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Impactos de la expansión de ilícitos y de la política de la guerra contra las drogas en el Pacífico colombiano. Fernando Castrillón La expansión de los cultivos de uso ilícito en el territorio del Pacífico con el consiguiente deterioro de la situación social y ambiental, la distorsión económica, las detenciones masivas, el reclutamiento de los jóvenes como raspachines o como fuerzas armadas ilegales pagadas para cuidar personas, caletas, laboratorios y realizar asesinatos y masacres, las fuertes y crecientes medidas de represión social, las fumigaciones, entre otros aspectos, configuran una compleja crisis de Derechos Humanos y colectivos, asociada a la política antidrogas en esta región territorio del país. Esta situación advertida desde los inicios del Plan Colombia, fue desestimada por las autoridades nacionales y regionales y sobre todo por las organizaciones locales, lo cual no permitió prever los fuertes impactos sobre la vida e integridad de las comunidades y sus territorios colectivos. El Pacífico colombiano es una región clave para la producción de hoja y procesamiento de pasta de coca y fundamentalmente para el tráfico de ilícitos hacia Norteamérica y Europa, dada su inmejorable posición geoestratégica. De acuerdo al World Drug Report 2005, en Colombia hay sembradas 80.000 hectáreas de coca en el 2004 (50% del área sembrada en el mundo). Se destaca asimismo que el potencial de producción se estima en 150.000 ha. Tomando como base el saldo de hectáreas establecidas a Diciembre de 2004, la producción alcanzó las 390 toneladas métricas, que representan casi el 60% de la producción mundial. En el año 2004, la erradicación alcanzó el pico de las 139.200 hectáreas, lo que significa que de no haberse hecho, se contaría con más de 200.000 hectáreas de coca y una producción mayor a las 1000 toneladas de cocaína. La ayuda norteamericana es ante estas cifras, una barrera de contención inmediata a la enorme capacidad de producción de coca que tiene Colombia. De acuerdo a estas mismas cifras, la producción se centra en las regiones de Meta-Guaviare con 28.500 hectáreas, el Pacífico con 15.800 hectáreas, la región central con 15.000 hectáreas y el Putumayo – Caquetá con 10.000 hectáreas. Los registros sólo han considerado en el Pacífico a los departamentos de Cauca y Nariño y de éstos dos, Nariño alcanza a tener en producción 14.154 ha. Si se considera que las regiones del Alto Sinú, Alto San Jorge, Urabá y parte del Bajo Cauca, hacen parte, por extensión ecológica, del Chocó Biogeográfico, la producción total de coca en el Pacífico, sea quizás la principal en el país. Las variaciones en la siembra de coca en la región, muestran como se ha expandido rápidamente por los demás departamentos del Pacífico colombiano a pesar que ésta no se ha reportado aún y que se le considera como marginal en el aporte a la producción total. Un vistazo rápido por las subregiones del territorio del Pacífico da cuenta que en los ríos cortos que drenan del Parque Farallones de Cali, como el Naya, aumentan los cultivos. Pero lo mismo sucede en el Bajo Baudó, en el Medio y Bajo San Juan y en el Bajo Atrato, en los ríos Truandó y Salaquí. Y aunque poco mencionados en los 1 reportes oficiales, crecen los cultivos de coca en el Alto Uré, La Caucana, el Alto San Jorge, el Alto Sinú y Urabá. Pero sin dudas el asunto que particularmente preocupa a las comunidades y sus organizaciones tiene que ver con el significado del territorio del Pacífico como ruta para la comercialización de coca, en la medida que ofrece cercanía con el canal de Panamá y es una región-bisagra que conecta a los océanos Atlántico y Pacífico. Esto a su vez es fortalecido por un gran número de puertos naturales protegidos y la elevada cantidad de personas que se disponen a realizar tareas de alto riesgo, entre otros factores. Un hecho sencillo que muestra la magnitud del problema es el crecimiento de la llamada “pesca blanca” o faenas para la captura en los hileros y en las zonas de pesca de los embarques naufragados de coca, que son rápidamente recuperados por los narcotraficantes. Paradójicamente en muchos pueblos y caseríos el pescado no se consigue. ¿Fumigaciones o política de guerra contra la drogas? La política antidrogas se estructura en los Estados