias de detrás
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 132
del «telón de acero». Tras haber guardado celosamente su independencia las Iglesias
rumana, servia, búlgara, rusa, parece que han acabado por comprender que se necesitan
mutuamente; frente a la presión marxista atea, estas Iglesias, que hasta ahora se apoyaban
en el Estado, han experimentado el deseo de ayudarse mutuamente para dar mayor
testimonio de su fe; se abren, en este camino, nuevas perspectivas; no es suficiente 1a
creencia en una misma fe: se necesita vivirla en común. Una Iglesia no puede
desinteresarse de como otras Iglesias respondan a las exigencias de su fe ante nuevos
problemas.
Las exigencias de la fe -en relación con la comunión y la misión- han hecho que las
Iglesias Ortodoxas reconociesen la insuficiencia de su régimen autocefálico. El Patriarca
Vicente declaraba recientemente en una reunión de Iglesias: «Los protestantes se unen en
el movimiento ecuménico; los católicos están unidos en Roma; y nosotros, los ortodoxos,
¿por qué no nos unimos nosotros?».
Donde menos se muestra la renovación de la ortodoxia es precisamente en este punto: la
comunión de las Iglesias. Y, sin embargo, es el decisivo en el sentido de que condiciona el
resto. Es indudable, decía el P. A. Schmemann, que los desórdenes y disensiones que han
entenebrecido la vida de la Iglesia Ortodoxa en los últimos años están ligados al problema
de la primacía, o más bien, a la ausencia de una concepción precisa y común de toda la
Iglesia. Por otra parte, continuaba, este problema constituye un gran obstáculo para un
establecimiento positivo y fecundo de la vida da nuestra Iglesia, aun donde no existan las
disensiones internas.
El mismo teólogo señalaba las tristes divisiones que separan a los fieles rusos fuera de
sus fronteras. E1 problema es la sujeción a tal o cual poder supremo. Su vida en América,
por ejemplo, carece de todo lazo de unión entre la docena de «jurisdicLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 133
ciones», que, pese a no ser oficialmente hostiles, están de hecho divididas por su vida y
falta de comunión.
Hoy en día, consuela ver que !la situación plantea un problema, que es el punto de
ruptura con Occidente: el de una primacía como centro de comunión,
Recientemente, la situación interprofesianal ha tomado un nuevo cariz: la Iglesia
Católica, con S. S. Juan XXIII, ha iniciado el diálogo con las otras comuniones cristianas
(con la creación del Secretariado para la Unidad Cristiana) y se prepara para un concilio
que delimitará sus posiciones. El mundo protestante, por su parte, ha entrado también en el
movimiento ecuménico, haciendo una llamada al apostolado y a la renovación bíblica y
teológica. Ha tomado mayor conciencia de ciertas dimensiones del misterio de la Iglesia.
La misma Iglesia Ortodoxa ha salido de su aislamiento gracias al movimiento ecuménico.
Se ha tomado la iniciativa de organizar un concilio panortodoxo, o al menos, iniciar una
serie de reuniones preparatorias, susceptibles de hacer posible en algún día el concilio. Su
objeto sería el examen de los grandes problemas internos, y las relaciones con los
protestantes y con los católicos -para determinar la política a seguir en la participación en
el Consejo Ecuménico de las Iglesias y en la colaboración con la Iglesia Católica-. Se
trataría también de establecer relaciones con las Iglesias orientales separadas por los
cismas del siglo V -monofisitas, nestorianos- y examinar las posibilidades de que entrasen
en la unidad ortodoxa. Un verdadero reagrupamiento del Antiguo Oriente Cristiano, que
sería preludio del diálogo ecuménico. Este concilio intentaría manifestar la catolicidad
misionera de la Iglesia Ortodoxa en el momento en que la juventud realiza en su mente la
idea ecuménica y misionera de las que hemos hablado ya.
