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ALIMENTOS CHATARRA
Los alimentos que ingerimos pueden ser clasificados en varios tipos de categorías. Una de las
varias categorías posibles es la que señala un tipo de comida, la llamada chatarra, lo que hace
suponer que existe otra categoría de alimentos, la de los no-chatarra. Lo que sigue es un
intento de exploración de esa categoría.
Una definición de alimentos chatarra deberá incluir varios elementos para poder ser
entendida. Primero, se trata de alimentos que tienen escaso valor nutritivo. Segundo, sus
componentes, se dice, pueden causar obesidad y otros problemas si son consumidos con alta
frecuencia. Son, además, alimentos con sabores agradables para las personas. Cuatro, son
comercializados ampliamente y por eso están fácilmente accesibles.
La imagen de los alimentos chatarra es una combinación de mucho atractivo con escaso valor
alimenticio y causantes de posibles trastornos físicos, como obesidad y, en general, malos
hábitos de comida. Ante ellos, algunos reaccionan pidiendo su prohibición y justifican eso
precisamente por causa de los problemas que causan en la salud. La mayoría, sin embargo, al
parecer, los ve sin ser mayor causa de activismo.
Los alimentos chatarra, como se entienden comúnmente, tiene otra característica, la de ser
producidos por compañías grandes y poderosas, y promocionados con grandes presupuestos.
Esto da una dimensión adicional a los críticos activistas que tienen ya una actitud contraria a
la de los mercados libres. Los alimentos chatarra son un buen material de censura al sistema
que no desean.
Los problemas alimenticios que sin duda tienen los alimentos chatarra, sin embargo, no
provienen de su propia naturaleza, sino de una decisión del consumidor si es que decide
consumirlos con exageración. Es decir, como en muchos otros casos, nada hay en el producto
que sea visto como negativo en sí mismo, pero lo es potencialmente cuando se ingiere en
demasía.
Si usted toma cuatro huevos o más diarios, durante meses, quizá desarrolle problemas de
salud. Lo mismo con los alimentos chatarra. Como en la absurda película de quien decide
comer en una cadena de hamburguesas durante varias semanas, ésa es una decisión personal
cuyas consecuencias son sabidas por mero sentido común. Los excesos son malos y eso lo
sabe todo el mundo. No puede alegarse ignorancia.
¿Deben prohibirse los alimentos chatarra? No, por varias razones. Una es la definición
específica, caso por caso, de qué es eso. El costo de hacerlo desperdiciaría recursos y
originaría discusiones sin fin. ¿Se prohibiría a MacDonald’s y no al restaurante que sirve
hamburguesas? No hay solución posible.
Otra razón es la aparición de productos piratas, no diferente a lo sucedido con la Prohibición y
todos sus efectos. Más aún, eso dañaría al consumidor moderado, que debe ser la mayoría. A
este consumidor se le haría un acto de injusticia. Después de todo nada de malo hay en unas
papas fritas ni en unas rosquillas, ni en un paté, ni en unos huevos Benedictine... cuando ellos
son consumidor por una persona razonablemente prudente.
Para tratar el asunto de los alimentos chatarra, creo, hay dos escuelas muy distintas de
pensamiento. Una es la que solicita la intervención del gobierno, con la idea de prohibirlos o
limitarlos de alguna manera severa. Esta manera de pensar parte del supuesto que las personas
somos tontas y es el gobierno el que nos debe decir qué es lo que debemos comer para estar
sanos.
La otra es la que respeta la libertad de las personas para que produzcan o consuman los
alimentos que mejor les satisfagan. Es una manera de pensar que parte del supuesto que las
personas tienen la capacidad para decidir por sí mismas y aceptar las consecuencias de sus
actos. Si quieren comer todos los días alimentos chatarra, que lo hagan y sufran las
consecuencias que ellas mismas conocen de antemano.
Por mi parte, entiendo lo buenos que son los quesos, especialmente un Roquefort y sus
variaciones, al igual que un buen pedazo de paté, o alguna hamburguesa con tocino, por no
mencionar un mousse de chocolate, y unas sabrosas albóndigas en chile chipotle. Pero sé que
no puedo alimentarme con esa base. Y me gusta pensar que también los demás son tan
razonables como yo, y no tontos, como piensan los otros.