Unidos desde hace 34 años, y se fundamenta en la erradicación en las fumigaciones de las áreas sembradas, en la extradición de los jefes de cartel, en el control al lavado de activos, en el establecimiento de bases militares en Colombia y los países vecinos y en menor grado la interdicción aérea, acciones que se asumen como las medidas más efectivas para enfrentar el problema, con un objetivo de grado mayor que es la reducción de la oferta. Esto en conjunto, con la denominada certificación, y la injerencia permanente en los asuntos políticos en los países de donde provienen los psicotrópicos, se denomina la política de la guerra contra las drogas y se caracteriza por la obligada aceptación por parte de los gobiernos de turno a las imposiciones del gobierno norteamericano. La política de guerra contra las drogas debe analizarse en el marco de la acción global de los Estados Unidos y no se reduce simplemente al control de áreas sembradas en coca en Colombia. En el marco de esa política Colombia pasa a ocupar un papel geoestratégico respecto a otros países, de tal modo que algunas iniciativas políticas, económicas y militares orientadas a intervenir en Venezuela por parte de los Estados Unidos tienen en Colombia el mejor aliado, cuestión que se explica en función de ejercer control sobre las riquezas petroleras de ese país, que en los últimos años ha impulsado una política independiente de los ordenamientos norteamericanos, pero que a la vez es una fuente importante de abastecimiento de ese recurso para el mercado del norte. Otra de las facetas de la política para enfrentar las drogas es la de inscribirse en la estrategia de guerra contrainsurgente, definida en el ámbito de la lucha antiterrorista, pero que para el caso colombiano, se constituye en fórmula para satanizar y neutralizar las demandas de sectores campesinos, indígenas y afrodescendientes. Esta política de lejos, se ha aplicado de manera asimétrica con gran costo económico, social, político y ambiental para los países productores. El problema no se ha resuelto y por el contrario se han creado otros. Colombia, principalmente, ha asumido no solo altos costos ambientales por las fumigaciones de vastas áreas de su territorio y probablemente lo hará en 2 los parques naturales, sino que ha visto también emerger una grave crisis en el campesinado, que ha sido sometido al desplazamiento forzado de sus lugares de asentamiento, significando uno de los mayores flujos de desplazados internos en el mundo. El efecto colateral de tal estrategia contra las drogas ha potenciado el conflicto armado, pues a un cartel violento, lo sucede otro, luego la guerrilla, los paramilitares y de manera creciente, como aparece a diario en la prensa hablada y escrita, la vinculación de la fuerza pública. Sin embargo el mercado de drogas se mantiene como factor dinámico de la economía mundial y representa un 8% del comercio global (40 billones de dólares). Esta economía ha fortalecido la delincuencia organizada, los gobiernos corruptos, la violencia, la distorsión económica y sobre todo los valores morales. No obstante las guerras para reprimir su producción han sido, no solo ineficientes, sino costosas. Más aún, como lo afirman personalidades y estudiosos de este fenómeno, “la guerra global contra las drogas está hoy día causando más daño que el mismo consumo”1, En constraste la venta de agroquímicos y precursores tanto para la producción agronómica, como para la síntesis de la pasta y las propias fumigaciones, ha proporcionado una rentabilidad creciente para las empresas norteamericanas. Colombia, ha sido igualmente, una enorme oportunidad para las empresas contratistas norteamericanas como la Dyncorp y la Halliburton del vicepresidente Cheney, entre otras, que se encargan de suministros, entrenamientos bajo la figura de mercenarios y capacitación al ejército colombiano el cual queda permanentemente comprometido con violaciones a los Derechos Humanos. La política ha resultado inefectiva y desacertada, lo que se expresa en medidas tangibles como el incremento de la pureza de la cocaína, a una leve disminución, por no decir imperceptible, en las cantidades que llegan a las calles de las ciudades de Estados Unidos y a una disminución de precios allí mismo. En recientes foros, sectores públicos, la academia, la Contraloría General de la Nación, ONG´s, y organizaciones sociales y políticas han expresado su preocupación y solicitan un cambio sustancial en la política, a partir de las siguientes consideraciones: 1. Colombia es el único país del mundo donde se fumiga. Ni Afganistán aceptó hacerlo. 