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Esteinou, Rosario. (2005). El cambio sociocultural en la
teoría sociológica: análisis de tres enfoques. En Esteinou,
Rosario y Barrios, Magdalena. (Ed). Análisis del cambio
sociocultural. (Pp. 17-40). México: CIESAS.
ANTROPOLOGÍAS
.
Rosario Esteinou
Magdalena Barros
(editoras)
.
Análisis del cambio sociocultural
Magdalena Barrosy Rosario Esteinou
(editoras)
306.87
A723a
Análisis del cambio sociocultural / eds. Magdalena Barros y Rosario Esteinou.
- México : CIESAS, 2006.
267 p. 23 cm. : il. tbs. -- (Colección: Publicaciones de la Casa Chata)
Incluye bibliografía.
ISBN 968-496-553-2
1. Identidad cultural - México. 2. Ciencias sociales - Investigación. 3. Clases sociales México. 4. Producción agrícola - México -Jalisco - Matriarcado - México - Siglo XJX.
l. Barros, Magdalena, ed. II. Esteinou, Rosario, coed. III. Serie.
Edición al cuidado de Édgar Valencia
Corrección: Alejandro Cárdenas
Diseño de portada: Gabriel Salazar
Fotografía de portada: José Maldonado
Primera edición: 2005
Primera reimpresión: 2006
© Centro de Investigaciones y Estudios
Superiores en Antropología Social
Hidalgo y Matamoros s/n
Col. Tlalpan, C.P. 14000
México, D.F.
[email protected]
ISBN 968 496 553 2
Impreso y hecho en México
Índice
Introducción
Rosario Esteinou )' Magdalena Barros..................................................................................
9
El cambio sociocultural en la teoría sociológica: análisis de tres enfoques
Rosario Esteinou ... ..................... ...........................................................................................
17
El cambio sociocultural desde la óptica de algunas teorías antropológicas
Jorge Pacheco Castro......................... .....................................................................................
43
La complejidad: una propuesta reciente para el análisis del cambio
Virginia J\lfolina y Luqy .......................................................................................................
71
Cambios en las relaciones entre pequeños productores e intermediarios
en el negocio de las frutas y verduras. Un estudio de caso
Magdalena Barros.................................................................................................................
103
Papeles maternos y cambio sociocultural
Margarita Estrada Iguíniz ........................ ...........................................................................
139
Procesos de cambio en la transición a la adultez.
Inestabilidad laboral y curso de vida
Con '(filO A . Saraví ............................... :......................................................... ......................
163
8
Índice
Cambio jurídico y jerarquía familiar en el México decimonónico.
Género y generación en el control de la patria potestad
Carmen Ramos Escandón.....................................................................................................
203
Cambios en los modos de habitar en el México urbano posrevolucionario:
¿la imposible invención de la casa moderna?
Claudia Carolina Zamorano Vil/arrea/ .................................................................... ...........
239
El cambio sociocultural en la teoría sociológica:
análisis de tres enfoques
&sario Esteinou
CIESAS
INTRODUCCIÓN
Tener hoy una visión clara sobre lo que significa el cambio resulta difícil en
una época en la que el cambio parece ser un rasgo constante, que pasa inadvertido por su familiaridad y presencia y por ser un signo de nuestros tiempos. Los procesos de globalización plantean nuevas formas en las que el
cambio se presenta; asimismo, los ritmos que asume y las direcciones que
toma parecen adquirir hoy rasgos de mayor complejidad. Cómo comprender
los cambios que rebasan fronteras nacionales, cómo podemos circunscribirlos, cómo podemos relacionarlos con otras áreas de los sistemas sociales
son algunas preguntas que surgen cuando se coloca el problema del cambio
en nuestros dias. Su estudio, sin embargo, ha disminuido en importancia no
obstante que resulta ser una temática central hoy en dia. Necesitamos por
ello actualizar nuestra visión sobre él. En el trabajo que sigue presentaré algunos de los desarrollos más importantes en torno a su concepción y definición en la teoría sociológica hasta la década de los setenta. Esto será desarrollado en la primera parte; en la segunda, realizaré un análisis sobre cómo se
presenta el cambio social y cultural en el interaccionismo simbólico, en especial en la teoría desarrollada por uno de sus principales representantes: Erving
Goffman. Esta revisión y análisis de distintas teorías, en particular del
interaccionismo simbólico, tiene como objetivo destacar algunas ventajas que
tiene para el análisis del cambio sociocultural en nuestros dias.
[ 17]
18
Rosario Esteinou
EL CAMBIO SOCIAL Y CULTURAL
EN LA TEORÍA SOCIOLÓGICA
A lo largo de su uso se puede decir que el concepto de cambio social y cultural ha tenido tres momentos importantes. No se trata de momentos cronológicamente ordenados en el tiempo sino que, especialmente los dos últimos,
se presentaron al mismo tiempo, pero suponían concepciones distintas. El
primero se presenta cuando surge a principios del siglo XX como reacción o
contraparte de los conceptos decimonónicos de evolución y desarrollo social; el segundo se presenta a través del desarrollo de la teoría estructural funcionalista, y el tercero con el desarrollo de las teorías críticas, especialmente
del marxismo. En las décadas de los sesenta y setenta las teorías sobre el
cambio se desarrollaron ampliamente.
Gallino (1988) ha definido el cambio social y cultural como la variación,
diferencia o alteración relativamente amplia y no temporal, aunque no
irreversible, en la propiedad, estado o estructura de la organización social de
determinada sociedad, o bien en las relaciones entre sistemas sociales mayores
que la componen. Puesto que muchos cambios sociales son relacionados con
cambios en los sistemas culturales, es común en el lenguaje sociológico
contemporáneo usar el término social y cultural o sociocultural.
Es un concepto que en el pasado estuvo estrechamente relacionado con
los conceptos de evolución social y de desarrollo social, a tal punto que ha
sido impropiamente utilizado como su sinónimo. Gran parte de la literatura
sobre el cambio se refiere, de hecho incluso en la actualidad, a estos conceptos.
De esta forma, se puede encontrar un desarrollo del concepto de cambio
ligado al de evolución social, como, por ejemplo, puede observarse en las
teorías de Comte y de Spencer. Éste puede definirse como una curva de
transformación alrededor de la cual se supone que se distribuyen todos los
cambios sociales veri ficados hasta hoy en el conjunto de las sociedades
humanas. Pero también es posible encontrar otro desarrollo del concepto de
cambio ligado al de desarrollo social; bajo este concepto se entiende una
El cambio sociocultural en la teoría sociológica
19
secuencia de cambios sociales en una dirección predeterminada por la naturaleza misma del sistema social global que se observa en una sociedad o un
sistema de sociedades, como las capitalistas de la Europa occidental (Gallino,
1988).
