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Cámara Argentina de Comercio Materia: Economía Argentina Economía Política Argentina entre 1853 y 1930 Cuando la globalización nos benefició Por Alejandro Gómez Es muy común escuchar en estos días a políticos, filósofos, intelectuales, empresarios y periodistas, culpar a la globalización de todos los males socio-económicos que aquejan a nuestra sociedad. Como si esta entelequia fuera la causa de nuestro atraso y de nuestros problemas institucionales y educativos. Es interesante leer en distintas publicaciones el análisis que se hace del tema, como si el mismo fuera una novedad exclusiva de finales del siglo veinte y comienzos del veintiuno. La globalización reencarna para estos analistas a “la plaga del nuevo milenio”. Los cambios introducidos por la revolución tecnológica dejan fuera de competencia a “ejércitos de proletarios” sin posibilidad alguna de insertarse en el nuevo mercado laboral. Como hace un siglo, con las visiones apocalípticas que se esbozaban ante la expansión de la revolución industrial, la culpa en el descenso de la calidad de vida de los ciudadanos es del avance de la tecnología. Estamos ante un nuevo paradigma tecnológico, que afecta notablemente el desarrollo de la economía mundial. La velocidad de las comunicaciones ha cambiado radicalmente las relaciones humanas en todos los niveles. El conocimiento y la información se hacen accesibles mucho más rápido y, más importante aún, a un costo mucho menor. Obviamente, estos cambios tan radicales son difíciles de asimilar y muchas veces hay sectores que se ven desplazados por nuevos actores que vienen a ocupar los espacios productivos. ¿Se puede decir realmente que la globalización es un fenómeno exclusivo de nuestro tiempo? ¿Es cierto que la Argentina está condenada al atraso por esta nueva realidad económica? Para contestar estas preguntas me remontaré a finales del siglo diecinueve, cuando la globalización nos benefició. Hacia mediados de la segunda mitad del siglo diecinueve, la economía mundial estaba mucho más desarrollada e interconectada de lo que generalmente se cree. Desde 1870 en adelante se produce una gran movilidad de factores que no tendrían nada que envidiar a la “globalización moderna”. El flujo de personas, capital, tecnología y comercio, experimentaron en este período un crecimiento y una apertura nunca antes vista. Por ejemplo, hasta 1914, no era necesario poseer pasaporte para viajar. La gente podía desplazarse libremente de un país a otro, lo que facilitó la gran corriente migratoria desde Europa hacia América. En la actualidad, cualquiera de nosotros que deseara ir a otro país para trabajar, sabe de los trámites y requisitos que debería cumplir antes de lograr la autorización correspondiente, en realidad las fronteras cada vez se cierran más. En cuanto a la libertad comercial, las barreras aduaneras existentes entre 1860 y 1900, eran mucho más bajas que las que podríamos encontrar en el país más abierto al comercio de la actualidad. Es llamativo el hecho que para 1879, el 95% de las importaciones alemanas estaban libres de impuestos. Finalmente, no era menos importante el flujo de capital y tecnología que se produjo en este período. La mayoría de los países industrializados, invertían en países extranjeros comparativamente más hacia 1900 de lo que lo hacen en la actualidad. Naciones en desarrollo como Canadá, Australia y Estados Unidos recibían un flujo de inversión externa mucho mayor del que reciben los países emergentes en la actualidad. Un análisis detallado de datos estadísticos sobre este período se pueden ver en “La Economía mundial 1820-1992” de Angus Maddison. Las condiciones económicas descriptas afectaron de manera muy especial a la Argentina, un país que salía de décadas de luchas internas y externas que habían demorado el crecimiento económico indefinidamente. Por fin, el país se podía organizar como una Nación moderna, con un Poder Ejecutivo que puede desempeñar sus funciones sin interferencias desde la ciudad de Buenos Aires (recientemente federalizada) y con la totalidad del territorio nacional bajo su control efectivo. Quedaba por delante la tarea más compleja en el plano económico: lograr el crecimiento tantas veces postergado. ¿Qué habrían pensado nuestros dirigentes ante el