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EL GÉNERO EN LA FORMACIÓN PROFESIONAL EN COLOMBIA: UNA
PRIMERA APROXIMACIÓN
Andrea Mojica
Magister Psicoanálisis, subjetividad y cultura
Universidad Nacional de Colombia
Hablar de género desde una perspectiva social, histórica, política y económica supone
considerar simultáneamente dos niveles en los que se juega la identificación de cada sujeto
con una serie de significaciones, roles, discursos, símbolos y reglas que determinan su
comportamiento y lo vinculan a una sociedad y cultura específicas. Por un lado, el sujeto
vive la experiencia de encontrarse con un cuerpo que le fue dado por el otro, del que debe
apropiarse y que desde el momento de su concepción lo representa, lo hace su-yo (Freud,
1923). Por otro lado, nacer y vivir en una sociedad y una cultura particulares implica la
adhesión a un discurso cargado de símbolos, reglas y roles que se le imponen con la misma
naturalidad
que
la
rotación
de
la
tierra
o
la
fuerza
de
gravedad.
La
naturalización/normalización de los discursos sobre lo femenino y lo masculino impregna
todas las áreas de la vida, imponiéndose al sujeto como verdades obvias que legitima en su
acción cotidiana, sea por la manera en que las transmite o por la asociación con eventos
fortuitos, que terminan confirmando la consistencia de las mismas. En Colombia se hace
patente una situación con alcance global que evidencia la resistencia generalizada a
resignificar las relaciones entre los cuerpos (macho-hembra) en términos de diferencia y no
de desigualdad. Por un lado, existe un marco legal que hace de la equidad de género y la
diversidad sexual temas claves de la política pública, formulando análisis y leyes orientadas
a garantizar los derechos de las personas en lo que respecta a su vivencia social del género.
Por otro, las cifras de violencia de género, el estigma y la segregación de las personas con
identidad sexual y de género diversa todos los días con confrontan con una dura realidad en
lo que a derechos humanos y construcción de una sociedad incluyente se refiere. Para una
mujer en nuestro país el simple hecho de salir a la calle con un vestido representa un peligro
psicológico y físico en una sociedad que sigue legitimando el poder del hombre sobre el
cuerpo femenino. Una persona que se declara en tránsito o que simplemente rechaza la
heterosexualidad obligatoria implícita en nuestra cultura y nuestras sociedades está
enfrentado a toda una serie de limitantes que afectan su salud, su trabajo, su convivencia
pacífica y por supuesto su subjetividad.
En los últimos años, al amparo de la Constitución Política de 1991 y en el contexto de una
gran cantidad de legislación y discusión internacional (Secretaría de la mujer-Alcaldía de
Medellín, 2014), en Colombia se han implementado diferentes tipos de estrategias en el tema
(Consejo Nacional de Política Económica y social- Departamento Nacional de Planeación,
2013; Alcaldía de Bogotá, 2008) cuya revisión da cuenta del acercamiento de diferentes
sectores estatales con la equidad y la diversidad de género. No obstante, resulta pertinente
interrogar el alcance de dichos esfuerzos en el discurso social y en la cotidianidad de los
ciudadanos, teniendo en cuenta las condiciones estructurales de pobreza, desigualdad social
y violencia en las que se sostiene nuestra sociedad. El presente trabajo propone una primera
aproximación al análisis del lugar de la perspectiva de género en la formación profesional,
planteando a la acción de los graduados de las universidades como un mecanismo clave que
facilite la integración del discurso global sobre derechos y género con la cotidianidad de las
personas con las que interactúan, movilizando transformaciones efectivas a nivel social y
subjetivo. A manera de conclusión, se identifica la necesidad de investigar a profundidad
cómo aparece el género en la educación superior en todos los campos de conocimiento, en
los planes de estudio, en la organización de las universidades y la gestión de las Facultades
en Colombia.
