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Mentor-Discípulo: un modelo para la práctica
religiosa del nuevo milenio
Por Greg Martin
(Reunión de Estudio de Verano, Baltimore, 21 de julio de 2001)
Traducción de Eduardo Ciancaglini
Quisiera referirme a la relación Mentor-Discípulo. Tengo varios motivos para elegir este tema.
En primer lugar, porque escuchamos hablar mucho sobre este tema en estos días. En realidad,
en opinión de algunos, escuchamos hablar demasiado sobre el tema. Honestamente, me parece
que si bien treinta años atrás cuando comencé a practicar, ya escuché hablar sobre ello, hoy
escucho hablar mucho más que en aquel entonces y, para ser completamente honesto, este
asunto de Mentor-Discípulo me molestó durante mucho tiempo. No sé exactamente por qu é me
incomodaba, pero puedo decirles que me alegro cuando dejamos de llamarlo “Maestro Discípulo” y lo denominamos “Mentor-Discípulo”, me dio un poco de alivio. Pero continuaba
preocupándome. La sola idea del Mentor, la sola imagen de esta persona, me resu ltaba muy
difícil de aceptar.
Pero paralelamente, al estudiar –cosa que disfruto haciendo-, cuando leía el Gosho, cuando leía
el Sutra del Loto o la orientación del Presidente Ikeda, se me hacía evidente que no podía
descartar esta parte de la enseñanza. No podía ignorarla: era importante. En efecto, el Sutra del
Loto en su totalidad gira en torno a la relación, diálogo e interacción entre el Buda Shakyamuni
y sus discípulos. El Gosho de Nichiren Daishonin está constituido por las cartas escritas de un
maestro a sus alumnos y por el diálogo epistolar que él generaba en sus escritos.
Me enfrentaba, entonces, a un verdadero dilema: por un lado, aquí tenía algo que no podía
realmente comprender y con lo cual no me sentía cómodo. Por el otro, era consciente de la
extrema importancia que tenía el comprender este punto para poder comprender el budismo.
Por lo tanto, quisiera referirme a algunos aspectos de mi actual (ya que esta continúa creciendo
y desarrollándose) perspectiva sobre la relación Mentor-Discípulo. Y antes que nada desearía
leerles un fragmento de una orientación del Presidente Ikeda extraída de “Fe en acción”:
“La sangre vital del Budismo existe solamente dentro de la fe correcta manifiesta en la Ley.
Una fe correcta, vehículo de la corriente vital del Budismo, sólo se transmite a través de la
relación Mentor-Discípulo. El Daishonin escribió en el Gosho «Advertencias sobre los actos
contra la Ley»: ‘Si uno olvida al maestro original que le trajo el agua de la sabiduría desde el
gran océano del Sutra del Loto, para seguir a otro, seguramente se hundirá en el interminable
sufrimiento de la vida y de la muerte’”.
Y mi análisis del tema me ha llevado a la conclusión de que Maestro -Discípulo es, de hecho, un
modelo de fe religiosa válido para el próximo milenio. Y no solamente para nosotros:
constituye un modelo de postura religiosa orientativa para todas las filosofías.
Hasta ahora, el modelo aceptado de fe religiosa en casi todas las tradiciones ha sido aquél de
relación de “ser superior a ser inferior”. Con demasiada frecuencia el maestro se eleva al rango
de un dios, deja de ser un ser humano para situarse en un lugar elevado. Lo mismo encontramos
dentro del ser humano en su postura de la fe: mirar hacia arriba buscando alguna entidad más
alta o poderosa. No sólo “esta persona” se encuentra por sobre nosotros, es mejor que nosotros,
más poderosa que nosotros, más sabia que nosotros, sino que también supone que nosotros nos
encontramos “aquí debajo”. Esta relación “más alto-más bajo” conduce al modelo básico de fe
religiosa: el de adoración. Se adora a este ser, esta entidad o cualquiera sea el nombre que
quieran darle.
¿Pero realmente es éste el modelo correcto de fe religiosa válido para estos días, para esta
época? Mi conclusión es “no”. En el preciso momento que el fundador de una religión –por
grandioso que haya sido- es colocado en un pedestal... ¿qué pasa con nosotros? Somos situados
debajo. Esto no es más que el resultado de una tendencia humana profundamente arraigada: la
falta de fe en nosotros mismos, la dificultad de creer en nuestras propias posibilidades. Es algo
difícil, ¿verdad? Invocamos Nam-myoho-renge-kyo, hacemos gongyo mañana y noche,
aprendemos que nosotros somos el Buda... pero es difícil de creer. Es difícil vivirlo.
A los seres humanos nos cuesta aceptar nuestra grandiosidad. Existe una cita atribuida a Nelson
Mandela que afirma que no es nuestra debilidad lo que tememos, sino nuestra luz, nuestra
grandeza. Tememos que podamos llegar a ser, de hecho, mucho más de lo que creemo s ser.
Tendemos a considerar a otros como mejores, más misericordiosos, más sabios, etc. y los
colocamos en un pedestal. Depositamos en ellos nuestra confianza: ésta es la historia de las
religiones humanas.
En algunas tradiciones religiosas, si al creyente tan sólo se le ocurría pensar en estar “ahí
arriba”, esa arrogancia ya constituía una herejía. Hubo tiempos en la era Cristiana en que se
torturaba y quemaba vivas a las personas que afirmaban tales cosas.