Puede ser que tal sínodo o concilio suponga una reflexión teológica acerca de la
naturaleza de la Iglesia, tema que no está
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - CAP. OCHO - 134
maduro en la Ortodoxia: ha sido más bien el instinto quien ha hecho que rechazase la
eclesiología católica, sin haber podido establecer los verdaderos ejes de su concepción de
la Iglesia. Deseamos que esta reflexión sea cada vez más profunda y conduzca a una mejor
comprensión mutua entre ortodoxos y católicos.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - ESPERANZAS - 135
ESPERANZAS
La conciencia de un patrimonio común entre ortodoxos y católicos da mucha alegría.
Origina, en cambio, tristeza pensar que la distancia que separa los bloques no han cesado
de aumentar durante mil años. Nos domina entonces un asombro lleno de dolor y nos
preguntamos cómo unos hombres, que comulgaban totalmente con las realidades cristianas
más esenciales, pudieron un día poner en tela de juicio la unidad de la Iglesia y su misión
en el mundo. Se han hecho muchos esfuerzos para remediar esta situación deplorable:
todos, desgraciadamente, han fracasado y, lo que es peor, agravado la ruptura.
Desde hace algún tiempo, han nacido nuevas esperanzas, más seguras par cuanto
cuentan ya con un gran período inicial y nacen en un clima de desinterés, lleno de cuidado
por la verdad en la caridad. Hemos superado, eso sí, el espíritu de desconfianza y
hostilidad que, en otro tiempo, dio como resultado el cisma. Hemos comprendido que no
podíamos considerarnos perfectos, invocando como razón la maldad del contrario.
Empezamos a reconocernos mutuamente lo que somos en realidad: hermanos que
comulgan en el mismo misterio y que se esfuerzan, en razón de su común vocación, por
volverse a encontrar en la unidad visible de la Iglesia. Además, va produciéndose desde
hace cuaLE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - ESPERANZAS - 136
renta años, a raíz de la revolución soviética, un reencuentro benéfico de Oriente y
Occidente, encuentra que deberá, sin duda, desarrollarse en toda la extensión del globo.
Este intercambio ha sida facilitada por los estudios orientalistas que se han hecho en
Occidente desde el siglo XVII y por la renovación bíblica, patrística y litúrgica, en pleno
auge actualmente. Colaboran eficazmente los ortodoxos con las nuevas directrices en los
tres campos antes examinados y cuyo análisis ha revelado que están dispuestos al diálogo
y a la profundización. Monjes ortodoxos y monjes católicos han empezado a hacer, con
mucho amor, inventario de su tradición. No hay más que ver el creciente interés de las
monjes católicos por sus hermanos ortodoxos, y sus esfuerzos por dar vigor a una nueva
espiritualidad monástica, a base de las fuentes más tradicionales. La Trapa, que en el siglo
XVII tuvo frecuentes contactos con Oriente, parece tener una vocación especial para tal
contacto. Hemos hablado ya de la profunda colaboración que se da en el Oriente Medio
entre los monjes católicos y ortodoxos. Esta confrontación espiritual parece indicar las
grandes posibilidades del diálogo ecuménico en una verdadera atmósfera de emulación
espiritual, y la profunda atmósfera contemplativa en que puede desarrollarse tal diálogo.
Estos encuentros están basados en una seriedad total.
El debate, de nivel teológico, ha podido ganar en profundidad, gracias al interés de los
promotores de la renovación teológica rusa y sus representaciones en Occidente.
Khomiakov y Kirieivsky, la línea de pensamiento religiosa rusa de Soloviev, Boulganov y
Lossky han dejado profunda huella en los teólogos católicos. Si bien los ortodoxos no han
juzgado muy justamente el esfuerzo escolástico del Medievo, no se puede negar el aprecio
que han dispensada por el Occidente Latino. Ven con gozo la fecundidad del testimonio
patrístico en sus manifestaciones en el Occidente moderno.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - ESPERANZAS - 137
En el aspecto misionero, nuestras hermanos orientales han sacado provecho de la
experiencia occidental. En el futuro el diálogo tendrá que aumentarse constantemente.