Diferentes movimientos activistas han puesto sobre la mesa la necesidad de transformar
radicalmente los cimientos de nuestras sociedades y resignificar nuestro acervo histórico y
cultural para reconocer y garantizar la equidad de género y el derecho a vivir una identidad
o una orientación sexual distinta a la norma social. Desde la Revolución Francesa hasta
nuestros días puede rastrearse infinidad de manifestaciones sociales que aunque lograron
poner el tema en las cartas magnas de algunos países desde el siglo XVIII, sólo a finales del
siglo XX han alcanzado una resonancia política global más real. En esta línea el trabajo de
los grupos feministas ha sido fundamental, no sólo porque se han constituido en una voz de
referencia para el análisis de la conformación de nuestras sociedades y sus efectos, sino
porque permitieron de manera efectiva llevar la discusión de género a la academia, cuestionar
sus procedimientos y sus lógicas e inspirar la generación de conocimiento sobre el género y
la diversidad sexual. El siglo XX muestra, con sus ires y venires, cómo en el campo de las
ciencias sociales se gestaron profundas reflexiones sobre la diferencia sexual, la construcción
del mismo concepto de género, la génesis de la distribución biológica de los roles sociales y
la significación cultural de lo femenino y lo masculino (Mojica, 2013).
A pesar de estas transformaciones, la manera en que estos planteamientos han permeado a la
sociedad en sus diferentes niveles ha sido lenta y desigual. En lo que respecta al campo de
las ciencias naturales y la medicina, que tradicionalmente tuvo un papel normatizador con
respecto a las diferencias anatómicas de los cuerpos, se evidencian prácticas ampliamente
extendidas que validan la comprensión de los géneros como relaciones de desigualdad moral,
psicológica e intelectual. En las ciencias sociales, aunque pareciera haber mayor apertura a
la discusión de estas temáticas, puede advertirse el efecto de concepciones androcéntricas
que imperan tanto en la caracterización de los fenómenos sociales y humanos como en su
análisis y trasmisión; para no ir más lejos, el hecho de que la historia haya sido escrita
principalmente por hombres ya imprime una cierta orientación en nuestras narrativas, en
donde las mujeres y en general las personas con géneros y elecciones sexuales diversas son
invisibilizadas, estigmatizadas o estereotipadas (Scott; 1996).
Un rápido acercamiento a la legislación sobre equidad de género y diversidad sexual muestra
la ausencia de reflexiones profundas acerca de la relación entre la construcción de
conocimiento, la formación profesional y científica y la perspectiva de género. La ampliación
del acceso de las mujeres al trabajo y a la educación en el siglo XX, señalado desde muchos
sectores como el siglo de la igualdad de los sexos, esconde un desfase abismal en lo que
refiere a la posición de hombres y mujeres a nivel social. Como bien lo destaca Lagrave
(2000) estas diferencias, y las diferencias marcadas entre las mujeres mismas, terminan por
fortalecer lugares de poder masculino, ahondando las polarizaciones basadas en el género y
cerrando ciertos campos de conocimiento y de aplicación con base en dichos criterios. Es
interesante encontrar como los oficios que se feminizan (la educación, la psicología, la
enfermería) ya no se masculinizan; “cuando las mujeres progresan en una profesión los
hombres desertan o lo han hecho ya antes. No se trata de una situación de rivalidad, ni de
competencia justa, sino de una defección silenciosa” (p. 507). Un análisis más fino permite
interrogar hasta qué punto la apertura de la educación y el trabajo para las mujeres ha estado
controlada bajo ciertas condiciones que no haga peligrar la estructura familiar burguesa ni
“la excelencia de los títulos y de los puestos que ocupan los hombres” (Legrave, 2000; p.
508). Acaso la velada persistencia de una cosmovisión androcéntrica modernizada termine
sosteniendo la existencia de dos sistemas diferenciales impuestos desde la cuna y que se
encarnarán en posiciones separadas tanto en la ciencia como en el trabajo.
