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Revista Digital UMBRAL 2000 – No. 10 – Septiembre 2002
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Demandas de la sociedad del conocimiento
a la gestión del currículum escolara
Leopoldo Briones Salazarb
Doctor en Ciencias de la Educación, PUC.
Abstract
A partir de un análisis sobre las transformaciones globales que afectan a la educación actual
y las relaciones de la sociedad del conocimiento con la escuela, en este artículo se
establecen algunos desafíos para los procesos de gestión de una institución escolar en un
marco de profesionalidad docente como estrategia para enfrentar el desarrollo curricular.
Sin duda, un punto central de las políticas educativas dice relación con los procesos de
democratización del conocimiento social en el sistema escolar y que se juega, por una parte,
en la organización curricular y, por otra, en la doble relación entre gestión escolar y
desarrollo curricular. Es decir, lo que está en juego es la forma de intencionar la
construcción de la calidad educativa; esto es, pasar de un estadio tradicional de entender la
escuela y la práctica docente como ámbitos de administración burocrática del
conocimiento, a un estadio que interpela el desarrollo profesional docente, los procesos de
gestión y de desarrollo curricular.
1. Transformaciones globales y educación
Actualmente se vive un escenario de profundas transformaciones globales relativas a la
configuración de las relaciones sociales mediadas por las tecnologías de la información1 , la
creciente complejidad de los procesos económicos y de regulación del Estado y la
revaloración de la democracia como forma de organización política, económica y social de
la nueva ciudadanía (Tedesco,1995). Algunos sostienen que vivimos en una sociedad de
cambios globales en que la información y el conocimiento se constituyen en los bienes más
distintivos y preciados en la esfera social. Tales transformaciones se ven posibilitadas, a su
a
b
1
Algunos elementos de este artículo fueron presentados en el "V Congreso Latinoamericano de
Administración de la Educación: política y gestión en la sociedad del conocimiento", organizado por la
Universidad de Playa Ancha de Ciencias de la Educación, Pontificia Universidad Católica de Chile y
Universidad de Concepción, 2 y 3 de mayo del 2002, Stgo. de Chile. Se agradecen los comentarios de
Francisco Cerda B., Profesional del Ministerio de Educación de Chile. Además, los valiosos aportes de
Manuel Pérez P., Profesor de Filosofía U. Chile y Candidato a Doctor en Educación, Universidad
Autónoma de Madrid.
El autor se desempeña como profesional en el Ministerio de Educación de Chile. Su dirección electrónica
es [email protected]
Fundamentales son los aportes de Manuel Castells (1999) en su trilogía “La era de la información.
Economía, sociedad y cultura”, Alianza Editorial, Madrid, España.
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vez, por la importancia que asume el conocimiento y la información como rasgos
distintivos de la generación y distribución del poder en la sociedad (Tedesco,1999).
Sin duda, Alvin Toffler2 fue quien le otorgó crucial importancia a la producción y
distribución de conocimiento e información en términos del desarrollo de una sociedad
democrática. Tal producción de conocimiento al infinito sería posible en un ambiente
abierto y creativo y, por ello, su utilización rompe con las formas burocráticas de gestión a
nivel institucional. Sin embargo, para Tedesco (1999:2) tal análisis es una mera ingenuidad
que requiere de análisis con visiones más realistas y complejas, pues “una sociedad basada
en el uso intensivo de conocimientos produce simultáneamente fenómenos de más igualdad
y de más desigualdad, de mayor homogeneidad y de mayor diferenciación”. De hecho, tales
desigualdades generan el fenómeno de la ‘exclusión’ social producto de la transformación
en la organización del trabajo (crisis del trabajo), en la constitución del Estado-Nación
(crisis del Estado) y en la concepción del sujeto (crisis del sujeto).
Fundamental en este contexto es la revaloración de la cohesión social que promueve la
solidaridad con los ‘otros’. La educación como dimensión social vuelve a un sitio de
preferencia en la producción de conocimiento y valores culturales. Por ello, “las instancias
a través de las cuales se producen y se distribuyen el conocimiento y los valores sociales –o
sea, las instituciones educativas, los educadores y los intelectuales en general- ocuparán un
lugar central en los conflictos a través de los cuales se definirán las orientaciones de estos
procesos sociales”(Tedesco,1999). La existencia de nuevos códigos, marcos de relaciones
sociales y de organización y exigencias productivas (CEPAL,1992), instalan la discusión
sobre el significado estratégico de la educación y de la calidad y equidad de sus procesos.
Tales requerimientos enfatizan el desarrollo de competencias específicas en los sujetos en
pro de la construcción de la nueva ciudadanía (Tedesco,1995). La clásica tensión de la
educación como espacio para la integración social o como espacio del desarrollo personal,
actualmente comienza a ser redefinida en pos de los requerimientos que plantea una época
de cambios globales (Tedesco,1995).
Ante la discusión propia de sociedad del conocimiento o sociedad de la información, se
hace necesario considerar que “cualquiera de nosotros puede estar sometido (y de hecho lo
estamos a diario) a un bombardeo constante de informaciones y al mismo tiempo no
tenemos capacidad crítica ni selectiva. Por lo tanto, no tenemos conocimiento (...). Posee
conocimiento no aquel que tiene información, sino aquel que sabe qué hacer con la
información y puede hacer algo (...).”(Roger,2001). Tal distinción obliga a definir los
parámetros de la conformación de la capacidad crítica y de apropiación de conocimiento en
el marco de las relaciones sociales propias de la sociedad actual.
Bajo estas coordenadas de globalización y de transformaciones radicales de la organización
social, “todas las sociedades contemporáneas confrontan un desafío similar: deben elevar
sus capacidades de generar conocimiento, de adquirirlo y de adaptarlo, de transmitirlo y
2
Ver los textos “El cambio del poder” (1990) y “La tercera ola” (1980).
2
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distribuirlo a la población en su conjunto, de participar en su evolución y comunicarlo en
todas las direcciones” (Brünner,1999:66).
Lo que está en juego es la forma de construir sociedad y, por ende, de configurar la nueva
ciudadanía en un orden democrático. Como dice Roger (2001:1) “no puede existir una
verdadera democracia allí donde no se democratiza el conocimiento. La única vía genuina
para la democratización del conocimiento es, sin duda alguna, la educación de los
ciudadanos”. Por consiguiente, sólo una educación de calidad y distribuida equitativamente
es la solución para enfrentar los desafíos de la sociedad del conocimiento (Brünner,1999).
Sin duda alguna, la sociedad del conocimiento establece nuevas demandas al sistema
educativo en términos de una redefinición del contenido de la socialización escolar, de la
concepción de sujeto y de las relaciones formativas y, por lo mismo, de una
reconceptualización de las políticas educativas en curso “que garanticen a todos una
educación de muy buena calidad”(Tedesco,1999). Tales demandas implican conformar una
educación capaz de responder ante los desafíos de mayor cohesión social, de participación
política, de empleabilidad e ingreso al mundo laboral (Tedesco,1999).
Un rasgo distintivo de las políticas educativas actuales es la conformación de condiciones
estructurales para una educación permanente de todos los sujetos. De hecho “asumir que
debemos educarnos a lo largo de toda la vida, que ningún aprendizaje es definitivo y que el
acceso al conocimiento no garantiza ascenso social, modifica profundamente la
representación social tradicional sobre la educación”(Tedesco,1999).
En definitiva, asistimos a un escenario global de profundos cambios que impactan en su
sentido más estricto a las políticas educativas y sus reformas y, por ende, a la institución
escolar y sus dinámicas de distribución del conocimiento social. Este nuevo orden
competitivo basado en el conocimiento (García,1991) y en la configuración de ‘nuevos
códigos de modernidad’ (CEPAL,1992), genera un agotamiento en los estilos tradicionales
de hacer educación, tensionando la estructura misma de gestión de conocimiento que tiene
lugar en la escuela.