El término cambio social entró en uso en la segunda década del siglo XX;
era un término que raramente se encontraba en los textos anteriores a 1920.
Su difusión se debió a la declinación de los conceptos de evolución social,
desarrollo social, progreso social y revolución. Su desarrollo como concepto
correspondió así a una intención explicita, que era dejar de lado las analogías
biológicas y fisiológicas, los nexos con el darwinismo y el paradigma de la
evolución natural aplicado a los hechos sociales. Se quería eliminar las conexiones con la idea de progreso, inevitables si se hablaba de evolución o
desarrollo. Disponer de un concepto qu e tuviera una extensión más limitada
se presentaba así como una excelente alternativa para las exigencias de la
investigación empírica que estaba siendo teorizada por el neopositivismo.
Éstas eran las exigencias típicas de un amplio sector de la sociología estadounidense de la primera posguerra, empeñado en superar la época de las grandes sistematizaciones teóricas, muchas de ellas de caráter especulativo, para
concentrarse en investigaciones de campo específicos, utilizables para fines
de reforma y de planificación social. Por ello, el concepto de cambio social,
introducido en la obra de Ogburn en 1922, tuvo gran fortuna, aunque en
realidad no hacía ninguna distinción entre cambio social y cultural (Nisbet,
1972; Etzioni, 1995).
Acuñado con tales intenciones, que suponían aplicaciones delimitadas y
unívocas, el término conoció en seguida una historia no menos ambigua,
ciertamente menos sugerente que las de sus predecesores. Se pueden encontrar
tres significados netamente divergentes, además de muchas variantes menores.
1) El primero (Dreitzel, 1967, citado en Gallino, 1988) toma el cambio social
como categoría general en la que entran todos los fenómenos, procesos y
movimientos que implican cualquier transformación de las sociedades humanas o de una de sus partes. Si se toma este significado, evolución, desarrollo
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Rosario Esteinou
y progreso se vuelven casos especiales e interpretaciones particulares del cam-
bio social; este último sería un fenómeno universal que abarca todo el ámbito
de los estudios sociológicos. Tal generalización tiene la ventaja de que está
vaciada prácticamente de todo contenido informativo. 2) En el segundo significado (Don Martindale, 1962, citado en Gallino, 1988), el cambio social se
define como la formación y la destrucción de grupos y sociedades, mientras
que el cambio cultural sería la formación y la destrucción de elementos
particulares de la cultura y la civilización. En esta acepción, el sistema de referencia es una sociedad particular globalmente considerada, vista en un arco
de muchos siglos, lo que aproxima el significado de cambio social a aquél de
la historia, mientras que al mismo tiempo son mantenidas acepciones propias
del concepto de desarrollo. 3) El tercer significado refiere a una definición
restringida del cambio social, como sucesión de diferencias en el tiempo en
presencia de una identidad persistente; se trata de un significado de origen
más reciente (Nisbet, 1972). Ésta permite recuperar las instancias que precedieron a la introducción del término en el lenguaje sociológico y consiente
distinguir netamente entre los fenómenos de funcionamiento de los sistemas
sociales, que son en muchos casos extremadamente dinámicos, y los fenómenos que dan un golpe o un cambio en su estructura, pero no escapa y, de hecho,
se expone más a las objeciones de fondo levantadas al concepto de cambio
social (Gallino, 1988).
Si bien este primer momento responde al desarrollo del concepto de
cambio social y cultural, el segundo momento y el tercero responden no
tanto a su desarrollo en cuanto tal, sino más bien a la concepción del cambio
que se puede desprender de toda teoría. En este caso, los dos momentos
refieren a dos grandes teorías que suponían concepciones del cambio particulares: el estructural funcionalismo y el marxismo. Identificamos así el
segundo momento de la teorización sobre el cambio social y cultural en los
estudios realizados en el marco del estructural funcionalismo, básicamente
representado por Talco tt Parsons. Por otro lado, gran parte de los estudios
en que se analizó el cambio social y cultural se concentró en la modernización
El cambio sociocultural en la teoría sociológica
21
(Hernández, 2001; Etzioni, 1995). Ésta constituyó, en efecto, un tipo de cambio social que fue constantemente analizado por muy variados autores. Su
estudio se remite a finales del siglo XJX y continúa a lo largo del siglo xx.
Asimismo, supuso distintas concepciones sobre el cambio, representando
algunas veces posiciones ligadas al evolucionismo lineal o a una concepción
del desarrollo o del progreso; en otras, en cambio, asume concepciones cíclicas del cambio o de otro tipo. La modernización en general ha sido concebida
como un cambio social a gran escala que implicó a las principales estructuras
económicas, políticas, administrativas, familiares y religiosas de una sociedad.
Se trató de un cambio dirigido a un pr9gresivo acercamiento al modelo de lo
que se concebía como sociedad moderna, es decir, al conjunto de características
adquiridas gradualmente por las sociedades occidentales después de la revolución industrial y la revolución francesa. Estas características eran: la
inserción de la población en el sistema económico y político nacional; la urbanización; el desarrollo de un potente aparato jurídico-administrativo central,
es decir, de un Estado y una burocracia; la difusión del principio de racionalidad
en todas las esferas de la vida social; el fuerte incremento de la diferenciación
social y de la división del trabajo; la multiplicación de las asociaciones e instituciones especializadas en el desarrollo de funciones que eran inexistentes o
estaban fundidas en papeles genéricos dentro de la esfera familiar, como gran
parte de las funciones productivas y educativas; la eliminación de los privilegios
hereditarios y el incremento general de la escolaridad (Gallino, 1988).
El pensamiento weberiano, no obstante que no se enmarca dentro de
los parámetros del estructural funcionalismo, ofrece por ejemplo una visión
cíclica del cambio combinada con una lineal dentro del marco de la modernización. En su teoría sobre los tipos de dominación, se puede advertir una
visión cíclica del desarrollo social. Weber plantea que al agotarse una vieja
estructura de dominación histórica surge un jefe carismático, fuera de dicha estructura, que la hace declinar. El jefe y sus secuaces arriban al poder y
construyen una estructura nueva sobre las ruinas de la antigua y sobre unas
nuevas bases de legitimidad. Poco a poco, el tipo de dominación carismático
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Rosario Esteinou
se va haciendo rutinario y da fundamento a la nueva estructura de dominio
institucionalizada, la cual más adelante irá perdiendo sus bases de legitimidad.