Es abundante la literatura centrada en las preferencias diferenciales con respecto a ciertos
campos de saber, llegando incluso a asumirse como un impulso espontáneo que los hombres
prefieran dedicarse a oficios relacionados con las ciencias naturales, mientras que las mujeres
se concentren en las ciencias humanas y sociales. Los datos de exámenes y mediciones sobre
competencias en diferentes niveles educativos parecen reiterar una cierta primacía masculina
en áreas como matemáticas, química, física y biología, confirmando lo que sería una
tendencia legítima en virtud de la cual se justificaría cierta división del trabajo. ¿No resulta
llamativo que justamente sean esas áreas las más valoradas a nivel social y las que más
responden a la caracterización tradicional del rol masculino? ¿Son las diferencias biológicas
un criterio para el acceso a cierto tipo de conocimiento o más bien son utilizadas para
mantener una determinada división de los roles, los poderes y las responsabilidades a nivel
social?
Bonder (2014) en el marco de una propuesta titulada El enfoque de género en el ADN de la
educación científico-tecnológica: propuestas para la transformación educativa en y para la
sociedad del conocimiento muestra diferentes investigaciones y experiencias centradas en la
interacción temprana de estudiantes mujeres con temas de ciencia y tecnología, señalando la
importancia de transformar las culturas institucionales educativas y laborales con miras a una
verdadera democratización de los saberes para todos los géneros. Resulta llamativo que
todavía hoy los programas destinados para el avance de las mujeres en ciencia, ingeniería
construcción y tecnología “utilicen como argumento la necesidad de superar ciertos déficits
(de interés, de capacidad, confianza, etc.)” (p. 8) para garantizar una mayor retención de las
mujeres en esos campos. La desarticulación entre las ciencias y las propuestas críticas sobre
la igualdad de género sigue siendo tan potente, que incluso en aquellas iniciativas que se
declaran favorables a la inclusión de las mujeres terminan haciendo vigentes los imaginarios
tradicionales y las fronteras invisibles de carácter androcéntrico.
En Colombia también se replica esta diferencia en el desempeño de hombres y mujeres en
las Pruebas de estado, así como en la distribución poblacional de los oficios y carreras
profesionales. En psicología, por ejemplo, más del 70% de profesionales y estudiantes son
mujeres, siendo en la actualidad una de las carreras con más demanda a nivel nacional (hasta
la fecha se han otorgado 65.000 títulos en psicología y se estima que en diez años se llevará
a los 120.000). El caso es interesante, porque aunque la disciplina tenga un componente
importante en lo que a ciencias naturales se refiere, sigue siendo significada como una carrera
dedicada al cuidado de las personas, cercana a los roles maternos y que resalta características
personales asociadas a lo femenino (saber escuchar). Asimismo, aunque la balanza esté
claramente inclinada hacia las mujeres, es evidente que en general, tanto a nivel teórico como
organizativo los hombres siguen teniendo un papel tutelar, que se expresa en el número de
autores masculinos que se estudia y en las responsabilidades políticas y sociales que asumen
en las agremiaciones académicas y profesionales.
El estudio realizado por Arcos, Poblete, Molina-Vega, Miranda, Zuñiga, Fecci, Rodríguez,
Márquez y Ramírez (2007) es una valiosa referencia para la reflexión aquí planteada en la
medida en que aporta evidencia y un modelo metodológico para analizar la adopción efectiva
de una perspectiva de género en la formación de profesionales de la Facultad de medicina
(Medicina, enfermería, Obstetricia y puericultura, Terapia Ocupacional y Tecnología
médica). La revisión del plan de estudio, de los programas de curso, de referencias
bibliográficas y la realización de entrevistas mostró que aun cuando la Facultad estudiada
declaraba adoptar un enfoque de género en la formación de profesionales, en la práctica no
se materializó ese propósito, a pesar de la preeminencia de estudiantes mujeres en las carreras
de salud estudiadas. Los resultados de este estudio proyectan, en palabras de los autores, “una
visión poco optimista sobre las posibilidades de un cambio cultural generalizado desde las
universidades. Por el contrario, la universidad se constituye en un peldaño más en la escala
de la socialización de los sujetos donde las ideas del sistema patriarcal se forman, legitiman
y reproducen” (p. ). La ausencia de referentes similares no nos permite plantear conclusiones
taxativas en lo que atañe a nuestro país pero sí sugiere una hipótesis similar, lo que nos invita
a profundos cuestionamientos sobre el papel de la formación universitaria frente al género y
la relación entre enfoque de género y ciencia.