2. Repensando la escuela en la sociedad del conocimiento
Concebir la institución escolar como espacio social que, indudablemente, es afectado por
tales transformaciones globales, conlleva a discutir las caracterizaciones que le dieron lugar
en los sistemas modernos de educación: la escuela como institución social se jugó en el
desarrollo de la consolidación de los Estados-Nación y, por ende, su justificación radica en
actuar como escenario social que asegura orden y reproducción de los sistemas en juego. Si
consideramos que la relación entre escuela y cultura ha sido siempre conflictiva y que tal
relación posibilita una construcción significativa (Tedesco,2001), debemos tener presente
que la propia escuela es una construcción histórica orientada a resolver el problema de la
herencia cultural hacia las nuevas generaciones.
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Como diría Durkheim (1963), la institución escolar es el espacio de la socialización que
trabaja con el conocimiento que la sociedad requiere para consolidarse en el tiempo. Un
punto central de esta mirada es que la escuela y los sistemas modernos de educación
participan de los procesos de escolarización masiva que emergen producto de las
transformaciones que prosiguieron a la época medieval y del antiguo régimen.
Históricamente, la escuela como institución social moderna -obligatoria, universal, gratuita
y laica- es producto de la sociedad capitalista industrial que le otorga una organización
‘piramidal’ no ajena al de las grandes organizaciones industriales. Además, “el sistema
educativo estaba concebido como una organización para la distribución social de los
conocimientos según el cual la masa de la población tenía acceso a un mínimo de
enseñanza básica que garantizaba la homogeneidad cultural de la sociedad, y una elite
accedía a las expresiones más elaboradas y al dominio de los instrumentos que permitían
cierto nivel de creación del conocimiento”(Tedesco,2000). En esta concepción de escuela
como conservadora de las tradiciones y herencias culturales que participan de la formación
de las élites sociales y de los procesos de escolarización masivos, característica central es
su marcado hermetismo –en tanto espacio ‘cerrado’ simbólicamente, físicamente y
culturalmente- que la hacía funcionar sin mayores articulaciones con el mundo social.
El fundamento que orientaba la existencia misma de la escuela se circunscribe a la idea de
reproducción del conocimiento3 y de la estructura social. De hecho, tal escuela por una
parte, respondía a la intención de reproducir el orden ideológico y, por otro, modificar las
pautas tradicionales de socialización dadas por la familia y la iglesia. Tal pugna entre
entidades socializadoras preconfigura la emergencia primaria de un campo educativo que
hace suyo la disputa por el legítimo proceso de socialización y configuración de la nueva
sociedad (Bourdieu,1995).
Esta idea de escuela abriga una concepción de conocimiento ‘legítimo’ (Apple,1986;
Foucault,1997) desde las grandes tradiciones culturales -’herencia cultural’(Durkheim,1995) y de las respectivas ciencias que tienen su dominio en el desarrollo social.
Ante la pregunta de Spencer (1932) de “qué conocimiento tiene más valor” que Apple
(1986) parodia como “de quién es el conocimiento que tiene más valor”, se encubre una
realidad indiscutible: el conocimiento seleccionado, impartido y controlado por la escuela
participa de una conformación de política cultural orientada por una hegemonía
epistemológica de construcción de la realidad social. Por ello, un punto histórico y
distintivo de la escuela es su relación con el conocimiento, independiente de la tradición
que lo define en sus acepciones propias a una filosofía4 , sociología del conocimiento,
3
4
Reproducción conformada a partir de valores seculares, principios republicanos, lengua nacional y cierta
visión racional de la realidad.
Se considera que en el campo de la filosofía y de la ciencia han existido dos métodos que explican la forma
de obtención de conocimiento: el ‘organon’ instaurado por Aristóteles denotando los procedimientos
metodológicos de acceso al conocimiento; y el ‘canon’ que planteado por Kant da cuenta de los criterios
mismos de validez del conocimiento y sus procesos que lo hacen posible. Ciertamente, Popper plantea la
validez provisional por sobre los criterios de verdad en la construcción de conocimiento como una forma
de mantenerse en alerta a la crítica permanente.
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antropología cultural, psicología. Por tanto, la escuela se concibe como escenario que
históricamente ‘administra el conocimiento’ -entendido éste desde sus mecanismos de
selección, organización y transmisión- asegurando procesos formativos congruentes con las
demandas de las diversas políticas educativas.
Tal definición posibilita un análisis de la escuela como una ‘unidad’ o ‘sistema’ que se
compone de ciertas estructuras muy delimitadas y que en su conjunto convergen a un
desafío mayor: formar la conciencia del ciudadano para su inserción en el gran sistema
social. Ante la discusión de los mecanismos de regulación social más tradicionales -iglesia,
familia- para enfrentar los desafíos de la socialización y, además, ante la emergencia de
nuevas formas de solidaridad, la institución escolar aparece tensionada como espacio
garante de la democratización social (Tedesco,1999). Al cambiar las condiciones
estructurales de la construcción social, inevitablemente la escuela debe abrirse a los
requerimientos de la sociedad y redefinir sus pactos con otros agentes socializadores
(Schiefelbein y Tedesco,1994; Tedesco,1999).
A medida que los procesos históricos tienen lugar en el ‘breve siglo XX’ (en código
habermasiano), comienza a producirse “una disociación cada vez mayor entre los
contenidos culturales socialmente más significativos y los contenidos susceptibles de ser
distribuidos socialmente en forma universal” (Tedesco,2000). Tal fenómeno explicaría la
crisis de la escuela en dos sentidos: empobrecimiento progresivo de los aspectos de la
cultura impuestos en forma universal y falta de asimilación de los contenidos culturales
propios de las dimensiones más dinámicas y complejas de la realidad contemporánea. En
términos pragmáticos, “la educación está en medio de esta encrucijada. Entre resultados
mediocres y enormes desafíos; en tensión entre los problemas no resueltos del siglo 20 y
los retos emergentes que vienen con el siglo 21”(Brünner,2001:4). No obstante, la escuela
sigue siendo un espacio privilegiado de las macropolíticas para el desarrollo de
experiencias formativas propias al nuevo contexto de mayor complejidad cultural.
Un tópico central es analizar la escuela en su dimensión macrosocial en términos de su
contenido socializador y la respuesta a los nuevos desafíos de la permanente transformación
que se vive. Para Tedesco (2000:6) “la función de la escuela en relación a la cultura
consiste en la formación del núcleo estable, de los marcos de referencia, que permitirán
enfrentar los cambios permanentes a los cuales nos somete la producción cultural del nuevo
capitalismo”. Tal análisis, a su vez, nos exige comprender los nuevos escenarios de
relación con otras agencias de socialización e instituciones responsables de producir
conocimientos, delimitando qué se entiende por conocimiento socialmente significativo
(‘núcleo estable’) para su distribución en la sociedad. Por lo mismo, fundamental es la
discusión de qué tipo de escuela se debe construir y qué tipo de articulaciones con otras
agencias de socialización se deben propiciar.
Sin embargo, un segundo tópico sustantivo de analizar es la concepción de escuela como
espacio micropolítico orientado por la gestión de conocimientos (Foucault,1997). Tal
concepción requiere de matices explicativos que le otorgan sus distinciones frente a otras
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agencias ‘productivas’ (Fullan,2002). Desde otro enfoque, existen una serie de
aproximaciones a la escuela como una ‘organización’ (Gairín,1996) que otorga referencia a
las estructuras, procesos, objetivos, sistema de relaciones y cuyos enfoques teóricos centran
actualmente su análisis en la limitación de estructuras organizacionales piramidales,
jerárquicas y verticalistas, frente al desarrollo de estructuras autónomas, flexibles y
dinámicas para enfrentar los procesos de cambio emergentes.
