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IMPORTANCIA DEL SUEÑO Y LA BUENA NUTRICION EN EL
DESARROLLO INFANTIL Y APRENDIZAJE
Salinas S. PhD. 1, Aguilar L. PhD. 2
1.- Coordinadora de la Maestría en Nutrición y Dietética-UNIFE. Lima Perú
2.- Director científico CEREBRUM.
Resumen
Dentro de los ritmos circadianos el ciclo sueño y vigilia caracteriza estados fisiológicos
complementarios diarios, los cales repercuten en el buen estado de salud de la
persona. Es importante para ello una buena nutrición, lo cual debe ser entendida
desde el proceso de neurodesarrollo, para el buen funcionamiento del cerebro y sus
consecuencias en los diferentes procesos cognitivos como la memoria y aprendizaje.
La realidad del nutricional de los países de Iberoamérica como Colombia, nos presenta
un cambio en el comportamiento nutricional de desnutrición a malnutrición, estas
características de cambio van de acuerdo modificaciones de variables sociales y
económicas de la población, conocidas como “transición nutricional”. Los cambios
comportamentales de la sociedad respecto a la nutrición hacen que tomemos en
cuenta factores como la obesidad, anemia, vitaminas, “hambre oculto” entre otras,
como complemento a procesos circadianos y de sueño, para un buen aprendizaje a
nivel prenatal y posnatal, incluyendo la primera infancia. Todas estas características
son importantes para un desarrollo cerebral y se verán reflejadas en los procesos de
aprendizaje desde los primeros años de vida. Cabe recordar que los procesos de
aprendizaje y memoria van acorde a los cambios o modificaciones cerebrales por un
fenómeno llamado plasticidad neuronal, que junto a las características nutricionales y
metabólicas del alumno reflejaran el buen desempeño escolar. Los fenómenos
mencionados son clave en la neuroeducación para que los docentes innoven sus
procesos pedagógicos en el aula de clase, así como, con los padres en los colegios en
la enseñanza integral a los alumnos y sociedad.
La higiene de sueño y una buena nutrición son indispensables para el buen
desempeño escolar en los primeros años de vida, este es un compromiso que los
docentes deben de asumir desde las aulas de clase.
Palabras clave: neuroeducacion, neurociencia, aprendizaje, sueño, nutrición.
1 I.- INTRODUCCIÓN
El sueño es un estado fisiológico que implica, una disminución de la “consciencia” y
una reducción de la respuesta al medio ambiente, lo cual es reversible y que se
acompaña de cambios múltiples (Velluti y Pedemonte, 2005); además, éste estado
fisiológico requiere de una integración completa de la actividad cerebral y en el que se
modifican muchos de los procesos fisiológicos del organismo (Bauzano-Poley, 2003)
entre ellos el metabolismo básico y los procesos para el aprendizaje (Aguilar y col,
2012).
Todos los procesos fisiológicos que tienen lugar durante el sueño van a depender de
las fases de sueño por las que pasamos al dormir, esas fases se completan en ciclos
repetitivos durante la noche. En las primeras fases del sueño abundan ondas
cerebrales lentas y en la que los movimiento de los ojos no son rápidos ni
coordinados, por lo que a esta etapa también se le conoce como NREM (Not rapid
eyes movement); y durante las últimas fases del sueño, dormimos un sueño de ondas
cerebrales rápidas, que se acompañan con movimientos y conjugados de ambos ojos
o REM ( Rapid Eyes Movement) (Purves et al, 2007).
Al dormir todas las fases de sueño son esenciales para el ser humano y cada fase de
sueño tiene una consecuencia fisiológica y morfológica sobre el sistema nervioso,
entre ellos el de restauración neurológica. Estos procesos están relacionados con la
producción y el almacenamiento de energía, por ello la glucosa desempeña un papel
fundamental. Durante el sueño NREM el consumo de glucosa disminuye y ésta queda
almacenada en forma de glucógeno. Entre tanto, las funciones del sueño REM es de
mayor consumo de glucosa y está implicada en tareas más complejas como el
procesamiento de la información obtenida durante la vigilia (Peraita, 2010).
De este modo, podemos afirmar que la presencia del combustible suficiente en el
organismo en forma de glucosa va asegurar la adecuada plasticidad y la optimización
del metabolismo cerebral y como consecuencia final una mejor respuesta cognitiva.