En su “Diálogo sobre el Sutra del Loto”, el Presidente Ikeda trata este exacto punto. En
referencia al Buda Shakyamuni, él cita a Jawaharlal Nehru (1889-1964, discípulo de Gandhi y
primer gobernante de la India luego de su independencia de Inglaterra en 1947) quien afirmó
una vez que en el momento en que Shakyamuni fue elevado al rango de ser sobrehumano por
sus discípulos –sin duda que llenos de buenas intenciones- y dejó de ser un ser humano para
convertirse en un dios, una divinidad, alguien mejor que ustedes o yo, en ese mismo instante
desapareció el humanismo del budismo. Las personas comenzaron a venerar y buscar los
poderes del Buda y, en este proceso, implícitamente aceptaron que ellos mismos carecían de
poder. ¿Ven cómo funciona? En el mismo instante en que comenzamos a buscar “afuera”, ya
estamos autonegándonos. Y cuanto más lo hacemos, más difícil es creer en aquello que
podríamos llegar a ser. La mayoría de las religiones concluyen en que “uno no es eso”, “uno no
puede hacerlo” y que la única esperanza que podemos albergar es que, al morir, v ayamos a un
lugar mejor.
Ralph Waldo Emerson (1803-1882) afirmó que en los Evangelios siempre hemos leído acerca
de la grandiosidad del hombre... pero en la iglesia sólo escuchamos acerca de la grandiosidad de
Jesús. Y aquí radica el problema: debemos implorarle a Jesús que nos devuelva el poder, que
nos permita que Dios entre en nuestras vidas... ¡Ésta es una visión muy pesimista de la
condición humana!
Un sábado a la noche de hace aproximadamente dos años, me hallaba en mi casa, cuando recibí
un llamado de una miembro de California que trabajaba como productora de un programa
televisivo del Reverendo Lawson, un ministro bautista de Los Angeles: el invitado agendado
para el programa del domingo les había fallado, y me estaba invitando a dicho programa –que
se transmitía desde un canal cristiano-. “Pero antes de responderme” me advirtió, “debo
recordarle que mañana es domingo de Pascuas y el Reverendo seguramente le preguntará ‘¿Qué
piensan ustedes los budistas acerca de la resurrección de Cristo? ’ ”
Yo le contesté al miembro: “¡La verdad es que no pensamos muy frecuentemente acerca del
tema!”. Ella replicó: “Pero, Greg, ésta sería una gran oportunidad para establecer una conexión,
porque usted recordará que el Rev. Lawson es uno de los discípulos del Dr. K ing y ha oído
sobre SGI”. Entonces yo dije: “No tengo idea de qué puedo llegar a hablar con él”. Y ella me
replicó: “Bueno, ya pensará en algo” (¡Me conocía bastante bien!). Terminé aceptando.
Entonces me puse a invocar sobre el tema y a pensar “¿Y qué hago si me hace una pregunta?
¿Qué voy a contestarle?”. Acababa de terminar un nuevo fragmento del “Diálogo sobre el Sutra
del Loto” que plantea el modelo de fe religiosa de Maestro-Discípulo y según el cual podríamos
considerar a Jesús, su vida y su resurrección como un maestro, un guía, un paradigma para
nuestra propia vida y no como alguien especial al que no nos parecemos. Entonces me dije:
“¡Vayamos valientemente a donde ningún budista jamás ha ido y veamos qué pasa!”.
Empezó el programa y comenzamos a charlar y, tal como habíamos previsto, me encaró y me
preguntó: “¿Qué piensan los budistas acerca de la crucifixión y la resurrección de Cristo?”. Y
aquí está lo que le respondí basándome en el concepto de “Mentor-Discípulo” como modelo de
fe religiosa para el siglo XXI. (En ese momento, el programa estaba siendo visto en 15 millones
de hogares de América, por lo cual estaba seguro de que habría montones de cristianos mirando
y advirtiéndome: “¡Ojo con lo que responde!”) [Risas]
De todos modos, seguí adelante: “Bien, mi Maestro me enseña que el modelo correcto de fe
religiosa debería ser el de Mentor-Discípulo y no el de Dios-Seres humanos. Por lo tanto, si
estudiamos la vida y muerte de Jesús como ser humano y como modelo de vida para enseñarnos
acerca de nuestras propias vidas, entonces podemos sacar ciertas conclusiones. Ante todo, él
fue resucitado. Eso significa que la vida no termina con la muerte, sino que hay algo más allá:
volveremos a renacer. Y, además, él resucitó en mejores circunstancias ¿verdad? Se sentó a la
derecha de Dios, si mi conocimiento del cristianismo no me falla: una espléndida circunstancia
en la cual renacer. ¿Qué le hizo merecer tal magnífica renacimiento? ¿Cómo se ganó eso?” Y
luego agregué: “Para comprenderlo, deberíamos analizar su vida”.
“Un par de conclusiones. Número uno, el mero hecho de que uno viva muchos años no
determina con qué condiciones uno renacerá. La longitud de la propia vida no constituye el
punto, porque Jesús no vivió muchos años. Número dos, cuánto sufrimiento pueda uno evitar, o
cuan fácil y llena de algodones sea tu vida tampoco constituye el punto, porque Jesús, por el
contrario, vivió y murió con sufrimiento y dificultades. En cambio, deberíamos analizar la
historia de su vida y tratar de percibir el verdadero mensaje que ella transmite y que es cómo él
trató a los demás, especialmente a aquellos que la gente descartaba, discriminaba o marginaba:
a los enfermos, a los que sufrían, a los desposeídos, a aquéllos de los estratos más bajos de la
sociedad. Es la manera en que él trató a sus semejantes lo que define la dimensión de este
hombre. Es debido a esto que él renació en una mejor circunstancia”.