Al considerar la institución escolar como una realidad construida socialmente, se puede
sostener la existencia de una diversidad de enfoques que se aproximan indistintamente para
su comprensión:
·
El enfoque técnico: considera la escuela como realidad objetiva, lineal y de
funcionamiento racional perfectamente estructurada bajo aplicación de un sistema
jerárquico de métodos racionales en pro de objetivos y metas definidas
apriorísticamente. Parte del supuesto de generalización a otros contextos siendo el
liderazgo una variable de interés particular. Propio de este enfoque es el
movimiento de las ‘escuelas eficaces’. Su punto crítico radica en la menor
consideración de las variables de contexto socio-cultural, los intereses y conflictos
inherentes a toda institución social. La perspectiva sugerida por Parsons (1989) que
entiende la escuela como espacio de ‘selección’ natural –desnaturalizando el
conflicto social-, constituye un referente de las políticas orientadas desde una
fragmentación del conocimiento y de los procesos que lo hacen posible. Desde el
análisis más curricular, Tyler (1949) confirma toda una dinámica de trabajo escolar
en torno al conocimiento y que está muy próximo a la delimitación pragmática de
una racionalidad instrumental.
·
El enfoque interpretativo: desde planteamientos fenomenológicos y hermenéuticos,
otorga importancia a la construcción de la institución escolar desde los intereses,
actitudes, percepciones, expectativas y significados de todos los actores de la
comunidad educativa, conformando una cultura particular de comunicación y
comprensión mutua. Sin duda, la perspectiva de Stenhouse (1987) que comprende
‘la escuela como una cultura’ propia, posibilita una mirada más cercana a la
construcción educativa que se teje en el escenario propio de la institución escolar.
·
El enfoque socio-crítico: comprende la institución escolar desde sus posibilidades
transformativas hacia los propios sujetos en un marco de condiciones y significados
que le dan sentido, incorporando los procesos de negociación y conflicto que tienen
lugar en las estructuras relacionales entre poder y saber. Planteamientos dados por
Freire (1973), Apple (1986), Carr y Kemmis (1988) establecen cuestionamientos a
los marcos relaciones que aparecen como constitutivos de las dinámicas educativas.
·
El enfoque postestructuralista: desde una posición crítica del conocimiento
universal, justifica la institución escolar en un marco de desregularización creciente
-curricular, organizativa, política, epistemológica. Los planteamientos dados por
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Tadeu Da Silva (2001) permiten la comprensión del conocimiento seleccionado a
través del currículum escolar como la configuración de un ‘espacio de identidad’
que legitima un discurso de representación de la realidad social y cultural.
Cada uno de estos enfoques actúa desde marcos explicativos particulares a concepciones
teóricas y, por sobre todo, a intenciones e intereses discursivos de lo que comprendería una
legítima construcción de la institución escolar. Desde un ángulo más propio a la concepción
de conocimiento posibilitado por ‘modelos de escuela’, Schiro (1999) presenta dos ejes de
tensiones: atención respecto del conocimiento (sea enfocado en las fuentes o en su uso) y
consideraciones sobre la realidad (en sus delimitaciones epistemológicas ‘objetivistas’ o
‘subjetivistas’). Tales tensiones configuran cuatro modelos de escuela: escuela centrada en
las disciplinas y aprendizajes formales (‘modelo academicista’), escuela centrada en la
eficacia (‘modelo tecnológico’), escuela centrada en el cambio social (‘modelo crítico’) y
escuela centrada en el niño (‘modelo humanistas’).
Siendo el análisis funcionalista el que ha tenido mayor presencia explicativa –por
construcción hegemónica de los procesos educativos-, se hace necesario revisar los
distintos componentes y procesos que conforman y le otorgan propiedad funcional a la
estructura organizativa. De hecho, existen aproximaciones a la organización escolar como
una ordenación de procesos estructurales, de distribución y adecuación de espacios y de
medios humanos y materiales, de realización de normas, responsabilidades y relaciones
entre los diferentes elementos y actores. Otras aproximaciones destacan su valor
instrumental en tanto medio organizativo para conseguir determinados fines sociales,
siendo la satisfacción del personal y la racionalización del trabajo los aspectos nucleares de
la eficacia organizativa (Gairín,1996). En tales aproximaciones, la institución escolar se
configura como una organización compuesta de ‘objetivos’ (propósitos de la organización),
‘estructura organizativa’ (medio para conseguir los objetivos) y el ‘sistema relacional’ de
los actores (responsables del funcionamiento de la organización) que le otorga una
identidad específica (Gairín,1996). Tal concepción explica el quehacer de la escuela desde
dos modelos organizacionales:
· el ‘modelo dependiente’ en tanto receptor y reproductor de parámetros externos a la
institución que se mueve bajo el principio de uniformidad organizacional en que los
actores cumplen ‘funciones’ conforme a normas y responsabilidades preestablecidas
–por ej. el profesor ‘transmite’ el currículum sin mayores coordinaciones
profesionales-, teniendo una estructura verticalista que considera que el
funcionamiento eficaz se garantiza con la existencia de normas adecuadas que se
cumplen. Tal modelo está orientado desde una racionalidad instrumental que
prescribe las funciones docentes (Grundy,1991).
· el ‘modelo autonómico’ que considera diversas tomas de decisión de la vida
institucional para responder a las demandas y necesidades de la comunidad
educativa, garantizando la unidad del sistema. Más cercano a procesos de
descentralización educativa, la actual ‘autonomía’ de la institución escolar y sus
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actores aparece tensionada desde parámetros de vigilancia y control social y, por
ello, se habla más bien de una autonomía por decreto (Contreras,1999), autonomía
relativa y/o permitida (Apple,1986).
Desde un rescate analítico de lo que constituye la distinción de la institución escolar y los
rasgos de profesionalidad, Fernández (2001) analiza la escuela bajo tres modelos de
organización: escuela como ‘centro-agregado’ muy propio del modelo profesional liberal
(sobrevive como una suma de elementos en la que cada actor desarrolla su función con la
mínima coordinación general), escuela como ‘centro-estructura’ que se corresponde con el
modelo de profesional burocrático (presenta un conjunto de relaciones estables entre los
elementos; diseñado para un fin, pero no para un entorno cambiante) y escuela como
‘centro-sistema’ que distingue al modelo profesional democrático o ‘profesionalidad
democrática’ (propio de un espacio definido por un conjunto de relaciones, flexible en sí
mismo y cambiante ante otros posibles fines).
Esta polaridad de modelos organizacionales sólo se sostiene por fines más bien analíticos,
pues no explica la complejidad interna de la cotidianeidad de una institución educativa en
que interactúan tales modelos y, por cierto, eso no implica una falta de organicidad interna.
La relación que establece la escuela con el conocimiento, conlleva a delimitaciones del tipo
de actores y sus dinámicas de organización interna. Como tal, los profesores han sido
concebidos como garantes del conocimiento oficial a través del tipo de prácticas que
posibilitan y legitiman (Apple,1996).
Sin embargo, no es menos cierto que diversas investigaciones demuestran la ruptura que la
escuela establece en su dinámica interna con estas caracterizaciones históricas. Es decir, se
observan procesos de deconstrucción y reconstrucción de conocimientos que justifican el
axioma de que los actores sociales resignifican cualquier objeto de conocimiento y que sus
prácticas no necesariamente participan de la prescripción política que intenta enmarcarlas.
De ahí la emergencia de modos específicos -hábitus- de interactuar con el conocimiento y
de aproximar a los estudiantes a las nuevas problemáticas de las ciencias, de la sociedad y
de la vida cotidiana. A su vez, los propios estudiantes resignifican el conocimiento a partir
de sus propias representaciones, creencias y prácticas sociales, lo que evidencia la
problemática consignada por algunos como currículum oculto (Torres,1991).
En este marco de relaciones de la escuela con el conocimiento, el tema del currículum se
hace cada vez más prioritario, toda vez que se lo entiende como proceso de selección,
organización y transmisión de cultura. Más aún, si el currículum actúa como un referente
que intenta orientar las diversas prácticas institucionales, un punto medular es su carácter
prescriptivo -existente en una tradición curricular- que se configura desde las prácticas de
diseño curricular toda vez que el contexto de formulación y el contexto de realización
(Lundgren,1989) se distancian y delimitan entre quienes ‘piensan el diseño’ y quienes ‘lo
aplican e implementan’. He aquí lo que ciertas coordenadas teóricas han definido
críticamente como la racionalidad técnica con que se concibe la práctica de la institución
escolar (Carr,W. y Kemmis,S.,1988).