II.- SUEÑO Y APRENDIZAJE
En la últimas dos décadas, el interés científicos de estudios sobre el sueño se ha
centrado en responder la pregunta de ¿por qué dormimos?. Estudios recientes han
intentado responder a esta pregunta. Estos han demostrado que tanto el sueño NREM
como el sueño REM juegan un rol muy importante en la consolidación de memorias y
el aprendizaje. Específicamente el sueño NREM o sueño de ondas lentas iniciaría este
rol importante en el desarrollo y en el aprendizaje (Benington and Frank, 2003).
Durante el sueño NREM se sucederían procesos homeostáticos reflejados en cambios
sinápticos, lo cual indicaría de una necesidad de restauración del funcionamiento del
sistema nervioso a nivel celular. Asimismo, los cambios que se inducirían a este nivel
producirán cambios en el sueño de ondas lentas que podrían beneficiar a las
funciones neuronales. La cantidad de sueño NREM predice el perfeccionamiento en la
ejecución de tareas y la actividad de ondas lentas tiene un papel específico en la
plasticidad y en el aprendizaje; porque la función del sueño podría ser el
mantenimiento y la reorganización de los circuitos neuronales ya existentes (MontesRodríguez et al, 2006).
2 Hemos indicado que el sueño está íntimamente involucrado en la consolidación de
huellas de memoria previamente adquiridas. En éste proceso es necesaria la
consideración de otro sistema que participa activamente en los procesos de plasticidad
sináptica.
La actividad del eje- Hipotálamo-Hipofisiario- Adrenal (HPA) se encarga de la
liberación de cortisol, una hormona que durante el sueño de ondas lentas (NREM)
suprime su liberación al mínimo; mientras que drásticamente se incrementa durante la
última hora del sueño (REM). Las etapas diferentes del sueño y la liberación
interactiva concomitante de glucocorticoides estarían involucradas en la consolidación
de diferentes tipos de memorias (Wagner & Born, 2008; Abercrombie HC, et al., 2003).
Tal es así que, la inhibición de la HPA durante el sueño de ondas lentas es importante
para la consolidación eficiente de memoria declarativa. Ya que el incremento de la
liberación de cortisol durante el sueño REM puede contrarrestar una consolidación que
llega más allá de las memorias emocionales (Wagner & Born, 2008; Coveñas y
Aguilar, 2010).
Wagner & Born ( 2008), proponen que la regulación de la hormona del estrés (cortisol)
influencia en la consolidación de la memoria durante el sueño, primordialmente por
una acción sobre la reactivación de la memoria que ocurre en el hipocampo y la
amígdala durante el sueño de ondas lentas y el REM, respectivamente. Durante el
sueño de ondas lentas, las oscilaciones lentas permanentemente actúan para
sincronizar la reactivación repetida de la representación recién codificada en las redes
del hipocampo con la generación de hipocampo, soportando cambios en las redes
neocorticales que contribuyen al almacenamiento de la memoria a largo plazo (Rasch
Bjo¨rn and Born Jan, 2009).
Consideraciones
Los neonatos duermen entre 16 a 18 horas, y los patrones de sueño son muy
diferentes al de los adultos (Gertner et al, 2002). La emergencia de estados quietos y
activos de sueño nos da indicación anticipada de maduración neural (Mirmiran y
Ariagno, 2003) y gastan más de la mitad de su sueño total en sueño activo (Anders et
al, 1995). El sueño óptimo prepara al infante para aprender cuando despierto, y
después de que el aprendizaje ha ocurrido durante la vigilia, los procesos centrales de
memoria siguen durante el sueño, y es capaz de aprender respuestas adaptables a
retos fisiológicos en el ambiente en el que duerme, y tiene implicaciones cruciales para
la supervivencia del infante (Tarullo et al, 1995).
En adultos, durmiendo hasta 12 horas después de una experiencia educativa, se inicia
cambios duraderos en la representación de memorias, pero si el sueño ocurre 24
horas más tarde no dan como resultado un cambio permanente (Rasch et al, 2007).
Esto sugiere de que la ventana de tiempo durante el cual el sueño tiene un impacto
beneficioso en la memoria es mucho más estrecha para infantes. Ellos necesitan
tomar una siesta dentro de 4 horas de aprender a extraer y retener información acerca
de una regularidad de torrente entrante de información. Así los infantes parecen
necesitar acudir a los periodos de sueño o “descansar” para codificar y consolidar
regularidades en la corriente continua de información nueva que son expuestos cada
día (Hupbach et al, 2009). El sueño en el infante contribuye al infante aprendiendo en
las formas múltiples. Mientras que, en el adulto el aprendizaje para el sujeto que está
dormido no es posible (Aarons, 1976).