2. El programa de interdicción aérea, reactivado desde agosto de 2003 y que pudiera ser una de las mejores estrategias, apenas ha interceptado 14 aviones de 390 que se presumían sospechosos y en uno sólo de los casos decomisó cocaína. La falta de coordinación entre la Fuerza Aérea y la Policía, ha hecho fracasar una inversión cercana a los 100 millones de dólares. 3. El efecto globo, ha demostrado que la producción de coca, simplemente se expande por todo el país. 4. El creciente ataque y señalamiento de narcocultivadores a campesinos pobres en contraste a la enorme laxitud con los grandes narcotraficantes. 1 Álvaro Camacho Guizado. Algunos notables y la guerra a las drogas. El Espectador, 16-20 de octubre de 2005. 3 5. La inestabilidad institucional, la corrupción y la criminalidad, como objetivos adjuntos de la política punitiva y de la intervención de Estados Unidos en la región Andina, no se han mejorado y por el contrario se vuelven elementos más comunes. 6. De las 100.000 familias dedicadas a la actividad de producción de hoja y pasta de coca, sólo 8.000 han sido beneficiadas por el programa de Naciones Unidas sobre Drogas y delitos. 7. Los narcotraficantes se han apoderado de 4,4 millones de hectáreas, lo que ha conllevado al aumento de la pobreza rural, el desplazamiento, el crecimiento de los grupos armados, el uso indebido del suelo y el aumento mismo de los cultivos ilícitos. Tanto los gobiernos de los Estados Unidos como el de Colombia, defienden e insisten en los logros de la estrategia antinarcóticos, considerando además que es una manera de combatir la financiación del terrorismo. La verdad es que las áreas sembradas no disminuyen significativamente, y si bien la fumigación puede contraer el área transitoriamente en Colombia, ésta se compensa con la ampliación de siembras en los países andinos. La verdad sobre las cifras de siembras son contradictorias, el contraste de diferentes fuentes enseña que ellas son manipuladas y se usan según la política que se quiere agenciar. La pregunta de fondo es si los logros compensan de algún modo los enormes costos que asume la sociedad colombiana, especialmente la rural. El llamado, cada vez más insistente, para que el gobierno de Colombia y los Estados Unidos, lleven una política antidrogas enfocada en un esfuerzo desde la ciencia, la salud pública, el respeto por el medio ambiente y los derechos humanos se hace aún más vigente. Los impactos locales en el Pacífico colombiano. El pacífico colombiano es considerado una de los “Hot spots” o puntos calientes de la biodiversidad. Es decir, una verdadera reserva de vida en el Planeta al ser un área ampliamente destacada como una ecoregión de elevado endemismo de especies y alta diversidad biológica, especialmente para plantas (Gentry 1982a), aves (Terborgh & Winter 1982) y mariposas, por lo cual esta región fue incluida dentro de las ecorregiones de máxima prioridad para la conservación a nivel global (Dinerstein et al. 1995). Stattersfield et al. (1998) compendiaron las áreas de endemismos para aves a nivel mundial con el fin de priorizar la conservación de la biodiversidad. Para el Chocó biogeográfico, estos autores determinaron seis EBAS’s (Endemic Bird Areas) que aproximadamente coinciden con las ecorregiones mencionadas por Dinerstein y colaboradores (1995). Entre estas resalta la EBA Chocó, con 62 especies endémicas, ocupando el segundo lugar mundial en endemismo luego del grupo de las islas Salomón con 79 especies.2 Asimismo se destaca que la región es un singular espacio de diversidad cultural, expresado en la heterogeneidad de rasgos diferenciados de procedencia y africanía de las comunidades 2 http://www.natureserve.org/latinamerica/prioritySites/chocodarien.jsp 4 negras que lo habitan, como también la presencia de los pueblos indígenas Embera Eyabidá, Embera Oibidá, Embera Chamí, Embera Dobidá, Eperara Siapidaara, Nonam, Tule, Senú, Nasa, y Awá, que están establecidos actualmente en la zona. La convivencia entre los grupos humanos ha sido posible en la