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Transcript
12. La Formación del Dogma Cristológico
1. La formación del Credo de la
Iglesia.
2. El concilio ecuménico
de Nicea.
l Jesús de Nazaret, en sus palabras y en
sus obras, mostró su pretensión de ser
igual al Padre Eterno, del que se sentía
el Hijo único y manifestación definitiva
(Mt 11, 27). A la luz de la Pascua, los
apóstoles comprenden el misterio de la
persona de Jesús y confiesan, tal como
nos lo transmiten los textos del N.T., su
carácter divino y humano.
El sacerdote de Alejandría Arrio, recogió la concepción “subordinacionista” del Hijo con respecto al Padre de
su maestro Luciano de Antioquía y la
acentuó: el Logos, según él, era una
“criatura del Padre” y carecía del atributo de eternidad: “Hubo un tiempo
en que no era”.
l Cuando a fines del s.II el pensamiento teológico comenzó a desarrollarse,
surgió el problema de conciliar el monoteísmo estricto que el cristianismo
había heredado del judaísmo con la fe
de la Iglesia en Jesús como “Señor” e
“Hijo de Dios” y con la práctica de
conferir el bautismo, conforme al encargo de Jesús, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt
28, 19). El marco de este pensamiento
es el mundo cultural griego, con sus
ideas sobre el Logos y el Demiurgo y la
escala de seres intermedios entre Dios
y el mundo.
l Los primeros concilios ecuménicos
derivan su nombre del hecho de que
una parte considerable del episcopado
universal estaba presente y que sus
decisiones fueron aceptadas por la
Iglesia universal o que fueron, en otras
palabras, refrendadas por el papa.
El papa San Gregorio Magno comparó a
los cuatro primeros concilios ecuménicos con los cuatro evangelios, por su autoridad, ya que se formularon en ellos
los dogmas fundamentales de la Iglesia:
el dogma trinitario y el dogma cristológico. En ellos se formuló igualmente el
“Credo” o símbolo de la fe de la Iglesia.
l
Para zanjar la disputa que dividía a la
Iglesia, el emperador Constantino convocó un concilio en Nicea de Bitinia,
en su propio palacio de verano. El emperador asistió en persona y promulgó
los decretos como leyes del Imperio.
l
El grupo ortodoxo, capitaneado por
Atanasio de Alejandría, logró imponerse y el concilio aprobó un símbolo de
la fe en el que se excluía claramente
toda subordinación del Logos al Padre:
“Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado,
no creado, de la misma naturaleza
(consustancial) que el Padre” (Dz 54).
Se fijó también la fecha de la pascua y
se debatió la cuestión del celibato
obligatorio para los obispos y sacerdotes. Arrio y sus partidarios fueron excomulgados y desterrados.
l
Pero el Concilio de Nicea no aportó la
anhelada paz; al contrario, fue el punto
de partida de violentas luchas religiosas: Eusebio de Nicomedia, arriano, logró que Constantino desterrara a Atanasio (335) y varios concilios de estado
fraguaron fórmulas de compromiso en
las que se decía que el Padre y el Hijo
son “semejantes” en la sustancia (concilios de Rímini y Seléucia (359) y el de
Nike, convocados por el emperador
l
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LA FORMACIÓN DEL DOGMA CRISTOLÓGICO
Constancio). El papa Liberio se negó a
suscribir dicha fórmula.
l El emperador Teodosio quiso poner
término a la tensión existente convocando otro concilio, en el que se incorporaría al símbolo de la divinidad
del Espíritu Santo, negada consecuentemente por los arrianos, que hacían
de El una criatura del Hijo (Macedonio,
obispo de Constantinopla).
3. El concilio ecuménico de
Constantinopla.
Al Sínodo convocado por Teodosio
para los obispos de Oriente, asistieron
entre otros San Gregorio Nazianaceno,
obispo de Constantinopla y San Cirilo
de Jerusalén. Los obispos macedonianos
abandonaron la ciudad. Los arrianos y
“neumatómacos” fueron condenados y
se añadió al símbolo de Nicea lo referente a la divinidad del Espíritu Santo.
to, hacía de su unión con la divinidad una
unión puramente moral: el Logos habitaba en el hombre Jesús como un templo.
l Cirilo, patriarca de Alejandría; Nestorio, patriarca de Constantinopla: la tensión producida por las tendencias de
escuela quedó reforzada por la rivalidad de ambas sedes episcopales. El
brillo de la nueva ciudad imperial iba
postergando a la prestigiosa Alejandría, baluarte de la ortodoxia.