Debería establecerse un acuerdo para subsanar las oposiciones, demasiado fáciles a
veces, entre la espiritualidad occidental y la oriental, con el fin de lograr un mayor
conocimiento propio,
y de rechazar generalizaciones excesivas e inadecuadas. Si bien está clara que las dos
tradiciones tienen sólo ligeras diferencias, no es menos evidente que es más importante
tomar en cuenta sus similitudes que sus oposiciones.
Tomemos algunos ejemplos: los ritos orientales tienen un valor esencialmente
simbólico; todo expresa un valor trascendente que se puede fácilmente interpretar. Se debe
reconocer que en Occidente, muy preocupado por las expresiones racionales, por las
formas jurídicas, desconfiado de todo lo que sean únicamente formas de pensar a actuar,
este sentido simbólico se ha esfumado. Fiel a esta orientación, la teología latina ha situado
a los Sacramentos en un puesto determinado. Si el simbolismo la desborda por el sesgo de
la Eucaristía y de la liturgia que la rodea, por lo menos la práctica de la Iglesia Occidental
ha aportado la nota de sobriedad, el carácter de desnudez y abstracción que la distingue
fácilmente de la exuberancia litúrgica oriental.
De hecho, estas oposiciones no son ni tan graves ni tan profundas como algunos las
quieren considerar. Las generalizaciones son peligrosas: el espíritu racional no se pierde
totalmente en Oriente y, por otra parte, Occidente tampoco ha abandonado totalmente el
simbolismo del mundo sensible. No hay más que considerar las escuelas de teología
católicas, que están más o menos ligadas a la influencia oriental, y las minorías orientales
católicas que guardan celosamente su tradición litúrgica.
También es aparentemente fácil oponer el apofatismo de la
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - ESPERANZAS - 138
tradición oriental con el racionalismo de la teología trinitaria de San Agustín. Esta
consideración sería olvidar que la teología latina no ha hecho más que madurar los
gérmenes contenidos ya en la teología griega y desconocer e1 sentida del misterio de la
medieval. Ciertas fórmulas de Santo Tomás sobre el conocimiento de Dios tienen gran
parecida con las de los Padres griegos. Se puede también oponer la antropología oriental,
centrada en el sentido ontológico de la divinización, y la occidental, mucho más
importante bajo el aspecto operativo del ser. Pero, ¿quién no puede ver que estas dos
tradiciones, más que oponerse, se necesitan una a otra, para completarse?
Se podrían hacer iguales observaciones acerca del sentido de la cruz y de la
resurrección, o de la tradición monástica. En la teología oriental, todo se centra en la
resurrección o, más exactamente, en la cruz del Señor, en cuanto supone la resurrección y
la recapitulación de todas las cosas en Él. Pero aun la tradición monástica más acentuada
no deja de acentuar, con interés, el sentido de la Cruz; por otra parte, la devoción a Cristo
humillado, a Cristo «cumbre de humillación», es tan bizantina como rusa. No es mayor
que eso la oposición existente. Durante siglos, los monjes del monte Athos han leído los
Soliloquios de San Agustín y Nicodemo el Hagiógrafo ha traducida el Combate Espiritual
de Lorenzo Scupoli, considerado por numerosos espirituales orientales como «una joya de
la tradición ortodoxa». Aunque la tradición monástica oriental tiene un acento distinto que
la accidental; aunque, en conjunto, Oriente ha tendido siempre hacia la anacoresis,
manifestando así su -sentida intimista y carismático, Occidente no ha olvidado este
aspecto y e1 renacimiento del eremitismo, en el mundo católica contemporánea, ha
probado una vez más que el espíritu no es totalmente diferente.