panorama que se les planteaba a nivel internacional? ¿Cómo haría la naciente Nación Argentina para incorporarse a un mercado altamente especializado y desarrollado como lo era el de la denominada segunda revolución industrial? Básicamente la respuesta fue otorgar seguridad jurídica a los inversores y a todos aquellos que quisieran venir a trabajar al suelo argentino, afirmando los principios de la Constitución Nacional. El país no tenía mucho que ofrecer salvo oportunidades. Desierto, falta de población, analfabetismo, infraestructura inadecuada, ausencia de ahorro interno, era el panorama en aquella época. ¿Podría alguien pensar que en semejante contexto un país tan atrasado podría insertarse en una economía mundial altamente competitiva? Posiblemente la respuesta fuera pesimista a simple vista. Pero no era este el espíritu que movió a los dirigentes de la llamada “generación del ochenta”. De modo que pusieron en marcha a la Nación dejando funcionar las fuerzas del mercado y la iniciativa privada en el aspecto económico, destinando las energías del Estado a sus funciones específicas, es decir, velar por el buen funcionamiento del marco jurídico, el desarrollo de infraestructura y la educación. Al cabo de pocos años el país pasó a ser una Nación desarrollada. En todos los indicadores económicos que una mire la Argentina se destaca entre las naciones más avanzadas de ese período. La población crece a un ritmo vertiginoso gracias a la inmigración. A comienzos del siglo veinte, Argentina tenía mayor proporción de extranjeros entre su población que Estados Unidos, la población pasa 1,8 millones en 1869 a 7,8 millones en 1914; la tasa de analfabetismo cae a niveles impensados años antes gracias a la aplicación de la ley 1420; el desierto se convierte en campos sembrados con la implementación del sistema de colonias agrícolas en la llamada “Pampa Gringa”, el área sembrada crece el 3.350% entre 1880 y 1914, la producción de trigo y maíz que en 1891 llegaba 995.000 toneladas, en 1921 supera las 9.500.000 toneladas; el ferrocarril se extiende a lo largo del país conectando zonas que antes no tenía acceso al puerto de Buenos Aires, y que por ende no podían insertarse en el mercado internacional, el tendido de vías pasa de 2.400 km. en 1880 a 33.000 km. 1915, pasando la carga transportada en el mismo período de 800.000 a 35.700.000 toneladas; el PBI per cápita (en U$S de 1970) pasa de 334 en 1875 a 1.151 en 1913, lo que si es comparado con el de Canadá para el mismo lapso vemos que pasa de 631 a 1466 (dólares de 1970). Este crecimiento espectacular se produce dentro del marco de una expansión creciente de los mercados internacionales. El abaratamiento del costo del transporte terrestre y marítimo, la difusión de las telecomunicaciones, la aplicación de nuevas técnicas de producción y la aparición de nuevos mercados, hicieron que el mundo se “globalizara”. Es bajo este contexto que se dan cambios fabulosos en la economía argentina, los que permitieron que el país se situara dentro de las diez naciones más desarrolladas del mundo hacia el año 1910. Como se puede apreciar la globalización no es un fenómeno nuevo en la historia económica mundial (de alguna manera, a medida que nos alejamos en el tiempo podremos encontrar otros casos similares, ya que los países casi siempre se relacionaron por medio del comercio o por las guerras), el grado de apertura económico que existía a comienzos del siglo veinte era mucho mayor que el que existe hoy. Tampoco es novedosos este fenómeno para Argentina, ya que el período de mayor crecimiento y expansión de nuestra economía coincide precisamente con esta etapa. El actual presidente, entre tantas otras cosas, ha puesto de moda la siguiente frase a la hora de contestar a la pregunta de cómo saldremos de esta situación, diciendo: “no hay soluciones mágicas” Y estoy de acuerdo con él (quizás debe ser lo único en lo que acuerdo con el Señor Presidente) Es cierto que no hay soluciones mágicas, porque aplicar los principios doctrinarios de la Constitución Nacional no es magia. Porque el pensamiento alberdiano reflejado en la misma no es mágico tampoco. Lo que necesitamos es respeto por la Constitución y sus principios de respeto a la libertad y a los derechos de propiedad. Esos principios son los que se aplicaron a fines del