medida que fijen como código común el respeto por la naturaleza y coincidan en su uso, acceso y manejo ordenado de los recursos naturales. Los recursos tienen además múltiples funciones no sólo para la satisfacción de las necesidades físicas, sino por el valor cultural y simbólico que encierran. En esta región se presenta esta conjunción hombre, vida y diversidad claramente enriquecida desde múltiples visiones étnicas. El asunto delicado que enfrentan las comunidades, que ya venían siendo afectadas por los impactos de la minería y de la explotación forestal selectiva, es que su situación económica y social se deteriora aún más con la expansión de los cultivos de uso ilícito y las medidas que la contrarrestan. Vale anotar que ambas situaciones: el problema y la solución son condiciones impuestas de manera externa en la medida que la coca para uso ilícito es una idea foránea, como también las fumigaciones y drásticas medidas para atacar la expansión de los ilícitos. Al estar en riesgo la biodiversidad, están en riesgo los bosques y el mar que la contienen, pero especialmente las comunidades que la potencian. No cabe hablar de manera aislada acerca del riesgo a la biodiversidad sin conectar el riesgo a la vida e integridad de las comunidades. Los impactos que reciben las comunidades son múltiples y merecen conocerse teniendo en cuenta las demandas interpuestas por las organizaciones y por los testimonios y observaciones encontradas. Un importante impacto tiene que ver con el aplazamiento de los planes autónomos en los territorios colectivos que abarca la titulación, el manejo del territorio, la aplicación de los reglamentos para el uso y manejo de los recursos del territorio. Es decir, se afecta de manera directa la gobernabilidad y también los sistemas de control interno. El esfuerzo por ser gobierno propio es menoscabado en todos los casos donde aparecen los cultivos de uso ilícito. Nuevas formas de ordenamiento territorial se imponen obedeciendo a las lógicas de los cultivos de coca y a las rutas para mover los insumos y la pasta. Un hecho contundente que ilustra la situación es la negativa de los campesinos que están utilizando las tierras para la siembra de coca, en ceder éstas áreas para la ampliación del Resguardo Embera Katío del Alto San Jorge, alegando la compra de las mejoras a precios impagables desde lo económico y lo legal. Frente a las alteraciones de las formas propias de gobierno, conviene tener en cuenta el caso de la Nupa, consejo comunitario del área de Nariño, donde se denunció la presión de narcos para hacer parte de la junta del consejo. La desestructuración del complejo tejido social que construyeron durante centurias las comunidades étnico–regionales. Por ser casos de familias extensas, la afectación significa el rompimiento de las redes de solidaridad, de intercambio, de autonomía alimentaria. A esto se suma el abandono de las prácticas tradicionales y el menosprecio al rol de las personas que no adoptan la siembra de los cultivos de uso ilícito. 5 La distorsión económica local y microregional al generarse una “inflación” que no corresponde a las condiciones reales de la región y que arrasa con las prácticas de intercambio, trueque, minga y mano cambiada. Comunidades no inscritas en una economía dependiente del dinero como sistema único de transacción se encuentran enfrentadas a la escasez de mano de obra, al encarecimiento de los alimentos, de los arrendamientos, de los pasajes, la gasolina. Dos situaciones particulares llaman la atención con la anormalidad de las economías locales y que tipifican la situación actual: el valor de una unidad de plátano en Satinga hace 2.5 años era de $ 1.500 y la falta de niños estudiantes en los grados 4 y 5 de las escuelas del Naya, al ser éstos retirados por sus padres para vincularlos al arreo de mulas, en el caso de los niños y al despacho de trabajadores en el caso de las niñas. La afectación de los ecosistemas que significa el cambio de la cobertura boscosa para ser sembrada por cultivos de elevada densidad, con un fuerte paquete de aplicación de agroquímicos, contaminación de fuentes hídricas y vertimientos de residuos de la síntesis de la pasta de coca.3 El incremento de acciones criminales ligadas al narcotráfico o de atropellos basados en el control del procesamiento y tráfico