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Bajo este esquema, es posible comprender las variaciones de los procesos de prescripción
del currículum en la institución escolar y, específicamente, en los docentes. Sin embargo, la
tradición del currículum como ‘práctica’ (Schwab,1973) que remite a actores que participan
de procesos comprensivos de sus propias prácticas, posiciones y los modos de organización
de la escuela, genera posibilidades para establecer una relación diferente con tales marcos
curriculares y romper con la ingenuidad de la prescripción hacia los docentes.
El problema de fondo es la forma de comprender tal complejidad relacional consubstantiva
a una institución escolar –espacio de funciones y responsabilidades conforme a normas,
construcción de significados, conflictos, negociaciones, poder, intereses- y, a su vez, definir
qué es lo que orienta tal comprensión: un control burocrático que desnaturaliza la
complejidad institucional o una transformación práctica que interpela a un creciente
profesionalidad de los actores. Cualquiera sea la mirada, lo que debemos tener presente al
momento de reconceptualizar nuestra comprensión es la relación mediata de la escuela con
el conocimiento y que, sin lugar a dudas, es un imperativo no sólo de las actuales políticas
educativas, sino de las transformaciones globales que impactan en la subjetividades de los
sujetos en esta nueva sociedad del conocimiento.
3. Un marco de profesionalidad al interior de la institución escolar
Sin duda, las reformas educacionales han descubierto el foco de la institución escolar y el
quehacer profesional de los docentes. Tal descubrimiento, ocurre paralelo al agotamiento
de los discursos tradicionales que otorgan un reconocimiento meramente retórico al trabajo
docente, o que lo connotan como ‘víctima’/‘culpable’ de los malos resultados del sistema
escolar o que simplemente es un actor de poca relevancia educativa. Por cierto, el discurso
no oculta una serie de tensiones respecto de la imagen social de los maestros: responsables
de la formación integral de la personalidad de los estudiantes v/s responsables del
desarrollo cognitivo; agentes de transmisión de información y de conocimientos
previamente elaborados por otros v/s mediadores expertos del proceso de construcción de
conocimiento; actores profesionales autónomos y responsables de sus resultados v/s
ejecutores de diseños pedagógicos; actores éticamente comprometidos con la formación
ciudadana v/s funcionarios burocráticos que cumplen normas preestablecidas. Sin embargo,
las políticas actuales enfatizan la idea de fortalecer el desarrollo profesional docente como
una estrategia para asegurar las transformaciones requeridas en el microcosmos de los
procesos de enseñanza y aprendizaje (Tedesco,2000).
Conforme a un análisis de carácter sociológico, es posible advertir que “una profesión es un
colectivo con un tipo especial de conocimiento, más o menos complejo, con un cierto
código en su utilización; pero también es un grupo de poder” (Fernández,2001). En un
plano más propio al quehacer profesional, autores como Hargreaves y Goodson (1996)
destacan la existencia de un cuerpo común de conocimientos y acciones prácticas con dicho
conocimiento como rasgos distintivos de una profesión.
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Desde una vertiente socio-histórica de los movimientos y demandas profesionalizadoras
(Sykes,1992), es posible advertir que la idea misma de concebir al docente como un
profesional no es ajena a las relaciones de poder que se dan entre los diferentes estamentos
que operan en el ámbito de la educación (Popkewitz,1990). En este sentido, Goodlad
(1983) menciona tres rasgos distintivos de todo quehacer profesional –coincidentes con los
criterios de Carr y Kemmis (1988)-: un cuerpo codificado de conocimientos, existencia de
mecanismos de regulación y control en el reclutamiento, preparación, acceso y ejercicio de
la actividad y una responsabilidad ética ante los estudiantes, sus familias y la sociedad en
general. A su vez, Goodlad (1983) considera que ‘ser profesional’ consiste en un proceso
de búsqueda y de perfeccionamiento para alcanzar una serie de objetivos a lo largo del
transcurso de la actividad. Existe, por otra parte, todo un movimiento crítico que cuestiona
los elementos constitutivos de la profesión docente desde la caracterización que suele
hacerse de las profesiones liberales (Marcelo,1994).
Bajo estas coordenadas, se hace necesario hacer la distinción entre profesionalismo referido
a ámbitos globales del quehacer docente -incluye las características de autonomía
(posibilidad de actuación dentro de determinados márgenes), expertizaje (posesión de cierto
cuerpo de conocimiento y prácticas), responsabilidad (preocupación por el grupo al cual se
dirigen las acciones profesionales), integridad (en relación a estatus y privilegios sociales a
los que se aspira) (Contreras,1997; Sach,2000)- y profesionalidad que hace referencia a lo
específico del ejercicio de la docencia. Por ello, Ángel Pérez (1998) y Sachs (2000) señalan
la profesionalidad en referencia al proyecto pedagógico de la calidad interna de la
enseñanza, en que los aspectos éticos, epistemológicos, teóricos y prácticos constituyen su
eje sustancial.
Propiamente, Pérez Gómez (1998:198) señala que “bien lejos del concepto clásico de
profesionalidad docente como posesión individual del conocimiento experto y dominio de
habilidades, la práctica profesional docente es, a mi entender, un proceso de acción y de
reflexión cooperativa, de indagación y experimentación, donde el profesor aprende al
enseñar, y enseña porque aprende, interviene para facilitar y no imponer ni sustituir la
comprensión de los alumnos y al reflexionar sobre su intervención ejerce y desarrolla su
propia comprensión.” Más aún, Contreras (1997) se refiere a la profesionalidad docente
como “las cualidades de la práctica profesional de los enseñantes en función de lo que
requiere el oficio educativo”. Es decir, en la profesionalidad estarían en juego el
desempeño del oficio de enseñar y los valores y pretensiones deseables de alcanzar y
desarrollar en esta profesión.
Desde una visión más globalizadora de las prácticas educativas, Imbernón (1994:22) al
hablar de profesionalidad se refiere a “un nuevo concepto de la profesión y la función
docente que iguala a todos los que se dedican a la tarea educativa...”. Tal concepto
enmarcaría tres características genéricas de la actividad del profesor (Imbernón, 1994): la
docencia como una actividad laboral permanente -constituye el medio de vida de quien se
dedica profesionalmente a ella-, actividad en cuyo desempeño se toman decisiones y se
emiten juicios mediados por el contexto social, político y económico, y como actividad
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compartida con diversos agentes, grupos y medios. En este sentido, Imbernón (1994,
1999), Contreras (1997) y Goodlad (1990) coinciden cuando se refieren a la función
docente como aquella en la cual se requiere un conocimiento pedagógico específico, un
compromiso ético y moral junto a la necesidad de compartir responsabilidades con otros
agentes sociales.
Si como resultado del análisis de las circunstancias históricas, sociales y políticas,
aceptamos que la profesionalidad docente emana de las propuestas del discurso experto y
de los estamentos centrales, nos encontramos con un ‘profesional’ docente cuya capacidad
autónoma no es tal –en la medida en que puede ejercer semejante autonomía sólo en el
ámbito estrecho de los medios, sin que alcance a la discusión sobre los fines– y que
básicamente actúa como un consumidor del conocimiento profesional, no su creador,
debido a que tal conocimiento se construye en esferas distintas de aquellas en las que se
mueve el profesorado. En consecuencia, el ejercicio profesional del profesor se aproximaría
más a una profesión en un sentido restringido del término (Hoyle,1996). Inevitablemente tal
posición es muy discutible, pues no se sitúa en el análisis de las distinciones entre el
conocimiento profesional del docente y el conocimiento que la institución escolar a partir
de la selección curricular debe socializar. Por consiguiente, la autonomía profesional se
constituye en una posibilidad toda vez que la acción de los docentes se ve orientada desde
la construcción del conocimiento profesional que como profesión y cuerpo especializado
del saber son capaces de producir en un contexto socio-histórico de producción cultural
(Bourdieu,1999).