“Por lo tanto nosotros, como budistas, podríamos considerar a Jesús como un gran maestro y
encontraríamos sabiduría en este punto. Podemos extraer la sabia enseñanza de que la manera
cómo vivimos esta vida determinará la próxima, cualquiera que esta sea. Y que el punto clave
es que, a medida que atravesamos esta vida, deberíamos intentar imitar su comportamiento , ser
nosotros mismos Jesús, en lugar de venerar su poder. Por eso, podríamos considerar a Jesús un
maestro”.
El Reverendo Lawson me miró fijamente y yo pensé: “Oh oh, aquí se arma”. Pero dijo: “ ¡Esto
es absolutamente correcto! ¿Cómo se le ocurrió?”
(Había tenido la misma conversación con Dean Carter el fin de semana pasado y él me había
confesado: “Sí, esto es absolutamente correcto. Lo triste es que la mayoría de los cristianos no
lo saben”).
Desde el punto de vista del modelo Mentor-Discípulo, el Mentor nunca deja de ser un ser
humano y es porque el Mentor permanece siendo un ser humano que precisamente se convierte
en un modelo que es posible alcanzar. No sólo uno tiene la posibilidad, sino que se encuentra
imbuido de la imagen de uno mismo haciendo lo mismo que él.
Tal como el Presidente Ikeda dice en su “Diálogo sobre el Sutra del Loto”: la relación de
Mentor-Discípulo nos desafía como discípulos a tener una visión fundamentalmente diferente
de nosotros mismos. Podemos dejar de vernos como inadecuados, incapaces, o no poseedores
de las mismas cualidades que él. Como discípulos, como estudiantes, si optamos por el modelo
Mentor-Discípulo, el reconocer que tu Maestro pone “alta la marca” nos demuestra la increíble
capacidad del ser humano. El propósito de la vida del Maestro (trátese de Shakyamuni, T’ien
Tai, Nichiren, el Presidente Ikeda o quien fuera) no es decir: “¡Mírenme qué grande soy!”. Sino
más bien expresar: “¡Considérenme como a un ejemplo de cuan grandes ustedes pueden llegar a
ser!”. Y esto constituye una visión completamente diferente del asunto: es un desafío, es difícil
de creer.
Cuando contemplamos a un gran Mentor y a lo que ha logrado con su aliento, su intrepidez, su
misericordia y su sabiduría, lo primero que nos nace es decir: “Él debe ser diferente de
nosotros” porque sentimos una dolorosa conciencia de nuestras debilidades, limitaciones,
maldades, pensamientos negativos y todo eso, nos es imposible imaginarnos que, dentro de
nuestra vida humana, existan exactamente las mismas cualidades. Pero, de hecho, ahí yace el
punto: la posesión mutua de los Diez Estados nos enseña que el Buda se manifiesta como un
mortal común y que un mortal común –lleno de debilidades, pereza y todo tipo de rasgos
negativos- aún posee todas las cualidades de un Buda.
Shakyamuni en el Sutra del Loto estaba intentando enseñarnos a su manera no solamente todo
lo grande que era la vida de Shakyamuni sino, lo que es aún más importante, todo lo grande que
es la vida de cada ser humano individual, ya que eternamente poseemos la naturaleza de Buda y
la podemos manifestar en nuestra vida cotidiana.
Desdichadamente, tan sólo en el término de pocas generaciones luego de su muerte, sus
discípulos perdieron de vista esta visión y comenzaron a creer que Shakyamuni era al guien
especial, diferente, alguien a quien ni ustedes ni yo podríamos jamás alcanzar. Fue entonces,
por supuesto, cuando Shakyamuni fue elevado y nosotros degradados, ésta es la brecha que hay
entre él y nosotros. ¿Y quiénes aparecieron convenientemente entre él y nosotros? Los
sacerdotes: ellos mismos fabricaron sus propios empleos. Si ellos nos hubieran elevado al
mismo nivel del fundador, no hubiera existido el negocio. Por lo tanto, si nos basamos en sus
débiles naturalezas, no está entre los principales intereses de los sacerdotes recordarnos a los
laicos que también poseemos ese poder.
Así fue como los sacerdotes se convirtieron en los emisarios, los enviados. Ellos nos dicen: “No
te preocupes, iré a la cima de la montaña y regresaré trayéndote el men saje del Buda, confía en
mí. Te contaré lo que me dijo, pero tú... no, tú no puedes ir. ¡No no no!”. En el instante en que
esto ocurrió, el humanismo del Budismo se perdió. Se centró en los sacerdotes e intermediarios,
mientras que para las personas comunes, ustedes y yo, que vivimos vidas cotidianas, el budismo
se convirtió en algo impracticable en nuestra vida diaria y así nos volvimos dependientes de los
“intermediarios” que nos decían, interpretaban, ayudaban a comprender y nos “daban” la
sabiduría. Acudíamos a ellos, ellos oraban por nosotros porque, por algún motivo, su oración
era más poderosa que la nuestra. Ellos estaban un poco más cerca de Dios porque se
encontraban siempre en la cima de la montaña. Lo mismo le ocurrió a Jesús. El Jesús humano
se convirtió en el “Señor Jesucristo”.