3 Un estudio en adolescentes muestra una conexión entre la pérdida de sueño y el
rendimiento en la memoria de trabajo. Los adolescentes tienen una cantidad
insuficiente de sueño que se traduce en su habilidad para codificar, almacenar y
recuperar información (Gradisar 2008).
Finalmente, Los estudios con humanos y animales, han provisto de evidencias donde
el sueño juega un papel crítico en preparar al cerebro para el aprendizaje neural
durante la vigilia, es decir el sueño es importante para incrementar la consolidación de
memoria y está asociado a la plasticidad neural, y la memoria depende de la
plasticidad del cerebro y depende de cambios estructurales o funcionales y neuronales
en respuesta a los estímulos (como las experiencias).
Conocer los procesos de fisiológicos vitales que ocurren mientras dormimos cada
noche es de vital importancia. En primera instancia supondría cuestionar nuestros
hábitos del dormir, tanto de los adultos como de los niños.
Si hemos visto que el sueño es esencial para la restauración, no solo de procesos
fisiológicos corporales, sino, principalmente de procesos a nivel neuronal que permiten
la consolidación de información adquirida en la vigilia previa, y que además supone el
mantenimiento de las redes neurales para los siguientes procesos de adquisición de
información, entonces necesitamos considerar si nuestros niños están durmiendo el
tiempo necesario para lograr un sueño de ondas lentas en la primera hora de la noche.
Si acaso el niño se acuesta tarde por las noche, el tiempo que duerma el sueño de
ondas lentas será menor que cuando el niño se acueste y duerma temprano.
Como hemos indicado, tanto el sueño NREM o de ondas lentas y el REM favorecen
los procesos de consolidación de las memorias y facilitan la adquisión de aprendizaje
al día siguiente. Por lo que, conocer qué tipo de sueño beneficia qué tipo de memoria
es importante, principalmente para organizar los hábitos del dormir de los niños y
adolescentes en edad escolar.
Considerando la necesidad de conocer la relación existente entre el sueño y los
procesos de aprendizaje, memoria y su relación con la nutrición, abordamos la
presente revisión enfatizando la teoría de restauración del sueño y como tal, su rol en
los procesos celulares que subyacen al aprendizaje y la memoria, como mecanismo
de almacenamiento y recuperación de información, así como la influencia del estado
nutricional del individuo para que todos estos procesos de desarrollen
adecuadamente.
III.- NUTRICION Y APRENDIZAJE
Según los reportes del Fondo de las Naciones Unidad para la Infancia (UNICEF,
2010), la desnutrición infantil crónica para el año 2010, afectaba a casi 200 millones de
niños menores de cinco años en todo el mundo, indicando que en Colombia, durante
el periodo 2006 a 2010, el 13% de niños menores de 5 años presenta talla baja para la
edad en un grado de moderado a grave, lo que evidencia problemas crónicos de salud
y el 3% de niños del mismo grupo etario, presenta insuficiencia ponderal de moderada
a grave; es decir, bajo peso para la talla, lo que significa que la presencia de
desnutrición es de corto plazo (UNICEF, 2010a).
El déficit en la dieta de micronutrientes (hierro, vitamina A, zinc y yodo) constituye el
“hambre oculto” (UNICEF, 2003) y representa un grave problema para la salud pública,
por ejemplo, la deficiencia de vitamina A, disminuye la capacidad de respuesta a las
diferentes infecciones, reduce la capacidad de diferenciación celular desde la
4 formación fetal, da origen a la ceguera nocturna y aumenta el riesgo de mortalidad
materna e infantil y, la falta de yodo es la principal causa de retardo mental y con la
consiguiente disminución del coeficiente intelectual (Martínez y Rodríguez, 2006).
Respecto al estado nutricional de los micronutrientes en Colombia, la Encuesta
Nacional de la Situación Nutricional en Colombia ENSIN, muestra que la prevalencia
de anemia en niños de 6 a 11 meses es del 60%, siendo tres veces mayor a la
encontrada en los niños de 1 a 4 años. Asimismo, indica que una de cada 10 mujeres
en edad fértil presenta anemia y el 25% de las mujeres gestantes presenta algún tipo
de anemia, representando el 60% a la anemia por deficiencia de hierro. En relación a
la vitamina A, el 24% de niños de 1 a 4 años presenta deficiencia de vitamina A y la
mitad de niños de este mismo grupo, presenta deficiencia de zinc. Finalmente, una
cuarta parte de las mujeres en edad fértil y dos de cada cinco gestantes, presentan
depleción en los depósitos de vitamina B12 (ENSIN 2011).