siglo XIX y comienzos del XX cuando la globalización nos benefició. Alberdi, a 150 años de las Bases Por José Ignacio García Hamilton Juan Bautista Alberdi había pasado unas semanas de vacaciones en Lima y en febrero de 1852 regresaba en barco a Valparaíso, donde residía en su quinta Las Delicias. Hacía ya catorce años que estaba exiliado de su patria argentina, por su oposición a la tiranía de Juan Manuel de Rosas, y al llegar al puerto recibió una noticia que lo emocionó: el dictador había sido vencido en Caseros por Justo José de Urquiza. Su primer impulso fue regresar al país liberado. Sus amigos Bartolomé Mitre y Domingo F. Sarmiento ya lo habían hecho, y Juan María Gutiérrez se aprestaba a partir. Pero algo lo detenía: sentía la necesidad de escribir un libro con las ideas que había ido elaborando durante su largo destierro y que había ido publicando en El Mercurio y otros periódicos. En él estaría sintetizado el programa de gobierno que Urquiza debería cumplir. Durante el día trabajaba como abogado en su estudio de la Calle del Cabo y por las noches, en su quinta, empezó a redactar hasta las madrugadas: era necesario dictar una Constitución que sirviera de regla a la República. Pero esta carta fundamental no debía promover el aislamiento o rechazar la libertad de comercio, como habían hecho inicialmente la Revolución Francesa y la Norteamericana por motivos diversos, sino atraer todo lo que fuera europeo, para lograr una sociedad comercial y productiva. Gobernar es poblar Tampoco había que repetir los primeros ensayos constitucionales argentinos ni los de otras naciones latinoamericanas, que habían priorizado la independencia y descuidado las causas del progreso económico. Ahora había que sacar a estos países de su estado oscuro y subalterno y procurar el intercambio mercantil, el trazado de ferrocarriles y el desarrollo industrial. Era imprescindible atraer pobladores a estos desiertos, a los que pomposamente denominábamos repúblicas. Podría imitarse a California, que hacía tres años había promulgado una constitución que garantizaba a todos los extranjeros los derechos de los ciudadanos en lo referente a libertad civil, seguridad personal e inviolabilidad de la propiedad. ¿Estábamos los argentinos preparados para la democracia? El escritor tucumano pensaba que no, puesto que veníamos de tres siglos de régimen colonial y dos décadas de dictadura. Pero como tampoco podíamos retornar a la monarquía (¿aceptaríamos un rey europeo y elegiríamos a nuestros amigos para condes y marqueses?), sugería proclamar la República y, luego, elevar a nuestro pueblo al nivel del sistema elegido, mediante la educación y la acción civilizadora de la inmigración europea. No había que enseñar solamente a leer y escribir. Más que abogados o teólogos, había que formar geólogos y naturalistas, técnicos, artesanos e ingenieros que construyeran puentes, caminos y ferrocarriles. La educación debía orientarse a cosas prácticas y lenguas vivas, como el inglés, para superar la ociosidad y el charlatanismo. Y no era el clero, precisamente, el que podía adiestrar a los técnicos y hombres de empresa que se necesitaban, sino que había que fundar escuelas de comercio e industriales. Durante la Colonia, España nos había enseñado a odiar a los extranjeros. Y los libertadores de 1810, a detestar a los que no habían nacido en América, incluyendo a los españoles. Ahora había que traer el orden, la libertad y la riqueza desde Europa. La gloria militar que postulaban San Martín y Bolívar había que completarla con el honor del trabajo y la fecundidad del progreso. El patriotismo consistía en aumentar la población y buscar la prosperidad. Amante de las plantas, Alberdi pensaba que la civilización, como la viña, prende de gajo: debíamos traer de Europa hombres con hábitos de trabajo y de libertad. Dado que la industria es el gran medio de moralización, y el hombre laborioso, el catecismo más edificante, debía atraerse a los inmigrantes garantizándoles sus derechos, especialmente el de poder practicar sus cultos. En vez de privilegiar el establecimiento de conventos, había que fomentar la inversión extranjera sin temer la confusión de razas y de lenguas. Ochocientos mil habitantes en un territorio de doscientas mil leguas era un desierto. Gobernar era poblar. Respeto a la Constitución