Un ejemplo muy interesante de estos modelos de fe religiosa lo constituye el feudalismo
liderado por el señor feudal. Del mismo modo, hay un Señor Jesucristo, un Señor Shakyamuni y
nosotros no somos más que los labriegos “vasallos de la fe”, ¿no es así? Y eternamente
permaneceremos como vasallos o aparceros de la fe, por así decirlo. Y siempre estaremos
endeudados con el almacén de la compañía y lo mismo le pasará a nuestros hijos: ellos
heredarán nuestra deuda.
Se dice que el Buda posee tres virtudes: la de padre, maestro y soberano. Gracias a que Nichiren
Daishonin inscribió el Gohonzon, el Gohonzon también posee estas tres virtudes. Pero esto
genera tres relaciones: la de Padre-Hijo, la de Maestro-Estudiante y la de Amo-Subordinado.
Entonces, si el budismo tiene la función de padre, entonces sus discípulos son los hijos del
Buda. Frecuentemente escuchamos que “todos somos hijos del Buda”. En realidad, si el
budismo influyó al cristianismo –como dicen que hizo- entonces en verdad esto es equivalente
al “Hijo de Dios”. Todos somos hijos e hijas de Dios bajo esos términos. Pero, ¿es Padre -Hijo
el modelo más adecuado para la fe budista?
A pesar de que constituye un aspecto importante, para que el Gohonzon funcione como un
padre, para que nos abrace con amor y misericordia, para que cumpla las funciones que todo
padre debe cumplir... entonces debe haber un hijo. Por lo tanto, un aspecto de la fe consiste en
aproximarse al Gohonzon y a la práctica confiados como niños. No qu iero decir que
permanezcamos siendo infantiles, pero que la pureza y la sinceridad de la confianza en el Buda
constituyen un importante aspecto de la fe y así entendemos porqué las dudas interfieren en esa
fe. Si el bebé dudara de la leche materna y dijera: “Espera un minuto, quiero un análisis de eso
antes de beberlo” [risas], ¡entonces sí que se encontraría frente a un verdadero problema!
Por supuesto que no se trata de fe ciega ni de ciega confianza. No deberíamos ser
incondicionales, sino tener confianza. ¿Cuántas veces nuestros antecesores nos piden que
“confiemos en el Gohonzon?”. Para ser capaces de confiar, uno necesita detener y sobrepasar
sus propias dudas, pero no tapándolas. Casualmente la otra noche me preguntaba cómo sería
tener una fe libre de dudas. Escuchamos demasiado a menudo que “Si realmente tuviéramos fe,
si verdaderamente fuéramos serios, nunca deberíamos dudar”. Entonces, como dudamos, nos
sentimos avergonzados de ello, lo escondemos, lo queremos suprimir, no se lo podemos contar
a nadie porque estaríamos evidenciando que algo anda mal en nosotros. Y esto es incorrecto.
Todos dudamos. De hecho, el Buda utilizó la duda en el Sutra del Loto para despertar el espíritu
de búsqueda de sus discípulos y ayudarlos a atravesar el lugar en el cual se encontraban
convencidos de que ya habían accedido a un nuevo nivel de fe. La duda constituye el primer
paso hacia profundizar nuestra fe, por lo tanto, no deberíamos avergonzarnos de nuestras dudas,
sino que deberíamos ser honestos, asumirlas, enfrentarlas, explorarlas, porque una fe más
profunda se encuentra al final de ese proceso. Cuanto más profundas son nuestras dudas, más
profunda es la fe que conquistamos una vez que las vencemos.
Por lo tanto, deberíamos esforzarnos por tener una fe “liberadora de dudas”. No libre de dudas
sino “liberadora de dudas”, porque aplicar la fuerza de nuestra fe y práctica para resolver
nuestras dudas deriva en una fe más profunda. Ése es el verdadero aspecto de un “niño”.
Pero también la relación Padre-Hijo tiene sus implicancias. Un niño depende de su padre, no es
su igual, por decirlo de alguna manera. Y, por tanto, no constituye el modelo adecuado de fe
religiosa para nosotros ya que no deseamos ser dependientes de nuestro mentor, siempre
obligados a pedirle nuestro alimento, siempre escuchando qué es lo que tenemos que hacer y
careciendo de la sabiduría necesaria para decidir por nosotros mismos. Ser dependiente del
Mentor tampoco es el modelo correcto de fe.
Por otra parte, está la relación Soberano-Súbdito. Éste es el modelo feudal del señor y sus
vasallos. La función del señor feudal es proteger. En el sistema feudal, los señores tenían las
armas y los soldados y así protegían las aldeas. Los vasallos hacían sus tareas, cultivaban los
campos y servían a su señor feudal. Éste, a cambio, los protegía. Por lo tanto, la función de
protección surge cuando participamos en nuestra fe como buenos soldados, por así decirlo,
buenos ciudadanos de la comunidad budista. En nuestros días de democracia, prepondera la
idea de que la unidad budista es el soberano, no un individuo en particular. En la medida que
sirvamos a un más grande objetivo, participando en la gran tarea del Kosen -rufu y llevando a la
práctica el mandato del Buda como buenos ciudadanos de esta comunidad, es taremos
protegidos.