Un estudio realizado por la Universidad Johns Hopkins, indica que el retardo en el
crecimiento, observado en la desnutrición grave y el bajo peso al nacer, durante los
dos primeros años de vida, causan un daño irreparable al impedir el crecimiento físico
y mental aumentando el riesgo de enfermedades crónicas en etapas posteriores. Se
ha demostrado que los niños que padecen retardo en el crecimiento y tienen bajo peso
al nacer, completan menos años de estudios y obtienen menores ingresos durante la
edad adulta, con impacto negativo sobre el desarrollo del país (Allen et al, 2008).
Con relación a las estadísticas de Educación en Colombia, según el reporte de UNIFE
del 2010, se observa una tasa neta de asistencia a la escuela primaria del 90% y a
nivel secundario del 73%.
En muchos países en vías de desarrollo, no sólo existe desnutrición sino también son
elevadas las cifras de sobrepeso y obesidad en todos los grupos etareos,
especialmente a nivel infantil; según las cifras e indicadores de salud de Asociación
Colombiana de Endocrinología (ACEMI), el Informe de Carga de Enfermedad en
Colombia y la encuesta ENSIN del Ministerio de la Protección Social, uno de cada 6
niños y adolescentes presenta sobrepeso u obesidad en Colombia; esta relación
aumenta a medida que se incrementa el nivel educativo de la madre. El exceso de
peso es mayor en el área urbana 19,2% que en la rural 13,4% (ACEMI, 2010). Ello
puede deberse al periodo de transición nutricional; por el que atraviesan muchos
países latinos. La transición nutricional es un proceso que incluye cambios cíclicos
importantes en el perfil nutricional de las poblaciones (Popkin, 1994); estas variaciones
están determinadas por una serie de cambios económicos, demográficos, ambientales
y socioculturales que se relacionan entre sí, y que traen como consecuencia
modificaciones en el patrón y tipo de alimentación con disminución de la actividad
física (Popkin, 2004).
Estos hallazgos podrían indicar que Colombia, está en la cuarta etapa de transición
nutricional, caracterizada por el incremento en el consumo de grasa saturada,
azúcares y alimentos procesados, mayor uso de la tecnología y falta de actividad
física; lo cual, constituye un motivo de alarma por el mayor incremento de sobrepeso.
La coexistencia de déficit de peso, de sobrepeso y/u obesidad en las mismas familias
y comunidad, implica que el estado debe revisar sus políticas públicas de alimentación
y nutrición.
En relación al sobrepeso y obesidad con el rendimiento escolar, existen estudios que
señalan que estos niños tienen menor aprovechamiento escolar que los niños de peso
normal. Investigaciones realizadas por Mond en niños preescolares, han señalado
una mayor prevalencia de afectación en las habilidades motoras entre los varones
5 obesos, en relación a los de peso normal. Mientras que en las niñas obesas, se
detectaron mayor afectación en la atención, al compararlas con niñas de peso normal
(Mond, 2007).
Otros estudios realizados también en niños de nivel primario, han señalado que a
medida que el niño crece y se hace adolescente, existe una mayor correlación entre
tener obesidad y un menor desempeño escolar (Olafsson et al, 2003). Corroborándose
estos resultados con los de Taras y Potts, que demostraron que el aumento del peso
corporal se asociaba al menor desempeño escolar (Taras y Potts 2005).
Hay que recordar que la obesidad infantil, trae como consecuencias alteraciones
nutricionales y hormonales que pueden afectar la neuroplasticidad cerebral; dentro de
ellas tenemos: la deficiencia de micronutrientes como vitaminas y minerales, la
elevación de lípidos en sangre como los triglicéridos y el colesterol, la resistencia a la
insulina y la resistencia a la leptina (hormona que juega un papel clave en la
regulación de la ingesta de energía y gasto de energía, incluyendo el apetito y el
metabolismo (Zhang et al, 1997).