En nuestros días, estamos mejor preparados- y es este campo el que presenta las
diferencias más fundamentales -para
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - ESPERANZAS - 139
alcanzar a comprender el valor del palamismo y su dependencia de la tradición oriental, y por parte de los ortodoxos- a captar el tomismo y su fidelidad a la inteligencia racional de
la fe, camino éste que fue abierto por los Padres griegos. Hemos examinado el
planteamiento que el palamismo hace del problema de la gracia. ¿Qué hay en Dios que
pueda explicar su comunicación con el hombre? Oriente responde: «Es su “energía”, que,
siendo parte de su esencia, puede sin embargo ser participada por la criatura, sin que ésta
se convierta en Dios». El pensamiento teológico occidental podría, sin duda - aparte de
limar algunas expresiones - justificar la visión esencial de esta teología. Para poder
comprender mejor la teología occidental, diríamos a los ortodoxos que la consideración
tan frecuente de que la patrística representa el personalismo y que la escolástica representa
el esencialismo, es falsa. No se debe olvidar que una de las principales fuentes de la
corriente trinitaria del Medievo fue Boecio, que transmitió a la Escolástica un considerable
sello griego de la mayor importancia por lo que respecta a la triadología y a la cristología.
Hubo, durante la Edad Media, dos líneas trinitarias: la estrictamente agustiniana y la de
Boecio, Gilberto de la Porrée, Alejandro de Alés. Santo Tomás será quien, profundizando
en la respectiva agustiniana, llevará ésta a sus últimas consecuencias.
Algunos estudias recientes, como el de M. A. Malet, sobre Personas y amor en la
Teología Trinitaria de Santa Tomás de Aquino, han demostrado que Santo Tomás había
perfeccionado bajo tres puntos decisivos de la teología trinitaria, el personalismo de los
Padres griegos. Éstos habían concebido la hipótesis divina como una propiedad personal,
constituida por el origen (inaccesibilidad, nascibilidad, procesión), pero no habían
distinguido formalmente relaciones de origen y relaciones personales. Distinguían
imperfectamente el papel de la hipóstasis y el del acto de
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - ESPERANZAS - 140
la procesión, y llegaban así a una teología relativamente esencialista de las procesiones: la
generación se despliega en el Hijo y concluye en el Espíritu; no hay, en cierto aspecto, mas
que amor ontológica de fecundidad en el Padre, como lo indican las imágenes patrísticas
de raíz-ramo-fruto; rosal-flor-perfume; fuente-arroyo-río. El Padre manifiesta su «ousía»
en el Hijo y en el Espíritu Santo. «Nosotros extendernos la mónada sin convertirla en
tríada», decía San Dionisio de Alejandría. Le repitieron San Atanasio y los Capadocios.
Esto indica la impotencia por parte de los Padres de distinguir entre la procesión del Hijo y
la del Espíritu Santo. No habían dicho que las personas divinas se distinguiesen in re,
como los humanos. La teología tomista, por el contrario, ve en el Espíritu, no sólo la
dilatación ontológica de una virtualidad, sino el fruto del diálogo de amistad entre el Padre
y el Hija. Nosotros creemos, y esperamos demostrar en un próximo estudio, que la
teología trinitaria tomista bien comprendida acoge los requerimientos más esenciales del
gran teólogo ortodoxo Vladimiro Lossky. Para Santo Tomás, como para Vladimiro, esta
teología trinitaria se explana en el plano de los valores de consciencia, de amor y de
libertad, y se funda en la comunión de la Iglesia.