Pero la relación Soberano-Súbdito también tiene implicancias que no son apropiadas para un
modelo de fe religiosa. El sujeto, el vasallo, nunca llegará a ser un señor del sistema feudal:
existe una polaridad clase alta/clase baja, el poderoso y el.débil: no es una relación igualitaria.
Por eso, es importante servir a la comunidad -eso es verdad y no lo descartamos- pero tampoco
constituye el modelo central.
El modelo principal de fe religiosa es aquél de Maestro-Estudiante porque constituye una
relación humana dentro de la cual el estudiante puede aspirar no sólo a igualar a su maestro
sino hasta a sobrepasarlo llegando más allá que él. De hecho, la aspiración del maestro es que
el estudiante no sólo llegue a ser su igual sino que, partiendo de lo que él le enseñó lo lleve aún
más arriba. Éste es el modelo correcto de fe religiosa.
Uno no elige a sus padres, uno no elige a su soberano -aunque desde el punto de vista kármico
lo hagamos- pero uno sí elige a su maestro. Es una elección voluntaria que hacemos y, debido a
que es voluntaria, constituye una de las relaciones más importantes que podemos llegar a tener
en nuestra vida. Existe un término japonés llamado chudoshu que significa “espíritu de
búsqueda a lo largo de una vida”. No es nada fácil mantener el espíritu de búsqueda a lo largo
de la propia vida, es más fácil cuando uno es joven. Pero a medida que envejecemos, se nos
torna más difícil continuar buscando, seguir estando en el camino sin fin del crecimiento
personal, el nunca llegar a un punto en el cual estar satisfecho y decir “lo logré”.
De hecho, mi propia experiencia me enseña que, en cuanto pienso “Lo logré” es cuando más en
peligro estoy porque es evidente que no lo logré, sino que, por el contrario estoy continuamente
“lográndolo”. Estoy buscando constantemente y éste es un aspecto importante de nuestra fe.
Existe un término llamado juji soku ganjin que significa que abrazamos el Gohonzon con estas
tres orientaciones espirituales que acabamos de ver: como niños, buscamos y confiamos en el
Gohonzon. Como estudiantes, buscamos y confiamos en el Gohonzon, buscamos nuestro
mentor -Nichiren Daishonin o el presidente Ikeda, quien encarna al mentor porque es un
excelente ejemplo de lo que debe ser un discípulo. El Presidente Ikeda nos está mostrando “Así
es cómo debemos caminar en esta vida como discípulos de Nichiren Daishonin. Mírenme, les
enseñaré. Les explicaré, les diré cómo ser excelentes discípulos”. Y “excelente discípulo”
significa para Sensei “compartir el mismo corazón del Daishonin”.
Los discípulos de Shakyamuni -sin duda que a causa de su sincera devoción- lo elevaron a un
plano especial, a alguien que se encontraba más allá del ser humano común y, en ese preciso
momento, la humanidad del budismo se perdió de vista. Nichiren Daishonin comprendió
perfectamente este punto. En el Gosho “Sobre el logro de la Budeidad”, el Daishonin afirma
“Jamás busque fuera de usted mismo ninguna de las ochenta mil enseñanzas de Shakyamuni o
de los Budas y bodhisattvas del universo”. Está enfatizando el mismo exacto punto. El Buda
Shakyamuni no está fuera de uno, sino que él, el estado de Buda, se encuentra dentro de
nosotros, y repite este mensaje una y otra y otra vez en sus todos sus Gosho.
Nichiren Daishonin escribió el Gosho “La apertura de los ojos” para abrir los ojos de las
personas a su propia Budeidad. Entonces, ¿quién es el padre, maestro y soberano de todos los
seres vivientes? Es Nichiren. Pero ésa no fue la única razón por la cual él escribió ese tratado,
sino que lo hizo para abrir nuestros ojos a nuestras propias posibilidades. Pero, a poco de su
muerte y en el término de unas pocas generaciones, Nichiren Daishonin, el ser humano
increíble, misericordioso, sabio, etc. pero ser humano al fin, fue endiosado y la gente comenzó
a autodegradarse y la idea del Buda Verdadero o del tesoro del Buda ya no nos incluyó ni a
ustedes ni a mí. El ser humano se había convertido en algo “especial” y sus discípulos habían
olvidado aquel mensaje.
El 26to Sumo Prelado, Nichikan Shonin, recordó esto y volvió al punto esencial. Él dijo: “El
estado de vida de Nichiren yace dentro de ustedes, dentro de las vidas de todas las personas
que invocan Nam-myoho-renge-kyo al Gohonzon: ustedes son Nichiren Daishonin”. Pero,
luego, este mensaje volvió a dejarse de lado.
Y entonces no fue un monje quien lo reencontró, sino Tsunesaburo Makiguchi, y luego se lo
transmitió a Josei Toda. Y Toda se lo pasó al Presidente Ikeda y él está hoy intentando
transmitirlo a todos nosotros. La clave es: nunca, pero nunca jamás, permitan a nadie que se
coloque por sobre ustedes mismos. La relación Mentor-Discípulo constituye un vínculo
humano. Es verdad que los grandes mentores son gente increíble que elevan los estándares
hasta una altura en que a veces se hace difícil alcanzar. Pero el propósito y significado de sus
vidas y enseñanzas no es acerca de ellos mismos, sino de nosotros. Se trata de que nos
imaginemos a nosotros mismos haciendo lo mismo que ellos, encontrando dentro de nosotros
sus maravillosas cualidades.
