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EDU GC UA Í AC I Ó N YO MUSICO, TU MUSICAS, EL MUSICA... Reflexiones a partir del libro Musicking, The meanings of Performing and Listening de Christopher Small (1998, Wesleyan University Press) La orquesta toca, ante un público respetuoso, una obra compuesta hace doscientos años. Los fans gritan cuando suenan los primeros acordes del último éxito de su ídolo. Los alumnos cantan, acompañados al piano por su profesor, la pieza que interpretarán en la fiesta de fin de curso. El bebé cierra los ojos mientras su madre le susurra una nana. Un grupo de amigos del instituto ensaya un tema que acaban de componer entre todos. El corredor acelera su zancada animado por una nueva canción de su iPod. Un hombre trajeado mueve distraídamente el pie al compás de la música que sale por los altavoces del ascensor. “Tantas situaciones distintas, tantas actividades diferentes, tantas formas distintas de organizar sonidos en significados, todas ellas denominadas música. ¿Qué es esto que llamamos música en lo que los seres humanos del mundo entero encuentran tanta satisfacción y dedican tantos recursos y parte de sus vidas?”. Esta es la primera reflexión que hace Christopher Small en su libro Musicking. Y a desde los antiguos griegos, músicos y estudiosos han intentado explicar la naturaleza y el significado de la música, pero según Small ninguno ha dado una respuesta satisfactoria a este par de preguntas: “¿Cuál es el significado de la música?” y “¿Cuál es la función de la música en la vida de cada miembro de la especie humana?”. “Es fácil comprender la razón, son preguntas equivocadas. No hay tal cosa como la música”, argumenta Small. “La música no es una cosa sino una actividad, algo que la gente hace” y por lo tanto no podemos hablar de “música” (music) sino de “musicar” (to music). De ahí surge el término que da nombre a su libro, musicking, que podemos traducir como “musicando”. Según Small, “musicar es participar, desempeñando cualquier papel, en una actividad musical, ya sea interpretando, escuchando, ensayando o estudiando, aportando material para ser interpretado (componer) o bailando”. Una actuación musical es “un encuentro entre seres humanos que tiene lugar a través de sonidos musicales organizados de forma específica”. Para entender su significado hemos de considerar que “el acto de musicar establece en el lugar donde ocurre una serie de relaciones y es en estas relaciones donde reside el significado del acto”. Si el significado de la actividad musical está en las relaciones que se crean, entonces todos los participantes influyen: intérpretes, compositores, público, profesores, estudiantes, técnicos, etc. La música que suena es el catalizador, pero el significado de este musicking se encuentra en la percepción y la vivencia, consciente o inconsciente, que tenga cada persona de estas relaciones. Estas relaciones tienen naturalezas distintas, son dinámicas y se producen a distintos niveles. En algunas situaciones hay una clara separación de roles (músicos y oyentes, compositor e intérpretes, profesor y alumnos…) y en otras no (un grupo de amigos cantando por placer…), o quedan diferidas en el tiempo, como cuando los músicos graban en un estudio y los oyentes escuchan el CD resultante en otro momento en su casa, en cuyo caso no se puede establecer una relación directa entre músicos y oyentes. La relaciones están también influenciadas por multitud de factores, desde el nivel de escucha, estado de ánimo y expectativas del público y los intérpretes, hasta las condiciones acústicas y distribución de la sala. La sala donde tiene lugar 156 Small se fija, a modo de ejemplo, en uno de los elementos que condicionan las relaciones que se producen en un con- cierto de música clásica: la sala donde tiene lugar. Ésta impone, favorece y condiciona ciertas relaciones, no favorece o impide otras y determina una dirección en las mismas. La sala Rotunda de los Ranelagh Pleasure Gardens abrió sus puertas en Londres en 1742. Una pintura de Canaletto fechada en 1754 nos la muestra durante una actuación. En la imagen vemos cómo el escenario está situado en un lateral de la sala y, mientras los músicos tocan, se puede ver gente escuchando, hablando, paseando, comiendo e incluso niños jugando. Es evidente que es una situación bien distinta de la que podemos encontrar en un auditorio moderno. En 1764, en la Rotunda, un niño de ocho años llamado Wolfgang Amadeus Mozart tocó varias de sus obras, al clave y al órgano, en un concierto benéfico en el que también se interpretó música de tres oratorios y el tema de la Coronación de Haendel. Imaginemos por un momento a un pianista y a un director que, después de un estudio profundo de la obra de Mozart y Haendel y de las prácticas interpretativas de la época, tocan y dirigen las mismas obras, utilizando instrumentos originales, en una sala de conciertos moderna. ¿Es posible realmente reproducir la experiencia musical que tuvo lugar en la Rotunda? Podemos destacar dos de los factores que diferencian las dos actuaciones: el elemento social y la interacción entre el público y los intérpretes. El elemento social En una sala de conciertos moderna la interacción social entre los miembros del público se produce fundamentalmente en el foyer, antes, en el descanso y al finalizar el concierto. Cuando se entra en la sala se espera silencio y atención y las butacas están alineadas en hileras de cara al escenario para favorecer esto. En cambio, tal como vemos en las imágenes de la Rotunda, los dos espacios, foyer y sala de conciertos, eran uno solo. El público decidia cuándo socializar y cuando escuchar la música. La interacción entre el público y los