Posteriormente surgirá otro lider carismático, con lo cual se inicia de nuevo el
ciclo. A la par de esta concepción del cambio, Weber presenta otra de tipo
lineal del desarrollo de la cultura, representada, por ejemplo, por la difusión
del proceso de racionalización en la sociedad moderna. La cultura se desarrolla
a través de un proceso de racionalización creciente, de una congruencia y una
coherencia internas cada vez mayores. Los procesos de transición de la magia
a la ciencia y del politeísmo al monoteísmo ejemplifican este desarrollo. En
su concepción existe también una conexión entre su teoría lineal del desarrollo
de la cultura y su teoría cíclica del desarrollo social: la estructura social se
coloca en el nivel del desarrollo cultural de tal forma que los periodos
carismáticos actúan sobre ella; es decir, en algunos momentos la estructura
social está abierta a la reorganización por sistemas culturales cada vez más
"racionalizados". El papel de Calvino y de otros grandes reformadores al
introducir una "ética protestante" es un ejemplo de primer orden (Weber,
1980; 1998; Etzioni, 199 5).
La modernización como cambio estructural de enorme envergadura
fue también analizado por Parsons y muchos otros estudiosos ubicados dentro
del estructural funcionalismo. Para poder comprender su concepción sobre
el cambio es necesario desarrollar, si bien esquemáticamente, algunos puntos
acerca de su teoría. Parsons distingue, en su teoría de la acción, cuatro tipos
de sistemas: el de la naturaleza, el social, el de la personalidad y el cultural. El
sistema social es concebido como lógicamente independiente de los otros,
aun cuando está compuesto de individuos que comparten una cultura. Es
decir, a pesar de que estos cuatro sistemas se interpenetran e interactúan
entre si, se les debe mantener, con ·fines analiticos, separados. Estos sistemas
tienen entre sus rasgos el de ser sistemas abiertos; cada uno tiene transacciones
con su medio, el cual consiste en los otros tres sistemas. En los tres sistemas
de sociedad, personalidad y cultura nos encontramos ante sistemas de acción.
Los principios propios de la teoría general de la acción se aplican a cada uno
El cambio sociocultural en la teoría sociológica
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de éstos, por lo cual, en ellos encontramos los mismos procesos. De acuerdo
con lo anterior, observamos que cada sistema está dividido en el mismo número de subsistemas, y esto es así porque para asegurar la continuidad del
sistema se requiere que cada uno de ellos desarrolle exactamente los mismos
imperativos funcionales. En otras palabras, para que un sistema abierto pueda
sobrevivir se necesita que se satisfagan ciertas condiciones que, de acuerdo
con la teoría de la acción, son cuatro y constituyen al mismo tiempo cuatro
subsistemas: un subsistema adaptativo, instrumental, de manipulaciones de
objetos; un subsistema expresivo, consumatorio, de gratificación para alcanzar metas; un subsistema latente, de mantenimiento de pautas de integración
de significado y regulación de energía; un subsistema integrativo, expresivo, de
manipulación de señales (Parsons, 1981; McLeish, 1984: 107-111).
Un sistema social surge a partir de la interacción de alter y de ego. En su
forma más elemental, este sistema consiste en un conjunto de expectativas
mutuas. Así como ego ha actuado en el pasado se espera que actúe en el futuro. Esto también ocurre con alter. De esta manera, se establece un conjunto
de expectativas recíprocas sobre la base de la interacción continua. Estas expectativas son selectivamente reforzadas, porque es más probable que se repitan las acciones recompensadas que las no recompensadas. Estas últimas
tienden a salir del repertorio de la conducta; de este modo, a partir de la
continuada interacción de alter y de ego y de sus expectativas recíprocas,
llegan a diferenciarse los papeles sociales. Éstos pueden definirse como una
participación estructurada, normativamente regulada, por un individuo en
interacciones con concretos y especificados compañeros de equipo. Ello
implica que la interacción habitual entre dos o más individuos pronto engendra
un sistema de reglas que define las pautas de comportamiento permisibles y
previstas. Estas reglas se desarrollan a partir de la necesidad social de asegurar
la gratificación óptima de las necesidades que van surgiendo. Un sistema complementario de derechos y deberes viene a asociarse a los papeles dados y que
al repetirse genera reglas o normas. Las reglas desempeñan diversas funciones:
definen los límites de la acción, especifican las reglas de comportamiento,
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Rosario Esteinou
establecen las sanciones y recompensas correspondientes al desempeño de la
función, declaran las situaciones o medios particulares en que actúa ésta. Si
se tiene una pluralidad de actores operando de acuerdo con un conjunto de
reglas aceptado, se tendrá la sanción de un sistema de valores sociales y habrá
una colectividad. El sistema social no sólo es un simple conglomerado de
funciones, actividades y colectividades. Así como la conducta es controlada
por ciertas normas, así todo el complejo de actividades, funciones y colectividades está gobernado por un sistema de valor (Parsons, 1981: 213-215).
Los valores difieren de las normas: por un lado, tienen un mayor grado de
generalidad; por el otro, los valores son universales o tienden a la universalidad.
Definen la orientación de un sistema como conjunto: puede decirse que los
valores legitiman las actividades de todo el sistema social. Tienden a apiñarse
en torno de las instituciones (McLeish, 1984: 115-117).
El desarrollo de los cuatro imperativos funcionales que hemos indicado
resulta central dentro del esquema teórico parsoniano. Todos los sistemas
sociales funcionan de acuerdo con ellos. Esto significa, en primer lugar, que
la sociedad debe ser adaptativa: individuos y grupos en sociedad deben poder
reconocer y ser impelidos hacia ciertos fines percibidos como gratificaciones
posibles de las necesidades sentidas. En segundo lugar, el grupo debe organizarse hacia el alcance de sus metas. Dicho de otra manera, las pautas específicas de actividades, creencias y valores de la sociedad deben ser salvaguardadas de todo cambio violento y destructivo. En tercer lugar, una combinación
de procesos debe reinstalar las pautas latentes de orden y trabajo para mantener
la tensión en un nivel soportable. Las diversas unidades sociales deben adaptarse mutuamente entre sí de manera continua, de modo que pueda maximizarse su contribución al funcionamiento eficaz del sistema. En cuarto lugar, se
necesita un subsistema integrativo para facilitar las adaptaciones internas y
para adaptar el sistema a las demandas de la cambiante situación externa
(McLeish, 1984: 119-120) .
Otro aspecto de gran importancia en esta corriente de pensamiento
está constituido por los mecanismos que controlan el flujo y el procesamien-
El cambio sociocultural en la teoría sociológica
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to de los recursos sociales y que ayt.idan a asegurar el cumplimiento de las
tareas. Parsons señala la presencia de cuatro mecanismos, a saber: el dinero,
el compromiso real, el poder y la comunicación. Estos cuatro mecanismos
sociales operan como gobernantes complejos o controles cibernéticos que
mantienen el sistema social en condición de equilibrio dinámico. Por ello,
Parsons afirma que la dinámica de los sistemas sociales no es tanto un problema
de la transformación de la energía cuanto del procesamiento de la información
(Parsons, 1981: 33-35 y 70; McLeish, 1984: 125-126).