Consideraciones igualmente difíciles se imponen acerca del tema eclesiológico, uno de
los ocasionantes de la separación. Un teóloga ortodoxo ha reconocido que sólo en el ardor
de una polémica se pueden negar los testimonios acerca de la primacía de Roma, su
consenso y su significación: La reacción de Oriente fue de defensa, ante las tentativas
centralizadoras de Roma. Desarrolló unilateralmente su aspecto más dominante acerca de
la teología de la Iglesia: unanimidad fraternal de las Iglesias, iguales unas a otras y entre
ellas. La oposición en este terreno se concretó en el terreno de la primacía, de la cual la
ortodoxia piensa que representa un deseo extranjero de dominación sobre
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - ESPERANZAS - 141
el cristianismo. En esto fue Oriente infiel a su propia tradición, ya que ignoró el
fundamento bíblico y tradicional de la primacía. Oriente se ha cerrado a un aspecto real de
la vida de la Iglesia: el que resume la palabra «primacía» y que da a entender una
organización colegiada, principio - mientras no se le entienda de manera exclusiva -al que
no se puede oponer ningún reparo. La Iglesia Romana, pese a no permitir la más mínima
resquebrajadura en la primacía de la Silla de Pedro, respeta siempre el principio de
colegialidad. La primacía, incluso, no se entiende sin este complemento. Sería un gran
paso para la eliminación del cisma -sin perjudicar para nada el ejercicio de la primacíarevalorizar y actualizar al Colegio Apostólico. En nuestros días, los teólogos ortodoxos
han empezado a discutir el significado exacto de la primacía en la Iglesia y encontramos,
en esta vía abierta, fácil ocasión de diálogo.
Se trata, pues, de descubrir los mutuos valores complementarios, Es muy importante
aclarar, como lo decía M. Moustakis, «la homogeneidad de fe y de vida que une las dos
Iglesias y que yace bajo una corteza de diferencias bien conocidas». Invitaba a los
católicos a dejar penetrar en el pensamiento dogmático, en la vida litúrgica, y en toda la
vida de la Iglesia, la riqueza, pureza, armonía, alegría y libertad de la tradición oriental.
Añadía que si se realizaba esto se tendría ya el más importante componente de la unidad.
Nosotros creemos que, invitando a los ortodoxos a aceptar la tradición latina, podemos
afirmar que el proceso de asimilación está ya iniciado.
Algunos teólogos ortodoxos, como M. Alivisatos, reconocen que la variedad de Iglesias
Orientales, que parecen a primera vista un obstáculo para la unidad, constituiría, dentro de
la Iglesia Católica, un fermento. Podrían constituir una especie de puente entre ambas
confesiones.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - ESPERANZAS - 142
«Nuestra misión es doble», decía hace poco el Patriarca Melkita, Máximo IV,
«en el interior del catolicismo: lucha para que el latinismo y el catolicismo no
sean sinónimos, para que el catolicismo esté abierto a toda cultura, genio, o
forma de organización compatible con la unidad de fe y amor; al mismo tiempo,
conducir la Ortodoxia al convencimiento de que es posible la unión con la Gran
Iglesia Occidental sin renunciar a la Ortodoxia ni a lo que constituye la riqueza
espiritual del Oriente apostólico, patrístico, abierto frente al futuro y sobre el
pasado.
«Si permanecemos fieles a esta misión, podremos llegar a encontrar una
forma aceptable de unión entre las dos Iglesias: ni autocefalia pura, ni absorción
de hecho o de derecho, sino comunión real en la misma fe, en los mismos
sacramentos, en la misma jerarquía, con profundo respeto por el patrimonio
espiritual y la organización propia de cada Iglesia, bajo la vigilancia, a la vez
paternal y fraternal de los sucesores de aquel a quien se le dijo: “Tú eres Pedro y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.»
*
Se impone el conocimiento fraternal y recíproco ya que no tenemos que examinar a
nuestros hermanos ortodoxos. Como católicos podemos preguntarnos si hemos respetado
la realidad cristiana que se conserva en su Iglesia. No se trata de admirar su fidelidad a los
Padres de la Iglesia, sino de investigar, sin minimizar, la importancia de las divergencias
doctrinales y la significación de la ruptura en el plano canónico; de estudiar si hemos
tenido en cuenta que también entre ellos trabaja Cristo.
Ya que afirmamos que no han perdido la sucesión apostólica, la autenticidad del
sacerdocio, la validez de los sacramentos, ¿no podemos sacar de aquí conclusiones
importantes? Corno señalaba el R. P. Dumont, bajo pretexto de librarnos de los fermentos
de indiferentismo religioso, no podemos permanecer insensibles a la inmensa labor que
nuestros hermanos han realizado en favor del misterio del Cuerpo Místico.