Aproximarse a la comprensión de la complejidad que supone la institución escolar desde la
perspectiva de los propios actores y sus acciones profesionales, no sólo implica situarnos en
un marco más comprensivo de la construcción social que constituye la acción educativa,
sino, al mismo tiempo, establecer el desarrollo de la profesionalidad docente como un pilar
fundamental posibilitador de las transformaciones de los actuales esquemas de
organización, gestión y desarrollo del currículum escolar.
Algunas características asociadas a la profesión docente en un marco institucional, hacen
referencia a la burocratización de las funciones conforme a la racionalidad administrativa
que las gobierna, destacándose el cuestionado estatus profesional (descualificación
docente), las difíciles condiciones de trabajo, la intensificación de funciones profesionales,
el aislamiento profesional (Tyler, 1991; Hargreaves,1996; Apple,1996). Rizvi (1993) señala
que las escuelas entendidas como organizaciones burocráticas se caracterizan por una toma
de decisiones orientadas por cuestiones técnicas que requieren de conocimiento profesional
experto. Sin embargo, el discurso educativo actual enfatiza la desregulación institucional y
la 'descentralización' –aunque algunos (Martínez,1993; Contreras,1997) sostienen que
vivimos en tiempos de ‘burocracias flexibles’ y de ‘autonomías vigiladas y permitidas’
desde un control más efectivo- de una amplia parcela de acciones educativas (García
Huidobro,1999; Hargreaves,1996; Goodson,1992; Angulo,1994).
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Por otra parte, Schempp (1993) destaca el papel que juega la cultura escolar en tanto fuente
de normas, procedimientos, conductas y principios, los que en su conjunto facilitan u
obstaculizan un quehacer profesional. Hargreaves (1992,1994,1996) establece la distinción
entre el contenido de la cultura docente (actitudes, valores, creencias, hábitos y supuestos
compartidos sobre la función de la escuela, el currículum, los procesos de enseñanza y
aprendizaje y la evaluación ) y su forma en cuanto los patrones de relación y formas de
asociación entre los profesores. Desde una visión comprensiva, Pérez Gómez (1998:162)
señala que “la cultura de los docentes podemos definirla como el conjunto de creencias,
valores, hábitos y normas dominantes que determinan lo que dicho grupo social considera
valioso en su contexto profesional, así como los modos políticamente correctos de pensar,
sentir, actuar y relacionarse entre sí”. Es decir, concebir la existencia de una cultura
profesional docente situada en el marco de una cultura escolar específica, exige un marco
analítico riguroso para comprender las interrelaciones que son posibles entre los actores con
sus disposiciones, resistencias, representaciones, conflictos, intereses, expectativas y, de
hecho, todo aquello que constituye el ‘hábitus’ (Bourdieu,1999) circunscrito a las
condiciones sociales y profesionales del desarrollo de las actuales políticas educativas.
Atendiendo a la forma de la cultura docente, Fullan y Hargreaves (1999), Hargreaves
(1992, 1993, 1994,1996) han identificado la cultura del individualismo y la cultura
colaborativa. La primera supone aislamiento docente, reforzamiento de la privacidad,
carencia de análisis con otros, escasa comunicación entre docentes, lo que generaría
incertidumbre profesional. Tales rasgos estarían posibilitados por la arquitectura escolar
referida a disposición de los espacios y normas, siendo la ‘balcanización’ la expresión
particular de un trabajo individualista circunscrito a grupos específicos de docentes que
mantienen relaciones de colaboración internamente, pero de aislamiento entre unos y otros
por razones de competitividad y, a su vez, potenciado por la marcada separación
disciplinaria y la estructura departamental (Eisner,1992).
Por su parte, la cultura colaborativa, en términos de colegialidad, connotaría una dinámica
de trabajo docente que legitima espacios para aprender de otros compartiendo experiencias,
ideas, preocupaciones sobre su propia docencia y, con ello, la posibilidad de planificar en
grupo y permitir la observación mutua de sus prácticas en un ambiente de formación
colectiva (Hargreaves,1996,1999). Más aún, la cultura de colaboración surge de los
intereses próximos de los docentes, de su juicio profesional autónomo, y se funda en
cualidades como la apertura, la confianza y el apoyo entre los docentes (Hargreaves,1996).
Sin embargo, también es posible distinguir la existencia de dinámicas de ‘colaboración
cómoda’ referida a ayudas mutuas sobre cuestiones inmediatas de la práctica docente y de
una ‘colegialidad burocrática’ que no obedece a iniciativa de los profesores, sino a
imposiciones directivas muy propias de procedimientos formales y burocratizados en sus
diferentes formas y necesidades administrativas (Fullan y Hargreaves,1999).
Por tanto, si la institución escolar constituye un espacio social que resignifica cultura y, a
su vez, posibilita la generación de culturas diversas, se debe considerar que la
profesionalidad le otorga un sentido de autonomía al ejercicio de la profesión docente –
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entendiendo por autonomía la construcción del bien simbólico específico que define a un
cuerpo de profesionales en un campo de producción cultural dado. A su vez, el contenido
particular de la profesionalidad se juega por correspondencia a un trabajo colaborativo entre
docentes, al desarrollo de un conocimiento especializado y la capacidad de aprender en un
contexto situado. Tales rasgos distintivos de la profesionalidad enmarcarían el quehacer
profesional conforme a los requerimientos propios de su profesión como a aquello que de
suyo construye la comunidad docente en su historicidad.
4. Profesionalidad, gestión escolar y desarrollo curricular
Reconocer que los grandes desafíos planteados por las políticas educativas en términos de
calidad y equidad, impactan profundamente en la institución escolar y sus procesos de
gestión, implica aceptar la necesidad de redefinir las dinámicas organizativas, profesionales
y el conjunto de prácticas que los actores desarrollan colectivamente. Desde esta
coordenada que revitaliza la mirada en la resignificación y la práctica de los actores de la
institución escolar, la pregunta que se instala es qué tipo de gestión escolar y sistema de
relaciones profesionales son posibles de establecer desde los docentes considerando los
referentes de políticas educativas actuales.
En términos relacionales entre cultura docente colaborativa y profesionalidad, se produce
un marco de posibilidades para el desarrollo organizativo y curricular que la institución
escolar debe favorecer para responder a los requerimientos y demandas sociales. De hecho,
actualmente en los procesos de Reformas “existe conciencia que el docente es uno de los
actores fundamentales del proceso educativo” (Rodríguez,1995). Por ello, se exige una
amplia preparación cognitiva y pedagógica a los docentes y se le demandan una serie de
competencias tanto personales como organizacionales, propias de un profesional autónomo
capaz de realizar un trabajo profesional compartido y solidario (Abrile de Vollmer,1994).
En este contexto de profesionalidad, el profesor es un agente de cambio de los múltiples
procesos institucionales (Labaree,1992; Imbernón,1994,1997).
Al considerar la existencia de comunidades profesionales que optimizan y consolidan
gradualmente sus diversas acciones, es posible comprender la institución escolar como un
escenario de múltiples prácticas -prácticas de organización, de gestión, pedagógicas- que
responden a orientaciones, objetivos, contenidos específicos, tomas de decisiones, intereses
y variaciones de poder que se juegan en la dinámica de relaciones profesionales entre los
actores. Tales prácticas permiten una mirada más contextualizada de los procesos
desarrollados en la institución escolar. Aceptar la existencia de comunidades profesionales
que toman posición y le otorgan sentido a la diversidad de prácticas, exige pensar en sus
nuevas demandas y necesidades y profundizar en sus aportes específicos.
En este contexto, si la política ha tenido como centro la calidad y equidad del sistema, es
fundamental delimitar qué requiere actualmente en su gestión la institución escolar para
aproximarse a estos desafíos. Sin duda, tener claridad institucional respecto de las ofertas
educativas y metas a alcanzar posibilita una mejor orientación de los procesos a desarrollar
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internamente. La existencia de una dinámica de diálogo y participación entre los diferentes
actores y, con ello, la existencia de un cuerpo profesional organizado que analice,
reflexiones y proponga acciones, constituyen condiciones básicas para aproximarse a los
desafíos propuestos. La claridad institucional respecto de las metas a alcanzar (generación
de referentes de calidad), debiera posibilitar el análisis de una serie de tensiones propias del
mundo escolar:
• En la forma de abordar el quehacer institucional, la tensión entre trabajo
individual v/s trabajo colaborativo.