Este esbozo esquemático informa acerca de la teoría de Parsons sobre
la sociedad, su funcionamiento y su ~stabilidad. Ahora bien, la concepción
sobre el cambio puede observarse en relación con la de la estabilidad o equilibrio del sistema. Hay tres tipos de equilibrio: estable, parcial e inestable. En
el primero, el sistema, al ser perturbado, vtielve a su condición original. En el
segundo, algunas unidades se adaptan y otras no. En el inestable, el sistema se
reajusta continuamente de modo que los elementos ocupen nuevas posiciones
dentro de un equilibrio en cambio constante. El sistema social se encuentra
normalmente en un equilibrio inestable. El crecimiento por diferenciación y
reduplicación es un factor que actúa constantemente para perturbar el equilibrio social. El crecimiento entraña cambios y adaptaciones mutuas en los
elementos que componen el sistema. Si el sistema continúa desarrollándose,
inevitablemente pasará a una condición de equilibrio inestable. Equilibrio y
cambio son así procesos complementarios. Es importante señalar también
que el cambio social se presenta primero o comienza como un fenómeno o
un resquebrajamiento en los límites del sistema. Este rompimiento pone en
juego varios mecanismos de ajuste que entran en acción en otras partes del
sistema. E n este modelo, las fuentes del cambio pueden identificarse fácilmente
como endógenas (que afectan los límites dentro del sistema) o exógenas (iniciadas a partir de uno de los sistemas, fuera del sistema social). Los ajustes
dentro del sistema normalmente estarán asociados a la reorganización de las
funciones. Esto puede tomar varias formas, que incluyen la desaparición, la
creación o la modificación de las mismas. En virtud de la interdependencia
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Rosario Esteinou
que se establece entre los elementos o variables del sistema no hay, dentro de
esta concepción, una secuencia causal predeterminada en el sentido de que
algún solo factor determinante sea responsable de haber iniciado el cambio.
Más bien, el análisis debe determinar en cada caso cuál es el factor predominante, cómo se desarrolla el proceso y cómo se transmite el cambio a través
de las partes del sistema social. Sin embargo, es posible reconocer una jerarquía de importancia entre los factores que comparten el proceso del cambio
social. El foco crucial se encuentra en el sistema de valores, según Parsons, y
esto queda confirmado por el hecho de que aquí los cambios tienen gran
repercusión sobre otros sistemas (Parsons, 1952; McLeish, 1984: 126-130).
Un aspecto importante a considerar en el análisis del cambio es la repercusión del cambio, lo cual está en relación con la magnitud del mismo. Los
cambios que tienen gran repercusión abarcan un gran número de unidades
del sistema, pero su magnitud dependerá de la importancia estratégica de las
unidades afectadas por el cambio. Los valores, por ejemplo, casi no son
afectados ni por grandes cambios. Para afectarlos, las innovaciones deben ser
de gran escala y enorme repercusión. Otro elemento que hay que tener en
cuenta cuando nos referimos a la magnitud de la repercusión es la resistencia
que resulta de la complejidad estructural del sistema. La resistencia que un
sistema cualquiera puede ejercer dependerá de la cantidad de diferenciación y
segmentación que haya en él. Un sistema sumamente diferenciado será más
capaz de dispersar la repercusión del cambio que un sistema consistente en
un pequeño número de segmentos (McLeish, 1984: 131-132).
La teoría sobre el cambio fue desarrollada por Parsons en sus últimos
escritos. El concepto maestro que usa para describir el cambio moderno es la
diferenciación. En sus obras anteriores, Parsons acentuaba las consecuencias
negativas de la separación institucional, subrayando las dificultades psicológicas derivadas de una estricta división entre conducta expresiva e instrumental, las dificultades sociales para brindar regulación coherente a instituciones
independientes, los problemas culturales que surgen cuando instituciones religiosas debilitadas y un pensamiento cognitivamente especializado tratan de
El cambio sociocultural en la teoría sociológica
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encarar los problemas vitales de la existencia humana. La teoría relacionada
con el cambio destaca el aspecto positivo de la separación institucional, señalando que otorga a los individuos libertad respecto del control externo y
dictatorial. Entiende que el cambio social modernizador acarrea una diferenciación creciente en cada esfera institucional. La familia, el trabajo, la ley, la
religión, la vida intelectual, el gobierno, todos adquieren creciente autonomia recíproca. Reconoce que hay problemas creados por dicha diferenciación,
pero subraya sus importantes ventajas. Cuando habla de las sociedades donde
el cambio social modernizador produce desestabilización, las describe como
víctimas de una diferenciación insuficiente y no excesiva.
En su análisis sobre el cambio, Parsons resalta que en una buena sociedad
la separación institucional no significa que cada esfera actúe por sí sola de
manera antisocial, no coordinada. Insiste en que el proceso de diferenciación
produce nuevas formas de interdependencia mutua, más amplia y a menudo
más vinculante. En primer lugar, la diferenciación no supone instituciones
totalmente autónomas, sino instituciones más especializadas, con metas más
claramente separadas de las metas de otras instituciones. Esto permite ver que
las instituciones diferenciadas se pueden interrelacionar más estrechamente
que los agrupamientos institucionales de sociedades anteriores. Como se han
especializado, no pueden brindarse a sí mismas lo que necesitan. Dependen
cada vez más de los servicios de otras instituciones que a la vez dependen de
sus servicios especializados. Esta nueva división social del trabajo implica
intrincados procesos de intercambio social y reciprocidad (Parsons, 1966;
1971).
Pero la diferenciación también tiene consecuencias morales, según Parsons. No sólo hay una creciente interpenetración institucional sino una inclusión moral. Ello ocurre porque una de las cosas más significativas que se vuelve
diferenciada y autónoma en el curso de la modernización es el criterio de
pertenencia a una comunidad. La plena pertenencia a la comunidad se define
en términos que son generales y humanisticos antes que específicos y particularistas. Cada vez más se define a las personas como miembros plenos de
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Rosario Esteinou
la comunidad simplemente porque son individuos competentes; no tienen
que poseer cualidades especiales, como la pertenencia a determinados grupos
religiosos, raciales, familiares o económicos. Así concibe Parsons la ciudadanía
sociológica: está abierta a todos los que cumplen con ciertos requisitos de
competencia. Al aceptar la ciudadanía, el individuo acepta ciertas obligaciones
hacia la comunidad. La historia del desarrollo occidental extiende la inclusión
a grupos antes excluidos, a minorías raciales y étnicas, a clases económicamente
oprimidas y a otros grupos, como los viejos, los jóvenes, los minusválidos,
que antes eran excluidos por razones particularistas. En sus ensayos anteriores,
Parsons destacaba que el universalismo creaba competitividad e impersonalidad. Aunque ahora no los ignora del todo, en su teoría del cambio subraya la
igualdad y las oportunidades que crea (Parsons, 1966, 1971).