4. Cirilo contra Nestorio. El
concilio de Éfeso.
l
Una vez aceptada por el papa, la profesión de fe niceno-constantinopolitana se convirtió en el símbolo clásico
de la Iglesia griega. También llegó a
imponerse en Occidente, aunque con
la adición del “Filioque”, que siglos
después provocó la discordia entre la
Iglesia oriental y la occidental.
l
Pero la controversia en torno a la
persona de Cristo no quedó zanjada.
Cirilo, patriarca de Alejandría, en su
empeño de presentar la unión de la divinidad y la humanidad en Jesucristo
como la más íntima posible, hablaba
de “una naturaleza del Verbo encarnado”, explicándola con la imagen del
fuego en una brasa encendida.
l
l La otra imagen cristológica estaba representada por la Escuela de Antioquía,
que se distinguía por su exégesis histórico gramatical. A ella perteneció San Juan
Crisóstomo. Pero fue su sucesor en la
sede de Constantinopla, Nestorio, quien
subrayando tanto la humanidad de Cris-
l Nestorio polemizó en sus sermones
contra el título de María, “Madre de
Dios”. Sólo cabía llamarla “Madre de
Cristo” (Cristotokos), ya que había
dado a luz al hombre.
Cristo, en quien Dios “habitaba como
en un templo”. El pueblo fiel no aceptó nunca renunciar a esta acepción familiar. Cirilo pidió a Nestorio que se
retractara de su doctrina.
l La personalidad dominante en el
Concilio de Éfeso fue el patriarca Cirilo, que ostentaba la representación del
papa, Celestino I. Su doctrina sobre la
unión hipostática de las dos naturalezas en Cristo mereció la aprobación
del concilio y de Nestorio fue depuesto y excomulgado. El pueblo acogió
con alegría la decisión conciliar.
l Pero los nestorianos reaccionaron y
consiguieron incluso que el emperador Teodosio II hiciera detener a Cirilo
y al obispo de Éfeso. Pero, al fin, tras
escuchar a delegados de ambas partes,
rompió con Nestorio y los antioquenos. La ortodoxia había triunfado.
5. La fe de Calcedonia.
El germen del error contenido en la
imagen alejandrina de Cristo volvía a
l
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LA FORMACIÓN DEL DOGMA CRISTOLÓGICO
dar lugar a una nueva herejía cristológica. Eutiques de Constantinopla enseñaba que después de la unión de las
naturalezas divina y humana en Jesucristo, ésta fue absorbida por la primera, de modo que ya no se podía hablar
más que de una naturaleza, a saber, la
divina (monofisismo).
El obispo de Constantinopla, Flaviano, condenó a Eutiques. Pero un concilio de estado convocado por Teodosio II en Éfeso lo rehabilitó. El papa
León I (Magno), a cuyo legado se negó
la presidencia, lo denominó “sínodo
de ladrones” y solicitó en vano del Emperador la convocatoria de un nuevo
concilio. Por fin, el sucesor de Teodosio II, Marciano, convocó un concilio
en Calcedonia, en el Bósforo, cerca de
la capital.
l
La fórmula de fe de Calcedonia añade
al “consustancial con el Padre en cuanto
a la divinidad”, de Nicea, el “consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros,
menos en el pecado (Heb 4, 15)”.
l
l Y añade, además: “se ha de reconocer
a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor
unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio (contra los monofisitas), sin división, sin separación (contra
los nestorianos), en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más
bien, cada naturaleza su propiedad y
concurriendo en una sola persona y en
una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el
mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo (Dz 148).
6. Creo en el Espíritu Santo.
Aquel al que el Padre ha enviado a
nuestros corazones, el Espíritu de su
Hijo (Cfr. Ga 4, 6) es realmente Dios.
Consustancial con el Padre y el Hijo, es
inseparable de ellos, tanto en la vida
l
íntima de la Trinidad como en su don
de amor para el mundo. Pero al adorar
a la Santísima Trinidad vivificante, consustancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las
Personas. Cuando el Padre envía su
Verbo, envía también su aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es
quien se manifiesta, Imagen visible de
Dios invisible, pero es el Espíritu Santo
quien lo revela (CAT 689).
En la plenitud de los tiempos el Espíritu Santo realiza en María todas las
preparaciones para la venida de Cristo
al Pueblo de Dios. Mediante la acción
del Espíritu Santo en ella, el Padre da al
mundo el Emmanuel, “Dios con nosotros” (Mt 1, 23) (CAT 744).
l
l El día de Pentecostés (al término de
las siete semanas pascuales), la Pascua
de Cristo se consuma con la efusión
del Espíritu Santo que se manifiesta, da
y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cfr.