Había que lograr que los pueblos amaran las leyes. Y el principal medio para obtener el respeto de la Constitución era evitar sus reformas: por eso debía estar reducida a lo fundamental, a los hechos más esenciales del orden político. En cuanto a forma de gobierno, había que buscar una mixtura que atendiese a nuestros antecedentes: autonomías de las provincias con un gobierno central vigoroso; división de poderes, pero con un presidente fuerte; libertad de cultos, pero dejando algunos privilegios a la Iglesia Católica (presidente católico y sostenimiento económico), para que no se opusiera a la institucionalización. El 1° de mayo de 1852 Alberdi fechó la introducción de su obra, que tituló Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina , y envió los originales a la imprenta. A las tres semanas recibió los primeros ejemplares y, el 30 de mayo, envió uno a Buenos Aires, al presidente argentino. "Su bien pensado libro -le contestó Urquiza- es un medio de cooperación importantísimo. La gloria de construir la república debe ser de todos y para todos." La Constitución Nacional fue dictada en 1853, pero Alberdi sólo regresó al país en 1879, tras cuarenta y un años de ausencia. Era ya una figura legendaria y arrastraba algo los pies, cuando ingresó en el edificio del Congreso de la Nación para acreditarse como diputado por Tucumán. Dos años después, en 1881, viajó hasta Rosario y, al ver los silos del puerto llenos de trigo cosechado por laboriosos inmigrantes italianos y españoles, comprobó que sus viejos sueños de Valparaíso habían empezado a cumplirse: los cereales se exportaban, las instituciones funcionaban, los caudillos se habían extinguido y el trabajo y las libertades elevaban al mundo su canto de esperanzas. "Rico como un argentino": el surgimiento de una nación moderna Extraído de Historia de la Facultad de Agronomía de la UBA http://www.agro.uba.ar/historia/ En 1904, la República Argentina atravesaba un proceso de cambios profundos que culminaría con la modernización de sus estructuras económicas, políticas, sociales y culturales. Entonces, el país era "el granero del mundo"; una nación que tenía su economía orientada hacia el modelo agroexportador y de la cual partían sin cesar grandes cantidades de materias primas hacia el Viejo Mundo. Convertida en divisas, esta riqueza regresaba para crear una atmósfera de fastuosidad y lujo, para dar sustento a una "belle époque" que disfrutaban, por lo general, sólo las clases dominantes de la sociedad. En verdad, si bien la sociedad también mutaba con velocidad, la estructura de dominación perpetuaba las mismas jerarquías de la sociedad colonial: las familias terratenientes y patricias disfrutaban de la bonanza económica y predominaban en el control ideológico y político del país, gracias a un sistema electoral que impedía el acceso de las mayorías a la toma de decisión y de sus representantes al aparato del Estado, mientras que las populosas clases bajas (compuestas en su mayoría por peones rurales y chacareros y, en menor medidad, por obreros fabriles y de comercio) empeñaban todo su esfuerzo en la persecución de un bienestar económico siempre lejano y difícil de alcanzar. La inmigración "Llegad, hijos de la astral Francia Vástagos de hunos y de godos Ciudadanos del orbe todos Llegad" (Rubén Darío, Canto a la Argentina) Una vieja broma dice que mientras los mexicanos decienden de los aztecas y los peruanos de los incas, los argentinos descendemos de los barcos. La humorada refleja, en definitiva, el impacto que la inmigración tuvo en el carácter de la sociedad nacional y de su idiosincracia. Es que el inmigrante se convertirá en un actor de peso, que dejará una impronta cosmopolita en la cultura, las costumbres y las características sociales; el inmigrante, italiano, ruso, español, árabe, alemán, francés, turco o sueco, que llenará los barcos que cruzan el gran océano y en cantidad de miles y cientos de miles llegará al país con sus sueños de progreso, sus hábitos de trabajo incansable, y su amor, difícil de comprender, por un terruño extraño, en el cual quedará su esperanza, su sudor y sus huesos. Los inmigrantes no alterarán las estructuras de poder, semejantes aún a la de la época colonial (a principios de siglo, 2000 personas poseían en el país tanta tierra como la superficie