La diferenciación y la inclusión constituyen dos aspectos relevantes de
la teoría de Parsons acerca del cambio social. La generalización de valores es
el tercer aspecto. En el contexto de diversificación y tolerancia de las sociedades modernas, la defensa de los valores adquiere rasgos particulares, de acuerdo
con este autor. La pluralidad que supone no significa, sin embargo, que se
presente una dispersión desvinculada o que los valores ya no ejerzan ningún
control. Los valores todavía son importantes; lo que ha cambiado es su naturaleza y función. Esos valores sobre los cuales existe consenso se han vuelto
muy generales y abstractos. Para que una sociedad sea democrática e individualista tiene que haber mucha generalización, pues no puede haber relación
directa entre un valor y una actividad específica. Si existiera una relación directa,
si los valores consensuales controlaran directamente la acción, no habría margen para la diversidad, la racionalidad y el cambio. Los valores generales permiten un consenso, pero no regulan los detalles de la vida cotidiana (Parsons,
1981).
El tercer momento de la teorización sobre el cambio social y cultural
corresponde a la elaboración desarrollada en la teoría marxista. El interés
básico del marxismo es el cambio social, puesto que se preocupa por descubrir
nuevos medios para transformar eficazmente las relaciones humanas. La prin-
El cambio sociocultural en la teoría sociológica
29
cipal preocupación de los pensadores marxistas consiste en establecer de la
manera más general el papel directivo de las fuerzas económicas en la dinámica
del cambio social.
La visión del cambio en la teoría de Marx tiene varias aristas, algunas de
ellas definidas por su pensamiento fllosóflco heredado de la teoría hegeliana.
En esta vertiente, Marx tiene una visión fllosóflca del devenir histórico. En
este sentido se puede decir que ha atribuido a las contradicciones del capitalismo un significado filosófico. Pero, a.la par de esa concepción fllosófica, hay
una teoría científica de orden sociológico y económico sobre la sociedad y
sus cambios, especialmente sobre la sociedad capitalista. En el Manifiesto del
Partido Comunista (Marx y Engels, 1970), en el prefacio a la Introducción General
a la Clitica de la Economía Política (1968) y en El capital (197 4), Marx trata de
explicar, fundamentar y determinar el carácter antagónico del régimen capitalista. El tema fundamental del manifiesto comunista es la lucha de clases. Para
él, la historia de toda la sociedad ha sido la historia de la lucha de clases. Ésta
es la primera idea fundamental que refleja una visión del cambio; es decir, la
historia humana se caracteriza por la lucha de los grupos humanos que
denominamos clases sociales (Aron, 1976).
En el marxismo encontramos una teoría sociológica que tiene muchas
de las características de un juicio a priori debido a la influencia que ejerce el
pensamiento de Hegel en su construcción. La teoría se erige sobre la base de
ciertas indicaciones empíricas, pero no sigue un procedimiento inductivo sino
que es ante todo deductiva. En ella existe la idea del progreso unilineal bajo
un concepto del desarrollo que va de lo más sencillo a lo más complejo. Según
esta visión, existe un impulso dentro de la materia misma que mueve todo
hacia el cambio. Este impulso está conformado por una tensión o un espíritu
vital. Es esta dialéctica interna, esta aparente contradicción la que constituye
la fuerza motora que se encuentra en las raíces mismas de la realidad y que
conduce al cambio. En este sentido, éste es la esencia de todas las cosas y de
las relaciones entre ellas. Marx retoma las leyes de desarrollo cósmico desarrolladas por Hegel y las aplica al desarrollo social. Esas leyes adoptan sin em-
30
Rosario Esteinou
bargo una forma específica en el marco particular de la sociedad humana.
Pero las leyes generales del desarrollo que Marx toma de Hegel operan en su
teoría de manera distinta. Los seres humanos individuales y en grupo aparecen
en el escenario histórico como agentes inconscientes del proceso histórico. El
impulso al cambio surge objetivamente fuera de la conciencia y la intención
humanas. Pero estos impulsos al cambio y las condiciones del cambio se
"reflejan" en la conciencia humana como pensamientos, sentimientos, instintos
y voliciones. Esta forma humana también es una forma de materia en
movimiento. Mas los factores objetivos del cambio, reflejados en la conciencia,
tienen una tendencia subjetiva que puede describirse como ideología o
conciencia falsa: un tipo de lagunas entre las percepciones humanas y la realidad
social existente (McLeish, 1984: 17-20).
La fuerza motora del cambio se encuentra para el marxista en los fundamentos económicos de la sociedad. De acuerdo con esta teoría, el nivel de las
fuerzas productivas de una sociedad dada determina el nivel general de la
cultura, del conocimiento y de la ideología (Marx, 1968). Los cambios que
ocurren en la base económica son decisivos. Dependen de leyes científicas de
carácter causal, determinado. Los cambios económicos son primeros en orden
de tiempo y de importancia y van sucedidos por cambios en la superestructura. Estos cambios superestructurales se relacionan con ideas, como la religión, el derecho, la literatura, la teoría. No son sino reflejos de cambios en la
base. El orden económico es decisivo ya que afecta el tipo y la naturaleza del
cambio en nuestras ideas. El principal vehículo de la innovación social en la
moderna sociedad industrial es la lucha de clases, la lucha de quienes viven
vendiendo su capacidad de trabajo contra los que viven explotando el trabajo
de los desposeídos.
Las condiciones objetivas históricamente desarrolladas desempeñan así
un papel principal. En particular son decisivas las relaciones entre las fuerzas
productivas de la sociedad y las relaciones de producción. El desarrollo de
éstas determinará las condiciones objetivas que llevarán al cambio. Pero éste,
El cambio sociocultural en la teoría sociológica
31
reiteramos, se decide por leyes causales y relaciones que se encuentran fuera
de la conciencia y la voluntad humanas.