Hch 236), derrama profusamente el Espíritu. (CAT 731).
El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza,
derrama sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es
el sacramento de la Comunión de la
Santísima Trinidad con los hombres.
(CAT 747).
l
l La Iglesia, comunión viviente en la fe
de los apóstoles que ella transmite, es
el lugar de nuestro conocimiento del
Espíritu Santo:
- en las Escrituras que El ha inspirado;
- en la Tradición, de la cual los Padres
de la Iglesia son testigos siempre actuales;
- en el Magisterio de la Iglesia, al que
El asiste;
- en la liturgia sacramental, a través
de sus palabras y sus símbolos, en
donde el Espíritu Santo nos pone en
comunión con Cristo;
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LA FORMACIÓN DEL DOGMA CRISTOLÓGICO
- en la oración en la cual El intercede
por nosotros;
- en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia;
- en los signos de la vida apostólica y
misionera;
- en el testimonio de los santos, donde El manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación. (CAT 688).
7. Dios como Trinidad.
El misterio de la Santísima Trinidad
es el misterio central de la fe y de la
vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre,
Hijo y Espíritu Santo. (CAT 261).
l
La Iglesia utiliza el término “sustancia”
(traducido a veces también por “esencia” o por “naturaleza”) para designar el
ser divino en su unidad; el término
“persona” o “hipóstasis” para designar
al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su
distinción real entre sí; el término “relación” para designar el hecho de que su
distinción reside en la referencia de
cada uno a los otros. (CAT 252).
l
“La fe católica es ésta: que veneremos un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las
personas, ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra
la del Hijo, otra la del Espíritu Santo;
pero del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad” (Symbolum
“Quicumque”). (CAT 266).
l
Algunos textos del
Catecismo de la Iglesia Católica
465. Las primeras herejías negaron menos la divinidad de Jesucristo que su humanidad verdadera (docetismo gnóstico). Desde la época apos-
tólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, “venido en la carne”
(cf. 1 Jn 4, 2-3; 2 Jn 7). Pero desde el siglo III,
la Iglesia tuvo que afirmar frente a Pablo de Samosata, en un Concilio reunido en Antioquía,
que Jesucristo es Hijo de Dios por naturaleza y
no por adopción. El primer Concilio Ecuménico
de Nicea, en el año 325, confesó en su Credo
que el Hijo de Dios es «engendrado, no creado,
“de la misma substancia” [en griego homousion]
que el Padre» y condenó a Arrio que afirmaba
que “el Hijo de Dios salió de la nada” (Concilio
de Nicea I: DS 130) y que sería “de una substancia distinta de la del Padre” (Ibíd., 126).
466. La herejía nestoriana veía en Cristo una
persona humana junto a la persona divina del
Hijo de Dios. Frente a ella san Cirilo de Alejandría y el tercer Concilio Ecuménico reunido en
Efeso, en el año 431, confesaron que “el Verbo,
al unirse en su persona a una carne animada por
un alma racional, se hizo hombre” (Concilio de
Efeso: DS, 250). La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de
Dios que la ha asumido y hecho suya desde su
concepción. Por eso el concilio de Efeso proclamó en el año 431 que María llegó a ser con toda
verdad Madre de Dios mediante la concepción
humana del Hijo de Dios en su seno: “Madre de
Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado
de ella su naturaleza divina, sino porque es de
ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de
un alma racional [...] unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la
carne” (DS 251).
480. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero
Hombre en la unidad de su Persona divina; por
esta razón Él es el único Mediador entre Dios y
los hombres.
481 Jesucristo posee dos naturalezas, la divina y
la humana, no confundidas, sino unidas en la
única Persona del Hijo de Dios.
263. La misión del Espíritu Santo, enviado por
el Padre en nombre del Hijo (cf. Jn 14,26) y por
el Hijo “de junto al Padre” (Jn 15,26), revela
que él es con ellos el mismo Dios único. “Con el
Padre y el Hijo recibe una misma adoración y
gloria”.
265. Por la gracia del bautismo “en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt
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LA FORMACIÓN DEL DOGMA CRISTOLÓGICO
28, 19) somos llamados a participar en la vida
de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la
oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la
luz eterna (cf. Pablo VI, Credo del Pueblo de
Dios 9).
Lecturas complementarias
l Catecismo de la Iglesia Católica Nº
232 a 267 y 464 a 478.
Catecismo “Esta es nuestra fe” págs.
127 a 130; 160 a 166 y 217 a 220.
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