total de Italia, Bélgica, Holanda y Dinamarca juntas). Más bien, vienen a llenar un vacío de población y de mano de obra que el campo y los procesos productivos requieren. Luego de un breve paso por la gran urbe de Buenos Aires, lleno de incomodidades y carencias, los recién llegados partirán hacia el interior (aún cuando una considerable cantidad quedará en la Capital para alimentar de obreros las fábricas e industrias), a regiones inhóspitas recién arrebatadas a los indígenas y cercadas por el desierto. O marcharán hacia las planificadas colonias mesopotámicas, donde lograrán hacerse de un pequeño terreno que cultivarán una y otra vez, al tiempo que forman un hogar y crían su prole. En ambos casos, serán siempre peones rurales, pequeños arrendatarios y chacareros pobres, la base de la pirámide social y la mano de obra que proveerá a la fortaleza del modelo agroexportador y la grandeza del país. El aliento a la inmigración masiva tuvo un éxito rotundo y una verdadera marea humana arribó a partir de 1860. En total, entre esa fecha y 1930, la Argentina recibió a 6.330.000 inmigrantes, con un saldo neto entre llegadas y partidas de 3.400.000. Estas cifras eran, por cierto, impresionantes para la estructura demográfica del país de entonces. Tanto que, hacia 1930, los extranjeros componían el 30 % de la población total de la Nación, y en algunas zonas, hasta el 80 % de los habitantes eran inmigrantes. Además, hubo un impacto muy fuerte en la urbanización, sobre todo en el área metropolitana: hacia 1914, Buenos Aires tiene ya 2 millones de habitantes (de los cuales la mitad provenían del exterior) y congrega más de un cuarto de la población total del país. Esta es la imagen que retrata a la Argentina de los primeros años del siglo. Un país que prospera y crece, que aumenta su población y se agranda a expensas de tierras deshabitadas e infértiles. Un país donde el inmigrante pobre convive con el gaucho, más pobre y marginal aún, y ambos conviven con el terrateniente acaudalado y el dandy, hastiados estos de las suntuosas fiestas realizadas en la Capital, bajo el mismo cielo de dinamismo y transformación, y con una percepción de enriquecimiento ilimitado, que pocos disfrutan aunque todos logran ver. Como signo de los tiempos, en la vieja Europa, que se asoma perpleja a la edificación de esta nación moderna, se dirá con tono despectivo de cualquier ricachón que es "rico como un argentino". El campo: de lo artesanal a lo científico ¡Oh Pampa! ¡Oh entraña robusta, mina de oro suprema! (Rubén Darío, Canto a la Argentina) Si durante la época colonial y las primeras décadas posteriores a la Revolución de Mayo, la economía del país se asentó en el tasajo (carne salada y secada) y los cueros, entre 1860 y 1880 la base de la riqueza nacional variará. En ese momento, el país se integra a un mercado mundial que se unifica, en el que las naciones predominantes se industrializan y especializan sus economías de acuerdo a modelos manufactureros. Las inversiones de las viejas metrópolis se dirigirán hacia los territorios de las antiguas colonias, las naciones "periféricas", dedicadas ahora a producir alimentos y productos esenciales para abastecer las crecientes masas de obreros fabriles de Europa y los procesos productivos de las grandes industrias. La Argentina se convertirá, sobre fines del siglo XIX y comienzos del XX, en el "granero del mundo", proveedor privilegiado de bienes primarios que Europa, "el taller del mundo", requiere. Estos bienes no son ya el cuero y el tasajo, sino los cereales y granos, las carnes y otros productos agropastoriles. Lo que se exige, en este contexto, es la modernización de la infraestructura general del país, por lo que una avalancha de inversiones europeas construirán un tejido de vías férreas que unirán el Interior con Buenos Aires, puerta de ingreso y salida de mercaderías; crearán un puerto acorde con la nueva realidad y una capital cada vez más parecida a las grandes ciudades de Europa. En la Exposición Universal de París, de 1880, el mundo descubrirá las realizaciones espectaculares de la Argentina moderna y se enamorará de ella. Así, para mediados de la década del ’10, algunos indicadores económicos mostraban la profunda transformación de la base productiva argentina, que medio siglo antes se asentaba en la industria