La deficiencia de micronutrientes no sólo se debe a la carencia de alimentos, también
se observa en el exceso alimentario como la obesidad, debido al consumo
principalmente de alimentos a base de carbohidratos, los cuales son económicos pero
no contienen los nutrientes necesarios para una alimentación balanceada. Por
ejemplo, son comunes en estas poblaciones la deficiencia de hierro, zinc, vitaminas
B12, D, A y E, como las señaladas anteriormente en Colombia, los cuales pueden
provocar menor desarrollo cognitivo y motor, empeorando la situación por la falta de
estimulación en el hogar. En otras ocasiones los obesos, principalmente adolescentes,
hacen dietas restrictivas y desbalanceadas que producen déficit de micronutrientes;
este déficit, puede provocar disminución en la atención y memoria, por la falta de
hierro y también inducir a una inmunidad disminuida con tendencia a infecciones y la
consecuente inasistencia a la escuela.
A mayor nivel de obesidad mayor disminución de hierro sérico, esta paradoja se
explica por la existencia de hallazgos recientes que sugieren que la obesidad puede
predisponer a la anemia por deficiencia de hierro, señalando una posible relación entre
estas enfermedades (Bagni y Veiga, 2011). El aumento de la actividad inflamatoria
observado en el tejido adiposo de los obesos, favorece la producción de hepcidina; (la
hepcidina es una hormona peptídica que posiblemente es el regulador principal de la
homeostasis del hierro en los seres humanos y otros mamíferos), la que en altas
concentraciones regula negativamente la salida de hierro en los enterocitos
duodenales y los macrófagos, disminuyendo de esta forma el hierro circulante y
promoviendo la anemia. Por otro lado, la anemia en los obesos puede favorecer la
perpetuación de la obesidad, por que las personas anémicas tienen la capacidad
aeróbica y resistencia al esfuerzo físico disminuida, y tienden a reducir gradualmente
su nivel de actividad, lo que cierra el círculo de la obesidad (Ganz, 2003).
La disminución de las concentraciones de hierro, se acompaña de alteraciones en el
sistema de neurotransmisores cerebrales: dopaminérgicos, glutaminérgico y del ácido
gamma amino butírico (GABA), importantes en el aprendizaje, atención y memoria.
En la obesidad infantil, también se observa deficiencia de zinc en plasma y eritrocitos,
dicho nutriente interviene positivamente en la memoria, coordinación visual-manual,
fuerza muscular y la respuesta inmune. El zinc, es un componente esencial del
cerebro, está relacionado con la síntesis y liberación de neurotransmisores cerebrales
como el GABA y el glutamato que actúan en el desarrollo de la función cognitiva. El
zinc también tiene un papel importante en la producción de leptina, se ha señalado
6 que en la obesidad está disminuido y está reducción se relaciona con la resistencia a
la insulina observada en esta población.
La obesidad también, se asocia con un mayor riesgo de padecer bajas
concentraciones de vitamina B12 (Pinhas et al, 2006). Esta vitamina, está
directamente relacionada con la síntesis de algunos neurotransmisores cerebrales
como el GABA y la acetilcolina, como ya mencionamos, intervienen en la memoria.
Los niños con niveles sanguíneos bajos de vitamina B12 disminuyen su capacidad
cognitiva. En el lactante, la deficiencia de Vitamina B12 produce; retardo del
crecimiento, regresión del desarrollo psicomotor, hipotonía muscular y atrofia cerebral.
La obesidad en niños y adolescentes que se encuentran en pleno crecimiento, se
asocia a mayor riesgo de padecer niveles bajos de vitamina B12, por lo que diversos
investigadores recomiendan su detección y tratamiento oportuno.
Con relación a la prevalencia de deficiencia de vitaminas liposolubles como las
vitaminas A, E y D observada en niños obesos; los estudios demuestran que la
deficiencia de vitamina A, se asocia frecuentemente a los niños obesos; asimismo,
esta vitamina cumple un papel fundamental en la memoria y el aprendizaje. Respecto
a la vitamina E, que es directamente captada por el cerebro, cumple un rol importante
en el sistema antioxidante, protegiendo a la vitamina A de la oxidación, asimismo
apoya la liberación del glutamato, el cual, también ha sido relacionado con la función
cognitiva. Se sabe también, que más de la mitad de los niños obesos tienen
deficiencia de vitamina D, esta deficiencia es más frecuente a medida que la obesidad
es más severa. Asimismo, no debemos olvidar el rol primario que cumple esta vitamina
en el mantenimiento de la homeostasia del calcio y del fósforo minerales de suma
importancia para la transmisión del impulso nervioso sin el cual, los neurotransmisores
no tendría razón de ser.