• En la forma de asumir la profesionalidad, la tensión entre trabajo colaborativo
‘artificial’ v/s trabajo colaborativo ‘auténtico’.
• En el conjunto de decisiones didácticas, la tensión entre transmisión de
información v/s construcción de conocimiento.
• En el ámbito curricular, la tensión entre docentes como ‘ejecutores o
implementadores’ v/s comunidad profesional que desarrolla currículum.
• En el ámbito de la optimización del proceso pedagógico, la tensión entre
evaluación como mecanismo de control v/s evaluación como mecanismo
posibilitador de decisiones fundamentadas.
• En el ámbito de la gestión del currículum, en la organización y en las prácticas
pedagógicas, la tensión entre racionalidad administrativa v/s racionalidad
pedagógica.
Al aceptar que la institución escolar dialoga con una serie de referentes externos (demandas
sociales, exigencias del mundo laboral y productivo, requerimientos ministeriales en
términos de resultados de aprendizajes y del marco curricular) y que la posición que
asumen los docentes adscribe a parámetros de profesionalidad creciente, adquiere sentido
profundizar en el modo como se superan dichas tensiones y, por ende, como se desarrolla
el currículum en el conjunto de prácticas para responder a los desafíos establecidos por las
políticas educativas. Es decir, lo que está en juego es cómo el currículum ha sido abordado
en la institución escolar por sus actores –desarrollo curricular- para responder al logro de
aprendizajes de calidad comprometidos socialmente.
Se entiende por desarrollo curricular los procesos de resignificación permanente que los
diversos actores de la institución escolar establecen en su relación con el marco curricular a
modo de un diálogo contextualizado en las prácticas de organización, prácticas de gestión y
prácticas pedagógicas propias a los diversos escenarios educativos. En este sentido, hablar
de desarrollo curricular es ubicarse en la perspectiva de los actores -directivos, equipos de
gestión, profesores y estudiantes- que desde sus respectivas prácticas dialogan con el
currículum. Escudero (1999:18) se aproxima al problema haciendo un análisis de las
relaciones del desarrollo curricular con el profesor, la consideración de los centros
escolares como espacio de reconstrucción curricular, el tipo de cultura organizacional
existente en las escuelas, entendiendo “el desarrollo del currículum como un proceso que ha
de articularse en torno al propósito básico de activar la mejora y renovación pedagógicos”.
Es decir, Escudero (1999) ubica el desarrollo del currículum como una competencia
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específica de los establecimientos escolares. Si se analiza la escuela como espacio que tiene
como rasgo distintivo su relación con el conocimiento, el desarrollo curricular sería el
proceso caracterizador del quehacer institucional.
Por ello, “nuestra manera de ver el diseño, desarrollo e innovación del currículum
presupone que se trata de asuntos en los que se dan cita, simultáneamente, un buen número
de cuestiones valorativas, epistemológicas y teóricas, que están entreveradas con aquellas
que conciernen a procesos y estrategias, condiciones y contextos en los que los agentes
educativos piensan, deciden y construyen el currículum escolar, los mismo centros e
incluso sus mismas identidades y ejercicios de la profesión” (Escudero,1999:15). La
existencia de espacios de resignificación permanente desde los actores como quehacer
propio del desarrollo curricular, le otorga dinamismo al quehacer institucional y configura
la institución escolar en un escenario de cambios posibles5 .
Un principio epistemológico que se juega en los procesos de resignificación, es la
aceptación de un sujeto que dialoga con objetos de conocimiento y reconstruye a partir de
escenarios de prácticas, representaciones y creencias. Por tanto, el desarrollo curricular
supone un objeto de conocimiento, sujetos y contextos específicos de práctica. En el ámbito
institucional, el desarrollo curricular comprende dinámicas diversas de diálogo con
currículum en los múltiples escenarios existentes. Tales dinámicas pueden ser graduales,
simultáneas, recursivas. A su vez, tales diálogos posibilitan adoptar, adaptar o reconstruir
algunos ámbitos del propio marco curricular. Desde esta perspectiva, se concibe a los
actores de la institución escolar en su posibilidad de recoger y analizar información,
reflexionar colectivamente, posicionarse críticamente, proponer propuestas de acción y/o de
innovación. Tal adscripción se establece compartiendo principios de un modelo de
profesionalidad que se construye en un escenario de prácticas institucionales. Es decir, los
planteamientos relativos al desarrollo profesional docente, le otorgan una distinción
particular al desarrollo curricular y, con ello, hacen posible la evidencia de la racionalidad
pedagógica al interior de la institución escolar.
Atender los diferentes escenarios del desarrollo curricular en la institución escolar, exige
determinar los actores, contenidos y competencias específicas de intervención. Más aún, al
mirar cada uno de los ámbitos del desarrollo curricular, se aprecia un conjunto de prácticas
con respectivos actores:
1. Las prácticas pedagógicas de los docentes como actores fundamentales y cuyos
referentes más próximos son los Programas de Estudio, tienen como estrategia
las herramientas didácticas y, por ende, el desarrollo curricular que se juega en
este nivel requiere de competencias específicas para lograr ciertos productos de
calidad (diseños de aula, materiales didácticos, propuestas evaluativas)
orientados al mejoramiento de la calidad de los aprendizajes de los estudiantes.
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La paradoja del cambio sostenido es que no hay cambio, los procesos de consolidación y permanencia son
requeridos tanto para desplegar una identidad como para negarla y transformarla.
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2. Las prácticas de gestión curricular en escenarios específicos, constituyen un
ámbito de responsabilidad mayor en las Unidades Técnico-Pedagógicas (UTP)
y/o Departamentos y son fundamentales para que el currículum escolar se
desarrolle atendiendo los focos más sensibles y estratégicos desde el punto de
vista del aprendizaje de los estudiantes. Por ello, las competencias profesionales
para analizar y evaluar diseños curriculares más eficientes y pertinentes al
desarrollo de los objetivos propuestos con los docentes, pueden posibilitar la
elaboración de planificaciones y planes de mejoramiento para consolidar y
optimizar el nivel de aprendizajes de los estudiantes.
3. Las prácticas de organización curricular como ámbito de responsabilidad mayor
en los Equipos de Gestión, tienen su referente en la relación marco curricular y
Proyecto Educativo Institucional (PEI) y, también, en la consideración de
referentes externo como SIMCE, TIMSS u otros. Las competencias de
evaluación debieran permitir la determinación de los focos favorables y los
respectivos ámbitos que obstaculizan el desarrollo curricular. Así como las
competencias de diseño y organización curricular debieran posibilitar la
elaboración de propuestas curriculares diversas ajustadas a indicadores de calidad
generados a nivel institucional.