del saladero: en 1914, la mitad de las inversiones extranjeras en América se concentraban en la Argentina; las vías férreas, que en 1857 alcanzaban una extensión de 10 kilómetros, ahora llegaban a 33 mil kilómetros; los 13 millones de cabezas de ganado bovino que había en 1875 se transformaron en 30 millones para 1908; el país era el segundo productor mundial de ganado ovino; la superficie cultivada se duplicó entre 1895 y 1903, con un salto similar hacia 1914, cuando alcanzó 22 millones de hectáreas. Por último, el comercio internacional argentino decuplicó su valor entre 1869 y 1914 y, por el valor per capita de sus importaciones, al comenzar la Primera Guerra Mundial la Argentina ocupaba el tercer lugar, después de Bélgica y Holanda y por delante de 40 naciones, entre ellas los Estados Unidos, Inglaterra y Alemania. Sin embargo, aunque reorientada y en progreso permanente, la base económica argentina se encontrará con limitaciones fundamentales: una, la escasez de recursos humanos; otra, la carencia de conocimientos científicos y técnicos adecuados para optimizar los procesos productivos en el campo, aun ligados a prácticas artesanales y, por ello, poco eficientes Al primer problema, se lo solucionará con el fomento de la inmigración. Pero las masas humanas que cruzan el Océano no pertenecen a las "razas dinámicas" y prestigiosas de los países anglosajones como soñaban Sarmiento y Alberdi, principales ideólogos de la Argentina moderna, sino que provienen de las geografías más atrasadas de la Europa mediterránea y latina. No contribuirán, entonces, a mejorar la producción agrícola, sino sólo a incrementarla a expensas de integrar cada vez más y más tierras a la producción y de proveer la mano de obra que al país le faltaba. Al segundo límite se le responderá con la creación de instituciones de enseñanza e investigación, capaces de proveer al campo argentino con profesionales y técnicos capacitados, con conocimientos y técnicas que maximicen la producción, con cultivos y animales de alta calidad. Por este impulso nacerá, en los primeros años del siglo XX, la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires, convertida a la sazón en la institución más destacada de la enseñanza y la investigación agronómicas en el país. La edad de Oro del modelo Agroexportador Desde 1860 hasta 1930, la tasa de crecimiento económico de la Argentina fue muy elevada comparando la historia de la economía mundial. Este crecimiento se dio gracias al desarrollo del rubro agropecuario orientado hacia la exportación. Por esta razón es un Modelo Agroexportador, que se inicia entre 1850 y 1880 y tuvo su apogeo entre 1880 y 1814, año de estallido de la primera Guerra Mundial. Esta fue una oportunidad para los países de praderas fértiles. El país Argentino tuvo la posibilidad de crecer económicamente con el “ boom de la Lana”. En la segunda mitad del siglo XIX el traslado de granos, de ganado en pie y, más tarde, de carne congelada, se convirtió en un rubro contable. En esta etapa el comercio internacional cambió su composición, incrementó su volumen físico, modificó su localización geográfica: los alimentos importados desde países lejanos sostuvieron el desarrollo industrial de Europa Occidental, en particular de Gran Bretaña. Los países que pudieron aprovechar esta oportunidad fueron: la Argentina, Uruguay, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Sudáfrica. Entonces se produjo una división internacional del trabajo, ya que algunos países se encargaban de la producción industrial y otros se encargaban de especializarse en la materia prima. La división internacional del trabajo fue sostenida por el Liberalismo, una doctrina político-económica que triunfó en Europa durante la segunda mitad del siglo XIX. Esta economía Liberal proponía suprimir las trabas aduaneras del comercio industrial, se contaba con la decisión política de comerciar libremente los productos, de manera tal que los países pudieran proveerse de lo necesario, para generar su propio desarrollo económico. La Argentina estaba entre los países que proveen la materia prima, y exportó lana, trigo, carne y cereales. Para crecer como un país agro exportador fueron necesarias las obras de Infraestructura como puertos, vías férreas, edificios públicos y privados. Se realizaron con préstamos