La falta de calcio en la alimentación, provoca a menudo un estado de fatiga y falta de
excitabilidad nerviosa. Los niños deben tomar diariamente alrededor de 800 mg de
calcio y los adolescentes 1.200mg de este mineral (DRIs, 2004); los requerimientos de
fósforo son similares, pero debido a que todos los alimentos que contiene calcio,
también contiene fósforo, basta con el consumo de alimentos lácteos para asegurar la
ingesta de ambos minerales. Para cubrir los requerimientos de calcio y fósforo, por lo
menos el 60% debe provenir de los productos lácteos, esto debido a su mejor
asimilación por el organismo. Por lo tanto, se recomienda tomar una porción de los
siguientes alimentos tres veces al día: Un vaso de leche, un yogur, un postre lácteo o
60 g de queso fresco; estos alimentos además de brindar un buen aporte de calcio,
también son buenas fuentes de vitamina D, A, E, C, complejo B y minerales como el
potasio, magnesio y minerales traza como el zinc y yodo (Badui, 2006).
Esta compleja relación entre la deficiencia de micronutrientes observada no sólo en la
desnutrición sino también en la obesidad, requiere que los profesionales en salud y
educación, busquen nuevas estrategias eficaces para hacer frente al problema.
Respecto a los factores que afectan el desarrollo neuro motor desde la concepción,
debemos mencionar el factor nutricional de la madre; el cuál, tiene gran importancia en
el desarrollo neuromotor del niño, una forma de evaluarlo, es relacionando el peso
para la talla, o midiendo el índice de masa corporal (IMC); al inicio del embarazo, es
este indicador es el más útil, para evaluar el estado nutricional de la futura madre.
Considerándose en riesgo, aquellas pacientes que se encuentren con bajo peso, es
decir las que presentan un IMC<19.8 Kg /m2 y obesas a las mujeres que superan el
valor de 26 kg./m2 (Mahan y Escott-Stump, 2001). La obesidad, también se considera
como riesgo reproductivo pre concepcional pues es un factor que condiciona la
7 aparición de patologías como la hipertensión arterial (HTA) y la diabetes mellitus (DM),
muy peligrosas en el embarazo.
Cuando la desnutrición se inicia en la vida intrauterina, es posible detectarla a tiempo,
midiendo los depósitos de agua, grasa y el tejido óseo. Otro factor a considerar es el
aporte de oxígeno y nutrientes. El desequilibrio entre el aporte y los requerimientos de
energía y nutrientes, casi siempre ocurre a partir del tercer trimestre de gestación,
cuando las necesidades fetales son mayores. Los depósitos de micronutrientes como
el hierro, cobre, zinc y vitamina A, se efectúan por transferencia placentaria de la
madre al feto, principalmente en las últimas semanas de gestación, de modo que la
malnutrición materna, reduce el aporte de nutrientes al feto, originando la prematurez y
el peso bajo de nacimiento, con la consecuente disminución de masa hepática.
Diversas deficiencias vitamínicas de la madre resultan en malformación fetal, por
ejemplo la prevalencia de deficiencia sub clínica de vitamina A, provocando
alteraciones oculares, esta deficiencia es casi universal en los niños de muy bajo peso
al nacer, se ha postulado como un factor de riesgo para el desarrollo de displasia
broncopulmonar. La deficiencia en vitamina D lleva a raquitismo fetal, y la deficiencia
de folatos, riboflavina y vitamina C a defectos del cierre del tubo neural. A su vez, el
aporte excesivo de vitaminas, también se ha asociado a problemas congénitos (De
Curtis, 2004).
Otro gran problema que padecen los niños desnutridos son las alteraciones del
desarrollo mental, problemas de aprendizaje y del lenguaje; secuelas motoras y
auditivas, alteraciones de conducta y limitada integración al mundo competitivo
(Cornelio, 2007).
Es importante destacar que aun cuando el potencial intelectual se desarrolla en su
mayor parte desde la concepción hasta el tercer año de vida, el sistema nervioso
central (SNC) alcanza su pleno desarrollo alrededor de los 20 a 25 años.
Existe una relación significativa entre el peso de nacimiento sobre la inteligencia y
desarrollo cognitivo; la circunferencia cefálica relacionada con la edad, es el indicador
de historia nutricional y de desarrollo cerebral más relacionado que contribuye a
explicar el rendimiento escolar, el cociente intelectual y la deserción en el sistema
educacional (Ivanovic, 2000). Los niños con circunferencia cefálica menor de la
esperada, no sólo presentan un volumen encefálico disminuido, sino también, menor
cociente intelectual, rendimiento escolar y pobre historia nutricional. Existen estudios
en escolares egresados de la enseñanza media, que indican que la circunferencia
cefálica es el único parámetro antropométrico que se asoció directa y
significativamente con el rendimiento escolar, lo cual fue demostrado en puntajes
bajos en la prueba de aptitud académica (Ivanovic, 2006).