En este sentido, el desarrollo curricular como estrategia permite reconocer la diversidad de
prácticas a nivel institucional, discriminar el tipo de actores fundamentales y
responsabilidades profesionales comprometidas, y comprender el diálogo (proceso de
resignificación y contextualización) que los actores realizan con el marco curricular y los
respectivos procesos de articulación entre tales prácticas. Esto puede apreciarse en el
siguiente esquema:
La Institución Escolar como Escenario de Prácticas de Desarrollo Curricular
Prácticas de Organización
Curricular
Prácticas de Gestión
Curricular y Pedagógicas
*Ambito de responsabilidad
profesional mayor en los EG
*Ambito de responsabilidad
profesional mayor en las UTP
DESARROLLO
CURRICULAR
Prácticas
Pedagógicas
*Ambito de responsabilidad
profesional mayor
en los docentes
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Como un modo de comprender las relaciones entre los sujetos en escenarios específicos
propios del desarrollo curricular, la pregunta por el tipo de prácticas profesionales
comprometidas en la gestión escolar es fundamental. Desde una perspectiva analíticoestructural, se puede apreciar el siguiente esquema de relaciones de prácticas:
Prácticas Profesionales
Colaborativas
II
I
Prácticas
Profesionales
Inmediatistas
Prácticas
Profesionales
Estratégicas
III
IV
Prácticas Profesionales
Individualistas
Este esquema ilustra dos ejes de tensiones para analizar la gestión escolar: sus modalidades
de trabajo (tensión entre prácticas profesionales colaborativas y prácticas profesionales
individualistas) y sus intereses que la orientan (tensión entre prácticas profesionales
estratégicas y prácticas profesionales inmediatistas). Desde un análisis de las posibilidades
que ofrece tal esquema, se ilustran dos racionalidades subyacentes para aproximarse a
comprender la gestión escolar en sus modalidades de trabajo e intereses:
•
Racionalidad administrativa de la gestión escolar: propia del cuadrante III y
comprendida como el escenario que orienta las prácticas profesionales inmediatista
(se impone el peso de la ‘comodidad’ y de la certeza de la costumbre) e
individualistas (se explican por su apego al trabajo ‘autorreferente’ y
’ensimismado’). Tal racionalidad permite entender una gestión escolar ‘de
cortoplazo’ e ‘inmediatista’ en que el activismo profesional atenta contra un
desarrollo curricular de calidad. A su vez, la ‘soledad o aislamiento’ de un
profesional sin una propuesta pedagógica canalizadora de líneas de acción, genera
problemas a una gestión que se orienta desde un liderazgo compartido.
De hecho, en este cuadrante las prácticas pedagógicas pierden su referente en la
construcción de conocimiento y se transforman en espacios burocratizados del
aprendizaje de los estudiantes conforme a relaciones de control y poder bajo un
esquema autoritario. Las prácticas de gestión curricular y pedagógica resuelven la
construcción de planificaciones y diseños de aula como una forma de tener un
registro que garantice la existencia de acciones docentes, en términos de intenciones
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que no se articulan necesariamente con las prácticas pedagógicas. Por último, las
prácticas de organización curricular definen los tiempos y los espacios de las ofertas
curriculares en correspondencia con el mero funcionamiento administrativo.
Variante particular de esta racionalidad es el cruce de prácticas profesionales
‘colaborativas’ e ‘inmediatistas’ comprendida en el cuadrante II que responde a una
forma de trabajo concentrada en grupos de interés con visión de cortoplazo que
puede actuar como catalizador de resistencias a procesos de cambio más complejos.
Sin embargo, una gestión escolar orientada desde esta racionalidad bien puede
funcionar ‘eficazmente’, aunque es posible advertir ciertos problemas: el éxito de la
institución depende exclusivamente del equipo de gestión (toda vez que este equipo
trabaja colaborativamente) y, por ende, el resto de la comunidad profesional aparece
inadvertido y, más bien, actúa en calidad de receptor y reproductor de esquemas
organizacionales que no se orientan a desafíos mayores (realidad de una ‘gestión
colaborativa de intereses inmediatista’ del cuadrante II). Tal condición se ve
extremada por un tipo de liderazgo fuerte que corre el riesgo de dejar a la institución
en una ‘interperie’ toda vez que el equipo se desarticule (problema propio de una
‘gestión individualista de intereses inmediatistas’ del cuadrante III). Esta condición
ilustra una institución que respondiendo a lo emergente -con lo errático que esto
implica- no se preocupa de construir propuestas de cambio que desafíen por sus
objetivos mayores.
•
Racionalidad pedagógica de la gestión escolar: propia del cuadrante I comprendida
por el escenario de las prácticas profesionales colaborativas (prima la reflexión
colectiva y el trabajo en equipo de toma de decisiones consensuadas y responsables)
y estratégicas (de carácter proactivas para anteceder escenarios institucionales). Tal
racionalidad permite entender una gestión escolar ‘de largo alcance’ propia de una
comunidad que aprende permanentemente desde su propio desarrollo curricular.
Concretamente, las prácticas pedagógicas se definen como espacios de construcción
de conocimiento en permanente reflexión, indagación y experimentación de un
colectivo profesional que posibilita relaciones apelando al estudiante como un
sujeto de conocimiento. Las prácticas de gestión curricular y pedagógicas se
orientan por principios de análisis permanente y de propuestas de innovación y
mejoramiento continuo del quehacer educativo. Por último, las prácticas de
organización curricular establecen tiempos y espacios necesarios para articular las
ofertas curriculares en función de necesidades y demandas de los estudiantes y de la
calidad requerida por la política educativa.
Si consideramos el cuadrante IV –cruce de las prácticas profesionales
individualistas y estratégicas, - tenemos un tipo de liderazgo potencial que actúa
como condición básica de una gestión escolar que piensa proyectivamente el
desarrollo de la institución. El desafío es cómo rescatar el aporte de tales prácticas y
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analizar por qué en el marco de una institución escolar tienen presencia tales
prácticas profesionales.
Una gestión escolar orientada desde esta racionalidad debiera generar condiciones
de diálogo permanente entre los actores que construyen y desarrollan propuestas de
cambio desde un quehacer profesional poco compartido (propio de una ‘gestión
individualista de intereses estratégicos’ del cuadrante IV) y actores capaces de
trabajar colaborativamente en la generación y desarrollo de una diversidad de
propuestas en beneficio del desarrollo futuro de la institución (particular de una
‘gestión colaborativa de intereses estratégicos del cuadrante I).
Atendiendo a la complejidad de la institución escolar conforme a la multiplicidad de
procesos que se desarrollan en una diversidad de escenarios (Morín,1999), tal esquema
ilustrado anteriormente sólo pretende ser un marco comprensivo analítico de las dinámicas
propias al desarrollo curricular y su relación con la gestión escolar. Debemos señalar que
cada uno de estos cruces de prácticas profesionales establecidas en los respectivos
cuadrantes pueden aparecer indistintamente y estar relacionadas entre sí, aún cuando al
hacer algún tipo de análisis institucional se puede identificar cierta predominancia de una
de ellas.
Tal estrategia analítica supone una reconceptualización de la institución escolar como un
espacio social en el que convergen una multiplicidad de actores con capitales culturales
diversos y que, a su vez, tiende a legitimar un tipo de práctica cultural para la gestión
escolar. A modo de ilustración, en Chile en el nivel de Educación Media se tiene la
experiencia de los Grupos Profesionales de Trabajo GPT6 que, constituidos por docentes
de una misma institución, han orientado sus acciones desde intereses estratégicos a través
de un tipo de trabajo colaborativo en apoyo permanente a los desafíos de la gestión escolar;
además, como extensión colectiva de los GPT, las Redes Pedagógicas Locales focalizan su
discusión y reflexión en campos propiamente disciplinarios, generando colaborativamente
propuestas enfocadas a optimizar la calidad de los aprendizajes de los estudiantes. El valor
de ambas estructuras profesionales radica en tensionar la racionalidad administrativa
burocrática subyacente a las formas de organización que están vigentes en cualquier
institución educativa. Si la dinámica de trabajo de otras estructuras profesionales responde
a parámetros de colaboración y reflexión colectiva sobre el quehacer institucional,
necesariamente la institución escolar estaría dando un gran paso para participar de esta
sociedad del conocimiento.
Tal comunidad de profesionales debiera posibilitar los cambios en las prácticas de
organización curricular (por ejemplo, a través de dinámicas de trabajo colaborativas generar
diseños curriculares que organicen y distribuyan los tiempos y espacios orientados en
función de mejores relaciones de los estudiantes con el conocimiento. Al mismo tiempo,
que tales diseños abran posibilidades de experiencias de aprendizaje interdisciplinarios de
6
Mayor información se registra en el texto “Desarrollo profesional docente en el liceo” (Mineduc, 2001).