intérpretes Un auditorio moderno está diseñado para focalizar la atención del oyente hacia el escenario. Hay una distribución de papeles muy clara: los intérpretes están aquí para tocar y el público para escuchar en silencio. En cambio en la Rotunda el propio espacio propiciaba unas relaciones mucho más flexibles: el oyente escogía qué relación quería tener con los GAUCÍ A EDUC IÓN sonidos a través de ideas preconcebidas. Si el número de oyentes que escucha de forma activa en un concierto es grande, se crea una energía especial que es percibida por los músicos y la interpretación cobra una nueva dimensión, en la que se pueden establecer relaciones a niveles más sutiles y profundos. Propiciar esta escucha activa es probablemente la principal virtud de una sala de conciertos moderna, aunque evidentemente la sala por sí sola no es suficiente. National Gallery, London Musicking y educación Canaletto, Interior of the Rotunda at Ranelagh, 1754 intérpretes y la música que tocaban. Hoy en día hay una serie de convenciones establecidas en un concierto sinfónico, por ejemplo: no se puede aplaudir entre los movimientos de una misma obra. Esto contrasta con el comentario que hace Mozart en una de sus cartas en la que dice que estaba encantado porque el público de París había manifestado de forma sonora su satisfacción “durante” la interpretación de una de sus sinfonías. Éste es tan sólo un ejemplo, pero es evidente que el espacio en el que tiene lugar una actuación ejerce una gran influencia sobre la experiencia que de la misma tendrán tanto los intérpretes como el público. Un club de jazz, un tablao flamenco, una discoteca, una iglesia o un estadio de fútbol condicionan tanto el aspecto social del concierto como la relación entre público e intérprete. La escucha activa Siguiendo con el ejemplo del auditorio, Small dice que “lo que es único respecto a la cultura de la sala de conciertos moderna es hasta qué punto la escucha —escucha distante y contemplativa— se ha convertido en el propósito de la actuación musical”. El nivel e intensidad de la escucha puede variar mucho de una actuación a otra e incluso a lo largo de un mismo concierto. A veces puede ser distante y contemplativa, pero también intensa y activa, en cuyo caso tiene una especial influencia en la interacción entre el público y los intérpretes. Cuando Small hace referencia a esta interacción se fija fundamentalmente en los aspectos más visibles, pero su planteamiento parece indicar que una audiencia silenciosa no establece ningún tipo de interacción con los intérpretes. Sin embargo, la experiencia de muchos músicos es que una interpretación varía mucho según el grado de atención de los oyentes, de tal forma que dos conciertos en una misma sala, con el mismo repertorio y los mismos intérpretes pueden producir experiencias muy distintas dependiendo del grado de escucha del público. La escucha permite que se establezca la comunicación sonora entre los intérpretes y el público, pero un oyente que escucha en silencio, dejando que los sonidos lleguen sin filtros ni interferencias, crea una conexión con los intérpretes muy distinta a la que se produce si escucha de forma distraída, con la mente llena de ruido o interpretando los La concepción de la música como actividad y la idea de que el verdadero significado de una actividad musical se encuentra en realidad en las relaciones que se establecen durante la misma tiene profundas implicaciones para la educación musical en cualquiera de sus formas, ya sea la clase de música en una escuela de primaria, un taller de percusión en un centro cultural o una clase individual en un conservatorio o escuela superior. Todo el mundo puede conjugar el verbo “musicar”. Todas las personas pueden participar, de alguna u otra forma, en una actividad musical y descubrir y experimentar las relaciones que se producen. Estas relaciones son además de naturaleza distinta a las que surgen en cualquier otra actividad humana y por lo tanto enriquecen a la persona con una serie de vivencias que tan sólo musicking puede proporcionar. Se habla mucho de los beneficios que tiene el estudio de la música sobre el desarrollo las capacidades de los niños, por ejemplo matemáticas, sin embargo no siempre se considera que el principal beneficio de toda actividad musical sea la actividad en sí misma. La educación musical es también musicking y su finalidad primordial es ayudar a los estudiantes a desarrollar esta capacidad de musicar. La formación de profesionales Entre la innumerables formas de musicking, las hay que requieren la especialización y profesionalización de algunos de sus actores: intérpretes, compositores, técnicos de sonido, profesores, etc. Estos profesionales necesitan una formación específica que les capacite para participar, desde su papel, en determinadas actividades musicales. Sin embargo, en el proceso formativo de estos profesionales se olvida con frecuencia que las capacidades que desarrollan, por complejas que sean, son un elemento más del complejo entramado de relaciones que se establecen en la actividad musical. Por lo tanto, aprender a descubrir, experimentar y comprender estas relaciones desde el desempeño de su papel, debería ser parte del proceso educativo de todos los profesionales de la música. La concepción de la música como musicking nos hace reflexionar sobre la propia educación musical y su papel en la sociedad actual. Tal como dice Christopher Small: “El gran reto de los educadores musicales es cómo proporcionar el tipo de contexto social que permita un interacción musical, tanto formal como informal, que pueda producir un desarrollo real y una musicalización de la sociedad en su conjunto”. Joan-Albert Serra 157