LE GUILLOU - EL ESPÍRITU DE LA ORTODOXIA GRIEGA Y RUSA - SEGUNDA PARTE - ESPERANZAS - 143
Sólo el conocimiento fraternal, lleno de caridad y de amor, nos permitirá triunfar, dentro
del Espíritu de Cristo, de las divisiones existentes y nos permitirá ser «unum» en la caridad
de Cristo.
BIBLIOGRAFÍA
ARSENIEV: Ostkirche und Mystik, Munich, 1925.
BOULGAKOV: L’Orthodoxie, Alcan, París, 1932.
EVDOKIMOV: L’Orthodoxie, Delachaux et Niestlé, Neuchâtel, 1950.
MEYENDORFF: L’Église Orthodoxe hier et aujourd'hui, Le Seuil, París, 1960.
MEYENDORFF: Saint Gregoire Palamas et la Mystique Orthodoxe, Le Seuil, París, 1944.
Orthodox Spirituality-An Outline of the Orthodox Ascetical and Mystical Tradition, por
A. Monk of the Eastern Church, Macmillan and Cº, Londres, 1945.
F. MERCENIER: La prière des Églises de rite byzantin, Ed. Chevetogne.
L. BOUYER: La Spiritualité du Nouveau Testament el les Pères, París, Aubier, 1960.
INDICE
PREFACIO, por C.-J. DUMONT, O. P
PRÓLOGO
7
11
PRIMERA PARTE
LA PLENITUD MISTERIOSA DE LA IGLESIA DE LOS PADRES
CAPÍTULO PRIMERO. -El misterio
-Misterio y Palabra de Dios, 15.
-Iglesia Apostólica e Iglesia de los Padres, 16.
-Tradición oriental y occidental, 18.
CAPÍTULO II. - El misterio revelado
Los escritos patrísticos y su pensamiento, 21.-Pensamiento patrístico y
teológico, 23.-Iglesia y misterio, 24. - Gloria y filantropía, 27. - La Trinidad, 29.
Cristo, 30. - El Espíritu y la divinización, 32. - La Madre de Dios, 34
CAPÍTULO III. - El misterio celebrado
15
21
35
Liturgia y Palabra de Dios, 36. -Trascendencia divina y ternura, 38. -Cruz y
Resurrección, 42. Veneración de los iconos, 48.-Plenitud litúrgica, 51.
CAPÍTULO IV.- La vida del misterio
55
La Iglesia, comunión de caridad, 56.-Nacimiento y evolución del monaquismo,
59.-La vida monástica, 63.
CAPÍTULO V.- La tradición del misterio
71
CAPÍTULO VI.- Misterio y piedad oriental
75
SEGUNDA PARTE LA ORTODOXIA Y SU PORVENIR
CAPÍTULO VII.- La ruptura entre Oriente y Occidente
La ruptura, 88. -Reciprocidad en la ignorancia y el menosprecio, 89. - La
abertura al diálogo, 90. - Los intentos de unión, 92. - Las etapas de
incomprensión y las divergencias doctrinales, 94.
CAPÍTULO VIII.- Presiones de la historia y desviaciones religiosas
La oposición al Occidente latino, 103.-La herencia de Bizancio, 105. - La lucha
por el espíritu ortodoxo, 109.
CAPÍTULO IX.- La renovación moderna y la conciencia ortodoxa
La renovación monástica, 115.-La renovación teológica, 118.-Las corrientes de
la predicación cristiana, 125.-Conciencia ecuménica y misionera, 129.
Esperanzas
BIBLIOGRAFÍA
87
103
115
135
145
YO SE - YO CREO
ENCICLOPEDIA DEL CATÓLICO EN EL SIGLO XX
* VOLÚMENES PUBLICADOS
ESTE VOLUMEN TERMINÓ DE IMPRIMIRSE EN EL MES DE FEBRERO DE 1963, EN LOS
TALLERES S GRÁFICOS DE LA («EDITORIAL CASAL I VALL» DE ANDORRA.