El materialismo histórico afirma que todas las ideas, las instituciones y
características aparentes de un sistema social dado son determinadas por la
forma en que la gente se gana la vida, es decir, por el modo de producción
imperante. Como corolario directo se desprende de lo anterior que la esencia
misma del hombre en cualquier período histórico se deriva de su relación
con el proceso productivo. La esencia humana no es una abstracción inherente
a cada individuo, sino que es el conjunto de las relaciones sociales. En
consecuencia, el papel del intelectual .en el modelo marxista del cambio es
que no participa por definición directamente en el verdadero proceso de
producción y permanece dedicado a actividades exclusivas de la superestructura. Como agente social productivo ·sólo le conciernen la creación y la
transmisión de la ideología. Sin embargo, puede convertirse en un instrumento de impulso al cambio en la lucha de clases (McLeish, 1984).
Según el marxismo, la base de todo cambio es la contradicción. La ley
de la contradicción, también conocida como ley de la unidad de los opuestos,
es la ley más fundamental de la dialéctica marxista. Sin embargo, es importante
señalar que las contradicciones no necesariamente son antagónicas en carácter.
El marxismo es esencialmente una teoría del cambio por medio del conflicto,
mas reconoce otra clase de cambio que ocurre sobre la base de contradicciones
no antagónicas. Al tratar de identificar las causas del cambio, encontramos
que las contradicciones básicas son de tres principales especies: contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción; contradicciones entre la base económica y la superestructura ideológica, y contradicciones que pueden existir dentro de la propia superestructura. Sin embargo, es
importante señalar que el marxismo trata de identificar siempre cuál es la
contradicción fundamental que da movimiento al cambio. De esta forma se
observa un proceso dinámico o siempre cambiante, lo cual significa que
debemos esperar que la contradicción principal sólo aparecerá durante un
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Rosario Esteinou
lapso limitado; aparecerán nuevas formas de lucha dentro de la realidad que
estemos estudiando, se establecerá la unidad de los opuestos y luego su
negación, las contradicciones antagónicas cederán ante las no antagónicas
desarrollándose así un flujo eterno (Me Leish, 1984; Aron, 1976).
Tanto la visión del estructural funcionalismo como la del marxismo
sobre el cambio han recibido cuestionamientos importantes a partir de la
década de los setenta, donde se observó la importancia que estaban tomando
las variables de tipo subjetivo, es decir, ligadas a los comportamientos, a las
expectativas y a las estructuras de preferencia de los individuos. Estas variables, aunque eran atendidas -en particular por el estructural funcionalismo--,
no quedaron resueltas del todo dado el peso decisivo que se daba a las variables de tipo estructural, como han señalado Negri, Ricolfi y Sciolla (1983).
En la perspectiva marxista, el resultado más común era que la acción de los
movimientos y las estrategias de los grupos sociales eran "deducidos" de la
colocación en la división del trabajo, en la estratificación de los ingresos y en
la relación de producción. Éstas eran las variables independientes y "centrales"
en la explicación de los hechos comportamentales, de las actitudes, de las
expectativas y de los hechos de conciencia. E n el caso del estructural funcionalismo, y en particular de Parsons, sí se consideraban las variables subjetivas,
pero éstas eran atendidas dentro de Lm esquema donde todas las formas de manifestación de comportamiento social debían ser explicadas en función de la
integración social, lo cual era cada vez más inaceptable. Los movimientos
sociales que tuvieron vida durante esa época (de los jóvenes, de las mujeres,
sindicales) mostraban una divergencia y diferenciación cada vez mayor respecto
al funcionamiento del sistema social que no podía ser explicada bajo el esquema
de la universalización de valores. Más aún, en las condiciones de hoy, de
acentuada diferenciación social, de grandes movimientos migratorios internacionales, del proceso de globalización, de la multiplicación de la diversidad
social, los cambios que se presentan difícilmente pueden ser explicados por
dichas teorías.
El cambio sociocultural en la teoría sociológica
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Ante los cambios que se estaban presentando, los enfoques estructural
funcionalista y marxista mostraban no sólo que eran rebasados por las dinámicas del cambio social y que el tratamiento de los factores subjetivos era
inadecuado, sino que revelaban otra deficiencia conceptual muy importante.
Estos esquemas veían a las sociedades como organizadas a partir de un solo
centro, ya fuese la división del trabajo o la lógica de la integración; es decir, se
trataba de lo que Negri, Ricolfi y Sciolla (1983) han denominado sistemas
centrados. Sin embargo, las nuevas . condiciones revelaban la presencia de
más principios de organización social que regían la sociedad. El análisis de lo
que se llamaría complejidad social comenzó a desarrollarse a la par que se
inició un deslizamiento en las teorías sociológicas hacia el tratamiento de los
factores subjetivos y a la búsqueda de otras herramientas de análisis. En este
marco, la recuperación de otras teorías, como el interaccionismo simbólico
de Goffman, constituyó una vía fértil para atender la dimensión subjetiva, la
relación entre actor y sistema y la vinculación de los planos microsocial y
macro social.
EL CAMBIO EN EL INTERACCIONISMO
SIMBÓLICO D E GOFFMAN
El interaccionismo simbólico, como se sabe, fue una corriente que surgió en
oposición al estructural funcionalismo de Parsons. Sobre todo Blumer, su
exponente más radical, desarrolla una teoría interpretativa de la acción, esto
es, que el significado deriva de la interacción social que tenemos con nuestros
semejantes y acentúa al máximo el individualismo mediante la idea de la
autoindicación: para hallar el significado en una situación, el actor remite a sí
mismo. Éste, asimismo, selecciona, verifica, suspende, reagrupa y transforma
los significados a la luz de la situación en que se encuentra y el rumbo de su
acción. Dentro de esta corriente teórica, el individuo y su conducta son
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Rosario Esteinou
concebidos como indeterminados tanto por la situación como por las estructuras y normas sociales. Como toda teoría individualista, enfrenta un dilema
inherente insoluble. Por una parte, quiere conservar la contingencia absoluta
donde el actor es quien decide e interpreta en cada momento la situación y el
curso de su acción. Para ello debe acoger el azar que implica semejante enfoque
contingente del orden social. Sin embargo, por otra parte, como no está
satisfecho del todo con la imprevisibilidad que supone dicho azar, procura
introducir más fuerzas colectivas, pero la forma de introducirlas hace que
éstas tengan un status residual, ad hoc. El dilema individualista es una elección
entre la indeterminación de las categorías residuales y el azar de la contingencia
pura (Ciacci, 1983). Este fuerte acento en el individualismo y en el azar tiene
repercusiones muy importantes en lo que se refiere a la concepción del cambio.
En general, en el interaccionismo simbólico las estructuras no fijan al actor y
su comportamiento dentro de ciertos estándares, por lo cual la concepción
del cambio está muy ligada a la del azar y a la ausencia de estructuras determinantes. El cambio es susceptible de presentarse constantemente, cada vez
que el actor interpreta la situación y decide actuar de cierta manera que puede
ir conforme a las normas establecidas o no (Alexander, 1997: 178 y 182).