Cabe destacar la importancia de esfuerzos para articular la acción de entes distritales y
universidades, los desarrollos de los colectivos universitarios, programas de formación a
docentes para implementar el enfoque de género en sus cátedras, investigación en género y
diversidad sexual, prácticas profesionales en temas de género y diversidad sexual y otras
modalidades de trabajo que hacen insistir la pregunta en el seno de las prácticas académicas
y culturales de la Universidad. El camino es largo y hay mucho que hacer y proponer en esa
dirección.
CONCLUSIONES.
La reflexión propuesta aquí muestra las dificultades de plantear efectivamente la perspectiva
de género en espacios científicos y de formación universitaria, a pesar de los avances y sobre
el tema a nivel investigativo, social y legislativo. Si los graduados de la educación superior
tienen en sus manos la posibilidad de replicar y permear desde su acción laboral y social el
resultado de su formación, entonces resulta perentorio analizar cómo la perspectiva de género
permea la formación universitaria, cómo moviliza un cambio social y subjetivo en el
estudiante con respecto a los discursos tradicionales sobre el género y la división de roles en
nuestras sociedades. Se concluye en la necesidad de impulsar este cuestionamiento en
diferentes espacios de la educación superior, reconociendo el papel tan importante que a este
nivel juegan diferentes formas de organización social y académica de estudiantes y docentes.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
Alcaldía de Bogotá (2008). Por una ciudad libre de derechos. Lineamientos generales e la
política pública para la garantía plena de los derechos de las personas lesbianas,
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orientaciones diversas e el distrito capital. Recuperado de la fuente
<www.carlosvicentederoux.org>
Arcos, E.; Poblete, J.; Molina-Vega, I; Miranda, C.; Zuñiga, Y.; Fecci, E.; Rodríguez, L.,
Márquez, M. y Ramírez, M. (2007). Perspectiva de género en la formación de
profesionales de la salud: Una tarea pendiente. Revista médica de Chile, 135(6),
708-717. Recuperado el 29 de julio de 2015, de http: //www.sielo.cl
Freud, S. (1923). El yo y el ello. En: Obras Completas T. XIX. Buenos Aires: Amorrortu.
Lagrave, R-M. (2000). Una emancipación bajo tutela. Educación y trabajo de las mujeres
en el siglo XX. En: Duby, G. & Perrot, M. (dir.). Historia de las Mujeres. Tomo 5.
El siglo XX. Madrid: Taurus.
Mojica, A. (2013). La feminización del lazo social contemporáneo: Una lectura
psicoanalítica. Tesis meritoria. Escuela de psicoanálisis, subjetividad y cultura:
Universidad Nacional de Colombia.
Observatorio Laboral de la Educación Superior [OLE] (2014). Caracteristicas de los
graduados en Colombia. Recuperado de la fuente
http://www.graduadoscolombia.edu.co/html/1732/w3-article-344799.html
Secretaría de las mujeres- Alcaldía de Medellín (2014). Normatividad y políticas
relacionadas con las mujeres y sus derechos. Recuperado de la fuente
<www.medellín.gov.co>
Scott, Joan. “El género: Una categoría útil para el análisis histórico”. En El género: la
construcción cultural de la diferencia sexual, de Marta Lamas (Comp.), 265-302.
México: PUEG, 1996.