El Mentor nos dice: “Mírenme, les mostraré lo que pueden llegar a hacer... lo que pueden llegar
a ser”. Pero, nuevamente, nos cuesta creérnoslo. Muchas veces he oído a los miembros referirse
al Presidente Ikeda con frases como: “El Presidente Ikeda puede hacer eso, pero yo no podría”.
Hablamos de él como si fuera especial. Sí, es cierto que es grande y yo también siento así
respecto de él, pero en el mismísimo instante en que pensé que él tiene algo que yo no tengo...
él lo hace y yo simplemente aún estoy en potencialidad. Y tengo el mismo potencial dentro de
mí al punto que puedo aprender de él a través de su ejemplo, de sus orientaciones y de sus
acciones que me muestran qué puedo hacer y cómo puedo desafiar mis propios límites para
llegar a ser uno de los miles de millones de presidentes Ikeda y Shin’ichis Yamamoto que
vivimos en este planeta. Debo convertirme en uno de ellos, no simplemente buscar afuera su
poder.
En este sentido, la relación Mentor-Discípulo sí es realmente un modelo de fe religiosa.
Representa una orientación diferente y desafía al discípulo a pensar por sí mismo desde una
perspectiva completamente diferente, a poseer un paradigma propio acerca de sí mismo.
El otro día leí un libro interesante: “Por qué el cristianismo debe cambiar o mori r”, escrito por
un obispo episcopal, un tanto radical, de nombre Spong. Él enumera una serie de puntos
importantes: primero, Dios debe dejar de ser visualizado o idealizado bajo lo que llama
“imágenes elevadas”. Mientras los cristianos continúen considerando que Dios está “allá arriba”
y “allá afuera”, la iglesia estará condenada a morir porque queda claro que no hay ningún lugar
“allá arriba”. ¿Y dónde más podría estar? Y responde –en un lenguaje muy interesante-:
“Debemos comenzar a pensar en Dios en términos de “imágenes de profundidad”, y agrega
“Debemos pensar en Dios como una fuerza que emerge de la tierra”.
Segundo, “debemos dejar de considerar a Jesús como Dios y, en cambio, comenzar a verlo
como un maestro”. En la medida en que los cristianos no lo hagan, la iglesia seguirá camino
hacia su propia muerte. Los viejos modelos no funcionan más. La gente ya ha evolucionado más
allá del modelo feudal”.
Tercero, “debemos dejar de pensar en la iglesia como en una institución o un corpus formal y
comenzar a verla como conjunto de seres humanos”. Interesante.
Cuando terminé el libro, me dije: “Uno ve al cristianismo convertirse en budismo porque es
exactamente eso lo que estamos presenciando. Y es precisamente ésta la razon por la cual,
cuando los budistas descubramos un lenguaje común, podremos comunicarnos con tantos y
tantos cristianos. Spong también escribe: “Existen millones de lo que llamamos ‘Cristianos en
el exilio’ quienes poseen una creencia básica pero no logran conectarse con las enseñanzas que
bajan del púlpito en nuestros días. Cuando hallemos el lenguaje justo que necesitamos usar,
cuando comencemos a conectarnos con ellos, emergiendo de la tierra, y Jesús como maestro y
todo eso, entonces habrá mucha gente que se sentirá como en su propio hogar con nosotros.
Otro libro, “Soka Gakkai en América”, es un estudio de nuestra organización realizado por
Phillip Hammond de la Universidad de California en Santa Bárbara. Él hizo una relevamiento
de nuestros miembros y logró un muy buen análisis de nuestra organización. Hay mucho que
debemos aprender allí y hace un planteo muy interesante:
Hay investigaciones demográficas que sostienen que se han identificado tres líneas básicas de
pensamiento en la Norteamérica de hoy. La primera la representa lo que se ha dado en llamar
los “Habitantes Principales”, que son fundamentalistas. Tienden a vivir fuera de las grandes
urbes. Alrededor del 30 % de los norteamericanos son “Habitantes Principales”. Estas personas
querrían regresar a los viejos valores de antaño, son los que creen que el pasado es mejor que el
presente y que el problema es que debemos regresar a aquélla forma de vida. Son
tradicionalistas y, desde el punto de vista religioso, son fundamentalistas.
El segundo grupo lo constituyen los Modernistas. Cerca del 40% de los norteamericanos son
Modernistas. Éstas son las personas que creen en el progreso y la ciencia y que viven atrás del
dinero y el éxito y todas esas cosas, y creen que teniéndolas serán felices.
El restante 30% de los norteamericanos son los denominados Transmodernistas. Este grupo cree
en la ciencia, el progreso y demás pero saben que no van a lograr lo que el grupo anterior cree
que van a lograr y, por tanto, van más allá: le dan gran importancia a la espiritualidad . Este
grupo se acerca a nuestras creencias casi exactamente. Se cree que existen aproximadamente 44
millones de norteamericanos a los que podría llamárseles “proto-budistas”. Ya son budistas,
pero aún no lo saben.