Respecto a la influencia de la nutrición en el desarrollo cerebral del niño, debemos
mencionar, que durante la etapa gestacional e incluso después del nacimiento, el
aporte de ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga es realizado por la madre, ya
que si bien el feto y el recién nacido tienen la capacidad para formar éstos ácidos
grasos a partir de precursores, la velocidad de transformación del ácido linoléico para
formar el ARA y del ácido alfa linoléico para formar el DHA, parece no ser suficiente
para proveer la cantidad de ácidos grasos requerida en esta etapa (Uauy, 2001).
De esta forma, si la madre recibe una alimentación con un aporte suficiente de ácidos
grasos poliinsaturados, a razón de 5:1 hasta 10:1 de omega-6/omega-3, podrá brindar
al feto mediante el transporte placentario, y al recién nacido a través de la leche
materna, el requerimiento de ácidos grasos poliinsaturados necesarios para un
desarrollo normal del sistema nervioso y visual. Los embarazos múltiples pueden
8 disminuir considerablemente las reservas de estos ácidos grasos (Cunnane, 1999).
Nutricionalmente el ácido linoléico es mucho más abundante que el ácido alfa linoléico,
por lo cual, el riesgo de déficit de DHA es mayor que el riesgo de déficit de ARA.
El DHA preformado puede, por ejemplo, ser obtenido a partir del consumo de
productos del mar (pescado, mariscos, algas) ya que estos alimentos constituyen la
principal fuente de omega-3 preformados (Uauy, 2000). En una población con bajo
consumo de productos marinos, es recomendable la suplementación de la dieta con
DHA. Se ha sugerido que durante el curso del embarazo, una suplementación de 300
mg/día de DHA sería adecuada (Simopoulos y Salem, 1999).
Con relación a la importancia de la leche materna exclusiva; la OMS y el UNICEF la
recomiendan para una alimentación infantil óptima durante los primeros 6 meses de
vida (Kramer y Kakuma 2001). Incluso después de la introducción de los alimentos
complementarios, la lactancia materna continúa siendo una fuente crítica de nutrientes
para el niño pequeño. La leche materna aporta el 50% de las necesidades de energía
del lactante hasta el año de edad, y hasta un tercio durante el segundo año de vida. La
leche materna continúa aportando nutrientes de mayor calidad que los aportados por
los alimentos complementarios y, también, aporta factores protectores. Por lo tanto, se
recomienda que la lactancia materna a demanda continúe hasta los 2 años de edad
(OPS/OMS, 2002).
Durante la lactancia, la madre continúa el aporte de ácidos grasos poliinsaturados al
recién nacido. La leche humana, a diferencia de la leche de vaca, contiene una
pequeña cantidad de ARA (0,5%) y de DHA (0,3%) que es suficiente para cubrir hasta
tres veces el requerimiento de ácidos grasos poliinsaturados del recién nacido
(Clandinin et al,1980). De esta forma, el aporte de estas grasas de la secreción láctea
es otro antecedente que se suma al indiscutible rol de la lactancia materna durante los
primeros meses de vida.
En la retina el DHA también se encuentra en mayor proporción que el ARA,
constituyendo ambos ácidos grasos más del 45% del contenido de ácidos grasos
poliinsaturados. Por lo tanto, se deduce que al encontrarse el ARA y el DHA en tan
altas concentraciones la disminución en el aporte de ambos, ya sea durante la
gestación o la lactancia, tendrá repercusiones en la funcionalidad de los órganos
afectados. En definitiva, un menor aporte de ARA y de DHA por parte de la madre
significa una menor concentración de estos ácidos grasos en el cerebro y en la retina
(Birch et al, 1998). Existen evidencias de que los mayores niveles de ARA y DHA
medidos en lactantes, se correlacionan con una mayor capacidad de aprendizaje y de
concentración (Agostoni, et al 1997).