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modo tal de acceder a la complejidad que supone el conocimiento), prácticas de gestión
curricular (por ejemplo, gestionar colaborativamente diseños curriculares con diversos
grupos de profesores atendiendo a los procesos de cambio de las disciplinas, del contexto
social y de los estudiantes; gestionar diseños de aula que comprometan un avance gradual
de los estudiantes con el conocimiento; gestionar las formas de evaluar el progreso del
conocimiento apropiado y reconstruido por los estudiantes) y prácticas pedagógicas (por
ejemplo, establecer dinámicas de trabajo colaborativo en torno a las estrategias didácticas
que supone el tratamiento de los contenidos disciplinares, la definición de procedimientos
de evaluación de los aprendizajes a partir de un conocimiento particular, el tipo de
relaciones socioafectivas para permitir un mejor diálogo de los estudiantes con el
conocimiento).
Es decir, lo que estamos intencionando tiene que ver con la posibilidad de gestionar una
institución escolar desde un desarrollo profesional situado en el quehacer institucional que
permita, a su vez, generar escenarios de trabajo colaborativo y estratégico con el
conocimiento. De hecho, como un modo de potenciar la experiencia docente, su
profesionalidad y la institución escolar en su conjunto, la existencia de una comunidad de
profesionales como plataforma básica de una institución escolar se constituye en una
condición necesaria para consolidar los cambios producidos y sustentarlos en el tiempo.
Aproximarse a la comprensión de la institución escolar atendiendo a su complejidad, sus
relaciones con el conocimiento y sus dinámicas de organización interna, implica desde una
gestión colaborativa con interés estratégico generar condiciones básicas para consolidar
comunidades de profesionales que trabajen colaborativamente, profundicen en sus focos
temáticos y aprendan desde sus respectivos escenarios. Estamos concientes de que la
institución escolar debe analizar sus procesos de gestión para responder a los desafíos
exigidos en esta sociedad del conocimiento.
Fortalecer y consolidar tales comunidades profesionales propias de los establecimientos
educativos, se constituyen en desafíos fundamentales para avanzar hacia un desarrollo
curricular de calidad. Tales desafíos, implican tener presente la necesidad de consolidar una
cultura de desarrollo profesional que propicie relaciones colaborativas orientadas a
resultados y logros educativos de calidad. La existencia de una comunidad profesional que
aprenda de sus procesos de reflexión, análisis y propuestas curriculares, requiere de
referentes claros tanto internos como externos para fortalecer sus acciones profesionales y,
al mismo tiempo, generar las bases del desarrollo de una profesionalidad docente que tiene
su representación en la conformación de una cultura profesional colaborativa.
Otro desafío estructural, es fortalecer el desarrollo curricular y la gestión de propuestas de
innovación en la institución. Dada la velocidad de los cambios en el conocimiento, la
generación colaborativa de propuestas pedagógicas orientadas por intereses estratégicos se
constituye en el referente inmediato para que cada institución asuma sus particularidades y
sellos formativos. A su vez, se hace necesario precisar el tipo de competencias
profesionales que se requieren para una gestión de calidad a nivel de desarrollo curricular
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colaborativo y de las nuevas propuestas de innovación generadas, tanto en los diversos
escenarios de los establecimientos educativos, como en aquellos espacios externos de
producción de innovaciones curriculares y pedagógicas propios al desarrollo de otras redes
profesionales.
Desde una visión más estratégica, se propone generar mecanismos de sustentabilidad de los
logros y cambios de la institución escolar. Para consolidar los avances establecidos en el
sistema escolar, se requiere de una plataforma de comunidades profesionales que
desarrollen sus respectivas competencias en los diversos escenarios de prácticas existentes.
Tal desafío constituye un referente obligado no sólo para los docentes y su marco de
profesionalidad creciente, sino también para el conocimiento que los diseñadores de
política deben incorporar al momento de establecer una toma de decisiones sobre acciones
presentes y futuras. Por tanto, se plantea la necesidad de observar y apoyar los elementos
emergentes de la propia realidad del sistema escolar en términos de las nuevas apuestas de
innovación y desarrollo institucional posibilitadoras de cambios. La apertura de la
institución escolar al mundo social –productivo, cultural y académico- se constituye en una
necesidad para posibilitar que los cambios realizados se sustenten en el tiempo. Por ello,
establecer vínculos estratégicos con instituciones de educación superior permitiría no sólo
hacer investigación -más cercana a los contextos escolares en sus diferentes escenarios de
prácticas- y otorgar sustento fundado a las propuestas de cambio, sino apoyar una gestión
escolar de calidad. De hecho, generar condiciones desde las políticas educativas y de las
propias instituciones para el desarrollo de una profesionalidad que posibilite un tipo de
trabajo colaborativo y con interés estratégico en cada uno de los escenarios de la institución
escolar, es una exigencia ética para responsabilizarnos en conjunto de la calidad educativa
que como país nos merecemos.
5. Reflexiones últimas
Si consideramos que las transformaciones globales propias de la sociedad del conocimiento
establecen nuevas reglas de juego en el marco de las relaciones sociales e imponen nuevos
capitales culturales como rasgos de distinción, la institución escolar se encuentra en una
disyuntiva radical: administrar el conocimiento disponible con el peligro de reificarlo y caer
en la obsolescencia o gestionar el capital intelectual pedagógico propio de la
profesionalidad docente y, con ello, posibilitar el acceso al conocimiento y su posible
reconstrucción en los sujeto estudiantes.
En este sentido, es posible establecer algunas coordenadas que orienten el desarrollo de la
institución escolar y de las prácticas profesionales en un marco de gestión de conocimiento:
En primer lugar, cuestionar el sentido de la escuela en tanto institución que reproduce las
pautas culturales y el conocimiento social. Todo ello como una forma de configurar un
quehacer profesional articulado en la problemática y complejidad de lo que significa
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preparar la nueva ciudadanía para una sociedad de cambios permanentes en el
conocimiento.
En segundo lugar, las nuevas demandas por la formación ciudadana, sin duda, exigen un
profundo análisis para comprender las prácticas sociales y profesionales que se desarrollan
en los diversos escenarios del mundo escolar: ¿qué relaciones socioafectivas y de poder se
legitiman en la vida cotidiana de las escuelas?, ¿qué capitales culturales e intelectuales
permiten la construcción de nuevos significados?, ¿qué tipo de lenguajes posibilitan el
acceso a los nuevos referentes epistemológicos del conocimiento?, ¿qué dinámicas
profesionales permiten distinguir la potencialidad pedagógica de lo vigente y lo nuevo a
diferencia de lo que constituye obstáculo educativo?.
En tercer lugar, se requiere de nuevos dispositivos intelectuales para reconfigurar
permanentemente la historicidad de las diversas prácticas considerando su origen, sus
rasgos distintivos, sus elementos obstaculizadores y potenciadores, sus códigos, sus formas
de transformación. La idea sustantiva es romper con la ‘amnesia’ de los procesos
pedagógicos que tienen lugar en la escuela y, por cierto, aventurarse en un viaje con
memoria colectiva como referente de las nuevas propuestas y acciones educativas.
En cuarto lugar, es de responsabilidad de la comunidad docente generar un registro de las
diversas prácticas profesionales para construir el conocimiento que se constituya con el
tiempo en el saber propio de la profesión.
En quinto lugar, desde una matriz epistemológica se requiere de docentes que analicen las
posibilidades y limitaciones del conocimiento no sólo disciplinar, sino también del
conocimiento pedagógico que sustenta el quehacer profesional. Esto requiere de sujetos en
confianza y con un profundo sentido de apertura al diálogo y a la crítica para transformar
los problemas de la escuela en objetos de conocimiento y construir desde allí una base
argumentativa que avale las nuevas propuestas de acción educativa.
En sexto lugar, y en un plano didáctico, analizar las posibilidades de aproximación y
reconstrucción de conocimientos –estrategias de experimentación y validación de
conocimientos en forma contextualizada- que tienen lugar en las prácticas pedagógicas y,
en consecuencia, revisar los aportes formativos para los estudiantes en tanto sujetos de
conocimiento.
Por último, es de responsabilidad ética de la institución escolar y sus actores socializar su
conocimiento para desde allí conformar las bases que sustenten la existencia de una
comunidad crítica. Es la posibilidad de ‘hacer visible’ aquello que le otorga poder
intelectual a una comunidad profesional.
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