Hammond también remarca que, la mayoría de nosotros, cuando encontramos el budismo, no
experimentamos un cambio radical de pensamiento. Por el contrario, cuando hemos encontrado
este Budismo, nos sentimos como en casa desde el comienzo. Sentimos: “¡Esto es lo que yo
venía creyendo!”. Hammond dice que, sorprendentemente, no existe un proceso de conversión
marcado sino más bien un proceso de descubrimiento y la sensación de que “finalmente
encontré un grupo, un lugar, una enseñanza acorde con lo que yo he venido creyendo todo este
tiempo”. Cree que hay 44 millones de personas esperando tan sólo descubrir que nosotros
existimos. Es un pensamiento muy estimulante si lo analizan detenidamente.
Por último, creo que la relación Mentor-Discípulo trata principalmente acerca del desarrollo
espiritual, moral y del carácter del discípulo. Constituye un desafío para todos nosotros. Es un
modelo que nos exige que pensemos de manera deiferente, que pensemos más allá de nuestros
límites. No hemos aceptado la concepción tradicional del ser humano y hemos dejado de
implorar a algún poder externo que nos ayude porque sentimos que no somos capaces por
nosotros mismos de lograr otro conocimiento. Entonces ahora el desafío yace en aceptar y mirar
dentro nuestro y descubrir la grandeza que existe en las profundidades y corazones de cada uno
de los seres humanos, las inmensas cualidades del coraje, autoconfianza, esperanza, sabiduría y
perseverancia que todos poseemos en idéntica medida pero nos pareciera que empecinamos en
negar. Vivimos en el descreímiento porque nunca habíamos encontrado un método por el cual
pudieramos abrir la llave de nuestro depósito de grandeza para dejarlo fluir.
Por el contrario, la religión, la filosofía, la educación, nos han enseñado demasiado
frecuentemente que somos limitados. Que es arrogante pensar lo contrario . Que tales
aspiraciones están más allá de nuestras posibilidades humanas. Entonces terminamos
depositando nuestra confianza y nuestra fe en aquéllos que creemos que son mejores que
nosotros. Es preciso que esto cambie.
La Budeidad yace en despertar a nuestro verdadero yo. Nichiren Daishonin nos legó la práctica
del auto-despertar. Inscribió su vida en el Gohonzon pero no para que veneráramos su vida y su
poder, sino para que, cuando enfrentamos el Gohzonzon, podamos percibir que la llave está
allí. Y la llave es “Nam-myoho-renge-kyo – Nichiren”. Devociónense con sus mente, su voces,
con sus cuerpos a la Ley Mística de causa y efecto y manifestarán la vida de Nichiren en su
interior.
La Ley y el Buda dentro de nuestras vidas son una sola. El Gohonzon es un mensaje a las
generaciones futuras porque Nichiren comprendió la naturaleza humana: sabía que la llave se
perdería apenas él hubiera desaparecido. Imagino que se preguntó: “¿Cómo puedo enviar un
mensaje al futuro de manera tal que, aunque pierdan la llave, cualquiera pueda redescubrirla
para revelar el gran significado, el gran poder del Budismo y de la práctica budista?” Entonces
la colgó delante nuestro.
Colgando frente a nosotros está la llave. Pero si invocamos daimoku frente al Gohonzon
pensando que el poder está fuera nuestro, creyendo que el Gohonzon va a salir por ahí a hacer
las cosas por nosotros, entonces no comprendimos la llave.
Por cierto, el clero de la Nichiren Shoshu ha malentendido la llave. Ellos creen (y es lo que
enseñan) que el Dai-Gohonzon constituye la raíz, que el Sumo Prelado es el tronco y que el
sacerdote es la rama. Que nuestro Gohonzon es la hoja y que el poder de nuestros Gohonzon
proviene de él. Creen que Nam-myoho-renge-kyo significa “Lo tengo” en lugar de “Lo
tenemos”. Creen que “Nam-myoho-renge-kyo – Nichiren” significa “Yo soy el Buda
Verdadero” en lugar de “Todos nosotros somos los Budas Verdaderos y Originales”
(Dicho sea de paso, las “hojas” de nuestros Gohonzons han caído del árbol (según dijo el
Reverendo Nagasaki en Nueva York). Nuestras hojas han caído. Obviamente, esto es incorrecto.
Si ustedes leen el Gosho queda claro que éste no es el caso. Pero es comprensible porque, en las
profundidades de los seres humanos siempre existe este absurdo descreimiento en nosotr os
mismos, esta falta de voluntad y este impulso de confiar en alguien para que conduzca nuestro
timón. “Me encuentro rodeado de todas estas personas (los bonzos) que parece que saben lo que
hacen, por lo que pondré mi confianza en ellas”. Y este es un grueso error.
El verdadero beneficio del asunto del clero radica en que finalmente podemos aprender el
verdadero modelo de fe religiosa, porque nosotros, antes de esta ruptura, también pusimos
nuestra fe en ellos. Si bien la confianza constituye un aspecto i mportante de la fe, debemos
emplearla en confiar en nuestros antecesores, en confiar en las demás personas pero, sin perder
de vista que, en última instancia, nosotros somos los únicos responsables de nuestra propia
vida. La vida es un viaje. Hay pasajeros y hay choferes. Pero se necesitan choferes.