de pasta. Buenaventura y Tumaco se convirtieron en dos escenarios fuertes de violencia ligada a los cultivos ilícitos y prueba de esto son las múltiples masacres, asesinatos y desapariciones que se han vivido en los últimos años. La pastoral afrocolombiana, denunció como en Buenaventura, las muertes violentas asociadas a este flagelo superan el centenar en lo que va corrido del año, siendo la población juvenil la más afectada. Cabe anotar que no todas las situaciones de violación de los Derechos Humanos se encuentran asociadas al tráfico y producción de coca, pero si muchas de las agresiones a la población civil son amparadas o justificadas por la fuerza pública estatal en relación a esta problemática. En el Alto Naya se observaron densidades de 14.000 plantas por hectárea y una aplicación mínima de 8 productos para la producción de hoja únicamente que incluyen herbicidas, fertilizantes foliares y radiculares, fungicidas 3 6 La región del Pacífico colombiano se integra en la lógica de los mercados asociados a los cultivos de coca a partir de los inicios de la presente década, aunque anteriormente ya existían cultivos establecidos en algunos puntos, sin embargo se caracterizaban por ser acciones aisladas y con impacto restringido. Es a partir del avance en la implementación del Plan Colombia en el piedemonte amazónico y la fumigación sistemática en las áreas de mayor concentración de cultivos, el momento en el que se produce el desplazamiento de tal actividad hacia el Pacífico, con la consecuente migración del entorno de guerra que se asocia a este tipo de economía. Hacia el sur, en el departamento de Nariño en el conjunto de ríos que tributan a la costa se sucede la primera gran ola de colonización de cultivos ilícitos y de establecimiento de los aparatos militares que desarrollan su tradicional confrontación entorno al dominio territorial por áreas de cultivo, corredores para el control de los mercados de insumos, de pertrechos para la guerra y de exportación hacia el mercado internacional. Ya hacia el año 2004 las áreas cubiertas con parcelas de coca representaban una cifra aproximada al 22% del total de los cultivos de todo el país y una extensión cercana a las 16.000 hectáreas, cifra que significa en el plano ambiental por la deforestación que implica, pero también por la contaminación derivada de los agroquímicos usados para la producción y por la fumigación sistemática como mecanismo de control. Hacia los años 2002 y 2003 las fumigaciones realizadas en Nariño llegan a una cifra promedio de 33.000 hectáreas, en tanto para el 2004 el área fumigada llega a 57.000 hectáreas. La colonización por cultivos ilícitos no se queda reducida a la zona sur, igual se extiende a lo largo de la región del Pacífico, se establece en el sinnúmero de ríos que se desprenden hacia la costa en los departamentos del Cauca, Valle y Chocó. Los territorios colectivos de comunidades negras y los resguardos indígenas se convierten en el escenario donde guerrilla y paramilitares imponen su dominio y articulan esas áreas en su propia lógica económica, política y militar. Si bien el impacto ambiental del nuevo uso que se hace de la selva húmeda se constituye en verdadera hecatombe, no lo es menos el que se sucede en el orden social y cultural. A las formas de autoridad tradicional les sucede el control que se ejerce por la vía de las armas, a los sistemas de producción que generaban seguridad alimentaria a las comunidades les sucede el modelo dependiente respecto a mercados externos. Verdadera ruptura es la que se sucede entorno al ordenamiento y manejo del entorno territorial, cambio que se expresa de forma dramática en el destierro o desplazamiento forzado de la población. La colonización por cultivos ilícitos genera un espectro amplio de prácticas ilegales, las cuales no sólo se relacionan con el mercado de coca, también fundamenta la extracción forestal ilegal o la expropiación de los territorios a las comunidades. Al norte, en la cuenca media y baja del río Atrato, los grupos paramilitares constituyen las áreas de bosques naturales en su empresa: economía extractiva que se realiza a partir del desplazamiento forzado de las comunidades propietarias, como igual se establecen cultivos de palma aceitera en los territorios colectivos de Jiguamiando y Curbaradó. 7 8