Como reacción a esta tensión derivada de dicho dilema se han desarrollado distintas líneas de trabajo interaccionista. La línea desarrollada por Erving
Goffman reconoce la relevancia de la dimensión colectiva de la acción social,
pero no renuncia del todo al énfasis en la iniciativa contingente. De todas las
reacciones interaccionistas ante el dilema individualista, esta tendencia se ha
mostrado como la más interesante y productiva (Ciacci, 1983; Alexander,
1997).
Su primer libro, La presentación de la persona en la vida cotidiana (1997), ha
sido el que mayor influencia ha tenid o en el campo de las ciencias sociales. A
Goffman no le interesa en este libro ofrecer una perspectiva sociológica sobre
la vida social en una planta industrial o en algún establecimiento de este tipo,
como en su momento lo hizo Blumer. A él le interesa describir una serie de
características que forman, en su conjunto, un marco de referencia aplicable
El cambio sociocultural en la teoría sociológica
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a cualquier establecimiento social concreto, ya sea familiar, industrial o comercial. Se pronuncia, en suma, por la interacción cara a cara. La vida constituye
para Goffman un escenario donde hay actores y público. El individuo presenta
un se!f con el fin de definir una situación, de tal forma que le permita ganar
algún control sobre las impresiones de los demás. En la introducción teórica
que sigue, describe la sociedad como compuesta por individuos totalmente
atomizados, individuos que dan la impresión de no haberse visto nunca y no
habitar el mismo mundo. Aun así, estos individuos están obligados a interactuar, y por ello procuran definir la situación (Goffman, 1997; Alexander,
1997). El cambio en este sentido está marcado por la necesidad de definir la
situación de una manera distinta, independiente de los determinantes estructurales y culturales.
Para lograr dicha definición es importante entender primero que las
personas en interacción pueden confiar, de acuerdo con Goffman, en los
vehiculos de signos. Los signos permiten -como ha dicho Alexander (1997:
188)- que un actor comprenda a una persona que conoce mediante una comparación entre claves acerca de la conducta y la apariencia con su experiencia
previa de cómo se comportan otras personas. Este actor hipotético también
puede, en principio, confiar en su experiencia pasada de cómo es probable
que la gente actúe en ámbitos particulares, o puede razonar, a partir de su
experiencia, acerca de la índole de la personalidad del actor típico. No obstante, Goffman considera que tales referencias a los signos y a la información
cultural estructurada son insuficientes y nunca concluyentes, ya que en realidad
ocultan los datos sociales más importantes. Los datos cruciales son muy
distintos de los modelos culturales; tienen que ver con los aspectos singulares
y contingentes de la situación. Goffman sugiere así que la realidad de la
situación es totalmente individual, es decir, nadie puede conocer los datos
cruciales de la interacción salvo el individuo mismo (Goffman, 1997). En
virtud de que la situación es totalmente individual, el cambio aparece como
algo que puede ocurrir muy probablemente. Pero si los datos cruciales de la
interacción son inaccesibles para los actores, salvo para el actor tnismo, cabe
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preguntarse cómo se produce la interacción. En la interpretación que realiza
Alexander (1997: 188-189) de Goffman, las personas que no se conocen deben
aceptar la información como artículo de fe y a partir de esos datos inferir el
resto. Como actores inherentemente singulares y desconocidos, debemos
brindar material al otro. Debemos crear consciente o inconscientemente
impresiones que permitan hacer inferencias plausibles acerca de nuestras intenciones e identidad. Estas impresiones serán inevitablemente falsas y desorientadoras porque sólo un actor puede conocerse a sí mismo. Goffman subraya
este punto crucial haciendo una analogía con los actores que están en el
escenario. Para crear impresiones, sostiene, las personas usan técnicas extraídas
del artificio del drama. Al practicar la dramaturgia, procuran controlar a otros
mediante la creación de ciertas impresiones. U n actor puede desear que otros
piensen bien de él, o pensar que él piensa bien de ellos, o percibir cómo
siente en realidad acerca de ellos, o no obtener ninguna impresión clara. Un
actor puede desear la armonía con los demás o quizá desee defraudarlos,
deshacerse de ellos, confundirlos, desorientarlos, hostigarlos o insultarlos
(Goffman, 1997). E l actor sigue su propio interés y actúa como un individuo
totalmente separado mediante la manipulación de las percepciones ajenas
(Ciacci 1983). Por otra parte, es tras bambalinas donde los actores pueden
desprenderse de sus papeles y ser ellos mismos.
Goffman pinta un cuadro estratégico, maquiavélico y, podemos agregar, cambiante de la vida social, en el cual los individuos utilizan la astucia y la
falsa publicidad para hacer su voluntad. E l orden social no se basa en motivos sinceros, no implica solidaridad ni refleja valores superiores. Por el
contrario, con el objeto de crear un consenso se tienen que suprimir los sentimientos íntimos. El orden es sostenido por cada participante que oculta sus
propias necesidades detrás de declaraciones que afirman valores a los cuales
todos los presentes se sienten obligados a respetar de los labios para afuera.
Los actores de Goffman, en contraste con los de Blumer, no sólo están
individuados sino alienados; su se((verdadero nunca se puede revelar. Si actúan
sobre la base de la fe, se trata de una que es producto de la insinceridad y el
El cambio sociocultural en la teoría sociológica
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engaño. En vez de una sociedad libre y relativamente satisfactoria, enfrentamos
una desesperanza que desiste totalmente de la sociedad (Goffman, 1997;
Alexander, 1997: 189; Ciacci, 1983) .
En la concepción de Goffman hay una relación muy contingente entre
persona y papel que se concibe como típica de las relaciones sociales. Es
decir, describe la personalidad como si estuviera totalmente separada del
sistema social y la vida cultural. Esta contingencia, por otra parte, da pie para
que el cambio se presente en cualquier momento; no hay elementos estructurales o culturales que tiendan a establecer un escenario estable y prolongado de expectativas al estilo parsoniano. La concepción personal del actor acerca
de qué significa ser un se!f no encuentra expresión natural ni espontánea en
su papel social. Esta vertiente del trabajo de Goffman que acentúa el individualismo plantea entonces problemas que él mismo trató de solucionar. En el
dilema interaccionista de elegir entre el azar y la categoría residual, Goffman
ha elegido el individualismo, pero tratará también de contrarrestarlo con una
referencia colectiva. A lo largo de esta obra que plantea su teoría individualista, introduce una concepción colectivista del orden social con el propósito
de desarrollarla. Cuando pasa de su teoría general de la acción como actuación
dramática a su sustantivo análisis de la utilería y las técnicas, surge una teoría
muy distinta. Como las actuaciones son interacciones cara a cara, sostiene
Goffman, todas involucran máscaras, la apariencia física que el actor presenta
ante el público. Estas máscaras no son inventadas por los actores ni usadas a
su antojo, sino que constituyen un equipo expresivo estándar. Están compuestas por la ambientación (ensamblajes de equipos para signos), la apariencia (indicadores de posición social) y modales (presentación personal). El equipo de
signos y la posición social desempeñan un papel muy influyente (Goffman,
1997). Parece que el actor, quiéralo o no, está orientado hacia conjuntos de
restricciones culturales. Las máscaras operan hasta cierto sentido como restricciones estructurales y como elementos de estandarización del comportamiento.