Existen muchos, muchísimas personas que son pasajeros de sus propias vidas, dejando siempre
que otro se las maneje. ¿Cuántas veces uno dice: “Me estás enojando... ¡Basta!” Eso lo dice
alguien que va detrás del chofer. Ése es un pasajero. Lo que estamos diciendo es: “Tenés poder
sobre mis emociones. No tengo el control. Manejás mi ira y, mientras sigas haciendo lo que
estás haciendo, yo voy a seguir sintiéndome enojado. ¡Basta!”. Y así la vida se convierte en un
pasajero que obedece al chofer. Uno se ve obligado a manipular el comportamineto de los
demás, a darles instrucciones, a pedirles que hagan lo que necesitamos que hagan para que
nuestras emociones no se desboquen. Es un concepto totalmente absurdo. No cabe duda de que,
con esta manera de pensar, les hemos dado el volante de nuestra vida a otros y ahora nos
sentimos frustrados y furiosos porque no manejan bien.
Recobremos el volante. Comencemos a conducir y dirigir nuestras propias vidas. Poseemos el
poder más importante del universo que es el poder que se encuentra dentro de nuestras vidas
para elegir nuestro estado de vida. Cuando alguien haga algo que no nos guste, no es necesario
que nos enojemos. Siempre lo hemos venido haciendo porque creíamos que era la única opción,
pero tenemos diez opciones.
Si alguien hace algo que no nos gusta, podemos ir al Infierno. Podemos enojarnos. Podemos
comer algo. Veamos... animalidad... podriamos gruñir o algo parecido, podríamos enojarnos,
ésa también es una elección. Podemos retirarnos, meternos en nuestro cuarto, ponernos los
auriculares y escuchar música. O entrar en éxtasis y decir: “Oh, adoro cuando hacés eso”. O
podríamos hasta ser un poco más proactivos: “Bueno, realmente estoy aprendiendo gracias a lo
que hacés”. Y más aún, “Estoy sintiendo un despertar”, o podríamos sentir misericordia
“Realmente me gustaría ayudarte”... o podríamos alcanzar la Budeidad. Todas estas opciones
están a nuestro alcance.
Pero mientras creamos que no tenemos opción, estaremos atrapados en los seis estados más
bajos y seguiremos siendo meramente pasajeros de nuestras propias vidas. Nam -myoho-rengekyo trata acerca del instante, de elegir a cada instante, de elegir cada pequeño y único instante
de nuestras vidas, de recobrar el control y el poder sobre nuestras opciones. Uno no dictamina
el comportamiento de los demás, ni siquiera podemos controlarlo. Y esto es algo bueno porque
francamente no creo que hiciéramos un buen trabajo controlándole la vida a otro.
Recobremos el control de nuestras vidas. Aspiremos a lo más grande. Esto está en nuestro
interior, no hay nada que nos falte. Todo lo que necesitamos para ser absolutamente felices ya
se encontraba en nosotros desde el primer día de nuestras vidas. Lo que ocurre es que no
terminamos de creerlo. No confiamos. No cuesta aceptarlo. No parece que lo tengamos, parece
que nos falta algo. Debido a que nos han venido pasando cosas malas desde hace años, sentimos
que algo anda mal con nosotros.
Pero no hay absolutamente nada malo en nosotros. Si hay algo malo es nuestra manera de
pensar, pero no hay nada malo con “nosotros”. Y esta distinción marca la diferencia: podemos
fácilmente cambiar nuestra manera de pensar. Cambiar nosotros mismos por completo sería
mucho más difícil, pero no es necesario, porque no pasa nada malo con nosotros. Los budistas
venimos en distintas medidas, formas y estilos, con muchas variaciones de carácter... y todos
vivimos inmersos en la ilusión.
En conclusión, mi esperanza es que, en alguna mínima medida, este conce pto de MentorDiscípulo esté ahora un poco más claro, o a lo mejor un poco más fácil de comprender. Creo
firmemente que, en última instancia, seguimos la Ley. Pero la Ley no nos habla, entonces
necesitamos maestros. También podemos aprender unos de otros, pero al final, sólo queda uno
mismo, su karma y el Gohonzon. Nadie más. Sólo uno mismo puede sobrepasar sus propias
dificultades. Sólo uno mismo puede trascender sus ilusiones. Sólo uno mismo puede abrir y
revelar su grandeza interior. La práctica budista es el método y es estupendo tener un
entrenador que nos diga cómo lograrlo. Que nos aliente cuando estamos desanimados, faltos de
esperanza, cuando hemos olvidado, cuando no creemos que seamos Budas. Es maravilloso
cuando leemos algo que nos alienta, que nos recuerda: “Sí, eres un Buda”. Y ése es el rol de un
buen maestro. El Buda es el entrenador, pero somos nosotros quienes debemos jugar el partido
y nadie puede jugarlo por nosotros.
Deseo que, a partir de ahora, comiencen a buscar –si todavía no han podido sentir la relación
Mentor-Discípulo en sus vidas-, aunque más no sea deseo que puedan terminar este día
sintiendo: “Bueno, creo que al menos vale la pena intentarlo. Puede que deba luchar cuerpo a
cuerpo con mis dudas e incertidumbres, tal vez deba tratar de comprender aquéllo con lo cual
no me siento cómodo. No debo soslayar este asunto, no debo creerme que se va a ir por sí solo
ni debo tomarlo de una manera superficial o simplemente seguir la correiente como los demás”.
Creo que la relación Mentor-Discípulo es la clave para acceder a nuestros tesoros, para vernos a
nosotros mismos desde una perspectiva diferente, para despertar de nuestro sueño y descubir al
Buda Verdadero, el estado original de la Budeidad que existe dentro de todas las personas.
¡Muchas gracias y que tengan un gran día!