e inversiones extranjeras, ya que la Argentina no disponía de capital, la encases de mano de obra, productos de la baja densidad de población, se soluciono a través de los inmigrantes. A partir de ciclo de exportación de lanas comenzó a formarse en nuestro país una economía Capitalista, que se desarrollaría en las siguientes décadas. La producción de bienes y servicios en una economía capitalista se organiza a través de tres factores: el trabajo, la tierra y el capital. Se los llama mercados de factores porque esos factores se comercian. A partir de la década de 1880, la demanda de alimentos superó a ala de insumos textiles. La Argentina poseedora de tierras fértiles que se las considera las mejores del mundo aprovecha la oportunidad de desarrollar la producción de dos nuevos rubros para la exportación de: carne y los cereales. De esta manera, así como las lanas fueron el rubro d4e exportación principal hasta aprox. 1895, a mediados de la década de 1870 apareció el trigo que luego tuvo gran éxito. La primera producción que se exportó provenía del grupo de las colonias agrícolas ubicadas en el centro de la ciudad de Santa Fe. Estas demostraron ser exitosa, luego la zona pampeana tomó la delantera en la producción de cereales y llevaron a la Argentina a convertirse el mejor “ Granjero del Mundo”. La etapa de producción del trigo en su expansión fue más amplia que la de la producción de lana ( Bs.As. - Santa Fe - Nordeste de la Pampa - Córdoba). Las primeras exportaciones de ganado en pie, desde 1880 comenzaron a construirse y a perfeccionarse buques especiales disponían de los medios necesarios para mantener las carnes en frío durante su traslado a través de océano. Una vez logrado este avance tecnológico, apareció en la Argentina una importante y fundamental industria para el crecimiento de la economía la industria Agroexportadora. El ganado vacuno se fue mejorando a través del tiempo por medio del mestizaje ya que las carnes de este ganado vacuno eran muy duras, este problema de calidad se solucionaría. Luego la siembra de ganado se combinaría con la cría de bovinos. El crecimiento se derrama hacia otras áreas: trabajo, consumo y urbanización. El desarrollo del modelo agroexportador dinamizó otras áreas de la economía Argentina. Esta situación se reflejaba en el elevado nivel de consumo de la clase dominante Argentina, pero también alcanzaban al resto de la población, beneficiada por el dinamismo constante en la demanda de trabajo. Además una parte de los recurso orientaban a las importaciones, una porción de las ganancias se volcaron en obras públicas, particularmente Bs. As.. Podemos decir que la economía Argentina de este período resultaba muy vulnerable al financiamiento externo. El más grave prolema que la Argentina enfrentaba a este respecto era que los pagos por servicios resultaban muy elevados, pues se fijaban en relación con el valor de los ingresos por exportaciones. Las inversiones extranjeras fueron destinadas a propiedades e hipotecas, al tendido de ferrocarriles, a la instalación de servicios (gas, luz, agua corriente, tranvías). A partir de 1890, la inversión en ferrocarriles dominó el panorama. Pero, entre 1904 y 1910 se produjo una oleada de nuevas inversiones británicas y, particularmente, a frigoríficos. Las inversiones británicas no fueron las únicas que llegaron a la Argentina, aunque fueron las predominantes. También vinieron a nuestro país capitales Alemanes y Franceses. Así el ferrocarril y el frigorífico fueron los rubros predominantes de la inversión extranjera en esta etapa. Más caminos de Hierro Las vías ferroviarias siguieron expandiéndose por lo que provocó una rebaja radical en el precio de los fletes. Los caminos de hierro ayudaron a la integración efectiva del Estado Nacional y tuvieron hondo impacto en la vida de la gente. La financiación de las inversiones en ferrocarriles se realizó en su mayoría con capital extranjero gracias a las ganancias de las agroexportaciones se pudieron cubrir los altos costos de las Vías ferroviarias. La primera de la etapa del desarrollo de la industria: Frigorífica El aumento demográfico y el aumento del consumo de la mayor parte de los británicos, dieron lugar al crecimiento de la Argentina. En 1907 llegó al país el capital estadounidense que se orientó a la industria