Con ello el cambio social se ve igualmente restringido, la máscara limita el
azar (Alexander, 1997).
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En lugar de desechar este dato sobre el carácter colectivo que otorgan
las máscaras y ser consecuente con su concepción individualista, Goffman lo
explota al máximo. Sostiene que las máscaras subsumen la actuación individual en el control social. Como son generales, tienden a someter la actuación
particular al tipo colectivo. "Por especializado y único que sea un número, la
máscara social, con ciertas excepciones, tiende a afirmar datos que se pueden
afirmar igualmente de otros números algo distintos" (Goffman, 1997: 26) .
Lejos del producto único del individuo contingente, dicha máscara es institucional, el producto de expectativas abstractas y estereotipos. Utilizando una
interpretación antindividualista, Goffman sostiene que la máscara se convierte en una representación colectiva y en un dato por derecho propio. Asimismo,
como los papeles son definidos por las máscaras, no pueden ser producto de
la inventiva individual. Por el contrario, cuando un actor adopta un papel social
establecido, encuentra que ya se le ha fijado una máscara particular. En este
punto el análisis de Goffman se asemeja al de Parsons (al cual se quiere oponer)
y constituye una elaboración interaccionista de la idea parsoniana de que los
papeles dirigen la acción individual a través de normas institucionalizadas y la
asignación de disponibilidades. Él mismo sugiere que el carácter abstracto y
generalizado de las máscaras las convierte en velúculos ideales de socialización
(Crespi, 1985; Ciacci, 1983). A través de las máscaras la actuación es moldeada
y adaptada a la comprensión y las expectativas de la sociedad en la cual se
presenta (Goffman, 1997: 35; Alexander, 1997).
Otro aspecto que refuerza el carácter social de la interacción es el
concepto de idealización. Con éste, Goffman quiere ofrecer una comprensión
antindividualista de los motivos. Sugiere que los actores tienen un fuerte deseo
de conformarse a los valores acreditados de una sociedad. Por lo tanto, tienden
a idealizar sus actuaciones, es decir, a incorporar y ejemplificar los valores
oficialmente acreditados de la sociedad. Dado este motivo idealizador, la actuación tiene a menudo un rasgo ceremonial que limita las posibilidades del
cambio. La realidad de la interacción va adquiriendo un rasgo menos azaroso
y cambiante y más estable y estructurado (Goffman, 1997; Alexander, 1997).
El cambio sociocultural en la teoría sociológica
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Goffman sostiene -de acuerdo con Alexander (1997)- que la interacción
es sumamente "frágil". Desde luego ha trascendido a Parsons para explicar
qué significa el concepto funci onalista de doble contingencia. Significa que a
través de la interacción se piensa en sanciones, se ofrecen recompensas, se
proyectan interiorizaciones y cada matiz de diferencia está sometido a un
escrutinio y una interpretación continuos.
La teoría interaccionista de Goffman y su concepción sobre el cambio
arrojan elementos que pueden contribuir al análisis del cambio sociocultural
en nuestros dias. Porque en la actualidad la diferenciación y la complejidad
son rasgos que caracterizan a nuestras sociedades, concepciones como la parsoniana o la marxista sobre el cambio encuentran fuertes limitaciones para dar
cuenta de los fenómenos actuales. El interaccionismo simbólico en parte es
una respuesta a la brecha inevitable que existe entre las necesidades de personalidad y los papeles del sistema social y ofrece una respuesta ante el deslizamiento inherente entre ambos y los valores consensuales que supuestamente
son compartidos por todos y a todos benefician. Frente a esta brecha y deslizamiento, Goffman destaca justamente el cálculo y la estrategia simbólica que
permiten al individuo moderno afrontar las difíciles contingencias de la vida
cotidiana.
CONSIDERACIÓN FINAL
Los tres momentos que se han registrado en el estudio del cambio sociocultural nos han permitido apreciar algunas dificultades que enfrentamos en su
análisis. Las visiones unilineales y evolutivas típicas del primer momento, así
como la visión del cambio como producto del desarrollo de las contradicciones
mismas del sistema y la perspectiva del cambio como resultado del incremento de la diferenciación, propios del segundo y tercer momento, han
arrojado aportes importantes en su momento. Todas ellas intentaban ofrecer
un marco dentro del cual se podia tener una visión comprensiva del cambio,
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de su dirección, así como de sus posibles resultados. Este marco, sin embargo, ha sido rebasado por el desarrollo seguido por las sociedades. Resulta
hoy difícil interpretar la naturaleza y el curso de los cambios a partir del
enfoque marxista o del estructural funcionalista. Las sociedades complejas
requieren -como he sostenido- otros instrumentos para su estudio. El interaccionismo simbólico, en particular, el enfoque goffmaniano, ofrece la posibilidad de recuperar la contingencia en el nivel de la interacción, permite comprender las determinaciones situacionales y "estructurales" (a través del uso de las
máscaras) que regulan la acción y al mismo tiempo deja un panorama abierto
al cambio. Las herramientas que ofrece, sin embargo, permiten hacer un análisis del cambio sólo en el nivel microsocial. Es necesario tener presente que
un análisis sólo en este nivel sería insuficiente para dar cuenta de los cambios
que se presentan en las sociedades complejas. Por ello, necesitamos buscar
herramientas que permitan reconstruir los condicionantes estructurales y
sistémicos y articularlos con la riqueza analitica que ofrecen enfoques como
el de Goffman o la fenomenología. Se han presentado intentos por vincular
los niveles microsocial y macrosocial a través de la propuesta habermasiana
de la acción comunicativa, de Jeffrey Alexander, de Anthony Giddens y de
Niklas Luhmann. En todos ellos se presenta una preocupación por resolver
la vinculación entre procesos estructurantes de gran escala, comportamientos
individuales, contingencia y riesgo. Sin embargo, és te es un tema que sigue en
discusión y que es motivo de otro trabajo.