Varios estudios han reportado que la duración de lactancia materna se correlaciona
con mejores resultados en el desarrollo cognoscitivo (Oddy et al, 2011) y (Kramer et al
2008). Otros estudios relacionados a la composición de los ácidos grasos del
cerebro, demostraron que los infantes alimentados con lactancia materna, tuvieron
niveles más altos de DHA en la corteza cerebral, en comparación con los infantes
alimentados con fórmulas; demostrando así que el DHA en el cerebro, es dependiente
de la composición de la dieta, su importancia en la nutrición infantil fue reconocida por
la rápida adición de estos ácidos grasos en el cerebro durante los primeros años de la
vida post natal, y los reportes sobre el incremento en el desarrollo intelectual de los
niños.
La leche materna asegura un aporte y una relación adecuada de ácidos grasos
omega-6 y omega-3. Sin embargo, este aporte se puede ver modificado si el período
9 de lactancia es menor o este no es posible. Las fórmulas lácteas han ido incorporando,
los componentes fundamentales de la leche materna y aunque aún su composición
dista mucho para igualarse a la secreción láctea, en los últimos años, se han logrado
progresos muy importantes. En lo que respecta al tipo de ácidos grasos que aportan
estas fórmulas, es necesario identificar aquellas que contienen AGPI (ácidos grasos
poliinsaturados) omega-6 y omega-3 y, aquellas que además contienen los ácidos
grasos ARA y DHA, debido a que los antecedentes clínicos y experimentales,
demuestran que el recién nacido no tendría una capacidad totalmente desarrollada
para realizar los procesos de transformación de los precursores ácidos grasos
linoléico y alfa linoléico, parece más lógico, y probablemente más seguro, desde el
punto de vista de la disponibilidad de ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga,
aportar ARA y DHA en las fórmulas, además del ácidos linoléico y alfa linoléico. De
esta manera, es posible asemejar mejor el perfil de ácidos grasos de la fórmula con el
de la leche materna.
En relación a la importancia del desayuno en el aprendizaje y el procesamiento de la
información que desarrolla diariamente el estudiante, el desayuno, se convierte en la
comida principal del día. Por lo tanto, los padres de familia deben estar plenamente
concientizados de su importancia.
Desde el punto de vista nutricional, una alimentación balanceada en un escolar, debe
proporcionar la energía, proteínas, vitaminas y minerales recomendados para su edad,
en forma fraccionada durante las 24 horas del día. El desayuno, que es la primera
comida del día, debería proveer el 25% de la recomendación de nutrientes para un
día. En América Latina muchos niños salen por la mañana de sus hogares y asisten a
la escuela sin desayunar, y los padres ignoran las consecuencias negativas que esta
práctica puede ocasionar sobre el funcionamiento cognitivo.
Metabólicamente, no desayunar implica: Un periodo de ayuno de más de doce horas,
durante las cuales el organismo no tiene una fuente exógena de energía necesaria
para lograr una buena atención y aprendizaje. El no contar en ese tiempo con el
aporte dietético de proteínas y aminoácidos necesarios para la síntesis de
neurotransmisores, significa prolongar el periodo de hipoglucemia que provocará
fatiga, apatía y sueño trayendo como consecuencia, disminución de la velocidad de
procesamiento cerebral.
Un desayuno adecuado en carbohidratos y proteínas promueve la liberación de
insulina, la que estimula la síntesis de enzimas que intervienen en la formación de
neurotransmisores (a partir de aminoácidos exógenos) tales como serotonina,
catecolaminas, acetilcolina y otros, aportando así, los niveles plasmáticos y cerebrales
adecuados para realizar un trabajo físico e intelectual adecuados, debido a que
aumenta el nivel de concentración y mejora la capacidad de compresión de la lectura.
El desayuno debe aportar en promedio 400 calorías. La dieta diaria del niño debe
aportarle entre 1.500 y 2.000 calorías, distribuidas a lo largo de las 5 comidas del día.
La combinación ideal para el desayuno es FRUTA + LÁCTEO + CEREAL
Las frutas de preferencia deben ser de estación y deben ofrecerse en trozos; los
lácteos comprenden: 200 ml de leche, yogurt o 30 gramos de queso fresco y el
cereal de preferencia natural, puede ser avena, pan, canchita de maíz, quinua,
kañihua o kiwicha, éstos tres últimos son cereales andinos, ideales para el desayuno
debido a su alto valor nutritivo por su contenido de aminoácidos esenciales,
10 carbohidratos de absorción lenta, fibra, vitaminas y minerales; nutrientes ideales para
el desarrollo físico y mental.
Lo más importante de una alimentación balanceada es la variedad, no se trata de
desayunar siempre lo mismo, lo ideal es variar para así aportar una alimentación con
todo tipo de nutrientes.
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