de carne. La entrada del capital norteamericano produjo un cambio en la forma de producción de las carnes. En principio, la carne se embarcaba congelada como un producto sólido. Los norteamericanos mejoraron la calidad de este producto haciéndolo más blando ( ya no era congelado sino enfriado). Las exportaciones Argentinas de carne comenzaron aumentar rápidamente y en gran cantidad. Inmigración masiva: Una nueva sociedad Los grupos dirigentes que desde 1853 se hicieron cargo del país, estaban en fomentar la agricultura. Como la población era escasa y sin experiencia en dichas tareas, se impulsó la llegada de inmigrantes extranjeros. A partir de 1880, luego de la conquista del Desierto, los Terratenientes también se interesaron en emplear inmigrantes conocedores de las tareas rurales. Entre 1850 y 1930 la Argentina recibió más de 6 millones de personas, de éstos casi cuatro millones se establecieron en el país definitivamente. Los factores que contribuyeron a éste flujo migratorio fueron dos principalmente: Factores de expulsión: desocupación masiva, bajos salarios, crisis política y guerras. Factores de atracción: Argentina y toda América era una promesa de futuro para ellos y sus descendientes. La inmigración fue parte de una modernización y transformación global tanto en lo social como en lo económico, político y cultural. Es así que entre 1880 y 1914 se forja en nuestro país una nueva sociedad. Ningún otro país del mundo recibió un impacto inmigratorio tan grande como la Argentina. Cambios en la estructura demográfica Los historiadores recurren a los Censos Nacionales. Para el período afectado se dispone de 3 censos: 1869 - 1895 - 1914. El análisis de estos censos nos revelan datos del crecimiento vertiginoso de la población : duplicando y triplicando cifras en cada una de las tasas. La tasa más alta de la historia Argentina se logró entre 1895 - 1914. Origen y tipo de inmigrantes La mayoría venían de Europa ( Italia, España y Francia) de las áreas rurales; mayoritariamente hombres de 15 y 65 años sanos. Algunos solos con la promesa de volver y otros de aventuraban con sus familias. Algunos volverían y otros se desvinculaban para siempre. Distribución geográfica de la población nueva Se concentraron en la región económica dinámica de la Argentina : La Pampa Húmeda, aquí 3 provincias Bs. As. - Sta. Fe - E.Ríos congregaron el 87% de la inmigración total. A su vez Bs. As. Representaba la radiación del 50% de dichos extranjeros. Política inmigratoria Los dos procesos ( Europeo y Argentino) coincidieron en generar una secuencia de expulsión atracción de población. Además los gobiernos nacionales deseaban la llegada de inmigrantes y favorecieron sus mecanismos al iniciar el proceso de construcción del Estado Nacional definiendo una política inmigratoria de puertas abiertas garantizando igualdad y seguridad jurídica. El estado Argentina otorgaba a los inmigrantes aportes como anticipos de pasajes, alojamiento en hoteles, asilos, o concesión de tierras. La principal herramienta legal fue la Ley de Inmigración y Colonización, conocida como Ley Avellaneda de 1876. Esta Ley definió al inmigrante, especificando derechos y deberes y daba una propuesta de colonización sobre tierras públicas. Desarraigo y dificultades Mucho sufrieron los primeros extranjeros con la fantasía soñada y la realidad cruda del arribo: había que buscar trabajo comunicándose a veces en otras lenguas y en otra cultura. Los desajustes en cuanto a mano de obra eran frecuentes lo que generaba a veces una migración Golondrina relacionada con el ritmo de las cosechas. El inmigrante y la propiedad de la tierra Sarmiento apostaba no solo al trabajo de los extranjeros sino también a su ascenso social, el cual se lograría por dos canales: accediendo a la tierra y a la educación gratuita y obligatoria pero las cosas sucedieron en forma diferente. El acceso de los inmigrantes a la propiedad rural fue muy limitado: grandes estancias con poderosos terratenientes ofrecían la rentabilidad agícologanadera. Sólo se organizaban productivas con contrato de arrendamiento para los inmigrantes. Esta política económica rural no favoreció el establecimiento de dicha población. Las ciudades en especial Bs. As. Ofrecieron alternativas complementarias a la actividad rural durante los meses sin cosecha.